Completo?
No tenían analgésicos en la tienda de la estación de servicio, ni tampoco anti-inflamatorios. Ni siquiera un miserable tubo de pomada o un spray.
Después de dejar a Inti en su casa, Balle al menos pudo permitirse exteriorizar el dolor que sentía durante lo que le quedaba de camino. Condujo como buenamente pudo hasta llegar al bloque de pisos donde vivía, estacionó en su plaza de garaje y trabajosamente volvió a ponerse en marcha a pie, una vez logró el triunfo de salir del vehículo.
Tenía que caminar muy despacio para ir digiriendo la descarga de dolor a cada paso sin romper a gritar. Le pareció que tardó una eternidad en coger el ascensor y llegar a su casa. Cuando al fin lo hizo, cruzó la puerta y se dirigió al salón arrastrando los pies, ya sin disimular y quejándose a cada dificultoso movimiento. Mierda, estaba jodido de verdad; se hubiera derrumbado en el sofá del salón de poder hacerlo, pero el mismo dolor se lo impedía. Las caderas eran un bloque rígido, las lumbares protestaban ante cada mínima flexión del tronco, las piernas pesaban hasta puntos insoportables... eso por no hablar del pinzamiento en el nervio ciático, cuya estela alcanzaba hasta la planta de su pie derecho. Ahora que la adrenalina había bajado por fin después de la visita, Balle sentía aquel dolor muscular y neuropático en toda su plenitud.
Al menos no se le había levantado migraña finalmente, podía estar contento por eso. Sin embargo, el de su cuerpo era un dolor cabreante que le dejaba a uno desinflado y sin fuerzas, del tipo que da ganas de echarse a llorar. Era constante, y, contra todo lo esperado, recostarse en el sofá no ayudó nada a Balle sino todo lo contrario. Se removió contra la tapicería, tratando en vano de encontrar una postura relativamente cómoda, preguntándose en qué momento había escalado tanto la tensión para terminar produciéndole aquello.
Inti había dicho que ya no sentía odio por Taylor. Que no podía odiarla; era lógico. ¿La guerra había terminado, pues? opinar que sí era echar quizá demasiadas campanas al vuelo, así que Balle se contentó con pensar que, al menos, comenzaba a terminar. Con sus propios ojos había visto cómo la rabia de Inti se transformaba en un reguero de ceniza blanca... el ave fénix siempre resurgía de los rescoldos si seguía habiendo vida, sólo era cuestión de tiempo.
Logró girarse de lado, haciendo fuerza contra el respaldo del sofá, moviéndose como una oruga. Eso le dio una pequeña, pequeñísima tregua. No era la primera vez que le daba una "crisis" de ese tipo, así que al menos conocía los movimientos que más dolían y podía anticiparse a ellos.
En aquel trance en el que no tenía fuerzas para intentar levantarse -ni siquiera para buscar un triste ibuprofeno- sólo acertó a concentrarse en respirar... e, inevitablemente, se acordó de Samiq antes de caer en un pernicioso duermevela.
No supo cuánto tiempo pasó en aquel estado, pero, cuando volvió en sí, el cielo se oscurecía tras la ventana. Tenía la sensación de haber descansado algo, pero continuaba dolorido y su cabeza seguía siendo un poema. La maldita visita al psiquiátrico le había revuelto todo, absolutamente todo, haciéndole revivir y recordar lo que más temía: lo que le ocurrió a su Kido, lo que le ocurrió a Agnes, lo que le ocurrió a él mismo. Revivir aquellas cosas era inevitable e intensificaba la añoranza que sentía por aquel que amó; un dolor de seguro equivalente al que aun seguía experimentando en su cuerpo. En realidad, la situación tenía bastante lógica... y sí, como colofón, no podía evitar acordarse de Samiq.
Kido se había ido. Sólo estaba presente en negativo, en el desierto de su corazón y en su imaginación, y no iba a volver. Sin embargo, Samiq sí estaba allí, cerca o lejos pero en alguna parte, vivo. No dolía tanto añorar su calor, su presencia ni su voz, sabiendo que al menos podía tocarle. Mierda, le echaba de menos...
Cogió su teléfono móvil que llevaba en el bolsillo. Apenas lo usaba; no todo el mundo llevaba un teléfono de esas características en aquellos días, pero -Samiq tenía uno- cada vez eran más comunes.
Samiq... Mandarle un mensaje ahora se le hacía a Balle cuando menos tentador. Pero no debería hacerlo, ¿verdad? Estaba bien cómo iban llevando ambos sus encuentros hasta ahora, simplemente cuando él pasaba por el Noktem a buscarle para tapar agujeros. Mandar un mensaje sin razón aparente - no para quedar, sino porque simplemente le necesitaba- se perfilaba como un paso más allá, y Balle se preguntaba si tenía derecho a darlo. Sabía que Samiq estaba a los pies de Argen, ¿quién era él para querer acercarse más a él? ...¿cómo reaccionaría Samiq si interpretaba que él quería acercarse más? Tal vez, si le llamaba por temas "extraoficiales", el Dorado se agobiaría. Eso si no era que ya estaba cansado de él. Balle no quería que eso pasara; no quería hacer acto de presencia ni decir el mínimo "eh, estoy aquí", por miedo a que eso saturase al otro y le alejara de él. Al fin y al cabo, ¿qué era Samiq, sino una especie de ángel que calmaba momentáneamente su angustia y cerraba sus heridas con dulce tortura?... Quizá incluso sólo lo hacía porque Argen se lo ordenaba. Y, en cualquier caso, Balle sabía dónde encontrarle; esa era la esencia de su relación, eso era suficiente y no había nada más. No, definitivamente no estaría bien llamarle "por nada".
Pero...
Antes de permitir a su mente trazar más argumentos cargados de razón, Balle ya estaba buscando el número de Samiq en su exigua lista de contactos. Le necesitaba, y quizá estaba demasiado dolorido y débil -física y anímicamente- para desterrar de sí esa necesidad. Jadeando, tal vez por el dolor que no cesaba o por cierto nivel de ansiedad in crescendo, comenzó a teclear un mensaje.
«Creo que mañana no podé ir al club. Tengo un ataque de ciática terrible y no puedo moverme. Te echaré de menos.»
Le dio a la tecla de "enviar" e inmediatamente se arrepintió de ello. Detrás de aquellas palabras se escondía un ruego ciertamente desesperado, aunque confiaba en haber sido lo bastante discreto para que Gato no lo percibiera.
Esperó unos instantes con el corazón en un puño y la mirada fija en la pantalla del movil, temiendo y a la par deseando que hubiera contestación. Pero pasaron los segundos, los minutos, y no la hubo. Suspirando, diciéndose a sí mismo que sin duda la ausencia de respuesta era lo mejor que podía pasarle, dejó que el móvil resbalase de entre sus dedos hasta caer al sofá y cerró los ojos.
Y entonces, el teléfono sonó.
Ballesta casi dió un bote en el sofá (lo que hubiera desencadenado un grito y una salva de tacos de haber pasado) al oír el impertinente tono. Tanteó la tapicería y agarró el móvil antes de que éste cayera sobre la alfombra, a tiempo de ver en la pantalla las letras intermitentes acompañando al sonido:
«GATO llamando»
¿Qué?
¿Por qué llamaba? ¿por qué narices llamaba? Santo cristo, ¿no era bastante con escribir un mensaje de vuelta si quería responder?
Dándose cuenta de que el teléfono seguía sonando mientras él maldecía, y de que la pantalla continuaba parpadeando, pulsó la tecla de color verde para contestar y se pegó el aparato a la cara.
—¿Por qué llamas?—Graznó con nerviosismo. Una excelente forma de saludar, sí.
—Halley... ¿estás bien?—la voz de Samiq le llegó preocupada tras un breve silencio al otro lado.
¿Que si estaba bien? hecho una braga estaba.
—Estupendamente, sólo tengo un ataque de ciática. ¿Cómo estás tú?
—Vaya, qué faena. Lo siento mucho, señor. ¿Tiene mucho dolor...?
Balle tardó un poco en responder. Samiq no parecía molesto por haber recibido su mensaje de socorro, y, aunque eso pudiera parecer a ojos ajenos un detalle carente de importancia, había desconcertado al profesor.
—Algo.—admitió lacónicamente.
—Acaba de decir que no se puede mover...
—Ah, sí. Bueno, es verdad. No es la primera vez que me pasa.
Samiq guardó de nuevo unos instantes de silencio y volvió a preguntar.
—¿Ha tomado algún calmante? ¿Hay alguien que pueda cuidarle?
Casi se echó a reír el profesor al oír esto. La historia con los calmantes, qué odisea. Sólo tenía ibuprofeno y paracetamol en casa, y estaba claro que eso no le haría ni cosquillas al dolor, suponiendo que pudiera llegar a la cocina por su propio pie para tomarse una pastilla de cada. En cuanto a si había alguien para "cuidarle"... ah, bueno, es que eso de cuidarle era, a modo de novedad en los últimos días, el dudoso privilegio de Gato y de nadie más. Pero tal circunstancia no sería muy conveniente comentarla.
—No y no—respondió, resolviendo no mentir—pero tranquilo, se me pasará.
—Señor... ¿no tiene medicación que pueda tomarse?
Tsk. Era incómodo que Samiq preguntase aquellas cosas, que se interesara tanto por él como para escarbar hasta llegar al fondo de la cuestión. Un "amigo" normal se limitaría a darle sus condolencias y si acaso aguantaría un rato de charla, ¿cierto? Tal vez Gato no era un amigo normal.
—Sí, sí—respondió, tratando de parecer despreocupado—iba a tomarme un ibuprofeno ahora...
—¿Un ibuprofeno? eso no va a ayudarle mucho si tiene un ataque de ciática, señor.
—¿Ah, no? ¿eres médico o qué?
Samiq sofocó una risita al otro lado del auricular.
—No, señor. Sólo he estudiado algunas cosas. Escuche... es mi noche libre, ¿quiere que vaya a verle y le lleve algo decente?
Balle se sintió como si le hubieran dado un martillazo en la cabeza. ¿Qué? ¿Acababa de ofrecerse Samiq para ir allí, en persona, a su casa? ¿Samiq, fuera del club...?
—¡No! No...—trató de suavizar el tono de su voz tras la abrupta exclamación inicial—quiero decir, no hace falta.
—Halley...—Samiq le habló entonces dirigiéndose a él por su nombre de guerra, sin llamarle señor—no quiero que estés solo si no puedes moverte. Por favor, deja que vaya a echarte una mano.
—Pero...
—Firmo un albarán para cerrar una entrega, me cambio de ropa y voy para allá. ¿Has cenado?
Ballesta se mordió el labio inferior. De pronto tenía un enjambre de mariposas locas en el estómago que saltaban hasta su garganta.
—Samiq, por favor, no hace f-...
—Dime tu dirección, por favor—le cortó el aludido—un segundo que voy a por algo para anotarla.
Halley no encontró manera de decirle que no. Le había cogido por sorpresa la reacción de Gato, y realmente si algo no tenía eran fuerzas para discutir. Facilitó a Samiq su calle, piso y puerta sin apenas hacerse de rogar. Éste prácticamente le cortó la llamada después de anotar su dirección, alegando que cuanto antes terminase aquel pequeño trabajo pendiente, antes llegaría a su casa para estar a su lado.
Balle colgó el teléfono con cara de gilipollas, sin terminar de creerse lo que acababa de pasar. Aún no se hacía a la idea de ver a Samiq fuera del Noktem, ni mucho menos en su propia casa. Maldiciendo por no tener siquiera autonomía suficiente para darse una ducha y ponerse cómodo, o para preparar algo, se movió tratando de rectificar su postura en el sofá a fin de mirar alrededor. Cristo Jesús, el salón estaba infecto: restos de comida por doquier, botellas, ceniceros con su correspondiente carga de colillas, incluso un calzoncillo amarillento colgaba de la lámpara. Era frustrante pensar que la primera vez -tal vez la única- que Samiq le visitaría iba a encontrar la casa hecha un desastre, y qué decir de él mismo. Estaba hecho un trapo, tendría que arrastrarse por el suelo y gatear o rodar si quería retirar ese maldito calzoncillo por lo menos. Pensando en esto, cayó en la cuenta de que para abrir la puerta a Samiq tendría que hacer tres cuartos de lo mismo.
Samiq cortó la llamada y rápidamente guardo el móvil que Argen le ordenaba llevar siempre consigo. Echó una rápida ojeada a la sala principal del club: no había mucha gente, Simut podría apañárselas si salía. Los martes por la noche no solía haber demasiado jaleo por allí, salvo que hubiera algún evento programado y no era el caso. Y, bueno, aunque lo hubiera habido... era su noche libre, qué demonios.
Al otro lado de los ascesores existía una puerta medio camuflada en un área más oscura. La puerta daba a un pequeño vestuario-staff donde había un sofá, un aparador, una neverita y una hilera de taquillas. Mientras iba allí a coger su ropa tras firmar el albarán, Samiq se dio cuenta de que estaba a punto de hacer algo que nunca pensó que se le pasaría por la cabeza... Iba a hacer algo a espaldas del Amo, cosa que jamás anteriormente había sentido la necesidad de hacer. No era que fuese a engañar a Argen, ¿verdad? simplemente... no le apetecía decirle lo que iba a hacer en su noche libre. Por supuesto, si se cruzaba con el Amo y éste preguntaba, no tendría otro remedio que contarle adónde iba... pero de la nada, motu propio, no se lo iba a decir. Lo decidió en aquel mismo momento, sobre la marcha, mientras caminaba hacia el staff.
Sería la primera vez que Argen no se enterase de algo que Samiq iba a hacer, pero éste no quiso quedarse enganchado entre el bien y el mal preguntándose por qué hacía las cosas así. El hecho era que prefería guardarse aquella visita a Halley como algo suyo, aunque, tal vez, la cosa era tan simple como que no quería arriesgarse a que Argen pudiera decirle que no podía ir.
Con la taquilla abierta y la mochila de estampado de camuflaje militar en la mano, sopesó rápidamente si darse una ducha. Había un cuarto de baño más que decente para el personal, justo al lado del staff, aunque rara vez él se duchaba allí. Normalmente se duchaba ya en su apartamento, tras la jornada laboral, pero ahora no le parecía buena idea perder el tiempo pasando por casa... Y no era que la ropa se le pegase al cuerpo, pero ciertamente había sudado colocando el último pedido y revisando el material recién esterilizado en el autoclave. Le vendría más que bien una ducha; sin embargo, por otro lado, el mensaje de Balle había sonado urgente y su voz contenida al otro lado del teléfono... así que al final se decidió por dejarse de duchas y leches en vinagre para salir del Noktem lo más pronto posible.
Estaba bastante preocupado por Halley. Tanto era así que ni reparó en que, de forma clara y contundente, había desplazado su atención -y sus prioridades- por primera vez desde el Amo a otra persona.
Se puso una camiseta limpia, de manga corta y dos tallas más grande de lo que hubiera sido propio, negra y con un gran número 9 estampado en blanco sobre el pecho. Abrió su cartera para verificar que tenía dinero suficiente, pensando en pasar por el restaurante chino que le pillaba de camino hacia casa de Balle; el gato callejero conocía bastante la ciudad y había ubicado de inmediato la calle donde vivía el profesor cuando éste se la dijo. Pensó que era muy probable que Halley no hubiera cenado, y por alguna razón imaginaba su nevera vacía -salvo por el típico pellejo triste de chorizo y tal vez algunas sobras-, dejando aparte que quizá el sumiso ni siquiera podría llegar hasta ella.
Una vez se hubo vestido y hubo cogido sus cosas, salió del staff y enfiló escaleras abajo hacia el botiquín que había junto al autoclave. Se trataba de un pequeño armarito metálico contra la pared, pintado de blanco y provisto de una cerradura para mantener a salvo de manos aviesas su contenido. Samiq abrió el armario con una llave que sacó del bolsillo y rebuscó durante unos segundos en su interior, sin tardar demasiado en encontrar lo que buscaba: alcohol de romero, gasas, un par de jeringas y agujas intramusculares; también una ampolla de vidrio opaco que envolvió y guardó con sumo cuidado. Intuía que a Halley no le harían nada de gracia las agujas, pero, si el profesor tenía mucho dolor, no sería suficiente con "un ibuprofeno", eso estaba claro.
Al subir las escaleras de nuevo hacia el primer sótano se encontró con Simut, quien también subía. Le llamó la atención que su hermano de esclavitud parecía muy cansado, y se sintió por un momento tentado de preguntarle si necesitaba ayuda, pero la preocupación por Halley (o tal vez el egoísmo y el deseo de verle) pudieron más. De nuevo desplazó de un plumazo prioridades, porque, si Argen había sido hasta el momento su preocupación primordial, Simut había sido la segunda en importancia.
Tras despedirse rápidamente de Simut, escaqueándose como un cabrón -eso fue lo que Samiq pensó de sí mismo- cuando éste puso cara de estar a punto de pedirle algo, fue prácticamente corriendo escaleras arriba hasta la puerta principal.
Salir a la calle fue un alivio como no recordaba haber sentido en mucho tiempo.
Halley tenía ganas de llorar. Llevaba más de diez minutos intentando retirar el maldito calzoncillo de lo alto de la lámpara sin conseguirlo, contorsionándose dolorosamente sobre el sofá, estirando el brazo todo lo que podía al borde de la luxación de hombro. Negándose a rendirse, decidió bajar del sofá dejándose caer hasta el suelo y, desde allí, gatear hasta el sillón de orejas tapizado en canalé verde claro junto al que estaba la dichosa lámpara. Desde allí lo que se proponía sería más fácil, sin duda.
Se arrodilló en el suelo frente al sillón, colocó las manos en el reposabrazos y trató de levantarse. Consiguió mantenerse apoyado con la estabilidad suficiente para retirar por fin la condenada prenda, aunque ésta se escapó de entre sus dedos para ir a parar a la alfombra. La empujó con el pie debajo del sillón; perfecto... nadie mira debajo de los muebles cuando va de visita, ¿verdad? Las rodillas se le doblaron al instante siguiente e hizo un último esfuerzo por arrodillarse sobre el asiento, apoyándose en el respaldo del sillón y recargando su peso contra él. Rodeó ambas orejas con los brazos y apoyó la mejilla en el borde del respaldo, respirando por fin. Agotado, se mantuvo en esa postura un tanto infrecuente -por llamarlo de alguna manera-, y comprobó que, inexplicablemente, la encontraba cómoda.
-------------------------------------------
Inti llegó a casa prácticamente dando tumbos, física y emocionalmente. Tenía la vertiginosa sensación de que la realidad que le rodeaba había cambiado, como si se hubiera flexionado para abrirse en nuevos matices, mostrando áreas que hasta el momento habían estado ocultas. Aun no podía detenerse a pensar; aun todo iba muy rápido en su cerebro y no podía pararlo... sentía vértigo y angustia, como el nudo que se siente antes de soltar la tensión de forma definitiva, antes de dar un salto. Todo parecía turbio ante sus ojos, ajeno y cercano a la vez; ajeno porque era demasiado intenso como para acercarse aun, y cercano porque para bien o para mal empezaba a entender, a comprender en su propia mirada la mirada de otros, en su propia piel el daño de otros. Nunca había sido incapaz de sentir... sólo estaba bloqueado por la rabia; rabia que a ratos aun sentía y de la que no se libraría facilmente, pero eso era otra historia.
No había nadie en casa cuando llegó, y en parte lo agradeció. Traía una cara por la cual Alex y Jen le pedirían explicaciones, probablemente; era consciente de ello. Cruzó el pasillo con la sensación de falta de aire en los pulmones, tanteando las paredes como si temiera perder el equilibrio. Empujó la puerta de su habitación, entró y echó el pestillo cuando cerró tras de sí. Se mantuvo unos instantes inmóvil, la espalda apoyada contra la puerta como si intentara bloquear la entrada a un enemigo imaginario, los ojos tratando de acomodarse a las formas supuestamente familiares en la habitación.
Lentamente, se despegó de la puerta sin tenerlas todas consigo y se acercó a la cama. Se sentó al borde del colchón, cogió la foto que tenía en la mesilla junto al botecito de arena y la sostuvo en su mano.
"Tienes que llorar" le dijo una voz dentro de sí, de repente. "Cuando llores, todo estará bien".
Tomó aire. Seguía angustiado. Por Kido, por Taylor, por Balle, por Esther... por todo. No se acordaba de la última vez en que se liberó y lloró; podía haber pasado hacía siglos. Se dio cuenta de que apretaba la fotografía en su mano izquierda, y de que la derecha se había cerrado aferrando la colcha. Inspiró de nuevo, exhaló... abrió la boca, dejó que un sollozo se abriera paso desde el pecho y el nudo que sentía en la garganta palpitó dolorosamente antes de aflojarse.
Su cuerpo hizo un último esfuerzo por estar en guardia, por permanecer tenso. El llanto se perfilaba como una tormenta inminente, como la náusea previa al vómito. Dolería. Ya dolía. Pero era el tipo de dolor que tal vez había que atravesar para quedar por fin sereno y tranquilo...
..."Las emociones son como olas", eso lo decía Jen. Como olas. Como la gran ola que estaba a punto de caerle encima si no la traspasaba. ¿Qué habría al otro lado?
Se preguntó si gritaría. No lo hizo; sólo gimió, pero afortunadamente nadie podría oírle. Se dejó caer en la cama de lado, con la foto en la mano, a tiempo de oír las llave en la cerradura cuando Esther llegó.
---------------------------------
Increíblemente, Halley estaba a punto de quedarse dormido cuando escuchó el timbre de la puerta. Aquella postura extraña, arrodillado sobre el asiento del sillón de orejas apoyando el torso contra el respaldo, había supuesto un inopinado remanso de paz en el que había terminado por perder otra vez la noción del tiempo.
—Ya voy...
Tenía que ser Samiq el que había llamado, no podía ser otra persona. Se obligó a elevar la voz para darle a entender que quizá tardara en llegar hasta la puerta... qué lamentable se le hacía eso, hacerle esperar por su propia incompetencia aunque ésta fuera transitoria.
Que la postura fuera mágica no implicaba que Balle no viera las estrellas al deshacerla. Despacio, hizo el esfuerzo de moverse hacia atrás para despegar torso y abdomen del respaldo del sillón, haciendo fuerza con las manos sobre las orejas de éste que había mantenido abrazadas. Una vez apuntaló las manos, gateó con las rodillas hacia atrás, temiendo el momento de poner los pies en el suelo. Se preguntó si sería capaz de ponerse en pie tras el rato de "relax", o si, como antes hizo para llegar al sillón, sería más rentable a todos los niveles arrastrarse.
—Samiq... ya voy.
Le dio miedo que Gato pudiera irse si no le abría a tiempo pensando que se había equivocado de casa o algo semejante. Ahogó un grito cuando colocó por fin ambos pies en el suelo y comenzó a recargar su peso sobre ellos, estirando los brazos y tirando de la cadera hacia atrás. Había roto a sudar como si estuviera entrenándose para correr una maratón; quién le viera a él, con lo poco que le había gustado siempre el ejercicio físico.
Ya lograba moverse, agarrándose a los muebles y apoyándose en las paredes, cuando le llegó la voz de Gato desde el otro lado de la puerta.
—No te preocupes, no corras—le dijo con tono pausado y sereno—no corras, Halley. Espero.
—Gracias...—musitó el aludido entre dientes, en un tono tan bajo que era imposible que el otro le oyera.
Continuó caminando a ralentí hasta que por fin llegó a la puerta. Se le pasó por la cabeza que Kido seguramente se estaría riendo si le viera así, cantando por lo bajo esa canción de "las muñecas de Famosa se dirigen al portal..." O no, quizá no, quizá se hubiera preocupado y hubiera ido escopetado a su encuentro para hacer de muleta humana. No podía saberlo, y no quería pensarlo... apoyó la mano izquierda en la pared, jadeando por el esfuerzo y por el dolor que no le abandonaba, y puso la derecha en el pomo de la puerta para abrir.
—Lamento... haber tardado—boqueó una vez lo hizo.
Levantó los ojos para mirar a Gato en el umbral y por un momento se sintió sobrecogido, viéndole como si fuera la misma virgen apareciéndose ahí ante él, casi con un halo de luz alrededor de la rubia cabeza. Probablemente la imaginación le estaba jugando malas pasadas, cosa que, considerando su estado y el día que había tenido, podía ser tomado como algo normal.
—No te preocupes, tranquilo...—Gato adelantó un pie dentro de la vivienda y tomó la mejilla del fatigado profesor en la palma de su mano—Vaya... estás muy pálido, cariño.
Balle se dio cuenta de que Samiq no le estaba llamando "señor". Tal vez no quería llamarle de usted fuera del club... sí, quizá en el club le llamaba así sólo porque estaba trabajando, por guardarle respeto como cliente; eso era lo que le había explicado el primer día que se vieron, ¿no? No supo si alegrarse o entristecerse por esto, pero se dio cuenta de lo sensible que estaba tanto física como emocionalmente, porque hasta el mínimo detalle amenazaba con llegarle a los cimientos.
Cerró los ojos, reclinándose por un momento contra la palma de la mano de Samiq, y suspiró. La piel del Dorado estaba más fría que la suya y esto le resultó agradable.
—Pasa...
—Madre mía, Halley. Estás fatal...
Samiq observó como el profesor se hacía trabajosamente a un lado para dejarle paso. Entró al recibidor y le tomó la mano con suavidad, colocándose a su lado.
—Gracias por haber venido...—musitó éste, descubriendo algo en lo que no había reparado hasta el momento: hablar más de dos palabras seguidas también pasaba factura. Increíblemente, le dolía todo el cuerpo al hacerlo.
—No es nada, amor. No es nada. Apóyate en mí.
Lo cierto era que Samiq en ningún momento había planeado dirigirse a Balle con palabras como "cariño" y ni mucho menos "amor". Simplemente estaba saliéndole así, y él no ponía filtro. Se daba cuenta de que Halley estaba muy dolorido y de que probablemente llevaría horas así... él mismo sabía lo que era eso o se hacía a la idea, pues un par de veces en su vida había tenido problemas por molestias musculares e incluso una rotura fibrilar en uno de los abductores. Aunque eso había ocurrido hacía tiempo, y claro estaba que no era lo mismo que la ciática añadida que había referido el profesor.
Casi a regañadientes -pues le hubiera gustado no tener que hacerlo y valerse por sí mismo- Halley se apoyó en el hombro que le ofrecía Samiq y comenzó a avanzar junto a él lentamente hacia el salón.
—Despacio...—musitó en un débil jadeo—despacio, por favor. ¿Te importa... encender la luz?
—Sí, amor. No te preocupes.
—Gracias...
—Madre mía, te duele mucho.
A Samiq le rompía el corazón ver al profesor así. Ojalá pudiera hacer algo por aliviar el sufrimiento que éste sentía. Con gusto compartiría el dolor con él para quitarle la mitad al menos, si eso fuera posible.
—Samiq... al sofá no—logró articular Balle, indicándole a Gato el sillón de orejas donde se había acomodado mínimamente antes—allí... encontré una postura que no me mata.
—¿Sí? genial, vamos entonces. Yo te ayudo.
Samiq ayudó a Halley a encaramarse al sillón en la misma postura que éste había tomado antes. Una vez le soltó, dejó la mochila militar en el suelo y avanzó hacia el respaldo para acariciarle el pelo al sumiso. Éste había vuelto a rodear las orejas del sillón con los brazos y a pegar el torax y el abdomen al respaldo, descansando la cabeza sobre el borde superior.
El Dorado se dio cuenta de que el salón de la casa aparecía un poco desastrado. Por otra parte, le gustó la decoración y la cantidad de libros en las estanterías y baldas, pero no estaba por comentar ni una cosa ni otra.
—Escucha, te traje algo. Un relajante muscular...—le dijo el nombre comercial de la marca por si acaso Balle lo reconocía—¿te lo has puesto alguna vez?
El profesor asintió. Recordaba el nombre, y sí , hubiera jurado que se lo habían puesto en un box de urgencias hacía tiempo. Si lo que traía Samiq era lo que él recordaba, desde luego no le hacía ninguna gracia, aunque, a las malas, aquella vez esa medicación fue lo único mínimamente efectivo frente al dolor.
—Duele como un demonio—masculló—y te deja tonto perdido.
—Ah... duele un poco, sí... y te deja adormilado, pero también muy relajado.
Halley volvió a asentir con la cabeza sepultada contra el borde del respaldo. Tenía que admitir que aquella mierda era eficaz, aunque no imaginó que Samiq tuviera a su alcance medicación como esa y que pudiera administrarla. Confiaba en él, pero sabía bien que esa medicación se pinchaba, y eso ya eran palabras mayores.
—Puedo aguantar...
—Halley, cariño. Estás que te mueres de dolor. Si no eres alérgico y ya te lo has puesto antes, deja que te lo ponga... créeme, te aliviará. No tienes que aguantar.
—Me hará polvo...
Samiq sonrió y rodeó con los brazos la cintura de Halley desde atrás para desabrocharle los pantalones.
—La verdad es que esta postura es estupenda. Tranquilo... tendré cuidado.
Halley trató de disimular un escalofrío cuando sintió las manos de Gato manipulando el botón bajo su ombligo. Al parecer, Samiq no iba a aceptar facilmente un "no" viéndole así.
—Samiq...
Inexplicablemente, a pesar del dolor, el profesor sintió que estaba teniendo una erección cuando Gato le bajó los pantalones. Carajo, le dio hasta vergüenza empalmarse en aquella tesitura, ¿por qué su cuerpo no podía estarse quieto? era cierto cuando Samiq le decía que era un cerdo. Jadeó contra la tapicería del sillón, conteniendo la respiración acto seguido para no oler la presencia de éste detrás de él, porque ese olor... la fragancia de su piel, su cabello, su ropa y su voz si esta dejara rastro, tenía mucho que ver con lo que le ocurría por debajo de la cintura.
—Voy a prepararlo. Tardo un minuto.
Ya le había bajado los pantalones y los calzoncillos, y Halley estaba completamente empalmado contra la tapicería del respaldo del sillón, en vergonzoso secreto y de forma irremediable, incapaz de cerrar las piernas del todo. Empalmado, rígido y dolorido; sensible como nunca y ahora terriblemente excitado. Qué peligrosa combinación esta última.
—Me vas a clavar una puta aguja...
Ni aun verbalizando lo evidente en voz alta su cuerpo se replegó. Qué asco.
—Tendré mucho cuidado, amor. Confía en mí.
"Amor", "Cariño". ¿Por qué, lejos de molestarle aquellas palabras a Halley, le excitaban aun más?
Dejando aparte estos efectos colaterales, el profesor tenía constancia de que al menos el relajante funcionaría. Cuando Samiq se lo pusiera y aquella mierda penetrara en el músculo, vería las estrellas... pero poco después tal vez podría moverse un mínimo sin gritar, y hasta podría acostarse. Y sí, quizá también sólo así se relajaría la molesta e inoportuna dureza entre sus piernas: dos pájaros de un tiro.
Mientras Halley se comía la cabeza con estas cosas, Samiq se había girado para desplegar los útiles que necesitaba sobre la mesa de café. Con manos experimentadas, dio unos golpecitos sobre la parte superior de la ampolla para retirar burbujas de aire y la abrió limpiamente con un chasquido. A continuación, tomó una jeringa, retiró el envoltorio que la mantenía estéril e hizo lo mismo con la aguja intramuscular que acopló a ella.
—Ya casi está...—murmuró, concentrándose en aspirar el líquido de la ampolla con la aguja para cargar la jeringa.
Se volvió de nuevo hacia Halley con el inyectable en la mano y tragó saliva. Verle así, indefenso, de espaldas a él con los pantalones bajados y el culo al aire, con la camisa levantada por encima de las caderas, le causó más que un simple hormigueo entre las piernas. Se dio cuenta de que ese culo aun tenía marcas de su último encuentro; prácticamente borradas, eso si, pero aun presentes. Ver aquello le revolucionó, pero no podía dejarse llevar ahora...
Respiró profundamente procurando no hacer ruido y avanzó hacia él, al tiempo que apretaba levemente el émbolo de la jeringa para purgar la aguja, sujetando una gasa estéril doblada e impregnada de solución antiséptica en la otra mano.
—Oye... S-samiq. Yo no sé si es una buena idea que...
El olor del antiséptico penetraba las fosas nasales del profesor y eso bastó para que éste se cagara de miedo aunque, a pesar de ello, siguió ridículamente cachondo. Cada vez lo estaba más, de hecho, ¿acaso el propio miedo le espoleaba?
—Halley, cariño. Tranquilo, sólo será un momento.
Samiq ya había extendido la mano hacia él y le tocaba. Halley se estremeció bajo el contacto de sus dedos.
—Nh...
—Lo siento... tengo las manos muy frías.
—No es eso...
Se revolvió contra la tapicería sin poder evitarlo y el roce le arrancó un gemidito que a Gato se le antojó adorable.
—No tengas miedo... voy a ello, cariño. Sere suave, lo prometo.
Halley apenas sintió la presión de la aguja clavándose en su piel. Lo que sí dolió -tal y como recordaba- fue el preparado cuando Samiq apretó el émbolo de la jeringa y comenzó a entrar.
El Dorado chasqueó la lengua viendo cómo Halley se ponía rígido contra el sillón y contenía la respiración. Aquel medicamento era complicado de poner: si lo metía muy deprisa le haría mucho daño; si lo hacía demasiado despacio, daría la sensación de que la tortura no se acababa nunca.
—Ya casi está, lo siento mucho...
Poco a poco, fue inyectando gradualmente el relajante muscular, deseando él mismo acabar por fin y que aquello hiciera efecto lo antes posible. Pobre Halley.
—Gato, me cago en tus muertos...—Halley jadeó. Aquel dolor era como sentir cristales penetrando la piel y amontonándose bajo ella.
—Lo siento, lo siento de verdad. Ya está.
Con una pequeña sonrisa entre el triunfo y el alivio, Samiq sacó por fin la aguja y presionó con la gasa unos segundos sobre el punto de punción, aprovechando para dar un suave masaje circular.
—¿Ya está?
—Sí. Pronto te vas a encontrar mucho mejor, ya verás.
El Dorado descartó aguja y jeringa y se giró de nuevo hacia la mesa de café para recoger las cosas, dándole la espalda al profesor.
—Me la has puesto dura—gruñó éste en voz baja entonces, casi farfullando para el cuello de su camisa.
No supo por qué se vio en necesidad de confesar aquello. Tal vez por el mismo morbo de hacerlo, pero realmente tampoco había razón para ocultarlo. Además, Samiq se daría cuenta tarde o temprano y por eso se le hacía ridículo intentar disimular.
—¿Oh? ¿de verdad...?
Halley se arrepintió de haber dicho aquello aun así. Confesarle a Gato lo que le había ocurrido se sintió humillante, y eso... le excitó aun más. Era estúpido estar empalmado antes, durante y después de una inyección dolorosa; era impensable, ¿cómo era posible?
—Lo siento—se disculpó a trompicones—no sé... no sé como puede pasarme.
El Dorado se acercó más a él y le abrazó desde atrás, pegando el cuerpo a la desnudez ajena.
—Me haces sentir muy afortunado...—murmuró contra el cuello de Halley sin pensar.
Era verdad. Se sentía afortunado... y no acertaría a verbalizar por qué hacia sí mismo, pero cuando Halley le preguntó se obligó a raspar en busca de palabras.
—¿Afortunado? qué dices. ¿Por qué?
—Por tenerte así...—musitó tras un breve silencio— siempre bien cerdo y dispuesto para mí. Incluso cuando estás enfermo.
Samiq se mordió el labio al decir esto, y Halley sintió que goteaba contra la tapicería del sillón de orejas al escucharlo. Casi se rió, aunque podría de hecho llorar a causa de las repentinas ganas que le entraron de ser penetrado, similares a las que tendría un animalito hambriento en desaforada necesidad. Se aguantó para no pedirle a Gato que le follara duro... no sabía si fuera del Noktem eso procedería, no sabía si Samiq querría hacerlo.
No dijo nada, sólo jadeó. Notaba como su cuerpo comenzaba a sentirse más liviano pero pesado al mismo tiempo si esto tenía sentido, y cómo el dolor comenzaba a ser sustituído por una especie de acolchada insensibilidad. Era rápida aquella cosa que Samiq le había puesto, aunque ahora sí que sentía que literalmente no podría moverse sin ayuda.
—Lo siento...—repitió en un hilo de voz, sintiendo las manos de Gato surcando con avidez la parte externa de sus muslos. Juraría que le escuchó jadear detrás de su espalda.
—No lo sientas. Me... gusta.
A Samiq le gustaba tener a Halley cachondo, sí. Le gustaba sentir aquel culo hambriento tan cerca su propia erección, anhelante por sentirla. Pero sobre todo le gustaba ponerle así con su simple presencia, y que él le hubiera llamado cuando tenía problemas, y sentir que ese hombre roto era "su cerdo", su adorable cerdito al que tenía la oportunidad de aliviar de mil maneras. Fantaseó con meter los dedos en su culo y comprobar que, aparte de excitado, Halley estaba elástico y abierto en su estrechez sólo para él...
—Soy un monstruo. Cómo puedo estar así...—al profesor le parecía que comenzaba a hablar lento; tal vez fuera un efecto de la medicación, tal vez simplemente una sensación—soy un monstruo.
Samiq se echó hacia delante sin dejar de abrazarle, presionando el estómago y el pecho contra su espalda y acoplándole las caderas para clavarse en mitad de sus nalgas desnudas con los vaqueros puestos. Estaba más que duro y quería demostrárselo.
—Ven aquí, monstruito guapo.
Sólo soltó a Halley para deslizar la mano derecha entre sus muslos , tanteando hasta cerrar los dedos con firmeza en torno a la impertinente erección.
—Hnmh...
—Qué duro y qué grande estás...—Samiq se relamió sin poder evitarlo, e inmediatamente sintió un súbito ramalazo de culpa cuando el rostro de Argen le cruzó la mente. No quiso pensar lo que estaría haciendo el Amo ahora, sin saber que él disfrutaba tanto, tantísimo sólo con agarrar esa polla dura—estás húmedo también...
Ronroneó estas últimas palabras al oído de Halley y comenzó a acariciarle, bombeando despacio su erección y estirando el dedo pulgar hacia el glande para presionarlo y masajearlo.
—Samiq... joder.
—¿Sabes? creo que tener semen retenido no te ayudará en tu estado...
Halley gozaba la dulce masturbación con los ojos cerrados, sintiendo como mansamente la medicación iba haciendo efecto en su cuerpo. Ahora lo único que le molestaba realmente eran aquellos cristales bajo la piel a la altura del punto de punción, en el cuadrante superior externo de su nalga derecha. Por contra, no se daba cuenta de que estaba emitiendo pequeños gemidos y empezando a moverse casi imperceptiblemente contra la mano que tanto placer le daba. Su glande, sensible y enrojecido, rozaba a tiempos contra la tapicería y contra el dedo de Samiq, sin dejar de gotear... tal vez hasta el placer fluía ralentizado tras la administración del relajante, y eso era genial porque él aun podía sentirlo todo. Tuvo la impresión de que hasta podría correrse en el puño de Samiq si éste seguía pajeándole tan deliciosamente lento solo unos minutos más.
—G-gato...
—Shhh... "Samiq"—le corrigió el Dorado suavemente, pajeándole más rápido—soy Samiq, amor. Fuera del club soy Samiq para ti.
—Gato—insistió Balle, quien sabe si por llevar la contraria o porque iba perdiendo control sobre lo que decía—quiero que me azotes y me folles...
Fue claro el jadeo que escuchó a su espalda ahora. El corazón de Samiq se había acelerado; Halley podía sentirlo también contra la piel de su espalda, a través de la fina tela de la camiseta que éste llevaba.
—Qué locura...—musitó el Dorado, aminorando de nuevo el ritmo de la masturbación para sufrimiento de Halley—no he venido a hacerte daño.
—Soy un cerdo, ya lo sabes—jadeó el profesor, sin darse cuenta de que sus caderas se habían desbloqueado mágicamente y comenzaban a dar pequeñas estocadas contra el respaldo del sofá y contra la mano de Samiq. Aun sentía una sombra de dolor, aparte de la sensación de estar desmadejado, pero eso no impedía al parecer ese pequeño vaivén al compás del placer.
—Ya lo veo...
—Por favor. Por favor, méteme algo por el culo.
No era que Halley sintiera vergüenza cuando se escuchó a sí mismo decir eso, pero se asombró de la súbita franqueza en aquella súplica. Samiq le agarró por los cabellos con la otra mano sin dejar de pajearle, tratando de no tirar con demasiada fuerza en un gran esfuerzo de contención.
—¿Es eso lo que quieres?—jadeó tras lamer a su cerdo detrás de la oreja.
—Hasta el fondo, por favor. En mi culo.
—H-ah... mierda, Halley. Eres un marrano.
Era un marrano, sí. Se revolvió contra el respaldo del sillón bajo el cuerpo de Samiq y gimoteó. En verdad lo era, al menos cuando quería desesperadamente ser humillado y sometido por aquel dulce angelito torturador.
—Amo...
—Te guardo un azote por esa para cuando te mejores.
Gato dijo aquello y soltó el henchido miembro de Halley para separarle las nalgas con inusitada rudeza.
—Estoy desinhibido...—se excusó el sumiso con una risita ronca. Al menos se daba cuenta de esto, aunque no pudiera hacer mucho por evitarlo—Amo, por favor, destroza mi culo. Por favor.
—Halley, en serio. Deja eso de Amo, o...
Mierda. Por un momento eso le recordó a Halley demasiado a Kido. "Déjelo o me voy a cabrear".
—¿O qué?—gimió demandante—¿qué harás si sigo, ... Amo?
Samiq se inclinó sobre las nalgas separadas del profesor y vertió un poco de saliva entre ellas. Luego le soltó y le dio un suave cachete en el culo al deslenguado; era lo mínimo que podía hacer.
—No sabes lo que estás diciendo—bufó—no me quieres como Amo, créeme.
El profesor se movió contra el sillón.
—Claro que si. Te quiero.
¿"Te quiero"? Las palabras que iba a contestar Samiq se le congelaron en la garganta. No supo a qué se refería Halley exactamente con eso. No supo si estaba lo bastante desinhibido y medicado para ser consciente del todo.
—Como Amo, no—ratificó fuera como fuera, tratando de que no se le notara el temblor de la voz, metiendo la mano entre las nalgas del profesor y deslizando un dedo en el ano humedecido de saliva para complacerle.
Complacer a Halley... desconocía por qué eso le perdía, por qué le ponía tanto sin vuelta atrás. Complacerle: hacerle disfrutar como él quería, como él le pedía. Hacerle llorar y bajar con él a los infiernos de su niño interior tan confundido, tan hambriento y tan solo, tan dolido. Y hacer que, una vez allí, el adulto gritara por más. Visto así, se sentía todo como un oscuro y precioso privilegio.
Avanzó con el brazo viendo que la carne de Halley se abría para recibirle. Éste soltó un prolongado gemido y enterró la cara contra el borde superior del respaldo mientras era penetrado, abrazado a las orejas del sillón.
—Veo que te gusta...—masculló Samiq, iniciando con el dedo un mete-saca más brusco y profundo de lo que hubiera calculado de tener la mente fría.
El progesor gruñó para acomodarse a la invasión y gimió de nuevo, sin dejar lugar a dudas de que estaba gozándose el dedo que le penetraba hasta que los nudillos de la mano de Samiq chocaban sonoramente contra su piel cada vez con más velocidad. Incluso arqueaba la espalda para levantar el culo sin ser aparentemente consciente de ello, se maravilló Samiq. Verle así le excitaba terriblemente; sentirle cachondo y abrumado entre el deseo y los efectos de la medicación, vulnerable y abierto, era demasiado.
—Pequeño. Yo también tengo ganas, pero no quiero hacerte daño...—musitó, y el tono de voz le salió lastimero sin él querer. Lo estaba pasando mal porque era humano y quería empotrarle, a la vez que no podía quitarse de la cabeza el estado físico de Halley cuando éste le recibió. En este punto ya no pensaba en Argen... ni tampoco se acordaba de Simut.
—Por favor, no pares—rezongó el sumiso.
A Halley le importaba un cuerno hacerse daño. Samiq emitió un gruñido bajo por toda respuesta y se llevó la mano izquierda a su propia entrepierna que dolía enhiesta contra la tela de los vaqueros. Dejó libre el miembro de Halley que friccionaba contra el respaldo, pero no paró de taladrarle por detrás, logrando resistir la tentación de añadir otro dedo a la follada.
—Halley—jadeó con voz ronca—¿tienes lubricante en casa?
El profesor no cesaba de soltar gemiditos de puta para desgracia y deleite del Dorado. Parecía sencillamente a punto de perder la cabeza, y sin embargo contestó inmediatamente a la pregunta sin asomo de vacilación.
—Sí, Amo. Tengo vaselina en el cuarto de baño.
Se llevó dos sonoros azotes en el culo tras decir aquellas palabras y brincó con regocijo contra el respaldo.
—Vale...—Samiq se había desabrochado los pantalones con la mano izquierda y se peleaba con la tela para apartarla y poder tocarse a gusto—iré a buscarla. Si vuelves a llamarme Amo, puta, te castigaré en serio.
No se lo decía de verdad, claro que no. Sabía perfectamente que Halley no estaba en sus cabales en aquel momento y que su cuerpo estaba aun dolorido, ¿verdad? No, no tenía la menor gana de hacerle daño, desde luego que no. Pero entonces ¿por qué necesitaba repetirse esto a sí mismo constantemente? ¿Acaso lo dudaba?
Se distanció bruscamente del sumiso que le llamaba Amo a pesar de todo y sacó la mano de entre sus nalgas. Sintió la propia piel arder y protestar cuando dejó de tocarle. El corazón iba a estallarle en el pecho.
—Amo... —musitó Halley con voz envenenada—por favor, dame lo que me merezco.
—Espera aquí, guarra.
Pocas veces Samiq había estado cachondo hasta el punto de lo que para él era perder las formas. Sintiendo por un momento que el aire no le llegaba a los pulmones, con súbito miedo por hacer algo de lo que luego tal vez se arrepintiera, abandonó el salón sin saber muy bien cómo orientarse para ir a por el tubo de vaselina. No tuvo que buscar mucho para obtenerlo una vez encontró el cuarto de baño. Vio el tubo nada más entrar, sobre la repisa junto al lavabo, como si de hecho Halley lo usara a menudo. Lo tomó en la mano y se miró inevitablemente al espejo, sin llegar a reconocerse con ese brillo salvaje en los ojos. Estaba despeinado, con la coleta medio caída y el cabello rubio pajizo cayendo sobre la cara; por encima de los pantalones abiertos la camisa abolsándose, contra cuya tela se marcaba el contorno de su endurecido miembro.
Hipnotizado, con la mirada fija en aquel desconocido de ojos de fuego que le miraba desde el otro lado del espejo, hizo un esfuerzo máximo por serenarse y por controlar su respiración antes de girarse para salir. Estaba tan excitado que sentía miedo de sí mismo y por eso intentaba por todos los medios tranquilizarse, si tan siquiera un poco, antes de volver al encuentro de Halley en el salón.
¿Le molestaba que aquel hombre le llamase Amo? Mucho, muchísimo.
Le gustaba, también. Oh, sí, en cierto sentido le volvía loco.
Sólo con Halley se sentía profunda e indiscutiblemente "dominante" (en la cama... y en todo). Sólo con él y nunca antes con otro, pero todo fluía tan natural como si llevara ejerciendo ese rol toda su vida. No sabía de dónde venía la urgencia que sentía junto a ese sumiso -¿urgencia por sentirle suyo? ¿por que le necesitase durante un rato?-, pero era genuina y real. Y cuando estaba dentro de él... ah, era absurdo pero al penetrarle no sólo se trataba de poseerle, sino de que incluso así le "protegía", y eso... por alguna razón, eso le llenaba. Era estúpido, ¿no? pues así sentía.
Tal vez fuera mejor asumir cuanto antes aquella parte de sí mismo, en lugar de dejarse la piel en esquivarla, apartarla, negarla. ¿Por qué obcecarse rechazar ese sentimiento? "Argen", se dijo. Lo único que le impedía vivir aquello era el pensamiento de sentirse menos suyo. Llegó a sentir por un segundo que Argen le importaba un carajo en aquel momento y no supo si eso le asustó, le alivió o le enfadó consigo mismo... era como estar escindido o tener dos personas diferentes dentro de sí. Una estaba a los pies de otro y llevaba mucho tiempo así, en paz... otra había nacido de la nada, al parecer, pero ahora parecía que siempre estuvo allí. Esta última "persona" clamaba a gritos por lo que era suyo y estaba asfixiando a la primera.
—No te voy a follar—le dijo a Halley casi en tono amenazante una vez llegó hasta él, colocándose de nuevo a su lado y tirándole del pelo—no quiero hacerte daño. No estás bien.
—Estás de broma...—jadeó el profesor—venga, sácatela.
Samiq se hubiera reído de no haber estado tan tenso. ¿"Sácatela"? ya la llevaba fuera desde hacía un buen rato.
—Te voy a llevar al orgasmo para que te desahogues. Y luego a la cama.
—Ah, sí. A la cama...
—A la cama a dormir—rió Samiq con la voz quebrada, afianzando el agarre entre los cabellos de Halley—que es lo que necesitas ahora.
Lo que necesitaba, sí. Claro. El profesor rió a su vez contra la tapicería del sillón.
—Seguro, Amo.
—Qué pesado...—Samiq se mordió el labio y le soltó para tirar levemente de su hombro—anda, apartate. Deja que me siente.
Halley no supo muy bien lo que quería hacer Samiq, pero se apartó como pudo tal y como le indicaba. Cuando lo hizo, el felino humano se coló agilmente entre su cuerpo y el sillón de orejas, tomando asiento en él y dejando el tubo de vaselina sobre el reposabrazos para colocar ambas manos en las caderas de Halley. El estómago del sumiso quedaba ahora frente a su cara.
—Oh. ¿Qué vas a...?
—Ven aquí y calla—musitó Gato, dirigiendo las caderas del profesor unos centímetros hacia arriba para cazar aquella polla dura entre los labios. Enmudeciendo tras esto, hundió las yemas de los dedos de una mano en la respectiva nalga de Halley, alentándole a moverse, mientras con la otra empujaba hacia abajo los pantalones arrugados y los calzoncillos hasta que cayeron al suelo.
El profesor dio un respingo en su postura arrodillada. No se le pasó por la cabeza que Samiq fuera a mamársela hasta segundos antes de que éste empezase a hacerlo. Y no había empezado suave, para nada... el Dorado succionaba ahora el palpitante tronco con todas sus ganas, jugando con la lengua y alcanzando a lamer las gotas de pre que rezumaba el glande.
Se retorció sobre las rodillas y juntó los labios para no gritar. Levantó las caderas para facilitarle la tarea, notando una sombra de dolor pero sin importarle eso lo más mínimo. Sin darse cuenta ya encandenaba obscenos gemidos mientras abrazaba con fuerza las orejas del sillón, flanqueando con las rodillas los muslos de Samiq.
—A-amo...
Su culo no protestó a la hora de engullir el dedo impregnado en lubricante que Samiq le clavó por detrás sin previo aviso. Empezaron a temblarle las rodillas y el cuerpo entero a medida que follada y mamada simultáneas aumentaban en intensidad y velocidad. Sus labios se entreabrieron y comenzó a babear sobre la tapicería.
—A-aah... Amo...
Samiq le chupaba y le follaba el culo con toda la ferocidad que podía en aquella posición. Ningún hombre aguantaría eso por mucho tiempo sin estallar, o al menos Halley no. Trató de zafarse de aquellos labios que le apretaban, pero la mano izquierda de Samiq, fuertemente fijada a su cadera, no le permitió retroceder.
—Mierda, mierda, m-me... Aaa-aaaah!
Gritó al sentir su espacio trasero ensanchado de mala manera cuando un segundo dedo (o quizá dos más) se abrieron paso con brusquedad en la siguiente estocada que absorbió. Noto cómo al momento se humedecía de nuevo en la boca de Samiq y apretó los dientes.
—Para...—jadeó, tragó saliva y forzó la voz para hablar más alto—...¡Para!
Inmediatamente sintió aquellos dedos retirándose y las manos de Samiq empujando sus caderas hacia atrás para liberar su miembro.
—¿Qué pasa?—Viendo que el profesor seguía duro como una barra de hierro ante sus narices, Samiq estiró el cuello para lamer el grueso tronco de abajo arriba y terminar mordisqueándolo.
—Para, para, por favor.
—¿Estás bien?—inquirió el Dorado—¿Qué pasa...?
Sin darle tiempo a reaccionar a Samiq, Halley estiró el brazo hacia abajo en un movimiento que hacía unas horas le hubiera sido imposible, tensando los músculos del tronco para sostener su propio cuerpo mientras tanteaba hasta que los dedos le hicieron tope con la rigidez entre las piernas de su compañero.
—No, quieto, Halley, ¿qué haces...?
El sumiso no iba a obedecer. Agarró con rotundidad el miembro de Samiq sujetándolo por la base, y, entonces, simplemente, se dejó caer sobre él para clavárselo de una sentada. Su culo rezumaba lubricante y estaba ensanchado por las penetraciones de dedos, de modo que tragó hasta el fondo sin rechistar.
—¡AAAH, HALLEY!—gritó Samiq de la pura impresión—¿P-por qué has hecho eso? ¡cuando se te pase el efecto de la medicación vas a ponerte peor!
—No me puedo mover...—lloró el profesor entre risas y jadeos. Aquella maniobra le había destrozado, Samiq estaba muy grande—sólo quería... sólo quería sentirte dentro...
Temblaba desaforadamente sobre los muslos de Samiq tras la ruda tragada. Jadeaba a través de los labios entreabiertos y sepultaba la cara contra la tapicería junto a la mejilla del Dorado, sintiendo el cosquilleo de su cabello en la sien y la oreja.
—Amor... no te hagas daño...—Samiq colocó ambas manos sobre la cintura de Halley y las mantuvo allí sin ejercer presión. Ni llevaba condón puesto y sentía que si él empezaba a moverse le sería imposible eludir el orgasmo—imbécil...
—Amo, fóllame—gimoteó Halley, dando pequeños botes en la medida que podía para sentir la penetración aun más profunda.
—Puta desobediente, te voy a romper el culo.
Samiq ya había empezado a darle desde abajo antes de que se lo pidiera.
—Agh, Amo... Amo, qué dura...
—Halley, esto ha sido muy s-sucio...—empezaba a perder el control y a darle fuerte, todo lo fuerte que la postura le permitía. Había subido la mano izquierda al hombro del sumiso para presionar su cuerpo hacia abajo, deslizando la derecha entre los muslos de éste para agarrarle con firmeza.
—Me voy a correr, Amo...
—Vamos, cerdo. Venga, córrete antes que yo.
Samiq sintió a Halley palpitar en su puño y a continuación, un segundo después, notó cómo empezaba a bañarle en leche. Gimió sin dejar de moverse contra él cuando la densa corrida comenzó a desbordarse entre sus dedos fuertemente cerrados, pringándole y chorreando mansamente sin salpicar. Le fue imposible esquivar su propio clímax a tal punto y quedó con la mente en blanco, sólo empujando, embriagado por el olor a culo gozando y a semen sobre su piel, y también por los gemidos ahogados de Halley.
—Ah, perro...—jadeaba con la respiración rota mientras subía de golpe al cielo, sin saber ya lo que decía y sin restringir las palabras—perro... mi perro.
Después de dejar a Inti en su casa, Balle al menos pudo permitirse exteriorizar el dolor que sentía durante lo que le quedaba de camino. Condujo como buenamente pudo hasta llegar al bloque de pisos donde vivía, estacionó en su plaza de garaje y trabajosamente volvió a ponerse en marcha a pie, una vez logró el triunfo de salir del vehículo.
Tenía que caminar muy despacio para ir digiriendo la descarga de dolor a cada paso sin romper a gritar. Le pareció que tardó una eternidad en coger el ascensor y llegar a su casa. Cuando al fin lo hizo, cruzó la puerta y se dirigió al salón arrastrando los pies, ya sin disimular y quejándose a cada dificultoso movimiento. Mierda, estaba jodido de verdad; se hubiera derrumbado en el sofá del salón de poder hacerlo, pero el mismo dolor se lo impedía. Las caderas eran un bloque rígido, las lumbares protestaban ante cada mínima flexión del tronco, las piernas pesaban hasta puntos insoportables... eso por no hablar del pinzamiento en el nervio ciático, cuya estela alcanzaba hasta la planta de su pie derecho. Ahora que la adrenalina había bajado por fin después de la visita, Balle sentía aquel dolor muscular y neuropático en toda su plenitud.
Al menos no se le había levantado migraña finalmente, podía estar contento por eso. Sin embargo, el de su cuerpo era un dolor cabreante que le dejaba a uno desinflado y sin fuerzas, del tipo que da ganas de echarse a llorar. Era constante, y, contra todo lo esperado, recostarse en el sofá no ayudó nada a Balle sino todo lo contrario. Se removió contra la tapicería, tratando en vano de encontrar una postura relativamente cómoda, preguntándose en qué momento había escalado tanto la tensión para terminar produciéndole aquello.
Inti había dicho que ya no sentía odio por Taylor. Que no podía odiarla; era lógico. ¿La guerra había terminado, pues? opinar que sí era echar quizá demasiadas campanas al vuelo, así que Balle se contentó con pensar que, al menos, comenzaba a terminar. Con sus propios ojos había visto cómo la rabia de Inti se transformaba en un reguero de ceniza blanca... el ave fénix siempre resurgía de los rescoldos si seguía habiendo vida, sólo era cuestión de tiempo.
Logró girarse de lado, haciendo fuerza contra el respaldo del sofá, moviéndose como una oruga. Eso le dio una pequeña, pequeñísima tregua. No era la primera vez que le daba una "crisis" de ese tipo, así que al menos conocía los movimientos que más dolían y podía anticiparse a ellos.
En aquel trance en el que no tenía fuerzas para intentar levantarse -ni siquiera para buscar un triste ibuprofeno- sólo acertó a concentrarse en respirar... e, inevitablemente, se acordó de Samiq antes de caer en un pernicioso duermevela.
No supo cuánto tiempo pasó en aquel estado, pero, cuando volvió en sí, el cielo se oscurecía tras la ventana. Tenía la sensación de haber descansado algo, pero continuaba dolorido y su cabeza seguía siendo un poema. La maldita visita al psiquiátrico le había revuelto todo, absolutamente todo, haciéndole revivir y recordar lo que más temía: lo que le ocurrió a su Kido, lo que le ocurrió a Agnes, lo que le ocurrió a él mismo. Revivir aquellas cosas era inevitable e intensificaba la añoranza que sentía por aquel que amó; un dolor de seguro equivalente al que aun seguía experimentando en su cuerpo. En realidad, la situación tenía bastante lógica... y sí, como colofón, no podía evitar acordarse de Samiq.
Kido se había ido. Sólo estaba presente en negativo, en el desierto de su corazón y en su imaginación, y no iba a volver. Sin embargo, Samiq sí estaba allí, cerca o lejos pero en alguna parte, vivo. No dolía tanto añorar su calor, su presencia ni su voz, sabiendo que al menos podía tocarle. Mierda, le echaba de menos...
Cogió su teléfono móvil que llevaba en el bolsillo. Apenas lo usaba; no todo el mundo llevaba un teléfono de esas características en aquellos días, pero -Samiq tenía uno- cada vez eran más comunes.
Samiq... Mandarle un mensaje ahora se le hacía a Balle cuando menos tentador. Pero no debería hacerlo, ¿verdad? Estaba bien cómo iban llevando ambos sus encuentros hasta ahora, simplemente cuando él pasaba por el Noktem a buscarle para tapar agujeros. Mandar un mensaje sin razón aparente - no para quedar, sino porque simplemente le necesitaba- se perfilaba como un paso más allá, y Balle se preguntaba si tenía derecho a darlo. Sabía que Samiq estaba a los pies de Argen, ¿quién era él para querer acercarse más a él? ...¿cómo reaccionaría Samiq si interpretaba que él quería acercarse más? Tal vez, si le llamaba por temas "extraoficiales", el Dorado se agobiaría. Eso si no era que ya estaba cansado de él. Balle no quería que eso pasara; no quería hacer acto de presencia ni decir el mínimo "eh, estoy aquí", por miedo a que eso saturase al otro y le alejara de él. Al fin y al cabo, ¿qué era Samiq, sino una especie de ángel que calmaba momentáneamente su angustia y cerraba sus heridas con dulce tortura?... Quizá incluso sólo lo hacía porque Argen se lo ordenaba. Y, en cualquier caso, Balle sabía dónde encontrarle; esa era la esencia de su relación, eso era suficiente y no había nada más. No, definitivamente no estaría bien llamarle "por nada".
Pero...
Antes de permitir a su mente trazar más argumentos cargados de razón, Balle ya estaba buscando el número de Samiq en su exigua lista de contactos. Le necesitaba, y quizá estaba demasiado dolorido y débil -física y anímicamente- para desterrar de sí esa necesidad. Jadeando, tal vez por el dolor que no cesaba o por cierto nivel de ansiedad in crescendo, comenzó a teclear un mensaje.
«Creo que mañana no podé ir al club. Tengo un ataque de ciática terrible y no puedo moverme. Te echaré de menos.»
Le dio a la tecla de "enviar" e inmediatamente se arrepintió de ello. Detrás de aquellas palabras se escondía un ruego ciertamente desesperado, aunque confiaba en haber sido lo bastante discreto para que Gato no lo percibiera.
Esperó unos instantes con el corazón en un puño y la mirada fija en la pantalla del movil, temiendo y a la par deseando que hubiera contestación. Pero pasaron los segundos, los minutos, y no la hubo. Suspirando, diciéndose a sí mismo que sin duda la ausencia de respuesta era lo mejor que podía pasarle, dejó que el móvil resbalase de entre sus dedos hasta caer al sofá y cerró los ojos.
Y entonces, el teléfono sonó.
Ballesta casi dió un bote en el sofá (lo que hubiera desencadenado un grito y una salva de tacos de haber pasado) al oír el impertinente tono. Tanteó la tapicería y agarró el móvil antes de que éste cayera sobre la alfombra, a tiempo de ver en la pantalla las letras intermitentes acompañando al sonido:
«GATO llamando»
¿Qué?
¿Por qué llamaba? ¿por qué narices llamaba? Santo cristo, ¿no era bastante con escribir un mensaje de vuelta si quería responder?
Dándose cuenta de que el teléfono seguía sonando mientras él maldecía, y de que la pantalla continuaba parpadeando, pulsó la tecla de color verde para contestar y se pegó el aparato a la cara.
—¿Por qué llamas?—Graznó con nerviosismo. Una excelente forma de saludar, sí.
—Halley... ¿estás bien?—la voz de Samiq le llegó preocupada tras un breve silencio al otro lado.
¿Que si estaba bien? hecho una braga estaba.
—Estupendamente, sólo tengo un ataque de ciática. ¿Cómo estás tú?
—Vaya, qué faena. Lo siento mucho, señor. ¿Tiene mucho dolor...?
Balle tardó un poco en responder. Samiq no parecía molesto por haber recibido su mensaje de socorro, y, aunque eso pudiera parecer a ojos ajenos un detalle carente de importancia, había desconcertado al profesor.
—Algo.—admitió lacónicamente.
—Acaba de decir que no se puede mover...
—Ah, sí. Bueno, es verdad. No es la primera vez que me pasa.
Samiq guardó de nuevo unos instantes de silencio y volvió a preguntar.
—¿Ha tomado algún calmante? ¿Hay alguien que pueda cuidarle?
Casi se echó a reír el profesor al oír esto. La historia con los calmantes, qué odisea. Sólo tenía ibuprofeno y paracetamol en casa, y estaba claro que eso no le haría ni cosquillas al dolor, suponiendo que pudiera llegar a la cocina por su propio pie para tomarse una pastilla de cada. En cuanto a si había alguien para "cuidarle"... ah, bueno, es que eso de cuidarle era, a modo de novedad en los últimos días, el dudoso privilegio de Gato y de nadie más. Pero tal circunstancia no sería muy conveniente comentarla.
—No y no—respondió, resolviendo no mentir—pero tranquilo, se me pasará.
—Señor... ¿no tiene medicación que pueda tomarse?
Tsk. Era incómodo que Samiq preguntase aquellas cosas, que se interesara tanto por él como para escarbar hasta llegar al fondo de la cuestión. Un "amigo" normal se limitaría a darle sus condolencias y si acaso aguantaría un rato de charla, ¿cierto? Tal vez Gato no era un amigo normal.
—Sí, sí—respondió, tratando de parecer despreocupado—iba a tomarme un ibuprofeno ahora...
—¿Un ibuprofeno? eso no va a ayudarle mucho si tiene un ataque de ciática, señor.
—¿Ah, no? ¿eres médico o qué?
Samiq sofocó una risita al otro lado del auricular.
—No, señor. Sólo he estudiado algunas cosas. Escuche... es mi noche libre, ¿quiere que vaya a verle y le lleve algo decente?
Balle se sintió como si le hubieran dado un martillazo en la cabeza. ¿Qué? ¿Acababa de ofrecerse Samiq para ir allí, en persona, a su casa? ¿Samiq, fuera del club...?
—¡No! No...—trató de suavizar el tono de su voz tras la abrupta exclamación inicial—quiero decir, no hace falta.
—Halley...—Samiq le habló entonces dirigiéndose a él por su nombre de guerra, sin llamarle señor—no quiero que estés solo si no puedes moverte. Por favor, deja que vaya a echarte una mano.
—Pero...
—Firmo un albarán para cerrar una entrega, me cambio de ropa y voy para allá. ¿Has cenado?
Ballesta se mordió el labio inferior. De pronto tenía un enjambre de mariposas locas en el estómago que saltaban hasta su garganta.
—Samiq, por favor, no hace f-...
—Dime tu dirección, por favor—le cortó el aludido—un segundo que voy a por algo para anotarla.
Halley no encontró manera de decirle que no. Le había cogido por sorpresa la reacción de Gato, y realmente si algo no tenía eran fuerzas para discutir. Facilitó a Samiq su calle, piso y puerta sin apenas hacerse de rogar. Éste prácticamente le cortó la llamada después de anotar su dirección, alegando que cuanto antes terminase aquel pequeño trabajo pendiente, antes llegaría a su casa para estar a su lado.
Balle colgó el teléfono con cara de gilipollas, sin terminar de creerse lo que acababa de pasar. Aún no se hacía a la idea de ver a Samiq fuera del Noktem, ni mucho menos en su propia casa. Maldiciendo por no tener siquiera autonomía suficiente para darse una ducha y ponerse cómodo, o para preparar algo, se movió tratando de rectificar su postura en el sofá a fin de mirar alrededor. Cristo Jesús, el salón estaba infecto: restos de comida por doquier, botellas, ceniceros con su correspondiente carga de colillas, incluso un calzoncillo amarillento colgaba de la lámpara. Era frustrante pensar que la primera vez -tal vez la única- que Samiq le visitaría iba a encontrar la casa hecha un desastre, y qué decir de él mismo. Estaba hecho un trapo, tendría que arrastrarse por el suelo y gatear o rodar si quería retirar ese maldito calzoncillo por lo menos. Pensando en esto, cayó en la cuenta de que para abrir la puerta a Samiq tendría que hacer tres cuartos de lo mismo.
Samiq cortó la llamada y rápidamente guardo el móvil que Argen le ordenaba llevar siempre consigo. Echó una rápida ojeada a la sala principal del club: no había mucha gente, Simut podría apañárselas si salía. Los martes por la noche no solía haber demasiado jaleo por allí, salvo que hubiera algún evento programado y no era el caso. Y, bueno, aunque lo hubiera habido... era su noche libre, qué demonios.
Al otro lado de los ascesores existía una puerta medio camuflada en un área más oscura. La puerta daba a un pequeño vestuario-staff donde había un sofá, un aparador, una neverita y una hilera de taquillas. Mientras iba allí a coger su ropa tras firmar el albarán, Samiq se dio cuenta de que estaba a punto de hacer algo que nunca pensó que se le pasaría por la cabeza... Iba a hacer algo a espaldas del Amo, cosa que jamás anteriormente había sentido la necesidad de hacer. No era que fuese a engañar a Argen, ¿verdad? simplemente... no le apetecía decirle lo que iba a hacer en su noche libre. Por supuesto, si se cruzaba con el Amo y éste preguntaba, no tendría otro remedio que contarle adónde iba... pero de la nada, motu propio, no se lo iba a decir. Lo decidió en aquel mismo momento, sobre la marcha, mientras caminaba hacia el staff.
Sería la primera vez que Argen no se enterase de algo que Samiq iba a hacer, pero éste no quiso quedarse enganchado entre el bien y el mal preguntándose por qué hacía las cosas así. El hecho era que prefería guardarse aquella visita a Halley como algo suyo, aunque, tal vez, la cosa era tan simple como que no quería arriesgarse a que Argen pudiera decirle que no podía ir.
Con la taquilla abierta y la mochila de estampado de camuflaje militar en la mano, sopesó rápidamente si darse una ducha. Había un cuarto de baño más que decente para el personal, justo al lado del staff, aunque rara vez él se duchaba allí. Normalmente se duchaba ya en su apartamento, tras la jornada laboral, pero ahora no le parecía buena idea perder el tiempo pasando por casa... Y no era que la ropa se le pegase al cuerpo, pero ciertamente había sudado colocando el último pedido y revisando el material recién esterilizado en el autoclave. Le vendría más que bien una ducha; sin embargo, por otro lado, el mensaje de Balle había sonado urgente y su voz contenida al otro lado del teléfono... así que al final se decidió por dejarse de duchas y leches en vinagre para salir del Noktem lo más pronto posible.
Estaba bastante preocupado por Halley. Tanto era así que ni reparó en que, de forma clara y contundente, había desplazado su atención -y sus prioridades- por primera vez desde el Amo a otra persona.
Se puso una camiseta limpia, de manga corta y dos tallas más grande de lo que hubiera sido propio, negra y con un gran número 9 estampado en blanco sobre el pecho. Abrió su cartera para verificar que tenía dinero suficiente, pensando en pasar por el restaurante chino que le pillaba de camino hacia casa de Balle; el gato callejero conocía bastante la ciudad y había ubicado de inmediato la calle donde vivía el profesor cuando éste se la dijo. Pensó que era muy probable que Halley no hubiera cenado, y por alguna razón imaginaba su nevera vacía -salvo por el típico pellejo triste de chorizo y tal vez algunas sobras-, dejando aparte que quizá el sumiso ni siquiera podría llegar hasta ella.
Una vez se hubo vestido y hubo cogido sus cosas, salió del staff y enfiló escaleras abajo hacia el botiquín que había junto al autoclave. Se trataba de un pequeño armarito metálico contra la pared, pintado de blanco y provisto de una cerradura para mantener a salvo de manos aviesas su contenido. Samiq abrió el armario con una llave que sacó del bolsillo y rebuscó durante unos segundos en su interior, sin tardar demasiado en encontrar lo que buscaba: alcohol de romero, gasas, un par de jeringas y agujas intramusculares; también una ampolla de vidrio opaco que envolvió y guardó con sumo cuidado. Intuía que a Halley no le harían nada de gracia las agujas, pero, si el profesor tenía mucho dolor, no sería suficiente con "un ibuprofeno", eso estaba claro.
Al subir las escaleras de nuevo hacia el primer sótano se encontró con Simut, quien también subía. Le llamó la atención que su hermano de esclavitud parecía muy cansado, y se sintió por un momento tentado de preguntarle si necesitaba ayuda, pero la preocupación por Halley (o tal vez el egoísmo y el deseo de verle) pudieron más. De nuevo desplazó de un plumazo prioridades, porque, si Argen había sido hasta el momento su preocupación primordial, Simut había sido la segunda en importancia.
Tras despedirse rápidamente de Simut, escaqueándose como un cabrón -eso fue lo que Samiq pensó de sí mismo- cuando éste puso cara de estar a punto de pedirle algo, fue prácticamente corriendo escaleras arriba hasta la puerta principal.
Salir a la calle fue un alivio como no recordaba haber sentido en mucho tiempo.
Halley tenía ganas de llorar. Llevaba más de diez minutos intentando retirar el maldito calzoncillo de lo alto de la lámpara sin conseguirlo, contorsionándose dolorosamente sobre el sofá, estirando el brazo todo lo que podía al borde de la luxación de hombro. Negándose a rendirse, decidió bajar del sofá dejándose caer hasta el suelo y, desde allí, gatear hasta el sillón de orejas tapizado en canalé verde claro junto al que estaba la dichosa lámpara. Desde allí lo que se proponía sería más fácil, sin duda.
Se arrodilló en el suelo frente al sillón, colocó las manos en el reposabrazos y trató de levantarse. Consiguió mantenerse apoyado con la estabilidad suficiente para retirar por fin la condenada prenda, aunque ésta se escapó de entre sus dedos para ir a parar a la alfombra. La empujó con el pie debajo del sillón; perfecto... nadie mira debajo de los muebles cuando va de visita, ¿verdad? Las rodillas se le doblaron al instante siguiente e hizo un último esfuerzo por arrodillarse sobre el asiento, apoyándose en el respaldo del sillón y recargando su peso contra él. Rodeó ambas orejas con los brazos y apoyó la mejilla en el borde del respaldo, respirando por fin. Agotado, se mantuvo en esa postura un tanto infrecuente -por llamarlo de alguna manera-, y comprobó que, inexplicablemente, la encontraba cómoda.
-------------------------------------------
Inti llegó a casa prácticamente dando tumbos, física y emocionalmente. Tenía la vertiginosa sensación de que la realidad que le rodeaba había cambiado, como si se hubiera flexionado para abrirse en nuevos matices, mostrando áreas que hasta el momento habían estado ocultas. Aun no podía detenerse a pensar; aun todo iba muy rápido en su cerebro y no podía pararlo... sentía vértigo y angustia, como el nudo que se siente antes de soltar la tensión de forma definitiva, antes de dar un salto. Todo parecía turbio ante sus ojos, ajeno y cercano a la vez; ajeno porque era demasiado intenso como para acercarse aun, y cercano porque para bien o para mal empezaba a entender, a comprender en su propia mirada la mirada de otros, en su propia piel el daño de otros. Nunca había sido incapaz de sentir... sólo estaba bloqueado por la rabia; rabia que a ratos aun sentía y de la que no se libraría facilmente, pero eso era otra historia.
No había nadie en casa cuando llegó, y en parte lo agradeció. Traía una cara por la cual Alex y Jen le pedirían explicaciones, probablemente; era consciente de ello. Cruzó el pasillo con la sensación de falta de aire en los pulmones, tanteando las paredes como si temiera perder el equilibrio. Empujó la puerta de su habitación, entró y echó el pestillo cuando cerró tras de sí. Se mantuvo unos instantes inmóvil, la espalda apoyada contra la puerta como si intentara bloquear la entrada a un enemigo imaginario, los ojos tratando de acomodarse a las formas supuestamente familiares en la habitación.
Lentamente, se despegó de la puerta sin tenerlas todas consigo y se acercó a la cama. Se sentó al borde del colchón, cogió la foto que tenía en la mesilla junto al botecito de arena y la sostuvo en su mano.
"Tienes que llorar" le dijo una voz dentro de sí, de repente. "Cuando llores, todo estará bien".
Tomó aire. Seguía angustiado. Por Kido, por Taylor, por Balle, por Esther... por todo. No se acordaba de la última vez en que se liberó y lloró; podía haber pasado hacía siglos. Se dio cuenta de que apretaba la fotografía en su mano izquierda, y de que la derecha se había cerrado aferrando la colcha. Inspiró de nuevo, exhaló... abrió la boca, dejó que un sollozo se abriera paso desde el pecho y el nudo que sentía en la garganta palpitó dolorosamente antes de aflojarse.
Su cuerpo hizo un último esfuerzo por estar en guardia, por permanecer tenso. El llanto se perfilaba como una tormenta inminente, como la náusea previa al vómito. Dolería. Ya dolía. Pero era el tipo de dolor que tal vez había que atravesar para quedar por fin sereno y tranquilo...
..."Las emociones son como olas", eso lo decía Jen. Como olas. Como la gran ola que estaba a punto de caerle encima si no la traspasaba. ¿Qué habría al otro lado?
Se preguntó si gritaría. No lo hizo; sólo gimió, pero afortunadamente nadie podría oírle. Se dejó caer en la cama de lado, con la foto en la mano, a tiempo de oír las llave en la cerradura cuando Esther llegó.
---------------------------------
Increíblemente, Halley estaba a punto de quedarse dormido cuando escuchó el timbre de la puerta. Aquella postura extraña, arrodillado sobre el asiento del sillón de orejas apoyando el torso contra el respaldo, había supuesto un inopinado remanso de paz en el que había terminado por perder otra vez la noción del tiempo.
—Ya voy...
Tenía que ser Samiq el que había llamado, no podía ser otra persona. Se obligó a elevar la voz para darle a entender que quizá tardara en llegar hasta la puerta... qué lamentable se le hacía eso, hacerle esperar por su propia incompetencia aunque ésta fuera transitoria.
Que la postura fuera mágica no implicaba que Balle no viera las estrellas al deshacerla. Despacio, hizo el esfuerzo de moverse hacia atrás para despegar torso y abdomen del respaldo del sillón, haciendo fuerza con las manos sobre las orejas de éste que había mantenido abrazadas. Una vez apuntaló las manos, gateó con las rodillas hacia atrás, temiendo el momento de poner los pies en el suelo. Se preguntó si sería capaz de ponerse en pie tras el rato de "relax", o si, como antes hizo para llegar al sillón, sería más rentable a todos los niveles arrastrarse.
—Samiq... ya voy.
Le dio miedo que Gato pudiera irse si no le abría a tiempo pensando que se había equivocado de casa o algo semejante. Ahogó un grito cuando colocó por fin ambos pies en el suelo y comenzó a recargar su peso sobre ellos, estirando los brazos y tirando de la cadera hacia atrás. Había roto a sudar como si estuviera entrenándose para correr una maratón; quién le viera a él, con lo poco que le había gustado siempre el ejercicio físico.
Ya lograba moverse, agarrándose a los muebles y apoyándose en las paredes, cuando le llegó la voz de Gato desde el otro lado de la puerta.
—No te preocupes, no corras—le dijo con tono pausado y sereno—no corras, Halley. Espero.
—Gracias...—musitó el aludido entre dientes, en un tono tan bajo que era imposible que el otro le oyera.
Continuó caminando a ralentí hasta que por fin llegó a la puerta. Se le pasó por la cabeza que Kido seguramente se estaría riendo si le viera así, cantando por lo bajo esa canción de "las muñecas de Famosa se dirigen al portal..." O no, quizá no, quizá se hubiera preocupado y hubiera ido escopetado a su encuentro para hacer de muleta humana. No podía saberlo, y no quería pensarlo... apoyó la mano izquierda en la pared, jadeando por el esfuerzo y por el dolor que no le abandonaba, y puso la derecha en el pomo de la puerta para abrir.
—Lamento... haber tardado—boqueó una vez lo hizo.
Levantó los ojos para mirar a Gato en el umbral y por un momento se sintió sobrecogido, viéndole como si fuera la misma virgen apareciéndose ahí ante él, casi con un halo de luz alrededor de la rubia cabeza. Probablemente la imaginación le estaba jugando malas pasadas, cosa que, considerando su estado y el día que había tenido, podía ser tomado como algo normal.
—No te preocupes, tranquilo...—Gato adelantó un pie dentro de la vivienda y tomó la mejilla del fatigado profesor en la palma de su mano—Vaya... estás muy pálido, cariño.
Balle se dio cuenta de que Samiq no le estaba llamando "señor". Tal vez no quería llamarle de usted fuera del club... sí, quizá en el club le llamaba así sólo porque estaba trabajando, por guardarle respeto como cliente; eso era lo que le había explicado el primer día que se vieron, ¿no? No supo si alegrarse o entristecerse por esto, pero se dio cuenta de lo sensible que estaba tanto física como emocionalmente, porque hasta el mínimo detalle amenazaba con llegarle a los cimientos.
Cerró los ojos, reclinándose por un momento contra la palma de la mano de Samiq, y suspiró. La piel del Dorado estaba más fría que la suya y esto le resultó agradable.
—Pasa...
—Madre mía, Halley. Estás fatal...
Samiq observó como el profesor se hacía trabajosamente a un lado para dejarle paso. Entró al recibidor y le tomó la mano con suavidad, colocándose a su lado.
—Gracias por haber venido...—musitó éste, descubriendo algo en lo que no había reparado hasta el momento: hablar más de dos palabras seguidas también pasaba factura. Increíblemente, le dolía todo el cuerpo al hacerlo.
—No es nada, amor. No es nada. Apóyate en mí.
Lo cierto era que Samiq en ningún momento había planeado dirigirse a Balle con palabras como "cariño" y ni mucho menos "amor". Simplemente estaba saliéndole así, y él no ponía filtro. Se daba cuenta de que Halley estaba muy dolorido y de que probablemente llevaría horas así... él mismo sabía lo que era eso o se hacía a la idea, pues un par de veces en su vida había tenido problemas por molestias musculares e incluso una rotura fibrilar en uno de los abductores. Aunque eso había ocurrido hacía tiempo, y claro estaba que no era lo mismo que la ciática añadida que había referido el profesor.
Casi a regañadientes -pues le hubiera gustado no tener que hacerlo y valerse por sí mismo- Halley se apoyó en el hombro que le ofrecía Samiq y comenzó a avanzar junto a él lentamente hacia el salón.
—Despacio...—musitó en un débil jadeo—despacio, por favor. ¿Te importa... encender la luz?
—Sí, amor. No te preocupes.
—Gracias...
—Madre mía, te duele mucho.
A Samiq le rompía el corazón ver al profesor así. Ojalá pudiera hacer algo por aliviar el sufrimiento que éste sentía. Con gusto compartiría el dolor con él para quitarle la mitad al menos, si eso fuera posible.
—Samiq... al sofá no—logró articular Balle, indicándole a Gato el sillón de orejas donde se había acomodado mínimamente antes—allí... encontré una postura que no me mata.
—¿Sí? genial, vamos entonces. Yo te ayudo.
Samiq ayudó a Halley a encaramarse al sillón en la misma postura que éste había tomado antes. Una vez le soltó, dejó la mochila militar en el suelo y avanzó hacia el respaldo para acariciarle el pelo al sumiso. Éste había vuelto a rodear las orejas del sillón con los brazos y a pegar el torax y el abdomen al respaldo, descansando la cabeza sobre el borde superior.
El Dorado se dio cuenta de que el salón de la casa aparecía un poco desastrado. Por otra parte, le gustó la decoración y la cantidad de libros en las estanterías y baldas, pero no estaba por comentar ni una cosa ni otra.
—Escucha, te traje algo. Un relajante muscular...—le dijo el nombre comercial de la marca por si acaso Balle lo reconocía—¿te lo has puesto alguna vez?
El profesor asintió. Recordaba el nombre, y sí , hubiera jurado que se lo habían puesto en un box de urgencias hacía tiempo. Si lo que traía Samiq era lo que él recordaba, desde luego no le hacía ninguna gracia, aunque, a las malas, aquella vez esa medicación fue lo único mínimamente efectivo frente al dolor.
—Duele como un demonio—masculló—y te deja tonto perdido.
—Ah... duele un poco, sí... y te deja adormilado, pero también muy relajado.
Halley volvió a asentir con la cabeza sepultada contra el borde del respaldo. Tenía que admitir que aquella mierda era eficaz, aunque no imaginó que Samiq tuviera a su alcance medicación como esa y que pudiera administrarla. Confiaba en él, pero sabía bien que esa medicación se pinchaba, y eso ya eran palabras mayores.
—Puedo aguantar...
—Halley, cariño. Estás que te mueres de dolor. Si no eres alérgico y ya te lo has puesto antes, deja que te lo ponga... créeme, te aliviará. No tienes que aguantar.
—Me hará polvo...
Samiq sonrió y rodeó con los brazos la cintura de Halley desde atrás para desabrocharle los pantalones.
—La verdad es que esta postura es estupenda. Tranquilo... tendré cuidado.
Halley trató de disimular un escalofrío cuando sintió las manos de Gato manipulando el botón bajo su ombligo. Al parecer, Samiq no iba a aceptar facilmente un "no" viéndole así.
—Samiq...
Inexplicablemente, a pesar del dolor, el profesor sintió que estaba teniendo una erección cuando Gato le bajó los pantalones. Carajo, le dio hasta vergüenza empalmarse en aquella tesitura, ¿por qué su cuerpo no podía estarse quieto? era cierto cuando Samiq le decía que era un cerdo. Jadeó contra la tapicería del sillón, conteniendo la respiración acto seguido para no oler la presencia de éste detrás de él, porque ese olor... la fragancia de su piel, su cabello, su ropa y su voz si esta dejara rastro, tenía mucho que ver con lo que le ocurría por debajo de la cintura.
—Voy a prepararlo. Tardo un minuto.
Ya le había bajado los pantalones y los calzoncillos, y Halley estaba completamente empalmado contra la tapicería del respaldo del sillón, en vergonzoso secreto y de forma irremediable, incapaz de cerrar las piernas del todo. Empalmado, rígido y dolorido; sensible como nunca y ahora terriblemente excitado. Qué peligrosa combinación esta última.
—Me vas a clavar una puta aguja...
Ni aun verbalizando lo evidente en voz alta su cuerpo se replegó. Qué asco.
—Tendré mucho cuidado, amor. Confía en mí.
"Amor", "Cariño". ¿Por qué, lejos de molestarle aquellas palabras a Halley, le excitaban aun más?
Dejando aparte estos efectos colaterales, el profesor tenía constancia de que al menos el relajante funcionaría. Cuando Samiq se lo pusiera y aquella mierda penetrara en el músculo, vería las estrellas... pero poco después tal vez podría moverse un mínimo sin gritar, y hasta podría acostarse. Y sí, quizá también sólo así se relajaría la molesta e inoportuna dureza entre sus piernas: dos pájaros de un tiro.
Mientras Halley se comía la cabeza con estas cosas, Samiq se había girado para desplegar los útiles que necesitaba sobre la mesa de café. Con manos experimentadas, dio unos golpecitos sobre la parte superior de la ampolla para retirar burbujas de aire y la abrió limpiamente con un chasquido. A continuación, tomó una jeringa, retiró el envoltorio que la mantenía estéril e hizo lo mismo con la aguja intramuscular que acopló a ella.
—Ya casi está...—murmuró, concentrándose en aspirar el líquido de la ampolla con la aguja para cargar la jeringa.
Se volvió de nuevo hacia Halley con el inyectable en la mano y tragó saliva. Verle así, indefenso, de espaldas a él con los pantalones bajados y el culo al aire, con la camisa levantada por encima de las caderas, le causó más que un simple hormigueo entre las piernas. Se dio cuenta de que ese culo aun tenía marcas de su último encuentro; prácticamente borradas, eso si, pero aun presentes. Ver aquello le revolucionó, pero no podía dejarse llevar ahora...
Respiró profundamente procurando no hacer ruido y avanzó hacia él, al tiempo que apretaba levemente el émbolo de la jeringa para purgar la aguja, sujetando una gasa estéril doblada e impregnada de solución antiséptica en la otra mano.
—Oye... S-samiq. Yo no sé si es una buena idea que...
El olor del antiséptico penetraba las fosas nasales del profesor y eso bastó para que éste se cagara de miedo aunque, a pesar de ello, siguió ridículamente cachondo. Cada vez lo estaba más, de hecho, ¿acaso el propio miedo le espoleaba?
—Halley, cariño. Tranquilo, sólo será un momento.
Samiq ya había extendido la mano hacia él y le tocaba. Halley se estremeció bajo el contacto de sus dedos.
—Nh...
—Lo siento... tengo las manos muy frías.
—No es eso...
Se revolvió contra la tapicería sin poder evitarlo y el roce le arrancó un gemidito que a Gato se le antojó adorable.
—No tengas miedo... voy a ello, cariño. Sere suave, lo prometo.
Halley apenas sintió la presión de la aguja clavándose en su piel. Lo que sí dolió -tal y como recordaba- fue el preparado cuando Samiq apretó el émbolo de la jeringa y comenzó a entrar.
El Dorado chasqueó la lengua viendo cómo Halley se ponía rígido contra el sillón y contenía la respiración. Aquel medicamento era complicado de poner: si lo metía muy deprisa le haría mucho daño; si lo hacía demasiado despacio, daría la sensación de que la tortura no se acababa nunca.
—Ya casi está, lo siento mucho...
Poco a poco, fue inyectando gradualmente el relajante muscular, deseando él mismo acabar por fin y que aquello hiciera efecto lo antes posible. Pobre Halley.
—Gato, me cago en tus muertos...—Halley jadeó. Aquel dolor era como sentir cristales penetrando la piel y amontonándose bajo ella.
—Lo siento, lo siento de verdad. Ya está.
Con una pequeña sonrisa entre el triunfo y el alivio, Samiq sacó por fin la aguja y presionó con la gasa unos segundos sobre el punto de punción, aprovechando para dar un suave masaje circular.
—¿Ya está?
—Sí. Pronto te vas a encontrar mucho mejor, ya verás.
El Dorado descartó aguja y jeringa y se giró de nuevo hacia la mesa de café para recoger las cosas, dándole la espalda al profesor.
—Me la has puesto dura—gruñó éste en voz baja entonces, casi farfullando para el cuello de su camisa.
No supo por qué se vio en necesidad de confesar aquello. Tal vez por el mismo morbo de hacerlo, pero realmente tampoco había razón para ocultarlo. Además, Samiq se daría cuenta tarde o temprano y por eso se le hacía ridículo intentar disimular.
—¿Oh? ¿de verdad...?
Halley se arrepintió de haber dicho aquello aun así. Confesarle a Gato lo que le había ocurrido se sintió humillante, y eso... le excitó aun más. Era estúpido estar empalmado antes, durante y después de una inyección dolorosa; era impensable, ¿cómo era posible?
—Lo siento—se disculpó a trompicones—no sé... no sé como puede pasarme.
El Dorado se acercó más a él y le abrazó desde atrás, pegando el cuerpo a la desnudez ajena.
—Me haces sentir muy afortunado...—murmuró contra el cuello de Halley sin pensar.
Era verdad. Se sentía afortunado... y no acertaría a verbalizar por qué hacia sí mismo, pero cuando Halley le preguntó se obligó a raspar en busca de palabras.
—¿Afortunado? qué dices. ¿Por qué?
—Por tenerte así...—musitó tras un breve silencio— siempre bien cerdo y dispuesto para mí. Incluso cuando estás enfermo.
Samiq se mordió el labio al decir esto, y Halley sintió que goteaba contra la tapicería del sillón de orejas al escucharlo. Casi se rió, aunque podría de hecho llorar a causa de las repentinas ganas que le entraron de ser penetrado, similares a las que tendría un animalito hambriento en desaforada necesidad. Se aguantó para no pedirle a Gato que le follara duro... no sabía si fuera del Noktem eso procedería, no sabía si Samiq querría hacerlo.
No dijo nada, sólo jadeó. Notaba como su cuerpo comenzaba a sentirse más liviano pero pesado al mismo tiempo si esto tenía sentido, y cómo el dolor comenzaba a ser sustituído por una especie de acolchada insensibilidad. Era rápida aquella cosa que Samiq le había puesto, aunque ahora sí que sentía que literalmente no podría moverse sin ayuda.
—Lo siento...—repitió en un hilo de voz, sintiendo las manos de Gato surcando con avidez la parte externa de sus muslos. Juraría que le escuchó jadear detrás de su espalda.
—No lo sientas. Me... gusta.
A Samiq le gustaba tener a Halley cachondo, sí. Le gustaba sentir aquel culo hambriento tan cerca su propia erección, anhelante por sentirla. Pero sobre todo le gustaba ponerle así con su simple presencia, y que él le hubiera llamado cuando tenía problemas, y sentir que ese hombre roto era "su cerdo", su adorable cerdito al que tenía la oportunidad de aliviar de mil maneras. Fantaseó con meter los dedos en su culo y comprobar que, aparte de excitado, Halley estaba elástico y abierto en su estrechez sólo para él...
—Soy un monstruo. Cómo puedo estar así...—al profesor le parecía que comenzaba a hablar lento; tal vez fuera un efecto de la medicación, tal vez simplemente una sensación—soy un monstruo.
Samiq se echó hacia delante sin dejar de abrazarle, presionando el estómago y el pecho contra su espalda y acoplándole las caderas para clavarse en mitad de sus nalgas desnudas con los vaqueros puestos. Estaba más que duro y quería demostrárselo.
—Ven aquí, monstruito guapo.
Sólo soltó a Halley para deslizar la mano derecha entre sus muslos , tanteando hasta cerrar los dedos con firmeza en torno a la impertinente erección.
—Hnmh...
—Qué duro y qué grande estás...—Samiq se relamió sin poder evitarlo, e inmediatamente sintió un súbito ramalazo de culpa cuando el rostro de Argen le cruzó la mente. No quiso pensar lo que estaría haciendo el Amo ahora, sin saber que él disfrutaba tanto, tantísimo sólo con agarrar esa polla dura—estás húmedo también...
Ronroneó estas últimas palabras al oído de Halley y comenzó a acariciarle, bombeando despacio su erección y estirando el dedo pulgar hacia el glande para presionarlo y masajearlo.
—Samiq... joder.
—¿Sabes? creo que tener semen retenido no te ayudará en tu estado...
Halley gozaba la dulce masturbación con los ojos cerrados, sintiendo como mansamente la medicación iba haciendo efecto en su cuerpo. Ahora lo único que le molestaba realmente eran aquellos cristales bajo la piel a la altura del punto de punción, en el cuadrante superior externo de su nalga derecha. Por contra, no se daba cuenta de que estaba emitiendo pequeños gemidos y empezando a moverse casi imperceptiblemente contra la mano que tanto placer le daba. Su glande, sensible y enrojecido, rozaba a tiempos contra la tapicería y contra el dedo de Samiq, sin dejar de gotear... tal vez hasta el placer fluía ralentizado tras la administración del relajante, y eso era genial porque él aun podía sentirlo todo. Tuvo la impresión de que hasta podría correrse en el puño de Samiq si éste seguía pajeándole tan deliciosamente lento solo unos minutos más.
—G-gato...
—Shhh... "Samiq"—le corrigió el Dorado suavemente, pajeándole más rápido—soy Samiq, amor. Fuera del club soy Samiq para ti.
—Gato—insistió Balle, quien sabe si por llevar la contraria o porque iba perdiendo control sobre lo que decía—quiero que me azotes y me folles...
Fue claro el jadeo que escuchó a su espalda ahora. El corazón de Samiq se había acelerado; Halley podía sentirlo también contra la piel de su espalda, a través de la fina tela de la camiseta que éste llevaba.
—Qué locura...—musitó el Dorado, aminorando de nuevo el ritmo de la masturbación para sufrimiento de Halley—no he venido a hacerte daño.
—Soy un cerdo, ya lo sabes—jadeó el profesor, sin darse cuenta de que sus caderas se habían desbloqueado mágicamente y comenzaban a dar pequeñas estocadas contra el respaldo del sofá y contra la mano de Samiq. Aun sentía una sombra de dolor, aparte de la sensación de estar desmadejado, pero eso no impedía al parecer ese pequeño vaivén al compás del placer.
—Ya lo veo...
—Por favor. Por favor, méteme algo por el culo.
No era que Halley sintiera vergüenza cuando se escuchó a sí mismo decir eso, pero se asombró de la súbita franqueza en aquella súplica. Samiq le agarró por los cabellos con la otra mano sin dejar de pajearle, tratando de no tirar con demasiada fuerza en un gran esfuerzo de contención.
—¿Es eso lo que quieres?—jadeó tras lamer a su cerdo detrás de la oreja.
—Hasta el fondo, por favor. En mi culo.
—H-ah... mierda, Halley. Eres un marrano.
Era un marrano, sí. Se revolvió contra el respaldo del sillón bajo el cuerpo de Samiq y gimoteó. En verdad lo era, al menos cuando quería desesperadamente ser humillado y sometido por aquel dulce angelito torturador.
—Amo...
—Te guardo un azote por esa para cuando te mejores.
Gato dijo aquello y soltó el henchido miembro de Halley para separarle las nalgas con inusitada rudeza.
—Estoy desinhibido...—se excusó el sumiso con una risita ronca. Al menos se daba cuenta de esto, aunque no pudiera hacer mucho por evitarlo—Amo, por favor, destroza mi culo. Por favor.
—Halley, en serio. Deja eso de Amo, o...
Mierda. Por un momento eso le recordó a Halley demasiado a Kido. "Déjelo o me voy a cabrear".
—¿O qué?—gimió demandante—¿qué harás si sigo, ... Amo?
Samiq se inclinó sobre las nalgas separadas del profesor y vertió un poco de saliva entre ellas. Luego le soltó y le dio un suave cachete en el culo al deslenguado; era lo mínimo que podía hacer.
—No sabes lo que estás diciendo—bufó—no me quieres como Amo, créeme.
El profesor se movió contra el sillón.
—Claro que si. Te quiero.
¿"Te quiero"? Las palabras que iba a contestar Samiq se le congelaron en la garganta. No supo a qué se refería Halley exactamente con eso. No supo si estaba lo bastante desinhibido y medicado para ser consciente del todo.
—Como Amo, no—ratificó fuera como fuera, tratando de que no se le notara el temblor de la voz, metiendo la mano entre las nalgas del profesor y deslizando un dedo en el ano humedecido de saliva para complacerle.
Complacer a Halley... desconocía por qué eso le perdía, por qué le ponía tanto sin vuelta atrás. Complacerle: hacerle disfrutar como él quería, como él le pedía. Hacerle llorar y bajar con él a los infiernos de su niño interior tan confundido, tan hambriento y tan solo, tan dolido. Y hacer que, una vez allí, el adulto gritara por más. Visto así, se sentía todo como un oscuro y precioso privilegio.
Avanzó con el brazo viendo que la carne de Halley se abría para recibirle. Éste soltó un prolongado gemido y enterró la cara contra el borde superior del respaldo mientras era penetrado, abrazado a las orejas del sillón.
—Veo que te gusta...—masculló Samiq, iniciando con el dedo un mete-saca más brusco y profundo de lo que hubiera calculado de tener la mente fría.
El progesor gruñó para acomodarse a la invasión y gimió de nuevo, sin dejar lugar a dudas de que estaba gozándose el dedo que le penetraba hasta que los nudillos de la mano de Samiq chocaban sonoramente contra su piel cada vez con más velocidad. Incluso arqueaba la espalda para levantar el culo sin ser aparentemente consciente de ello, se maravilló Samiq. Verle así le excitaba terriblemente; sentirle cachondo y abrumado entre el deseo y los efectos de la medicación, vulnerable y abierto, era demasiado.
—Pequeño. Yo también tengo ganas, pero no quiero hacerte daño...—musitó, y el tono de voz le salió lastimero sin él querer. Lo estaba pasando mal porque era humano y quería empotrarle, a la vez que no podía quitarse de la cabeza el estado físico de Halley cuando éste le recibió. En este punto ya no pensaba en Argen... ni tampoco se acordaba de Simut.
—Por favor, no pares—rezongó el sumiso.
A Halley le importaba un cuerno hacerse daño. Samiq emitió un gruñido bajo por toda respuesta y se llevó la mano izquierda a su propia entrepierna que dolía enhiesta contra la tela de los vaqueros. Dejó libre el miembro de Halley que friccionaba contra el respaldo, pero no paró de taladrarle por detrás, logrando resistir la tentación de añadir otro dedo a la follada.
—Halley—jadeó con voz ronca—¿tienes lubricante en casa?
El profesor no cesaba de soltar gemiditos de puta para desgracia y deleite del Dorado. Parecía sencillamente a punto de perder la cabeza, y sin embargo contestó inmediatamente a la pregunta sin asomo de vacilación.
—Sí, Amo. Tengo vaselina en el cuarto de baño.
Se llevó dos sonoros azotes en el culo tras decir aquellas palabras y brincó con regocijo contra el respaldo.
—Vale...—Samiq se había desabrochado los pantalones con la mano izquierda y se peleaba con la tela para apartarla y poder tocarse a gusto—iré a buscarla. Si vuelves a llamarme Amo, puta, te castigaré en serio.
No se lo decía de verdad, claro que no. Sabía perfectamente que Halley no estaba en sus cabales en aquel momento y que su cuerpo estaba aun dolorido, ¿verdad? No, no tenía la menor gana de hacerle daño, desde luego que no. Pero entonces ¿por qué necesitaba repetirse esto a sí mismo constantemente? ¿Acaso lo dudaba?
Se distanció bruscamente del sumiso que le llamaba Amo a pesar de todo y sacó la mano de entre sus nalgas. Sintió la propia piel arder y protestar cuando dejó de tocarle. El corazón iba a estallarle en el pecho.
—Amo... —musitó Halley con voz envenenada—por favor, dame lo que me merezco.
—Espera aquí, guarra.
Pocas veces Samiq había estado cachondo hasta el punto de lo que para él era perder las formas. Sintiendo por un momento que el aire no le llegaba a los pulmones, con súbito miedo por hacer algo de lo que luego tal vez se arrepintiera, abandonó el salón sin saber muy bien cómo orientarse para ir a por el tubo de vaselina. No tuvo que buscar mucho para obtenerlo una vez encontró el cuarto de baño. Vio el tubo nada más entrar, sobre la repisa junto al lavabo, como si de hecho Halley lo usara a menudo. Lo tomó en la mano y se miró inevitablemente al espejo, sin llegar a reconocerse con ese brillo salvaje en los ojos. Estaba despeinado, con la coleta medio caída y el cabello rubio pajizo cayendo sobre la cara; por encima de los pantalones abiertos la camisa abolsándose, contra cuya tela se marcaba el contorno de su endurecido miembro.
Hipnotizado, con la mirada fija en aquel desconocido de ojos de fuego que le miraba desde el otro lado del espejo, hizo un esfuerzo máximo por serenarse y por controlar su respiración antes de girarse para salir. Estaba tan excitado que sentía miedo de sí mismo y por eso intentaba por todos los medios tranquilizarse, si tan siquiera un poco, antes de volver al encuentro de Halley en el salón.
¿Le molestaba que aquel hombre le llamase Amo? Mucho, muchísimo.
Le gustaba, también. Oh, sí, en cierto sentido le volvía loco.
Sólo con Halley se sentía profunda e indiscutiblemente "dominante" (en la cama... y en todo). Sólo con él y nunca antes con otro, pero todo fluía tan natural como si llevara ejerciendo ese rol toda su vida. No sabía de dónde venía la urgencia que sentía junto a ese sumiso -¿urgencia por sentirle suyo? ¿por que le necesitase durante un rato?-, pero era genuina y real. Y cuando estaba dentro de él... ah, era absurdo pero al penetrarle no sólo se trataba de poseerle, sino de que incluso así le "protegía", y eso... por alguna razón, eso le llenaba. Era estúpido, ¿no? pues así sentía.
Tal vez fuera mejor asumir cuanto antes aquella parte de sí mismo, en lugar de dejarse la piel en esquivarla, apartarla, negarla. ¿Por qué obcecarse rechazar ese sentimiento? "Argen", se dijo. Lo único que le impedía vivir aquello era el pensamiento de sentirse menos suyo. Llegó a sentir por un segundo que Argen le importaba un carajo en aquel momento y no supo si eso le asustó, le alivió o le enfadó consigo mismo... era como estar escindido o tener dos personas diferentes dentro de sí. Una estaba a los pies de otro y llevaba mucho tiempo así, en paz... otra había nacido de la nada, al parecer, pero ahora parecía que siempre estuvo allí. Esta última "persona" clamaba a gritos por lo que era suyo y estaba asfixiando a la primera.
—No te voy a follar—le dijo a Halley casi en tono amenazante una vez llegó hasta él, colocándose de nuevo a su lado y tirándole del pelo—no quiero hacerte daño. No estás bien.
—Estás de broma...—jadeó el profesor—venga, sácatela.
Samiq se hubiera reído de no haber estado tan tenso. ¿"Sácatela"? ya la llevaba fuera desde hacía un buen rato.
—Te voy a llevar al orgasmo para que te desahogues. Y luego a la cama.
—Ah, sí. A la cama...
—A la cama a dormir—rió Samiq con la voz quebrada, afianzando el agarre entre los cabellos de Halley—que es lo que necesitas ahora.
Lo que necesitaba, sí. Claro. El profesor rió a su vez contra la tapicería del sillón.
—Seguro, Amo.
—Qué pesado...—Samiq se mordió el labio y le soltó para tirar levemente de su hombro—anda, apartate. Deja que me siente.
Halley no supo muy bien lo que quería hacer Samiq, pero se apartó como pudo tal y como le indicaba. Cuando lo hizo, el felino humano se coló agilmente entre su cuerpo y el sillón de orejas, tomando asiento en él y dejando el tubo de vaselina sobre el reposabrazos para colocar ambas manos en las caderas de Halley. El estómago del sumiso quedaba ahora frente a su cara.
—Oh. ¿Qué vas a...?
—Ven aquí y calla—musitó Gato, dirigiendo las caderas del profesor unos centímetros hacia arriba para cazar aquella polla dura entre los labios. Enmudeciendo tras esto, hundió las yemas de los dedos de una mano en la respectiva nalga de Halley, alentándole a moverse, mientras con la otra empujaba hacia abajo los pantalones arrugados y los calzoncillos hasta que cayeron al suelo.
El profesor dio un respingo en su postura arrodillada. No se le pasó por la cabeza que Samiq fuera a mamársela hasta segundos antes de que éste empezase a hacerlo. Y no había empezado suave, para nada... el Dorado succionaba ahora el palpitante tronco con todas sus ganas, jugando con la lengua y alcanzando a lamer las gotas de pre que rezumaba el glande.
Se retorció sobre las rodillas y juntó los labios para no gritar. Levantó las caderas para facilitarle la tarea, notando una sombra de dolor pero sin importarle eso lo más mínimo. Sin darse cuenta ya encandenaba obscenos gemidos mientras abrazaba con fuerza las orejas del sillón, flanqueando con las rodillas los muslos de Samiq.
—A-amo...
Su culo no protestó a la hora de engullir el dedo impregnado en lubricante que Samiq le clavó por detrás sin previo aviso. Empezaron a temblarle las rodillas y el cuerpo entero a medida que follada y mamada simultáneas aumentaban en intensidad y velocidad. Sus labios se entreabrieron y comenzó a babear sobre la tapicería.
—A-aah... Amo...
Samiq le chupaba y le follaba el culo con toda la ferocidad que podía en aquella posición. Ningún hombre aguantaría eso por mucho tiempo sin estallar, o al menos Halley no. Trató de zafarse de aquellos labios que le apretaban, pero la mano izquierda de Samiq, fuertemente fijada a su cadera, no le permitió retroceder.
—Mierda, mierda, m-me... Aaa-aaaah!
Gritó al sentir su espacio trasero ensanchado de mala manera cuando un segundo dedo (o quizá dos más) se abrieron paso con brusquedad en la siguiente estocada que absorbió. Noto cómo al momento se humedecía de nuevo en la boca de Samiq y apretó los dientes.
—Para...—jadeó, tragó saliva y forzó la voz para hablar más alto—...¡Para!
Inmediatamente sintió aquellos dedos retirándose y las manos de Samiq empujando sus caderas hacia atrás para liberar su miembro.
—¿Qué pasa?—Viendo que el profesor seguía duro como una barra de hierro ante sus narices, Samiq estiró el cuello para lamer el grueso tronco de abajo arriba y terminar mordisqueándolo.
—Para, para, por favor.
—¿Estás bien?—inquirió el Dorado—¿Qué pasa...?
Sin darle tiempo a reaccionar a Samiq, Halley estiró el brazo hacia abajo en un movimiento que hacía unas horas le hubiera sido imposible, tensando los músculos del tronco para sostener su propio cuerpo mientras tanteaba hasta que los dedos le hicieron tope con la rigidez entre las piernas de su compañero.
—No, quieto, Halley, ¿qué haces...?
El sumiso no iba a obedecer. Agarró con rotundidad el miembro de Samiq sujetándolo por la base, y, entonces, simplemente, se dejó caer sobre él para clavárselo de una sentada. Su culo rezumaba lubricante y estaba ensanchado por las penetraciones de dedos, de modo que tragó hasta el fondo sin rechistar.
—¡AAAH, HALLEY!—gritó Samiq de la pura impresión—¿P-por qué has hecho eso? ¡cuando se te pase el efecto de la medicación vas a ponerte peor!
—No me puedo mover...—lloró el profesor entre risas y jadeos. Aquella maniobra le había destrozado, Samiq estaba muy grande—sólo quería... sólo quería sentirte dentro...
Temblaba desaforadamente sobre los muslos de Samiq tras la ruda tragada. Jadeaba a través de los labios entreabiertos y sepultaba la cara contra la tapicería junto a la mejilla del Dorado, sintiendo el cosquilleo de su cabello en la sien y la oreja.
—Amor... no te hagas daño...—Samiq colocó ambas manos sobre la cintura de Halley y las mantuvo allí sin ejercer presión. Ni llevaba condón puesto y sentía que si él empezaba a moverse le sería imposible eludir el orgasmo—imbécil...
—Amo, fóllame—gimoteó Halley, dando pequeños botes en la medida que podía para sentir la penetración aun más profunda.
—Puta desobediente, te voy a romper el culo.
Samiq ya había empezado a darle desde abajo antes de que se lo pidiera.
—Agh, Amo... Amo, qué dura...
—Halley, esto ha sido muy s-sucio...—empezaba a perder el control y a darle fuerte, todo lo fuerte que la postura le permitía. Había subido la mano izquierda al hombro del sumiso para presionar su cuerpo hacia abajo, deslizando la derecha entre los muslos de éste para agarrarle con firmeza.
—Me voy a correr, Amo...
—Vamos, cerdo. Venga, córrete antes que yo.
Samiq sintió a Halley palpitar en su puño y a continuación, un segundo después, notó cómo empezaba a bañarle en leche. Gimió sin dejar de moverse contra él cuando la densa corrida comenzó a desbordarse entre sus dedos fuertemente cerrados, pringándole y chorreando mansamente sin salpicar. Le fue imposible esquivar su propio clímax a tal punto y quedó con la mente en blanco, sólo empujando, embriagado por el olor a culo gozando y a semen sobre su piel, y también por los gemidos ahogados de Halley.
—Ah, perro...—jadeaba con la respiración rota mientras subía de golpe al cielo, sin saber ya lo que decía y sin restringir las palabras—perro... mi perro.