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Completo
En el despacho de Jordan olía agradablemente a limpio y a libros. Un aroma del que Esther no había sido consciente la primera vez que entró allí días atrás, pero que, sin embargo, ahora le resultaba familiar y hasta tranquilizador de alguna forma.
Frente a ella, el caballero negro de las pecas en la nariz tomaba asiento tras la frontera del escritorio con una taza de café en la mano. Hoy no iba vestido de negro sino de azul oscuro, tono que de igual manera resaltaba su palidez así que para el caso daba lo mismo. ¿Acaso aquel hombre guardaba algún tipo de luto voluntario?
—Hola, Esther. ¿Quieres un café?—preguntó, mostrando una pequeña y breve sonrisa.
Ella negó con la cabeza. El terapeuta había preparado con antelación una jarra de agua y un vaso sobre el escritorio; le parecía que eso era más que suficiente.
—No, muchas gracias. Agua está bien.
—Como quieras—respondió él—Bueno. Dime, ¿cómo has estado estos días?
Esther tomó aire y desvió la mirada. Para ella era inevitable seguir sintiéndose nerviosa allí, sentada en aquella silla mientras los ojos verdosos de Jordan la escaneaban desde el otro lado de la mesa.
—Bien, bien. Supongo que bien. ¿Y usted?—preguntó estúpidamente casi por reflejo—¿y... su gata?
Jordan volvió a sonreír, esta vez más ampliamente.
—¿Oh? ¡Bien, gracias! nosotros hemos estado bien, muy tranquilos. Ella está ahí mismo, donde siempre—contestó, apuntando con la barbilla hacia el cuadro de estantes donde la felina dormitaba en su camita con forma de media luna. En cierto modo le enternecía que un cliente preguntara por ella, no era algo habitual—Cuéntame tú, ¿hiciste algo, saliste?
Ella recogió mentalmente la pelota que el terapeuta vampiro acababa de lanzarle de vuelta y maldijo en silencio.
—¿El fin de semana?—inquirió sin mirarle.
—Ahá.
Tema calentito había ido a tocar el tío. Claro que aquella pregunta era de lo más simple, también.
Esther se removió en su asiento, sin darse cuenta de que su lenguaje corporal hablaba por sí mismo del gran deseo de evasión que la invadía. Tuvo tentaciones de taparse la cara o de salir corriendo, incluso escenificó en su mente esto último y casi se rió.
—Sí. Salimos de excursión a... —se dio cuenta de que no sabía el nombre del lugar adonde fueron y eso le pareció inverosímil, pero así era. Se obligó a describirlo, por miedo a que todo sonara estúpido o raro—al campo. Un lugar bonito, un refugio junto a un lago, no... no recuerdo el nombre.
—Oh, genial. ¿Lo pasaste bien?
Ella suspiró y se armó de valor para mirarle. No tenía mucho sentido mentir al terapeuta de uno, se dijo.
—En realidad no mucho—admitió. Tampoco podía decir que no hubiera habido buenos momentos durante su estancia allí, pero en esencia la salida había sido un fiasco.
—¿No mucho? ¿y eso por qué?
Jordan tomó un sorbo de café sin dejar de mirarla por encima del borde de su taza. Esther alargó la mano para coger el vaso de papel lleno de agua y se lo llevó a los labios, dándose cuenta con horror de que sus dedos temblaban de forma notable.
—Pues... —tras beber un apresurado sorbo, trató desesperadamente de ordenar sus ideas para no tener que contarle mucho a Jordan. Le fue imposible. Por estúpido que le sonase, no había más forma que la directa para explicar las cosas.—Uno de mis... uno de mis amigos...—marcó la palabra, tal vez esperando que Jordan captara el aura polisémica de la misma por ciencia infusa—tiene... tiene novia.
Se sintió muy idiota tras escupir aquello. Así dicho sonaba a movida de patio de colegio. Sin embargo, Jordan no dio muestras de que aquello le causara risa o de encontrarlo una imbecilidad, al contrario; en su rostro pálido y ojeroso se pintaba el interés.
—¿Y eso es malo?—suponía que el ennoviado no era solamente un amigo para Esther, pero no quería violentarla haciendo preguntas al respecto. Sabía que ella era reservada; si de momento podía conseguir que le explicase lo que sentía ya se daba con un canto en los dientes.
—No, supongo que no—musitó Esther. No diría que era algo "malo". Evidentemente, para Jen no lo sería—sólo... me duele.
Jordan bebió otro pequeño sorbo de café y asintió mientras dejaba la taza con delicadeza sobre el escritorio.
—¿Hubieras querido ser tú, la novia de tu amigo?—inquirió como si eso hubiera sido lo más natural.
Esther volvió a tomar aire y exhaló. No, no quería eso. ¿O sí quería eso? Oh, dios, no lo sabía...
—No lo sé.
—¿Es ese amigo que necesita ayuda?—preguntó Jordan—¿aquel al que te referías el otro día, de quien le hablaste a Daniel?
No, claro que no. Esther negó con la cabeza rápidamente.
—No, no. Es... otro amigo. En realidad son tres—trató de explicar sin explicarlo.
—¿Tres? ¿Tres amigos?
—Sí. Tres amigos... y yo.
Formulando aquello, a medida que articulaba sus pensamientos en palabras para "no-explicar" lo inexplicable, Esther cayó en la cuenta de lo profundamente atípico en aquella relación que mantenía con los chicos. Viendo las cosas en perspectiva tal y como eran, desde un entorno neutral como era el despacho de Jordan, se le hacía remoto pensar que una relación así pudiera salir bien. Quién lo pensaría. Tres Amos y una sumisa... ¿cómo aquello podía ser estable y llegar "lejos"? Fuera de los límites físicos de la casa, parecía sólo una fantasía ajena y morbosa -hasta peligrosa incluso- que ahora trataba de bordear ante un desconocido, intentando ocultarla por todos los medios. Por mucho que el propio Jordan le hubiera dicho en la sesión anterior que era "practicante" de "BDSM", eso no cambiaba nada en su vergüenza, ¡incluso quizá la intensificaba!No sabía las experiencias que acumularía ese hombre en relaciones de cesión de control... ¡pero seguro que las relaciones de Jordan habían sido más normales, más ¿socialmente aceptables? que la suya!
En cualquier caso, Jordan, por suerte o por desgracia, iba entendiendo. Al menos lo suficiente para seguir caminando en la oscuridad, saltando de una pregunta a otra a fin de que brotase dolorosamente la luz. El dolor de la luz -¿alumbramiento? ¿deslumbramiento?- era momentáneo y tolerable en pequeñas dosis si uno se desahogaba en compañía.
—Tal vez podrías al menos decirme sus nombres o sus iniciales para no perderme. ¿Cómo se llama el que tiene novia?
—El que tiene novia se llama Jen. Bueno, creo que tiene novia—se corrigió Esther. En realidad no lo sabía seguro, aunque el rastro de pistas llevaba a esa conclusión. Pero aún no había tenido ocasión de hablar con Jen, o bueno... más bien había rechazado hacerlo cuando éste lo había intentado el lunes anterior—El que tiene problemas se llama Inti.
"El que tiene problemas", perfecto. Como si ella no los tuviera. Bueno, daba igual.
—¿Y el tercero?—inquirió el terapeuta.
—El tercero se llama Álex. Es el chico que me ha acompañado hoy.
—Oh. El chico que está ahí fuera, en la sala de espera.
"El que se está comiendo toda la mierda siempre", pensó con cierta amargura Esther.
—Sí—confirmó—también me acompañó la primera vez. Es... es bueno, él.
Jordan asintió.
—Un buen amigo.
—Un buen amigo, sí. Creo que nunca... nunca he tenido un amigo como él—admitió Esther, una vez más dándose cuenta de lo que sentía a medida que lo verbalizaba—la verdad es que antes me codeaba con gente... distinta.
"Gente horrible", había pensado, a decir verdad, aunque en el último momento decidió cambiar la palabra para suavizar el argumento.
—¿Antes? ¿Antes de conocer a estos amigos, quieres decir?
Ella pensó durante algunos segundos antes de responder, dejando que su vista se diluyera en la luz débil del sol, tamizada tras las opacas cortinas a medio correr.
—Sí—afirmó finalmente. En realidad su vida había cambiado mucho desde que se fue a vivir con los Amos, y no sólo por la parte erótica del asunto.
—¿"Antes" fue cuando empezó eso de preocuparte por nimiedades, como me dijiste el último día?—inquirió de súbito Jordan, guiñándole un ojo para quitarle hierro a la pregunta.
—Eso es—sonrió ella a su pesar. Sí, nimiedades. Ese había sido el broche final de la sesión anterior en aquel mismo despacho, la cinta roja que marcaba el lugar exacto donde se habían quedado entre las páginas del libro.
—Me produce curiosidad qué quisiste decir con eso. A qué tipo de "nimiedades" te refieres.
Ella se encogió de hombros. Lo tenía muy claro en su cabeza, pero explicarlo no iba a ser tan fácil.
—Cosas... cosas superficiales. Me dejaba guiar mucho por las apariencias, por el físico de las personas, por ejemplo—contestó, de forma algo atolondrada—Cosas que... a lo mejor eran importantes para... ¿para "la sociedad"?
Sí. Ser guapo, simpático, correcto, perfecto para la sociedad. Eso era lo que le habían inculcado en casa desde pequeña, ¿no?
Jordan soltó una breve risita y dejó su taza vacía a un lado.
—La sociedad como ente con conciencia no existe—comentó. No era la primera vez que enfrentaba aquel concepto con un cliente. Muchas personas veían en "la sociedad" una especie de masa informe con ojos que juzgaban y dedos que señalaban; a su vez una masa con personalidad a la cual era fácil culpar de todo aquello que no iba bien—Existen las personas, las personas viven en sociedad. ¿Quieres decir que te preocupabas por cosas que eran importantes para otras personas, y no para ti?
Esther tardó unos instantes en responder, procesando aquella nueva forma de enfocarlo.
—Sí, exacto.
Había pasado mucho tiempo en su vida tratando de contentar a sus padres, tomando los ideales de éstos sin cuestionarlos, y frustrándose cada vez que sentía que no podía "satisfacerles". Había esperado de otros lo mismo que sentía que habían esperado siempre de ella: apariencia, elegancia -no precisamente el tipo de elegancia que nace en la personalidad de alguien-, opulencia. Incluso "élite", porque según sus referencias eso era lo que hacía especial a alguien y hacía que una persona destacase sobre el resto. Eso había sido, durante mucho tiempo, lo "natural". Las prioridades habían estado muy claras y jamás se las había replanteado, al menos no hasta que conoció a los chicos.
—¿Qué tipo de cosas?—pregunto Jordan, cayendo en la tentación de seguir tirando de la cuerda.
—Ya sabe, bueno. La sociedad quiere que seas buen estudiante, delgado, perfecto, guapo, trabajador, con pareja feliz... y si es posible que te cases—soltó ella de un tirón.
—"La sociedad"...
—Ya, ya—rectificó al momento—pues si "La sociedad" no existe... ¿otras personas han querido eso... de mí?
—¿Sentías que otras personas exigían eso de ti?—la ayudó Jordan.
—Sí.
—¿Quiénes?
Quiénes. O quién.
Esther se tomó un momento para intentar controlar el brusco acelerón mental que de pronto había sentido. Responder a aquellas preguntas era como mover muebles en una habitación que había permanecido cerrada durante años, aprovechando de paso para limpiar el polvo.
—No lo sé. Mis padres, supongo.
Padres, profesores, amistades. Tal vez no se lo habían exigido directamente, pero querían eso de ella, querían que fuera perfecta ¿verdad? ¿Verdad?
¿O había sido ella misma?
—Crees que tus padres querían que fueras buena estudiante, delgada, perfecta, guapa, trabajadora, con pareja feliz—recapituló el terapeuta.
—Sí. No lo sé...—Esther frunció el ceño sin ser consciente de la angustia momentánea expresada en su rostro. De pronto se sentía terriblemente confundida. Trataba de recordar en qué momento sus padres habían verbalizado este tipo de exigencias y no era capaz, ¿acaso nunca se lo habían dicho? ¿había sido una conclusión suya -de la propia Esther- el que ellos necesitaran que ella fuese "así"?—De cualquier modo, fracasé.
Jordan alzó ambas cejas con sorpresa.
—¿Fracasaste?
—Sí. Fracasé. Les fallé.
— "Fracasaste" de acuerdo con esa idea de "triunfo", te refieres, supongo. De acuerdo con ser perfecto, guapete, "feliz"...—no pudo sino sonreír al pronunciar esta última palabra. Feliz por imposición, algo como eso era imposible y sin embargo muchas personas lo tomaban como cierto—pues vaya triunfo.
Esther sintió que enrojecía. Jordan tenía razón, ¡aquello no era "triunfar"! y si lo era, que le dieran por saco al triunfo. Contentar a otros no era triunfar, sólo era seguir la corriente a cuatro tocapelotas que decidían lo que estaba de moda en cada momento, lo que era "in" y lo que era "out". Eso suponiendo que alguien hubiera esperado de verdad "perfección" a X respecto en su persona.
De pronto, se sintió liberada al comprender que era cierto que esa entidad de presión ("la sociedad") no existía. ¿Cuánto tiempo llevaba siendo esclava de esa idea y dándola por hecho, echándose la culpa de no encajar?
—No tienes que triunfar, Esther—dijo Jordan con suavidad, estirando el brazo para tocarle la mano brevemente—No para nadie.
No, claro que no. Ella lo sabía. No tenía que hacerlo, no quería "triunfar", no así. No tenía que "encajar" como pieza en ningún engranaje, ¿por qué había dado tantas vueltas a ello si ahora resultaba tan obvio, tan sencillo de entender? Era de locos dejarse la vida por encajar en un puzzle ficticio.
—Gracias...
Sintió deseos de llorar, y Jordan tuvo miedo de perder el hilo principal de la conversación.
—Pero volviendo a lo que me contabas, entonces. Te duele que tu amigo tenga novia, me decías.
Esther sintió un espasmo en la garganta que se transformó en un apretado nudo. Tuvo que tragar saliva para poder responder.
—Sí.
Mucho. Le dolía mucho. Le producía rabia. Odiaba a Paola, quería matarla, quería... ¡dios! le producía tanta ira todo el asunto que veía el mundo en negro y rojo.
—¿Por qué?
—Me duele...—ella exhaló de nuevo tras retener aire, sintiendo que los globos oculares se le recalentaban de pronto desde atrás a medida que ponía en palabras la respuesta— me duele que no quiera comprometerse conmigo. Me duele que haya elegido... a otra.
Se dio cuenta de que tal vez era egoísta pensar así. Sentía que Álex, por ejemplo, sí estaba "comprometido" con ella, aunque ella le viera más como un amigo (un buen amigo, el mejor). ¿Le hubiera dolido tanto el tema de la novia si en lugar de Jen hubiera sido Álex el afortunado? dios, si hubiera sido Álex, tal vez hasta ella se hubiera alegrado por él. ¿Y si hubiera sido Inti? De Inti se lo hubiera esperado, al fin y al cabo, y eso llevaba implícito que se lo permitiría sin llantinas ni florituras. ¿Por qué no podía hacer lo mismo con Jen?
Sintió una punzada en el pecho cuando inevitablemente recordó su voz diciéndole "te quiero, nena" días atrás.
"Te quiero, nena". "Te quiero, Amo".
—¿Comprometerse como pareja?—preguntó Jordan, a fin de comprender mejor. Entendía que no era esa la única manera de comprometerse con alguien, aunque eso se lo guardaría para sí. Tampoco conocía exactamente cuál era la situación con aquellos "amigos", sólo sabía lo que poco a poco le iba desvelando Esther.
—Es... es... es un error por mi parte—se atropelló ella en un hilo de voz. Le horrorizaba perder el control y comenzar a llorar delante del caballero negro, pero lamentablemente no había vuelta atrás. Él ya no le parecía tan adusto y severo, aunque eso daba lo mismo a efectos de pudor emocional—ni siquiera sé lo que quiero... sólo él dijo... él dijo que me quería, ¿sabe?
—¿Crees que te mintió?
Se sentía engañada. Eso sí.
—No lo sé.
Jordan se encogió levemente de hombros.
—¿Crees que él te dijo que te quería cuando eso no era cierto? ¿que tuvo mala intención?—inquirió, una vez más tratando de acotar el problema en sí.
—No, no lo creo. Eso no lo creo.
Esther respondió a aquello rápidamente. No, conocía a Jen un poco o eso creía... él no mentiría a sabiendas con intención de dañar. ¿Qué necesidad iba a tener de hacerlo? más bien era como si aquellos te quieros le hubieran salido solos porque los sentía. Por eso dolía tanto el tema de Paola, por eso resultaba tan inexplicable.
—¿No estás segura? Tal vez podáis hablarlo...—sugirió el terapeuta—"Hablando se entiende la gente", dicen.
"Hablando se entiende la gente", una obviedad, tal vez hasta una gran verdad. Al menos se podía intentar, o, dicho de otra manera, como seguro uno no iba a entender a otro era cerrándose en banda y rehuyendo la comunicación. Esther aun no había querido hablar con Jen... probablemente por miedo. Miedo a que él confirmase que tenía novia, y que quería a Paola. ¿Qué lugar le quedaba a ella entonces?
Empezó a llorar.
—Esther...—Jordan se echó hacia atrás en su silla para abrir un cajón del escritorio y sacar una caja de pañuelos de papel. La colocó frente a Esther y la empujó con dos de sus largos dedos hacia ella.
—L-lo siento...—balbuceó ella.
—No, no. No lo sientas, llora todo lo que necesites.
De pronto, ella recordó algo que le hizo llorar aún más fuerte.
—¿Sabe? mis padres... m-mi padre—trató en vano de controlar su respiración, que de pronto se había disparado. Su pecho se agitaba como el de un pájaro herido—mi padre no me dejaba... no m-me dejab-...
Era imposible hablar. De pronto no le salía la voz, sólo era capaz de sorber por la nariz y de hipar. Al menos Jordan no parecía molesto por tal ataque de llanto.
—¿Tu padre no te dejaba...?
—Ll-llorar—gimió ella por fin.
—¿No te dejaba llorar?
—¡N-no!
Odió recordar aquello. Era la primera vez que se lo contaba a alguien, a pesar de nunca haber podido olvidarlo.
Odió a su padre, odió la ignorancia. Inti había sido el primero en decirle que llorar no tenía nada de malo... ¿fue ese el punto de inflexión, cuando el primer nudo se deshizo y todo, absolutamente todo, empezó a voltearse?
—Bueno. Aquí llorar está perfecto—sonrió alentadoramente el terapeuta. De hecho, en los últimos días había pensado que colgaría esa misma frase en un cartel, sobre la pared, en el punto más visible de la consulta. "Aquí llorar está perfecto", sí. Algo así, por si alguien lo dudaba. También lo colgaría en la habitación donde administraba aquel otro "tratamiento", en su domicilio, desde luego—está más que permitido. ¡Sólo no te olvides de respirar!
Esther se secó las lágrimas con el dorso de la mano. Luego cogió un pañuelo de papel y se sonó, bastante ruidosamente.
—Gracias...—consiguió articular en un susurro contra la pieza desechable.
—No hay de qué. Gracias a ti por abrirte. Para eso estoy.
Ella continuaba sollozando sin control. Se tomó tiempo para concentrarse en respirar, tal como le había dicho Jordan. Se llevó la mano a la garganta tensa por instinto y cerró los ojos, tomando aire despacio, sintiendo cómo éste se abría al fin paso hasta los pulmones. Lo retuvo unos segundos y lo soltó, y así otra vez, y otra, hasta que la sensación de ahogo comenzó a aflojarse.
—L-les agradezco tanto. Les quiero tanto.
—¿A tus amigos?
—Sí.
Les quería. Aunque también estaba enfadada y herida. Sintiéndose como una mierda, hecha polvo, así estaba. La desidia de Inti -hasta cuando la follaba- era difícil de soportar, igual que el hecho de que Jen hubiera elegido a otra. ¿Qué derecho tenía ella a reclamar nada, en cualquier caso? comprendía que ninguno, y eso la enfadaba el doble, aunque consigo misma.
—¿Sabe? Tengo una entrevista de trabajo—soltó de sopetón, antes de que Jordan pudiera comentar nada—y no creo... no creo que les guste. No, mierda, no creo que les guste ni un pelo. He vuelto a fallar...
—Anda, felicidades—se refería a la entrevista, evidentemente—¿Y por qué no va a gustarles?
Jordan se preguntó si Esther había disparado aquello para cambiar de tema o porque realmente le había venido a la cabeza. Daba lo mismo, se dijo, considerando que en realidad todo estaba conectado.
Ella se detuvo de nuevo unos momentos para organizar las ideas en su mente. ¿Por qué no? Ah... porque la entrevista era para trabajar en el lugar donde los Amos jugaban a torturarla y se la follaban, por eso no iba a gustarles. Normal que le diera palo a ella misma, ¿no? y más palo todavía le daba decírselo a Jordan. No, desde luego que con esas palabras no podría.
—Es un trabajo algo especial...—dijo con cierto esfuerzo tras la llantina—en la noche, ya sabe.
—¿Estás hablando de prostituirte?
Esther le miró visiblemente escandalizada.
—¡Por supuesto que no! es un trabajo de camarera y de... reponedora, creo—respondió como una flecha.
¿Reponedora? ¿Ayudante? ¿Limpiadora? Sí, de todo eso iba el trabajo, pero nada de sexo. Aquel hombre de extraña dulzura, el llamado Argen, lo había explicado bien claro.
Jordan juntó las manos sobre el escritorio y le devolvió la mirada a Esther con gesto interrogante.
—¿Y por eso no va a gustarles a tus amigos?
Ella guardó silencio. No, no era por eso solamente, claro que no.
—¿Tiene en sí mismo algo de malo el trabajo?—inquirió Jordan entonces, sin darse cuenta de que ella callaba por no mentir y no porque no le vinieran las palabras.
—No—se obligó a reconocer Esther.
No, el trabajo en sí mismo no tenía nada de malo. Si no fuera porque estaba con los chicos, ella podría desempeñarlo hasta con normalidad, o en todo caso sin ningún cargo de conciencia, por mucho que el Noktem tuviera una temática especial.
Tal vez no sería tan terrible que Ellos lo supieran. Quizá no se lo tomarían tan mal como ella pensaba. Oh, pero quizá sí.
No sabía por qué, pero tenía la certeza de que se lo tomarían fatal, más allá de intuirlo. No que el trabajo fuera que ella se convirtiera en perra pública dos noches a la semana, ni que fuese a cobrar a cambio de sexo o sometimiento erótico en un local temático, ¡para nada! Visto así, el trabajo que Argen ofrecía era muy inocente. Pero entonces, si era así, ¿qué era lo que tanto le impulsaba a ella a esconderlo?
—Oye, ¿y qué importa lo que piensen ellos de tu trabajo, a todo esto?—preguntó Jordan a continuación—quiero decir, que les den un poco. Si no les gusta, digo. Es tu vida.
—Vivo con ellos—resopló Esther de inmediato en respuesta.
Sí, claro. Vivía con ellos, bajo su techo... por eso haber accedido a la entrevista se sentía más aun como una falta de respeto. Y callárselo era todavía peor, aunque no peor que pensar en decirlo.
—Es tu vida—repitió el terapeuta—No eres una niña, Esther. Vives con ellos porque tú lo has decidido, ¿no?
Ella se quedó mirándole durante unos instantes sin responder. Parpadeó un par de veces y frunció el ceño. Jordan sonrió.
—Lo dejamos aquí—dijo calmosamente, deslizando de nuevo aquella cinta roja ficticia entre las páginas del libro que era la historia de Esther—Suerte con el trabajo.