nota:
Los nuevos capítulos de Esther a partir del número 25 los colgaré en subpestañas para facilitar la lectura y la carga.
Gracias por leer esta nueva "temporada".
Gracias por leer esta nueva "temporada".
cap.26; Una petición extraña
Por primera vez desde que llegó a aquella casa, Esther pediría permiso para salir. Tras analizar en su mente los acontecimientos de los últimos días sentía que debía hacer algo, que no podía simplemente quedarse parada a ver la vida pasar... y finalmente tomó una decisión.
Se despertó tensa aquella mañana, con dolor enganchado a cada centímetro cuadrado de su piel. Inti había sido fiel a lo que le prometió el día anterior, y por la noche la había azotado con saña al llegar a casa, de hecho blandiendo el cinto con más inquina de lo habitual. Esther no supo si actuaba condicionada por lo que le había contado Jen al pensar que Inti estaba más cañero y arisco que de costumbre por los días que venían, pero el caso era que así lo notaba y lo sentía en su propio cuerpo. Si era así, a ella le parecía estupendo; era consciente de que pensar de ese modo no sería entendido por la sociedad convencional que la rodeaba fuera del mundo aparte que era aquella casa, pero eso le importaba un cuerno. En efecto, no se le ocurriría nunca admitir en voz alta que se sentía bien por que alguien importante para ella desahogara toneladas de dolor sobre su cuerpo, no, no era algo que comentar alegremente en una comida familiar, pero a la vez era... tan lícito, tan suyo. "Es que quiero hacerlo y ya está" se sorprendió hablando consigo misma ante el espejo del baño. Mirarse pormenorizadamente sin atisbo de narcisismo -sólo por curiosidad- se estaba convirtiendo en una costumbre. "Es que quiero ser eso para él si me necesita (y no voy a permitir que nada ni nadie me lo impida)". Semanas atrás se hubiera asustado por formular un pensamiento como este, pero ya había aprendido a sorprenderse ante aquel tipo de revelaciones.
Después de la monumental sesión de azotes "inmerecidos" la noche anterior -no era que el pecado de correrse fuera tan grave para un castigo de ese calibre, como norma general, ni siquiera para Inti-, Esther había ido a mirarse en el espejo del baño otra vez. Se había tomado un buen rato para mirar con detenimiento las marcas violáceas en su piel, la huella del llanto en sus ojos, los surcos que habían dejado las lágrimas secas en sus mejillas. Siempre lloraba cuando Inti la castigaba, tanto por el dolor físico como por el cúmulo de emociones que chocaban raudas dentro de sí.
Pero en aquel momento, mientras se miraba al espejo después de ser azotada tan ferozmente, se dio cuenta de algo.
Ella quería ayudar a Inti. Estar ahí para él. Descargarle de sufrimiento. De buena gana aceptaba todo el dolor que el le proporcionaba como si de alguna manera Él se lo estuviera transmitiendo para liberarse. Tal vez fuera una fantasía loca pero podía recordar que, hacía no mucho tiempo, Jen le había enseñado una técnica para tolerar mejor las migrañas -o cualquier dolor en realidad- tomando la mano de otra persona y "compartiendo" la experiencia, transmitiendo parte de la energía generada de un sujeto a otro. Aunque fuera solamente por sugestión, Esther había comprobado que el método funcionaba. Tal vez con Inti se producía un intercambio similar, o tal vez esta conclusión era un simple espejismo que se trazaba en la cabeza de Esther porque ésta necesitaba respuestas.
Mirandose al espejo aquella noche, se dio cuenta de que lo que más le dolía era que ella quería ayudar a Inti pero había encontrado un tope. ¿Era esa la única manera en que podía ahorrarle sufrimiento? ¿ofreciendo su cuerpo para ser azotada, ofreciéndose para ser vejada en diversos grados y que él se desahogase de un tormento interno? Era la única forma que conocía de llegar a él y de... hacerle "feliz"; todo lo feliz que ella le había llegado a ver, no como en la foto con Kido. Era la única forma que conocía, pero tal vez no era la única a su alcance... ni la más correcta.
Esther se dio cuenta de que siempre había pensado que ella misma estaba "rota", pero mirando a Inti, éste parecía infinitamente más quebrado que ella. O ella más entera que él.
Se había ido a dormir con la cabeza dando vueltas después de aquella visita al espejo, y realmente no pegó ojo en toda la noche.
Se levantó de la cama, se soltó el pelo como sabía que le gustaba a Alex y se aseguró de que llevaba la chapa blanca que le correspondía a Él prendida en el collar. Vestida unicamente con el collar y la chapa salió de la habitación, dispuesta a cumplir su rutina de cada mañana en la casa haciendo el café y el desayuno para los Amos.
Alex ya estaba en la cocina cuando Esther entró; por alguna razón se había levantado más temprano, quizá para darle un repaso a unos papeles que tenía ahora desparramados ante sí sobre la mesa de la cocina. Se trataba de los evolutivos mensuales de los chavales internados en el centro donde Alex y Jen trabajaban; Alex tenía que presentarlos y cursarlos a la central en un plazo determinado y andaba un poco justo con la tarea, pero esto Esther no podía saberlo.
—Buenos días, Amo...—murmuró Esther tímidamente. Esbozó una sonrisa porque le gustaba ver a Alex con gafas; éste sólo se las ponía para leer y algunas veces para ver la televisión.
—Buenos días—Alex levantó la vista, saludó a Esther con su vozarrón habitual y le devolvió la sonrisa—¿Has descansado bien?
Se quitó las gafas y la miró de arriba a abajo, encontrando que Esther parecía demasiado seria o inquieta por alguna razón. No pudo evitar que los ojos se le fueran a los pezones de la chica, endurecidos porque hacía fresco en la casa a pesar de que él acababa de encender la calefacción. Se lamió los labios inconsciente e imperceptiblemente, olvidándose por un momento de los papeles sobre la mesa, centrando la mirada ahora en la chapa de color blanco que colgaba del collar de Esther. Sintió algo profundo, diferente a la mera cachondez animal -pero parejo a ella- cuando miró aquello.
—Sí, Amo—mintió Esther sin demasiada convicción.
Alex frunció el ceño. Sabía que la noche anterior Inti había estado zurrando bien a Esther. Maldito imbécil. Separó un poco la silla de la mesa y extendió el brazo dándole a entender a Esther que fuera a sentarse en su regazo.
—No me mientas...—susurró con voz ronca cuando ella tomó posiciones sobre él, todo lo recatadamente que era capaz teniendo en cuenta que iba desnuda y -como siempre- mojada.
—Lo siento, Amo...—Respondió bajando los ojos.
Alex suspiró, estrechó a la chica entre sus brazos y rozó su frente con la punta de la nariz. Le parecía que aún podía notar calor en las nalgas de Esther, ¿era eso posible? calor que se transmitía a sus muslos a través de la tela de los vaqueros que llevaba. Inmediatamente llevó una mano a la cadera de Esther para comprobar este fenómeno, constatando que era cierto: la piel de ella estaba tibia salvo en el redondo y marcado trasero. Tal vez necesitase un poco de esa crema que tenía Jen...
—Esther, oye. Creo que debes dormir más. Quiero que duermas más—rectificó para dar mayor valor a lo que pretendía ser una orden indirecta.
—Amo, me encuentro bien...
—No hace falta que prepares nada, el café ya lo he hecho yo.—Alex le beso la mejilla y la tomó por la barbilla con los dedos índice y pulgar, para girarle suavemente el rostro y poder mirarla de cerca—Tienes ojeras. Venga, te acompaño a la cama.
Esther fue a protestar pero se dio cuenta de que discutir no tenía sentido. Principalmente porque no quería hacerlo. La parte más sencilla de ceder el control y a la vez ganar control para con ella misma era mantenerse fiel a esa línea: ceñirse a obedecer y disfrutarlo. Confiaba en Alex, sabía que no quería hacerla daño, y tomaba cada orden -o cada sugerencia, dependiendo del caso- como un faro. Si Alex decía "a dormir", era a dormir, y punto. Y por otra parte, no podía negar que agradecería descansar. Llevaba madrugando toda la semana y también la anterior, y para ella -marmota total- esta rutina era dura de asumir.
Alex le dio unos toquecitos a Esther en el muslo para indicarle que se levantara.
—Amo...—Esther no vaciló en ponerse en pie pero cuando llamó a Alex lo hizo sin mirarle, con los ojos fijos en el suelo como si de pronto se sintiera avergonzada por algo.
Alex rodeó los hombros de la chica con un brazo. Aún sentía escalofríos internos cuando ella decía esa palabra en algunas ocasiones, especialmente cuando la pronunciaba como si fuera lo más natural del mundo.
—Dime—murmuró, estrechándola con su habitual torpeza contra sí.
—¿Puedo...pedirle algo?
En ese momento, Jen entró en la cocina. Dejó en una silla la mochila que acostumbraba a llevar al trabajo y sonrió a Esther.
—Hola, nena. ¿Te la llevas?—inquirió acto seguido, mirando a Alex que ya comenzaba a moverse hacia la puerta abrazando a la perrita.
El interpelado asintió.
—Me la llevo a la cama. Para que duerma—matizó.
Jen entrecerró los ojos con picardía y asintió.
—Ya veo. Pues me parece muy bien.
Esther sonrió sin pretenderlo. Aún se sentía tímida a ratos caminando desnuda por la casa delante de los Amos, y esa timidez se juntaba con lo cachonda que le ponía todo lo que ello conllevaba: ir desnuda significaba que era Suya, de Ellos, siempre dispuesta y accesible, siempre a mano para lo que quiera que se les pudiera apetecer. Ahora sentía que los amables ojos castaños de Jen se clavaban en su cuerpo y lo recorrían con avidez, literalmente lo sentía porque aquella mirada era como un velo de electricidad estática sobre la piel. Se mojó más.
—Buenos días, Amo Jen.
—¿No me saludas hoy?—sonrió el aludido.
Ella enrojeció ligeramente.
—Claro, Amo. Perdóname.
Se irguió sobre las puntas de los pies y beso la comisura de los labios de Jen sin despegarse de Alex, dando a su Amo más afectivo el saludo de rigor.
—Nada que perdonar—respondió éste tras corresponder al beso.—Descansa bien, nena.
No quería entretenerla, fuera lo que fuera lo que se proponía Alex hacer con ella en la habitación. En cualquier caso era el día de Alex y Alex mandaba, así que mejor era quitarse de en medio. De todas formas, por añadidura, él mismo iba con el tiempo justo para prepararse para el trabajo.
Alex guió a Esther por el pasillo hasta la habitación que ella normalmente ocupaba. Pasaron de largo el cuarto que Inti compartía con Alex; se escuchaba ruido de pasos y cajones siendo abiertos a través de la puerta entornada, pero lógicamente Esther no se asomó a mirar por mucho que le doliera pensar en que ya no le vería hasta la noche.
—¿Qué ibas a pedirme, Esther?—inquirió Alex una vez entraron a la habitación y hubo cerrado la puerta tras de sí.
—Ah, pues... verá, Amo. Yo... quisiera...—Esther se dio cuenta que decir aquello le iba a costar. En el pensamiento parecía más facil cuando le había dado vueltas la noche anterior, pero ponerlo en palabras se sentía como escalar una montaña.
—Sí, dime—la alentó él. La tomó de la mano en un gesto que podría resultar cómico de tanto cuidado como se tomó al tocarla, como si temiera que ella se fuese a romper, y la llevó así agarrada hasta la cama. Hizo una leve presión para indicarla que se sentara y tomó asiento él a su vez, a su lado sobre el colchón.
Esther se sentó sin querer mirar a Alex y tomó una profunda bocanada de aire.
—Amo...—dijo tras exhalar despacio, aún sin querer levantar la vista—yo...quisiera... ir a ver a un... a un... —maldita sea, la palabra se le atragantó o algo parecido; tragó saliva, intentó de nuevo relajarse y al final atinó a formularla—a un psicólogo. A un psicólogo, Amo.—ratificó por si no se había expresado con bastante claridad.
Alex parpadeó y ladeó levemente la cabeza. De todas las cosas que podía haber dicho Esther, no se había esperado nada como aquello... pero una vez formulado no le sonaba en absoluto descabellado, en realidad.
—Bueno, yo podría...—se tomó unos segundos para ordenar ideas en su cabeza. Sí, él había estudiado psicología pero desde hacía tiempo ejercía en un campo muy específico, y por otra parte se imaginó que Esther se refería a una ayuda externa, fuera de la casa y del ambiente "familiar".—podría ayudarte con eso—concluyó. Sin saber muy bien por qué sentía de pronto una plomada de peso en el pecho—pero, ¿te encuentras mal, Esther?
Se pregunto si a la chica le sucedía algo grave. Normalmente, cuando alguien decía "quiero ir a un psicólogo" quería decir "necesito ayuda", y esto ocurría cuando la persona por lo que fuera no podía manejar alguna situación ella sola. ¿Se sentía sola, Esther? Y si era así, ¿qué podía hacer él?
Ella negó con la cabeza para responder a la pregunta del Amo.
—Estoy bien, Amo. Solo siento que quisiera... —suspiró y agachó la cabeza—no lo sé. Entender. Encontrarme. Creo.
Alex la escuchó y reflexionó durante algunos segundos. Desde luego no le parecía incorrecto lo que pedía Esther, ni improcedente, ni siquiera extraño. Y no veía motivo para negárselo, cuando además él podía facilitarle algún contacto conocido de la facultad.
—Mi profesor de Psicología del Desarrollo pasa consulta cerca de aquí—dijo mirando a Esther con aire pensativo—se dedica sobre todo al manejo de la ira en niños y adultos, pero es un buen tipo y sabe bastante. Tal vez podría verte o recomendarte a alguien...
A Esther se le iluminó la cara. Si alguien le hubiera dicho años atrás que se sentiría feliz de poder ir a la consulta de un psicólogo en un futuro, sencillamente no se lo hubiera creído.
Su expresión de alegría fue notable porque Alex rió.
—Oh, ¿de verdad, Amo? ¿me permite que vaya?
—Sí, claro. Te pido cita y te acompaño, si quieres.
Olvidando todo protocolo, Esther se lanzó sobre Alex y le echó los brazos al cuello.
—Gracias, Amo. Gracias, gracias, de verdad...
—No me cuesta nada—repuso este, absorbiendo el abrazo como pudo. En lo que a tema económico se refiere tal vez pudiera ajustar un precio con Daniel Cross, su profesor, pero fuera como fuera él se lo pagaría. Después de todo una sesión o dos a la semana tampoco podía costar mucho.—¿quieres que se lo diga a Jen y a Inti o prefieres mantenerlo en la intimidad?
Esther reparó en que no había pensado en eso, o más bien había dado por hecho que por lo menos Inti no se enteraría. También se dio cuenta de que Alex era, sin duda, el único de sus Amos que le pasaría la pelota en algo así. No veía a Inti y a Jen dandola a elegir entre guardar algo en secreto o no.
—Pues... —se sentía una traición hacia sus otros dos Amos decir aquello, pero era lo que sentía—Amo, no me importaría si el Amo Jen se enterase, pero... el Amo Inti... preferiría que no lo supiera.
Como ella esperaba, Alex no puso objeción y asintió con la cabeza.
—Estupendo. Ningún problema.
No le parecía mal la decisión de Esther sobre no decirselo a Inti; lo entendía perfectamente, y a decir verdad le descargaba. Si Inti se enteraba de que Esther había comenzado a ir a un psicólogo quizá pondría el grito en el cielo simplemente por el gasto que las visitas generarían: "está viviendo de gratis y encima esto", le pareció estar oyéndole a Alex. Sí, decididamente era mejor que Inti no lo supiera, tampoco se cortaría un pelo en decir lo que pensaba de los psicólogos -ya le había oído Alex alguna vez soltar alguna que otra perla- y eso podría hacer daño a Esther. Por estas y otras razones, a Alex le pareció genial guardarlo en secreto y se alegró de que Esther le hubiera escogido a él para depositar su confianza a ese nivel.
—Gracias, Amo...—murmuró ella, roja como un tomate.
—Pero Esther, una cosa. Tienes que dejar que te acompañe—le dijo en tono calmado al tiempo que le colocaba la mano derecha en el hombro para apartarla un poco y mirarla a la cara—Es mi única condición.
Ella asintió sin vacilar.
—Por supuesto, Amo.
—Bien.—Alex sonrió aún sin tenerlas todas consigo. Sentía preocupación por Esther, por mucho que ella insistiera en que todo estaba bien. Maldita sea, uno no quiere ir a un psicólogo cuando "todo está bien", ¿cierto? No sabía. No tenía ni idea de lo que le podía estar pasando a ella por la cabeza... pero sabía que Daniel era un hombre con sentido común y un buen profesional, y eso le tranquilizaba. A ese respecto, un buen soporte siempre le vendría bien a Esther, algo externo donde apoyarse, o alguien que la escuchara y quizá pudiera enseñarle herramientas para ser más feliz y no putearse tanto a sí misma. En definitiva, eso era lo que le dijo Alex a Esther aquel día que la rescató de su vida de indigente de lujo, ni más ni menos.
Esther rozó la pierna de su Amo tímidamente y, sabiendo que no le molestaría una muestra más de afecto, se acurrucó contra él.
—Amo, se lo agradezco tanto. ¿Hay algo que pueda hacer para mostrarle lo mucho que se lo agradezco?...
Su voz iba cargada de vicio, pero ella lo había dicho de corazón. Realmente agradecía a Alex que le permitiera ir a ver a un profesional, que le facilitara el contacto, que le guardara el secreto, que quisiera acompañarla... y eso que Alex tampoco se podía imaginar cuál era el motivo real para que Esther buscara ahora ese tipo de atención.
Alex resopló, dándose cuenta de las intenciones de su perrita. Ojalá pudiera quedarse allí con ella, pero lamentablemente tenía toneladas de trabajo atrasado y los malditos informes aún por completar. Aquella misma tarde tenía guardia aunque sólo cubriendo el turno de la tarde; tampoco disponía de mucho tiempo extra porque entraba a las tres a trabajar.
Evidentemente todo eso daba igual. Estaba ya medio empalmado en los pantalones desde hace rato, enjaulado, excitado como siempre que estaba con Esther. El sólo hecho de verla, su desnudez, su devoción... todo eso le tenía en un estado de tensión más o menos uniforme a lo largo del día, si estaba en casa. Le parecía que hasta olerla le ponía cardiaco y que podía olfatear su coño de perrita a distancia cuando ella andaba por allí.
—No te preocupes...—Se obligó a decir, rodeándola con los brazos y sin poder evitar darle un muerdo suave en el cuello. Ella se estremeció contra su pecho y se apretó más aún junto a él buscando calor en el piel contra ropa.
—Amo, quiero complacerle...—murmuró en la clavícula de Alex, empapándose del olor de su piel.
Él se removió contra ella y gruñó.
—Nena, me encantaría... pero tengo trabajo...
Esther se mordió el labio. Ciertamente se había calentado mucho pensando que Alex iba a tomarla allí en la cama, o en el suelo, en virtud de aquel pago en especias que ella había trazado en su cabeza sin preguntar. Había dado por hecho que él querría algo así... ahora que él le había dicho que debía marcharse ella se encontraba desubicada y con el coño ardiendo. Se le pasó por la mente la idea de provocar a Alex; se preguntó cómo reaccionaría él ante una pequeña travesura, o ante un intento por parte de ella de retenerle, o si le ponía las tetas en la cara para calentarle más. Era mucho arriesgar, y sabía que con Inti o con Jen no le saldría hacer algo como eso; sabía que no era del todo correcto o eso sentía, pero la idea de jugar a provocar a Alex hacía que el coño le palpitara sabía dios por qué. Quizá porque Alex era el más primario y animal de los tres: un predador, y eso le hacía a ella sentirse su presa.
Alex se moría de ganas de saltar sobre ella en la cama y hundirse en su cuerpo, pero sorprendentemente logró mantenerse estoico y no cedió a las provocaciones de Esther. Ella tampoco insistió demasiado cuando comprobó que él seguía fijo en su idea de marcharse.
—Qué pena, Amo. Qué soso.
Ella misma se quedó de piedra cuando se escuchó decir aquello. Si le hubiera dicho eso a Inti éste le hubiera vuelto la cara del revés de una bofetada, eso seguro, pero Alex simplemente puso cara de extrañeza y luego se rió.
—No puedo calentarme, no debo, en serio.—Si no presentaba esos condenados informes a tiempo hasta podría peligrar su puesto de trabajo, y no podía permitirse ese riesgo—pero cuando vuelva de la guardia ya verás lo que el soso te va a hacer.
Esther rió como una niña.
—Lo que el soso quiera, Amo.
Alex negó con la cabeza sin dejar de sonreir como si estuviera contemplando a una colegiala incorregible.
—Lo que el soso quiera, sí. Ahora quiere que te metas en la cama, venga. Llamaré a Daniel Cross en un par de horas y le pediré cita para cuando pueda verte, ¿ok?
Esther hizo un movimiento afirmativo con la cabeza.
—Gracias, Amo.
Obediente, gateo sobre el colchón para meterse bajo las mantas como Alex le había dicho que hiciera.
—Venga. Descansa unas horitas más. No te pongas el despertador—añadió, inclinándose para darle un trémulo beso en la frente tratando de no pensar en sus voluptuosas formas—quiero que duermas todo lo que necesites.
—Gracias, Amo... ¿tengo permiso para tocarme y correrme antes de dormir...?
Alex la miró largamente, sopesando en serio si lanzarse sobre ella o salir por fin del cuarto. Conocía las maneras de Esther o las empezaba a distinguir; sabía que si Esther había dicho algo como eso era porque estaba muy cachonda y porque sentía que lo necesitaba de verdad.
—No.—Algún lado perverso de sí mismo, en cierto sentido cruel pero inocente a la vez, le hizo dar esa respuesta sin saber muy bien por qué. Inmediatamente se sintió excitado al decir aquello, con la sensación de poder que otorgaba mandar y disponer sobre los orgasmos de la perra.—Lo siento, tendrás que aguantarte hasta la noche—replicó con un guiño trapero y a continuación, sin querer dilatar más su estancia allí, salió de la habitación.
Sabía que Esther le obedecería, o si no, si por cuenta propia decidía desobedecer, se lo diría rogando ser castigada. Ambas posibilidades le ponían salvajemente cachondo.
Cuando regresó a la cocina Jen ya se había ido e Inti parecía estar a punto de salir, apurando un café solo al filo de los minutos que le quedaban según su comunmente apretada agenda.
—Unos follan y otros han de levantar el país—bromeó el rubio mirando a Alex, sabiendo que venía de la habitación de Esther.
—Ja,ja—a Alex le jodió reirse pero no pudo evitarlo.—¿Y quienes son los que follan?—inquirió elevando una ceja.
Inti soltó una carcajada, al parecer estaba de buen humor aquella mañana.
—Yo no. Pero sólo por falta de tiempo.
—Ya...
Alex se sentó de nuevo ante aquellos papeles que le estaban volviendo loco y se puso las gafas. En parte deseaba que Inti saliera ya de la cocina y se fuera a trabajar para así poder concentrarse de una maldita vez.
—¿Sabes por qué estuve marcándola ayer tan duro?—murmuró de súbito Inti, avanzando hacia la mesa para dejar su taza y apoyándose sobre el tablero para contemplar a Alex más de cerca.
El interpelado se tensó inmediatamente, entendiendo que como no podía ser de otro modo Inti se refería a Esther.
—Sorpréndeme—respondió en tono más bien agrio, sin apartar la vista de sus papeles—¿por qué?
El demonio rubio sonrió con cierta suficiencia y desvió los ojos hacia otro lado, como escogiendo en su mente las palabras que a continuación diría.
—Porque... hay un cambio de planes. Mañana la llevo al local—añadió, enfocando de nuevo los ojos afilados en Alex con un brillo divertido en la mirada.—Y quiero presumir.
Alex frunció el ceño y esta vez sí devolvió la mirada a Inti, pero a diferencia de lo que ocurría con éste a él no le hacía ni pizca de gracia el argumento.
—¿Mañana? Mañana es día de diario, Inti.—sobre lo de presumir no comentó nada; no sabía exactamente de qué pretendía presumir Inti pero eso le había sentado como una patada en el estómago.
—Tengo puente, ¿no te lo dije? me deben días. Y me han invitado al local. Nos han invitado—rectificó al momento—claro que no sé si será compatible con tu horario del trabajo. Jen se pasará un rato.
Alex se quitó las gafas y se frotó los ojos. Inti le estaba dejando anonadado.
—Estupendo, ¿y cuándo pensabas decírmelo?
—Te lo estoy diciendo ahora, cabeza hueca.
—Oh, sí. Con cuánta antelación—dijo Alex, elevando el tono de voz sin darse cuenta.
De modo que Inti quería llevarse a Esther al local, a solas. Porque el hecho de que Jen fuera a "pasarse un rato" implicaba que éste no iba a quedarse allí. Alex comenzó a sentirse muy cabreado sólo con imaginarse a Esther en ese antro a solas con Inti. No eran celos lo que sentía, sino miedo; le asustaba que a ella pudiera pasarle algo con Inti y quién sabía cuántos más descebrados cuando además él no estaría ahí.
—Me imaginaba que no querrías venir—Inti sonrió más, rectificó su posición y se encogió de hombros.
—No he dicho eso.
—Oh, ¿entonces vendrás?
Inti se movió para coger su maletín al tiempo que consultaba algo en su teléfono móvil.
Alex volvió a gruñir entre dientes. Le jodía que Inti le tratase de ese modo, como si él no tuviera nada que decir en cuestión de llevarse a Esther felizmente de un lado a otro.
—Mañana es el día de Jen—replicó sin responder a la pregunta, cayendo en la cuenta de ésto.
—Ah, sí. Bueno, ya lo hemos hablado Jen y yo.
El rubio guardó el movil, se colgó el maletín del hombro y se dispuso a abandonar la cocina dejando a Alex con un palmo de narices.
—¿no se supone que esas cosas deberíamos decidirlas entre los tres?—resopló éste, haciendo un esfuerzo extra para mantenerse diplomático.
Inti puso cara de estar procesando la pregunta en su cabeza, aunque se notaba a la legua que tenía muy claro lo que iba a contestar.
—Ahm... no. No realmente.
Sonrió a Alex y, tras decir esto, dijo adiós y salio por la puerta de la cocina con la hora pegada a su precioso culo.