De alguna manera, el orgasmo de Esther -tan animal como escandaloso- pareció desatar el instinto de Inti y de Jen, quienes cabalgaron un furioso climax instantes después, casi al mismo tiempo como si todo hubiera estado sincronizado.
Inti hubiera querido aguantar más; acababa de llegar, acababa de empezar... sin embargo no pudo evitar aquel espasmo virulento bajo el ombligo, aquella fuerza desorbitada que le hizo mover las caderas a velocidad ultra durante la follada hasta perder el control. El coño de Esther había parecido de pronto querer absorberle e Inti había podido ver perfectamente cómo, por otra parte, sus dedos desaparecían en ese culo insaciable hasta que los nudillos golpeaban y se incrustaban contra el periné una y otra vez. Escuchar los gemidos de Jen cuando éste empezó a correrse inundando la boca de la perra -y la arcada de ésta cuando el primer chorro de leche le alcanzó la glotis- tampoco fue de mucha ayuda para mantener el control.
—Muy bien, mi puta...—consiguió articular Jen con voz ronca y pastosa, aún tratando de reponerse mientras acariciaba los cabellos de Esther. El corazón le iba todavía a mil por hora; había dado auténticos botes en el sofá cuando se vació en la garganta de ella,se le había nublado la vista, había tenido que cerrar los ojos y al volver a abrirlos había visto al rubio desplomarse exhausto sobre su montura... no recordaba haber tenido en mucho tiempo un orgasmo tan intenso como aquel, no se lo esperaba y hasta ese momento no sabía cuánto lo estaba necesitando.
Ella esbozó una sonrisa tímida y, mirando hacia otro lado por instinto, se lamió los labios para capturar unas gotas de corrida que habían rebosado durante la mamada.
—Me voy a duchar—gruñó Inti, saliendo de ella bruscamente, aunque durante unos segundos movió burlón los dedos que Esther aún engullía en su culo—hay que llevar a la perra al ginecólogo y que le recete la píldora—añadió entre dientes mientras por fin sacaba los dedos y se quitaba el condón—detesto el olor a goma quemada.
Jen se rió y atrajo a la perrita hacia sí para abrazarla con todo su cuerpo y darle un poco de calor. Esther se dejó "manejar" y se acomodó agradecida sobre el torso de Él, recostando la mejilla justo encima del tambor de su corazón.
—Creo que te voy a llevar a mi habitación, perrita...—murmuró Jen al oído de Esther, mientras Inti se alejaba sin molestarse siquiera en saltar dentro de los pantalones. Por un momento Esther pudo apreciar lo nunca visto desde los brazos de Jen: un primer plano del culo del rubio mientras éste se dirigía hacia la puerta. Casi bizqueó, la vista se quedo trabada en aquellos músculos que, definidos bajo la piel blanca, marcaban cada paso ; fue extraño por fin ponerle una imagen a los golpes de cadera y empujones recibidos desde que Inti la follaba, se sentía chocante.
La mirada de Esther fue tan directa y tan obvia -desde la más pura inocencia- que Jen se dio perfecta cuenta. Por un momento pensó que el rubio se giraría antes de salir y soltaría algo como "perra, deja de mirarme la matrícula", ya que tenía que estar notando esas pupilas clavadas como estiletes, pero contra todo pronóstico Inti no dio muestras de darse cuenta y simplemente abandonó la habitación.
Esther suspiró en el regazo de Jen cuando Inti se fue. Se permitió cerrar los ojos por un momento y respirar así, envuelta por sus brazos y por su calor.
—Yo iré donde me lleves, Amo.
—Aún me tiemblan las piernas...—murmuró él, rozando la frente de Esther con la punta de la nariz—así que de momento te retengo aquí conmigo un poco más.
—Gracias, Amo.
Jen no había sentido celos al darse cuenta de cómo Esther miraba a Inti. Pero de alguna forma aquel gesto le hizo ensamblar piezas y sentirse inquieto de pronto.
—Oye, Esther. Tú...
Ella levantó la cabeza hacia la voz del Amo cuando éste dejó la frase en suspenso. Fue un gesto reflejo por su parte, pero cuando se dio cuenta ya estaba atrapada en sus ojos castaños y no se atrevió a romper el intenso contacto visual.
—¿Sí, Amo?
Jen ladeó levemente la cabeza y llevó la mano derecha a la cara de Esther para acariciarle la mejilla.
—Esther, cariño. Tú... ¿eres feliz?
Ella no se esperaba aquella pregunta. Así, sin avisar, y sin matizaciones. Se dio cuenta de que no sabía qué responder de cara a un concepto global. Sin poder apartar la mirada de los ojos de Jen, que ahora parecían dos pozos profundos esperando su respuesta, asintió despacio.
Sí, no mentía. En parte podía decir que se sentía feliz. Era feliz, por ejemplo, cuando sentía que era (amada) querida, aunque tal vez fuera una ilusión. Cuando se sentía deseada, aparte del morbo que le causaba ser reducida a su más burda expresión y ser "usada" como objeto de placer. Se sentía feliz cuando recibía azotes -siempre y cuando no fuera por castigo- y cuando recibía abrazos como el que en ese momento le estaba dando Jen. Era feliz cuando entre los tres la tomaban y la follaban por cada hambriento agujero llevándola a orgasmos demenciales. Y era feliz porque de alguna manera algo en todo esto la descargaba: el control descansaba en otras manos dentro de esta fantasía, ya no había necesidad de auto-encadenarse, de condenarse a sí misma, de castigarse. Eso ya lo hacían Ellos. Y entonces, de forma casi mágica, liberada de cargas, ella lograba "controlar" también.
No todo era un lecho de rosas, desde luego que no. Pero siendo honesta, y valorando lo que hasta el momento había vivido, Esther mentiría si no dijera que sí se sentía feliz.
No todo era un lecho de rosas. Había también un laberinto de espinas y oscuridades en el que Esther trataba de no pensar, aunque era difícil esquivarlo en su mente, lo mismo que cuando uno trepa alto y no resiste la tentación de mirar hacia abajo a pesar del vértigo. Pero ella no quería admitir eso ante Jen, por la simple razón de que no quería preocuparle y menos aún por algo abstracto que no creía ser capaz de explicar.
—Sí, Amo—respondió—diría que sí. ¿Y Tú?
Él alzó las cejas con sorpresa.
—¿Yo?—sonrió a Esther y le dio un pequeño beso en la sien—Yo sí, claro. Aunque... me preocuparía que te sintieras mal por alguna cosa y no me lo dijeras.
Claramente, a Jen le hubiera gustado adentrarse más, preguntar más a fondo sobre el conflicto de necesidades que leía en Esther de cara a Inti. Pero por respeto a Esther se contenía. Intuía que preguntar ciertas cosas podría ser percibido por ella como una maniobra agresiva, como romper la alambrada que delimitaba el territorio más privado y delicado de su emoción. No quería invadirla. Entre señalarle que tenía una puerta abierta para comunicarse con él si lo necesitaba e invadirla había una gran diferencia.
—Algunas cosas se hacen difíciles, Amo...—respondió ella.
Jen la estrechó contra sí. De pronto se sintió en la casa la sacudida de las tuberías cuando Inti abrió el agua para ducharse en el cuarto de baño.
—Oye... te llevo a mi habitación y me lo cuentas—musitó Jen, reaccionando a aquel ruido como a una clara vulneración del espacio íntimo que mantenía con Esther—agárrate a mí, yo te llevo.
Esther le echó obediente los brazos al cuello; él la ayudó a que también le abrazara la cintura con las piernas y después, sujetándola a pulso contra su cuerpo, se levantó del sofá con ella en brazos. Desde luego Jen no destacaba por su altura ni su condición física -no estaba fibrado a lo atleta como Inti ni tenía el cuerpazo de nadador de Alex-, pero para levantar a Esther y transportarla los metros que les separaban del dormitorio se apañaba de sobra.
—Amo, te quiero...—murmuró Esther contra el hombro de Jen mientras éste trastabillaba en dirección al pasillo. Escuchó la risa queda y suave de él.
—Ahora cuando te azote no me vas a querer tanto...—rezongó en tono de broma, frotando la nariz contra el cuello de ella.
—Amo... te querré más...
Jen alcanzó la puerta de su dormitorio; tan sólo tuvo que empujarla con el pie porque estaba entreabierta, y sin más entró a la habitación en penumbra cargando con Esther. Avanzó los pasos que le separaban de la cama y dejó a Esther con cuidado sobre el colchón, sentándose luego él mismo al borde.
—Y para ti, ¿qué es querer, Esther?—se lo preguntó con una sonrisa mientras volvía a acariciarle la cara, pero la miraba a los ojos taladrándola sin piedad.
Ella se encogió de hombros como respuesta primaria y trató de mirar hacia otro lado pero no lo consiguió. Era extraño hablar de aquello cuando sentía que, sencillamente, cada minuto que pasaba su corazón se ensanchaba y expandía dentro del pecho para amar a Jen más y más de una forma pura y diferente, incondicional, de una manera nueva que había descubierto en aquella casa.
—Tu sonrisa me hace feliz, Amo—murmuró. De pronto le asaltó el pensamiento de que decir aquello desde el "tú", como le gustaba a Jen, resultaba más difícil que hacerlo desde la distancia marcada por el Usted—mi alma se estremece cuando te siento cerca. Y cuando no estás te extraña... mucho.
Jen cerró los ojos por un momento y se inclinó sobre Esther para darle un beso muy suave en los labios.
—¿Es así como nos quieres a los tres?—preguntó en voz baja con inflexión neutra.
Esther negó con la cabeza. No, no así. Podía razonar que les quería a los tres... a cada uno de una forma distinta.
—No, Amo. Es diferente con cada uno de Vosotros.
—Entiendo...—murmuró él, moviendo a Esther suavemente para que se recostara contra su muslo—¿qué sientes por Alex?—inquirió con cierta curiosidad.
Esther exhaló reclinando la cabeza sobre el regazo del Amo. Realmente no le importaba contarle qué sentía ni contestarle a aquella pregunta; confiaba en Él, se sentía relajada.
—Alex es bueno. Me siento culpable hacia él, Amo—confesó con los ojos cerrados.
—¿Culpable?—los dedos de Jen jugaban ahora con parsimonia entre los cabellos de Esther, deshaciendo enredos con suma delicadeza—¿por qué?
La culpa no tenía mucho que ver con el querer, pensó. Le llamó la atención que Esther dijera aquello, aunque también podía imaginar los motivos.
—No supe entenderle...—susurró Esther, tratando de ser lo más honesta posible—no supe... verle. Me equivoqué con Él.
—Ah, descuida. Eso le pasa a mucha gente con Alex...—Jen rió un poco; en parte intentaba quitarle hierro al asunto porque no le gustaba que Esther se sintiera culpable, pero por otro lado desde luego no mentía—Es difícil conocerle. Todos tenemos nuestros muros y barreras pero las suyas son... tan llamativas que distraen.
Esther suspiró y se permitió acomodarse más contra el muslo del Amo. Los largos mechones de Jen le hicieron cosquillas cuando éste se inclinó sobre ella para volver a besarla.
—Alex es bueno conmigo, no quiere hacerme daño. Se preocupa por mí, igual que Tú, Amo.
—¿E Inti no...?—murmuró Jen. Imaginaba que aquella pregunta tocaría en hueso, pero realmente le preocupaba cómo se sintiera Esther al respecto. Le inquietaba que Esther albergara malestar y estuviera tragándoselo ella sola, o que creyera merecer por alguna razón según qué trato.
Ella tardó un rato en responder.
—No lo sé, Amo—murmuró al fin—No tengo ni idea. Y no quiero... equivocarme con el Amo Inti... como me sucedió con el Amo Alex.
Jen respiró hondo y continuó acariciándola el pelo. A decir verdad él tampoco tenía ni idea de lo que le pasaba a Inti por la cabeza la mayoría de las veces.
—Eso es lo que decías que se hace difícil a veces, ¿verdad? Inti tiene una manera peculiar de expresar lo que siente—en cualquiera de los casos, eso era verdad—ya te habrás dado cuenta...
—Sí, Amo. Me he dado cuenta.
—No es sólo contigo, Esther. No le he visto expresar afecto más que con animales...—Jen nunca había pensado a fondo en esto, pero de hecho así era. Había visto a Inti acariciar perros y caballos en su lugar de trabajo, incluso abrazarlos -¡y besarlos!-, pero jamás le había visto transmitir afecto de esa forma hacia un amigo. Ni siquiera hacia Silver, más allá de la pura camaradería.
—Bueno, Amo...—aventuró Esther— Si muestra cariño hacia animales, ¿entonces eso significa que es capaz de sentir?
Jen asintió sin dejar de peinarla con los dedos.
—Ya. Sí, no es un psicópata, eso lo sé. Tiene emociones pero no sabe muy bien qué hacer con ellas. No siempre ha sido así, según me han contado—añadió sin dejar de acariciar a Esther.
No iba a azotar a Esther, había pensado hacerse el sueco por la delicadeza del momento y tal vez acompañarla a darse un baño, pero para su sorpresa ella se lo pidió poco después. Jen se dijo que ella estaba relajada y que sabía bien que ese tipo de caricia no tenía nada que ver con un castigo. Le estaba pidiendo placer en realidad, exactamente lo que él se moría por darle; y es que algunas veces a Jen le excitaba más pensar en los resortes ocultos de la perra que en los propios. Ser complemento agente y parque temático, y en suma que ella se sintiera lo bastante libre para pedirle lo que estaba relacionado con su urgencia más secreta, lo que en otro contexto diferente jamás admitiría.
Él la había mirado durante unos segundos sopesando si ceder a su petición o no. Finalmente había accedido, y le dijo a ella que fuera al armario del salón a elegir el objeto que quisiera sentir sobre la piel, puesto que se sentía fatigado para darla con la mano.
Esther ya iba caliente cuando salió de la habitación en dirección al armario según Jen le había ordenado. Comprobó que Inti había salido de la ducha, pues la puerta del cuarto de baño estaba abierta dejando escapar nubecitas de vapor como una fumarola. Un escalofrío recorrió su espalda y ella siguió andando hacia el salón; le tomó poco tiempo llegar al mencionado armarito y elegir el objeto con que sería azotada: la pala de ping-pong. Sabía que era una especie de fetiche para Jen y a ella también le gustaba.
Jen la azotó despacio sin que nadie interrumpiera ni molestara, muy suave al principio y sin ninguna prisa. La había colocado tendida boca abajo sobre la cama, con las piernas separadas y un cojín bajo las caderas para levantarla el culo; él se había posicionado allí mismo detrás de ella, de rodillas en el colchón.
El calor y la contundencia de los azotes aumentaban gradualmente cuando ella pedía más, hasta que Jen juzgó haber llegado al nivel adecuado. Él sabía -a diferencia de la propia Esther- que al día siguiente Inti la llevaría por sorpresa al local de Argen, y desde luego no quería marcarla ni sobrepasar ningún límite considerando que allí ya, probablemente, le iban a dar candela entre Inti y otros más.
Las nalgas de Esther mostraban un hermoso color rosado intenso cuando terminaron, la piel deliciosamente caliente al tacto. Por un momento Jen tuvo ganas de follarla otra vez según estaba, de agarrarla por las caderas y penetrarla en esa misma posición... dudó unos instantes entre hacerlo o no, y al final se decidió por regalarle un orgasmo a la perra manualmente y tranquilizarse. Más que por altruismo, era porque se iba acercando ya la hora en la que Alex iba a llegar, y por alguna razón a Jen no le hacía gracia que el "predador" le pillara tomando a la perra por segunda vez. No creía que Alex fuera a montar ningún escándalo por ello, pero al fin y al cabo era el día de Alex y Jen sentía que no quería pisarle ni arrebatarle derechos. A él mismo no le gustaría que Inti o Alex le adelantaran en algo como eso. Al día siguiente era el día de Jen y, aunque él mismo había accedido a cedérsela a Inti durante parte de la noche en el local, al menos hasta ese momento él sí podría hacer lo que quisiera a sus anchas.
Para Jen, el respeto entre ellos tres era sagrado porque significaba algo importante que podía suponer una gran diferencia de cara a Esther. Respetar la preferencia adecuadamente le otorgaba a Jen, por ejemplo, el derecho de darle unas directrices a Inti sobre qué no podía hacer con Esther en el local aunque él no estuviera allí, siendo Jen el Amo preferente ese día. Pero claro, tristemente éste dudaba que el rubio fuera a avenirse a algo como eso. Fuera como fuese, no le quedaba otra vía que dar ejemplo para darlo a entender: respetar el mismo la preferencia y la palabra del Amo prioritario todo lo que pudiera y luchar por una respuesta equivalente.
Así que tras correr un par de veces más a la perra, Jen la dejó tiempo libre para prepararse, darse un respiro y comenzar a hacer la cena.
Alex apareció por la puerta dando voces a la hora acostumbrada. Se le veía contento; al fin y al cabo la tarde había tenido un final feliz y había logrado enviar a tiempo todos los informes a la central, por no mencionar lo sencillo que había sido concertar la cita con el dr. Cross.
En cuanto tuvo un momento a solas con Esther se lo dijo a ella, y ambos convinieron que sería él -el propio Alex- quien al día siguiente hablaría con Jen para explicar la ausencia de ésta por la mañana durante la consulta.
Esther le había echado los brazos al cuello a Alex al saber que ya tenía cita, dándole un abrazo que por poco no le derribó al suelo. No sabía aún cómo iba a enfrentarse a un psicólogo, nunca había estado en la consulta de un psicólogo salvo alguna vez en el colegio, no tenía claro lo que iba a decirle... pero sí continuaba pensando en lo importante que podía ser dar aquel paso para ella de cara al mundo que ahora la rodeaba. Advertía que para algunas cosas, simplemente, necesitaba ayuda. Lo advertía con toda claridad, y en aquel momento se sentía exultante de alegría y emocionada de que por fin fuera a recibir en unas pocas horas ese primer contacto que tanto necesitaba.
Alex le dijo a Esther que se sentara a la mesa con Ellos para cenar el pastel de patata al horno que ella había preparado. Lo cierto era que Esther se había aficionado a estar en el suelo a los pies de los chicos y en el fondo lo prefería, pero cada uno de los Amos era de una manera y a Alex le gustaba más verla a su lado que por debajo de él.
Después de cenar, Alex terminó su cerveza tranquilamente y le prohibió explícitamente a Esther que fuera a lavar los platos, reclamándola que se quedase allí con él para poder preguntarla qué tal había marchado el día en casa. Ella le respondió que sin sobresaltos, lo cual era cierto, aunque no entró en detalles sobre cómo la habían usado Inti y Jen horas atrás, ya que Alex por alguna razón tampoco hizo preguntas al respecto.
Tras aquel ratito de conversación, el Amo preferente le dio un baño a su perrita y se metió en la cama con ella. Era pronto para dormir, así que Alex buscó un par de pelis en su ordenador portátil y allí, entre las cuatro paredes de la habitación de invitados, ambos se aislaron del resto del mundo por lo que restaba de noche.
Inti hubiera querido aguantar más; acababa de llegar, acababa de empezar... sin embargo no pudo evitar aquel espasmo virulento bajo el ombligo, aquella fuerza desorbitada que le hizo mover las caderas a velocidad ultra durante la follada hasta perder el control. El coño de Esther había parecido de pronto querer absorberle e Inti había podido ver perfectamente cómo, por otra parte, sus dedos desaparecían en ese culo insaciable hasta que los nudillos golpeaban y se incrustaban contra el periné una y otra vez. Escuchar los gemidos de Jen cuando éste empezó a correrse inundando la boca de la perra -y la arcada de ésta cuando el primer chorro de leche le alcanzó la glotis- tampoco fue de mucha ayuda para mantener el control.
—Muy bien, mi puta...—consiguió articular Jen con voz ronca y pastosa, aún tratando de reponerse mientras acariciaba los cabellos de Esther. El corazón le iba todavía a mil por hora; había dado auténticos botes en el sofá cuando se vació en la garganta de ella,se le había nublado la vista, había tenido que cerrar los ojos y al volver a abrirlos había visto al rubio desplomarse exhausto sobre su montura... no recordaba haber tenido en mucho tiempo un orgasmo tan intenso como aquel, no se lo esperaba y hasta ese momento no sabía cuánto lo estaba necesitando.
Ella esbozó una sonrisa tímida y, mirando hacia otro lado por instinto, se lamió los labios para capturar unas gotas de corrida que habían rebosado durante la mamada.
—Me voy a duchar—gruñó Inti, saliendo de ella bruscamente, aunque durante unos segundos movió burlón los dedos que Esther aún engullía en su culo—hay que llevar a la perra al ginecólogo y que le recete la píldora—añadió entre dientes mientras por fin sacaba los dedos y se quitaba el condón—detesto el olor a goma quemada.
Jen se rió y atrajo a la perrita hacia sí para abrazarla con todo su cuerpo y darle un poco de calor. Esther se dejó "manejar" y se acomodó agradecida sobre el torso de Él, recostando la mejilla justo encima del tambor de su corazón.
—Creo que te voy a llevar a mi habitación, perrita...—murmuró Jen al oído de Esther, mientras Inti se alejaba sin molestarse siquiera en saltar dentro de los pantalones. Por un momento Esther pudo apreciar lo nunca visto desde los brazos de Jen: un primer plano del culo del rubio mientras éste se dirigía hacia la puerta. Casi bizqueó, la vista se quedo trabada en aquellos músculos que, definidos bajo la piel blanca, marcaban cada paso ; fue extraño por fin ponerle una imagen a los golpes de cadera y empujones recibidos desde que Inti la follaba, se sentía chocante.
La mirada de Esther fue tan directa y tan obvia -desde la más pura inocencia- que Jen se dio perfecta cuenta. Por un momento pensó que el rubio se giraría antes de salir y soltaría algo como "perra, deja de mirarme la matrícula", ya que tenía que estar notando esas pupilas clavadas como estiletes, pero contra todo pronóstico Inti no dio muestras de darse cuenta y simplemente abandonó la habitación.
Esther suspiró en el regazo de Jen cuando Inti se fue. Se permitió cerrar los ojos por un momento y respirar así, envuelta por sus brazos y por su calor.
—Yo iré donde me lleves, Amo.
—Aún me tiemblan las piernas...—murmuró él, rozando la frente de Esther con la punta de la nariz—así que de momento te retengo aquí conmigo un poco más.
—Gracias, Amo.
Jen no había sentido celos al darse cuenta de cómo Esther miraba a Inti. Pero de alguna forma aquel gesto le hizo ensamblar piezas y sentirse inquieto de pronto.
—Oye, Esther. Tú...
Ella levantó la cabeza hacia la voz del Amo cuando éste dejó la frase en suspenso. Fue un gesto reflejo por su parte, pero cuando se dio cuenta ya estaba atrapada en sus ojos castaños y no se atrevió a romper el intenso contacto visual.
—¿Sí, Amo?
Jen ladeó levemente la cabeza y llevó la mano derecha a la cara de Esther para acariciarle la mejilla.
—Esther, cariño. Tú... ¿eres feliz?
Ella no se esperaba aquella pregunta. Así, sin avisar, y sin matizaciones. Se dio cuenta de que no sabía qué responder de cara a un concepto global. Sin poder apartar la mirada de los ojos de Jen, que ahora parecían dos pozos profundos esperando su respuesta, asintió despacio.
Sí, no mentía. En parte podía decir que se sentía feliz. Era feliz, por ejemplo, cuando sentía que era (amada) querida, aunque tal vez fuera una ilusión. Cuando se sentía deseada, aparte del morbo que le causaba ser reducida a su más burda expresión y ser "usada" como objeto de placer. Se sentía feliz cuando recibía azotes -siempre y cuando no fuera por castigo- y cuando recibía abrazos como el que en ese momento le estaba dando Jen. Era feliz cuando entre los tres la tomaban y la follaban por cada hambriento agujero llevándola a orgasmos demenciales. Y era feliz porque de alguna manera algo en todo esto la descargaba: el control descansaba en otras manos dentro de esta fantasía, ya no había necesidad de auto-encadenarse, de condenarse a sí misma, de castigarse. Eso ya lo hacían Ellos. Y entonces, de forma casi mágica, liberada de cargas, ella lograba "controlar" también.
No todo era un lecho de rosas, desde luego que no. Pero siendo honesta, y valorando lo que hasta el momento había vivido, Esther mentiría si no dijera que sí se sentía feliz.
No todo era un lecho de rosas. Había también un laberinto de espinas y oscuridades en el que Esther trataba de no pensar, aunque era difícil esquivarlo en su mente, lo mismo que cuando uno trepa alto y no resiste la tentación de mirar hacia abajo a pesar del vértigo. Pero ella no quería admitir eso ante Jen, por la simple razón de que no quería preocuparle y menos aún por algo abstracto que no creía ser capaz de explicar.
—Sí, Amo—respondió—diría que sí. ¿Y Tú?
Él alzó las cejas con sorpresa.
—¿Yo?—sonrió a Esther y le dio un pequeño beso en la sien—Yo sí, claro. Aunque... me preocuparía que te sintieras mal por alguna cosa y no me lo dijeras.
Claramente, a Jen le hubiera gustado adentrarse más, preguntar más a fondo sobre el conflicto de necesidades que leía en Esther de cara a Inti. Pero por respeto a Esther se contenía. Intuía que preguntar ciertas cosas podría ser percibido por ella como una maniobra agresiva, como romper la alambrada que delimitaba el territorio más privado y delicado de su emoción. No quería invadirla. Entre señalarle que tenía una puerta abierta para comunicarse con él si lo necesitaba e invadirla había una gran diferencia.
—Algunas cosas se hacen difíciles, Amo...—respondió ella.
Jen la estrechó contra sí. De pronto se sintió en la casa la sacudida de las tuberías cuando Inti abrió el agua para ducharse en el cuarto de baño.
—Oye... te llevo a mi habitación y me lo cuentas—musitó Jen, reaccionando a aquel ruido como a una clara vulneración del espacio íntimo que mantenía con Esther—agárrate a mí, yo te llevo.
Esther le echó obediente los brazos al cuello; él la ayudó a que también le abrazara la cintura con las piernas y después, sujetándola a pulso contra su cuerpo, se levantó del sofá con ella en brazos. Desde luego Jen no destacaba por su altura ni su condición física -no estaba fibrado a lo atleta como Inti ni tenía el cuerpazo de nadador de Alex-, pero para levantar a Esther y transportarla los metros que les separaban del dormitorio se apañaba de sobra.
—Amo, te quiero...—murmuró Esther contra el hombro de Jen mientras éste trastabillaba en dirección al pasillo. Escuchó la risa queda y suave de él.
—Ahora cuando te azote no me vas a querer tanto...—rezongó en tono de broma, frotando la nariz contra el cuello de ella.
—Amo... te querré más...
Jen alcanzó la puerta de su dormitorio; tan sólo tuvo que empujarla con el pie porque estaba entreabierta, y sin más entró a la habitación en penumbra cargando con Esther. Avanzó los pasos que le separaban de la cama y dejó a Esther con cuidado sobre el colchón, sentándose luego él mismo al borde.
—Y para ti, ¿qué es querer, Esther?—se lo preguntó con una sonrisa mientras volvía a acariciarle la cara, pero la miraba a los ojos taladrándola sin piedad.
Ella se encogió de hombros como respuesta primaria y trató de mirar hacia otro lado pero no lo consiguió. Era extraño hablar de aquello cuando sentía que, sencillamente, cada minuto que pasaba su corazón se ensanchaba y expandía dentro del pecho para amar a Jen más y más de una forma pura y diferente, incondicional, de una manera nueva que había descubierto en aquella casa.
—Tu sonrisa me hace feliz, Amo—murmuró. De pronto le asaltó el pensamiento de que decir aquello desde el "tú", como le gustaba a Jen, resultaba más difícil que hacerlo desde la distancia marcada por el Usted—mi alma se estremece cuando te siento cerca. Y cuando no estás te extraña... mucho.
Jen cerró los ojos por un momento y se inclinó sobre Esther para darle un beso muy suave en los labios.
—¿Es así como nos quieres a los tres?—preguntó en voz baja con inflexión neutra.
Esther negó con la cabeza. No, no así. Podía razonar que les quería a los tres... a cada uno de una forma distinta.
—No, Amo. Es diferente con cada uno de Vosotros.
—Entiendo...—murmuró él, moviendo a Esther suavemente para que se recostara contra su muslo—¿qué sientes por Alex?—inquirió con cierta curiosidad.
Esther exhaló reclinando la cabeza sobre el regazo del Amo. Realmente no le importaba contarle qué sentía ni contestarle a aquella pregunta; confiaba en Él, se sentía relajada.
—Alex es bueno. Me siento culpable hacia él, Amo—confesó con los ojos cerrados.
—¿Culpable?—los dedos de Jen jugaban ahora con parsimonia entre los cabellos de Esther, deshaciendo enredos con suma delicadeza—¿por qué?
La culpa no tenía mucho que ver con el querer, pensó. Le llamó la atención que Esther dijera aquello, aunque también podía imaginar los motivos.
—No supe entenderle...—susurró Esther, tratando de ser lo más honesta posible—no supe... verle. Me equivoqué con Él.
—Ah, descuida. Eso le pasa a mucha gente con Alex...—Jen rió un poco; en parte intentaba quitarle hierro al asunto porque no le gustaba que Esther se sintiera culpable, pero por otro lado desde luego no mentía—Es difícil conocerle. Todos tenemos nuestros muros y barreras pero las suyas son... tan llamativas que distraen.
Esther suspiró y se permitió acomodarse más contra el muslo del Amo. Los largos mechones de Jen le hicieron cosquillas cuando éste se inclinó sobre ella para volver a besarla.
—Alex es bueno conmigo, no quiere hacerme daño. Se preocupa por mí, igual que Tú, Amo.
—¿E Inti no...?—murmuró Jen. Imaginaba que aquella pregunta tocaría en hueso, pero realmente le preocupaba cómo se sintiera Esther al respecto. Le inquietaba que Esther albergara malestar y estuviera tragándoselo ella sola, o que creyera merecer por alguna razón según qué trato.
Ella tardó un rato en responder.
—No lo sé, Amo—murmuró al fin—No tengo ni idea. Y no quiero... equivocarme con el Amo Inti... como me sucedió con el Amo Alex.
Jen respiró hondo y continuó acariciándola el pelo. A decir verdad él tampoco tenía ni idea de lo que le pasaba a Inti por la cabeza la mayoría de las veces.
—Eso es lo que decías que se hace difícil a veces, ¿verdad? Inti tiene una manera peculiar de expresar lo que siente—en cualquiera de los casos, eso era verdad—ya te habrás dado cuenta...
—Sí, Amo. Me he dado cuenta.
—No es sólo contigo, Esther. No le he visto expresar afecto más que con animales...—Jen nunca había pensado a fondo en esto, pero de hecho así era. Había visto a Inti acariciar perros y caballos en su lugar de trabajo, incluso abrazarlos -¡y besarlos!-, pero jamás le había visto transmitir afecto de esa forma hacia un amigo. Ni siquiera hacia Silver, más allá de la pura camaradería.
—Bueno, Amo...—aventuró Esther— Si muestra cariño hacia animales, ¿entonces eso significa que es capaz de sentir?
Jen asintió sin dejar de peinarla con los dedos.
—Ya. Sí, no es un psicópata, eso lo sé. Tiene emociones pero no sabe muy bien qué hacer con ellas. No siempre ha sido así, según me han contado—añadió sin dejar de acariciar a Esther.
No iba a azotar a Esther, había pensado hacerse el sueco por la delicadeza del momento y tal vez acompañarla a darse un baño, pero para su sorpresa ella se lo pidió poco después. Jen se dijo que ella estaba relajada y que sabía bien que ese tipo de caricia no tenía nada que ver con un castigo. Le estaba pidiendo placer en realidad, exactamente lo que él se moría por darle; y es que algunas veces a Jen le excitaba más pensar en los resortes ocultos de la perra que en los propios. Ser complemento agente y parque temático, y en suma que ella se sintiera lo bastante libre para pedirle lo que estaba relacionado con su urgencia más secreta, lo que en otro contexto diferente jamás admitiría.
Él la había mirado durante unos segundos sopesando si ceder a su petición o no. Finalmente había accedido, y le dijo a ella que fuera al armario del salón a elegir el objeto que quisiera sentir sobre la piel, puesto que se sentía fatigado para darla con la mano.
Esther ya iba caliente cuando salió de la habitación en dirección al armario según Jen le había ordenado. Comprobó que Inti había salido de la ducha, pues la puerta del cuarto de baño estaba abierta dejando escapar nubecitas de vapor como una fumarola. Un escalofrío recorrió su espalda y ella siguió andando hacia el salón; le tomó poco tiempo llegar al mencionado armarito y elegir el objeto con que sería azotada: la pala de ping-pong. Sabía que era una especie de fetiche para Jen y a ella también le gustaba.
Jen la azotó despacio sin que nadie interrumpiera ni molestara, muy suave al principio y sin ninguna prisa. La había colocado tendida boca abajo sobre la cama, con las piernas separadas y un cojín bajo las caderas para levantarla el culo; él se había posicionado allí mismo detrás de ella, de rodillas en el colchón.
El calor y la contundencia de los azotes aumentaban gradualmente cuando ella pedía más, hasta que Jen juzgó haber llegado al nivel adecuado. Él sabía -a diferencia de la propia Esther- que al día siguiente Inti la llevaría por sorpresa al local de Argen, y desde luego no quería marcarla ni sobrepasar ningún límite considerando que allí ya, probablemente, le iban a dar candela entre Inti y otros más.
Las nalgas de Esther mostraban un hermoso color rosado intenso cuando terminaron, la piel deliciosamente caliente al tacto. Por un momento Jen tuvo ganas de follarla otra vez según estaba, de agarrarla por las caderas y penetrarla en esa misma posición... dudó unos instantes entre hacerlo o no, y al final se decidió por regalarle un orgasmo a la perra manualmente y tranquilizarse. Más que por altruismo, era porque se iba acercando ya la hora en la que Alex iba a llegar, y por alguna razón a Jen no le hacía gracia que el "predador" le pillara tomando a la perra por segunda vez. No creía que Alex fuera a montar ningún escándalo por ello, pero al fin y al cabo era el día de Alex y Jen sentía que no quería pisarle ni arrebatarle derechos. A él mismo no le gustaría que Inti o Alex le adelantaran en algo como eso. Al día siguiente era el día de Jen y, aunque él mismo había accedido a cedérsela a Inti durante parte de la noche en el local, al menos hasta ese momento él sí podría hacer lo que quisiera a sus anchas.
Para Jen, el respeto entre ellos tres era sagrado porque significaba algo importante que podía suponer una gran diferencia de cara a Esther. Respetar la preferencia adecuadamente le otorgaba a Jen, por ejemplo, el derecho de darle unas directrices a Inti sobre qué no podía hacer con Esther en el local aunque él no estuviera allí, siendo Jen el Amo preferente ese día. Pero claro, tristemente éste dudaba que el rubio fuera a avenirse a algo como eso. Fuera como fuese, no le quedaba otra vía que dar ejemplo para darlo a entender: respetar el mismo la preferencia y la palabra del Amo prioritario todo lo que pudiera y luchar por una respuesta equivalente.
Así que tras correr un par de veces más a la perra, Jen la dejó tiempo libre para prepararse, darse un respiro y comenzar a hacer la cena.
Alex apareció por la puerta dando voces a la hora acostumbrada. Se le veía contento; al fin y al cabo la tarde había tenido un final feliz y había logrado enviar a tiempo todos los informes a la central, por no mencionar lo sencillo que había sido concertar la cita con el dr. Cross.
En cuanto tuvo un momento a solas con Esther se lo dijo a ella, y ambos convinieron que sería él -el propio Alex- quien al día siguiente hablaría con Jen para explicar la ausencia de ésta por la mañana durante la consulta.
Esther le había echado los brazos al cuello a Alex al saber que ya tenía cita, dándole un abrazo que por poco no le derribó al suelo. No sabía aún cómo iba a enfrentarse a un psicólogo, nunca había estado en la consulta de un psicólogo salvo alguna vez en el colegio, no tenía claro lo que iba a decirle... pero sí continuaba pensando en lo importante que podía ser dar aquel paso para ella de cara al mundo que ahora la rodeaba. Advertía que para algunas cosas, simplemente, necesitaba ayuda. Lo advertía con toda claridad, y en aquel momento se sentía exultante de alegría y emocionada de que por fin fuera a recibir en unas pocas horas ese primer contacto que tanto necesitaba.
Alex le dijo a Esther que se sentara a la mesa con Ellos para cenar el pastel de patata al horno que ella había preparado. Lo cierto era que Esther se había aficionado a estar en el suelo a los pies de los chicos y en el fondo lo prefería, pero cada uno de los Amos era de una manera y a Alex le gustaba más verla a su lado que por debajo de él.
Después de cenar, Alex terminó su cerveza tranquilamente y le prohibió explícitamente a Esther que fuera a lavar los platos, reclamándola que se quedase allí con él para poder preguntarla qué tal había marchado el día en casa. Ella le respondió que sin sobresaltos, lo cual era cierto, aunque no entró en detalles sobre cómo la habían usado Inti y Jen horas atrás, ya que Alex por alguna razón tampoco hizo preguntas al respecto.
Tras aquel ratito de conversación, el Amo preferente le dio un baño a su perrita y se metió en la cama con ella. Era pronto para dormir, así que Alex buscó un par de pelis en su ordenador portátil y allí, entre las cuatro paredes de la habitación de invitados, ambos se aislaron del resto del mundo por lo que restaba de noche.