Creo que completo
—Hey Malena, ¡espera! ¿dónde se supone que vas?
Silver cruzaba a grandes zancadas la sala principal del club en pos de aquella que las malas lenguas llamaban "su amiguita". Simut le vio pasar desde detrás de la barra, abriendose paso entre la pequeña multitud y tratando en vano de hacerse oír a gritos por encima del estruendo de la música. En el centro de la sala se había levantado un escenario sobre una plataforma cuadrangular, a la que subía ahora un hombre pelirrojo dispuesto a juguetear con una mujer atada y semi-suspendida del techo para disfrute del público. Más de cincuenta ojos estaban puestos allí ahora, y más de veinte pares de pies se movilizaban hacia dicha tarima, lo cual hacía complicado moverse por aquella zona del local.
Consiguió agarrar a Malena del brazo en las escaleras que ascendían hacia el vestíbulo, pero esta se desasió con un seco movimiento y siguió subiendo sin ni siquiera mirarle.
—¡Malena! ¡oye!
—¡No me toques!—estalló ella, girándose para gritarle en la cara cuando llegó al piso superior y él volvió a alcanzarla.
Silver levantó las manos y dio un paso hacia atrás como si ella le hubiera lanzado literalmente su voz cual proyectil. Se encontraban en el vestíbulo de acceso, justo frente al guardarropa, tras la ventanilla del cual se hallaba Arisa -por decirlo de alguna forma, la secretaria de Argen- ahora súbitamente interrumpida en su ratito de paz y contemplando la escena sin recato alguno.
—...¿Te vas?
—Claro que me voy—a Malena no parecía importarle que la mujer del guardarropa les estuviera mirando. Tal vez ni se había dado cuenta.—Escúchame bien: estoy harta, Silver. No pienso volver a este puto sitio.
—Pero...—La cara de Silver era un auténtico poema de confusión. No entendía nada, ¿por qué diablos Malena se había puesto así?
Mierda, le iba a liar un pollo... no era que le importase el qué dirán, pero le jodía que le gritasen en público y mucho más en un sitio como ese, el Templo de la Dominación. Ja.
Se acercó a ella con el brazo extendido, llegando a rozarle el hombro con las puntas de los dedos.
—¡No me toques!—antes de que pudiera hacer tal cosa, Malena colocó ambas manos sobre su torso y le empujó hacia atrás con tal fuerza que le hizo trastabillar.
Arisa observaba la escena desde su puesto, escandalizada pero sin perder detalle. No que a ella le entusiasmara el concepto de "sumisión" que predominaba en el Club, pero, desde luego, jamás se le ocurriría tratar así a B.O, quien era lo más parecido a un "Amo" para ella en aquella basílica del sado. En los años que llevaba trabajando allí, había sido testigo de dos o tres sublevaciones sumisiles y todas ellas habían acabado mal. Porque en aquel recinto sagrado, una rebelión de ese calibre por parte de un sumiso -como por ejemplo montar un pollo, alzar la voz, ¡empujar!- aparentemente perjudicaba la imagen del Dominante implicado. Era fácil deducir por qué, y al mismo tiempo era patético. Se preguntó si el reputado Melenas iba a abofetear ahora a la gritona, o a agarrarla por el pelo para llevarla a rastras de nuevo al piso de abajo... peores cosas había visto ella allí. Lamentablemente, por experiencia sabía que la rebelión del sumiso solía desatar la ira del "Amito acomplejado" promedio en aquellos lares.
Sin embargo, para sopresa de la mujer del ropero, la reacción de Silver no fue violenta. No sintió que su dignidad fuera perjudicada por el estallido, sólo se preocupó. Mucho.
—Vale, vale. Oye, deja que al menos te lleve a casa.
Malena le lanzó una mirada furibunda con ojos enrojecidos. ¿A casa? ¿qué casa? tristemente, el lugar donde vivía era el último sitio al que quería regresar. No era su hogar, sólo silencio entre paredes que guardaban secretos y vergüenza. No era su hogar pero, ¿dónde si no iba a ir? A "casa", a "su" cama, junto a un hombre a quien estaba engañando.
—A casa—farfulló con rabia—o al maldito motel de carretera donde vives, ¿no es así?
Silver abrió la boca para decir algo, sus ojos se abrieron como platos y casi rió.
—¿Perdona?
—Al maldito motel donde vives AHORA, ahí es donde estás durmiendo HASTA QUE VUELVAS A IRTE Y A DESAPARECER, ¿NO ES CIERTO?
Joder. Los gritos de aquella mujer se tenían que estar escuchando en la planta baja, pensó Arisa. Si no hubiera música, los allí presentes estarían oyendo ahora aquella discusión en estéreo quisieran o no.
Melenas parpadeó, de nuevo absorbiendo un impacto casi físico.
—Vale. Deberíamos hablar... ¿no crees?
—¿HABLAR DE QUÉ, MALDITA SEA?
—Deberías calmarte...
Los ojos de Malena se llenaron de lágrimas de impotencia.
—¿CALMARME? Desde que te conozco me dices "te amo" y me dejas tirada, una y otra vez. Nunca sé dónde vas a ir ni si vas a volver, ¿A TI TE PARECE QUE ESO ES NORMAL?—Tragó saliva, sollozó y volvió a tragar antes de seguir hablando—Hago todo lo que quieres. Siempre estoy aquí y siempre sabes dónde encontrarme. Me pliego a tus juegos, ¡Y TÚ MIRAS A OTROS! ...OSAS PEDIRME QUE ME DIVORCIE, dices que no quieres compartirme, ¡PERO YO SIEMPRE TENGO QUE COMPARTIRTE A TI!
Silver trataba de procesar toda aquella información lo más rápido que podía. Como suele ocurrir (especialmente a los hombres), soltó la frase que jamás debería haber dicho en aquel momento crucial. Sin maldad, sólo por inocencia, porque necesitaba entenderla a ella.
—...¿Tienes celos?
—¿QUÉ? ...¡IMBÉCIL!—Eso era lo que le faltaba por oír a Malena. Puso cara de querer escupir a Silver entre los ojos, pero afortunadamente no lo hizo; se giró hacia el guardarropa y avanzó hacia allí visiblemente alterada, tanteando en el bolsillo interior de su casaca en busca del papelito que le había dado la mujer que trabajaba allí. Quería irse, pero no iba a hacerlo sin su bolso.
Silver no fue tras ella. Se quedó parado en mitad del vestíbulo, siguiendo sus movimientos con los ojos. Se sentía afligido y por supuesto la entendía. Malena tenía razón, menudo cabrón estaba hecho, pero lamentablemente no podía hacer nada por cambiar las cosas o eso pensaba, ya que, respecto a ciertos temas, Malena y él tenían ideales contrapuestos.
Ella había hablado de posesión sin llegar a mencionar esa palabra. Quería controlar a Silver, aunque sólo fuera para saber dónde estaba y cómo y cuándo iba a volver si se marchaba. Era lógico, algo plenamente aceptado en una sociedad "normal". Más allá de la monogamia, quería que Silver fuera "suyo", y en cierta manera el de cabellos azabache lo era... pero no como a Malena le gustaría. Él era un cabrón, sí; un cabrón y un cobarde, probablemente, pues cómo definir si no al que disfruta atando a otras personas con metros de cuerda y sin embargo le da terror atarse él mismo, ¿no?
¿Le daba terror? ¿o simplemente no quería hacerlo?
Conocía a Malena desde hacía muchos años. Sabía de sus sueños y anhelos, de lo que ella esperaba de la vida. Familia, boda, hijos. Estabilidad. Justo lo que Silver consideraba que era incapaz de dar, porque ni siquiera creía en tal concepto.
Comprendía a Malena pero, donde para ella había normalidad necesaria, para él había directamente una mentira, y, en consecuencia, sufrimiento.
Le gustaban los niños, y no tendría ningún problema con tener un hijo si no fuera porque pensaba que sería un desastre de padre y que terminaría jodiendo a ese hijo de por vida, haciéndole literalmente un desgraciado. Pensaba en sí mismo como el padre imposible, sin importar lo mucho que procurase no cometer los mismos errores que su propio progenitor. No podía arriesgarse a algo como ser padre, no quería ni pensarlo.
Como tampoco podía pensar en una vida de pareja sin querer tirarse por un barranco.
Comprendía a Malena; era lícito que ella quisiera eso, y ella... ella merecía ser feliz. Él no era quien para romper sus ilusiones, tenía claro que no iba a joderle la vida. No iba a envenenarla con aquella toxicidad suya que ni él mismo podía comprender.
"Puta loca del coño" pensó Arisa cuando Malena se acercó a la ventanilla del guardarropa y le entregó el fragmento de papel arrugado. Hordas enardecidas de feministas se le echarían encima seguro por emplear este concepto -lo que antiguamente se conocía como "histérica"-, además siendo mujer, pero, sea como fuere, así pensaba y dentro de su cabeza nadie podía oírla.
No había unicornios ni ositos de goma en el mundo de Arisa, ni castillos donde se casaban príncipes y princesas. Su planeta particular era más bien un erial deshabitado, un páramo por cuyo firmamento pasaba alguna estrella fugaz de cuando en vez. Le repateaban ese tipo de dramas a lo Pimpinela/"ni contigo ni sin ti", esas exaltaciones desabridas del "yo", hasta el punto que ahora casi compadecía a Silver. Sin decir palabra, sonrió cordialmente y se llevó el papelito con el número a la parte trasera del guardarropa, donde encontró el bolso de la Drama-Queen.
Malena pasaba nerviosa el peso de un pie a otro, confiando en que aquella petarda del guardarropa no tardara demasiado en traer su bolso. Había visto un destello en su mirada que interpretó como burlesco, ¿qué se había creído aquella maruja?
Tras unos segundos que parecieron interminables, finalmente la petarda trajo el bolso y se lo tendió, mostrando la misma sonrisa de trazo hipócrita. Malena musitó un seco "gracias" y se giró hacia la salida, apretando el bolso contra su pecho.
—No voy a dejar que te vayas sola.
No se había ido, claro que no. Malena sabía que Silver era un cabrón impredecible, pero también que no era de los que se rendían facilmente. Tal vez por eso ella no había podido negarle nada jamás; tal vez por eso ella había acudido al club con él aquella noche, y hacía dos semanas, y la primera vez que él se lo pidió.
—Siempre he estado sola.
Sin girarse si quiera hacia la voz tras ella, Malena empujó la puerta y salió al exterior desde la antesala del Club. Como no podía ser de otro modo, Silver le pisaba los talones.
—No es verdad. Por favor, para—intentó en vano aferrarla por el hombro pero ella se sacudió su mano de encima y siguió andando.
—No pienso escucharte; no quiero escucharte, ya no.
—¿Pero por qué estás tan cabreada? ¡de verdad, no entiendo a qué viene todo esto!
No, claro que no lo entendía. Estaba todo genial según él, todo tranquilo salvo por aquella sorpresa de encontrarse allí al antiguo profesor, cuando Malena había estallado. Pero, ¿qué sentido tenía la explosión? ¿habría sido por Balle? no, por qué, pobre hombre. Ni que Silver hubiera tenido además la culpa de encontrarselo allí. ¿Tal vez el espectáculo en el potro había sido demasiado? sí, eso tenía más sentido, o al menos Silver podía entender que el trato que estaba recibiendo la sumisa de Inti podría haber impresionado a Malena. Ella no vivía así la "sumisión". No, para nada.
—Claro que no lo entiendes—Para bien o para mal, Malena se detuvo y se giró hacia él con gesto de querer darle un puñetazo. No se veía un alma en la desierta calle a aquella hora, pero si hubiera habido transeuntes curiosos tampoco le hubiera importado. En realidad, tenía ganas de decirle en la cara algunas cosas y lo último que tenía en consideración ahora era qué pensaría un testigo anónimo—La culpa es mía, por acceder a ir a este burdel contigo otra vez. La culpa es mía por no saber decirte que no.
—Oye. No es un b-...
—Ya, ya. Ya me lo has dicho muchas veces. No es un burdel, pero hay putas, ¿no es cierto?...¿por qué no vuelves y te las tiras a todas?—añadió esto último elevando la voz.
Silver suspiró y sacudió la cabeza.
—No quiero tirarme a nadie...
—¡O a todos!—Malena se corrigió con triunfante resquemor; sólo ella sabía por qué decía aquello—A ese Samiq, o al otro de ojos azules. O al pobre Loco...¿por qué querías retenerle?¿para tirártelo también?—Malena sonrió con cinismo, sintiéndose de golpe muy próxima al llanto—No te bastaba con estar allí ¿verdad? No te bastaba con mirar a tus amiguitos. No te bastaba conmigo.
Silver se había quedado petrificado mientras ella escupía aquel siroco de mierda. Comenzaba a entender poco a poco las razones de Malena, y cada vez se sentía peor.
—Haces bien en que la gente no te importe—bufó ella encolerizada, aprovechando su silencio—te ahorrarás mucho sufrimiento, creeme. Espero que nunca nadie te haga sentir como tú me has hecho sentir a mí. Espero que nunca nadie te haga el daño que tú has hecho.
Las personas muy sensibles e inteligentes pueden ser también grandes manipuladores cuando les arde la sangre, dándose cuenta o no. Silver, por su parte, estaba más que dispuesto a ceder ante cualquier maniobra emocional, a dejarse abrazar por los tentáculos de cualquier oscuridad si ésta procedía de Malena porque, en definitiva, él se veía a sí mismo así, como un cabrón. No tenía excusa para eso y tampoco quería buscarla: no era que hubiera crecido rodeado de cabrones, no era que lo hubiera aprendido de malas compañías o se le hubiera pegado de nadie; no se podía achacar algo así a otros, ¿verdad? Para qué echar balones fuera, ÉL ERA ASÍ, por lo que fuese, por herencia genética, sin más vuelta de hoja. Pero de ahí a que Malena no le importara, iba un gran trecho.
—Te equivocas ahí—replicó con amargura. Pero qué pereza tener que argumentarlo. No sabría por donde empezar a hacerlo y, además, sería esforzarse para nada o así lo sentía, porque ella no iba a creerle. No, claro que no.
—¿Ah, sí? ¿en cuál de todas las cosas?
Él negó con desaliento.
—No sé cómo puedes pensar que no me importas.
Malena tomó aire.
—La primera vez me abandonaste dejando una carta de mierda. Luego apareciste después de AÑOS para dar un concierto y volverte a marchar. Y después, Silver, ¿cuántas veces?...¿cuántas veces has hecho lo mismo?—se secó las lágrimas con rabia y dio un paso atrás como si tuviera delante al mismo demonio—volviste para vender el piso y ni siquiera me llamaste. Hasta que conociste a ese tío raro y empezó toda la mierda del Club, y volvimos a quedar aunque ibas y venías como siempre. Vas y vienes; tu banda se fue a la mierda pero eso no cambió nada. ¿Me quieres para esto, Silver? ¿para usarme? Lo siento... no puedo más.
—¿No vas a dejar que te explique?—Silver no sabría cómo explicarse ni qué explicar exactamente, pero al menos quería intentarlo.
Ella negó vehemente con la cabeza, apretando dientes. No, ¿explicarle? ¿explicarle qué? Además, con cada segundo que pasaba al lado de Silver sentía que el peligro aumentaba; peligro de RECAER (literalmente) en sus brazos, y no, no quería arriesgarse a perder el norte de nuevo, no otra vez. Aprovecharía ahora que el cabreo le había dado fuerzas; se arrancaría el corazón y lo pisotearía ahí mismo si hacía falta, y lo enterraría después para dejarlo atrás de una vez.
—Por favor...
Oh, no. No podía quedarse allí y exponerse a que Silver suplicara de nuevo. No podría soportar eso sin abrazarle.
—Tal vez la que debió irse hace mucho tiempo soy yo.
Silver sintió que algo se le quebraba por dentro cuando, tras decir aquellas palabras, ella dio un paso lateral para llamar a un taxi con un gesto. El vehículo que acertaba a pasar por allí en patrulla noctura se detuvo al margen de la desierta calzada y aguardó con el motor en marcha.
—Malena, espera...
—Adiós, Silver.
Se le emborronó la mirada cuando ella subió al coche. "No llueve dentro de tus ojos, Silver, no es eso lo que pasa". Se rió ("estoy loco").
Durante unos segundos continuó ahí clavado en la acera después de perder el taxi de vista. Poco a poco, levantó la mano derecha y se secó un par de lágrimas solitarias para ver con claridad. Ante sus ojos, la calle vacía ("se ha ido"). En su cabeza, resonaba el eco de la voz de Malena diciendo adiós.
("No se ha ido, no para siempre"). No, seguro que sólo era un cabreo. Un calentón. Y era cierto que sabía dónde encontrarla. Esperaría respetuosamente al día siguiente y la llamaría, y ella cogería el teléfono como siempre que él la había llamado. Mil veces habían discutido por aquel mismo tema y mil veces habían vuelto a hablar... aunque tenía que admitir que nunca antes había visto ese fulgor de determinación en sus ojos.
("¿Y si se ha ido?")
Sabía bien lo que era sentir abandono. Lo mismo que, para ser justos, había sentido Malena por su culpa cada dos por tres a su manera (o eso imaginaba Silver). Lo mismo que él mismo había sentido cuando era un niño pequeño y su padre desaparecía a tiempos de la casa, un par de años antes de empezar a beber. Conocía ese tipo de dolor: cómo el mundo alrededor se tambaleaba y parecía distinto, asfixiante sin esa persona, y cómo entre cada ida y venida uno se iba rompiendo de a pocos por dentro a causa de la incertidumbre. Ni siquiera importaba que la persona en cuestión fuera escoria: el abandono dolía igual. Se podía echar de menos a un hijo de puta, perfectamente.
De cualquier modo, amar siempre estaba por encima del abandono, del sufrimiento, de la nostalgia. Sentir amor -fortaleza según unos, debilidad según otros- estaba por encima de sentir abandono, dolor o nostalgia. Se podía amar intensamente desde el abandono y el dolor, incluso de forma privada y en total silencio. Tal vez amar era el único de estos sentires que no era opcional ni admitía giros alternativos en la manera de vivirlo. Y, aunque el acto de amar pudiera estar rodeado de tanta, tantísima mierda, siempre era un privilegio aun así.
El amor en sí no tenía nada de malo para Silver...
Placas de hielo comenzaron a moverse en su pecho. No se sentía bien, pero tampoco era como morir.
Tomó aire, exhaló y se giró para echar a andar de nuevo hacia el Club de Argen. No le apetecía nada mezclarse con gente ahora, pero, sin importar lo que fuese que decidiera hacer, tenía que coger sus cosas. Lo único que llevaba encima, en el bolsillo de la chaqueta larga de cuero, eran las llaves del coche y la cartera.
Llamó al timbre minúsculo junto a la descascarillada puerta de acceso. Tras unos minutos de espera, ésta se abrió lo justo para mostrar el delicado rostro de la mujer bajita del ropero.
—Buenas noches de nuevo, señor.
Quizás Arisa era maruja, pero era también discreta. No preguntaría nada a pesar de haber sido testigo de la bronca frente al guardarropa, por mucho que fuera evidente que Melenas había vuelto al Noktem sin su acompañante.
—Buenas noches, Arisa—Él tampoco tenía ganas de pegar la hebra, lógicamente. Tras aquel saludo, esbozó una breve sonrisa de cortesía y, sin más, enfiló escaleras abajo rumbo a la sala principal del Club, donde esperaba encontrar a Simut tras la barra. Era él, el primer esclavo de Argen -un Dorado más antiguo que Samiq- quien custodiaba su mochila y el resto de sus cosas por petición especial.
La hipnótica música seguía sonando en la sala cuando llegó, y las luces seguían danzando. En la tarima del centro, la mujer estaba siendo torturada en los pezones a manos del pelirrojo enmascarado, quien había escrito con pintalabios las palabras "PUTA DESOBEDIENTE" en su abdomen desnudo. Sin lanzar más que una rápida mirada a dicha escena, Silver se encaminó a la larga barra, ahora más despejada que nunca gracias a que mucha gente se había desplazado hacia la tarima para ver el espectáculo.
—Hola, Simu—No tenía pensado sentarse y, sin embargo, prácticamente se derrumbó en el taburete más cercano. Al otro lado de la barra, el Caballo de Carreras parecía atareado colocando una remesa—¿tienes un momento?
El aludido miró al recién llegado y mostró una sonrisita contenida. A diferencia de Samiq, Simut era bastante reservado y no solía sonreír, pero le agradaba Silver (y no le importaba nada que le acortase el nombre). No era que el Primer Dorado fuese una persona huraña o triste, ni mucho menos; sabía ser diplomático y cortés con los clientes, pero no tenía las mismas aptitudes sociales que su hermano.
—Claro, señor. Para usted siempre.
Silver le devolvió la sonrisa a pesar de lo cansado que se sentía de golpe.
—Eres un amor. Deja el usteo conmigo, ¿quieres?
El esclavó bajó por un momento la mirada hacia la remesa de botellas que se afanaba en colocar y sonrió un poco más.
—Como desees—asintió. Se sentía un poco raro suprimir el "usted" en el trato, en cierto sentido como fallar en las formas en aquel lugar protocolario por definición. Pero allí la voluntad de un cliente estaba por encima de lo que un esclavo pudiera juzgar, y, bueno... Silver era Silver.—¿Quieres tomar algo?
El interpelado suspiró y negó con la cabeza.
—Gracias, pero no. En realidad venía a por la mochila. Ya me voy.
—Oh. Ahora mismo.
A Simut le pareció raro que Silver dijera aquello, si tan solo porque los amigos del mencionado aun estaban jugando en el Tres Calaveras. Sabía que Samiq había ido tras las mamparas también, y así mismo que aquel hombre de aspecto desolado cuyo nombre desconocía seguía igualmente allí. Pero, por supuesto, se limitó a sacar la mochila del escondrijo tras la barra y a dársela a su dueño, absteniéndose de comentar nada.
—Gracias.
—¿...Te encuentras bien?—se atrevió a preguntar, sin embargo, al darse cuenta de la palidez y las marcas de cansancio en el rostro ajeno. Tal vez no era lo más educado que podía hacer, pero apreciaba a ese Dominante lo suficiente como para inquietarse por su aspecto.
Silver sonrió con cierto desaliento.
—Gracias por preguntar. La verdad es que no, pero se me pasará.
—Vaya. ¿Ha pasado algo...?—no, decididamente no era educado preguntar así y meterse a saco en la vida de un Dominante reconocido en el Club, pero, salvo que el otro pusiera límites, Simut seguiría haciéndolo.
—Nada que me pillara de sorpresa—repuso el interpelado, sin dejar de sonreír de esa forma lúgubre y encogiéndose levemente de hombros—no voy a molestarte en tu trabajo con mi mierda, Simut. Descuida.
El primer esclavo de Argen no pudo evitar una risita queda.
—¿Molestarme? eso nunca. Además, ahora tengo un respiro... menos mal. Llegaste en el momento justo.
—¿En serio? pero si estás hasta arriba.
Simut apartó la fila de botellas sobre la barra ante sí y colocó dos vasos vacíos en la superficie negra brillante.
—Antes sí—reconoció con un pequeño suspiro, a continuación procediendo a verter el contenido de una botellita de cristal ahumado en uno de los vasos—Hace un momento no daba abasto yo solo. Tal vez podrías presionar un poco a Argen para que contrate un camarero extra...
Silver rió por lo bajo cuando Simut le guiñó el ojo tras decir aquello.
—¿Presionarle? no creo que yo tenga ese poder sobre él. ¿Qué estás haciendo?
El esclavo dio un empujoncito al vaso, ahora medio lleno de un líquido dorado, para colocarlo delante del Dominante.
—Prepararte una bebida. Es un combinado suave, aunque si prefieres otra cosa...—Llevaba tiempo sirviendo copas allí, y sabía bien que a Silver no le iba demasiado el alcohol. Pero tampoco iba a darle un refresco industrial.
—¿La has mezclado tú mismo?
—Sí, claro.—siempre lo hacía. El Primer Dorado tenía una vena creativa interesante en ese aspecto: hasta les ponía nombres a los cócteles que preparaba y presentaba en el bar del Club noche tras noche. "Besos lácteos" se llamaba esta bebida en particular, y tal vez era mejor no preguntar por qué.
Considerando que el contenido en alcohol de la bebida era muy bajo, a Simut no le pareció mal tomar un par de tragos también. Llenó hasta la mitad el vaso que quedaba frente a él y levantó la mirada hacia Silver con gesto de camaradería.
—No lo quiero rechazar, pero iba a marcharme...—dijo éste sin tenerlas todas consigo.
—¿No lo quieres rechazar? pues no lo hagas—replicó Simut. Ah, era un lujo llevarse bien con alguien hasta el punto de poder bromear allí y reír de vez en cuando, aunque esa persona fuera de un rol presuntamente superior. Tal vez ese era el problema: en el club, la mayoría de los Dominantes pensaban que tal rol les hacía superiores a los sumisos, sumisas y switchs, y actuaban basándose en eso. Y, lo que era peor, muchos sumis@s también lo pensaban. Simut sabía que Silver no fluía de esa forma y, por eso -entre otras cosas-, sentía un respeto especial hacia él, tanto hacia su rol como hacia su persona.
Era una lástima que fuera tan habitual confundir términos en el mundo BDSM moderno, pensaba el esclavo. Tantos siglos de sado para nada. No compartiría su visión particular a estos respectos, pero se enervaba en silencio cada vez que veía a alguien ( a alguien de cualquier rol) actuar en el Club sin pensar, guiado por premisas falsas como esa. Ah, en Zugaar no se daban ese tipo de errores; allí nadie enarbolaba su rol para exigir un respeto especial por delante de lo que era una persona; allí, simplemente, cada uno elegía su sitio sin dramas, sin tabúes y sin mezclar conceptos. Simut estaba a gusto en la ciudad trabajando para Argen, pero a veces no podía negar que añoraba la fortaleza en la isla; era el lugar que le había visto nacer como esclavo voluntario, después de todo.—Vamos. Qué va a pasar porque te relajes un poco.
Silver sacudió la cabeza exagerando contrariedad, sin poder disimular la sonrisa que le produjo el descarado comentario. Desde lejos se apreciaba que con Simut no tenía problema en la horizontalidad del trato, y nunca lo había tenido.
—Bueno. Supongo que soy fácil de convencer—tomó el vaso y suspiró mientras por un momento centraba la mirada en su contenido.
—Qué bien. Y ya de paso me podrías contar lo que te pasa...
Silver guardó silencio unos instantes, maldiciendo por lo transparente que al parecer era su rostro.
—No me pasa nada—replicó finalmente.
Simut apoyó ambos antebrazos sobre la barra y se inclinó hacia él.
—Castígame y masácrame por decir esto, pero tienes una cara horrible—respondió en tono de voz más baja, acercándose al otro—vamos, Silver. Eres mi amigo. ¿Qué te ha pasado?
El aludido se retiró unos milímetros y contempló largamente a Simut. Eran amigos, sí, eso era cierto. Se conocían desde que Silver había empezado a frecuentar el Club, invitado por Argen, poco después de la muerte de Kido. Incluso desde antes de que Inti y sus amigos comenzaran a participar en aquellas juergas. Se guardaban respeto mutuo y se lo demostraban, igual que sucedía entre Silver y Samiq.
—Gracias, Simu. Pero no es nada.
—No te creo, lo siento.
—...Nada que no sepa.
El esclavo ladeó la cabeza. La máscara de Silver parecía haberse agrietado tras su dueño decir aquello, y por un momento se le vio a éste tremendamente triste.
—¿Nada que no sepas? ¿qué quieres decir?—Se inclinó nuevamente por encima de la barra para tocarle el brazo.
—Pff, qué puedo decirte. Soy un cabrón.
Simut no esperaba oír algo como eso. Sin embargo, aquellas palabras encajaron solas en el puzzle dándole sentido a la expresión que se pintaba en la cara del pelilargo: era la culpa lo que le estaba atormentando, por encima incluso de la pena. Abrió los ojos de par en par y reprimió el impulso de tomar a Silver por la barbilla para levantarle la agachada cabeza.
—¿Un cabrón? ¿por qué dices eso?—Oh, ya. Le había visto salir detrás de aquella chica que le había acompañado, prácticamente corriendo. Y ahora ella ya no estaba allí.
—Porque lo sé. Porque me conozco.
Puede que Simut no tuviera tanta "intuición" como Samiq, pero a efectos psicológicos sabía cómo manejar un sacacorchos. No le tomó mucho tiempo que Silver le contara a grandes rasgos lo que acababa de ocurrirle, así como por qué se etiquetaba a sí mismo de cabrón, miserable y otras lindezas. Escuchó su relato con plena atención: cómo su chica quiso marcharse, y hasta las palabras textuales que ella le dijo en la calle. Aparte de por mera confianza, Silver citó aquellas palabras porque aun le quemaban y dolían, y porque todavía estaba luchando por digerirlas. El hecho de que considerara que mereciera aquellas palabras no influía en eso; tenía que asimilarlas e integrarlas igualmente, fueran merecidas o no.
—Señor, ¿me permite que le diga lo que pienso...?—Simut sabía perfectamente que estaba usteando a Silver ahora y aguardó a que él le corrigiera, pero esto no sucedió. Tal vez el Dominante no se había dado ni cuenta.
—Claro.
Simut se tomó un momento para organizar ideas y escoger las palabras adecuadas antes de empezar a hablar.
—Señor... lo que me acaba de contar me recuerda a algo que sucedió hace algún tiempo en Zugaar. Samiq y yo ya éramos propiedad de Argen, aunque mi hermano era un Plata entonces—sonrió levemente recordando aquel tiempo. A veces parecía que todo lo acontecido en la isla hubiera sucedido el día anterior, de tan vivos como estaban los recuerdos— Teníamos dos hermanas más... una de ellas bastante conflictiva. Reclamaba atención y presencia por derecho propio sobre El Amo, pero no sólo como sumisa sino como persona. ¿Entiende lo que quiero decir?
Silver asintió. Sí, creía que sí, aunque no sabía por dónde iba a salir Simut al contarle aquello.
— Nuestra ex-hermana se colocaba sistemáticamente por encima de El Amo, cuando Él nunca le hizo eso a ella—continuó explicando el esclavo. Argen simplemente "estaba" por encima, sin tener que forzar su posición, porque de mutuo acuerdo lo habían decidido entre todos los implicados. Argen se había presentado en Zugaar como Dominante y eso había sido aceptado por aquellos que deseaban una relación asimétrica desde el otro lado. Y más allá de todo eso, Argen siempre había sido respetuoso con otras personas y jamás había forzado a nadie a quedarse con él.—Ella reclamaba lo que consideraba "suyo", cuando Él jamás le había exigido a ella entrega alguna, dado que todos nosotros nos dábamos a Él desde nuestra libertad. Se ponía por delante de Él en cuanto a necesidades, incapaz de ver que Él hacía justamente lo contrario con ella. Para nosotros era blasfemo y agotador lo que hacía, pero aun así El Amo no la dejó, ¡fue ella quien se fue! Lo crea o no, tras años a sus pies, un día se marchó sin más, dando un portazo, y al poco tiempo se presentó a otro Dominante. Ni siquiera, en ningún momento, se molestó por saber cómo se sentía Argen.
—Oh, vaya.
—El día que ella se fue, todo el mundo se enteró en Zugaar. Le echó a Argen su mierda en la cara y le gritó sin importarle que hubiera más personas mirando, y entonces... una Dómina de allí, la Dama Ángela, intervino.—Simut hizo una pequeña pausa para tomar aire y su gesto se torció con desagrado—La Dama Ángela le dijo a Argen que no dejara marchar a su sumisa.
—Joder.
—Él le contestó que, si ella se marchaba, era precisamente porque no era suya. Pero la Dama no le escuchó. "Después de tantos años no puedes hacerle eso" le dijo, "se ha comportado así porque está sufriendo, y a ti te da igual".
Silver ladeó la cabeza mientras la película relatada por Simut se rodaba en su cabeza. Vaya, pobre Argen.
—¿Y qué pasó?
El esclavo se encogió de hombros.
—Nada. Degradaron a la Dómina y le ablandaron el culo con una regla de madera, aunque eso ocurrió meses después por otros motivos.
—Ja. ¿Y Argen? ¿no fue a buscar a la rebelde?
—No, claro que no. Señor, usted no es cabrón como tampoco lo era él—añadió Simut, sin querer seguir conteniendo por más tiempo lo que realmente quería decirle a Silver—Usted es LIBRE, señor.
—Ya, bueno. Lo que tú digas.
—Y, ¿sabe? su amiga es libre también.
Silver entendía que eso era cierto en el sentido de que Malena había elegido marcharse, ya fuera en serio o a causa del calentón (el calentón ya era serio así que eso daba lo mismo). Y desde luego él no era quién para forzarla a hacer nada, ni quería hacerlo, pero pensaba también que ella había tomado esa decisión por culpa de él, porque él le había hecho daño.
—Ella tiene razón. Sé bien lo que se siente al ser abandonado, porque me ha pasado—masculló—Y eso es lo que yo le hago a la gente, Simut. Eso es lo que hago, desaparecer, a pesar de saber lo mucho que duele. No... no sé por qué, no sé por qué lo hago. No sé por qué soy así.
—Señor, permítame. Usted era un niño cuando le abandonaron. Eso no tiene nada que ver.
Silver casi se cae del taburete al oír aquello. De no haber podido evitarlo, se hubiera precipitado encima de Simut, por lo cerca que estaban el uno del otro a fin de hacerse oír por encima de la música.
—¿Qué? ¿pero cómo...?—¿cómo demonios Simut podía saber algo así? apreciaba mucho al Primer Dorado de Argen, pero no recordaba haberle contado jamás nada sobre su infancia.
El esclavo sonrió y bajó los ojos de mirada cristalina con expresión de haber metido la pata. ¿Que cómo lo sabía?
—Sólo se puede abandonar a los niños, señor. Sólo un niño puede ser abandonado y morir de frío, de hambre, de sed o de soledad. Pero esa chica y Usted ya son personas adultas, capaces de tomar decisiones y con recursos de sobra para seguir viviendo sea como sea. Usted no puede hacer nada con las decisiones de otras personas, señor. Ya tiene bastante con sus propias decisiones, créame.
Cuando Silver conducía de regreso al motel -donde efectivamente vivía en los últimos tiempos- después de haber mantenido una larga conversación con Simut de Argen, Malena llevaba ya tiempo en su casa. Sin querer despertar al hombre que dormía en la cama de matrimonio del dormitorio principal, se había metido en el cuarto de baño y había empezado a desnudarse frente al espejo mientras la bañera se llenaba. No podía dejar de llorar.
Su cuerpo había cambiado en los últimos años, aunque seguía siendo hermoso, por mucho que ella considerase que no era así. Había engordado un poco; más bien se había ensanchado a la altura de las caderas, muslos y glúteos, y eso le molestaba. En los últimos años se había descuidado sin darse mucha cuenta, pero a ese respecto los kilos eran un mal menor.
Es lo que tiene la fatiga psíquica por silenciar las emociones. Es lo que tienen los vaivenes continuados entre tristeza e ira sorda: que se descuida uno. Es lo que tiene perder poco a poco las ganas de vivir. Que no era que ella quisiera borrarse del mapa, pero había alcanzado un punto en el que la vida ni fú ni fa.
Tenía la sensación de haber intentado cosas, de haberlo intentado todo. Y sin embargo no había más que ver cómo había terminado. Escribiendo poesías al hijo que no había tenido y guardándolas en un cajón; esclava de una máquina que aborrecía, trabajando en algo que a ratos era una tortura y sin fuerzas para cambiar. Durmiendo con un hombre bueno y soñando con otro que a lo mejor no era tan bueno; otro para quien ella significaba muy poco. Sólo una más, tal vez sólo una muesca más en el cinturón... algo así, eso era (había sido) ella.
Se había perdido de vista en todos los espejos. Ya no se consideraba bella -ni por fuera ni por dentro-, ni tampoco deseable, ni podía encontrar a la mujer que en algún momento había sentido ser. ¿Quién amaría a alguien con tanto miedo, con tanta tristeza y tal fealdad? Con tal de no pensar en ello, había dejado también de pensar en ella misma, cerrando el círculo para sentirse un despojo.
En la intimidad del cuarto de baño, se había quitado las medias negras hasta medio muslo que tanto le gustaban a Silver. Las medias que escondían el entramado de cicatrices delgadas y blanquecinas que se extendían a lo largo de sus pantorrillas, de rodillas a empeines. Era una bendición que desde hacía tiempo Silver no se detuviera a quitarle las medias para follar; eso le había ahorrado muchas explicaciones en los encuentros que habían tenido, desde luego.
Encuentros esporádicos. Siempre eran así. ¿Por qué se empeñaba en sentir que ella era y sería especial? Se mordió el labio y sorbió fuerte por la nariz cuando pensó que Él nunca volvería a acariciarla.
No sabía qué hacer con el dolor. Llorar no era suficiente. Todo seguía encerrado.
No sabía qué hacer con el dolor. No podía sacarlo ni traducirlo. Era insoportable.
Sacó la pareja de cepillos de dientes y el tubo de pasta fluorada del vaso de cristal que los contenía. Envolvió el vaso en una toalla para no hacer ruido y lo estrelló con firmeza contra el suelo. Un sólo golpe bastaría para fragmentarlo en pedazos: esquirlas cortantes que por lo menos harían posible gritar con el cuerpo, trazando en él las mismas heridas que quemaban por dentro más allá de la piel.
___________
Silver cruzaba a grandes zancadas la sala principal del club en pos de aquella que las malas lenguas llamaban "su amiguita". Simut le vio pasar desde detrás de la barra, abriendose paso entre la pequeña multitud y tratando en vano de hacerse oír a gritos por encima del estruendo de la música. En el centro de la sala se había levantado un escenario sobre una plataforma cuadrangular, a la que subía ahora un hombre pelirrojo dispuesto a juguetear con una mujer atada y semi-suspendida del techo para disfrute del público. Más de cincuenta ojos estaban puestos allí ahora, y más de veinte pares de pies se movilizaban hacia dicha tarima, lo cual hacía complicado moverse por aquella zona del local.
Consiguió agarrar a Malena del brazo en las escaleras que ascendían hacia el vestíbulo, pero esta se desasió con un seco movimiento y siguió subiendo sin ni siquiera mirarle.
—¡Malena! ¡oye!
—¡No me toques!—estalló ella, girándose para gritarle en la cara cuando llegó al piso superior y él volvió a alcanzarla.
Silver levantó las manos y dio un paso hacia atrás como si ella le hubiera lanzado literalmente su voz cual proyectil. Se encontraban en el vestíbulo de acceso, justo frente al guardarropa, tras la ventanilla del cual se hallaba Arisa -por decirlo de alguna forma, la secretaria de Argen- ahora súbitamente interrumpida en su ratito de paz y contemplando la escena sin recato alguno.
—...¿Te vas?
—Claro que me voy—a Malena no parecía importarle que la mujer del guardarropa les estuviera mirando. Tal vez ni se había dado cuenta.—Escúchame bien: estoy harta, Silver. No pienso volver a este puto sitio.
—Pero...—La cara de Silver era un auténtico poema de confusión. No entendía nada, ¿por qué diablos Malena se había puesto así?
Mierda, le iba a liar un pollo... no era que le importase el qué dirán, pero le jodía que le gritasen en público y mucho más en un sitio como ese, el Templo de la Dominación. Ja.
Se acercó a ella con el brazo extendido, llegando a rozarle el hombro con las puntas de los dedos.
—¡No me toques!—antes de que pudiera hacer tal cosa, Malena colocó ambas manos sobre su torso y le empujó hacia atrás con tal fuerza que le hizo trastabillar.
Arisa observaba la escena desde su puesto, escandalizada pero sin perder detalle. No que a ella le entusiasmara el concepto de "sumisión" que predominaba en el Club, pero, desde luego, jamás se le ocurriría tratar así a B.O, quien era lo más parecido a un "Amo" para ella en aquella basílica del sado. En los años que llevaba trabajando allí, había sido testigo de dos o tres sublevaciones sumisiles y todas ellas habían acabado mal. Porque en aquel recinto sagrado, una rebelión de ese calibre por parte de un sumiso -como por ejemplo montar un pollo, alzar la voz, ¡empujar!- aparentemente perjudicaba la imagen del Dominante implicado. Era fácil deducir por qué, y al mismo tiempo era patético. Se preguntó si el reputado Melenas iba a abofetear ahora a la gritona, o a agarrarla por el pelo para llevarla a rastras de nuevo al piso de abajo... peores cosas había visto ella allí. Lamentablemente, por experiencia sabía que la rebelión del sumiso solía desatar la ira del "Amito acomplejado" promedio en aquellos lares.
Sin embargo, para sopresa de la mujer del ropero, la reacción de Silver no fue violenta. No sintió que su dignidad fuera perjudicada por el estallido, sólo se preocupó. Mucho.
—Vale, vale. Oye, deja que al menos te lleve a casa.
Malena le lanzó una mirada furibunda con ojos enrojecidos. ¿A casa? ¿qué casa? tristemente, el lugar donde vivía era el último sitio al que quería regresar. No era su hogar, sólo silencio entre paredes que guardaban secretos y vergüenza. No era su hogar pero, ¿dónde si no iba a ir? A "casa", a "su" cama, junto a un hombre a quien estaba engañando.
—A casa—farfulló con rabia—o al maldito motel de carretera donde vives, ¿no es así?
Silver abrió la boca para decir algo, sus ojos se abrieron como platos y casi rió.
—¿Perdona?
—Al maldito motel donde vives AHORA, ahí es donde estás durmiendo HASTA QUE VUELVAS A IRTE Y A DESAPARECER, ¿NO ES CIERTO?
Joder. Los gritos de aquella mujer se tenían que estar escuchando en la planta baja, pensó Arisa. Si no hubiera música, los allí presentes estarían oyendo ahora aquella discusión en estéreo quisieran o no.
Melenas parpadeó, de nuevo absorbiendo un impacto casi físico.
—Vale. Deberíamos hablar... ¿no crees?
—¿HABLAR DE QUÉ, MALDITA SEA?
—Deberías calmarte...
Los ojos de Malena se llenaron de lágrimas de impotencia.
—¿CALMARME? Desde que te conozco me dices "te amo" y me dejas tirada, una y otra vez. Nunca sé dónde vas a ir ni si vas a volver, ¿A TI TE PARECE QUE ESO ES NORMAL?—Tragó saliva, sollozó y volvió a tragar antes de seguir hablando—Hago todo lo que quieres. Siempre estoy aquí y siempre sabes dónde encontrarme. Me pliego a tus juegos, ¡Y TÚ MIRAS A OTROS! ...OSAS PEDIRME QUE ME DIVORCIE, dices que no quieres compartirme, ¡PERO YO SIEMPRE TENGO QUE COMPARTIRTE A TI!
Silver trataba de procesar toda aquella información lo más rápido que podía. Como suele ocurrir (especialmente a los hombres), soltó la frase que jamás debería haber dicho en aquel momento crucial. Sin maldad, sólo por inocencia, porque necesitaba entenderla a ella.
—...¿Tienes celos?
—¿QUÉ? ...¡IMBÉCIL!—Eso era lo que le faltaba por oír a Malena. Puso cara de querer escupir a Silver entre los ojos, pero afortunadamente no lo hizo; se giró hacia el guardarropa y avanzó hacia allí visiblemente alterada, tanteando en el bolsillo interior de su casaca en busca del papelito que le había dado la mujer que trabajaba allí. Quería irse, pero no iba a hacerlo sin su bolso.
Silver no fue tras ella. Se quedó parado en mitad del vestíbulo, siguiendo sus movimientos con los ojos. Se sentía afligido y por supuesto la entendía. Malena tenía razón, menudo cabrón estaba hecho, pero lamentablemente no podía hacer nada por cambiar las cosas o eso pensaba, ya que, respecto a ciertos temas, Malena y él tenían ideales contrapuestos.
Ella había hablado de posesión sin llegar a mencionar esa palabra. Quería controlar a Silver, aunque sólo fuera para saber dónde estaba y cómo y cuándo iba a volver si se marchaba. Era lógico, algo plenamente aceptado en una sociedad "normal". Más allá de la monogamia, quería que Silver fuera "suyo", y en cierta manera el de cabellos azabache lo era... pero no como a Malena le gustaría. Él era un cabrón, sí; un cabrón y un cobarde, probablemente, pues cómo definir si no al que disfruta atando a otras personas con metros de cuerda y sin embargo le da terror atarse él mismo, ¿no?
¿Le daba terror? ¿o simplemente no quería hacerlo?
Conocía a Malena desde hacía muchos años. Sabía de sus sueños y anhelos, de lo que ella esperaba de la vida. Familia, boda, hijos. Estabilidad. Justo lo que Silver consideraba que era incapaz de dar, porque ni siquiera creía en tal concepto.
Comprendía a Malena pero, donde para ella había normalidad necesaria, para él había directamente una mentira, y, en consecuencia, sufrimiento.
Le gustaban los niños, y no tendría ningún problema con tener un hijo si no fuera porque pensaba que sería un desastre de padre y que terminaría jodiendo a ese hijo de por vida, haciéndole literalmente un desgraciado. Pensaba en sí mismo como el padre imposible, sin importar lo mucho que procurase no cometer los mismos errores que su propio progenitor. No podía arriesgarse a algo como ser padre, no quería ni pensarlo.
Como tampoco podía pensar en una vida de pareja sin querer tirarse por un barranco.
Comprendía a Malena; era lícito que ella quisiera eso, y ella... ella merecía ser feliz. Él no era quien para romper sus ilusiones, tenía claro que no iba a joderle la vida. No iba a envenenarla con aquella toxicidad suya que ni él mismo podía comprender.
"Puta loca del coño" pensó Arisa cuando Malena se acercó a la ventanilla del guardarropa y le entregó el fragmento de papel arrugado. Hordas enardecidas de feministas se le echarían encima seguro por emplear este concepto -lo que antiguamente se conocía como "histérica"-, además siendo mujer, pero, sea como fuere, así pensaba y dentro de su cabeza nadie podía oírla.
No había unicornios ni ositos de goma en el mundo de Arisa, ni castillos donde se casaban príncipes y princesas. Su planeta particular era más bien un erial deshabitado, un páramo por cuyo firmamento pasaba alguna estrella fugaz de cuando en vez. Le repateaban ese tipo de dramas a lo Pimpinela/"ni contigo ni sin ti", esas exaltaciones desabridas del "yo", hasta el punto que ahora casi compadecía a Silver. Sin decir palabra, sonrió cordialmente y se llevó el papelito con el número a la parte trasera del guardarropa, donde encontró el bolso de la Drama-Queen.
Malena pasaba nerviosa el peso de un pie a otro, confiando en que aquella petarda del guardarropa no tardara demasiado en traer su bolso. Había visto un destello en su mirada que interpretó como burlesco, ¿qué se había creído aquella maruja?
Tras unos segundos que parecieron interminables, finalmente la petarda trajo el bolso y se lo tendió, mostrando la misma sonrisa de trazo hipócrita. Malena musitó un seco "gracias" y se giró hacia la salida, apretando el bolso contra su pecho.
—No voy a dejar que te vayas sola.
No se había ido, claro que no. Malena sabía que Silver era un cabrón impredecible, pero también que no era de los que se rendían facilmente. Tal vez por eso ella no había podido negarle nada jamás; tal vez por eso ella había acudido al club con él aquella noche, y hacía dos semanas, y la primera vez que él se lo pidió.
—Siempre he estado sola.
Sin girarse si quiera hacia la voz tras ella, Malena empujó la puerta y salió al exterior desde la antesala del Club. Como no podía ser de otro modo, Silver le pisaba los talones.
—No es verdad. Por favor, para—intentó en vano aferrarla por el hombro pero ella se sacudió su mano de encima y siguió andando.
—No pienso escucharte; no quiero escucharte, ya no.
—¿Pero por qué estás tan cabreada? ¡de verdad, no entiendo a qué viene todo esto!
No, claro que no lo entendía. Estaba todo genial según él, todo tranquilo salvo por aquella sorpresa de encontrarse allí al antiguo profesor, cuando Malena había estallado. Pero, ¿qué sentido tenía la explosión? ¿habría sido por Balle? no, por qué, pobre hombre. Ni que Silver hubiera tenido además la culpa de encontrarselo allí. ¿Tal vez el espectáculo en el potro había sido demasiado? sí, eso tenía más sentido, o al menos Silver podía entender que el trato que estaba recibiendo la sumisa de Inti podría haber impresionado a Malena. Ella no vivía así la "sumisión". No, para nada.
—Claro que no lo entiendes—Para bien o para mal, Malena se detuvo y se giró hacia él con gesto de querer darle un puñetazo. No se veía un alma en la desierta calle a aquella hora, pero si hubiera habido transeuntes curiosos tampoco le hubiera importado. En realidad, tenía ganas de decirle en la cara algunas cosas y lo último que tenía en consideración ahora era qué pensaría un testigo anónimo—La culpa es mía, por acceder a ir a este burdel contigo otra vez. La culpa es mía por no saber decirte que no.
—Oye. No es un b-...
—Ya, ya. Ya me lo has dicho muchas veces. No es un burdel, pero hay putas, ¿no es cierto?...¿por qué no vuelves y te las tiras a todas?—añadió esto último elevando la voz.
Silver suspiró y sacudió la cabeza.
—No quiero tirarme a nadie...
—¡O a todos!—Malena se corrigió con triunfante resquemor; sólo ella sabía por qué decía aquello—A ese Samiq, o al otro de ojos azules. O al pobre Loco...¿por qué querías retenerle?¿para tirártelo también?—Malena sonrió con cinismo, sintiéndose de golpe muy próxima al llanto—No te bastaba con estar allí ¿verdad? No te bastaba con mirar a tus amiguitos. No te bastaba conmigo.
Silver se había quedado petrificado mientras ella escupía aquel siroco de mierda. Comenzaba a entender poco a poco las razones de Malena, y cada vez se sentía peor.
—Haces bien en que la gente no te importe—bufó ella encolerizada, aprovechando su silencio—te ahorrarás mucho sufrimiento, creeme. Espero que nunca nadie te haga sentir como tú me has hecho sentir a mí. Espero que nunca nadie te haga el daño que tú has hecho.
Las personas muy sensibles e inteligentes pueden ser también grandes manipuladores cuando les arde la sangre, dándose cuenta o no. Silver, por su parte, estaba más que dispuesto a ceder ante cualquier maniobra emocional, a dejarse abrazar por los tentáculos de cualquier oscuridad si ésta procedía de Malena porque, en definitiva, él se veía a sí mismo así, como un cabrón. No tenía excusa para eso y tampoco quería buscarla: no era que hubiera crecido rodeado de cabrones, no era que lo hubiera aprendido de malas compañías o se le hubiera pegado de nadie; no se podía achacar algo así a otros, ¿verdad? Para qué echar balones fuera, ÉL ERA ASÍ, por lo que fuese, por herencia genética, sin más vuelta de hoja. Pero de ahí a que Malena no le importara, iba un gran trecho.
—Te equivocas ahí—replicó con amargura. Pero qué pereza tener que argumentarlo. No sabría por donde empezar a hacerlo y, además, sería esforzarse para nada o así lo sentía, porque ella no iba a creerle. No, claro que no.
—¿Ah, sí? ¿en cuál de todas las cosas?
Él negó con desaliento.
—No sé cómo puedes pensar que no me importas.
Malena tomó aire.
—La primera vez me abandonaste dejando una carta de mierda. Luego apareciste después de AÑOS para dar un concierto y volverte a marchar. Y después, Silver, ¿cuántas veces?...¿cuántas veces has hecho lo mismo?—se secó las lágrimas con rabia y dio un paso atrás como si tuviera delante al mismo demonio—volviste para vender el piso y ni siquiera me llamaste. Hasta que conociste a ese tío raro y empezó toda la mierda del Club, y volvimos a quedar aunque ibas y venías como siempre. Vas y vienes; tu banda se fue a la mierda pero eso no cambió nada. ¿Me quieres para esto, Silver? ¿para usarme? Lo siento... no puedo más.
—¿No vas a dejar que te explique?—Silver no sabría cómo explicarse ni qué explicar exactamente, pero al menos quería intentarlo.
Ella negó vehemente con la cabeza, apretando dientes. No, ¿explicarle? ¿explicarle qué? Además, con cada segundo que pasaba al lado de Silver sentía que el peligro aumentaba; peligro de RECAER (literalmente) en sus brazos, y no, no quería arriesgarse a perder el norte de nuevo, no otra vez. Aprovecharía ahora que el cabreo le había dado fuerzas; se arrancaría el corazón y lo pisotearía ahí mismo si hacía falta, y lo enterraría después para dejarlo atrás de una vez.
—Por favor...
Oh, no. No podía quedarse allí y exponerse a que Silver suplicara de nuevo. No podría soportar eso sin abrazarle.
—Tal vez la que debió irse hace mucho tiempo soy yo.
Silver sintió que algo se le quebraba por dentro cuando, tras decir aquellas palabras, ella dio un paso lateral para llamar a un taxi con un gesto. El vehículo que acertaba a pasar por allí en patrulla noctura se detuvo al margen de la desierta calzada y aguardó con el motor en marcha.
—Malena, espera...
—Adiós, Silver.
Se le emborronó la mirada cuando ella subió al coche. "No llueve dentro de tus ojos, Silver, no es eso lo que pasa". Se rió ("estoy loco").
Durante unos segundos continuó ahí clavado en la acera después de perder el taxi de vista. Poco a poco, levantó la mano derecha y se secó un par de lágrimas solitarias para ver con claridad. Ante sus ojos, la calle vacía ("se ha ido"). En su cabeza, resonaba el eco de la voz de Malena diciendo adiós.
("No se ha ido, no para siempre"). No, seguro que sólo era un cabreo. Un calentón. Y era cierto que sabía dónde encontrarla. Esperaría respetuosamente al día siguiente y la llamaría, y ella cogería el teléfono como siempre que él la había llamado. Mil veces habían discutido por aquel mismo tema y mil veces habían vuelto a hablar... aunque tenía que admitir que nunca antes había visto ese fulgor de determinación en sus ojos.
("¿Y si se ha ido?")
Sabía bien lo que era sentir abandono. Lo mismo que, para ser justos, había sentido Malena por su culpa cada dos por tres a su manera (o eso imaginaba Silver). Lo mismo que él mismo había sentido cuando era un niño pequeño y su padre desaparecía a tiempos de la casa, un par de años antes de empezar a beber. Conocía ese tipo de dolor: cómo el mundo alrededor se tambaleaba y parecía distinto, asfixiante sin esa persona, y cómo entre cada ida y venida uno se iba rompiendo de a pocos por dentro a causa de la incertidumbre. Ni siquiera importaba que la persona en cuestión fuera escoria: el abandono dolía igual. Se podía echar de menos a un hijo de puta, perfectamente.
De cualquier modo, amar siempre estaba por encima del abandono, del sufrimiento, de la nostalgia. Sentir amor -fortaleza según unos, debilidad según otros- estaba por encima de sentir abandono, dolor o nostalgia. Se podía amar intensamente desde el abandono y el dolor, incluso de forma privada y en total silencio. Tal vez amar era el único de estos sentires que no era opcional ni admitía giros alternativos en la manera de vivirlo. Y, aunque el acto de amar pudiera estar rodeado de tanta, tantísima mierda, siempre era un privilegio aun así.
El amor en sí no tenía nada de malo para Silver...
Placas de hielo comenzaron a moverse en su pecho. No se sentía bien, pero tampoco era como morir.
Tomó aire, exhaló y se giró para echar a andar de nuevo hacia el Club de Argen. No le apetecía nada mezclarse con gente ahora, pero, sin importar lo que fuese que decidiera hacer, tenía que coger sus cosas. Lo único que llevaba encima, en el bolsillo de la chaqueta larga de cuero, eran las llaves del coche y la cartera.
Llamó al timbre minúsculo junto a la descascarillada puerta de acceso. Tras unos minutos de espera, ésta se abrió lo justo para mostrar el delicado rostro de la mujer bajita del ropero.
—Buenas noches de nuevo, señor.
Quizás Arisa era maruja, pero era también discreta. No preguntaría nada a pesar de haber sido testigo de la bronca frente al guardarropa, por mucho que fuera evidente que Melenas había vuelto al Noktem sin su acompañante.
—Buenas noches, Arisa—Él tampoco tenía ganas de pegar la hebra, lógicamente. Tras aquel saludo, esbozó una breve sonrisa de cortesía y, sin más, enfiló escaleras abajo rumbo a la sala principal del Club, donde esperaba encontrar a Simut tras la barra. Era él, el primer esclavo de Argen -un Dorado más antiguo que Samiq- quien custodiaba su mochila y el resto de sus cosas por petición especial.
La hipnótica música seguía sonando en la sala cuando llegó, y las luces seguían danzando. En la tarima del centro, la mujer estaba siendo torturada en los pezones a manos del pelirrojo enmascarado, quien había escrito con pintalabios las palabras "PUTA DESOBEDIENTE" en su abdomen desnudo. Sin lanzar más que una rápida mirada a dicha escena, Silver se encaminó a la larga barra, ahora más despejada que nunca gracias a que mucha gente se había desplazado hacia la tarima para ver el espectáculo.
—Hola, Simu—No tenía pensado sentarse y, sin embargo, prácticamente se derrumbó en el taburete más cercano. Al otro lado de la barra, el Caballo de Carreras parecía atareado colocando una remesa—¿tienes un momento?
El aludido miró al recién llegado y mostró una sonrisita contenida. A diferencia de Samiq, Simut era bastante reservado y no solía sonreír, pero le agradaba Silver (y no le importaba nada que le acortase el nombre). No era que el Primer Dorado fuese una persona huraña o triste, ni mucho menos; sabía ser diplomático y cortés con los clientes, pero no tenía las mismas aptitudes sociales que su hermano.
—Claro, señor. Para usted siempre.
Silver le devolvió la sonrisa a pesar de lo cansado que se sentía de golpe.
—Eres un amor. Deja el usteo conmigo, ¿quieres?
El esclavó bajó por un momento la mirada hacia la remesa de botellas que se afanaba en colocar y sonrió un poco más.
—Como desees—asintió. Se sentía un poco raro suprimir el "usted" en el trato, en cierto sentido como fallar en las formas en aquel lugar protocolario por definición. Pero allí la voluntad de un cliente estaba por encima de lo que un esclavo pudiera juzgar, y, bueno... Silver era Silver.—¿Quieres tomar algo?
El interpelado suspiró y negó con la cabeza.
—Gracias, pero no. En realidad venía a por la mochila. Ya me voy.
—Oh. Ahora mismo.
A Simut le pareció raro que Silver dijera aquello, si tan solo porque los amigos del mencionado aun estaban jugando en el Tres Calaveras. Sabía que Samiq había ido tras las mamparas también, y así mismo que aquel hombre de aspecto desolado cuyo nombre desconocía seguía igualmente allí. Pero, por supuesto, se limitó a sacar la mochila del escondrijo tras la barra y a dársela a su dueño, absteniéndose de comentar nada.
—Gracias.
—¿...Te encuentras bien?—se atrevió a preguntar, sin embargo, al darse cuenta de la palidez y las marcas de cansancio en el rostro ajeno. Tal vez no era lo más educado que podía hacer, pero apreciaba a ese Dominante lo suficiente como para inquietarse por su aspecto.
Silver sonrió con cierto desaliento.
—Gracias por preguntar. La verdad es que no, pero se me pasará.
—Vaya. ¿Ha pasado algo...?—no, decididamente no era educado preguntar así y meterse a saco en la vida de un Dominante reconocido en el Club, pero, salvo que el otro pusiera límites, Simut seguiría haciéndolo.
—Nada que me pillara de sorpresa—repuso el interpelado, sin dejar de sonreír de esa forma lúgubre y encogiéndose levemente de hombros—no voy a molestarte en tu trabajo con mi mierda, Simut. Descuida.
El primer esclavo de Argen no pudo evitar una risita queda.
—¿Molestarme? eso nunca. Además, ahora tengo un respiro... menos mal. Llegaste en el momento justo.
—¿En serio? pero si estás hasta arriba.
Simut apartó la fila de botellas sobre la barra ante sí y colocó dos vasos vacíos en la superficie negra brillante.
—Antes sí—reconoció con un pequeño suspiro, a continuación procediendo a verter el contenido de una botellita de cristal ahumado en uno de los vasos—Hace un momento no daba abasto yo solo. Tal vez podrías presionar un poco a Argen para que contrate un camarero extra...
Silver rió por lo bajo cuando Simut le guiñó el ojo tras decir aquello.
—¿Presionarle? no creo que yo tenga ese poder sobre él. ¿Qué estás haciendo?
El esclavo dio un empujoncito al vaso, ahora medio lleno de un líquido dorado, para colocarlo delante del Dominante.
—Prepararte una bebida. Es un combinado suave, aunque si prefieres otra cosa...—Llevaba tiempo sirviendo copas allí, y sabía bien que a Silver no le iba demasiado el alcohol. Pero tampoco iba a darle un refresco industrial.
—¿La has mezclado tú mismo?
—Sí, claro.—siempre lo hacía. El Primer Dorado tenía una vena creativa interesante en ese aspecto: hasta les ponía nombres a los cócteles que preparaba y presentaba en el bar del Club noche tras noche. "Besos lácteos" se llamaba esta bebida en particular, y tal vez era mejor no preguntar por qué.
Considerando que el contenido en alcohol de la bebida era muy bajo, a Simut no le pareció mal tomar un par de tragos también. Llenó hasta la mitad el vaso que quedaba frente a él y levantó la mirada hacia Silver con gesto de camaradería.
—No lo quiero rechazar, pero iba a marcharme...—dijo éste sin tenerlas todas consigo.
—¿No lo quieres rechazar? pues no lo hagas—replicó Simut. Ah, era un lujo llevarse bien con alguien hasta el punto de poder bromear allí y reír de vez en cuando, aunque esa persona fuera de un rol presuntamente superior. Tal vez ese era el problema: en el club, la mayoría de los Dominantes pensaban que tal rol les hacía superiores a los sumisos, sumisas y switchs, y actuaban basándose en eso. Y, lo que era peor, muchos sumis@s también lo pensaban. Simut sabía que Silver no fluía de esa forma y, por eso -entre otras cosas-, sentía un respeto especial hacia él, tanto hacia su rol como hacia su persona.
Era una lástima que fuera tan habitual confundir términos en el mundo BDSM moderno, pensaba el esclavo. Tantos siglos de sado para nada. No compartiría su visión particular a estos respectos, pero se enervaba en silencio cada vez que veía a alguien ( a alguien de cualquier rol) actuar en el Club sin pensar, guiado por premisas falsas como esa. Ah, en Zugaar no se daban ese tipo de errores; allí nadie enarbolaba su rol para exigir un respeto especial por delante de lo que era una persona; allí, simplemente, cada uno elegía su sitio sin dramas, sin tabúes y sin mezclar conceptos. Simut estaba a gusto en la ciudad trabajando para Argen, pero a veces no podía negar que añoraba la fortaleza en la isla; era el lugar que le había visto nacer como esclavo voluntario, después de todo.—Vamos. Qué va a pasar porque te relajes un poco.
Silver sacudió la cabeza exagerando contrariedad, sin poder disimular la sonrisa que le produjo el descarado comentario. Desde lejos se apreciaba que con Simut no tenía problema en la horizontalidad del trato, y nunca lo había tenido.
—Bueno. Supongo que soy fácil de convencer—tomó el vaso y suspiró mientras por un momento centraba la mirada en su contenido.
—Qué bien. Y ya de paso me podrías contar lo que te pasa...
Silver guardó silencio unos instantes, maldiciendo por lo transparente que al parecer era su rostro.
—No me pasa nada—replicó finalmente.
Simut apoyó ambos antebrazos sobre la barra y se inclinó hacia él.
—Castígame y masácrame por decir esto, pero tienes una cara horrible—respondió en tono de voz más baja, acercándose al otro—vamos, Silver. Eres mi amigo. ¿Qué te ha pasado?
El aludido se retiró unos milímetros y contempló largamente a Simut. Eran amigos, sí, eso era cierto. Se conocían desde que Silver había empezado a frecuentar el Club, invitado por Argen, poco después de la muerte de Kido. Incluso desde antes de que Inti y sus amigos comenzaran a participar en aquellas juergas. Se guardaban respeto mutuo y se lo demostraban, igual que sucedía entre Silver y Samiq.
—Gracias, Simu. Pero no es nada.
—No te creo, lo siento.
—...Nada que no sepa.
El esclavo ladeó la cabeza. La máscara de Silver parecía haberse agrietado tras su dueño decir aquello, y por un momento se le vio a éste tremendamente triste.
—¿Nada que no sepas? ¿qué quieres decir?—Se inclinó nuevamente por encima de la barra para tocarle el brazo.
—Pff, qué puedo decirte. Soy un cabrón.
Simut no esperaba oír algo como eso. Sin embargo, aquellas palabras encajaron solas en el puzzle dándole sentido a la expresión que se pintaba en la cara del pelilargo: era la culpa lo que le estaba atormentando, por encima incluso de la pena. Abrió los ojos de par en par y reprimió el impulso de tomar a Silver por la barbilla para levantarle la agachada cabeza.
—¿Un cabrón? ¿por qué dices eso?—Oh, ya. Le había visto salir detrás de aquella chica que le había acompañado, prácticamente corriendo. Y ahora ella ya no estaba allí.
—Porque lo sé. Porque me conozco.
Puede que Simut no tuviera tanta "intuición" como Samiq, pero a efectos psicológicos sabía cómo manejar un sacacorchos. No le tomó mucho tiempo que Silver le contara a grandes rasgos lo que acababa de ocurrirle, así como por qué se etiquetaba a sí mismo de cabrón, miserable y otras lindezas. Escuchó su relato con plena atención: cómo su chica quiso marcharse, y hasta las palabras textuales que ella le dijo en la calle. Aparte de por mera confianza, Silver citó aquellas palabras porque aun le quemaban y dolían, y porque todavía estaba luchando por digerirlas. El hecho de que considerara que mereciera aquellas palabras no influía en eso; tenía que asimilarlas e integrarlas igualmente, fueran merecidas o no.
—Señor, ¿me permite que le diga lo que pienso...?—Simut sabía perfectamente que estaba usteando a Silver ahora y aguardó a que él le corrigiera, pero esto no sucedió. Tal vez el Dominante no se había dado ni cuenta.
—Claro.
Simut se tomó un momento para organizar ideas y escoger las palabras adecuadas antes de empezar a hablar.
—Señor... lo que me acaba de contar me recuerda a algo que sucedió hace algún tiempo en Zugaar. Samiq y yo ya éramos propiedad de Argen, aunque mi hermano era un Plata entonces—sonrió levemente recordando aquel tiempo. A veces parecía que todo lo acontecido en la isla hubiera sucedido el día anterior, de tan vivos como estaban los recuerdos— Teníamos dos hermanas más... una de ellas bastante conflictiva. Reclamaba atención y presencia por derecho propio sobre El Amo, pero no sólo como sumisa sino como persona. ¿Entiende lo que quiero decir?
Silver asintió. Sí, creía que sí, aunque no sabía por dónde iba a salir Simut al contarle aquello.
— Nuestra ex-hermana se colocaba sistemáticamente por encima de El Amo, cuando Él nunca le hizo eso a ella—continuó explicando el esclavo. Argen simplemente "estaba" por encima, sin tener que forzar su posición, porque de mutuo acuerdo lo habían decidido entre todos los implicados. Argen se había presentado en Zugaar como Dominante y eso había sido aceptado por aquellos que deseaban una relación asimétrica desde el otro lado. Y más allá de todo eso, Argen siempre había sido respetuoso con otras personas y jamás había forzado a nadie a quedarse con él.—Ella reclamaba lo que consideraba "suyo", cuando Él jamás le había exigido a ella entrega alguna, dado que todos nosotros nos dábamos a Él desde nuestra libertad. Se ponía por delante de Él en cuanto a necesidades, incapaz de ver que Él hacía justamente lo contrario con ella. Para nosotros era blasfemo y agotador lo que hacía, pero aun así El Amo no la dejó, ¡fue ella quien se fue! Lo crea o no, tras años a sus pies, un día se marchó sin más, dando un portazo, y al poco tiempo se presentó a otro Dominante. Ni siquiera, en ningún momento, se molestó por saber cómo se sentía Argen.
—Oh, vaya.
—El día que ella se fue, todo el mundo se enteró en Zugaar. Le echó a Argen su mierda en la cara y le gritó sin importarle que hubiera más personas mirando, y entonces... una Dómina de allí, la Dama Ángela, intervino.—Simut hizo una pequeña pausa para tomar aire y su gesto se torció con desagrado—La Dama Ángela le dijo a Argen que no dejara marchar a su sumisa.
—Joder.
—Él le contestó que, si ella se marchaba, era precisamente porque no era suya. Pero la Dama no le escuchó. "Después de tantos años no puedes hacerle eso" le dijo, "se ha comportado así porque está sufriendo, y a ti te da igual".
Silver ladeó la cabeza mientras la película relatada por Simut se rodaba en su cabeza. Vaya, pobre Argen.
—¿Y qué pasó?
El esclavo se encogió de hombros.
—Nada. Degradaron a la Dómina y le ablandaron el culo con una regla de madera, aunque eso ocurrió meses después por otros motivos.
—Ja. ¿Y Argen? ¿no fue a buscar a la rebelde?
—No, claro que no. Señor, usted no es cabrón como tampoco lo era él—añadió Simut, sin querer seguir conteniendo por más tiempo lo que realmente quería decirle a Silver—Usted es LIBRE, señor.
—Ya, bueno. Lo que tú digas.
—Y, ¿sabe? su amiga es libre también.
Silver entendía que eso era cierto en el sentido de que Malena había elegido marcharse, ya fuera en serio o a causa del calentón (el calentón ya era serio así que eso daba lo mismo). Y desde luego él no era quién para forzarla a hacer nada, ni quería hacerlo, pero pensaba también que ella había tomado esa decisión por culpa de él, porque él le había hecho daño.
—Ella tiene razón. Sé bien lo que se siente al ser abandonado, porque me ha pasado—masculló—Y eso es lo que yo le hago a la gente, Simut. Eso es lo que hago, desaparecer, a pesar de saber lo mucho que duele. No... no sé por qué, no sé por qué lo hago. No sé por qué soy así.
—Señor, permítame. Usted era un niño cuando le abandonaron. Eso no tiene nada que ver.
Silver casi se cae del taburete al oír aquello. De no haber podido evitarlo, se hubiera precipitado encima de Simut, por lo cerca que estaban el uno del otro a fin de hacerse oír por encima de la música.
—¿Qué? ¿pero cómo...?—¿cómo demonios Simut podía saber algo así? apreciaba mucho al Primer Dorado de Argen, pero no recordaba haberle contado jamás nada sobre su infancia.
El esclavo sonrió y bajó los ojos de mirada cristalina con expresión de haber metido la pata. ¿Que cómo lo sabía?
—Sólo se puede abandonar a los niños, señor. Sólo un niño puede ser abandonado y morir de frío, de hambre, de sed o de soledad. Pero esa chica y Usted ya son personas adultas, capaces de tomar decisiones y con recursos de sobra para seguir viviendo sea como sea. Usted no puede hacer nada con las decisiones de otras personas, señor. Ya tiene bastante con sus propias decisiones, créame.
Cuando Silver conducía de regreso al motel -donde efectivamente vivía en los últimos tiempos- después de haber mantenido una larga conversación con Simut de Argen, Malena llevaba ya tiempo en su casa. Sin querer despertar al hombre que dormía en la cama de matrimonio del dormitorio principal, se había metido en el cuarto de baño y había empezado a desnudarse frente al espejo mientras la bañera se llenaba. No podía dejar de llorar.
Su cuerpo había cambiado en los últimos años, aunque seguía siendo hermoso, por mucho que ella considerase que no era así. Había engordado un poco; más bien se había ensanchado a la altura de las caderas, muslos y glúteos, y eso le molestaba. En los últimos años se había descuidado sin darse mucha cuenta, pero a ese respecto los kilos eran un mal menor.
Es lo que tiene la fatiga psíquica por silenciar las emociones. Es lo que tienen los vaivenes continuados entre tristeza e ira sorda: que se descuida uno. Es lo que tiene perder poco a poco las ganas de vivir. Que no era que ella quisiera borrarse del mapa, pero había alcanzado un punto en el que la vida ni fú ni fa.
Tenía la sensación de haber intentado cosas, de haberlo intentado todo. Y sin embargo no había más que ver cómo había terminado. Escribiendo poesías al hijo que no había tenido y guardándolas en un cajón; esclava de una máquina que aborrecía, trabajando en algo que a ratos era una tortura y sin fuerzas para cambiar. Durmiendo con un hombre bueno y soñando con otro que a lo mejor no era tan bueno; otro para quien ella significaba muy poco. Sólo una más, tal vez sólo una muesca más en el cinturón... algo así, eso era (había sido) ella.
Se había perdido de vista en todos los espejos. Ya no se consideraba bella -ni por fuera ni por dentro-, ni tampoco deseable, ni podía encontrar a la mujer que en algún momento había sentido ser. ¿Quién amaría a alguien con tanto miedo, con tanta tristeza y tal fealdad? Con tal de no pensar en ello, había dejado también de pensar en ella misma, cerrando el círculo para sentirse un despojo.
En la intimidad del cuarto de baño, se había quitado las medias negras hasta medio muslo que tanto le gustaban a Silver. Las medias que escondían el entramado de cicatrices delgadas y blanquecinas que se extendían a lo largo de sus pantorrillas, de rodillas a empeines. Era una bendición que desde hacía tiempo Silver no se detuviera a quitarle las medias para follar; eso le había ahorrado muchas explicaciones en los encuentros que habían tenido, desde luego.
Encuentros esporádicos. Siempre eran así. ¿Por qué se empeñaba en sentir que ella era y sería especial? Se mordió el labio y sorbió fuerte por la nariz cuando pensó que Él nunca volvería a acariciarla.
No sabía qué hacer con el dolor. Llorar no era suficiente. Todo seguía encerrado.
No sabía qué hacer con el dolor. No podía sacarlo ni traducirlo. Era insoportable.
Sacó la pareja de cepillos de dientes y el tubo de pasta fluorada del vaso de cristal que los contenía. Envolvió el vaso en una toalla para no hacer ruido y lo estrelló con firmeza contra el suelo. Un sólo golpe bastaría para fragmentarlo en pedazos: esquirlas cortantes que por lo menos harían posible gritar con el cuerpo, trazando en él las mismas heridas que quemaban por dentro más allá de la piel.
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