hogar (completo)
—¿Vas bien, cariño?—Jen pasó un brazo en torno a los hombros de Esther y la apretó contra su cuerpo mientras caminaban calle abajo—¿Puedes andar?
Estaba a punto de amanecer y los cuatro acababan de salir del Noktem. Iban en dirección al coche, aparcado justo al final de la calle. El emplazamiento del Club se podía considerar privilegiado a la hora de pasar desapercibido, pero, lamentablemente, dicha ubicación no permitía la comodidad de un parking propio, y había que buscarse la vida para estacionar. Con suerte, al menos habían encontrado sitio en la misma manzana al momento de llegar.
Esther sonrió, acurrucándose como pudo contra el cuerpo de Jen. Le daba la sensación de no poder cerrar las entumecidas piernas, como si la hubieran estado dando por el culo durante horas... cosa que era exactamente lo que había pasado, pues el plug de la cola de burro no había tardado en ser sustituido por la gloriosa polla de quien ahora la ayudaba a caminar, y después por la de Alex. Corrida sobre corrida, la habían roto y llenado; la habían desbordado de semen, amor y ganas, qué inmenso placer. Pero no todo se sentía como miel sobre hojuelas en el mundo mágico del pequeño pony...
—Sí, Amo. Te quiero.
Sus articulaciones protestaban tras la forzada postura sobre el potro. Sus piernas hormigueaban aun, y su marcado trasero dolía irremediablemente al enfriarse. Sólo la había azotado Inti, pero lo había hecho con tal ferocidad que ahora Esther no podía sino recordarlo a cada paso. Había llegado a llorar bajo la capucha durante el castigo, aunque no por ser la primera vez que estaba segura de no merecerlo.
—Oh, mi pequeña. Yo también te quiero. Te quiero mucho.
El corazón de ella dio un vuelco en carne viva.
—Amo... ¿me porté bien?—preguntó en un hilo de voz.
No era que tuviera miedo de haber hecho algo mal. Sabía bien que Alex y Jen habían disfrutado de su cuerpo -casi tanto como ella de las respectivas pollas de ambos- y eso la hacía sentir feliz de esa manera íntima que ya estaba empezando a reconocer, pero tenía el sentimiento de no haber complacido a Inti. Había escuchado muchas cosas desde el potro y sabía que el rubio había desplazado su atención hacia otros frentes, pero, privada de la vista como estaba, le faltaban unas cuantas piezas para entender aquel puzzle. Eso por no mencionar que cualquier persona se enteraría de poco en una situación así, desnuda y encaramada a un potro de tortura y disfrute, ni aun cuando hubiera gente discutiendo a dos pasos.
Jen sonrió y se pegó a ella mejilla contra mejilla. Caminaba despacio a su lado, sosteniéndola, dejando que Inti y Alex avanzaran unos pasos por delante. A juzgar por cómo gesticulaba Alex, esos dos iban discutiendo, aunque hablaban en un tono de voz tan bajo que ni Jen ni Esther podían oírles. El rubio caminaba encogido sobre sí mismo, con las manos en los bolsillos, probablemente respondiendo con monosílabos a la arenga del otro.
—Claro que sí, cariño. Te has portado muy bien.
En realidad Esther estaba preguntando algo así como "¿he dado la talla?" o "¿he sido lo que esperabais?", o incluso "¿estás orgulloso de mí, Amo?" ("¿estás orgulloso de que yo sea tuya?"). Pero quizá estas eran formas demasiado atrevidas para verbalizar su inquietud, y formularlo así, a pelo con las palabras exactas, daba vértigo.
Seguía aturdida y de alguna forma en regresión, sintiéndose aun como una niña desnuda, poco a poco saliendo del trance que algunos en el mundillo llamaban "subspace". Temía no controlar demasiado lo que decía tras aquel viaje: había sido algo así como una ensoñación estando despierta, algo como el sueño (muy real) de su propia esencia dentro y fuera del cuerpo, entre cielo e infierno tras un vuelco definitivo de la psique. En aquel trance, durante el tiempo que ella pasó sobre el potro en el Tres Calaveras, las sensaciones se habían mezclado con los sentimientos y el cuerpo se había abandonado por fin a la deriva, fragmentado y entero al mismo tiempo. El dolor se había sentido hasta la médula y la vez atenuado, confundiéndose con con colores en la mente, con secretas pinceladas de un placer particular que sería imposible alcanzar de cualquier otro modo. Su corazón se había expandido y su propia esencia creció hasta quedar reducida a cenizas y a latido; a cenizas y a latido de nuevo, muriendo y naciendo a cada paso. "Polvo soy, mas polvo enamorado". No se podía salir de ese estado de un minuto a otro (ni se debía).
Debido a su naturaleza curiosa, Jen sabía de ese estado de "trance" que podía alcanzar una persona del rol sumiso durante una sesión. Nunca lo experimentaría (le producía miedo sólo de imaginarlo), y en su pasado jamás había vivido nada ni remotamente parecido, pero había leído sobre ello. El "subspace" era el privilegio del valiente sumiso, el territorio que el Dominante jamás se permitiría pisar al no perder nunca el control. Una persona de rol Dominante tenía otro tipo de vivencias y privilegios pero no la deriva, no ese estado. Jen podía imaginar la experiencia de Esther... al menos lo bastante para entender que ella no podía ser empujada con brusquedad de nuevo a la normalidad, y por eso se centraba solo en ella ahora, evitando contaminarla con factores externos como lo que había sucedido fuera de su vista junto a la tarima del potro. Intuía que Esther tenía que sentir algo más que curiosidad por la que se había liado en el Tres Calaveras con Inti, Silver y Ballesta... pero bueno, ya habría tiempo de hablar de todo eso más tarde, si procedía.
—Me da igual. He dicho que conduciré yo—sentenciaba Alex unos metros por delante, mirando a un hierático Inti. En efecto, ambos iban discutiendo tal y como se había imaginado Jen.
—¿Vas a quitarme las llaves?
—Pues mira. Si hace falta, sí—el tono en aquella réplica no dejó lugar a dudas de que Alex lo haría.
Esther no era muy consciente de la tensión en los hombros del rubio que caminaba por delante de ella, ni tampoco de cómo Alex respondía exaltado. Lo veía, sí; desde donde estaba veía lo mismo que Jen, pero tal vez a ella le era imposible centrar la atención hasta el punto de ponerse a pensar en ello porque, sencillamente, aun estaba aterrizando en aquella calle desierta. El mundo volvía a amueblarse gradualmente ante sus ojos, y lo más cercano, lo que era palpable y más real en aquel momento, era el brazo de Jen.
Estaba aún aterrizando, y sin embargo su mente bullía. El embotamiento era solo aparente, externo. Por dentro se sentía rápida y lúcida aunque sus pensamientos se hallaran aun lejos de allí.
—Amo, ¿puedo abrazarte?
—Claro, cariño.
Esther sonrió y, sin dejar de pensar y pensar en un sinfín de cosas, deslizó el brazo en torno a la cintura de Jen mientras caminaba, cerrando cualquier vía por la que pudiera colarse la mínima brizna de aire entre los costados de ambos. Enredó los dedos en una de las trabillas del cinturón de los vaqueros de Jen y sin darse cuenta tiró de ella cuando su brazo se relajó.
Por alguna razón miró hacia arriba en aquel momento, y de pronto sus ojos tropezaron con el pequeño cartel azul en el que se podía leer con claridad el nombre de la calle. "Calle Calvario", vaya, no le costaría retener ese nombre en la memoria, desde luego que no. Como también sería fácil de recordar el nombre de la estación de metro junto a la cual pasaban justo ahora: "Alejandro Magno". Qué decir... pensó que aquellos nombres parecían hechos para ella, del mismo modo que al enamorado promedio le parecería que todas las canciones de amor hablaban de él.
—Allí está el coche—murmuró Jen al oído de Esther, señalando el vehículo negro con la barbilla.
Alex e Inti ya estaban junto al auto, aunque ya no parecían estar discutiendo. Realmente, Inti no tenía fuerzas para rebatir nada y Alex, por su parte, seguía con fuerzas de sobra. La verdad era que la determinación del nadador podía resultar arrolladora cuando se le metía algo entre ceja y ceja, e Inti, por contra, parecía terriblemente fatigado en aquel momento. De hecho, al rubio se le veía como si hubiera salido de trabajar toda una jornada en una fábrica o en una mina, y no precisamente como si regresara de un feliz rato de esparcimiento sexual.
Aun maravillado de que Inti le hubiera dado las llaves sin resistencia, Alex desbloqueó el cierre centralizado y esperó a Jen y a Esther antes de abrir las puertas del coche.
—¿Te encuentras bien, Esther?—Jen la abrazó más fuerte. De pronto la muchacha parecía haberse quedado obnubilada.
—¿Eh...?
—¿En qué estás pensando...?
("Calle Calvario". "Metro Alejandro Magno")
—En... en nada, Amo.
No era cierto. Desde hacía horas llevaba barruntando una idea extraña, pegajosa, a buen seguro mala. No podía sacársela de la cabeza, ¿por qué le resultaba tan profundamente atractiva? ¿por qué tan tentadora de pronto? sin duda habría razones, pero, desde luego, ni en sueños podría llevar a cabo esa locura. De cualquier modo, aunque se tratara solo una idea que nunca fuera a realizar, no iba a compartirla con Jen... ni con nadie. Cualquiera de los chicos la tomaría por loca si lo hacía, eso lo daba por hecho.
—Esther...—el tono de voz de Alex siempre cambiaba cuando se dirigía a ella. Él no se daba cuenta, pero para el resto del mundo era una evidencia de un tiempo a esta parte. Le hablaba en voz baja y algo vacilante gracias al devastador sentimiento de culpa que no le abandonaba.
Ella sonrió, sin embargo, sin ser consciente de ese matiz. Le encantaba la voz de Alex cuando se volvía suave, y en el fondo adoraba cómo él se esforzaba en moderar sus maneras de cara a ella. Incluso le gustaba que fuera torpe. Tal vez podríamos decir -en términos románticos convencionales- que se estaba empezando a enamorar de todas esas cosas: de su torpeza, de su voluntad de no dañarla, de su empeño por protegerla aun sabiendo que ella disfrutaba según que cosas.
—Hola...—sabía que a Alex no parecía gustarle mucho que le llamara "Amo", así que le saludó de esa manera, aun abrazada a la cintura de Jen.
—Hola. ¿...estás bien?
Tono abrupto, casi cortante de la pura inquietud. La veía sonreír y eso le tranquilizaba, pero no lo suficiente.
—Sí, muy bien... gracias... gracias por preguntar, Alex.
Dudo por un momento si emplear la maldita palabra, sólo porque Inti estaba allí. Y se sentía como fallarle indirectamente, o algo parecido, llamar al otro por su nombre en lugar de "Amo". Se sentía como traicionar el pacto inicial que tenían... pero, en el último momento, Esther eligió la palabra "Alex" porque no quería que este barbotara algo como "deja esa mierda" o réplicas por el estilo si le llamaba Amo, cosa que probablemente originaría conflicto por disparidad de opiniones. Y, además... veía a su Amigo alterado ahora desde más cerca, aunque no llegaba a atar cabos para imaginar por qué.
Inti gruñó pero no comentó nada. Abrió la puerta del copiloto y sin más ocupó el asiento correspondiente junto a Alex, quien finalmente conduciría de regreso a casa. Al parecer habían alcanzado aquella resolución de forma pacífica sin que ninguno de los dos hubiera tenido que llegar a las manos; todo un triunfo para ambos, sin duda.
—Vamos, perrita...—susurró Jen, ayudando suavemente a Esther a acomodarse en el asiento de atrás, entrando él a continuación para sentarse a su lado—Ven aquí.
Cerró la puerta del coche, se giró hacia ella y la tomó por detrás de las rodillas para colocarle las piernas sobre su regazo. Por una parte quería asegurarse de que ella estaba cómoda estirando las piernas, y por otra no podía negar que la confianza y la obediencia de su perrita humana le tenían aun en celo, y quería sentirla cerca.
Inexplicablemente, había salido del Noktem con la polla semidura después de la sesión, aun con las sensibilidad a flor de piel, ¿acaso el cuerpo le estaba pidiendo más? ¿había luna llena o algo así?
Alex puso el motor en marcha e Inti se repantingó en el asiento del copiloto. Jen colocó la mano derecha sobre el muslo de Esther, directamente sobre la piel porque esa zona no estaba cubierta por las medias con liguero que ahora llevaba. Sabía que ella no llevaba bragas y eso le hizo estremecer a medida que estiraba los dedos, rodando las yemas en caricias tenues y aparentemente distraídas bajo el borde de su falda. "¿Estará aun mojada?" la pregunta cruzó fulgurante su cabeza. Pensó también en que planeaba rasurar ese adorable coño en los días venideros, y la sola idea bastó para ponérsela dura del todo.
Lejos de darse cuenta de la excitación de Jen, Esther cerró los ojos y se rindió a sus caricias, reclinándose contra el respaldo del asiento. Incluso se le escapó un murmullo quedo de gusto cuando se relajó. En cierto sentido, estar con Jen era especial porque se sentía como... como estar... ¿en familia?
Sí. Eso era.
Esther había oído algunas veces eso de que uno no elige a su familia. En cuanto a lo que se entiende por familia biológica, eso era cierto, pero claro... al final la cuestión es que uno sí terminaba eligiendo a su verdadera familia. Uno elegía a sus seres queridos más próximos, independientemente de las líneas de sangre.
Había conocido a los chicos hacía relativamente poco, sí, pero... qué decir de la familia biológica de Esther, a cuyos miembros ella conocía (literalmente) de toda la vida. ¿Echaba ella de menos a sus padres? no lo sabía. Se daba cuenta de que quizá, en un recóndito rincón de sí misma, sí que les extrañaba... aunque habían resultado ser otras personas las que le habían hecho sentir "calor de hogar" con mínimos gestos, fuera de su casa, irónicamente. Esas personas habían sido Alex y Jen... aunque en ese sentido todo con Jen fluía más cercano, ya que Alex parecía tener a veces un muro de amianto levantado a su alrededor.
Quizá Esther echaba a ratos de menos a sus padres, o quizá ya no pensaba tanto en los errores de éstos. Qué cosas. Tal vez, si los problemas tenían soluciones, los errores de unos padres no eran tan importantes. Tal vez si dejaba de pensar tanto en los errores podría ver las pequeñas cosas que merecían la pena, si es que las había. Tal vez podía enfocar todo de esta forma ahora por estar despertando, por darse cuenta de que tenía derecho a hacer cosas, de que era capaz de hacer cosas. Tal vez tenía algo que ver la visita a Daniel Cross, tal vez no.
Daniel. Jordan. Los ojos de Alex colisionando con los suyos a través del espejo retrovisor. "Calle Calvario, metro Alejandro Magno". De pronto, sintió los dedos de Jen escalando por la parte interna de su muslo bajo la falda.
—Ah-h...—levantó la cabeza hacia él y le miró con cara de susto sin poder evitarlo.
—Lo siento, nena. Tienes que estar agotada...
Los dedos de Jen se detuvieron, pero no retrocedieron. Ella le enfrentó la mirada, luego sus ojos bajaron hasta el brazo y la muñeca que se perdía por debajo de la falda. Oh. No podía ver su mano...
—Amo... —quería decirle "te quiero" otra vez por puro impulso, y le sonó estúpido. No, no dejaría que se le fuera la fuerza por la boca por mucho que a Jen le gustara oírlo... Tenía miedo de que él pensara algo raro por escucharla decir aquellas palabras tantas veces, a pesar de no tener, aparentemente, problema alguno con las expresiones de afecto. Sin darse cuenta, había empezado a jadear.
La mano de Jen se mantuvo donde estaba con aparente tranquilidad. La mente le iba a mil, sin embargo, proyectando una tormenta de imágenes y sensaciones.
—Dime, tesoro.
Él también respiraba rápido. Esther podía sentir su acelerado aliento en el rostro cuando él se inclinó sobre ella rozándole la mejilla con su cabello. Parecía que estaban a punto de compartir un secreto importante dentro de su propio universo (el universo de ambos); nada ni nadie perturbaría aquella paz...
—Nada, Amo. Perdona.
—¿Por qué te disculpas...?
Jen estiró los dedos y rozó por un momento entre los inflamados labios mayores de su perra. Oh, hubiera jurado que podía sentir el calor que emanaba de aquella hendidura... "¿estará aun mojada?" "seguro que lo está".
—No lo sé, Amo.
No lo sabía, en realidad no. Se dio cuenta de que estaba arqueando la espalda y moviendo las caderas hacia la mano de Jen, buscando más contacto. Él sonrió y deslizó los dedos por fin en su humedad.
—Mírame, Esther.
Ella obedeció, y un escalofrío de deliciosa vergüenza recorrió su columna vertebral cuando él empezó a masturbarla mirándola a los ojos.
—Si aguantas lo que dura el viaje sin correrte, te como el coño y el culo al llegar a casa—musitó Jen a milímetros de su boca. Jadeó y le lamió los labios—¿crees que aguantarás?
—No lo sé, Amo...
Había empezado a moverse al pulso del placer que le daba aquel dedo en su coño. Jen había encontrado su clítoris y lo frotaba muy despacio, casi perezosamente, sólo por provocar.
—Qué cochina y qué mojada...—chasqueó la lengua, regañándola en tono juguetón— ¿Cuántas veces te has corrido hoy?
Esther gimió y las manos de Alex se crisparon en el volante. Claro, esos dos estaban haciendo "cosas" ahí atrás, cómo no. En verdad le jodía, bastante más que ver a Esther gozarse la polla de Jen en el potro, ¿por qué? quién podía saberlo.
—...Siete. Siete veces, Amo.
—¿Siete veces en el potro?
—Sí...
Estaban hablando en susurros, pero, dado que Inti y Alex guardaban silencio, parecía que todo sonido se amplificaba en el habitáculo del coche. Realmente, el rubio no estaba prestando mucha atención a la masturbación que tenía lugar en los asientos traseros; de otro modo ya habría intervenido para decir, con su habitual suficiencia, lo mucho que le asqueaban aquellas "moñeces".
—Vaya, perra. Eso tiene que ser agotador...
Esther se retorció sobre el asiento, separando las piernas.
—Ngh. sí, Amo...—desde luego que lo era.
Él había empezado a mover su dedo más rápido, masajeando el endurecido clítoris de lado a lado, cambiando de dirección, trazando círculos sobre él. La falda de Esther se había levantado y ahora ella podía ver claramente aquella mano trabajándose su sexo con la caña justa, aun dubitativamente provocadora. De forma inevitable, comenzó a dar pequeños botes con el culo al aire sobre el asiento, pidiendo más y gimiendo de nuevo cuando sintió la tapicería como lija sobre la castigada piel.
—Oh. ¿Quieres que pare?
—N-no...
—¿No qué, zorrita?
Paró de masturbarla para darle un suave cachete en el coño.
—No, Amo.
—Así me gusta.
Esther cerró los ojos y dejó que Jen continuara pajeándola, de nuevo con despiadada lentitud. Echó la cabeza hacia atrás y se acomodó sobre el asiento, físicamente agotada pero abierta, mojando la tapicería del sofá de un modo que le hubiera dado pudor si no fuera presa del cansancio.
Durante los minutos que siguieron, Alex se obcecó en mirar a la carretera mientras conducía con una tensión equivalente a la que sentiría Bruce Banner antes de transformarse en Hulk. Inti parecía más relajado, aunque había rotado su cuerpo hacia la ventanilla como si no quisiera saber nada del resto del mundo, los ojos cerrados y la frente contra el cristal.
—Perrita, ya estamos llegando.
—Amo... fóllame...
Necesitaba sentir aquel dedo dentro para aliviar las desaforadas palpitaciones de su coño. Quería amoldarse a él, latir contra el huesudo contorno, empaparlo y calentarlo en su cuerpo.
—Shh... ¿eso quieres?
—P-por favor...
Alex tomó una curva cerrada de manera un tanto violenta, pero logró rectificar el coche en seguida para meterse ya en las inmediaciones del barrio donde vivían. Mierda, quedaban pocos minutos para llegar a casa, y el cabrón la iba a hacer correr...
—¿Qué más cosas quieres?—murmuró Jen acalorado, acercándose para bajar aun más la voz, la punta de su nariz rozando el pómulo de Esther—dímelo al oído, zorra...
—¡Mnnh!
—Vamos...—la estaba frotando rápido de pronto, muy rápido, pero paró para meterle el dedo de golpe hasta los nudillos. Ella apretó los labios para tragarse un largo gemido gutural, su cuerpo tensándose como la cuerda de un arco—dímelo...
Se correría antes de llegar a casa, al oír aquello Esther lo supo. Se correría tan fuerte que le mearía el dedo a Jen, o eso parecería.
—Que me folles el culo y el coño, Amo...—jadeó al oído de él, vencida—que me comas, y lamer tu ombligo... comerte la polla y los huevos, y tragar toda tu leche...
—¿Lamer mi ombligo?—a Jen se le quebró una pequeña risa en jadeos. Aquello le hizo gracia, y ver a Esther así le puso demasiado cachondo. Empezó a mover las caderas contra ella, contenido, mientras metía y sacaba el dedo de su coño como ella pedía.
—Amo... Amo, Amo... por favor, ¿m-me puedo correr?
—Mmmh. No sé—rezongó él, haciéndose de rogar—¿por qué no se lo preguntas a Alex?
Joder. Era verdaderamente un demonio. Esther no sabía si Alex habría oído aquello, porque Jen continuaba hablando en susurros; sin embargo, su duda se disolvió al segundo siguiente.
—Por el amor de dios, estoy conduciendo—Alex aferraba con fuerza el volante hasta sentir hormigueo en las puntas de los dedos, sin despegar los ojos de la carretera ante sí. Ya podía ver el bloque de pisos donde vivían, y cuanto más cerca estaba más ganas tenía de salir corriendo de aquel coche.
—Pero si vas a treinta...—Jen no podía evitar reírse a pesar de que la erección le reventaba los pantalones.
—Oye, es el límite de vel-... pero qué cojones, ¿por qué te lo explico? Déjame en paz, no me metáis en vuestra mierda...
A Esther no le hizo gracia el comentario. Le dolió un poco escuchar a Alex así, ¿estaba molestándole? ¿estaba enfadado? De cualquier modo, ella se encontraba a instantes de alcanzar el punto de no retorno gracias al dedo de Jen...
—Nhg... Amo...—no iba a aguantar. Por mucho que apretara los dientes.
—Vamos, perrita—Jen se había vuelto a acercar cara a cara, sin dejar de follarla vigorosamente y añadiendo otro dedo al mete-saca—Cuando lleguemos te hago lo que quieras. Te follo el coño y el culo, me dejo comer la polla y los huevos y te doy toda la leche... ¿que más era? ah, sí, y me dejo... lamer el ombligo.
—Amo, me corro, lo siento.
El olor de él, su aliento, sus palabras, la estaban volviendo loca una vez más.
—No pasa nada, cariño. Córrete...
—Amo...
—Venga—siseó Jen en tono apremiante—vamos, zorra, córrete para mí...
Esther tenía congoja por disgustar a Alex, pero también muchas ganas de correrse. No, no estaba para pararse a pensar... y aquella última orden fue como apretar el gatillo de un arma. El orgasmo la sobrevino en una intensa descarga y su cuerpo se contrajo en torno a los dedos que lo invadían antes de empezar a dar bandazos sobre el asiento, ¿eran dos, o eran tres dedos los que la follaban con furia?... ah, si Jen seguía así podría terminar por meterle el puño entero...
Empezaba a salir el sol cuando Alex estacionaba el coche frente al bloque de pisos, clavando bruscamente el freno de mano. Acababa de oír a Esther disfrutando de su orgasmo, derramándose sobre el asiento de atrás entre gemidos de lujuria y chapoteo de dedos. Lo cierto era que Alex no se aclaraba entre si eso le jodía o le calentaba, o ambas cosas a partes iguales.
Refunfuñando y gruñendo para sí, quitó el contacto y abrió la puerta para salir y respirar por fin aire fresco. Maldita sea, hasta había podido oler el orgasmo de Esther. A medida que salía del coche, se daba cuenta de que lo que más le jodía de todo -oh, sí- era no haber provocado él ese orgasmo y esa tormenta en ella.
Para su pasmo, Inti parecía haberse quedado dormido contra la ventanilla.
—Tócate los cojones. Inti, despierta—Alex rodeó el vehículo y dio unos golpecitos no demasiado suaves en el cristal. No daba crédito a que el rubio se hubiera sobado con aquella banda sonora y efectos especiales de fondo en el coche.
Jen, por su parte, bastante tenía con salir del vehículo junto a Esther. Moverse le costaba trabajo, por la simple razón de que el roce en cada mínimo movimiento desencadenaba bruscas pulsaciones en su polla que amenazaban con terminar en espasmo y corrida. La perra acababa de tener un delicioso orgasmo encima de él... y ahora no pensaba en otra cosa que en llegar a casa, encerrarse en la habitación con ella y abalanzarse sobre su cuerpo como un salvaje. Intuía que Alex e Inti no querrían unirse a la fiesta pero, si por casualidad se equivocaba, no tendría ningún problema con ello, al contrario. Le encendía pensar que tres pollas y seis manos sin duda multiplicarían el placer de la perra... ¿o no? En realidad eso dependía de Esther. Y bueno... por otra parte, no podía negar que tenía su punto de regocijo el tenerla a ella para él solo. Después de todo, aquella noche era él el Amo preferente.
...................
En la habitación del Noktem, Samiq abrió los ojos con el primer rayo de sol que se coló por entre las tupidas cortinas. No había llegado a dormirse, pero sí había disfrutado unos instantes muy relajado junto al cuerpo tibio del sumiso Halley. Se incorporó lo justo sobre el colchón para apoyarse sobre un codo y se mantuvo unos segundos así, viéndole dormir. Sintió un ramalazo de profundo cariño por aquel hombre -no era la primera vez que eso le sucedía-, alegrándose de que éste por fin descansara y tuviera al menos un rato de merecida paz.
Estiró el brazo libre para retirar las gafas que el pobre llevaba aun sobre el puente de la nariz, se incorporó del todo y las dejó sobre la mesita de noche. Sin darse cuenta de la forma en que él mismo sonreía en aquel momento, arropó al profesor con la mullida colcha y le acarició la cara.
—Duerma todo lo que pueda, señor...—musitó, aun a sabiendas de que el otro estaba en el séptimo sueño y probablemente no podría oírle—duerma y descanse lo que le haga falta. Aquí nadie le va a molestar.
A continuación, se levantó de la cama, se puso los vaqueros claros y garabateó una nota que dejó en la mesilla junto a las gafas.
«Señor bonito,
espero que haya dormido bien. Quédese en la habitación el tiempo que quiera. Le dejo mi número para que pueda localizarme si me necesita,
-Gato-»
Se le rompió un poco el corazoncito al dejarle atrás, salir de la habitación y cerrar la puerta. Pero Samiq no podía permitirse el lujo de quedarse allí por mucho que quisiera; sabía que Simut llevaba mucho tiempo encargándose de todo en la planta baja, completamente solo salvo que a Arisa le hubiera dado por arrimar el hombro (lo cual era bastante improbable). Demasiada carga de trabajo, más a aquella hora en la que tocaba recoger.
Encontró a su hermano Dorado en el primer sótano, tal y como esperaba. La sala principal parecía otro espacio diferente de tan vacía que se hallaba: sin gente a excepción de ellos dos, sin el estrépito hipnótico de la música y sin fogonazos de colores que perturbaran su oscuridad, ahora débilmente iluminada por algunas bujías distribuidas aquí y allá.
—Simut, oye, ¡lo siento!—se apresuró a ir hacia él para ayudarle a sacar una enorme caja de botellas vacías de detrás de la barra—siento no haber podido venir antes...
El aludido levantó los ojos azules y sonrió. Se le veía cansado, pero al menos no parecía agobiado. Pocas cosas alteraban la calma del Primer Dorado de Argen.
—No te preocupes, gatito—tranquilizó a su hermano—era Halley. Yo habría hecho lo mismo.
Entre los dos llevaron la caja hacia las escaleras. Se mirase por donde se mirase, era una putada subirla a pulso hasta los contenedores para vidrio y cristal en el piso superior, pero había que hacerlo. No existía acceso intermedio en los ascensores, pues estos llevaban directamente a la planta acondicionada para los huéspedes más arriba.
—¿Le has visto, Simu? la verdad es que es un encanto...
A decir verdad, Samiq no sabía si Simut conocía a Halley o no. De hecho -como le había dicho al propio Halley horas antes- no sabía de qué se conocían éste y el Amo, y pensaba que tal vez podría ser de Zugaar... no de cuando él estuvo allí, sino de antes, cuando Simut era un Plata o incluso años atrás. Pero Simut negó con la cabeza.
—No, qué va. Nunca le he visto. ¿Qué aspecto tiene?—preguntó con curiosidad.
Como cada mañana de jueves cuando terminaba el turno de trabajo, comenzaron a subir los escalones sujetando entre los dos la misma caja de botellas vacías. Contenía los deshechos de toda una semana, por eso pesaba como un muerto.
—Ah, pues es...—Samiq volteó por un momento la mirada hacia arriba, evocando y buscando palabras para describir al profesor. Le costó encontrarlas hasta para dar una imagen somera de su físico—es muy guapo. Es... alto, bastante. Delgado, con gafas. Pelo castaño y... buen culo.
Uh. Y tanto. Tan bueno que su sólo recuerdo perturbaba a Samiq.
—¿Buen culo?—Simut soltó una carcajada y el otro no pudo evitar sonreír con cierto azoramiento.
—Sí, bueno... no está mal.
—Ya veo. Y... ¿has avisado al Amo?
Samiq se tomó un segundo para afianzar el agarre de la caja sin detenerse.
—No—respondió una vez lo hubo hecho—Él dijo que no le molestáramos... ¿crees que debería haberle llamado?
Simut resopló. Subir aquellas malditas escaleras con tal peso a cuestas se sentía como escalar el maldito Everest, aunque también pensó que si él mismo estuviera más en forma no lo pasaría tan mal cada vez que tenía que hacerlo.
—Sí—contestó inmediatamente sin atisbo de duda—deberías haberlo hecho. Es más... si yo fuera tú, le mandaría un mensaje ahora mismo.
—¿Un mensaje? ¿de verdad?
Desde luego, Simut no iba a ser tan hijoputa de gastarle una broma con aquello. Samiq le conocía lo bastante para saber que respetaba demasiado al Amo como para hacer algo así, y, por otra parte, desde el primer momento había sido un auténtico mentor para él. Un hermano mayor, ni más ni menos, con quien sentía que estaba en deuda para el resto de su vida allí.
—Sí. Si tiene el teléfono en silencio, no lo verá hasta que despierte, si es que no está despierto ya. Y si no lo tiene en silencio es porque quiere saber si hay alguna emergencia, y creo...—Simut jadeó cuando por fin llegaron arriba y pudieron soltar la condenada caja—creo que puede considerarse una emergencia que Halley esté aquí. O al menos es un asunto importante.
—Entiendo. Gracias por decírmelo...—ojalá él tuviera la misma claridad mental que su hermano en situaciones delicadas, pensó Samiq mientras tanteaba su bolsillo en busca del teléfono móvil.
—No hay de qué. Para eso estoy.
—Eres genial, en serio—Gato miraba con fijeza la pantalla mientras tecleaba un mensaje de la manera más educada y sucinta que sabía, los dedos aun doloridos y acolchados tras cargar con la caja. Se sentía algo avergonzado de no haber hecho lo más correcto en su momento, más cuando ahora le parecía tan evidente en palabras del veterano Simut—Ve a acostarte, Simu. Llevas toda la noche currando. Ya termino yo de cerrar.
—¿Oh? no, qué dices. Acabamos los dos pronto con esto y nos vamos juntos.
—De verdad, hermano. Vete a descansar tranquilo, tienes que estar agotado. Ya me quedo yo—insistió Samiq, releyendo el mensaje que acababa de escribir antes de darle al botón de "enviar". No era plan de enviarle faltas de ortografía garrafales al Amo a causa de las prisas, y la corrección a ese nivel le costaba particularmente. La expresión escrita nunca fue lo suyo, aunque últimamente se estaba aficionando a leer y en consecuencia estaba mejorando—¿Se ha marchado Arisa?
Simut entendía que su hermano tenía la mejor de las intenciones, pero no iba a dar su brazo a torcer tan facilmente.
—Tengo que descansar lo mismo que tú—repuso en tono calmado pero firme. Después de todo, Samiq tampoco había estado tumbado a la bartola—Tú también estarás cansado, por mucho que haya sido un placer atender a Halley-buen-culo—añadió en tono de broma. En realidad se moría de ganas de saber de esas atenciones y de que el otro le contara sobre aquel sumiso que Argen parecía estimar tanto, pero se abstuvo de preguntar— Mírate... tus ojeras se ven desde lejos, hermano.
—Pero...
—Y sí, Ari se ha marchado ya. Hoy terminaba a las seis.
Para desaliento de Samiq, Simut se negó a marcharse y ni siquiera le dejó protestar o insistir. Pero, por lo menos, ambos no tardaron demasiado en liquidar las labores que faltaban: recoger algunos vasos de las mesas, ceniceros y basura; barrer el suelo, fregar y echar una última ojeada a los baños. Los pedidos de género y material sólo se recibían los martes, de modo que tras terminar de recoger no era necesario que nadie permaneciese allí.
—¿Te ha dado tiempo a revisar las mazmorras?—preguntó Samiq. Dicho territorio necesitaba también ser cuidado al final de la noche, y a veces una limpieza profunda antes de cerrar si algún sumiso había sangrado, orinado o defecado en el lugar durante los juegos. Además, por norma general las bolsas de basura terminaban llenas hasta los topes de pañuelos de papel, piezas desechables, envoltorios estériles para juguetes sexuales... por no mencionar que había que recoger dichos juguetes para volverlos a esterilizar en un pequeño autoclave que había en el mismo subsótano.
—Me falta Diamante—respondió Simut—las demás ya las he cerrado. Hoy ha sido un día tranquilo por allí abajo, estaban más o menos bien.
—Vale. ¿Vamos y terminamos?
Había cuatro mazmorras en el subterráneo bajo el sótano principal, dispuestas en los extremos de una planta de cruz griega con una especie de claustro en el centro. Se llegaba a dicho claustro por una escalera de caracol que salía del área junto a los baños del primer sótano y desembocaba en el crucero.
Por alguna razón, Argen había bautizado cada una de las mazmorras con el nombre de un palo de la baraja francesa. Justo frente a la escalera estaba Trébol, la más pequeña y espartana de todas, con aspecto de cuadra, paja en el suelo y mobiliario escaso, y sin embargo muy solicitada ya que resultaba que dos sillas de mimbre, un lavadero y una cruz en aspa daban más juego del que a primera vista pudiera parecer. A la derecha de Trébol estaba Pica, la mazmorra de tortura, para juegos más refinados y extremos dentro del sado-masoquismo. Al otro lado, a la izquierda, Corazón... la más "romántica" de todas, y la única que no tenía cámaras (aunque esto de las cámaras sólo Argen, sus esclavos y Arisa lo sabían). Y por último estaba Diamante, la más grande, un batiburrillo de diferentes ambientes en una sola habitación. Incluso había una jaula de tamaño mediano en ella, donde se podía jugar o confinar alguna "captura" entre rejas.
Simut y Samiq descendieron por la retorcida escalera hasta aquel edén infernal, ahora también completamente solitario salvo por ellos dos. La mazmorra Diamante no estaba demasiado revuelta, aunque parecía que había sido visitada por una comuna hippie a juzgar por la cantidad de chustas en el suelo y el olor a porro que aun flotaba en el aire. Apilaron enseres contra las paredes de ladrillo mellado y desnudo, recogieron, barrieron el suelo revestido de tablones de madera y colocaron algunas velas nuevas en los candelabros fijos a la pared, allí donde las anteriores se habían consumido.
—Creo que ha habido hoy más trasiego en sala y reservados que aquí abajo...—comentó Samiq, poniendose unos guantes de látex para coger del suelo un dilatador anal de acero quirúrgico que llevaría al autoclave. El trasto tenía un tamaño y diámetro considerables, y también pesaba lo suyo. Lógicamente, a Samiq no le fascinaba coger algo así sin saber ni siquiera qué culo (o culos, o mejor dejémoslo en agujeros porque cualquiera sabía...) habría llenado, pero para bien o para mal ya estaba acostumbrado. Limpiar una mazmorra no era normalmente una actividad para estómagos sensibles, pero tanto él como Simut habían normalizado aquellos quehaceres con el paso del tiempo, integrándolos como parte de su trabajo en el local.
Era cierto que, por decirlo de alguna manera, adolecían de falta de personal allí. No sólo por la sobrecarga de trabajo, sino porque, realmente, había sólo dos o a lo sumo tres personas que estaban allí para absolutamente todo. Cualquier contingencia que pudiera pasar sería asumida por ellos, como cuando se atascó el sumidero de Trébol y hubo que desobstruirlo (algo asqueroso que nadie debería siquiera imaginar). Además de camareros, animadores y relaciones públicas, los esclavos de Argen tenían que ser guardianes, cuidadores, fontaneros, manitas y un sinfín de cosas más. Por no mencionar que habían de ser escrupulosamente amables y corteses con los clientes en todo momento, y, si había algún conflicto, mostrar educación incluso para invitar a los implicados a marcharse. Afortunadamente, las directrices de Argen en cuanto al cumplimiento del protocolo y las normas en el club eran claras y concisas, lo cual ayudaba bastante a desempeñar el trabajo.
—Ha habido gente en la sala, sí. Había espectáculo y luego exhibición de bondage, pero bueno, todo ha ido según lo previsto.
Samiq respiró aliviado al saber que por lo menos la noche había transcurrido sin incidencias.
—Silver me cogió por banda para ir al Tres Calaveras—comentó—y menos mal. Porque si no llego a ir, no me hubiera enterado de que Halley estaba allí. Ahora que lo pienso, ¿quién le recibió?
Sabía que el Amo había advertido a Arisa y a Simut de que Halley estaba invitado al local. Le parecía raro que la mujer del ropero no hubiera avisado a nadie, ¿tal vez se le había ido el santo al cielo y ni le había preguntado el nombre a un desconocido? ¿o quizá no estaba allí cuando Halley llegó? Recordó que el sumiso llevaba su abrigo puesto aun cuando le vio en la sala, y que de hecho Silver le había pedido amablemente que lo subiera al guardarropa. Qué extraño.
—No lo sé. Yo no.—Por suerte o por desgracia, Simut no había podido moverse del primer sótano hasta el final de la noche cuando fue a revisar las mazmorras.
—Vino con Silver y su gente—Samiq no recordaba que Argen le hubiera dicho que Halley conocía a Silver, pero, bueno, tampoco que el Amo tuviera que contarle algo así—Que, por cierto, qué mal me cae el rubio... ¿cómo se llama?—no pudo evitar soltar, dando un paso hacia la puerta para acceder al autoclave camuflado bajo la escalera. Verdaderamente el tipo le caía como una patada en los cojones, aunque se guardaría de verbalizarlo así.
—¿Inti?
—Inti, eso—rezongó—joder, ¿de qué coño va ese tío? se cree literalmente el Amo del Calabozo o algo así. Hasta quería ponerle a Halley la mano encima.
—No tiene sentido de la propiedad—ironizó Simut conteniendo la risa.
—¡Exacto! se cree que todo es suyo—sin pararse a pensar que su hermano hilaba fino con aquel comentario, Samiq siguió desahogando un poco de bilis—Qué mal me cae, pero qué mal. Compadezco a su sumisa, te lo digo de verdad.
Simut le lanzó una mirada de soslayo mientras recogía un pedazo de cuerda para colgarlo en un saliente de la pared.
—Ahí te has pasado.
—Pfff...—Ah, Simut era demasiado correcto, demasiado perfecto. Nunca hablaba mal de nadie, como si las paredes tuvieran oídos. Ja, literalmente, allí algunas los tenían...
—En eso de compadecer a la sumisa. Ella estará con él por algo, digo yo.
"Porque está ciega" pensó el Gato.
—Yo qué sé—respondió, sin embargo.
En cierto modo, algo en Inti le había asustado y se daba cuenta de eso, pero no iba a decírselo a Simut, ¿para qué? No sabía si había sido esa chispa demente en la mirada del rubio, o lo que para él había sido un discurso desfasado, o simplemente la manera de dirigirse a Halley -a quien, por cierto, había llamado "profesor"-, o todo junto y más.
Al igual que Silver, Inti parecía haber tenido relación con Halley antes, pero eso daba igual. A Samiq el tío no le gustaba un pelo.
—Oye, y... ¿no me vas a contar cómo te fue con Halley? ¿cómo es?—Simut se acercó a Samiq con las llaves de la mazmorra en la mano, dispuesto a dejar la puerta cerrada antes de dirigirse con él al autoclave. Aparte del rabo macizo de acero, había más útiles que debían esterilizar allí, aunque podrían esperar a la noche para recolocarlos en sus respectivos lugares.
—Oh. Pues... —mierda. Por un momento sintió que iba a ponerse rojo, ¿a qué venía de pronto esa sensación? qué estupidez—Bien, bien. Creo que al principio no se encontraba muy allá... pero me parece que al final quedó satisfecho.
Simut rió por lo bajo.
—¿Sí? vaya, me alegro, aunque viniendo de ti no me cuesta creerlo. Seguro que le atendiste muy bien.
Simut era un magnífico hermano y un gran esclavo del que Argen podía sentirse orgulloso, pero también era un poco cabrón. Se había dado cuenta de que Samiq no le miraba al explicar aquello y parecía afectado por algo, cosa que tenía su punto divertido. Se sentía intrigado, ¿qué le pasaba a su hermano? ¿qué diablos había hecho con Halley en la habitación para sentirse ahora abrumado? Moría por enterarse de todo y no lo admitiría abiertamente, pero trataría de tirarle de la lengua a Samiq.
—No sé, Simu... espero que sí.
—¿Acaso dudas?
Samiq se encogió de hombros e hizo un gesto intencionado para quitarle importancia a la cuestión. Lamentablemente, era malo fingiendo.
—No. Bueno, ya sabes, uno nunca sabe al cien por cien...
El mayor tuvo que reprimirse para no soltar una carcajada. Veía a Samiq cada vez más incómodo con el tema, esquivándole la mirada de un modo que hasta resultaba tierno, más aun cuando sabía que su hermano era experimentado en satisfacer personas.
—¿Pero te pidió algo raro...?
—No. No, la verdad—no era raro que un sumiso demandara azotes en el culo, o eso tenía entendido Samiq. Ser castigado no era una petición fuera de lo común para un sumiso, o no necesariamente; lo extraño había sido para él tener que cumplir ese deseo, porque jamás había empuñado un látigo a petición del castigado. Lo extraño había sido, también, que la sangre le había ardido en las venas y que se había empalmado mientras marcaba ese culo cubierto de aceite y jabón. Demonios, hasta había deseado follarse ese magullado culo en un momento dado.
Comenzaba a sentirse discretamente mal a causa de todo aquello, de alguna forma viéndose culpable por haber disfrutado (sin permiso) de esa miel que entendía impropia de su rol. Tal vez Simut pudiera ayudarle si se lo contaba, o darle algún consejo... pero lo irónico de todo era que la cosa se sentía tan privada, tan íntima y de alguna forma profunda, que al propio Samiq le daría coraje relatar lo ocurrido en la habitación. Si lo hacía, tal vez su hermano notase que había algo... que sentía algo aunque ni el mismo Samiq supiera lo que era.
Así mismo, rechazaba enfrentarse al hecho de que no le importaría nada repetir la experiencia de azotar a Halley. En ningún momento había querido causarle daño; se había mantenido lúcido en eso todo el tiempo, sin ningún tipo de sadismo que aflorase en él ni ganas de hacerle sufrir (¡al contrario!), y sin embargo sentía como si "algo" le hubiera poseído junto a aquella bañera. Joder, y lo había disfrutado todo, eso podía jurarlo.
En su fuero interno, tenía miedo de que Halley no lo hubiera disfrutado tanto como él. Y es que por otra parte le dolía el corazón cuando pensaba en cómo había terminado el sumiso, llorando desconsolado contra el borde de la bañera, desmadejado y desnudo. Mierda, estaba pensando demasiado en él...
—¿Estás bien, Samiki?
El Gato se había quedado delante del autoclave con la puerta de éste a medio abrir, a buen seguro poniendo cara de gilipollas mientras su mente viajaba de nuevo a la habitación del piso de arriba y retrocedía en el tiempo. Tragó saliva y logró reaccionar, tratando por todos los medios de aparentar que nada de todo aquello tenía importancia.
—Sí, sí. ¿tú?
—¿Yo? oh, yo genial.
—Estupendo... ¿esterilizamos esto y nos vamos?
Quizá si Samiq le hubiera contado algo de esto a Simut, éste habría podido enfocarle no tanto en el disfrute de infligir un dulce y deseado castigo, sino más bien en el impulso tan claramente manifestado de defender, proteger y promover bienestar a una persona. Eso era realmente lo que le había vuelto loco a Samiq y lo que le había encendido -los métodos para conseguirlo eran irrelevantes-, pero el segundo Dorado no era consciente del alcance global de la situación. Recién acababa de vivirlo, y, demasiado cerca de los hechos, la realidad no podía verse en perspectiva. Demasiado cerca de las cosas, uno siempre tenía una visión sesgada del conjunto, de la misma manera que al pegar la nariz a un cuadro sólo se veían manchas y no el cuadro en sí.
Simut no se hubiera escandalizado, ni hubiera pensado mal de Samiq, ni le hubiera juzgado de haber sabido lo que sentía. Aunque, si le hubieran preguntado, hubiera señalado los rasgos Dominantes que habían salido a flote en aquella situación, al parecer de manera solapada e inadvertida para el propio Samiq.
Samiq jamás querría ser Dominante, ni un poquito. De hecho, el horror de tener este rol dentro -aunque fuera solo en parte- era que le hacía menos esclavo a su entender. Le quitaba valor como esclavo, dicho con otras palabras.
Samiq amaba a Argen... y estimaba que éste se merecía la mejor versión de sí mismo, en la cual sólo cabía la absoluta sumisión. Quería que el Amo estuviera orgulloso de él, tan orgulloso como lo estaba de Simut (aunque éste siempre ponía el listón muy alto). No podía imaginar que quizá estaba equivocado, y que tal vez Argen no creía que fuera a ser peor esclavo por eso, sino al contrario. Definitivamente, en ocasiones los árboles no le dejaban a uno ver el bosque, figuradamente hablando.
.....................
—Señor bonito—le decía Kido a Balle en su agitado sueño—¿por qué llora? ¿es porque no le digo que le quiero...?
Empapado en sudor, el cuerpo del profesor se tensaba bajo las sábanas.
(Kido, Kido, oh, dios, creía que habías...)
Intentó responder a su ángel, quien le miraba sonriendo pacientemente como si siempre hubiera estado allí, pero no fue capaz. Parecía que se le hubiera cerrado la garganta.
—¿Quieres saber por qué?—su Kido le hablaba ahora desde tan cerca que no podía verle, aunque podía sentir el calor de sus manos sosteniéndole por las mejillas—¿Quiere saber por qué no le digo que le quiero, señor precioso?
De pronto, el que estaba allí no era Kido sino Gato. Oh, no... ¿cómo había podido confundirlos?
(Kido, Kido, mi amor, mi estrella, vuelve conmigo, por favor...)
Y su amor volvió en el acto. Porque, tanto en los sueños como en las pesadillas, lo imposible es de lo más normal.
—Algunos no podemos querer a nadie. Algunos sólo sabemos amar. Yo te amo, Halley...
Se dio cuenta con espanto de que la voz que dijo aquello no era la de Kido, sino la de otra persona: alguien a quien inmediatamente reconoció. Trató sin éxito de zafarse del nuevo ser que ahora le retenía entre sus brazos.
(Kido, por favor. Por favor, vuelve. Yo también te amo.)
Continuaba sin poder hablar. Sintió que se desgarraba y lloraba por dentro. La cabeza le estallaba, quería gritar...
Su Kid jamás le había hecho daño. La persona que ahora le sujetaba, sí.
(Argen. De modo que aquí te llaman así).
Despertó jadeando, con lágrimas en los ojos y el corazón desbocado en el pecho, las sábanas enredadas y pegadas al cuerpo. Se incorporó violentamente, de pronto aterrado al no reconocer el lugar donde se encontraba pero conteniéndose a tiempo para no gritar. Tras unos pocos segundos de agonía, poco a poco fue recordando y aterrizando en la realidad de aquel dormitorio y rompió a llorar, derrumbándose de nuevo sobre la cama, sin darse cuenta de la nota en la mesilla.
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Habían llegado por fin a la casa, Esther no recordaba cómo. Jen la había acostado boca arriba sobre la cama doble en la habitación, dejándola incorporada sobre los almohadones con la cabeza levemente elevada, y ahora la despojaba despacio de la poca ropa que le quedaba. Ella se dejaba hacer, y no que en algún momento hubiera tenido ganas de resistirse, pero lo cierto era que el cuerpo le pesaba tanto que no hubiera podido moverse ni en caso de haber querido.
El Amo preferente estaba lo bastante cachondo como para meterla de cuajo y simplemente empujar hasta correrse en el coño de su perra... pero se esforzaba por ir con cuidado, viendo que ésta parecía traspuesta sobre el colchón. Era lógico después de la visita al Noktem, la larga sesión, y, desde luego, tras aquel último orgasmo en el coche. Esther se había contraído entera y retorcido como anguila sobre sus piernas mientras se corría, sofocando un grito contra el respaldo del asiento y babeando la tapicería... una delicia, sin duda, pero ahora parecía que fuera a romperse. Jen sentía muchas cosas en aquel momento, al mirarla, pero sobre todo se sentía afortunado.
—Nena, ¿estás bien?
—Sí, Amo—susurró ella. Podía escuchar las voces de Alex e Inti al otro lado de la puerta cerrada, pero era incapaz de oír lo que decían. ¿Se estaban insultando? ¿se estaban riendo, o en plena pelea? Bueno. Si fuera algo grave lo que ocurría, su otro Amo no estaría tan campante allí, ¿cierto?
—¿Estás mareada?
—Un poco, Amo...—admitió.
Jen terminó de desnudarla y se despojó el mismo de la camiseta de manga larga que llevaba, quedando con el torso descubierto junto a la cama. Gateó sobre el colchón para acercarse a Esther y colocó una mano con delicadeza sobre la frente de ésta. En verdad tenía ganas de usarla, pero no lo haría si ella no se encontraba bien.
—¿Prefieres que te deje dormir tranquila...?
De cualquier manera, la erección entre sus piernas dolía contra la tela de los pantalones sólo por contemplar aquel cuerpo desnudo ante él. Aquella piel blanca y marcada en diferentes puntos por señales de dedos, agarradas, cintazos y mordiscos. Oh, ¿sabía exactamente cuáles de esas marcas eran suyas? por alguna razón, pensar que en algunos casos no podría asegurarlo - y que tal vez ni la propia perra podría saberlo- le excitó.
—No, Amo...
—¿Estás segura?
Esther tomó una bocanada de aire. Tenía los ojos cerrados y escuchaba con toda claridad los sonidos de botones cediendo, bragueta abriéndose y tela siendo rápidamente retirada cuando Jen se quitó los pantalones y los boxer. Se estremeció al sentir los movimientos del cuerpo ajeno sobre el mismo colchón: Él estaba allí, a su lado sobre la cama, desnudo como lo estaba ella. Podía sentirle y olerle, oh, cómo deseaba que se acercase lo bastante para pegarse a ella piel con piel...
—Muy segura, Amo—se lamió los labios. Le había entrado hambre como siempre que pensaba en su polla; no se trataba de que las pollas de Inti y Alex le gustaran menos, pero por alguna razón la de Jen tenía algo especial que le abría el apetito. Quizá era porque él era el más cercano de todos en la cama... Alex a ratos era pura contención, y en cuanto a Inti, Esther no tenía una imagen fiel de su desnudez ni de su verga, porque el rubio tampoco le había regalado la vista con ella salvo cuando hace tiempo se la había sacado para mearle encima. Sí que sabía perfectamente cómo era sentir a cada uno de ellos desde dentro, eso sí, tanto en su coño como en su culo y en su boca.
—Ven...
Suavemente, Jen tomó a Esther por detrás de la cabeza y se inclinó sobre ella para besarla con fuego y sin prisa. Dejó que sus dedos se enredasen en la mata de rizos castaños y tiró suave pero firmemente de ellos, prolongando el beso y profundizando en él. Un beso íntimo que robaba la respiración en espiral; obsceno, húmedo y jadeante, del tipo que podría sorberle el alma a la desdichada a lengüetazo limpio. Un beso que decía "no tengas miedo" en sinuosas curvas de lascivia, cercanía y calor. Los besos así tenían efecto directo sobre el coño de la perra- cómo no-, que ya había empezado a reaccionar a pesar del cansancio físico que ella acusaba.
Jen le sujetó las manos a ambos lados de la cabeza mientras respiraba en ella, lamía y mordía dulcemente sus labios. Presionó las muñecas de la perra contra los almohadones y continuó besándola, poco a poco colocándose sobre ella como le pedía el cuerpo. Ella gimió sin dejar de responder al baile de lenguas cuando notó el miembro de él, hinchado y caliente, contra la cara interna de su muslo.
—Respira despacio, princesa...—musitó Jen entre beso y beso. Esther había dicho que estaba mareada, y no quería que se pusiera aun peor por hiperventilar.
—Amo...
—Dime.
—Te deseo...
¡BAM!
En aquel momento, se escuchó un sonoro portazo en el pasillo y Jen dio un pequeño respingo sobre Esther. Oh, pero no, no iba a permitir que nada de lo que pasara fuera de esa habitación rompiera su momento...
—No te preocupes por nada—murmuró. Después de todo, pasara lo que pasara, entendía que Alex e Inti no se iban a matar. No, ¿verdad?
—Vale, Amo...
—¿Aún me quieres comer...?
Esther separó las piernas y trató inconscientemente de mover los brazos, aun inmovilizados contra el colchón bajo las manos de Jen. Gimió. ¿Se había marchado Inti? no pudo evitar preguntárselo a pesar del maremagnum de sensaciones.
—Sí...
—¿Sí, qué?
Ella se mordió el labio con fuerza y sintió su coño mojarse de golpe por enésima vez.
—Sí, Amo.
Jen soltó a Esther con delicadeza y se movió sobre la cama para montarse a horcajadas sobre el pecho de ella, flanqueando los hombros femeninos con sus muslos sin llegar a quedar sentado. En lugar de de apoyarse y descansar su peso sobre Esther, levantó las caderas unos centímetros en dirección a su cara, permitiendo que la punta de su miembro rozara aquellos labios como pétalos de rosa.
—Abre la boca y come—le ordenó en voz baja mientras volvía a tomarla por las muñecas, primero una y luego la otra, esta vez para colocar las manos de Esther sobre sus propias caderas cuyo movimiento se esforzaba en bloquear—Agárrate. Si me sueltas, aunque sólo sea por un segundo, tendré que castigarte.
Esther se avergonzó de su propio gemido tan largo y lastimero cuando Jen dijo aquellas palabras. Su coño protestaba, ¿es qué él no pensaba ponerle nada ahí? cualquier cosa que rozara, frotara o incluso empujara duro haciéndole daño valdría...
—Sí, Amo...mmmngh...—se retorció mientras hundía las yemas de los dedos en las caderas de Jen, prometiendo obedecer. Joder, necesitaba algo que le aliviara la dilatada y mojada raja y poder por fin gritar... y él ya había empezado a moverse, y aquel apetecible capullo ya golpeaba entre sus labios.
—Te he dicho que abras la boca y comas, zorra.
Esther movió con urgencia las caderas y obedeció aquella orden pronunciada entre jadeos. Sacó la lengua y lamió tímidamente el glande que rebotaba contra su cara, abrió la boca para abrazarlo entre los labios y succionó con hambre contenida. Fue entonces Jen quien gimió fuerte y se humedeció, tratando de controlar el violento escalofrío que le impulsaba a empujar hacia dentro e inclinándose un poco hacia delante, lo justo para agarrarse al cabecero con ambas manos y tomar apoyo en él. Oh, sí... de esa forma podía mover las caderas con libertad, aunque tendría que contenerse para no penetrar de golpe esa boca caliente hasta la garganta.
—Eso es. Cómeme, puta.
"Puta". Aquella palabra era poderosa viniendo de labios de Jen, pero, lejos de tener un significado negativo, encendía a Esther sobremanera.
En ese preciso momento, se abrió la puerta de la habitación. Esther supo que Alex acababa de entrar aunque seguía con los ojos cerrados, antes incluso de oír su voz. Su presencia, su olor, el silencio y hasta el aire desplazado por su figura... eran tan claros como colores para ella.
—Joder—aunque se había imaginado que no estarían haciendo encaje de bolillos en aquella habitación, el recién llegado no se esperaba encontrar aquella escena. Desde su situación junto a la puerta veía perfectamente a la perra abierta y desnuda sobre la cama, y también a Jen sobre ella, tenso pero dando ya culetadas contra su cara y a punto de empezar a follarle la boca—Mierda, sois insaciables...
Por un momento pareció que Alex iba a reírse, aunque tal vez simplemente le había fallado la voz.
—Alex... —Jadeó Jen sin girarse a mirarle por encima de su hombro—entra o sal, pero, por favor, cierra la puerta...
«click»
Segundos después de que la puerta se cerrase, Esther escuchó los pasos de Alex acercándose y tembló. La suela de goma de las zapatillas negras que su amigo llevaba hacía un sonido inconfundible sobre el parquet. Aquellos pasos vacilantes se detuvieron justo al borde de la cama, sin embargo, rehusando ir más allá.
Jen sonrió y soltó el agarre de la mano derecha en el cabecero para aferrar los cabellos de su perra, sin dejar de moverse ya rítmicamente aunque aun contenido.
—Sigue chupando, nena—le ordenó, por si acaso se distraía.
Ella obedeció, sintiendo la mirada de Alex clavándose en su sexo y abriendo por instinto más aun las piernas, llamándole sin pretenderlo. Continuaba aferrando a Jen por las caderas tal como él le había encomendado, y seguía amordazada por su polla; no podía ver a Alex ni tampoco hablar, justo cuando más se veía en la necesidad de darle una señal que le alentara a moverse.
—Joder...—Alex se mordió el labio. ¿Acaso tenía que esperar a que Jen le diera permiso para disfrutar, como en el Tres Calaveras había hecho Inti? "Si no está mojada, me como la pala" había dicho el rubio, sabiendo bien que esa apuesta no la iba a perder.
¿Qué le ocurría? ¿Acaso no era lo bastante...macho alfa, lo bastante hombre para saltar a aquella cama y seguir el pulso de su cuerpo? ¿es que necesitaba que alguien le dijera lo que tenía que hacer? Resopló enrabiado. Sus inquietudes eran reales, pero resultaba patético hacerse aquellas preguntas. Porque qué importaba a este respecto cualquier persona que no fuera Esther, pensó con verdadera ira, si lo importante era lo que quería Ella.
Miró aquella flor abierta y rosada, pliegues húmedos y entre ellos la abertura del mismo cielo. Dentro de su cuerpo, "la bestia" que era el mismo se agitó iracunda arañándole las entrañas en respuesta a tal estímulo visual, ¡joder! quería meter, follar duro, desgarrar, dar de sí aquella maldita entrada... Sabía que Jen -y desde luego Inti- no ponía trabas a su deseo por rudo que este fuera... ¿por qué no podía hacer lo mismo él?
"Alex, fóllame". ¿Cuántas veces le había pedido eso Esther?
¿Qué más necesitaba, por amor de dios?
Se dio cuenta de que ya estaba sobre la cama, arrodillado entre las piernas abiertas de la perra y luchando por abrirse los pantalones. Sería la tercera vez que se corriera aquella noche, era una puta máquina.
—Mierda. Quiero follar...—como si no fuera obvio.
La perra movió el culo con regocijo y apremio mientras gemía con la boca llena, agarrando con fuerza las caderas de Jen y succionándole más fuerte. Había oído claramente aquellas palabras en la voz de Alex y, aunque no podía decírselo por razones obvias, quería mostrarle que ella también quería ser follada y que la destrozara el coño a pollazos. Reprimió una arcada cuando sintió que Jen se la empezaba a clavar y cómo el grueso glande rebotaba en el cielo de su boca, corrigiendo luego la dirección hacia el inicio de la garganta en el siguiente empeñón. Su saliva se hizo más densa y comenzó a desbordar los labios entreabiertos, rodando por sus mejillas.
—Aggh!—Jen soltó un taco y se movió más rápido. ¡No quería ahogarla! pero... joder, qué bien se sentía aquello. Ahora que Alex estaba a punto de taladrar a Esther, sentía que ella le chupaba todavía con más ganas, ¿cómo no ceder a eso?
—Joder, Esther...
Una vez con la polla fuera, dura como pocas veces, Alex tomó a la perra por las caderas y tiró de ella para acoplarla a él de una vez. No pensó en que tenía el culo de Jen prácticamente en la cara cuando levantó los muslos flexionados de ella y la sujetó por detrás de las rodillas, presionando con la fuerza de su peso sobre sus corvas para inclinarse hacia delante, apuntalando las propias piernas en el colchón a fin de tomar apoyo.
—Grn...
Se dio cuenta de que no se había puesto condón cuando ya había empezado a follarla con ganas para arrancarle un orgasmo bestial, mucho más escandaloso que el que le había dado Jen en el coche, se aseguraría de ello. En cuestión de minutos, la cama sonaba como si el somier estuviera a punto de romperse bajo el peso de los tres.
"Vente conmigo, Esther, que estos no tienen ni idea de follar", le hubiera dicho Alex a gritos mientras se la metía, si hubiera estado a su alcance hacer uso de las palabras en aquel momento. "Vente conmigo, sólo conmigo". Sí... era una forma de decir algo importante con el cuerpo, esa. Tenía un punto cómico que usara su polla para tratar de demostrarle que Inti y Jen no la querían y él sí. ¿Era eso lo que pensaba y sentía, o sólo quería ser el que la follaba mejor? ¿y qué pensaría ella de él...? ¿le necesitaría, si tan siquiera sólo por eso?
«She's not broken
She's just a baby
But her boyfriend's like her dad
Just like a dad
And all those flames that
Burned before him
Now he's gotta firefight
Gotta cool the bad»
/(Alejandro, Lady Gaga)