Sinopsis
Historia de Malena y Silver.
Género: ficción erótica.
Sexo explícito: Sí.
Dominación/sumisión: Sí.
+18.
Género: ficción erótica.
Sexo explícito: Sí.
Dominación/sumisión: Sí.
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Capítulos:
1-En la memoria
.Memorias de Malena, publicadas en internet de forma anónima.
1 de enero, 2012.
Voy a contarles algo que pasó hace más de diez años.
Comienzo a escribir mis memorias en el primer día del año. No quiero que sean palabras secretas, pues secreta es mi identidad y eso ya es bastante. Desde hace tiempo necesito reventar, y me doy cuenta de que deseo compartir lo que siento con alguien que no me conozca… y a quien yo no conozca. Es una especie de grito al espacio. Anónimo lector, gracias.
La experiencia que voy a contarte es absolutamente real, y a raíz de ella me han surgido algunas dudas que me descolocan, de manera constante, aún a día de hoy. Digo esto porque lo que voy a relatarte ocurrió hace mucho tiempo, cuando yo apenas tenía dieciséis años--ahora tengo treinta y uno-- y el hecho es que, a mi edad actual, continúo estremeciéndome con el recuerdo de aquel dulce tormento.
Pero supongo que antes de entrar en materia debería hablarte un poco de mí; sólo por encima, ya que con el hecho de leer vas a terminar viéndome “desnuda”, me temo. Me llamo Malena, y como ya te dije, tengo treinta y un años. Vivo en un barrio bastante concurrido de una ciudad que es igual de gris y bulliciosa que cualquier otra, aunque los vecinos se esmeran en colgar geranios de las terrazas, e incluso guirnaldas caseras fabricadas con CDS cuyos destellos desentonan con los edificios y la acera sucia. No obstante, aunque la ciudad sea gris y los que la habitamos seamos “gente”, es hermoso ver cómo uno por uno nos esforzamos para que nuestra casa parezca “nuestro lugar”, el lugar de cada uno. La ciudad se convierte con ello en una especie de hogar para cientos de almas y deseos anónimos.
Trabajo como enfermera de planta, en un hospital cuyo nombre prefiero no decir.
Estoy casada pero no tengo hijos; no porque mi marido y yo no queramos, sino porque por lo visto uno de los dos no puede (no sabemos quién de los dos tiene la “culpa”…) de modo que vivimos los dos solos en amor y compañía, y parece que así seguirá siendo hasta el final…
Me parece bien. De momento me conformo.
Pero sobre todo me gustaría decirte--aunque tal vez ya lo habrás notado--que más que una mujer soy una “cabeza” encima de una mujer; no por ello soy fría (todo lo contrario) pero me paso el día pensando, dando vueltas y más vueltas a las cosas, y si no llego a alguna conclusión sobre algo, me desespero. Dice mi psiquiatra (sí, voy a un 4
psiquiatra, aunque no le cuento ni la mitad de las cosas que pienso) que mi naturaleza obsesiva es mi mayor enemigo, y que a medida que aumente mi autoconocimiento me sentiré más fuerte.
Pero claro, el caso es que cuando ocurrió lo que voy a contarte, descubrí una parte de mí misma que aún hoy no estoy segura de comprender, ni de que tenga que comprenderla, ni de conocerla del todo…
Me da miedo intentar conocer más esa parte de mí. Pero más miedo me da que desaparezca para siempre.
La causa de todo (y la consecuencia) es el placer. El placer y Silver.
Silver es un amigo de mi hermano Marcos. Él es la razón de que hoy esté escribiendo esto. Aunque trate de irme por las ramas, desde la primera letra estoy pensando en él; y le echo tanto de menos que me da la sensación de que escribo con sangre…o con lágrimas.
Hace lo menos veinte años que no le veo, aunque sé algunas cosas de él a través de mi hermano, quien nunca se ha enterado de la relación que tuvimos.
Silver y mi hermano son amigos de esos que se pueden llamar “de toda la vida”. Desde que tengo recuerdos se conocen. Tienen la misma edad, treinta y cuatro años, de modo que me llevan tres.
Desde mi más tierna infancia recuerdo ver a Silver--a quien todavía nadie llamaba así-jugando en casa con mi hermano y el resto de amigos, o en el parque; también recuerdo que siempre me defendía años más tarde, igual que mi hermano, en esos pequeños conflictos que todos tenemos de jovencitos. Recuerdo de hecho uno de esos “pequeños conflictos” que les hará hacerse una idea del tipo de persona que es él, que siempre ha sido parecido pero diferente al resto de humanos que conozco.
Una noche yo salía del cine con unas amigas; era más tarde de lo habitual, por lo que apreté el paso cuando me separé de ellas en una encrucijada, y traté de no entretenerme de camino a casa. Llevaba un abrigo rosa que parecía como de peluche, abrochado hasta el cuello porque hacía frío. No me gustaba mucho, pero me lo había regalado mi madre y ella se pone triste si no me pongo la ropa que me regala, de modo que aquella noche me lo puse sólo por complacerla.
Yo por aquel entonces andaba muy triste y avergonzada ante el mundo porque, presa de la inocencia, le había escrito mi primera carta de amor a un chico que después de leerla se rio de mí. Y aquella noche, al doblar la esquina justo antes de cruzar el parque que había cerca de mi casa, los vi. A aquel chico de la carta y a sus amigos. Ellos también me vieron y comenzaron a hablar entre ellos y a reírse. Yo me puse muy nerviosa y caminé más rápido, y ellos, detrás de mí. De pronto comenzaron a tirarme cosas (basura, creo recordar) y a insultarme. Me llamaron “puta”, “zorra”, “guarra”, “subnormal”…me mancharon el abrigo de mi madre. Empecé a correr, con el miedo desatado dentro de mí. Me daba terror que me alcanzaran aunque intuía que si eso ocurría no me harían nada, ya que su disfrute radicaba en la humillación y en el insulto. Todo por haber escrito una carta de amor. 5
En segundos que me parecieron horas llegué al parque que te decía, y allí ellos se detuvieron. Dejaron de perseguirme y yo, entre el dolor y el alivio que sentí, me solté a llorar. Me sobrevino un llanto agarrotado de esos que empieza con mil nudos en la garganta sin dejarte respirar. Me sentí estúpida y sola como en mi vida.
Entre las lágrimas no vi a mi hermano y a su grupo de amigos que estaban en el parque, bebiendo a morro los brebajes que preparaban y que denominaban “consumiciones baratas”. Sabía que frecuentaban ese lugar pero en lo último que pensaba era en encontrármelos a todos en pleno; deseé que la tierra me tragase, que no me hubieran visto, pero cuando me di cuenta de su presencia ya era tarde. Otro amigo de mi hermano, Inti, a quien conocía de vista, me identificó y le dijo a Marcos que yo estaba ahí. El hermano pequeño de Inti, mayor que yo aún así, también estaba allí aquella noche; había mucha gente, en realidad… qué vergüenza
Antes de que pudiera reaccionar, ya tenía a Marcos sobre mí, ruidoso y alborotador como ha sido siempre, gritándome que qué me había pasado, que yo estaba hecha un asco, que quién me había hecho llorar así con la promesa de que iba a “arrancarle la cabeza”. Fui incapaz de decirle nada en un primer momento, más aún cuando sus amigos opinaban y se sumaban a la moción de cortar cabezas.
Silver, que también estaba allí, se me acerco y me observo, tranquilo. Pasó sus largos dedos por mi pelo para apartármelo de la cara, sucia de basura y lágrimas, y me condujo con suavidad hasta un banco.
“Malena, ven.” me dijo “tranquila”.
Para entonces Silver ya tenía el pelo largo y estaba lleno de pendientes por todas partes (oreja, nariz, labios…), razón por la que me atraía un poco--siempre me ha gustado la gente con pinta rara-- aunque jamás hubiera pensado en tener “algo” con él (era mayor que yo, y ¡amigo de mi hermano!).
Le hice caso y me senté en el banco. Y solo entonces pude relatar, atropelladamente, lo que había sucedido. Estaba muerta de vergüenza y jamás lo hubiera contado si no hubiera tenido ahí a mi hermano, histérico perdido, con la cara poniéndosele de todos los colores.
Cuando acabé de contarles lo ocurrido, mi hermano e Inti salieron corriendo a ver si podían pillar a aquellos chicos. Silver me abrazó, y me acompañó a casa. Caminó todo el trayecto pegado a mí sin soltarme. Quise dar alguna explicación porque me sentía terriblemente estúpida, y porque el silencio me empezaba a resultar muy angustioso— atroz--, pero cuando lo intenté él me cortó tajante:
--No me cuentes más sobre ese chico. Sé quién es. No te preocupes, el tiempo lo pone todo en su sitio.
Recuerdo que entramos al portal y que me ayudó a entrar en el ascensor, sólo soltándome para abrir la puerta y dejarme pasar.
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Pensé bastante en aquella frase que me dijo. “El tiempo lo pone todo en su sitio”. Era una de esas frases que todo el mundo dice alguna vez pero, viniendo de él, en ese momento, sonó diferente.
Esa noche me acosté sintiéndome mal, pero también profundamente agradecida de poder contar con personas como mi hermano y Silver. Ambos se habían preocupado por mí, aunque de forma muy diferente.
Resultó que mi hermano no encontró a aquellos chicos así que destrozó una papelera, furibundo de rabia; Inti había intentado detenerle pero le fue del todo imposible. Me imagino que lo que Marcos hubiera querido era “forrarles a hostias” a los tíos esos, como diría él, y la papelera pagó las consecuencias. Nunca le he visto pegando a nadie, pero en cualquier caso, me alegro de que no los encontrara.
Creí que el asunto quedaría ahí, pero, dos días después dejé de ver a Silver en casa, y al preguntarle por él a mi hermano, éste me contestó:
--Malena, él me ha dicho que no te lo diga, pero…--recuerdo que le costó explicarse; Marcos nunca ha sido muy diplomático--Silver está en el hospital. Su padre le ha dado una paliza que casi lo mata.
Así me lo soltó, sin avisar. Sin paliativos. La sangre se me heló en las venas.
--Pero, ¿qué dices? ¿Por qué?
--¿Recuerdas aquel chico al que escribiste esa carta?--dijo mi hermano--Pues Silver le hizo una visita el otro día, y lo envió a urgencias. No le importó en absoluto que estuvieran allí sus amigos, que por lo visto huyeron como gallinas. Lo ha dejado hecho un cristo. Pero alguien se lo comentó “de pasada” a su padre…imagínate el resto.
Era un secreto a voces que el padre de Silver bebía y le ponía la mano encima a su mujer y a su hijo. Pero a Silver poco debieron importarle los golpes de su padre, porque supo perfectamente lo que hacía y cuando días más tarde le vi y le pregunté, tan solo enarcó levemente las cejas y aseguró, en tono neutro, no arrepentirse de nada.
Quise hablar con él sobre el tema pero no encontré el momento; aunque sí le di las gracias…porque en definitiva había hecho aquella barbaridad por mí. Pero él respondió quitándole importancia, como era su costumbre. “No tienes nada que agradecerme”, había dicho sin más, “hice lo que quise”.
Él es diferente por eso. Normalmente hace “lo que quiere”.
Me inspiró miedo lo que hizo. Me hizo sentirme peor que nada en el mundo. Pero al mismo tiempo me di cuenta de cuánto le quería.
Meses después, ese mismo año, la madre de Silver le abandonó.
Y poco tiempo después, su padre murió en un accidente de coche.
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Fue entonces cuando Silver vino a vivir a nuestra casa.
A mí me llenó de alegría que viniese, porque en cierta manera se había convertido en otro hermano para mí, y le quería muchísimo. Pero al mismo tiempo me inundaba la vergüenza por que me viera hacer las cosas habituales del día a día, hasta lo más banal, porque ya había comenzado a gustarme mucho (aunque yo misma me resistía a aceptarlo-).
Soñaba despierta con él, deseaba su cuerpo bajo mis sábanas húmedas, y de pronto tenía que acostumbrarme a verle nada más levantarme de la cama después de mis fantasías.
Nuestra casa era más bien pequeña, y era inevitable cruzarme con él en el pasillo de camino al cuarto de baño, maldiciendo acto seguido porque me había dejado ver con una pinta desastrosa y/o un pijama de ositos con manchas de cola cao.
Lo que debía ser normal, a mí me hacía sentir incómoda.
Además éramos amigos, y con el tiempo a fuerza de vivir juntos, lejos de odiarnos mutuamente, nos unimos más. Pero cuanto más le quería, más le deseaba, y llegué a pensar que mi cuerpo no soportaría la tensión.
Lejos de su padre--ni que decir tiene que no lloró por él, aunque se le enturbiaban los ojos cada vez que alguien le mencionaba a su madre--parecía que Siver se hubiese quitado de encima un enorme peso. Parecía haberse vuelto más ligero, más libre, no tan preocupado. Callaba menos, y sonreía más. Realmente no creerías que ese chico que vivía conmigo fue el mismo que hace escaso tiempo propinó una tremenda paliza a aquel otro, ni de lejos.
Y entonces ocurrió que yo empecé a sufrir. Sufría por varias razones: por verlo todos los días y tener que callarme, apretando los dientes para ocultar lo que sentía, sabiendo que nunca podría contárselo a nadie; por verme forzada a aparentar que no pasaba nada a riesgo de perder a Silver si me distanciaba de él, mortificando mi cuerpo cuando trataba de hacer lo contrario (estar cerca, muy cerca de él pero sin poder tocarle), por tener cada vez más ganas de verle y más ganas de perderle de vista.
Hay un tipo de sufrimiento que quita la vida, y otro que la da.
El sufrimiento que te da la vida es el mismo que tiene la mosca, que vuela dando la lata una y otra vez hasta que al final la matan. Lejos de deprimirme o encontrarme apática, yo sentía cada vez más excitación. Estaba bastante agitada, por lo cual trataba de disolver y liberar mi energía de una manera loca, sin control, haciendo varias cosas a la vez. Haciendo cosas porque sí.
No solo vivía para Silver, pero la conciencia de que él estaba allí me hacía ser cada día más sensible, más irritable, más hiperactiva.
Me sobrevenían calentones horribles cada vez que me lo encontraba y él no se daba cuenta. Me sacaba de mis casillas.
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Para poder respirar, empecé a volar cerca del fuego…en otros aspectos, fuera de mi casa.
Y me metí en algunos líos.
Empecé a darles problemas a mis padres, cosa que nunca antes había hecho. Mis padres no se recuperaban de un susto cuando comenzaba otro. A mis casi diecisiete años les di más guerra que en toda mi vida. Porque eran ellos quienes tenían que responder de mí ante mis ausencias injustificadas al colegio (iba un colegio privado al cual siempre me había adaptado hasta ese momento, en el que me parecía que por primera vez veía claro lo horrible que era y cómo deseaba ir al instituto público con mi hermano), ante mis mentiras, ante mis “faltas graves” como contestar mal, pelear con compañeras, etc. Con lo apacible y buena que yo había sido siempre…
Mis padres nunca llegaron a saber cuál era la circunstancia que realmente me trastornaba; ni siquiera Marcos --el puente común entre Silver y yo--llegó nunca a sospechar nada. Todos notaron un enorme cambio en mí, pero lo atribuyeron a las cosas de siempre…la edad, la adolescencia tardía…etc. Incluso llegaron a pensar que tomaba drogas, y me costó casi la vida convencerles de que no era así.
Empecé a escuchar música encerrada en mi cuarto; le mangaba los discos a mi hermano, la música que antes no entendía, la que berreaba a gritos la angustia vital. Música estruendosa: metal, trash, la que le gustaba a Marcos. Él no daba crédito. Siempre le había llamado “heavy guarro de pacotilla“.
Y yo cada vez más enamorada de Silver, y más incapaz, dando al exterior un mensaje opuesto a la realidad, como suele suceder.
Mi hermano al principio alucinó pero terminó partiéndose de risa ante mi metamorfosis.
Conforme pasaba el tiempo Silver me buscaba más que nunca, pero no con ningún tipo de deseo, sino para lanzarse sobre mí y tirarme cojines a la cabeza, “cariñosamente”, por ejemplo. Sonreía curvando su boca hacia la izquierda, como una media luna, y me llamaba “su indisciplinada hermanita menor”.
Efectivamente, gracias a mi comportamiento supuse que me veía como una hermana pequeña que aún necesitaba su ayuda, y no como a una mujer, que era lo que me moría de ganas de gritar a los cuatro vientos que yo era.
Por supuesto mis notas eran un fracaso. Suspendía como nunca. Ese año me quedaron seis asignaturas para septiembre, y tenía en total siete…sólo saqué un notable en música, y no por haber estudiado, sino porque los contenidos no me costaban y además el profesor estaba despistado y perdió todos los exámenes, con lo que tuvo que aprobar hasta a María Sarmiento.
La música siempre me había parecido (y hoy también me lo parece) otro idioma; más bien otra forma de decir las cosas. Toco el piano desde que tenía doce años. Aquel año dejé el conservatorio porque decidí que a partir de entonces nadie me diría como tocar ni cómo expresarme; un golpe de orgullo estúpido propio de la edad, ya ves.
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En mi casa solíamos machacar a los vecinos; no sólo yo, aporreando mi teclado electrónico, sino también mi hermano que, junto con Silver, tenía la ilusión de montar un “grupo heavy”. Ambos tocaban la guitarra, y, al igual que yo, descargaban en ella sus afectos, sus preocupaciones y en ocasiones su malestar y su rabia. La música era nuestra “otra voz”.
Pero volviendo a lo que les contaba, durante ese año mi vida se transformó en un tren de alta velocidad sin control, apunto de salirse de su vía, volando intensamente.
Mi habitación estaba pared con pared con el cuarto de baño, al final del pasillo, de modo que podía escuchar con claridad a mi hermano tirar de la cadena (lo más antierótico del mundo), tanto como a Silver debajo de la ducha. Normalmente le oía tararear con voz queda debajo del potente chorro de agua. A veces colocaba mi mano sobre el gotelé de la pared y me parecía que podía sentirle…
No hace falta decir que me hacía pajas continuamente, sobretodo en esas ocasiones cuando le oía en la ducha y me lo imaginaba desnudo, y también por la noche, porque me costaba dormir. Me masturbaba con fiebre y con pena, ya ven, dos inseparables amigas, esforzándome al máximo por correrme sin hacer el menor ruido. Era complicado.
Ni que decir tiene que Silver, mientras yo me combustionaba viva, permanecía tranquilo e indeleble, en apariencia ajeno a lo que a mí me ocurría. Alguna vez, cuando se ponía pesado dándome cojinazos o con juegos tontos, creía yo distinguir en sus ojos oscuros un guiño de malicia y cierta complicidad que, aunque solo duraba un segundo, me desconcertaba profundamente.
Pero por norma tal era su indolencia que se paseaba por la casa igual que lo hacía mi hermano…con camisetas medio rotas, de esas que ya ni tienen color y que de puro viejas acaban en el armario de los trapos (no así en mi casa), y en ropa interior o en pijama, como si tal cosa.
Creo que llegué a obsesionarme ya que andaba por mi casa cachonda continuamente; tanto era así que me daba miedo salir de mi habitación por si se me notaba en la cara, por si olía diferente…A veces me despertaba a las tantas después de soñar que hacía el amor con Silver, y me preguntaba con horror “¿Habré gritado en sueños? ¿Habré gritado su nombre?” Porque les prometo que llegué a correrme dormida, cosa que hasta entonces no creía posible.
Una noche, después de tener un sueño particularmente osado en el que disfrutaba a más no poder comiéndole la polla, me desperté apunto de tener el orgasmo de mi vida. Me quedé unos segundos desconectada del mundo, sentada en la cama, mientras volvía a la realidad. Y por mucho que lo intentara, me pareció imposible enfriarme. Pensé que si me masturbaba en ese momento explotaría de manera tremenda y me dio miedo pensar en no controlar, en montar un escándalo con traca de final de fiestas. Hice lo que pude, pero nada. Respiré hondo, me levante, di algunos paseítos por la habitación pero hasta el roce del pijama me hacía recordar, a base de estremecimientos, la falta que me hacía que mi amigo me echara un buen polvo. Y claro, a mi edad yo estaba confundida. Me sentía una guarra.
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Con estos sentimientos encontrados estaba yo cuando, sexualmente más calmada, resolví ir a la cocina a…a cualquier cosa que me hiciera olvidar momentáneamente mis ganas de sexo. No tenía hambre pero aun así, abrí despacio la puerta de mi cuarto y con mucho sigilo--eran las cuatro de la mañana--salí al pasillo de puntillas.
--Maleni, ¿no puedes dormir?
El susurro a mis espaldas provocó en mí tal sobresalto que se derramó la mitad de agua de la jarra que había cogido de la nevera. Me giré despacio y allí estaba, justo detrás de mí, con aspecto pálido y ojeroso y su melena negra derramada sobre una camiseta con el mensaje “have a nice day, fucK some one”. Sonreía displicente a sabiendas del susto que me había dado.
--Joder Silver, qué silencioso eres. No te había sentido entrar…
Llené un vaso de cristal a duras penas y volví a guardar la jarra en la nevera. Me temblaban las manos.
Me senté en una silla frente a la mesa de la cocina y él me sonrió aún más y me acarició el hombro, de camino al armario de los bollitos. Se preparó ante mi estupor un vaso de leche de 3 metros de profundidad con unas seis o siete madalenas.
--Hambre nocturna--murmuró con gesto lobuno mientras se sentaba frente a mí.--¿Y tú? ¿Por qué no puedes dormir?
Traté de esquivar sus ojos oscuros. El coño me ardía.
--Tengo…tengo un secreto.
--¿Ah sí?--preguntó sin dejar de sonreír.
Desesperada por no controlar la situación, levanté la mirada. Mi cara debía de estar desencajada. Retiré la mano sin querer cuando hizo ademán de tocarme.
--Vaya, parece un secreto serio…--murmuró. Y cambiando la voz, imitando la de mi hermano a la perfección, exclamó--¿qué es? ¿Estás embarazada? ¿Debes dinero? ¿Te han echado del colegio?…¿Qué? ¿Qué? ¿Qué?
Reí sin poder evitarlo.
--¡Calla! Pareces él…
--Antes de que me cuentes tu secreto, Maleni…--hizo un gesto señalando mi camiseta blanca--haz algo con eso, por favor…que uno no es de piedra…
Miré donde señalaba y descubrí con horror que había caído agua sobre la pechera de mi pijama, y que mi pezón izquierdo se recortaba duro como una canica contra la tela de algodón, empapada.
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Me apresuré a separar la parte mojada del cuerpo y me tapé con un paño de la cocina.
--Estás monísima así…--bromeó--si quieres yo también me tiro agua encima, para que no te de corte…
--No lo harías--respondí.
--Pues claro que sí… ¿quieres que lo haga?--rio--Si tú me lo pides lo haré.
“Cállate ya y fóllame aquí mismo, eso es lo que quiero” pensé a gritos en mi mente.
--Bueno, no hace falta que me cuentes tu secreto, ya sé cuál es.
Impresionada por su suficiencia, le seguí el juego.
--¿Lo sabes? No creo…
--Es evidente, querida hermana postiza…--sonrió.--Tienes seis exámenes en septiembre…y los llevas de culo ¿no es cierto? Normal, son seis. Y también normal que te agobie…A mí me agobiaría.
--Tú nunca te has encontrado en esa situación--contesté. Era verdad. Silver solía ser brillante en el instituto, incluso había superado el examen de selectividad con un siete.
--No.--reflexionó.--gracias a dios, nunca. ¿Ese era el secreto entonces?
--Sí--mentí.
--No había que ser un lince…--comentó.
Nos quedamos un rato en silencio, roto tan solo por el crepitar de los envoltorios de las madalenas al ser retirados.
Yo le miraba comer, cada vez más tensa, cada vez más caliente. Desee ser un animal para lanzarme sobre él sin tener que dar explicaciones. El olor dulce de la leche con magdalenas mezclado con su piel me estaba mareando. Mi pantaloncito de algodón hacia aguas contra el mimbre de la silla, donde sin darme cuenta estaba empezando a clavarme.
--Bueno, no te preocupes--dijo Silver despacio--Aún te queda tiempo.
Se levantó a mirar el calendario que tenemos pegado en la puerta de la nevera. El pantalón de chándal desgastado le marcaba los músculos duros de sus alongados muslos y su culo. Dibujó despacio una raya imaginaria sobre el calendario.
--Tienes tres semanas…--reflexionó--Tres semanas para seis exámenes…
Se quedó pensativo un momento y después volvió a sentarse en la silla.
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--Yo puedo echarte una mano, si quieres.
--Gracias, Sil, pero no. Ya es muy tarde…
Me horrorizaba la idea, no hace falta que lo diga.
--No, no--insistió--Yo puedo ayudarte. Te quedó la química, ¿verdad?
Asentí con la cabeza. No solo me había quedado, sino que la odiaba. Pensaba que era cerebralmente incapaz de entenderla.
--Estupendo. Te explicaré lo que quieras; mi profesor en el insti era la leche: Ballesta, aunque estaba loco de atar. ¿Qué más? ¿Física? ¿Dibujo?…Bueno, te ayudaré en lo que pueda. Anda, déjame hacerlo. No está todo perdido, ya verás.
Al final me convenció; y yo no tenía ninguna gana, pero fue más que nada por no contrariarle. No quería parecer una desagradecida.
Cuando le dije que sí puso cara de felicidad y me arrastró hacia sí (yo ya me había levantado, dispuesta a irme) abrazándome. Yo perdí el equilibro y caí sentada sobre sus rodillas, para mi desgracia. Estaba muy mojada y pensé que él lo notaría sin remedio. Pero en lugar de ayudarme a ponerme en pie de nuevo, me aprisionó más fuerte entre sus brazos sin dejarme escapar, y comenzó a morderme como loco en la mejilla, la oreja, el cuello… Me hacía daño, cosquillas, y por supuesto me estaba poniendo a cien…Cuanto más luchaba yo por zafarme, más me apretaba él contra su cuerpo. Tuve la vaga impresión--o tal vez la fantasía--de notar su rabo endureciéndose un poco contra mi culo…Removí el trasero para esquivarlo, pero me pareció que eso le agitaba aún más. Se me nubló la vista.
“Suéltame, por favor…” supliqué entre risas nerviosas.
Me soltó cuando le vino en gana, por supuesto.
Quedamos para el día siguiente por la tarde para resolver “dudas” de química.
Cuando se levantó de la silla comprobé con espanto que lucía una mancha acuosa en su desteñido chándal, a la altura del muslo. Pero él no pareció darse cuenta.
Cuando nos separamos en el pasillo me dio un afectuoso abrazo y me dijo que le hacía feliz poder ayudarme. Lo decía en serio.
“Ayúdame a correrme ahora, cabrón” quise decirle, pero en lugar de hacerlo entré en mi cuarto, intentando retener su olor para el resto de la noche. No pude evitar masturbarme furiosamente en la cama hasta provocarme algunos orgasmos. Ocho, para ser exactos. Me masturbé ocho veces aquella noche, pensando que tenía a Silver entre mis piernas.
Al día siguiente me levanté de la cama bastante nerviosa. Por la mañana no encontré a Silver en casa ni a mi hermano, habían salido a correr juntos. Solían hacerlo desde
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temprano. Mientras desayunaba, mi madre me dijo que aquella tarde saldría con mi padre, ya no recuerdo para qué.
Me vestí cómoda para estar en casa, aunque también quise ponerme un poco sexi… descuidadamente sexi…quería controlar más la situación, supongo, y no que Silver me pillara desprevenida, como siempre.
Después de comer me fui a mi cuarto, me cambié de bragas (estaba insoportablemente excitada pensando que en breves instantes le tendría solo para mí, aunque también estaba aterrada), me puse una camiseta gris que con el cuello desbocado dejaba al descubierto mis hombros y parte de mi escote, un pantalón blanco de tela fina, ajustadito por debajo de las rodillas, y mis sandalias de verano de andar por casa. Me miré al espejo de mi armario. La verdad es que no podía negar que tenía un cuerpazo de miedo, y que con ese estilo “cuidadosamente descuidado” estaba tremenda. Por supuesto no me puse sujetador, porque lejos de querer excitarle, pensé que no se daría cuenta, ya que todas mis camisetas son un poco grandes y no suelen marcar demasiado. Bueno, claro que en el fondo sí que quería excitarle…pero sin parecer pretenderlo.
Me recogí el pelo en un moño cuidadosamente estudiado “como quien no quiere la cosa”, que dejaba escapar algunos rizos sinuosos sobre mi cuello, y me puse vaselina en los labios (mi punto fuerte), para que parecieran más jugosos sin tener que pintarlos.
Esperé unos minutos a que viniera a buscarme pero…no vino.
¿Qué ocurría?
¿Se le había olvidado la conversación del día anterior?
¿No tendría ganas en ese momento?
Pocas ganas tendría si no se acordaba de que habíamos “quedado”…
Al ver que no venía pensé “Y ahora, ¿qué hago?”. Me enfadé un poco con él y conmigo misma por ser tan idiota.
Decidí entonces que Mahoma iría a la montaña; fue una decisión que tomé sin pensar demasiado. Después de todo había dado por hecho que él vendría a buscarme…pero si no era así, entonces iría yo. En definitiva no era que quisiera tirármelo…sólo iría a buscarle a su cuarto para que me diera unas estúpidas “clases” sobre química estúpida. Valorado así me pareció lógico plantarme delante de su puerta con mi mochila y mis libros.
La puerta de la habitación que compartían mi hermano y Silver estaba abierta.
A través de ella vi a Silver sentado en el suelo entre las dos camas, debajo de la ventana, con la cabeza inclinada sobre un libro que tenía en las rodillas, el cabello negro derramado sobre las páginas. Llamé levemente y levantó la vista.
--Hola, guapa--me sonrió--ya pensaba que no venías…
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--¿Estabas repasando?--pregunté, nerviosa, por decir algo.
--Un poquito--dijo, cerrando el libro de tapas gastadísimas, manteniendo un dedo entre las páginas--pero ya está.
Por primera vez me pareció verle un poco nervioso, como estaba yo.
--¿Te sientas conmigo?--preguntó, haciéndome un poco más de hueco a su lado--Aquí no hay mucho sitio, tendremos que estar en el suelo.
La casa de mis padres no era grande, y las habitaciones eran todas bastante pequeñas. En la de mi hermano, al haber tenido que meter otra cama, solo quedaba libre un trocito de suelo desde la puerta hasta la ventana, pasando por entre las dos camas.
Avancé un poco sorteando papeles amontonados, y antes de sentarme tuve que inclinarme para dejar la mochila abierta en el suelo. Cuando esto sucedió, el escote de mi camiseta se combó hacia abajo dejando al descubierto un sesgo de mis pechos, que me apresuré en tapar tan pronto me di cuenta, cuando hube soltado la mochila.
--Eh, ¿vienes a estudiar o te has propuesto que te viole?—preguntó mi amigo a bocajarro, con ojos chispeantes.
Supongo que me puse terriblemente roja…
--No pongas esa cara mujer, que era broma…--rio.
--Qué vergüenza-- acerté a murmurar, mientras me sentaba a su lado como podía, evitando su contacto.
--Pero si no he visto nada--exclamó--y seguro que vale la pena…enséñamelo ahora que estoy mirando de verdad, ¡anda!
--Eres insoportable--le dije.
--¿Eso crees?--preguntó con fingido asombro.
--¿Siempre te vacilas de todo?--le espeté.
--No te vacilo, en serio--dijo él, sin dejar de sonreír—enséñamelo otra vez…
--Vale--atajé--paso de ti.
--Muy bien--dijo él, alargando el brazo hacia mi mochila para sacar un libro--Luego no me digas que no te avisé… ¿Este es tu libro de química? Joder, se nota que no lo has tocado…está nuevo.
--Ya…es que me produce urticaria…
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Abrió el libro y comenzó a explicarme cientos de cosas que al principio me sonaron a chino, pero poco después comprobé incrédula que iban teniendo sentido. Me puse más cerca de él porque, increíblemente, me resultaba interesante lo que me explicaba. Tengan en cuenta que hasta entonces yo pensaba que el electrón era el hermano de la bruja Avería…
En un par de horas me explicó todos los tipos de enlace químico y la formulación de compuestos iónicos, cosa que aún en estos días recuerdo a la perfección.
Mientras me hablaba no miraba el libro, aunque a veces me señalaba algo; me miraba a los ojos y yo me perdía en los suyos--dos enormes mares negros--y me mareaba con la proximidad de su boca. Recuerdo que tenía en el lateral izquierdo de su labio inferior una bolita de acero, surcada por un pequeño aro del mismo material, que me daba un morbo tremendo. Mantenía mi mirada allí enganchada, mientras él hablaba despacio, con suavidad.
De pronto Silver paró en seco y me miró divertido.
--Maleni, ¿me estás mirando el pendiente de la boca?
Joder. Qué mal.
--Ay, sí, lo siento.--dije como una imbécil, porque era evidente que era peor mentir--es que me gusta mucho…pero te estaba escuchando, en serio.
--¿Te gusta?
--Lo siento, te estaba prestando atención, de verdad.
Cómo le iba a decir que se me iban los ojos buscando su boca.
--No, no, si no me importa…--se apresuró a decir--es que…no sabía que te gustaran estas cosas.
--Hombre, me gustan en ti--Joder, lo estaba arreglando…--quiero decir, que yo no me lo pondría…pero a ti te queda bien…
Él se rio sin asomo de suficiencia.
--Ah, bueno, pues…muchas gracias, supongo.
Sonreí.
--¿Puedo tocarlo?--no sé por qué demonios dije aquello. Probablemente fue lo que desató la sucesión de calamidades que ocurrieron a continuación.
Él pareció quedarse totalmente parado, de pronto. Quizá sí le importaba y le descolocaba yo. Quizá acababa de mostrarme una pequeña fisura en su indiferencia.
16
--¿El piercing?--preguntó--claro, toca. Me puedes tocar donde quieras--añadió con una sonrisa maliciosa, dejándome helada.
Ya no había vuelta atrás, en ese momento lo supe.
Alargué la mano y él se acercó un poco más, extendí los dedos y acaricié el frío metal al tiempo que un escalofrío me recorría. Llevaba ya tiempo con las bragas muy mojadas y con el coño caliente. Una vez más pensé que se me notaría, como si mi dedo tembloroso me delatara.
Silver cerró los ojos y se dejó tocar como un león poco acostumbrado al contacto humano.
No pude resistir y me incliné para darle un leve beso en la comisura de la boca, con mis labios secos.
Cuando me aparté de él abrió los ojos sin dar muestras de sorpresa, y de pronto se echó a reír.
--Bueno--dijo, sacudiendo la cabeza--Vale. Tengo piercings por todo el cuerpo. También te los puedo enseñar…
No supe qué hacer.
--Perdona que me ría--dijo esforzándose por parecer algo más serio--es que me he puesto…nervioso…
Yo tampoco daba pie con bola.
--Perdona…--le dije--no sé por qué he hecho eso…
--Tranquila--dijo con un poco más de seguridad--si haces lo mismo con el resto de los piercing que llevo, te perdono…
Y se echó a reír de nuevo.
--No seas cruel, por favor--murmuré. En parte sentía que me había lanzado sin red a no sabía qué y me había estampado, y Silver, mi amigo-casi hermano, a quien yo deseaba a fuego, se estaba riendo de mí en mi propia cara.
Él dejó de reírse.
--Olvida mis gilipolleces, Malena.--dijo con un tono extraño-- Es que me he puesto muy nervioso.
--Tú no te pones nervioso nunca.
Él apartó los libros de un manotazo y se acercó más a mí, con lo que casi estábamos pegados.
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--Claro que me pongo nervioso--me dijo al oído--lo que pasa es que a lo mejor tú no te has dado cuenta…o yo no lo sé demostrar…
Estaba horriblemente próximo a mí. Sus labios rozando mi oreja. Comenzó a acariciarme torpemente el dorso de mi mano, haciéndome estremecer.
--Ahora eso sí, me la has jugado; esta te la guardo…--escuché y sentí como sonreía--así que te la voy a devolver…
A continuación sentí sus labios humedecidos sobre mi cuello, detenidos allí eternos segundos, y la tímida caricia de su lengua antes de separarse de mi piel.
Se apartó bruscamente de mí y me miró con fijeza. Tenía las pupilas dilatadas, con lo que sus ojos parecían aún más dos espejos negros; respiraba acelerado, como si hubiera estado corriendo.
--No sé qué me has hecho, Malena--murmuró mientras se levantaba de pronto.
Caminó por el estrecho pasillo entre las camas como si tratara de zafarse de lo que fuera que estuviera pensando, y se sentó en una de ellas sin dejar de mirarme.
--Pero sí sé muy bien por qué yo he hecho esto--sus ojos reflejaban cierta turbación-creo que lo mejor que podemos hacer ahora es…
Estiró su brazo y sus delgados dedos para coger una montaña de papeles en blanco y un lápiz. Acto seguido comenzó a garabatear algo en los papeles, con extrema concentración, como sí estuviera firmando un contrato crucial de vida o muerte.
--Silver--le llamé. Siguió escribiendo números en el papel sin mirarme, ejercicios y problemas de química.
--Silver…--insistí. Le quería demasiado como para marcharme--No te preocupes, no pasa nada. No te calientes la cabeza. Ha sido una tontería, ya somos mayores…
Él levantó la vista de sus papeles, y yo me encontré con sus ojos súbitamente cargados de tensión.
--No--dijo tajante--claro que me caliento la cabeza.
--¿Es por mi hermano?--le pregunté. Supuse que eso le influía completamente para actuar hacia mí, si es que acaso yo le gustaba.
Silver entornó los ojos con una sonrisa trabada por los nervios.
--¿Por tu hermano?--inquirió--No, Malena, tu hermano me da igual. No es por nada que pueda pensar nadie, incluso tu hermano.
Me quedé mirándole sin comprender.
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--¿Entonces?
No entendía nada. Se lo estaba poniendo fácil. Tanto si quería que pasara algo como si no.
--No es eso--dijo en voz baja--es que tú no me conoces…
--¡Pues claro que te conozco!--exclamé
--No, Malena.--respondió mientras se apartaba bruscamente un mechón de pelo de los ojos--Tú crees que me conoces pero no es así. No sabes cómo soy yo realmente, no sabes cómo soy “de verdad”. Estoy loco. Y tú me vuelves más loco todavía.
Me levanté y me senté a su lado en la cama, tratando de fingir tranquilidad. Me inquietaba la reacción que estaba teniendo. Quería saber por qué de pronto había dejado de ser “el hombre tranquilo”. Pensé que se iba a apartar de mí pero lo que hizo fue abrazarme los hombros, transmitiéndome la tensión de sus músculos. ¿Qué era lo que le estaba ocurriendo?
--Te equivocas--le dije--Claro que te conozco. Y me gusta cómo eres. Aunque digas que estás loco.
Él negó con la cabeza.
--Yo te quiero como tú eres…te quiero mucho, Silver…
Me soltó suavemente y me miró con temor.
--Yo te quiero también--me acarició la mejilla con dulzura--pero insisto, no me conoces. Y no quiero que me conozcas--musitó.
--Pero, ¿a qué te refieres?
--A que si me conocieras de verdad, a lo mejor dejarías de quererme tanto.
--Bueno, ya vale--le corté. No sé qué demonio salió de mí.
Me levanté, sintiéndome de alguna manera herida por todo lo que estaba sucediendo.
--No sé qué paranoia te has montado--dije con enfado--pero aquí no ha pasado nada, y yo no te entiendo en absoluto. No sé qué es eso tan terrible que no conozco de ti, pero Silver, o me lo cuentas o no, pero no me hagas esto. No tengo ni idea de lo que piensas ni de lo que quieres, así que te diré lo que pienso yo, básicamente tres cosas…
Me miraba desde la cama con estupefacción, los ojos muy abiertos.
--La primera--continué--te quiero y me gustas muchísimo. Sí, no me mires con esa cara. La segunda, ya estoy harta de esconderme para masturbarme pensando en ti, porque no se puede una ni correr a gusto en esta puta casa…
19
Yo misma me estaba quedando de piedra al soltar este chorro de confesiones.
--Y la tercera, me estoy dando cuenta de que eres gilipollas--concluí, y sin darle tiempo a responderme me lancé hacia la puerta y desaparecí por el pasillo.
Entré a mi habitación y me derrumbé en la cama, sintiéndome la más imbécil del mundo, y no es que fuera la primera vez que me sentía así, pero con Silver era mucho más doloroso.
Me eché a llorar de rabia y de impotencia; ¿Por qué cojones había dicho yo todo eso? Me sentía una jodida niñata… ¿por qué había actuado Silver así?…Ahora ya no seríamos amigos, ni amigos-hermanos, ni nada de nada. Había gritado mi secreto delante de él, estaba sin armas; decididamente yo era gilipollas. Y tenía dolor, tenía una herida.
De pronto le sentí en la puerta. Una vez más no había oído sus pasos, y estaba llorando, no montando un escándalo que me impidiera escuchar. Levanté la cara de la almohada y comprobé que, en efecto, estaba parado en el quicio de la puerta sin saber si entrar o no, con una mirada de culpa terrible.
Supongo que le miré con odio.
No me hacía ninguna gracia que me viera así. Que viera mi herida.
Le hubiera dicho que se fuera pero si lo hacía y él se iba se me rompería el corazón.
--Tienes razón, soy un gilipollas.
Me estaba diciendo lo que yo quería oír.
--¿Puedo pasar?--preguntó, insinuando un paso vacilante más allá de la puerta.
Me encogí de hombros.
--Haz lo que quieras--le dije, secándome las lágrimas con enfado.
--¿Seguro?
Asentí.
Caminó despacio hacia mí y se sentó a mi lado en la cama. Después se inclinó hacia atrás, hasta quedar tumbado, al tiempo que presionaba con un abrazo mi espalda contra su pecho y su estómago, y me atraía hacia él. Yo caí tumbada sobre su torso sin oponer resistencia.
Él se movió hacia atrás, dejándome sitio, hasta apoyar su espalda contra la pared.
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Yo coloqué mi cuerpo hacia atrás de la misma forma, para evitar caerme de la cama. Sentí el contacto de él y su respiración, nuevamente acelerada. Apreté mi cuerpo contra el suyo sintiendo su piel y su ropa.
Noté su nariz en mi nuca, y sus brazos cerrándose en torno a mi cintura. Comenzó a dibujar formas sinuosas sobre mi vientre, por encima de la camiseta, y atrapó mis piernas entre las suyas.
--Lo siento mucho--susurró--de verdad. No sé si puedo hacer esto… ¿tú me dejas?-preguntó deteniendo sus caricias.
Comencé a acariciar la parte accesible de su muslo sobre sus vaqueros gastados. Flexioné mi brazo todo lo que pude para llegar hasta su cadera, y estiré los dedos sobre la tela del pantalón. Las piernas de él se cerraron aún más sobre las mías.
--¿Me dejas tú?--pregunté, estirando aún más los dedos hacia su entrepierna, encontrando su polla dura debajo de los pantalones.
--Tú puedes tocarme donde quieras--murmuró--ya te lo dije antes.
Metió suavemente la mano debajo de mi camiseta y comenzó a ascender con la punta de sus dedos, aún sin atreverse a ir más allá, rozando con delicadeza mi pezón derecho que se endureció al instante.
--¿Me das tu permiso entonces para tocarte a ti donde yo quiera, y como yo quiera?-preguntó, presionando imperceptiblemente su rabo contra mí.
--Sí--contesté, y por fin su mano subió hasta mis pechos y se cerró con glotonería en torno a mi teta derecha. Apretó con furor su polla contra mi culo y mordió mi cuello con fuerza. Pude sentir en mi espalda cómo subía y bajaba su pecho en un esfuerzo por controlar su respiración. Y comencé a acompasar a ésta mis propios jadeos.
Sacó su mano de debajo de mi camiseta y se insalivó tres dedos, para volver a introducirla donde estaba y pellizcarme el pezón con firmeza mientras continuaba acariciándome. Me pellizcaba y me soltaba una y otra vez, alternando caricias sobre mi turgencia con las yemas de sus húmedos dedos. Me hizo gemir, y recuerdo que pensé con terror--en mi mentalidad de dieciséis años--que me estaba retorciendo como una cerda, y que él pensaría que yo era una guarra. Pero casi a la vez pensé que qué más daba; era Silver, era mi amigo, era mi medio hermano. Sentí ganas de gozar de verdad y de revolcarme en el sexo como una marrana chapoteando en una pocilga. Mis bragas parecían amenazar con deshacerse. Le quité la mano de mis pechos y la coloqué con brusquedad sobre mi coño, porque estaba tan excitada que me dolía, y necesitaba desesperadamente que se me clavara allí.
Él empezó a presionar mi entrepierna con la palma de su mano, despacio pero con fuerza. Sentía que su polla estaba a punto de estallar los botones de su pantalón, de lo dura que la tenía, clavándomela entre las nalgas una y otra vez.
Giré la cabeza buscándole la boca y él me beso con lujuria, recorriendo cada rincón de la mía con su lengua hambrienta. Salió de mi boca para tomar aire y volvió a entrar, con 21
tanta fuerza que su lengua parecía la broca de un taladro amenazando con destrozarme. Me mordió los labios y me hizo gemir de nuevo de placer y de dolor.
Yo arqueé la espalda contra su pecho dándole a entender que dejaba a su entera disposición mi coño y mi culo para que ambos orificios gozaran con sus caricias, a pesar de que aún tenía la ropa puesta.
--¿De verdad te has masturbado pensando en mí?--preguntó a media voz mientras pasaba su otro brazo por debajo de mí para llegar a mi pecho izquierdo.
--no tienes ni idea de cuántas veces--respondí, gimiendo al escucharme a mí misma hablar de aquel modo.
Al oír aquello, me besó con furia y de un tirón me bajó los pantalones. Le escuché resollar mientras metía la mano por debajo de mis bragas y estrujaba mi coño caliente, mojándose los dedos en mi humedad.
--Entonces no te importará que te masturbe yo ahora--me dijo.
Pero no comenzó a tocarme como yo esperaba.
Me obligó a tumbarme bocabajo y me colocó un cojín justo debajo del coño, para levantarme el culo. Se irguió sobre mí y me bajó las bragas dejando al descubierto mi coño y mi culo, que le esperaban temblorosos en una posición en la que él podía jugar, acariciar, meter y sacar los dedos a placer. Sin que él me tocase ya me veía yo apunto de correrme.
Estuve unos segundos a la espera, desnuda de cintura para abajo, sin sentir sus manos sobre mí.
Y de pronto me dio un sonoro cachete en el culo.
Traté de levantar la cabeza algo sorprendida pero él no me dejó, y me dio otro azote, un poco más fuerte que el anterior.
--Tranquila, confía en mí--me dijo cuando me quejé--no te voy a hacer nada que no te guste.
Me dejé acariciar por su voz y me relajé.
Volvió a humedecerse uno de sus dedos y comenzó a jugar entre mis nalgas. Sentí la punta de su dedo abriéndose paso dentro de mi culito virgen, que jamás ni un supositorio había profanado. No me hizo daño ninguno y me gusto, y se lo demostré moviendo mis caderas en torno a su dedo, que trazaba caricias oscuras ejerciendo una presión cada vez más firme dentro de mi ano.
De pronto sacó su dedo rápidamente y se sentó en la cama. Sin mediar palabra me colocó con el culo en pompa sobre sus rodillas, como si fuera a darme una tunda, y resopló por la excitación que, se notaba, le estaba ganando la partida.
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--Mejor así--dijo con la boca seca--No sabes las ganas que tenía de calentarte el culo…
Sentí una ráfaga de temor, ¿qué estaba diciendo? Nadie me había puesto la mano encima nunca. Pero me tenía inmovilizada sobre sus rodillas, con las bragas cayendo hacia mis tobillos, sin darme ninguna opción a moverme. Aunque, a decir verdad, tampoco intenté resistirme demasiado.
--Voy a hacer una cosa--me dijo, esforzándose por controlar su voz--Voy a dejar que me demuestres hasta qué punto te ha servido de algo el tiempo que hemos pasado estudiando la química de los cojones.
Me retorcí sobre sus rodillas, sin saber a qué se refería.
--¿qué quieres decir?--pregunté, el coño chorreándome intuyendo la respuesta.
--Pues quiero decir--contestó despacio, mientras me acariciaba con dulzura la espalda y las nalgas--que te voy a dar esos buenos azotes que tanto necesitas, y así no se te olvidará nada y el día del examen me lo agradecerás.
Me pasó la mano por el coño mojadísimo.
--Veo que entiendes lo que te estoy diciendo…--murmuró con suavidad--y que te gusta…Ah, y no tengas miedo. No te va a doler como piensas, no lo hago para hacerte daño. Precisamente te voy a calentar para ayudarte a descargar esa tensión que el miedo te produce. El miedo a suspender, a fracasar; el miedo al miedo.
Y sin avisarme me propinó un par de nalgadas que me hicieron gemir.
--Muy poca gente sabe cómo se calienta un culo--continuó mientras rozaba mi clítoris con la punta de sus dedos--Hay que hacerlo despacio, poco a poco, con mucho cariño pero con firmeza. Para despertar el placer y al mismo tiempo conseguir que no puedas sentarte en una semana…
Me retorcí en torno a sus dedos, que trazaban sobre mi sexo caricias húmedas rápidas y acompasadas. Me ardía aún la huella de los azotes que había descargado sobre mi culo indefenso.
--Deberían condenar a los que castigan con violencia…--murmuró reflexivo--la violencia solo otorga sufrimiento sobre quien la inflige, y sobre quien la padece…Pero no te voy a hacer esperar más, que te noto muy tensa. Tranquila, mi preciosa Malena…
Comenzó a darme palmetazos en las nalgas despacio, pero de forma constante.
Yo solo sentía su mano abierta propinándome los cachetes, que fueron haciéndose cada vez más fuertes hasta resonar por toda la habitación.
Se detuvo cuando ya llevaba bastantes--no llegué a contarlos--y colocó el dorso de su mano sobre mis sufridas nalgas.
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--Bueno, ya está bastante rojo y caliente--dijo--ahora no te dolerá apenas…No dices nada, mi Malenita; sé que esto es nuevo para ti, pero sé que está gustando porque te lo noto, no sólo en tu coño, que me lo está gritando, sino en el lenguaje de todo tu cuerpo.
Era cierto. No saben cómo estaba disfrutando.
--No me odias demasiado ahora mismo, ¿verdad?--dijo moviendo sus dedos dentro de mi coño.--No soportaría que me odiases.
--No pares--murmuré sin dar crédito a mis propias palabras--Por favor, sigue haciéndolo.
Y él no se hizo de rogar.
Cuando me hubo azotado lo que creyó conveniente, se centró en acariciar mi clítoris como nadie lo había hecho jamás. Pero paró en seco justo cuando comencé a mover el culo hacia arriba y hacia abajo, convencida de que iba a correrme en ese mismo instante.
--No, mi amor, tranquila. Todavía no hemos terminado--dijo por encima de mis jadeos.--¿Recuerdas que te dije que quería comprobar si te sirvió lo que hemos estudiado?
¡Plas! De nuevo otra nalgada me rompió el culo.
--Contéstame si te pregunto, por favor. Así sabré que me estás escuchando…
--Sí, sí--gemí--lo recuerdo.
--Muy bien. Pues vamos allá.
Comenzó a hacerme preguntas sobre lo estudiado aquella tarde. Si contestaba bien me daba un pequeño cachete cariñoso y me acariciaba, aunque sin dejar que me corriera. Si contestaba mal, me azotaba terriblemente fuerte.
Sólo me azotó un par de veces, porque contesté bien, no sin asombro, casi todas las preguntas.
--Vaya, Malena, me alegro mucho--dijo con afecto--pero se te está enfriando el culo…
Y lo palmeó un poco más, para seguir acariciándome de nuevo hasta las puertas del orgasmo.
--Lo has hecho muy bien, levántate--me dijo, y con suavidad me condujo a la cama, volviéndome a colocar bocabajo sobre el cojín, con el culo mirando al techo.
Me separó las piernas y se inclinó entre ellas. Con los dedos separó cuidadosamente los labios de mi vagina, y sentí la punta de su lengua directamente sobre mi clítoris.
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Comenzó a lamerlo despacio, de arriba abajo, sin dejar de mantenerme abierta con sus dedos, acariciándome las nalgas ardientes con la otra mano.
Me corrí en su boca a los pocos lengüetazos, mientras él presionaba mi coño contra su boca y su nariz lamiéndome con salvaje decisión.
Estuve segundos que me parecieron horas gritando y gimiendo, convulsionando mi cuerpo contra él, metiéndole el culo en la cara. La saliva de él chorreaba junto con mis jugos sobre la colcha estampada.
Cuando finalizó mi orgasmo me colocó boca arriba y flexionó mis rodillas sobre sus hombros para continuar comiéndome el coño, haciéndome llegar en cuestión de segundos a un nuevo orgasmo tan intenso como el anterior.
Se apartó y se secó la cara con la manga de la camiseta, mientras observaba con una sonrisa cómo me corría dando botes encima de la cama.
Se llevó las manos a la entrepierna y comenzó a desabrocharse los pantalones.
Al ver lo que él hacía, mi excitación aumentó más en lo poco que era posible y comencé a acariciarme yo misma dando pequeños botes en la cama. Nunca me había sentido tan caliente.
Se quitó los vaqueros y alargué la mano para tocar la tela abultada de sus calzoncillos. Se acercó a mí y pude sentir la plenitud de su erección palpitando en la palma de mi mano.
--Qué dura la tienes--no pude evitar comentar.
--Hombre, como para no tenerla--resopló con sorna--¿crees que eres tú la única que ha disfrutado con todo esto?
Me acarició la mejilla y me atrajo hacia sí con la boca entre abierta, respirando entrecortadamente. Me dio un suave beso en los labios y me acarició de nuevo con ternura. Recuerdo que entre jadeos le pregunté al oído:
--¿Me vas a follar, Silver?
Él jadeo profundamente y me miró con fijeza.
--¿Tú quieres?
No supe que contestar. Claro que quería…o creía que quería.
--No lo sé…--conseguí contestar--no lo he hecho nunca…
Ni nunca me habían calentado el culo, ni me habían comido el coño, ni me habían acariciado de esa manera. Pensé que sería doloroso y me dio miedo, pero seguía excitada y deseaba que me follara en aquel mismo momento.
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--No te asustes, por favor--dijo en voz baja--No hace falta, no pasa nada.
En mis fantasías yo ya había hecho de todo y más, pero la realidad era diferente. No había pasado de achuchones y algún tocamiento desafortunado que jamás me había despertado aquella sensación que todo ese tiempo había estado sintiendo.
Pensé de pronto que Silver había conseguido hacerme ver que el sexo tenía sentido. El sexo real, que hasta el momento me tenía bastante desengañada.
Me miraba expectante, con el cuerpo tenso, implorándome con los ojos que me decidiera rápido porque ya no podía más.
--Si no lo has hecho nunca prefiero no hacerlo--murmuró--estoy muy cachondo y podría hacerte daño…no puedo prometerte que me vaya a controlar…
Me acerqué a su boca y mordisqueé la bolita de acero, acariciando con la lengua sus labios.
Recorrí con la boca el trayecto entre su mandíbula y su oreja, pasé por su cuello notando la tensión allí acumulada; le quité la camiseta y humedecí con mi lengua su pecho y su estómago. Continué besándole alrededor de su ombligo y finalmente tiré con los dientes de la goma de sus boxer.
Sentí como Silver apretaba los dientes y gemía mientras los músculos de su abdomen se contraían.
Apartó con cierta brusquedad mis manos de sus caderas y se quitó de golpe la única prenda que le quedaba, sin el estorbo de la cual su brutal erección me golpeó en la cara.
Nunca había visto una polla tan de cerca.
Jamás habría pensado chupársela a ninguno de los tíos con los que había tonteado, pero a Silver me apetecía hacérselo. Me moría de ganas, la verdad, de probar aquella cosa tensa, gorda y enrojecida. Aunque más abajo, en el coño, sentía como que me faltaba algo…
Se retorció de gusto contra mí cuando me metí su rabo duro en la boca. No tenía ni idea de cómo hacerlo, pero debía de estar haciéndolo bien a juzgar por los quejidos roncos que emitía él y los pequeños movimientos que insinuaba adelante y atrás, como si quisiera follarme la boca pero no se atreviera.
Con curiosidad exploré su polla de abajo arriba, trazando círculos con la lengua en el enrojecido y caliente glande. Me cogió la mano y me hizo saber cómo le gustaba que se la masajeara mientras le chupaba. Me inundé de su olor, hasta que éste quedó confundido bajo el de mi propia saliva.
Empezó a moverse más rápidamente y con más fuerza, empujando con su culo, introduciendo en mi boca la totalidad de su miembro y después sacándolo, metiendo y sacando…
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De pronto se detuvo.
--Malena, si sigues haciéndome esto creo que me voy a correr…--dijo entre jadeos, con un hilo de voz.--Ven, deja que te acaricie un poco más.
Alargó el brazo para comenzar a acariciarme el coño de nuevo, desde atrás, y yo volví a la carga mamándosela más excitada que nunca. Solo imaginarme cómo se corría casi me hace tener otro orgasmo mientras me tocaba con sus habilidosos dedos.
--Joder…--murmuró moviéndose salvajemente--apártate, voy a mancharte…
En lugar de apartarme cambié de posición y le ofrecí mi culo para que derramara sobre él su leche caliente.
Aquello fue demasiado para Silver y acto seguido note en mis castigadas nalgas potentes chorros ardientes que fui introduciendo en la rajita de mi culo; quería notar plenamente su orgasmo, cómo me quemaba por dentro. Mis dedos jugaron con su semen extendiéndolo por entre mis nalgas; eso me puso de nuevo tremendamente cachonda, aunque no llegué a correrme otra vez.
Sentí por fin que la marcha de Silver se aflojaba y noté el peso de su cuerpo sobre mí cuando me abrazó exhausto.
Mantuvo su abrazo unos minutos, con su cara apoyada contra mi hombro. Yo tenía la espalda y el culo llenos de semen, estaba pringada hasta las trancas pero no me importaba.
--Malena…
Silver se había separado de mí y sentía sus ojos clavados en mi espalda. Me giré y contemplé su desnudez laxa y su rostro intranquilo.
--Yo… lo siento…He intentado decírtelo…--balbuceó atropelladamente--…espero… espero no haberte hecho daño…
Impulsivamente le eché los brazos al cuello.
--¡No!--exclamé--si tú estás loco, yo estoy más loca…
Silver me abrazó a su vez
--Por nada del mundo te haría daño…
Le besé varias veces en el cuello y en la curva de su hombro, y le acaricié su precioso pelo negro.
--No, Silver…me ha gustado…
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--Oh, ¿de verdad?--preguntó, deshaciendo su abrazo para mirarme a los ojos--¿has disfrutado?
Le miré con una sonrisa cuya anchura no podía controlar, a punto de explotar en una carcajada. ¿Cómo podía ni tan siquiera dudarlo?
--¿A ti qué te parece?--respondí.
Él sonrió a su vez bajando la mirada con un poco de… ¿vergüenza?…
--¿Y tú?--le pregunté --¿Tú has disfrutado?
--Joder, Malenita, ¿qué pregunta es esa?--sonrió enarcando las cejas--es evidente, ¿no?
--Pues eso digo yo.
--Bueno--sonrió complacido--me alegro…de verdad…
Me levanté despacio con cuidado de no manchar todo lo que me rodeaba.
--Creo que debería ir a ducharme…estoy completamente pringada, mírame.
Silver también se levantó, su cara iluminada por una sonrisa.
--Ya te veo. Deja que te acompañe…--pidió con un destello en sus ojos lobunos-aunque ya sabes que es peligroso decirme que sí…--y añadió--Tengo muchas ganas de demostrarte lo agradecido que me siento, por el placer que me has dado con esa estupenda mamada…
Me volví hacia él de camino a la puerta del cuarto de baño.
--¿Tanto te ha gustado?--pregunté.
--La mejor de mi vida.
--No exageres…
Se echó a reír
--Hombre, tampoco me han hecho demasiadas…--dijo encogiéndose de hombros--pero de todas esas pocas, la tuya la mejor…¡no te miento!
--Te voy a dar una paliza--le amenacé antes de entrar al baño.
Nos quedamos mirando allí, desnudos ante la puerta del baño, sonriendo.
Si hubiera visto esa imagen de los dos en esa situación algunos días antes, no me lo hubiera creído.
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--Entra--me dijo--que vas a coger frío…
--Por dios, Silver, que es verano y aquí hace un calor de muerte…
Él sonrió.
--Tienes razón.
--Oye--le dije--Te dejo que entres conmigo al baño sólo si me prometes una cosa…
Silver asintió sin dejar de sonreír. Tenía otra vez el estandarte pidiendo guerra. Su polla ya no estaba fláccida y se dejaba insinuar, un poco crecida.
--Bueno dos cosas.--corregí--Bueno, tres.
--O cinco, da igual.--rio--Dime. Lo que quieras.
Me acerqué más a él.
--La primera, que después de esto vamos a seguir siendo igual de amigos…
Silver asintió, animándome a continuar.
--Claro que sí. No dudes.
--La segunda…--comencé a decir, pero paré a pensar cómo formular la petición.
--Dime…--me alentó.
Carraspeé y sonreí
--La segunda…bueno, me gustaría, cuando podamos, algún día…hablar en frío de esto, porque…nunca había hecho nada parecido, y me ha gustado…
Silver me miraba con atención.
--…y…--continué--…Me gustaría…preguntarte algunas cosas…
--¿Sobre lo que hemos hecho?
Miré al alrededor, buscando las palabras adecuadas.
--Sí…--respondí--…es que nunca me habían…puesto caliente de esa manera, como tú lo has hecho…y quisiera hablar contigo de ello, algún día…si no te importa.
Él asintió.
--Claro. Cuando tú quieras.
29
--Gracias--respondí con cierto alivio; tenía miedo de que él no quisiera volver a hablar del asunto.
--¿Y la tercera cosa?--inquirió acercándose para besarme la mejilla.
Le miré con glotonería.
--Que me darás más clases de química de estas…
--Joder, Malena, no sé cómo lo haces…
--¿el qué?
Silver se rio.
--Ponerme como una moto, excitarme así en tan poco tiempo…
Sonreí al ver su descarada erección.
--Pero…¿me lo prometes?
Se apartó el pelo de la cara y se agarró la polla con la mano izquierda, mientras levantaba la mano derecha en el aire.
--Lo juro por ésta que tengo en mis manos…
Le di un leve empujón hacia fuera del baño.
--Silver, te lo digo en serio, quiero saber si me prometes esas tres cosas…
Soltó su polla y se apoyó con gesto astuto en el quicio de la puerta.
--Vale, muy bien. Te contestaré a las tres, una por una.
--Bien.
--Primera: puedes contar conmigo siempre, como amigo, pase lo que pase. A no ser que me muera… aunque incluso si eso pasa, también.
--Gracias.
--No hay por qué darlas--dijo mirándome intensamente a los ojos--Segunda: En cuanto a lo de hablar, cuando tú quieras. No sé qué es lo que quieres saber, pero si te sé responder, ten por seguro que lo haré.
Asentí, devolviéndole con fuerza su mirada.
--Vale. Y la tercera es tan obvia que no voy a contestarla…
30
--¿la prometes o no?--presioné yo. No hago tratos con el diablo.
--Sí, claro, la prometo.
1 de enero, 2012.
Voy a contarles algo que pasó hace más de diez años.
Comienzo a escribir mis memorias en el primer día del año. No quiero que sean palabras secretas, pues secreta es mi identidad y eso ya es bastante. Desde hace tiempo necesito reventar, y me doy cuenta de que deseo compartir lo que siento con alguien que no me conozca… y a quien yo no conozca. Es una especie de grito al espacio. Anónimo lector, gracias.
La experiencia que voy a contarte es absolutamente real, y a raíz de ella me han surgido algunas dudas que me descolocan, de manera constante, aún a día de hoy. Digo esto porque lo que voy a relatarte ocurrió hace mucho tiempo, cuando yo apenas tenía dieciséis años--ahora tengo treinta y uno-- y el hecho es que, a mi edad actual, continúo estremeciéndome con el recuerdo de aquel dulce tormento.
Pero supongo que antes de entrar en materia debería hablarte un poco de mí; sólo por encima, ya que con el hecho de leer vas a terminar viéndome “desnuda”, me temo. Me llamo Malena, y como ya te dije, tengo treinta y un años. Vivo en un barrio bastante concurrido de una ciudad que es igual de gris y bulliciosa que cualquier otra, aunque los vecinos se esmeran en colgar geranios de las terrazas, e incluso guirnaldas caseras fabricadas con CDS cuyos destellos desentonan con los edificios y la acera sucia. No obstante, aunque la ciudad sea gris y los que la habitamos seamos “gente”, es hermoso ver cómo uno por uno nos esforzamos para que nuestra casa parezca “nuestro lugar”, el lugar de cada uno. La ciudad se convierte con ello en una especie de hogar para cientos de almas y deseos anónimos.
Trabajo como enfermera de planta, en un hospital cuyo nombre prefiero no decir.
Estoy casada pero no tengo hijos; no porque mi marido y yo no queramos, sino porque por lo visto uno de los dos no puede (no sabemos quién de los dos tiene la “culpa”…) de modo que vivimos los dos solos en amor y compañía, y parece que así seguirá siendo hasta el final…
Me parece bien. De momento me conformo.
Pero sobre todo me gustaría decirte--aunque tal vez ya lo habrás notado--que más que una mujer soy una “cabeza” encima de una mujer; no por ello soy fría (todo lo contrario) pero me paso el día pensando, dando vueltas y más vueltas a las cosas, y si no llego a alguna conclusión sobre algo, me desespero. Dice mi psiquiatra (sí, voy a un 4
psiquiatra, aunque no le cuento ni la mitad de las cosas que pienso) que mi naturaleza obsesiva es mi mayor enemigo, y que a medida que aumente mi autoconocimiento me sentiré más fuerte.
Pero claro, el caso es que cuando ocurrió lo que voy a contarte, descubrí una parte de mí misma que aún hoy no estoy segura de comprender, ni de que tenga que comprenderla, ni de conocerla del todo…
Me da miedo intentar conocer más esa parte de mí. Pero más miedo me da que desaparezca para siempre.
La causa de todo (y la consecuencia) es el placer. El placer y Silver.
Silver es un amigo de mi hermano Marcos. Él es la razón de que hoy esté escribiendo esto. Aunque trate de irme por las ramas, desde la primera letra estoy pensando en él; y le echo tanto de menos que me da la sensación de que escribo con sangre…o con lágrimas.
Hace lo menos veinte años que no le veo, aunque sé algunas cosas de él a través de mi hermano, quien nunca se ha enterado de la relación que tuvimos.
Silver y mi hermano son amigos de esos que se pueden llamar “de toda la vida”. Desde que tengo recuerdos se conocen. Tienen la misma edad, treinta y cuatro años, de modo que me llevan tres.
Desde mi más tierna infancia recuerdo ver a Silver--a quien todavía nadie llamaba así-jugando en casa con mi hermano y el resto de amigos, o en el parque; también recuerdo que siempre me defendía años más tarde, igual que mi hermano, en esos pequeños conflictos que todos tenemos de jovencitos. Recuerdo de hecho uno de esos “pequeños conflictos” que les hará hacerse una idea del tipo de persona que es él, que siempre ha sido parecido pero diferente al resto de humanos que conozco.
Una noche yo salía del cine con unas amigas; era más tarde de lo habitual, por lo que apreté el paso cuando me separé de ellas en una encrucijada, y traté de no entretenerme de camino a casa. Llevaba un abrigo rosa que parecía como de peluche, abrochado hasta el cuello porque hacía frío. No me gustaba mucho, pero me lo había regalado mi madre y ella se pone triste si no me pongo la ropa que me regala, de modo que aquella noche me lo puse sólo por complacerla.
Yo por aquel entonces andaba muy triste y avergonzada ante el mundo porque, presa de la inocencia, le había escrito mi primera carta de amor a un chico que después de leerla se rio de mí. Y aquella noche, al doblar la esquina justo antes de cruzar el parque que había cerca de mi casa, los vi. A aquel chico de la carta y a sus amigos. Ellos también me vieron y comenzaron a hablar entre ellos y a reírse. Yo me puse muy nerviosa y caminé más rápido, y ellos, detrás de mí. De pronto comenzaron a tirarme cosas (basura, creo recordar) y a insultarme. Me llamaron “puta”, “zorra”, “guarra”, “subnormal”…me mancharon el abrigo de mi madre. Empecé a correr, con el miedo desatado dentro de mí. Me daba terror que me alcanzaran aunque intuía que si eso ocurría no me harían nada, ya que su disfrute radicaba en la humillación y en el insulto. Todo por haber escrito una carta de amor. 5
En segundos que me parecieron horas llegué al parque que te decía, y allí ellos se detuvieron. Dejaron de perseguirme y yo, entre el dolor y el alivio que sentí, me solté a llorar. Me sobrevino un llanto agarrotado de esos que empieza con mil nudos en la garganta sin dejarte respirar. Me sentí estúpida y sola como en mi vida.
Entre las lágrimas no vi a mi hermano y a su grupo de amigos que estaban en el parque, bebiendo a morro los brebajes que preparaban y que denominaban “consumiciones baratas”. Sabía que frecuentaban ese lugar pero en lo último que pensaba era en encontrármelos a todos en pleno; deseé que la tierra me tragase, que no me hubieran visto, pero cuando me di cuenta de su presencia ya era tarde. Otro amigo de mi hermano, Inti, a quien conocía de vista, me identificó y le dijo a Marcos que yo estaba ahí. El hermano pequeño de Inti, mayor que yo aún así, también estaba allí aquella noche; había mucha gente, en realidad… qué vergüenza
Antes de que pudiera reaccionar, ya tenía a Marcos sobre mí, ruidoso y alborotador como ha sido siempre, gritándome que qué me había pasado, que yo estaba hecha un asco, que quién me había hecho llorar así con la promesa de que iba a “arrancarle la cabeza”. Fui incapaz de decirle nada en un primer momento, más aún cuando sus amigos opinaban y se sumaban a la moción de cortar cabezas.
Silver, que también estaba allí, se me acerco y me observo, tranquilo. Pasó sus largos dedos por mi pelo para apartármelo de la cara, sucia de basura y lágrimas, y me condujo con suavidad hasta un banco.
“Malena, ven.” me dijo “tranquila”.
Para entonces Silver ya tenía el pelo largo y estaba lleno de pendientes por todas partes (oreja, nariz, labios…), razón por la que me atraía un poco--siempre me ha gustado la gente con pinta rara-- aunque jamás hubiera pensado en tener “algo” con él (era mayor que yo, y ¡amigo de mi hermano!).
Le hice caso y me senté en el banco. Y solo entonces pude relatar, atropelladamente, lo que había sucedido. Estaba muerta de vergüenza y jamás lo hubiera contado si no hubiera tenido ahí a mi hermano, histérico perdido, con la cara poniéndosele de todos los colores.
Cuando acabé de contarles lo ocurrido, mi hermano e Inti salieron corriendo a ver si podían pillar a aquellos chicos. Silver me abrazó, y me acompañó a casa. Caminó todo el trayecto pegado a mí sin soltarme. Quise dar alguna explicación porque me sentía terriblemente estúpida, y porque el silencio me empezaba a resultar muy angustioso— atroz--, pero cuando lo intenté él me cortó tajante:
--No me cuentes más sobre ese chico. Sé quién es. No te preocupes, el tiempo lo pone todo en su sitio.
Recuerdo que entramos al portal y que me ayudó a entrar en el ascensor, sólo soltándome para abrir la puerta y dejarme pasar.
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Pensé bastante en aquella frase que me dijo. “El tiempo lo pone todo en su sitio”. Era una de esas frases que todo el mundo dice alguna vez pero, viniendo de él, en ese momento, sonó diferente.
Esa noche me acosté sintiéndome mal, pero también profundamente agradecida de poder contar con personas como mi hermano y Silver. Ambos se habían preocupado por mí, aunque de forma muy diferente.
Resultó que mi hermano no encontró a aquellos chicos así que destrozó una papelera, furibundo de rabia; Inti había intentado detenerle pero le fue del todo imposible. Me imagino que lo que Marcos hubiera querido era “forrarles a hostias” a los tíos esos, como diría él, y la papelera pagó las consecuencias. Nunca le he visto pegando a nadie, pero en cualquier caso, me alegro de que no los encontrara.
Creí que el asunto quedaría ahí, pero, dos días después dejé de ver a Silver en casa, y al preguntarle por él a mi hermano, éste me contestó:
--Malena, él me ha dicho que no te lo diga, pero…--recuerdo que le costó explicarse; Marcos nunca ha sido muy diplomático--Silver está en el hospital. Su padre le ha dado una paliza que casi lo mata.
Así me lo soltó, sin avisar. Sin paliativos. La sangre se me heló en las venas.
--Pero, ¿qué dices? ¿Por qué?
--¿Recuerdas aquel chico al que escribiste esa carta?--dijo mi hermano--Pues Silver le hizo una visita el otro día, y lo envió a urgencias. No le importó en absoluto que estuvieran allí sus amigos, que por lo visto huyeron como gallinas. Lo ha dejado hecho un cristo. Pero alguien se lo comentó “de pasada” a su padre…imagínate el resto.
Era un secreto a voces que el padre de Silver bebía y le ponía la mano encima a su mujer y a su hijo. Pero a Silver poco debieron importarle los golpes de su padre, porque supo perfectamente lo que hacía y cuando días más tarde le vi y le pregunté, tan solo enarcó levemente las cejas y aseguró, en tono neutro, no arrepentirse de nada.
Quise hablar con él sobre el tema pero no encontré el momento; aunque sí le di las gracias…porque en definitiva había hecho aquella barbaridad por mí. Pero él respondió quitándole importancia, como era su costumbre. “No tienes nada que agradecerme”, había dicho sin más, “hice lo que quise”.
Él es diferente por eso. Normalmente hace “lo que quiere”.
Me inspiró miedo lo que hizo. Me hizo sentirme peor que nada en el mundo. Pero al mismo tiempo me di cuenta de cuánto le quería.
Meses después, ese mismo año, la madre de Silver le abandonó.
Y poco tiempo después, su padre murió en un accidente de coche.
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Fue entonces cuando Silver vino a vivir a nuestra casa.
A mí me llenó de alegría que viniese, porque en cierta manera se había convertido en otro hermano para mí, y le quería muchísimo. Pero al mismo tiempo me inundaba la vergüenza por que me viera hacer las cosas habituales del día a día, hasta lo más banal, porque ya había comenzado a gustarme mucho (aunque yo misma me resistía a aceptarlo-).
Soñaba despierta con él, deseaba su cuerpo bajo mis sábanas húmedas, y de pronto tenía que acostumbrarme a verle nada más levantarme de la cama después de mis fantasías.
Nuestra casa era más bien pequeña, y era inevitable cruzarme con él en el pasillo de camino al cuarto de baño, maldiciendo acto seguido porque me había dejado ver con una pinta desastrosa y/o un pijama de ositos con manchas de cola cao.
Lo que debía ser normal, a mí me hacía sentir incómoda.
Además éramos amigos, y con el tiempo a fuerza de vivir juntos, lejos de odiarnos mutuamente, nos unimos más. Pero cuanto más le quería, más le deseaba, y llegué a pensar que mi cuerpo no soportaría la tensión.
Lejos de su padre--ni que decir tiene que no lloró por él, aunque se le enturbiaban los ojos cada vez que alguien le mencionaba a su madre--parecía que Siver se hubiese quitado de encima un enorme peso. Parecía haberse vuelto más ligero, más libre, no tan preocupado. Callaba menos, y sonreía más. Realmente no creerías que ese chico que vivía conmigo fue el mismo que hace escaso tiempo propinó una tremenda paliza a aquel otro, ni de lejos.
Y entonces ocurrió que yo empecé a sufrir. Sufría por varias razones: por verlo todos los días y tener que callarme, apretando los dientes para ocultar lo que sentía, sabiendo que nunca podría contárselo a nadie; por verme forzada a aparentar que no pasaba nada a riesgo de perder a Silver si me distanciaba de él, mortificando mi cuerpo cuando trataba de hacer lo contrario (estar cerca, muy cerca de él pero sin poder tocarle), por tener cada vez más ganas de verle y más ganas de perderle de vista.
Hay un tipo de sufrimiento que quita la vida, y otro que la da.
El sufrimiento que te da la vida es el mismo que tiene la mosca, que vuela dando la lata una y otra vez hasta que al final la matan. Lejos de deprimirme o encontrarme apática, yo sentía cada vez más excitación. Estaba bastante agitada, por lo cual trataba de disolver y liberar mi energía de una manera loca, sin control, haciendo varias cosas a la vez. Haciendo cosas porque sí.
No solo vivía para Silver, pero la conciencia de que él estaba allí me hacía ser cada día más sensible, más irritable, más hiperactiva.
Me sobrevenían calentones horribles cada vez que me lo encontraba y él no se daba cuenta. Me sacaba de mis casillas.
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Para poder respirar, empecé a volar cerca del fuego…en otros aspectos, fuera de mi casa.
Y me metí en algunos líos.
Empecé a darles problemas a mis padres, cosa que nunca antes había hecho. Mis padres no se recuperaban de un susto cuando comenzaba otro. A mis casi diecisiete años les di más guerra que en toda mi vida. Porque eran ellos quienes tenían que responder de mí ante mis ausencias injustificadas al colegio (iba un colegio privado al cual siempre me había adaptado hasta ese momento, en el que me parecía que por primera vez veía claro lo horrible que era y cómo deseaba ir al instituto público con mi hermano), ante mis mentiras, ante mis “faltas graves” como contestar mal, pelear con compañeras, etc. Con lo apacible y buena que yo había sido siempre…
Mis padres nunca llegaron a saber cuál era la circunstancia que realmente me trastornaba; ni siquiera Marcos --el puente común entre Silver y yo--llegó nunca a sospechar nada. Todos notaron un enorme cambio en mí, pero lo atribuyeron a las cosas de siempre…la edad, la adolescencia tardía…etc. Incluso llegaron a pensar que tomaba drogas, y me costó casi la vida convencerles de que no era así.
Empecé a escuchar música encerrada en mi cuarto; le mangaba los discos a mi hermano, la música que antes no entendía, la que berreaba a gritos la angustia vital. Música estruendosa: metal, trash, la que le gustaba a Marcos. Él no daba crédito. Siempre le había llamado “heavy guarro de pacotilla“.
Y yo cada vez más enamorada de Silver, y más incapaz, dando al exterior un mensaje opuesto a la realidad, como suele suceder.
Mi hermano al principio alucinó pero terminó partiéndose de risa ante mi metamorfosis.
Conforme pasaba el tiempo Silver me buscaba más que nunca, pero no con ningún tipo de deseo, sino para lanzarse sobre mí y tirarme cojines a la cabeza, “cariñosamente”, por ejemplo. Sonreía curvando su boca hacia la izquierda, como una media luna, y me llamaba “su indisciplinada hermanita menor”.
Efectivamente, gracias a mi comportamiento supuse que me veía como una hermana pequeña que aún necesitaba su ayuda, y no como a una mujer, que era lo que me moría de ganas de gritar a los cuatro vientos que yo era.
Por supuesto mis notas eran un fracaso. Suspendía como nunca. Ese año me quedaron seis asignaturas para septiembre, y tenía en total siete…sólo saqué un notable en música, y no por haber estudiado, sino porque los contenidos no me costaban y además el profesor estaba despistado y perdió todos los exámenes, con lo que tuvo que aprobar hasta a María Sarmiento.
La música siempre me había parecido (y hoy también me lo parece) otro idioma; más bien otra forma de decir las cosas. Toco el piano desde que tenía doce años. Aquel año dejé el conservatorio porque decidí que a partir de entonces nadie me diría como tocar ni cómo expresarme; un golpe de orgullo estúpido propio de la edad, ya ves.
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En mi casa solíamos machacar a los vecinos; no sólo yo, aporreando mi teclado electrónico, sino también mi hermano que, junto con Silver, tenía la ilusión de montar un “grupo heavy”. Ambos tocaban la guitarra, y, al igual que yo, descargaban en ella sus afectos, sus preocupaciones y en ocasiones su malestar y su rabia. La música era nuestra “otra voz”.
Pero volviendo a lo que les contaba, durante ese año mi vida se transformó en un tren de alta velocidad sin control, apunto de salirse de su vía, volando intensamente.
Mi habitación estaba pared con pared con el cuarto de baño, al final del pasillo, de modo que podía escuchar con claridad a mi hermano tirar de la cadena (lo más antierótico del mundo), tanto como a Silver debajo de la ducha. Normalmente le oía tararear con voz queda debajo del potente chorro de agua. A veces colocaba mi mano sobre el gotelé de la pared y me parecía que podía sentirle…
No hace falta decir que me hacía pajas continuamente, sobretodo en esas ocasiones cuando le oía en la ducha y me lo imaginaba desnudo, y también por la noche, porque me costaba dormir. Me masturbaba con fiebre y con pena, ya ven, dos inseparables amigas, esforzándome al máximo por correrme sin hacer el menor ruido. Era complicado.
Ni que decir tiene que Silver, mientras yo me combustionaba viva, permanecía tranquilo e indeleble, en apariencia ajeno a lo que a mí me ocurría. Alguna vez, cuando se ponía pesado dándome cojinazos o con juegos tontos, creía yo distinguir en sus ojos oscuros un guiño de malicia y cierta complicidad que, aunque solo duraba un segundo, me desconcertaba profundamente.
Pero por norma tal era su indolencia que se paseaba por la casa igual que lo hacía mi hermano…con camisetas medio rotas, de esas que ya ni tienen color y que de puro viejas acaban en el armario de los trapos (no así en mi casa), y en ropa interior o en pijama, como si tal cosa.
Creo que llegué a obsesionarme ya que andaba por mi casa cachonda continuamente; tanto era así que me daba miedo salir de mi habitación por si se me notaba en la cara, por si olía diferente…A veces me despertaba a las tantas después de soñar que hacía el amor con Silver, y me preguntaba con horror “¿Habré gritado en sueños? ¿Habré gritado su nombre?” Porque les prometo que llegué a correrme dormida, cosa que hasta entonces no creía posible.
Una noche, después de tener un sueño particularmente osado en el que disfrutaba a más no poder comiéndole la polla, me desperté apunto de tener el orgasmo de mi vida. Me quedé unos segundos desconectada del mundo, sentada en la cama, mientras volvía a la realidad. Y por mucho que lo intentara, me pareció imposible enfriarme. Pensé que si me masturbaba en ese momento explotaría de manera tremenda y me dio miedo pensar en no controlar, en montar un escándalo con traca de final de fiestas. Hice lo que pude, pero nada. Respiré hondo, me levante, di algunos paseítos por la habitación pero hasta el roce del pijama me hacía recordar, a base de estremecimientos, la falta que me hacía que mi amigo me echara un buen polvo. Y claro, a mi edad yo estaba confundida. Me sentía una guarra.
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Con estos sentimientos encontrados estaba yo cuando, sexualmente más calmada, resolví ir a la cocina a…a cualquier cosa que me hiciera olvidar momentáneamente mis ganas de sexo. No tenía hambre pero aun así, abrí despacio la puerta de mi cuarto y con mucho sigilo--eran las cuatro de la mañana--salí al pasillo de puntillas.
--Maleni, ¿no puedes dormir?
El susurro a mis espaldas provocó en mí tal sobresalto que se derramó la mitad de agua de la jarra que había cogido de la nevera. Me giré despacio y allí estaba, justo detrás de mí, con aspecto pálido y ojeroso y su melena negra derramada sobre una camiseta con el mensaje “have a nice day, fucK some one”. Sonreía displicente a sabiendas del susto que me había dado.
--Joder Silver, qué silencioso eres. No te había sentido entrar…
Llené un vaso de cristal a duras penas y volví a guardar la jarra en la nevera. Me temblaban las manos.
Me senté en una silla frente a la mesa de la cocina y él me sonrió aún más y me acarició el hombro, de camino al armario de los bollitos. Se preparó ante mi estupor un vaso de leche de 3 metros de profundidad con unas seis o siete madalenas.
--Hambre nocturna--murmuró con gesto lobuno mientras se sentaba frente a mí.--¿Y tú? ¿Por qué no puedes dormir?
Traté de esquivar sus ojos oscuros. El coño me ardía.
--Tengo…tengo un secreto.
--¿Ah sí?--preguntó sin dejar de sonreír.
Desesperada por no controlar la situación, levanté la mirada. Mi cara debía de estar desencajada. Retiré la mano sin querer cuando hizo ademán de tocarme.
--Vaya, parece un secreto serio…--murmuró. Y cambiando la voz, imitando la de mi hermano a la perfección, exclamó--¿qué es? ¿Estás embarazada? ¿Debes dinero? ¿Te han echado del colegio?…¿Qué? ¿Qué? ¿Qué?
Reí sin poder evitarlo.
--¡Calla! Pareces él…
--Antes de que me cuentes tu secreto, Maleni…--hizo un gesto señalando mi camiseta blanca--haz algo con eso, por favor…que uno no es de piedra…
Miré donde señalaba y descubrí con horror que había caído agua sobre la pechera de mi pijama, y que mi pezón izquierdo se recortaba duro como una canica contra la tela de algodón, empapada.
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Me apresuré a separar la parte mojada del cuerpo y me tapé con un paño de la cocina.
--Estás monísima así…--bromeó--si quieres yo también me tiro agua encima, para que no te de corte…
--No lo harías--respondí.
--Pues claro que sí… ¿quieres que lo haga?--rio--Si tú me lo pides lo haré.
“Cállate ya y fóllame aquí mismo, eso es lo que quiero” pensé a gritos en mi mente.
--Bueno, no hace falta que me cuentes tu secreto, ya sé cuál es.
Impresionada por su suficiencia, le seguí el juego.
--¿Lo sabes? No creo…
--Es evidente, querida hermana postiza…--sonrió.--Tienes seis exámenes en septiembre…y los llevas de culo ¿no es cierto? Normal, son seis. Y también normal que te agobie…A mí me agobiaría.
--Tú nunca te has encontrado en esa situación--contesté. Era verdad. Silver solía ser brillante en el instituto, incluso había superado el examen de selectividad con un siete.
--No.--reflexionó.--gracias a dios, nunca. ¿Ese era el secreto entonces?
--Sí--mentí.
--No había que ser un lince…--comentó.
Nos quedamos un rato en silencio, roto tan solo por el crepitar de los envoltorios de las madalenas al ser retirados.
Yo le miraba comer, cada vez más tensa, cada vez más caliente. Desee ser un animal para lanzarme sobre él sin tener que dar explicaciones. El olor dulce de la leche con magdalenas mezclado con su piel me estaba mareando. Mi pantaloncito de algodón hacia aguas contra el mimbre de la silla, donde sin darme cuenta estaba empezando a clavarme.
--Bueno, no te preocupes--dijo Silver despacio--Aún te queda tiempo.
Se levantó a mirar el calendario que tenemos pegado en la puerta de la nevera. El pantalón de chándal desgastado le marcaba los músculos duros de sus alongados muslos y su culo. Dibujó despacio una raya imaginaria sobre el calendario.
--Tienes tres semanas…--reflexionó--Tres semanas para seis exámenes…
Se quedó pensativo un momento y después volvió a sentarse en la silla.
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--Yo puedo echarte una mano, si quieres.
--Gracias, Sil, pero no. Ya es muy tarde…
Me horrorizaba la idea, no hace falta que lo diga.
--No, no--insistió--Yo puedo ayudarte. Te quedó la química, ¿verdad?
Asentí con la cabeza. No solo me había quedado, sino que la odiaba. Pensaba que era cerebralmente incapaz de entenderla.
--Estupendo. Te explicaré lo que quieras; mi profesor en el insti era la leche: Ballesta, aunque estaba loco de atar. ¿Qué más? ¿Física? ¿Dibujo?…Bueno, te ayudaré en lo que pueda. Anda, déjame hacerlo. No está todo perdido, ya verás.
Al final me convenció; y yo no tenía ninguna gana, pero fue más que nada por no contrariarle. No quería parecer una desagradecida.
Cuando le dije que sí puso cara de felicidad y me arrastró hacia sí (yo ya me había levantado, dispuesta a irme) abrazándome. Yo perdí el equilibro y caí sentada sobre sus rodillas, para mi desgracia. Estaba muy mojada y pensé que él lo notaría sin remedio. Pero en lugar de ayudarme a ponerme en pie de nuevo, me aprisionó más fuerte entre sus brazos sin dejarme escapar, y comenzó a morderme como loco en la mejilla, la oreja, el cuello… Me hacía daño, cosquillas, y por supuesto me estaba poniendo a cien…Cuanto más luchaba yo por zafarme, más me apretaba él contra su cuerpo. Tuve la vaga impresión--o tal vez la fantasía--de notar su rabo endureciéndose un poco contra mi culo…Removí el trasero para esquivarlo, pero me pareció que eso le agitaba aún más. Se me nubló la vista.
“Suéltame, por favor…” supliqué entre risas nerviosas.
Me soltó cuando le vino en gana, por supuesto.
Quedamos para el día siguiente por la tarde para resolver “dudas” de química.
Cuando se levantó de la silla comprobé con espanto que lucía una mancha acuosa en su desteñido chándal, a la altura del muslo. Pero él no pareció darse cuenta.
Cuando nos separamos en el pasillo me dio un afectuoso abrazo y me dijo que le hacía feliz poder ayudarme. Lo decía en serio.
“Ayúdame a correrme ahora, cabrón” quise decirle, pero en lugar de hacerlo entré en mi cuarto, intentando retener su olor para el resto de la noche. No pude evitar masturbarme furiosamente en la cama hasta provocarme algunos orgasmos. Ocho, para ser exactos. Me masturbé ocho veces aquella noche, pensando que tenía a Silver entre mis piernas.
Al día siguiente me levanté de la cama bastante nerviosa. Por la mañana no encontré a Silver en casa ni a mi hermano, habían salido a correr juntos. Solían hacerlo desde
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temprano. Mientras desayunaba, mi madre me dijo que aquella tarde saldría con mi padre, ya no recuerdo para qué.
Me vestí cómoda para estar en casa, aunque también quise ponerme un poco sexi… descuidadamente sexi…quería controlar más la situación, supongo, y no que Silver me pillara desprevenida, como siempre.
Después de comer me fui a mi cuarto, me cambié de bragas (estaba insoportablemente excitada pensando que en breves instantes le tendría solo para mí, aunque también estaba aterrada), me puse una camiseta gris que con el cuello desbocado dejaba al descubierto mis hombros y parte de mi escote, un pantalón blanco de tela fina, ajustadito por debajo de las rodillas, y mis sandalias de verano de andar por casa. Me miré al espejo de mi armario. La verdad es que no podía negar que tenía un cuerpazo de miedo, y que con ese estilo “cuidadosamente descuidado” estaba tremenda. Por supuesto no me puse sujetador, porque lejos de querer excitarle, pensé que no se daría cuenta, ya que todas mis camisetas son un poco grandes y no suelen marcar demasiado. Bueno, claro que en el fondo sí que quería excitarle…pero sin parecer pretenderlo.
Me recogí el pelo en un moño cuidadosamente estudiado “como quien no quiere la cosa”, que dejaba escapar algunos rizos sinuosos sobre mi cuello, y me puse vaselina en los labios (mi punto fuerte), para que parecieran más jugosos sin tener que pintarlos.
Esperé unos minutos a que viniera a buscarme pero…no vino.
¿Qué ocurría?
¿Se le había olvidado la conversación del día anterior?
¿No tendría ganas en ese momento?
Pocas ganas tendría si no se acordaba de que habíamos “quedado”…
Al ver que no venía pensé “Y ahora, ¿qué hago?”. Me enfadé un poco con él y conmigo misma por ser tan idiota.
Decidí entonces que Mahoma iría a la montaña; fue una decisión que tomé sin pensar demasiado. Después de todo había dado por hecho que él vendría a buscarme…pero si no era así, entonces iría yo. En definitiva no era que quisiera tirármelo…sólo iría a buscarle a su cuarto para que me diera unas estúpidas “clases” sobre química estúpida. Valorado así me pareció lógico plantarme delante de su puerta con mi mochila y mis libros.
La puerta de la habitación que compartían mi hermano y Silver estaba abierta.
A través de ella vi a Silver sentado en el suelo entre las dos camas, debajo de la ventana, con la cabeza inclinada sobre un libro que tenía en las rodillas, el cabello negro derramado sobre las páginas. Llamé levemente y levantó la vista.
--Hola, guapa--me sonrió--ya pensaba que no venías…
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--¿Estabas repasando?--pregunté, nerviosa, por decir algo.
--Un poquito--dijo, cerrando el libro de tapas gastadísimas, manteniendo un dedo entre las páginas--pero ya está.
Por primera vez me pareció verle un poco nervioso, como estaba yo.
--¿Te sientas conmigo?--preguntó, haciéndome un poco más de hueco a su lado--Aquí no hay mucho sitio, tendremos que estar en el suelo.
La casa de mis padres no era grande, y las habitaciones eran todas bastante pequeñas. En la de mi hermano, al haber tenido que meter otra cama, solo quedaba libre un trocito de suelo desde la puerta hasta la ventana, pasando por entre las dos camas.
Avancé un poco sorteando papeles amontonados, y antes de sentarme tuve que inclinarme para dejar la mochila abierta en el suelo. Cuando esto sucedió, el escote de mi camiseta se combó hacia abajo dejando al descubierto un sesgo de mis pechos, que me apresuré en tapar tan pronto me di cuenta, cuando hube soltado la mochila.
--Eh, ¿vienes a estudiar o te has propuesto que te viole?—preguntó mi amigo a bocajarro, con ojos chispeantes.
Supongo que me puse terriblemente roja…
--No pongas esa cara mujer, que era broma…--rio.
--Qué vergüenza-- acerté a murmurar, mientras me sentaba a su lado como podía, evitando su contacto.
--Pero si no he visto nada--exclamó--y seguro que vale la pena…enséñamelo ahora que estoy mirando de verdad, ¡anda!
--Eres insoportable--le dije.
--¿Eso crees?--preguntó con fingido asombro.
--¿Siempre te vacilas de todo?--le espeté.
--No te vacilo, en serio--dijo él, sin dejar de sonreír—enséñamelo otra vez…
--Vale--atajé--paso de ti.
--Muy bien--dijo él, alargando el brazo hacia mi mochila para sacar un libro--Luego no me digas que no te avisé… ¿Este es tu libro de química? Joder, se nota que no lo has tocado…está nuevo.
--Ya…es que me produce urticaria…
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Abrió el libro y comenzó a explicarme cientos de cosas que al principio me sonaron a chino, pero poco después comprobé incrédula que iban teniendo sentido. Me puse más cerca de él porque, increíblemente, me resultaba interesante lo que me explicaba. Tengan en cuenta que hasta entonces yo pensaba que el electrón era el hermano de la bruja Avería…
En un par de horas me explicó todos los tipos de enlace químico y la formulación de compuestos iónicos, cosa que aún en estos días recuerdo a la perfección.
Mientras me hablaba no miraba el libro, aunque a veces me señalaba algo; me miraba a los ojos y yo me perdía en los suyos--dos enormes mares negros--y me mareaba con la proximidad de su boca. Recuerdo que tenía en el lateral izquierdo de su labio inferior una bolita de acero, surcada por un pequeño aro del mismo material, que me daba un morbo tremendo. Mantenía mi mirada allí enganchada, mientras él hablaba despacio, con suavidad.
De pronto Silver paró en seco y me miró divertido.
--Maleni, ¿me estás mirando el pendiente de la boca?
Joder. Qué mal.
--Ay, sí, lo siento.--dije como una imbécil, porque era evidente que era peor mentir--es que me gusta mucho…pero te estaba escuchando, en serio.
--¿Te gusta?
--Lo siento, te estaba prestando atención, de verdad.
Cómo le iba a decir que se me iban los ojos buscando su boca.
--No, no, si no me importa…--se apresuró a decir--es que…no sabía que te gustaran estas cosas.
--Hombre, me gustan en ti--Joder, lo estaba arreglando…--quiero decir, que yo no me lo pondría…pero a ti te queda bien…
Él se rio sin asomo de suficiencia.
--Ah, bueno, pues…muchas gracias, supongo.
Sonreí.
--¿Puedo tocarlo?--no sé por qué demonios dije aquello. Probablemente fue lo que desató la sucesión de calamidades que ocurrieron a continuación.
Él pareció quedarse totalmente parado, de pronto. Quizá sí le importaba y le descolocaba yo. Quizá acababa de mostrarme una pequeña fisura en su indiferencia.
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--¿El piercing?--preguntó--claro, toca. Me puedes tocar donde quieras--añadió con una sonrisa maliciosa, dejándome helada.
Ya no había vuelta atrás, en ese momento lo supe.
Alargué la mano y él se acercó un poco más, extendí los dedos y acaricié el frío metal al tiempo que un escalofrío me recorría. Llevaba ya tiempo con las bragas muy mojadas y con el coño caliente. Una vez más pensé que se me notaría, como si mi dedo tembloroso me delatara.
Silver cerró los ojos y se dejó tocar como un león poco acostumbrado al contacto humano.
No pude resistir y me incliné para darle un leve beso en la comisura de la boca, con mis labios secos.
Cuando me aparté de él abrió los ojos sin dar muestras de sorpresa, y de pronto se echó a reír.
--Bueno--dijo, sacudiendo la cabeza--Vale. Tengo piercings por todo el cuerpo. También te los puedo enseñar…
No supe qué hacer.
--Perdona que me ría--dijo esforzándose por parecer algo más serio--es que me he puesto…nervioso…
Yo tampoco daba pie con bola.
--Perdona…--le dije--no sé por qué he hecho eso…
--Tranquila--dijo con un poco más de seguridad--si haces lo mismo con el resto de los piercing que llevo, te perdono…
Y se echó a reír de nuevo.
--No seas cruel, por favor--murmuré. En parte sentía que me había lanzado sin red a no sabía qué y me había estampado, y Silver, mi amigo-casi hermano, a quien yo deseaba a fuego, se estaba riendo de mí en mi propia cara.
Él dejó de reírse.
--Olvida mis gilipolleces, Malena.--dijo con un tono extraño-- Es que me he puesto muy nervioso.
--Tú no te pones nervioso nunca.
Él apartó los libros de un manotazo y se acercó más a mí, con lo que casi estábamos pegados.
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--Claro que me pongo nervioso--me dijo al oído--lo que pasa es que a lo mejor tú no te has dado cuenta…o yo no lo sé demostrar…
Estaba horriblemente próximo a mí. Sus labios rozando mi oreja. Comenzó a acariciarme torpemente el dorso de mi mano, haciéndome estremecer.
--Ahora eso sí, me la has jugado; esta te la guardo…--escuché y sentí como sonreía--así que te la voy a devolver…
A continuación sentí sus labios humedecidos sobre mi cuello, detenidos allí eternos segundos, y la tímida caricia de su lengua antes de separarse de mi piel.
Se apartó bruscamente de mí y me miró con fijeza. Tenía las pupilas dilatadas, con lo que sus ojos parecían aún más dos espejos negros; respiraba acelerado, como si hubiera estado corriendo.
--No sé qué me has hecho, Malena--murmuró mientras se levantaba de pronto.
Caminó por el estrecho pasillo entre las camas como si tratara de zafarse de lo que fuera que estuviera pensando, y se sentó en una de ellas sin dejar de mirarme.
--Pero sí sé muy bien por qué yo he hecho esto--sus ojos reflejaban cierta turbación-creo que lo mejor que podemos hacer ahora es…
Estiró su brazo y sus delgados dedos para coger una montaña de papeles en blanco y un lápiz. Acto seguido comenzó a garabatear algo en los papeles, con extrema concentración, como sí estuviera firmando un contrato crucial de vida o muerte.
--Silver--le llamé. Siguió escribiendo números en el papel sin mirarme, ejercicios y problemas de química.
--Silver…--insistí. Le quería demasiado como para marcharme--No te preocupes, no pasa nada. No te calientes la cabeza. Ha sido una tontería, ya somos mayores…
Él levantó la vista de sus papeles, y yo me encontré con sus ojos súbitamente cargados de tensión.
--No--dijo tajante--claro que me caliento la cabeza.
--¿Es por mi hermano?--le pregunté. Supuse que eso le influía completamente para actuar hacia mí, si es que acaso yo le gustaba.
Silver entornó los ojos con una sonrisa trabada por los nervios.
--¿Por tu hermano?--inquirió--No, Malena, tu hermano me da igual. No es por nada que pueda pensar nadie, incluso tu hermano.
Me quedé mirándole sin comprender.
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--¿Entonces?
No entendía nada. Se lo estaba poniendo fácil. Tanto si quería que pasara algo como si no.
--No es eso--dijo en voz baja--es que tú no me conoces…
--¡Pues claro que te conozco!--exclamé
--No, Malena.--respondió mientras se apartaba bruscamente un mechón de pelo de los ojos--Tú crees que me conoces pero no es así. No sabes cómo soy yo realmente, no sabes cómo soy “de verdad”. Estoy loco. Y tú me vuelves más loco todavía.
Me levanté y me senté a su lado en la cama, tratando de fingir tranquilidad. Me inquietaba la reacción que estaba teniendo. Quería saber por qué de pronto había dejado de ser “el hombre tranquilo”. Pensé que se iba a apartar de mí pero lo que hizo fue abrazarme los hombros, transmitiéndome la tensión de sus músculos. ¿Qué era lo que le estaba ocurriendo?
--Te equivocas--le dije--Claro que te conozco. Y me gusta cómo eres. Aunque digas que estás loco.
Él negó con la cabeza.
--Yo te quiero como tú eres…te quiero mucho, Silver…
Me soltó suavemente y me miró con temor.
--Yo te quiero también--me acarició la mejilla con dulzura--pero insisto, no me conoces. Y no quiero que me conozcas--musitó.
--Pero, ¿a qué te refieres?
--A que si me conocieras de verdad, a lo mejor dejarías de quererme tanto.
--Bueno, ya vale--le corté. No sé qué demonio salió de mí.
Me levanté, sintiéndome de alguna manera herida por todo lo que estaba sucediendo.
--No sé qué paranoia te has montado--dije con enfado--pero aquí no ha pasado nada, y yo no te entiendo en absoluto. No sé qué es eso tan terrible que no conozco de ti, pero Silver, o me lo cuentas o no, pero no me hagas esto. No tengo ni idea de lo que piensas ni de lo que quieres, así que te diré lo que pienso yo, básicamente tres cosas…
Me miraba desde la cama con estupefacción, los ojos muy abiertos.
--La primera--continué--te quiero y me gustas muchísimo. Sí, no me mires con esa cara. La segunda, ya estoy harta de esconderme para masturbarme pensando en ti, porque no se puede una ni correr a gusto en esta puta casa…
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Yo misma me estaba quedando de piedra al soltar este chorro de confesiones.
--Y la tercera, me estoy dando cuenta de que eres gilipollas--concluí, y sin darle tiempo a responderme me lancé hacia la puerta y desaparecí por el pasillo.
Entré a mi habitación y me derrumbé en la cama, sintiéndome la más imbécil del mundo, y no es que fuera la primera vez que me sentía así, pero con Silver era mucho más doloroso.
Me eché a llorar de rabia y de impotencia; ¿Por qué cojones había dicho yo todo eso? Me sentía una jodida niñata… ¿por qué había actuado Silver así?…Ahora ya no seríamos amigos, ni amigos-hermanos, ni nada de nada. Había gritado mi secreto delante de él, estaba sin armas; decididamente yo era gilipollas. Y tenía dolor, tenía una herida.
De pronto le sentí en la puerta. Una vez más no había oído sus pasos, y estaba llorando, no montando un escándalo que me impidiera escuchar. Levanté la cara de la almohada y comprobé que, en efecto, estaba parado en el quicio de la puerta sin saber si entrar o no, con una mirada de culpa terrible.
Supongo que le miré con odio.
No me hacía ninguna gracia que me viera así. Que viera mi herida.
Le hubiera dicho que se fuera pero si lo hacía y él se iba se me rompería el corazón.
--Tienes razón, soy un gilipollas.
Me estaba diciendo lo que yo quería oír.
--¿Puedo pasar?--preguntó, insinuando un paso vacilante más allá de la puerta.
Me encogí de hombros.
--Haz lo que quieras--le dije, secándome las lágrimas con enfado.
--¿Seguro?
Asentí.
Caminó despacio hacia mí y se sentó a mi lado en la cama. Después se inclinó hacia atrás, hasta quedar tumbado, al tiempo que presionaba con un abrazo mi espalda contra su pecho y su estómago, y me atraía hacia él. Yo caí tumbada sobre su torso sin oponer resistencia.
Él se movió hacia atrás, dejándome sitio, hasta apoyar su espalda contra la pared.
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Yo coloqué mi cuerpo hacia atrás de la misma forma, para evitar caerme de la cama. Sentí el contacto de él y su respiración, nuevamente acelerada. Apreté mi cuerpo contra el suyo sintiendo su piel y su ropa.
Noté su nariz en mi nuca, y sus brazos cerrándose en torno a mi cintura. Comenzó a dibujar formas sinuosas sobre mi vientre, por encima de la camiseta, y atrapó mis piernas entre las suyas.
--Lo siento mucho--susurró--de verdad. No sé si puedo hacer esto… ¿tú me dejas?-preguntó deteniendo sus caricias.
Comencé a acariciar la parte accesible de su muslo sobre sus vaqueros gastados. Flexioné mi brazo todo lo que pude para llegar hasta su cadera, y estiré los dedos sobre la tela del pantalón. Las piernas de él se cerraron aún más sobre las mías.
--¿Me dejas tú?--pregunté, estirando aún más los dedos hacia su entrepierna, encontrando su polla dura debajo de los pantalones.
--Tú puedes tocarme donde quieras--murmuró--ya te lo dije antes.
Metió suavemente la mano debajo de mi camiseta y comenzó a ascender con la punta de sus dedos, aún sin atreverse a ir más allá, rozando con delicadeza mi pezón derecho que se endureció al instante.
--¿Me das tu permiso entonces para tocarte a ti donde yo quiera, y como yo quiera?-preguntó, presionando imperceptiblemente su rabo contra mí.
--Sí--contesté, y por fin su mano subió hasta mis pechos y se cerró con glotonería en torno a mi teta derecha. Apretó con furor su polla contra mi culo y mordió mi cuello con fuerza. Pude sentir en mi espalda cómo subía y bajaba su pecho en un esfuerzo por controlar su respiración. Y comencé a acompasar a ésta mis propios jadeos.
Sacó su mano de debajo de mi camiseta y se insalivó tres dedos, para volver a introducirla donde estaba y pellizcarme el pezón con firmeza mientras continuaba acariciándome. Me pellizcaba y me soltaba una y otra vez, alternando caricias sobre mi turgencia con las yemas de sus húmedos dedos. Me hizo gemir, y recuerdo que pensé con terror--en mi mentalidad de dieciséis años--que me estaba retorciendo como una cerda, y que él pensaría que yo era una guarra. Pero casi a la vez pensé que qué más daba; era Silver, era mi amigo, era mi medio hermano. Sentí ganas de gozar de verdad y de revolcarme en el sexo como una marrana chapoteando en una pocilga. Mis bragas parecían amenazar con deshacerse. Le quité la mano de mis pechos y la coloqué con brusquedad sobre mi coño, porque estaba tan excitada que me dolía, y necesitaba desesperadamente que se me clavara allí.
Él empezó a presionar mi entrepierna con la palma de su mano, despacio pero con fuerza. Sentía que su polla estaba a punto de estallar los botones de su pantalón, de lo dura que la tenía, clavándomela entre las nalgas una y otra vez.
Giré la cabeza buscándole la boca y él me beso con lujuria, recorriendo cada rincón de la mía con su lengua hambrienta. Salió de mi boca para tomar aire y volvió a entrar, con 21
tanta fuerza que su lengua parecía la broca de un taladro amenazando con destrozarme. Me mordió los labios y me hizo gemir de nuevo de placer y de dolor.
Yo arqueé la espalda contra su pecho dándole a entender que dejaba a su entera disposición mi coño y mi culo para que ambos orificios gozaran con sus caricias, a pesar de que aún tenía la ropa puesta.
--¿De verdad te has masturbado pensando en mí?--preguntó a media voz mientras pasaba su otro brazo por debajo de mí para llegar a mi pecho izquierdo.
--no tienes ni idea de cuántas veces--respondí, gimiendo al escucharme a mí misma hablar de aquel modo.
Al oír aquello, me besó con furia y de un tirón me bajó los pantalones. Le escuché resollar mientras metía la mano por debajo de mis bragas y estrujaba mi coño caliente, mojándose los dedos en mi humedad.
--Entonces no te importará que te masturbe yo ahora--me dijo.
Pero no comenzó a tocarme como yo esperaba.
Me obligó a tumbarme bocabajo y me colocó un cojín justo debajo del coño, para levantarme el culo. Se irguió sobre mí y me bajó las bragas dejando al descubierto mi coño y mi culo, que le esperaban temblorosos en una posición en la que él podía jugar, acariciar, meter y sacar los dedos a placer. Sin que él me tocase ya me veía yo apunto de correrme.
Estuve unos segundos a la espera, desnuda de cintura para abajo, sin sentir sus manos sobre mí.
Y de pronto me dio un sonoro cachete en el culo.
Traté de levantar la cabeza algo sorprendida pero él no me dejó, y me dio otro azote, un poco más fuerte que el anterior.
--Tranquila, confía en mí--me dijo cuando me quejé--no te voy a hacer nada que no te guste.
Me dejé acariciar por su voz y me relajé.
Volvió a humedecerse uno de sus dedos y comenzó a jugar entre mis nalgas. Sentí la punta de su dedo abriéndose paso dentro de mi culito virgen, que jamás ni un supositorio había profanado. No me hizo daño ninguno y me gusto, y se lo demostré moviendo mis caderas en torno a su dedo, que trazaba caricias oscuras ejerciendo una presión cada vez más firme dentro de mi ano.
De pronto sacó su dedo rápidamente y se sentó en la cama. Sin mediar palabra me colocó con el culo en pompa sobre sus rodillas, como si fuera a darme una tunda, y resopló por la excitación que, se notaba, le estaba ganando la partida.
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--Mejor así--dijo con la boca seca--No sabes las ganas que tenía de calentarte el culo…
Sentí una ráfaga de temor, ¿qué estaba diciendo? Nadie me había puesto la mano encima nunca. Pero me tenía inmovilizada sobre sus rodillas, con las bragas cayendo hacia mis tobillos, sin darme ninguna opción a moverme. Aunque, a decir verdad, tampoco intenté resistirme demasiado.
--Voy a hacer una cosa--me dijo, esforzándose por controlar su voz--Voy a dejar que me demuestres hasta qué punto te ha servido de algo el tiempo que hemos pasado estudiando la química de los cojones.
Me retorcí sobre sus rodillas, sin saber a qué se refería.
--¿qué quieres decir?--pregunté, el coño chorreándome intuyendo la respuesta.
--Pues quiero decir--contestó despacio, mientras me acariciaba con dulzura la espalda y las nalgas--que te voy a dar esos buenos azotes que tanto necesitas, y así no se te olvidará nada y el día del examen me lo agradecerás.
Me pasó la mano por el coño mojadísimo.
--Veo que entiendes lo que te estoy diciendo…--murmuró con suavidad--y que te gusta…Ah, y no tengas miedo. No te va a doler como piensas, no lo hago para hacerte daño. Precisamente te voy a calentar para ayudarte a descargar esa tensión que el miedo te produce. El miedo a suspender, a fracasar; el miedo al miedo.
Y sin avisarme me propinó un par de nalgadas que me hicieron gemir.
--Muy poca gente sabe cómo se calienta un culo--continuó mientras rozaba mi clítoris con la punta de sus dedos--Hay que hacerlo despacio, poco a poco, con mucho cariño pero con firmeza. Para despertar el placer y al mismo tiempo conseguir que no puedas sentarte en una semana…
Me retorcí en torno a sus dedos, que trazaban sobre mi sexo caricias húmedas rápidas y acompasadas. Me ardía aún la huella de los azotes que había descargado sobre mi culo indefenso.
--Deberían condenar a los que castigan con violencia…--murmuró reflexivo--la violencia solo otorga sufrimiento sobre quien la inflige, y sobre quien la padece…Pero no te voy a hacer esperar más, que te noto muy tensa. Tranquila, mi preciosa Malena…
Comenzó a darme palmetazos en las nalgas despacio, pero de forma constante.
Yo solo sentía su mano abierta propinándome los cachetes, que fueron haciéndose cada vez más fuertes hasta resonar por toda la habitación.
Se detuvo cuando ya llevaba bastantes--no llegué a contarlos--y colocó el dorso de su mano sobre mis sufridas nalgas.
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--Bueno, ya está bastante rojo y caliente--dijo--ahora no te dolerá apenas…No dices nada, mi Malenita; sé que esto es nuevo para ti, pero sé que está gustando porque te lo noto, no sólo en tu coño, que me lo está gritando, sino en el lenguaje de todo tu cuerpo.
Era cierto. No saben cómo estaba disfrutando.
--No me odias demasiado ahora mismo, ¿verdad?--dijo moviendo sus dedos dentro de mi coño.--No soportaría que me odiases.
--No pares--murmuré sin dar crédito a mis propias palabras--Por favor, sigue haciéndolo.
Y él no se hizo de rogar.
Cuando me hubo azotado lo que creyó conveniente, se centró en acariciar mi clítoris como nadie lo había hecho jamás. Pero paró en seco justo cuando comencé a mover el culo hacia arriba y hacia abajo, convencida de que iba a correrme en ese mismo instante.
--No, mi amor, tranquila. Todavía no hemos terminado--dijo por encima de mis jadeos.--¿Recuerdas que te dije que quería comprobar si te sirvió lo que hemos estudiado?
¡Plas! De nuevo otra nalgada me rompió el culo.
--Contéstame si te pregunto, por favor. Así sabré que me estás escuchando…
--Sí, sí--gemí--lo recuerdo.
--Muy bien. Pues vamos allá.
Comenzó a hacerme preguntas sobre lo estudiado aquella tarde. Si contestaba bien me daba un pequeño cachete cariñoso y me acariciaba, aunque sin dejar que me corriera. Si contestaba mal, me azotaba terriblemente fuerte.
Sólo me azotó un par de veces, porque contesté bien, no sin asombro, casi todas las preguntas.
--Vaya, Malena, me alegro mucho--dijo con afecto--pero se te está enfriando el culo…
Y lo palmeó un poco más, para seguir acariciándome de nuevo hasta las puertas del orgasmo.
--Lo has hecho muy bien, levántate--me dijo, y con suavidad me condujo a la cama, volviéndome a colocar bocabajo sobre el cojín, con el culo mirando al techo.
Me separó las piernas y se inclinó entre ellas. Con los dedos separó cuidadosamente los labios de mi vagina, y sentí la punta de su lengua directamente sobre mi clítoris.
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Comenzó a lamerlo despacio, de arriba abajo, sin dejar de mantenerme abierta con sus dedos, acariciándome las nalgas ardientes con la otra mano.
Me corrí en su boca a los pocos lengüetazos, mientras él presionaba mi coño contra su boca y su nariz lamiéndome con salvaje decisión.
Estuve segundos que me parecieron horas gritando y gimiendo, convulsionando mi cuerpo contra él, metiéndole el culo en la cara. La saliva de él chorreaba junto con mis jugos sobre la colcha estampada.
Cuando finalizó mi orgasmo me colocó boca arriba y flexionó mis rodillas sobre sus hombros para continuar comiéndome el coño, haciéndome llegar en cuestión de segundos a un nuevo orgasmo tan intenso como el anterior.
Se apartó y se secó la cara con la manga de la camiseta, mientras observaba con una sonrisa cómo me corría dando botes encima de la cama.
Se llevó las manos a la entrepierna y comenzó a desabrocharse los pantalones.
Al ver lo que él hacía, mi excitación aumentó más en lo poco que era posible y comencé a acariciarme yo misma dando pequeños botes en la cama. Nunca me había sentido tan caliente.
Se quitó los vaqueros y alargué la mano para tocar la tela abultada de sus calzoncillos. Se acercó a mí y pude sentir la plenitud de su erección palpitando en la palma de mi mano.
--Qué dura la tienes--no pude evitar comentar.
--Hombre, como para no tenerla--resopló con sorna--¿crees que eres tú la única que ha disfrutado con todo esto?
Me acarició la mejilla y me atrajo hacia sí con la boca entre abierta, respirando entrecortadamente. Me dio un suave beso en los labios y me acarició de nuevo con ternura. Recuerdo que entre jadeos le pregunté al oído:
--¿Me vas a follar, Silver?
Él jadeo profundamente y me miró con fijeza.
--¿Tú quieres?
No supe que contestar. Claro que quería…o creía que quería.
--No lo sé…--conseguí contestar--no lo he hecho nunca…
Ni nunca me habían calentado el culo, ni me habían comido el coño, ni me habían acariciado de esa manera. Pensé que sería doloroso y me dio miedo, pero seguía excitada y deseaba que me follara en aquel mismo momento.
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--No te asustes, por favor--dijo en voz baja--No hace falta, no pasa nada.
En mis fantasías yo ya había hecho de todo y más, pero la realidad era diferente. No había pasado de achuchones y algún tocamiento desafortunado que jamás me había despertado aquella sensación que todo ese tiempo había estado sintiendo.
Pensé de pronto que Silver había conseguido hacerme ver que el sexo tenía sentido. El sexo real, que hasta el momento me tenía bastante desengañada.
Me miraba expectante, con el cuerpo tenso, implorándome con los ojos que me decidiera rápido porque ya no podía más.
--Si no lo has hecho nunca prefiero no hacerlo--murmuró--estoy muy cachondo y podría hacerte daño…no puedo prometerte que me vaya a controlar…
Me acerqué a su boca y mordisqueé la bolita de acero, acariciando con la lengua sus labios.
Recorrí con la boca el trayecto entre su mandíbula y su oreja, pasé por su cuello notando la tensión allí acumulada; le quité la camiseta y humedecí con mi lengua su pecho y su estómago. Continué besándole alrededor de su ombligo y finalmente tiré con los dientes de la goma de sus boxer.
Sentí como Silver apretaba los dientes y gemía mientras los músculos de su abdomen se contraían.
Apartó con cierta brusquedad mis manos de sus caderas y se quitó de golpe la única prenda que le quedaba, sin el estorbo de la cual su brutal erección me golpeó en la cara.
Nunca había visto una polla tan de cerca.
Jamás habría pensado chupársela a ninguno de los tíos con los que había tonteado, pero a Silver me apetecía hacérselo. Me moría de ganas, la verdad, de probar aquella cosa tensa, gorda y enrojecida. Aunque más abajo, en el coño, sentía como que me faltaba algo…
Se retorció de gusto contra mí cuando me metí su rabo duro en la boca. No tenía ni idea de cómo hacerlo, pero debía de estar haciéndolo bien a juzgar por los quejidos roncos que emitía él y los pequeños movimientos que insinuaba adelante y atrás, como si quisiera follarme la boca pero no se atreviera.
Con curiosidad exploré su polla de abajo arriba, trazando círculos con la lengua en el enrojecido y caliente glande. Me cogió la mano y me hizo saber cómo le gustaba que se la masajeara mientras le chupaba. Me inundé de su olor, hasta que éste quedó confundido bajo el de mi propia saliva.
Empezó a moverse más rápidamente y con más fuerza, empujando con su culo, introduciendo en mi boca la totalidad de su miembro y después sacándolo, metiendo y sacando…
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De pronto se detuvo.
--Malena, si sigues haciéndome esto creo que me voy a correr…--dijo entre jadeos, con un hilo de voz.--Ven, deja que te acaricie un poco más.
Alargó el brazo para comenzar a acariciarme el coño de nuevo, desde atrás, y yo volví a la carga mamándosela más excitada que nunca. Solo imaginarme cómo se corría casi me hace tener otro orgasmo mientras me tocaba con sus habilidosos dedos.
--Joder…--murmuró moviéndose salvajemente--apártate, voy a mancharte…
En lugar de apartarme cambié de posición y le ofrecí mi culo para que derramara sobre él su leche caliente.
Aquello fue demasiado para Silver y acto seguido note en mis castigadas nalgas potentes chorros ardientes que fui introduciendo en la rajita de mi culo; quería notar plenamente su orgasmo, cómo me quemaba por dentro. Mis dedos jugaron con su semen extendiéndolo por entre mis nalgas; eso me puso de nuevo tremendamente cachonda, aunque no llegué a correrme otra vez.
Sentí por fin que la marcha de Silver se aflojaba y noté el peso de su cuerpo sobre mí cuando me abrazó exhausto.
Mantuvo su abrazo unos minutos, con su cara apoyada contra mi hombro. Yo tenía la espalda y el culo llenos de semen, estaba pringada hasta las trancas pero no me importaba.
--Malena…
Silver se había separado de mí y sentía sus ojos clavados en mi espalda. Me giré y contemplé su desnudez laxa y su rostro intranquilo.
--Yo… lo siento…He intentado decírtelo…--balbuceó atropelladamente--…espero… espero no haberte hecho daño…
Impulsivamente le eché los brazos al cuello.
--¡No!--exclamé--si tú estás loco, yo estoy más loca…
Silver me abrazó a su vez
--Por nada del mundo te haría daño…
Le besé varias veces en el cuello y en la curva de su hombro, y le acaricié su precioso pelo negro.
--No, Silver…me ha gustado…
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--Oh, ¿de verdad?--preguntó, deshaciendo su abrazo para mirarme a los ojos--¿has disfrutado?
Le miré con una sonrisa cuya anchura no podía controlar, a punto de explotar en una carcajada. ¿Cómo podía ni tan siquiera dudarlo?
--¿A ti qué te parece?--respondí.
Él sonrió a su vez bajando la mirada con un poco de… ¿vergüenza?…
--¿Y tú?--le pregunté --¿Tú has disfrutado?
--Joder, Malenita, ¿qué pregunta es esa?--sonrió enarcando las cejas--es evidente, ¿no?
--Pues eso digo yo.
--Bueno--sonrió complacido--me alegro…de verdad…
Me levanté despacio con cuidado de no manchar todo lo que me rodeaba.
--Creo que debería ir a ducharme…estoy completamente pringada, mírame.
Silver también se levantó, su cara iluminada por una sonrisa.
--Ya te veo. Deja que te acompañe…--pidió con un destello en sus ojos lobunos-aunque ya sabes que es peligroso decirme que sí…--y añadió--Tengo muchas ganas de demostrarte lo agradecido que me siento, por el placer que me has dado con esa estupenda mamada…
Me volví hacia él de camino a la puerta del cuarto de baño.
--¿Tanto te ha gustado?--pregunté.
--La mejor de mi vida.
--No exageres…
Se echó a reír
--Hombre, tampoco me han hecho demasiadas…--dijo encogiéndose de hombros--pero de todas esas pocas, la tuya la mejor…¡no te miento!
--Te voy a dar una paliza--le amenacé antes de entrar al baño.
Nos quedamos mirando allí, desnudos ante la puerta del baño, sonriendo.
Si hubiera visto esa imagen de los dos en esa situación algunos días antes, no me lo hubiera creído.
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--Entra--me dijo--que vas a coger frío…
--Por dios, Silver, que es verano y aquí hace un calor de muerte…
Él sonrió.
--Tienes razón.
--Oye--le dije--Te dejo que entres conmigo al baño sólo si me prometes una cosa…
Silver asintió sin dejar de sonreír. Tenía otra vez el estandarte pidiendo guerra. Su polla ya no estaba fláccida y se dejaba insinuar, un poco crecida.
--Bueno dos cosas.--corregí--Bueno, tres.
--O cinco, da igual.--rio--Dime. Lo que quieras.
Me acerqué más a él.
--La primera, que después de esto vamos a seguir siendo igual de amigos…
Silver asintió, animándome a continuar.
--Claro que sí. No dudes.
--La segunda…--comencé a decir, pero paré a pensar cómo formular la petición.
--Dime…--me alentó.
Carraspeé y sonreí
--La segunda…bueno, me gustaría, cuando podamos, algún día…hablar en frío de esto, porque…nunca había hecho nada parecido, y me ha gustado…
Silver me miraba con atención.
--…y…--continué--…Me gustaría…preguntarte algunas cosas…
--¿Sobre lo que hemos hecho?
Miré al alrededor, buscando las palabras adecuadas.
--Sí…--respondí--…es que nunca me habían…puesto caliente de esa manera, como tú lo has hecho…y quisiera hablar contigo de ello, algún día…si no te importa.
Él asintió.
--Claro. Cuando tú quieras.
29
--Gracias--respondí con cierto alivio; tenía miedo de que él no quisiera volver a hablar del asunto.
--¿Y la tercera cosa?--inquirió acercándose para besarme la mejilla.
Le miré con glotonería.
--Que me darás más clases de química de estas…
--Joder, Malena, no sé cómo lo haces…
--¿el qué?
Silver se rio.
--Ponerme como una moto, excitarme así en tan poco tiempo…
Sonreí al ver su descarada erección.
--Pero…¿me lo prometes?
Se apartó el pelo de la cara y se agarró la polla con la mano izquierda, mientras levantaba la mano derecha en el aire.
--Lo juro por ésta que tengo en mis manos…
Le di un leve empujón hacia fuera del baño.
--Silver, te lo digo en serio, quiero saber si me prometes esas tres cosas…
Soltó su polla y se apoyó con gesto astuto en el quicio de la puerta.
--Vale, muy bien. Te contestaré a las tres, una por una.
--Bien.
--Primera: puedes contar conmigo siempre, como amigo, pase lo que pase. A no ser que me muera… aunque incluso si eso pasa, también.
--Gracias.
--No hay por qué darlas--dijo mirándome intensamente a los ojos--Segunda: En cuanto a lo de hablar, cuando tú quieras. No sé qué es lo que quieres saber, pero si te sé responder, ten por seguro que lo haré.
Asentí, devolviéndole con fuerza su mirada.
--Vale. Y la tercera es tan obvia que no voy a contestarla…
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--¿la prometes o no?--presioné yo. No hago tratos con el diablo.
--Sí, claro, la prometo.
2-Evidencias
Memorias de Malena, publicadas en internet de forma anónima, 2 de enero 2012
De nuevo estoy aquí, para seguir contándote mi historia. Ante todo quiero darte las gracias por haber llegado hasta aquí, y por estar leyéndome en este momento, más aún cuando este escrito mío está resultando ser mucho más extenso de lo que yo pensaba. Supongo que nunca había tratado de plasmar estos recuerdos, y no hay nada como ponerse a ello para comprobar lo complicado que resulta. En definitiva, gracias por tu tiempo. Gracias de verdad.
Conforme te hablo (o te escribo, es igual) voy reviviendo tantas cosas…en realidad no creía conservar dentro de mí, con tanta exactitud, estas ruinas intactas. Ruinas donde, como digo, se puede “re-vivir”, que en definitiva es “vivir de nuevo”. Ruinas sobre cuyas paredes se derrama aún la vida, la sangre, el deseo…Ruinas que rezuman la elegancia de la juventud, y del salto al vacío conteniendo el aire con los ojos cerrados. Durante ese año, 1997, el mundo parecía una copa del cristal más puro cuyo contenido nunca se acabaría y sería mío eternamente.
Como no tengo que mirarte a los ojos, te diré que daría la vida por volver a aquellos años; por despertarme una mañana de verano, y respirar de nuevo toda aquella grandeza.
Creo que entonces amé, aunque no lo sabía, y no he vuelto a amar desde entonces. No de esa forma secreta que hoy se me antoja “mi forma adecuada”. La entrega voluntaria. Me lo dice el corazón, el estómago y el cerebro. En este orden.
Desde que he empezado a escribirte, y a revivir estos recuerdos, no paro de pensar en Silver. No sé qué haría si alguna vez vuelvo a verle…no sé qué le diría. Optaré, de momento, por decirle lo que siento desde aquí, aunque él jamás llegue a saber que yo le escribo.
Re-vivir, vivir de nuevo, indica que he vivido. Y le estoy eternamente agradecida cada vez que recuerdo que, durante un tiempo, le amé.
Pero no quiero irme por las ramas, así que seguiré contándote mi historia. Nuestra historia, de él y mía.
¿Recuerdas que le hice prometer a mi querido amigo que hablaríamos “en frío” de todo lo sucedido aquella tarde, de nuestras razones, experiencias y preferencias?
Pues lo hicimos, claro que sí…
La noche que siguió a aquella tarde en que por fin nos comimos mutuamente dormí como no lo hacía en mucho tiempo. No era para menos, porque con su mano y su lengua Silver me había provocado unos cuantos orgasmos brutales que habían desatado todo el deseo retenido en mí, anudado en mis entrañas durante tanto tiempo.
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A la mañana siguiente me levanté y fui a desayunar con una sonrisa de oreja a oreja. Era sábado, mediados de agosto. En la cocina encontré a mi hermano y Silver conversando tranquilamente frente a respectivos desayunos pantagruélicos, como era habitual.
--Vaya, se levantó la bella durmiente--Saludó mi hermano cuando me vio entrar--Qué contenta se te ve…--añadió cuando comencé a prepararme un café canturreando por lo bajo, sin poder borrar una sonrisa boba de mi cara.
--Sí, parece que tuvo un buen sueño la princesita--sonrió Silver, atrapando mi mirada cuando me senté frente a ellos en la mesa.--¿Por qué estás tan contenta, Maleni? Cuéntanos…
--Eh--me defendí, sin dejar de sonreír--qué pasa, ¿es que no se puede estar contenta en esta casa o qué?
--Pues según como lo mires--gruñó mi hermano.
En ese momento recuerdo que entró mi madre en la cocina, con su bata de fieltro, arrastrando los pies.
--Mssssdías--murmuró con ojos de topillo, tanteando en un armario para coger una taza.
--Buenos días, Nati--saludó Silver a mi madre, y continuó, mirándome a mí--Lo que ha querido decir tu hermano es que le molesta verte tan contenta cuando a él le toca trabajar hoy…Es que le jode que la gente sea feliz, ya ves, aunque desde su punto de vista es lógico…
--¿Hoy?--murmuró mi madre sorbiendo su café--Pero si es sábado, hijo…
Mi hermano trabajaba aquel verano de socorrista en una piscina pública de un barrio cercano. Todos los veranos se dedicaba a aquello, acabando permanentemente “quemado” por dentro y por fuera, y eso que compartía los turnos con Silver. Pero lo hacía por una razón muy sencilla: estaba muy bien pagado, y gracias a aquella inyección de dinero ambos se habían comprado un coche el año pasado que podían compartir; no era nada del otro mundo, pero tenía ruedas y funcionaba.
--Sí, pero eso da igual--resopló mi hermano--ojala se ahogaran todos…
--Ay hijo, no digas eso que no queremos verte en la cárcel…
Sentí cómo Silver me rozaba distraídamente con su pie por debajo de la mesa.
--Y tú, Maleni, ¿qué vas a hacer hoy?…
--Pues no lo sé--me encogí de hombros--estudiar, supongo…
--Eso, estudia--dijo mi madre, metiendo cabeza--a ver si me das una sorpresa…
La miré, un poco contrariada.
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--Mamá, sé lo que tengo que hacer. Además, Silver me está ayudando…
Él sonrió sin inmutarse.
--¿Ah sí?--preguntó mi madre con interés.--Eso está bien, así me la vigilarás--dijo mirando a Silver--Muchas gracias, A—le llamó por su nombre verdadero; ella era una de las pocas personas que lo hacían--eso me tranquiliza…
--No hay por qué darlas--negó él--Lo hago encantado. Pero esta mañana he quedado en la facultad de veterinaria con un amigo para acompañarle a buscar material para un trabajo…si quieres, estudiamos esta noche, cuando vuelva.
Me lanzó una mirada oscura que sólo yo pude ver.
--Ah, vale--respondí--¿no vas a salir?
--No, me quedo contigo.
Y así quedó decidido, mientras mi madre cerraba el contrato tácito agradeciéndole a él lo “buen chico que era”. Supongo que estaba un poco anonadada de que Silver sacrificara un sábado por la noche para estudiar conmigo, teniendo en cuenta el par de juerguistas que tenía por hijos.
Pasé el resto de la mañana contenta y terriblemente nerviosa, tratando de repasar la maldita química y de organizarme un poco con el resto de asignaturas, sin demasiado éxito.
Por la tarde me encerré en mi habitación, con el pretexto de estudiar. Y en principio lo intenté…pero me resultó imposible. Recordaba los sucesos del día anterior en un estado de excitación permanente: la bolita de acero que besé en la sonrisa de Silver, su lengua moviéndose despacio dentro de mi coño, sus labios cerrándose sobre los míos…y lo que más me descolocaba y me excitaba, aquel dulce castigo del que todavía mi dolorido trasero daba fe.
Ya había anochecido cuando, presa de aquellos recuerdos lancé el odiado libro de texto fuera de mi alcance, me metí debajo de las sábanas--por si acaso a mi madre se le ocurría entrar a mi habitación--y una vez dentro de mi cama caliente me quité los shorts y las bragas, lanzándolos también al suelo.
Cerré los ojos pensando en todo lo sucedido y empecé a masajear por fin mi coño empapado, introduciendo de cuando en cuando un dedo en mi chorreante culo rememorando ese descubrimiento de que por ahí también se podía obtener placer.
Me corrí como una cerda esforzándome al máximo por no gritar, mordiendo mi almohada con fuerza. Me corría una y otra vez, pero no dejaba de estar caliente.
Paré un segundo para controlar la respiración, y justo en ese momento sentí el lejano tintineo de una llave girando en la puerta principal. Intenté reaccionar a tiempo, pero solamente fui capaz de alcanzar el libro que había tirado al suelo y de abrirlo por
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cualquier página, mientras me medio incorporaba al tiempo que sentía unos pasos que se acercaban y unos golpes en la puerta de mi habitación.
Sin esperar una respuesta por mi parte, la puerta se abrió despacio dando paso a Silver, que me observo un momento antes de entrar.
--Vaya, vaya, Malenita--sonrió con lascivia--que aplicada se te ve, qué concentrada…
--Hola, Silver--saludé con una sonrisa trémula, tratando de disimular que tenía el corazón en la boca a causa del esfuerzo y los repetidos orgasmos, y mi sexo haciendo aguas directamente sobre el colchón.
--Hola--respondió con cariño.
Cerró la puerta tras de sí y fue a sentarse a mi lado, en el borde de la cama. Se inclinó para besarme la mejilla, y yo respiré el olor de su cuello. Él se dio cuenta y comentó:
--Huelo mucho a laboratorio…he estado todo el día manipulando cosas que no querrías saber…
Me separé de él temblando levemente.
--En cambio aquí…--murmuró, inclinándose de nuevo para olfatearme--aquí hay un olor curioso…a sábanas calientes y a sexo, qué inexplicable, ¿no?
Deslizó una mano por debajo de las sábanas y tocó la piel de mi cadera, sus dedos se cerraron inmediatamente sobre ella.
--Vaya…--murmuró--de modo que tienes a tu madre engañada, en el salón, convencida de que estás estudiando, y sin embargo tú te dedicas a…
Se acomodó cerca de mí y sus dedos se movieron libremente sobre mi cuerpo desnudo, rozando mi vello púbico empapado.
--Joder--sonrió--por eso había unas bragas tiradas en el suelo…
--Te fijas en todo--murmuré.
--Ya sabes que sí. Qué gusto…--suspiró mientras con sus dedos me separaba los labios del coño--estás muy mojada…Oh, ¿qué voy a hacer contigo? Me encanta que seas tan guarra…
No estábamos solos en casa, pero casi. Mi madre daba cabezadas en el sofá del salón, frente al televisor. Mi padre estaba en un viaje de trabajo, y mi hermano Marcos se encontraba en el cine viendo una bazofia de película con una novieta de dudosa
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reputación que se había echado en la piscina. Mi hermano es así, encuentra de todo por todas partes.
De manera que mi medio-hermano y yo teníamos la casa prácticamente para nosotros solos, aunque no podíamos “cantearnos” demasiado, claro está.
--Silver, estoy demasiado caliente para estudiar ahora…
--Ya lo noto, princesa--respondió sonriendo con voz queda.
--Pero…--vacilé--mi madre está en el salón…muy cerca…
Silver ya había deslizado su cuerpo junto al mío debajo de las sábanas
--No te preocupes, ronca como un ejército de camioneros--respondió con la voz quebrada--Aunque si quieres, me voy…
En respuesta a aquella pregunta me tumbé de lado colocando mi palpitante trasero sobre su estómago. Estiré un brazo hacia atrás y le atraje hacia mí, para notar la rudeza de sus vaqueros contra mi indefensa piel.
--No, no te vayas…—le rogué.
--Vale…--suspiró él mientras hundía su nariz en mi cuello.
Estuvimos así adheridos unos segundos, escuchando los ruidos de la casa. El sonido amortiguado del televisor que nos llegaba desde el salón, los coches en la calle, incluso la tarima que crujía levemente como si se recolocara tras los pasos que había tenido que soportar durante todo el día.
--¿Cómo estás?--me preguntó en voz muy baja.
--Caliente…--respondí sin querer girarme hacia él.
--Sí, yo también--murmuró.--¿Todavía te duele el culo?
--No, ya casi no--respondí--tan solo un vago recuerdo…
--¿Querrías que te doliera un poquito más, para tener un recuerdo más intenso?—me preguntó. Escuché claramente cómo sonreía.
--Sí,…has dado en el clavo.
Reconocer aquello hizo que me ardiera el trasero y que mi coño se deshiciera, también ardiente.
Él recorrió mi espalda con las puntas de sus dedos.
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--Malena, quisiera explicarte algunas cosas--me dijo con afecto, pero con tensión en su voz--Yo…no quiero que esto se descontrole…quiero decir, aún no ha pasado nada pero, como te dije ayer, yo estoy loco y tú me vuelves aún más loco…
Le escuché en silencio.
--Tú me dijiste que querías hablar…--continuó susurrando en mi cuello--podemos hablar ahora. Hay una serie de cosas que creo que deberías saber…antes de que continuemos con esto.
--¿Cosas? ¿Qué cosas?
--Normas--replicó--si quieres llamarlas así. Creo que lo mejor es que hablemos sobre esto ahora, que te cuente lo que hay, y luego tú decidas si quieres seguir conmigo de esta forma. Si decides no hacerlo, lo entenderé perfectamente y te prometo que, en lo que a mí me corresponde, actuaré como si nada hubiera ocurrido…
--Bueno--le dije, girándome para mirarle--cuéntame entonces lo que tengas que decir…
Él comenzó a acariciar la parte interna de mis muslos, ya mojada por los fluidos de mi coño desesperadamente abierto.
--Ya te habrás dado cuenta de lo que me gusta, pero no soportaría obligarte a nada ni hacerte daño, así que necesito tu respuesta sincera…--dijo dibujando el contorno de mis muslos con suavidad--Te quiero mucho, y lo sabes. Pero necesito que todo ese amor me sirva para dominarte, para tenerte sólo para mí, para hacer contigo lo que se me antoje. No quiero anularte, quiero que seas tú quien decidas entregarte a mí. Pero, si decides hacerlo, quiero que seas consciente de todo lo que implica una entrega plena…
Asentí sin saber demasiado bien a qué se refería.
--¿Puedes explicarte un poco más, por favor?--le pedí.
--Sí--afirmó--es muy sencillo. Harás y aceptarás todo lo que yo te diga. Todo, salvo lo que supere tus límites. Yo no tengo límite, así que será mejor que pienses qué límites tienes tú y me los digas, para que las cosas queden claras…Porque tú sí que tienes límites, ¿verdad?
--Sí--reflexioné sobre la proposición que me ofrecía--Sí, supongo que sí.
--Lo imaginaba. Pues me gustaría que me los dijeras, para ver si me compensa luchar por no traspasarlos, o por el contrario dejar correr este asunto…no me gusta hacer daño, y menos a ti, ya te lo dije.
Acaricié su tembloroso muslo por debajo del pantalón y apreté mi coño desnudo a horcajadas sobre él.
--Me gustó todo lo que pasó ayer…--le dije.
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--¿Sí?--sonrió, al tiempo que hacía fuerza con los músculos de su pierna contra mí-¿incluso que te azotara?
--Sí--murmuré con la voz rota por la excitación--Eso me gustó mucho…
--El dolor controlado da placer, ¿verdad? Depende de quién te lo haga, claro…
Arqueé la espalda para sentir su rodilla clavándose en mi coño.
--Sí…
--Quiero que sepas que si seguimos juntos de esta manera, voy a seguir haciéndolo-murmuró Silver--cada vez un poco más, hasta el límite que puedas soportar. Quiero tu cuerpo a mi entera disposición, y me refiero a todo tu cuerpo. Me dijiste que eres virgen, ¿verdad?
Asentí y le llevé los dedos hasta mi húmeda vagina, como si con tocarme él pudiera comprobarlo. Sentí su rabo endurecido contra mí.
--Pues quiero tu coño--jadeó--y tu boca, y tu culo, solo para mí. ¿Te han enculado alguna vez?--preguntó.
--No…la primera persona que me ha tocado ahí has sido tú…
Me moría literalmente entre sus brazos.
--¿Te da miedo que te folle el culo?
Sentí que se llevaba a la boca el dedo corazón de su mano derecha y, después de insalivarlo lo metía de golpe mi ano. Una vez lo hubo introducido, comenzó a moverlo en círculos lentos, entrando y saliendo. Me mordió en el cuello.
--Un poco--respondí entre jadeos, moviendo levemente mi trasero en torno a sus caricias.
--¿Crees que te dolería?
--No lo sé…
Él continuaba moviendo su dedo dentro de mí, suavemente pero cada vez más rotundo y profundo.
--Cuando te lo hacen bien--dijo--duele un poquito al principio, pero después da mucho gusto. Me muero de ganas de darte por el culo y que lo disfrutes--gruñó, apretando su cuerpo contra el mío.
Yo gemí y mi cuerpo le respondió. Guie de nuevo su mano hasta mi hambriento y endurecido clítoris. Silver comenzó a trazar pequeños círculos con firmeza sobre él.
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--Joder, qué cachondo me estás poniendo--comentó entre dientes.
Moví mis caderas deseosa de correrme con sus caricias, contra su dedo.
--¿Aceptarías que te arrebatara la virginidad de tu coño y de tu culo, princesa?— preguntó, jadeando, sin dejar de acariciarme rápido y firme con sus dedos.
--Ay, Silver, no sé si me corro o me meo de gusto--susurré moviéndome frenéticamente, haciendo un esfuerzo por no elevar la voz.
Acto seguido comencé a sentir crecientes espasmos y me corrí en un largo orgasmo, golpeando con mi culo al aire su polla dura que se recortaba bajo la tela de sus pantalones, ya mojados gracias a mi excitación.
--Córrete, mi princesa--me animó con voz ronca, clavándome su erección en el coño y en el culo, con cada bote que yo daba.--así, muy bien…
Recuerdo que durante ese tremendo orgasmo y poco después, embotada por la liberación de serotonina, le pedí a gritos ahogados que me tomara por el culo, por el coño, por donde quisiera; que me comiera, que me tocara…
--Oh, mi niña, ya lo creo que sí--murmuró frotándose contra mí--pero todo a su tiempo. Todo a su tiempo…y créeme que me cuesta negártelo ahora…
Gemí y me retorcí bruscamente contra él, separando mis nalgas con las manos, ofreciéndole mi culo y mi coño en ebullición, clamando en silencio por el “ahora”.
--Me muero de ganas…
--Eso está muy bien--resolló Silver, hundiéndose aún más dentro de mí con los pantalones puestos--yo también, preciosa. Pero déjame hacerlo bien. Dentro de poco podremos hacerlo bien, confía en mí. Solos los dos, sin que nadie nos oiga…pero deja de moverte así, ¿vale? Estoy a punto de correrme en los pantalones…
Lejos de hacerle caso, me restregué aún más contra él.
Viendo mi actitud, me obligó a dar bruscamente la vuelta en la cama, haciéndome quedar boca arriba, con las piernas separadas. Sin previo aviso me dio un cachete en la mejilla sin demasiada fuerza, pero que me sorprendió.
--Quieta--me dijo con voz ronca--no quiero correrme de esa forma…
Me dio otro cachete, terminando de cruzarme la cara, y me besó con furia.
--Sé buena, Malena, por tu propio bien…
Levantó mi camiseta y comenzó a pellizcarme los pezones duros como piedras, retorciéndolos entre sus dedos, haciéndome gemir de dolor y de placer. Poco después se
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lanzó a lamerlos; sentía su lengua de fuego y sus dientes mordiéndome sin contemplaciones aquí y allá.
Se arrodilló entre mis piernas y volvió a acariciarme la vulva con frenesí, la mano ya empapada frotándose con decisión entre mis irritados labios menores, hasta hacerme casi gritar de nuevo en un segundo orgasmo.
--Cómo me gusta verte disfrutar, mi niña mala--me sonrió, jadeando con la boca abierta, su pecho subiendo y bajando a causa de la excitación y el movimiento--cómo me gusta cuando te corres…
Se separó un poco de mí y se desabrochó el pantalón.
--Oh, pequeña, si realmente estuviéramos solos…--murmuró--no sabes la de cosas que te haría.
Me retorcí sobre el colchón clavando los talones en sus rodillas flexionadas. Estaba deseando que se sacara la polla, pero se mantuvo frente a mí con los pantalones desabrochados, sin realizar ningún amago de hacerlo.
--Ya te haré pagar todo lo cachondo que me has puesto esta noche, te lo aseguro…--dijo con una media sonrisa.
Quise bajarle los pantalones, pero me apartó con un suave empujón.
--No. No hasta que me des una respuesta sobre lo que hemos hablado…--jadeó--La respuesta en caliente no me vale, quiero que te lo pienses bien. Ahora haré un esfuerzo por no follarte…quiero que primero aceptes todas mis condiciones. No pongas esa cara, nena, es más importante de lo que crees…
Dejé de retorcerme y le miré, de rodillas en la cama frente a mí, justo entre mis piernas, su tremenda erección que latía aprisionada debajo de su ropa.
--Te llevaré a un sitio donde puedas estar a gusto--murmuró acariciándome el vientre-donde podamos gozar sin miedo a que nos vean, donde puedas gritar. Te haré mía follándote donde nadie lo ha hecho…y entonces, comenzaremos nuestro juego. Eso si tú finalmente aceptas, con todas las consecuencias, entregarte como hemos hablado. Si es así, házmelo saber. A mí me encantaría que así fuera, pero no puedo decidir por los dos. Sólo te pido que confíes en mí.
Dicho esto, observé con estupor cómo se erguía y volvía a sentarse a mi lado, cubriéndome de cintura para abajo con la sábana húmeda.
--Ahora me voy a marchar, para que te lo pienses.--me dijo--Espero que no te enfades demasiado conmigo por irme así. Si tú quieres volveremos a estar juntos muy pronto. Tan pronto como me digas la palabra mágica.
Asentí, con deseos de mandarle a la mierda por dejarme de aquella manera, aunque me hubiera llevado para el cuerpo dos buenas corridas.
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Me había quedado con ganas de mucho más.
--Lo de la palabra mágica va en serio--continuó con calma.--No se trata de un sí o un no. Piensa bien en tus límites, tómate el tiempo que quieras, y busca una palabra para ellos. Si me dices tu palabra mágica sabré que me aceptas, y sabré cuando parar si sobrepaso algún límite. Pero por otra parte piensa también que no quiero tonterías… quiero que estés dispuesta a casi todo…así que piénsalo bien, Malena. Yo no tengo límite.
Dijo esto último y acto seguido la expresión de sus ojos cambió, y retiró de pronto con rapidez la sábana volviendo a dejar mi desnudez al descubierto.
--Ay, Malenita, me da pena dejarte así…
Gemí al notar de nuevo la caricia de sus dedos sobre mi enrojecido coño, cuyos pétalos sentía latir y temblar de deseo de un modo nunca antes conocido por mí. Moví el culo hacia arriba y hacia abajo para sentir mejor cómo me tocaba, ya que lo hacía de una forma muy leve, apenas rozándome.
--No me hagas sufrir más, por favor…--me escuché a mí misma suplicar con voz ahogada.
Silver se detuvo, apartó su mano de mi entrepierna y me observó con tremenda dulzura. Se mordió el labio inferior y apartó de su frente un molesto mechón de pelo negro que le había caído por delante de los ojos.
--Vale--murmuró.--Admito que soy demasiado fácil de convencer. Voy a echar el cerrojo, por si acaso. No te muevas.
Acto seguido se levantó, giró el picaporte de la puerta para que no pudiera ser abierta desde el exterior, y volvió a la cama.
Antes de volver a sentarse en ella, se quitó los pantalones y los calzoncillos, dejando al descubierto su polla dura que comenzó a acariciar de arriba abajo, como si quisiera reafirmar su excitación.
--¿Tomas algún anticonceptivo?--jadeó mientras se sentaba a mi lado.
--Sí--respondí con inmediatez--tomo la píldora desde el año pasado. Por regulación hormonal--me apresuré a añadir, no fuera a pensar que le había mentido al asegurarle antes que nunca me había acostado con nadie.
--Vale--respondió.
Sin previo aviso me cogió de los tobillos firmemente.
--Levanta las piernas--me ordenó.--Así no, más. Un poco más. Dobla las rodillas como si quisieras tocar con tus pies tu cabeza.
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Yo me coloqué en aquella posición. No me resultaba incómoda porque tengo bastante flexibilidad, y me excitaba pensar que con ella le estaba ofreciendo tanto mi coño como mi culo.
Se colocó frente a mí.
--Ahora te voy a sujetar por aquí--me dijo pasando su mano izquierda bajo mi trasero, apoyando el codo sobre el colchón--para que no te canses…levanta el culo un poco más…así. Muy bien. Bien.
De pronto se inclinó hacia mí, y pude sentir la caricia tenue de su pelo sobre mis muslos.
--Muy bien…--repitió, y con la mano derecha separó firmemente los labios de mi coño. A continuación sentí la humedad de su lengua repasando toda mi raja con lentos movimientos de vaivén.
Gemí y me agité contra su boca, moviendo el culo en lo que era posible debido a mi posición. Su lengua se introducía poco a poco dentro de mi coño, mojada, dura y caliente. Sentí un leve mordisco que alarmó mis labios menores y cómo se apartaba de mí, soltándome de pronto una sonora palmada en mi turgente vulva. El azote fue inesperado y fuerte, y no pude evitar intentar retroceder y emitir un leve quejido.
--Está bien, tranquila…--me dijo
Volvió a azotarme el coño, y después mi culo que aunque no lo había tocado aún ya estaba caliente.
Durante los minutos siguientes me propinó unos cuantos azotes alternativamente en el coño y el culo, ambos expuestos estremeciéndose de placer.
Al sentir su mano azotándome fuerte, húmeda ya de los líquidos de mi coño, dejándome marcada sin ninguna piedad, comencé a estar cachonda de verdad. Resoplaba y gemía ahogadamente con cada azote, deseando correrme con esos palmetazos en el coño, deseando que nunca parara. Inmediatamente comenzó a escucharse un leve sonido, semejante a un chapoteo, cada vez que él castigaba con su mano abierta mi coño empapado.
--¿Te gusta?--me preguntó, haciéndose oír aún en voz baja sobre mis crecientes gemidos, deteniendo su mano por un momento.
--Sí…--respondí revolcando mi culo sobre las sábanas, las piernas apuntando al techo.
Entonces hundió la cabeza de nuevo entre mis piernas y comenzó a trabajarse de nuevo mi coño con la lengua, aunque esta vez no se detuvo ahí y descendió por mi periné, levantándome un poco más el trasero y abriéndome el culo, para alcanzar a lamerme entre las nalgas.
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Comencé a tocarme yo misma el clítoris notando con sorpresa ese nuevo placer que se me estaba despertando dentro del culo. Silver parecía disfrutar cada vez más, abriendo mi trasero como si fuera un melón, separando mis nalgas, horadándome con su lengua.
Cuando me corrí con un gemido salvaje, se irguió sobre mis piernas y comenzó a pajearse frenéticamente sobre mi culo, acercando a mi vagina la punta de su polla. Pude sentirle cómo se retorcía a las puertas de mi sexo, haciendo un esfuerzo supremo por no penetrarme, golpeando suavemente con su esponjoso glande la abertura entre mis piernas.
Poco después se corrió sobre mi piel, inundando de semen la enrojecida e irritada piel de mi culo y perineo, dejando escapar un rugido semejante al de una bestia en celo, moviendo brutalmente su mano izquierda cuyo dedo índice tenía metido en mi culo lubricado de jugos.
Sentí sobre mí sus espasmos, los movimientos firmes de su culo apretado, los chorros densos de su leche caliente salpicándome y abrasando mi piel.
Cuando al final los espasmos cesaron y quedó tranquilo, se retiró del colchón y me ayudó con delicadeza a bajar por fin las piernas, que ya habían comenzado a acalambrarse de estar elevadas tanto tiempo.
Me miró y me sonrió.
--Bueno, ¿qué tal estás? ¿Tienes ganas de más?--preguntó, acariciándome la mejilla con dulzura.
Yo hice un esfuerzo por respirar más despacio, aún no me había recuperado del todo.
--No…--negué con la cabeza--está bien así…
--Bueno--murmuró--entonces creo que lo mejor es que te deje dormir, para que mañana puedas pensar más despejada en lo que hemos hablado…
Asentí observando cómo se ponía de nuevo los pantalones, y se los subía sobre sus fibrosas piernas hasta abrochárselos. Reparé en que no se había puesto los calzoncillos, que recogió del suelo.
--Deja que te limpie un poco--dijo mientras me pasaba sus calzoncillos por mi entrepierna y mi culo impregnados de semen--te he manchado un montón…haces que me corra como un animal.
Sonrió mientras yo cerraba los ojos sintiendo el suave roce de la tela que recorría con cuidado cada rincón secreto.
--Mucho mejor así--dijo haciendo un buruño con la prenda y guardándola en el bolsillo de sus vaqueros.--Ahora descansa, preciosa.
Se levantó de la cama y me besó fugazmente los labios.
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--Duerme y mañana hablaremos.
Cerré los ojos y sentí como abandonaba con sigilo la habitación.
3-"Lobo"
Memorias de Malena, publicadas en internet de forma anónima, 3 de enero de 1012
omenzaré como siempre dándote las gracias de nuevo por tu atención, y por haber llegado hasta aquí siguiendo el curso de esta historia de locos. Tiene más mérito por tu parte leerla que para mí contarla, porque sincerarse con un extraño es algo fácil, aunque en cierta manera me sorprende estar ahora mismo contándote todo esto. Pero tenía que explotar de algún modo y ha sido así, contigo. Así que gracias de nuevo. C
Sin más dilación paso a relatarte lo que sucedió después de la “noche de autos” en la que Silver me había desvelado sin tapujos sus intenciones para conmigo. Quería poseerme y hacerme suya por completo, a todos los niveles, y así me lo había hecho saber, de forma clara y sin eufemismos.
Desde el momento en que me lo propuso no dudé en que le diría que sí a todo.
Al principio me pareció una decisión fácil, porque en el contexto en el cual me había hecho su proposición yo estaba muy caliente.
Pero luego no fue tan sencillo. Después de diluirse la excitación inicial al día siguiente, analizando la situación desde un plano más real, tuve que luchar un poco contra mí misma.
Batalla que mi raciocinio tenía perdida de antemano, y yo lo sabía, porque en aquel momento entregarme a Silver era lo que más deseaba en el mundo. Lo deseaba casi por puro instinto, aunque me diera un poco de miedo, más aun sabiendo--como sabía--que él era capaz de todo. “No tengo límite” me había dicho. Y no parecía mentir.
Decidí que le diría que sí porque, simplemente, no podía ser de otra manera.
Comprendan, por favor. Yo le necesitaba.
De modo que apenas dos días después de nuestra conversación, me acerqué a Silver en la cocina en un momento cualquiera, mientras él fregaba los platos después de comer y le susurré al oído:
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--”Lobo”.
--¿”Lobo”?--preguntó girándose hacia mí, sin comprender.
--Sí, “Lobo”--reafirmé. Traté de sonreír, aunque me aterraba lo que pudiera pensar de mí en ese momento, pues me sentía de pronto inmensamente ridícula.--Es mi palabra clave. “Lobo”.
Silver sonrió enarcando las cejas con sorpresa. Cerró el grifo y se secó las manos con un trapo, muy despacio. Se quedó mirándome allí, con el trapo blanco y rojo entre las manos y los platos a medio fregar, iluminado su rostro por una amplia sonrisa. No sólo sonreía con la boca; sus enormes ojos negros también lo hacían, brillantes de felicidad.
--¿Estás segura, Malena?--me preguntó, como si no me creyera.
--Sí--confirmé, algo nerviosa.
--Repítelo, por favor, quiero oírlo otra vez--musitó sin moverse del sitio.
--Estoy segura--le dije, elevando un poco el tono de voz--y mi palabra límite es “Lobo”.
Justo en ese momento entró mi hermano en la cocina, atropelladamente como era su costumbre.
--¿Palabra límite? ¿Lobo?--dijo divertido mientras abría la nevera--¿jugáis al veo-veo o qué?
Silver se rio.
--Sí, más o menos. Y tu hermana acaba de ganarme la partida en el momento más inesperado.
Miré a mi hermano y sonreí con cara de circunstancias, encogiéndome de hombros.
--Vaya, qué interesante--comentó él, guardando una lata de refresco en su mochila.--me quedaría a jugar con vosotros, pero tengo que irme a trabajar ¿sabéis?--suspiró--no como otros…
Miró a Silver con una mezcla de consternación y resentimiento, y salió de la cocina a grandes zancadas.
--”Lobo”--murmuró Silver cuando mi hermano hubo abandonado la habitación--¿y por qué precisamente esa palabra?
Bajé la mirada, pues lo cierto es que sí que existía una razón.
--Porque es el animal que veo algunas veces dentro de ti--expliqué mirando al suelo, las mejillas ardiéndome--y me da un poco de miedo ser atacada por él.
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Silver dio un pequeño paso hacia a mí.
--Bueno…--reflexionó, con cara de no haber roto nunca un plato-- pero ese lobo no te ha hecho nada malo…al menos hasta ahora…
Me rozó el antebrazo, con las puntas de sus dedos aún humedecidos y suaves de jabón.
--No--respondí sin querer mirarle--de momento no, pero, si alguna vez temo que lo haga…podría decir esa palabra para estar a salvo, ¿verdad?…
--Podrías, por supuesto.--sonrió, y me estrechó en un leve abrazo--pero no me tengas miedo, por favor, no voy a atacarte nunca. Ya te expliqué cómo funciona esto, y como funciono yo…lo que siento, quiero decir. No quiero hacerte daño.
--¿De verdad que no?--Pregunté levantando los ojos hacia él con gesto anhelante.
--No, claro que no. De verdad que no. Nunca.
Miró a su alrededor para asegurarse de que no había nadie cerca y me sujetó la barbilla para atraer mi cara hacia la suya. Presionó con suavidad sus labios sobre los míos forzándome a entreabrirlos y acarició dulcemente mi lengua con la punta de la suya, para después ir penetrando poco a poco cada rincón de mi boca. Percibí como aumentaba su deseo mientras me besaba, hasta que se separó bruscamente de mí y clavó sus ojos oscuros en los míos.
--Jamás querría tu sufrimiento--susurró jadeando levemente--sólo deseo tu placer. No quiero que me temas. Quiero que te rindas a mí por el placer, nada más.
Asentí, comprendiendo.
--Tu sufrimiento es mi sufrimiento--continuó, en voz aún más baja--Tu placer, es mi placer.
Ojalá no hubiera habido nadie en casa; deseé con todas mis fuerzas arrastrarle hasta mi cama y pedirle a gritos, una vez allí, que me hiciera todas las cosas que se le ocurrieran. Su beso tan dulce me había puesto terriblemente cachonda, y aquellas palabras…--“Nunca te fíes de las palabras, las carga el diablo…“-- ¡qué más daba!… aquellas palabras…
--¿Sabes?--dijo con una sonrisa--se me está ocurriendo una cosa, a ver qué te parece.
Sonreí tímidamente a mi vez, tratando de relajarme.
--Se me ha ocurrido que esta noche podríamos salir--continuó--e ir a cenar a un sitio que conozco…después de todo tenemos algo que celebrar, ¿no?…Yo te invito, claro. ¿Qué me dices? ¿Te apetece?
--Sí, claro--contesté; no necesité pensármelo dos veces.
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--Muy bien. Durante la cena te contaré cositas interesantes, y, si quieres, después de cenar podríamos ir a otro sitio…
--¿A cuál?--pregunté.
--Ya lo verás, es una sorpresa. Esta noche te daré más detalles mientras cenamos, te lo prometo. Como me has dicho tu palabra mágica, doy por hecho que te gustará…
Sonreí con cierta timidez. Me resultaba raro hablar de eso en la misma cocina de mi casa, donde segundos antes había estado bromeando mi hermano, ajeno completamente a lo que se estaba fraguando entre Silver y yo. Ajeno a aquella incipiente alianza de entrega y de poder.
--Vale.--asentí.--Salgamos esta noche.
Decidimos que no diríamos en casa que saldríamos juntos. Cada uno saldría a una hora y nos encontraríamos en un lugar común, “cerca pero lejos”, donde nadie que nos conociera pudiera vernos de la mano, a menos que se diera una casualidad.
No dijimos nada por no dar ni la mínima pista de que éramos más que “amigosfamiliares”, por el “piensa mal y acertarás”; siempre el pensamiento negativo acude más rápido que la inocencia a la mente de casi todos, y lo nuestro era un secreto que queríamos mantener.
No sé la excusa que puso Silver; yo le dije a mis padres que iría a acompañar a mi amiga Marta que estaba sola en casa, y, por si acaso-- no sabía cómo iba a acabar la noche, pero conociendo a Silver podía esperarme cualquier cosa--que tal vez me quedaría a dormir con ella. Por suerte mis padres siempre han sido permisivos en ese aspecto…aunque más que permisivos debería decir que eran buenas personas, porque independientemente de todas mis trastadas y jaleos, seguían confiando en mí.
De manera que aquella noche empecé a arreglarme con tiempo para no llegar tarde a mi clandestina cita.
No me gusta demasiado llamar la atención, y no suelo maquillarme mucho, pero esa noche quería estar guapa, quería “resultar”. Después de la ducha hidraté con paciencia cada recoveco de mi piel, para que estuviera aún más suave. No sabía lo que iba a pasar, así que por si acaso me puse un bonito conjunto de ropa interior (sujetador color salmón con encaje negro, que elevaba mis pechos de manera considerable, y mini-braguita a juego, tipo tanga) muy sugerente. No quise que se me escapara ningún detalle. Elegí del armario un vestidito negro de tela fina, de estilo casual, que se ataba con un entramado de nudos detrás de la espalda, y lo complementé con unos sencillos zapatos también negros, que tenían el tacón justo para embellecer mis piernas sin hacerme parecer un “transformer”. Por último me perfumé con sólo unas gotas de mi esencia preferida, y adorné mi escote con un pequeño colgante de cristal transparente en forma de lágrima.
--Muy guapa vas tú para ir a casa de Marta--me espetó mi madre con desconfianza cuando, desesperada ya por contener mis nervios al filo de la hora, me lanzaba hacia la puerta de la calle sin apenas despedirme.--no hagas nada que yo no hiciera, hija…
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Sin darle tiempo a decir más, cerré la puerta tras de mí y bajé a todo correr las escaleras. Cuando salí del portal aflojé el ritmo, pues iba bien de tiempo y no quería acalorarme con prisas, ya que bastante subida estaba ya la temperatura en la calle y dentro de mi propio cuerpo.
Llegué pronto al lugar pactado para el encuentro--unas cuantas calles más abajo, junto a una pequeña fuente de piedra llena de verdín--y me aposté contra la fresca pared escuchando el rumor del agua, intentando parecer tranquila.
Había acudido con una puntualidad inaudita en mí, y miraba el reloj cada dos por tres. El tiempo pasaba lento, y transcurridos diez minutos larguísimos comencé a considerar la posibilidad de que quizá él me diera plantón. Justo en eso estaba yo pensando, un poco desinflado mi ánimo, cuando escuché dentro de mi bolso la horrible musiquita de mi móvil—entonces tenía un zapatófono prehistórico del tamaño de un ladrillo-acompañada de su tenue vibración. Saqué el artefacto con manos temblorosas y contesté sin ni siquiera mirar el número que aparecía en la pantalla iluminada en verde.
--¿Sí?
--Hola, guapísima--escuché la voz apacible de Silver al otro lado.--qué bien te sienta ese vestido negro.
--¿Dónde estás?--pregunté, girándome y buscando en vano por entre las sombras de la calle.
--Muy cerquita…--contestó. Pude escuchar cómo se sonreía contra el auricular.
--¿Me ves?
--Sí--afirmó--te veo. Y estoy impresionado con el modelito que llevas… yo no me he puesto tan guapo, espero que no te importe.
Sonreí a mi vez, un poco nerviosa.
--Pero ¿dónde estás? No puedo verte…
Escuchaba al otro lado los sonidos apagados de la calle, solapándose detrás de su voz.
--Estoy aquí, preciosa. Justo encima de ti.
Alce los ojos y solo entonces pude verlo, inclinado con una sonrisa sobre el pasamanos de una pequeña escalera de piedra que bordeaba la fuente junto a la que yo me encontraba, columpiándose levemente a delante y atrás, su silueta recortada contra la incipiente penumbra del anochecer. Como un ángel nocturno completamente vestido de negro, saltó ágilmente la barandilla y aterrizó junto a mí de un brinco. Sentí como mi cuerpo era recorrido por sus ojos una y otra vez, mientras me observaba con una gran sonrisa.
--Hola--saludó escuetamente.
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--Hola…
Se apartó unos pasos de mí, como para mirarme mejor.
--Estás impresionante--sentenció. Le faltaba relamerse.
--Tú también estás guapo…
Era verdad, aunque más que “estar”, lo era. No había renunciado a sus habituales combinaciones de ropa: pantalones desgastadísimos, esta vez de color gris piedra--sin cinturón, por supuesto-- y camiseta normal y corriente, aunque la de hoy tenía un diseño más trabajado consistente en una pequeña calavera nacarada en el lateral superior izquierdo, dibujada sobre la fina tela negra. También llevaba sus pulseras habituales en el antebrazo, igualmente negras--me parece estar viéndolas ahora mismo, mientras les escribo a ustedes--alguna que otra con discretos adornos plateados, y cómo no, sus eternos piercing en el lóbulo de la oreja derecha, en el labio inferior y junto a su ceja izquierda. La verdad, estaba para comérselo allí mismo, con su amplia sonrisa y sus ojos chispeantes, el pelo negro cayéndole por detrás de los hombros agitado por el aire de la noche.
Sonrió de nuevo y se acercó a mí.
--¿Me dejas darte un beso?--murmuró sobre la piel de mi cara.
--¿Sólo uno?
Torció sus labios en un gesto animal mientras se inclinaba sobre mí para decirme en voz baja:
--Hombre, si por mi fuera te comería a mordiscos aquí mismo…pero eso no estaría bien, ¿verdad?
--No sé--reí, y me empiné de puntillas para llegar a su boca.
Una vez más sentí su lengua abriéndose paso dentro de mí con voracidad, deleitándose en cada ángulo como si probara las delicias de una húmeda y suculenta cueva. Cuando se separó de mí, yo temblaba como una hoja.
--Bueno, mi princesita--dijo girando mi muñeca para mirar mi reloj--vamos yendo al restaurante, no sea que se nos pase la reserva…
--¿Has reservado?--pregunté, no sin extrañeza. No me imaginaba a Silver haciendo tal cosa, menos aún con los bares de mi barrio y aledaños, que no eran precisamente el Ritz.
--Claro que sí--respondió.--No creerás que voy a llevarte al burguer…
Con sorpresa comprobé que sacaba del bolsillo las llaves de su coche, que vislumbré aparcado unos metros más allá.
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--¿Vamos a ir en coche?--pregunté, con los ojos como platos.
--Pues sí--dijo--…en esa cosa de ahí que tiene ruedas… ¿qué pasa? te has quedado como si nunca hubieras visto uno…
--No, nada--me apresuré a responder--sólo que…había dado por hecho que iríamos andando…
Silver sonrió, abriendo la puerta del acompañante para que yo pasara.
--¿No te dará miedo subir en el coche conmigo, verdad?--preguntó entornando los ojos.
--No, no…--sonreí algo nerviosa, y me senté como pude en el asiento tapizado colocándome lo más cómoda posible.
--Vale--dijo, y cerró la puerta para rodear el coche y sentarse al volante con decisión.
Condujo en silencio por las calles oscuras y salimos del barrio; yo miraba por la ventanilla, contemplando como el coche se bebía los kilómetros bajo la luz de la luna, preguntándome a dónde me llevaría. Parecía que nos alejábamos del centro, porque cada vez yo veía menos luces y menos coches, y no es que eso me acojonara pero sí comencé a inquietarme porque no tenía ni la menor idea de dónde estábamos. El paisaje urbano fue sustituido gradualmente por terrones de tierra oscura y árboles temblorosos a ambos lados de la carretera.
--¿Dónde vamos?--pregunté en un susurro.
--Tranquila, princesa, ya falta poco.
Silver colocó distraídamente su mano derecha sobre mi rodilla y comenzó a ascender por mi muslo con sus nervudos dedos, hasta llegar al encaje de mis braguitas donde se detuvo jugueteando con la tela serenamente. Sus tenues caricias encendieron de nuevo el fuego en mi interior y separé las piernas, dándole a entender que deseaba que accediera al centro de mi placer. Él retiró su mano entonces, para hacer un cambio de marcha en una curva, y me dijo mirando fijamente a la carretera:
--Quítate las bragas, Malena. Así podré acariciarte mejor.
Obediente, levanté mi trasero del asiento y deslice las bragas hasta mis rodillas.
--Qué bonitas son--dijo él tras echarles un leve vistazo--anda, quítatelas del todo y dámelas.
Hice lo que me pedía sin replicarle, y puse mi tanga en la mano abierta que me tendía.
Cogió las bragas y se las llevó a la nariz.
--Joder…--murmuró después de haber hocicado en ellas durante unos segundos, y se las guardó en el bolsillo con la mano que le quedaba libre.
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Me acarició la pierna en silencio unos instantes, sus dedos trémulos apretando mi muslo con deseo.
--Súbete la falda--dijo con aspereza--quiero verte bien. Vamos--apremió, al ver que yo vacilaba unos instantes.
Me subí despacio la falda del vestido.
--No, así no--me corrigió con voz dura, excitado--quiero que te la subas por completo, que te quedes con el culo al aire sobre el asiento, quiero ver cómo lo manchas…
Seducida por el cambio de su voz, que ya no era amable, hice lo que me ordenaba. Pude sentir la gastada tapicería del asiento bajo la piel, y acto seguido comencé a mojarme.
--¿Así?--pregunté con voz queda.
Silver se giró y me contempló fugazmente para volver, segundos después, a fijar la mirada al frente.
--Sí, así, muy bien…--sonrió, y dirigió de nuevo sus dedos hacia mi entrepierna, con determinación.
No pude reprimir un gemido cuando sentí que introducía la punta de su dedo medio entre mis labios vaginales, y comenzaba a moverlo trazando suaves círculos. Me arrellané en el asiento y cerré los ojos, disfrutando de cada minuto de caricia, pensando que si Silver seguía así me iba hacer encharcar la tapicería.
--¿Disfrutas, nena?--preguntó.
--Sí, mucho--respondí con un leve quejido mientras su dedo buceaba dentro de mí y me penetraba con energía. Pensé que iba a marearme.
--Qué gusto me da sentirte así de mojada…--masculló, metiendo y sacando su dedo enhiesto, presionando mi abultado clítoris con cada vaivén.--Dios, te follaría ahora mismo…
Esa afirmación me hizo retorcerme de placer, separando las rodillas lo máximo que el habitáculo del coche me permitía, arqueando la espalda para clavarme con furia en su dedo. Sintiendo quizá que mi orgasmo era inminente, Silver retiró la mano con rapidez.
--Tranquila, princesa--me dijo --ya tendremos tiempo de corrernos a gusto esta noche, no te preocupes.
Llegamos a una rotonda enorme y desierta coronada por dos tristes palmeras. Silver giró a la derecha y entramos en un pequeño municipio de la periferia cuyo nombre seguro que ustedes conocen, pero prefiero guardarme para mí. En mis oídos resonaba aún el tic-tac del intermitente, cuando me dijo con sequedad:
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--Saca tus pechos fuera de las copas del sujetador, y fuera del escote del vestido. Es amplio, podrás hacerlo.
--Pero, Silver…--repliqué con un hilo de voz--Por aquí puede verme alguien…
Estábamos ya transitando por callejuelas más iluminadas donde se veían pequeños establecimientos, y personas--no demasiadas pero las suficientes para hacerme sentir vergüenza--caminando de aquí para allá por las aceras.
Redujo la velocidad para evitar un bache y me miró fijamente, despegando los ojos de la calzada durante varios segundos por primera vez en el viaje.
--Malena, ¿es que acaso te he preguntado si querías hacerlo?--inquirió a media voz, clavando sus ojos en los míos--¿es que acaso he dicho: “Malena, ¿tienes a bien sacarte las tetas?”? No cariño, no era una pregunta. Y ahora hazlo, y sin tonterías.
Ante aquella rotunda orden, no tuve más remedio que asir mis voluminosos pechos y colocarlos fuera del sujetador, por encima del vestido. Muerta de vergüenza, coloqué mi mano sobre ellos cuando pasamos al lado de un anciano que paseaba un foxterrier.
--No te tapes, haz el favor--dijo él, aún severo pero mucho más amable--no me importa que esta gente vea lo guapa que eres…
Despacio le obedecí, con los ojos desorbitados por la vergüenza.
Silver no me tocó. Bajó las ventanillas y dejó que mis pezones se erizaran, indefensos, contra el aire fresco de la noche, a la vista de cualquiera.
Gracias a dios poco después paramos en un aparcamiento poco iluminado, donde él estacionó el coche con habilidad al lado de un voluminoso todoterreno. Echó el freno de mano que protesto con un chirrido seco, y se giró hacia mí, escrutándome con sus ojos negros, como si quisiera leerme el pensamiento.
--Qué linda estás, Malenita. Qué tetas más buenas tienes.
Me encogí un poco sobre mí misma, todavía avergonzada de mi parcial desnudez. Me armé de valor y le eché una mirada cargada de incertidumbre.
--El restaurante está aquí mismo--dijo Silver, señalando un punto indefinido en la calle de enfrente--pero antes de ir, quiero que pases al asiento de atrás. Vamos, no tengas miedo. No voy a violarte, aunque ganas no me faltan…--sonrió con vicio.
Se echó ligeramente hacia atrás para dejarme más espacio, y me ayudó a alcanzar la parte trasera del vehículo a través del exiguo hueco que había entre los dos asientos delanteros. Cuando me hube instalado, se deslizó detrás de mí, pasando por el hueco con envidiable destreza.
Se situó junto a mí y me beso con furia, apretando su fibroso cuerpo contra el mío, mordiéndome la boca y estrujando uno de mis pechos con mano firme.
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--Tranquila, mi niña--susurró en mi oído--no tengas miedo. Sólo haz lo que te digo, sin protestar.
Me ordenó que me colocara a cuatro patas sobre el asiento, con las piernas separadas y los codos apuntalados en la tapicería. Se situó detrás de mí, y recorrió con ávidos dedos mi coño desde atrás, penetrándome con ellos suavemente de cuando en cuando.
Sujetó con fuerza mis caderas y levantó súbitamente la falda de mi vestido.
--Perdona mi rudeza--gruñó, apretando su erección entre mis nalgas desnudas--sólo quiero ponerte un poco más cachonda, nada más.
Jadeando comenzó a moverse a empujones contra mí, clavándome la polla con los pantalones puestos. Mis tetas oscilaban y colgaban, a pesar de su turgencia, como las ubres de una vaca. Comencé a dejarme llevar por sus embestidas, y poco a poco fui perdiendo el sentido de la realidad, restregándome contra la tela de sus vaqueros.
--Cuando te corras quiero que chilles--murmuró con voz quebrada--no tengas cuidado, aquí nadie nos va a oír…
Casi acto seguido convulsioné en un terrible orgasmo, y me regocijé refregando mi culo contra la polla dura de Silver, gimiendo a voz en grito.
Me dejó correrme sobre su cuerpo quieto e inundarle de jugos, y cuando terminé continuó acariciándome con los dedos, frotándome sin piedad.
Empecé a gemir de nuevo y a moverme rápidamente, dispuesta para el segundo orgasmo que me sobrevenía a velocidad de vértigo, cuando sentí que se apartaba bruscamente de mí y me daba un fuerte azote en el culo.
--Ay…--protesté, frustrada, frotándome las escocidas nalgas.
--No pensarías que iba a dejar que te descargaras otra vez…--me dijo guiñándome un ojo con displicencia--y que perdieras esa excitación que tan loco me vuelve…
Sin decir más me recolocó la falda y salió del coche, indicándome con un gesto que le siguiera.
Fuera hacía fresco, y se respiraba un aire más limpio y ligero que el de la ciudad; un aire que traía otros olores, olores nuevos que me hicieron sentir diferente, como en otro mundo. Apreté las piernas para sentir la presión de mis muslos sobre mi coño chorreante, que protestaba iracundo ante el desaire sufrido, y traté de relajarme escuchando la canción del viento entre los árboles.
--Es bonito este sitio, ¿verdad?--murmuró Silver, mientras caminaba despacio a mi lado.--Lo conocí de casualidad, una tarde, callejeando…
--No sabía que “callejearas” tan lejos--le dije, llenándome los ojos del paisaje nocturno que se extendía ante nosotros.--Jesús, si se pueden oír hasta los grillos…
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Me rodeó los hombros con un brazo y me besó suavemente en la sien mientras nos aproximábamos a una callejuela cercana, alejándonos despacio de la oscuridad del aparcamiento, de camino al restaurante.
Recuerdo que me encantó el lugar al que me llevó, y también la cena. Se trataba de un pequeño local donde servían comida asiática, sobre todo comida india, muy acogedor y recogido. En el ambiente flotaba una música suave, y no me refiero a los estridores de esas guitarrillas que suelen rasguñar de fondo en los restaurantes chinos, por lo común. Todo estaba razonablemente limpio y ordenado, y, desde que entramos, nos envolvió un agradable olor a curry y a ropa blanca.
Silver me observaba sonriente mientras repasaba la carta, y contestaba solícito cuando yo le preguntaba el significado de algunos menús ininteligibles, en lo que él entendía, claro. Imaginé que ya había estado allí otras veces porque, ante mi indecisión, se atrevió a sugerirme un par de cosas.
Pero lo mejor del sitio era, decididamente, su recogimiento y discreción. La tenue iluminación daba pie a comerse con los ojos a tu acompañante, y a hablar a gusto sin estar agobiado por otra gente y sin sentirse uno observado. Un amable camarero colocó una velita blanca en el centro de nuestra mesa, cuya llama vacilante proyectaba largas sombras sobre la encalada pared.
--Qué bien está este sitio…--comenté, después de haber pedido la comida.
--¿Te gusta?--preguntó mi amigo con ilusión, acariciando el dorso de mi mano.
--Sí, me encanta--ratifiqué devolviéndole la sonrisa.
--Uf, me alegro…no sabía si iba a gustarte este tipo de comida…
A decir verdad, nunca antes había probado aquellos platos. Tenían sabores diversos, originales, algunos un poco picantes para mi gusto. Pedimos una botella de vino para anegar la inminente sequedad de boca.
--No deberías beber mucho si vas a conducir…--me atreví a sugerir en voz baja, cuando vi que Silver llenaba por segunda vez su copa.
Él sacudió la cabeza con un deje de consternación.
--Malenita, no confías en mí…
--No se trata de eso--me apresuré a contestar--es que si uno bebe, no debe coger el coche…
Me miró con los ojos bailoteando divertidos.
--Ay, Maleni, qué cándida eres. ¿Quién te ha dicho a ti que yo voy a conducir más esta noche?
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Me dejó pasmada.
--Hombre…--vacilé--en algún momento habrá que volver a casa…
Él soltó una sincera carcajada.
--Claro--asintió--claro que habrá que volver…pero no te preocupes, y deja que la vida te sorprenda…confía en mí, por favor.
Bajé la vista hacia mi plato, un poco azorada. No entendía dónde estaba la gracia de mi razonamiento. De lo que estaba segura, independientemente de mis sentimientos hacia Silver, era que no me subiría al coche con él si se “pasaba” con el vino, eso lo tenía claro.
--Pero no te preocupes, princesa--dijo acariciándome la mano tiernamente con gesto despreocupado--no tengo intención de beber más de lo necesario, por la cuenta que me trae.
Le miré y asentí. Era incapaz de resistirme a su cariño.
--Bueno--murmuró Silver, depositando suavemente su copa sobre el mantel--de modo que al final has decidido aceptarme tal como soy… ¿o todavía no estás muy segura?
--Sí--contesté sin querer mirarle, ciertamente turbada ante aquella pregunta tan directa-Sí que lo estoy…
--Eso me pareció esta mañana, en la cocina--continuó Silver--pero ahora, y durante el viaje, te noto con algunas dudas…corrígeme si me equivoco.
--Hombre, esto es nuevo para mí…--titubeé, encogiéndome de hombros.--pero estoy tratando de hacerlo lo mejor posible.
--Malena, bonita--dijo entonces con inmensa ternura, me pareció que algo conmovido-agradezco tu esfuerzo, pero lo importante no es que lo hagas “mejor”, sino que realmente te guste lo que has decidido, ¿me comprendes?
Asentí con la cabeza mientras removía la salsa de mi plato con el tenedor.
--Si no nos disfrutamos mutuamente, si no nos aceptamos, esto no tiene sentido…
Levanté los ojos hacia él. De pronto sentí una tenaza terrible en la garganta.
--Ya te he dicho que lo he elegido--contesté--y me lo he pensado, de verdad. Pero tengo un poco de miedo, no te lo voy a negar, y supongo que me va a costar habituarme…yo nunca le hago caso a nadie…
Silver rio complacido, aún con emoción retenida en su mirada.
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--Ya, ya sé cómo eres, no hace falta que me lo expliques, vivo contigo…te rebelas ante todo, ¿no es así?…aunque sea mediante una resistencia callada, desde el silencio.
Sonreí para mis adentros. Yo no lo hubiera descrito mejor.
--Sí, así es. Me conoces bien.
--No sé si te conozco bien--dijo con afecto--pero eso sí que lo noto.
Bebí un poco de vino con esperanza de aliviar la tensión que había sentido en la garganta…no estaba segura, pero tenía la vaga certeza de que había sido la sola idea de poder perderle lo que me había provocado aquella angustia.
--Bueno, y pasando al punto siguiente--dijo--cuéntame, ¿de qué tienes miedo exactamente?
Dejé despacio mi copa, sin saber cómo empezar a explicarme.
--Pues…no sé…
--Tranquila--dijo resueltamente, con voz calmada.--vamos a hacer una cosa. Cuéntame ahora los límites que tienes, esos que yo no podría saltarme.
Yo intenté poner orden en mi cabeza, tratando de escoger las palabras adecuadas.
--”Nada te turbe, nada te espante”--murmuró Silver pausadamente, de pronto--”Todo se pasa, dios no se muda…la paciencia todo lo alcanza”…
--Eso me suena, ¿qué es?--pregunté, descolocada.
--Nada, una tontería--repuso sonriéndome de nuevo--recuerdo que me lo decía mi madre cuando yo era pequeño y tenía miedo.
--Ah…pero… ¿Tú crees en dios?--pregunté con asombro. “¿pero tú eras pequeño?” debería haber dicho también--Siempre había pensado que no creías…
--No--sonrió negando con la cabeza--No creo que exista. Pero mi madre decía que eso daba igual, que él estaba por ahí observándome lo creyera o no. Es curioso. Cuando era pequeño me daba hasta mal rollo…aunque a veces pensé que podía ayudarme, pero luego me di cuenta de que no era así. Y fue duro desengañarse, no creas…Fue duro pensar que ahí no había nadie y que sólo estaba yo, a solas con el miedo.
Hizo una pausa y me pareció que se quedaba algo turbado.
--¿Pasaste mucho miedo cuando eras pequeño?--me atreví a preguntar. En realidad era algo que siempre había deseado saber. Sí, Silver, el hombre de acero, había sido niño una vez…
Me observó por encima de su copa, sereno y --o al menos eso me pareció--algo triste.
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--Sí--contestó brevemente--pasé bastante miedo, la verdad. Pero no quiero hablar de eso ahora. Creo que sé dónde quieres ir a parar, y no me apetece nada.
Quería preguntarle por su padre y él lo sabía. Su padre, que le había tratado a golpes durante tantos años, sin una pizca de amor. El monstruo violento que había dejado su cuerpo marcado tantas veces, y probablemente también su alma.
--Silver, no quiero molestarte pero…para confesar mi miedo, tengo que preguntarte algo.
Sin esperar su respuesta, intenté poner en palabras un terrible pensamiento que me acuciaba desde que nuestra historia había comenzado, unos días atrás.
Él suspiró largamente.
--Bueno--respondió con gesto impenetrable--pregunta lo que quieras. Creo que ya sé lo que me vas a decir…y la respuesta es “no”.
--Yo…--me apresuré a decir, tratando de sintetizar al máximo para que no se sintiera agredido--me preguntaba si…si tú…si sientes esa necesidad de dominar a otros…como consecuencia de lo que tu padre te hacía…no sé si me entiendes.
--Perfectamente--contestó sin apenas alterarse.--Y como te dije, la respuesta es no.
Se hizo un silencio entre nosotros que creí insalvable, como un puente invisible de reproches cruzados. Sin embargo, Silver levantó la mirada y continuó hablando:
--Mi padre estaba loco. Pero no loco como entendemos en el lenguaje coloquial; estaba loco de verdad. No sé si era capaz de sentir emociones…aunque es cierto que le cambiaba la cara cuando me pegaba. Yo solamente veía odio en sus ojos. Sin embargo nunca he podido odiarle, incluso ahora, a día de hoy, tampoco puedo, y lo deseo. Por eso me alegro de que haya muerto.
Hablaba con convicción y con tranquilidad, como si estuviera contándome la última película que había visto en la tele.
--Nunca he hablado de ello con nadie, y espero no tener que volver a hacerlo.--continuó, en tono neutro--ahora te lo estoy contando sólo porque me lo has pedido. Y porque me interesa bastante que te quede claro, de cara a lo que siento hacia ti, que no tengo nada que ver con él. Ni con sus motivaciones, que por cierto desconozco.
Quise pedirle perdón pues sentí que había invadido una zona dolorosa de su vida. Una especie de secreto peligroso que le había costado un esfuerzo terrible encerrar bajo llave, en el desván de su pensamiento.
--Lo siento Silver, no quería ser indiscreta…
--No, tranquila. Suponía que me lo ibas a preguntar…--sonrió levemente--eres una tía muy lista. Si me has entendido, no habrá sido en vano el mal rato que has pasado.--me
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guiñó el ojo-- Inevitablemente, mi forma de ser tiene mucho que ver con las cosas que he vivido…como pasa con todo el mundo. Pero, desde luego, no disfruto haciendo sufrir a otros. Soy sádico, pero no así.
Tras esta última frase, sonrió como un niño que acabara de confesar una trastada. Como “el gato que se comió al canario”.
Me relajé un poco y traté de continuar comiendo, pero de pronto me sentía muy llena. Bebí más vino (otra vez). Comenzaba a notarme un poco achispada. Dios, cuánto quería a ese chico.
--Pero anda, cambia esa cara y háblame de ti--insistió--una vez comprendido esto, ¿qué otros límites tienes? Estaría bien que fuéramos concretando, para saber a qué atenerme…--añadió burlón.
--¿Límites concretos?--pregunté--creí que con la palabra de salvación era suficiente.
--No, no lo es--negó con la cabeza--esto no es como jugar a “pies quietos”. Es mejor que yo lo sepa, para ahorrarte malos tragos. Es mejor que yo por lo menos tenga una idea de hasta dónde puedo llegar. Así que vamos, dime algo que odies. O que te de mucho, mucho, miedo.
--De sexo, te refieres.
--Sí, de sexo, claro. Si tienes fobia a las ratas puedes estar tranquila, no te las voy a meter en la cama…
--Vale…--hice un esfuerzo por pensar--¡Ah, sí, ya lo sé! No puedo con la mierda, tío.
Él me miró sin estar seguro de comprender.
--Quieres decir…con… ¿la coprofilia?
--Sí, exacto. Y con la gente que se come sus excrementos--puntualicé--jamás podría hacer algo así…
Pensé que mi amigo se estallaría de risa, pero me escuchaba con toda su atención.
--De acuerdo.--me dijo.--nada de mierda. Creo que sobreviviré sin ello…
No había un atisbo de broma en su mirada. “Dios mío” me asaltó la duda cruel “¿lo habrá hecho alguna vez?”
--¿Y qué más cosas?
--Los látigos me asustan mucho--dije sin pensar. En ese momento sí se rio.
--Los látigos--murmuró para sí--interesante cuestión… ¿No te gustaría probarlos ni un poquito?
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--¿Hablas en serio?--pregunté.
En ese preciso momento, el camarero surgió de entre las sombras para retirarnos los platos y traer la carta de postres, de modo que Silver no pudo contestarme. O no quiso, no lo sé.
No obstante cuando desapareció de nuevo el buen señor, continuó con el hilo de la conversación inmediatamente.
--Vale. Ni mierdas, ni látigos--sonrió con deseo, mordiéndose levemente el labio inferior.--qué más. Estoy ansioso por saber, Malenita.
Pensé y pensé. Era difícil concentrarme con él allí delante, su mirada fija tratando constantemente de atrapar la mía.
--Bueno…--titubeé--Los animales, supongo.
Soltó una tremenda carcajada.
--¡Los animales! Por favor…
--Ya, pero bueno, hay a quien le gusta, ya sabes…--me defendí.
--Madre mía--sonrió sacudiendo la cabeza--¿qué tipo de elemento crees que soy? Desde luego no sé, estoy un poco despistado entre la mierda y los animales…no sé, Maleni. Aunque lo de los látigos me ha gustado más, pero no deberías darme ideas…
--Bueno, es que tú mismo me dijiste que no tenías límite…
Silver se esforzó por acallar su risa. Un destello divertido bailoteaba en sus ojos de lobo, aunque su boca procuraba mantenerse seria.
--Hombre. Es cierto, pienso que en las circunstancias adecuadas podría llegar a hacer de todo…por eso lo dije. Aunque reconozco que lo de los animales no me hace nada de gracia, pero nada de nada…así que en eso puedes estar tranquila.
--Vaya, vaya…--razoné--así que vamos descartando lo de la mierda, eh… ¡te pillé!
Se echó a reír de nuevo, y me mostró las palmas de las manos en un gesto de indefensión.
--Bueno, y qué quieres que te diga--respondió entre risas--creo que podría llegar a hacer de todo, según en qué circunstancias.
Le miré tratando de profundizar en sus ojos, sintiendo por primera vez un poco de ventaja.
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--No lo creo. Lo sé.--puntualizó, dejando de lado su hilaridad.--Pero no te extrañes tanto. Habrá lugares oscuros a donde tú también querrás llevarme, ¿no?
Sorprendida por la pregunta, miré al abigarrado mantel, sin saber qué decir.
--¿O es que crees que eres tú la única que quiere viajar?
“Viajar”. Qué gran palabra. No me importaría ir a donde fuera sin salir de mi ciudad, siempre que fuera de la mano de Silver. No me hubiera importado ni siquiera ir a ciegas, sin ver a donde nos dirigíamos. Tenía tanta ilusión, tantas ganas, tanta ansia de adentrarme en él…de recorrer sus pasadizos oscuros llenos de belleza y tal vez peligro. Qué gran riesgo es, para los luchadores, plegarse ante el viento como una brizna de hierba…y qué hermoso es cuando la brizna por fin logra besar el lecho del río.
Miré a Silver un poco atribulada. Ya casi nos habíamos terminado la botella de vino. No era que bebiéramos a marchas forzadas pero el tiempo transcurría, y nuestros actos con él. Las palabras seguían su curso libremente, al igual que la satisfacción provocada por la buena comida y el calorcito del vino que se abría paso en mis entrañas. Me sentía tan inquieta, y a la vez tan a gusto…
Pedimos un postre para compartir, porque tenía una pinta tan estupenda que no hubiera podido soportar que el camarero se llevara la carta sin más y no tomarlo. Se trataba de unas cuantas bolitas triponas de pasta de arroz rellenas de helado y…algo muy dulce cuyo nombre no recuerdo.
Continuamos un ratito más charlando de nuestras cosas, y poco después pagamos la cuenta y salimos de nuevo a la fresca noche de agosto.
--¿Has sentido alguna vez frío en Agosto?--preguntó de pronto Silver, cuando llevábamos ya unos minutos paseando en silencio.
--¿Frío en Agosto?
--Sí--asintió sucintamente.--Frío en Agosto.
Reflexioné unos segundos.
--¿Es una pregunta capciosa?--inquirí frunciendo el ceño.
--No, por dios…--sonrió Silver--es una pregunta, nada más.
--Supongo que no--contesté, sin saber muy bien qué decir--en Agosto no se debe pasar frío, al menos aquí…se supone que es verano, ¿no?
--Claro.--respondió, besándome la mejilla con suavidad.
En aquel momento creo que no comprendí el alcance de su pregunta. Hoy, después de tantos años, creo saber a qué se refería.
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Le pregunté dónde íbamos porque, aunque el paseo era muy agradable--más aún después de la abundante cena--desde el principio me había dado la impresión de que nos dirigíamos a alguna parte.
En lugar de contestar de manera sencilla, me miró enigmático.
--Tenía esta carta guardada en la manga, pero tú eres muy lista--sonrió--Ten paciencia, voy a darte una sorpresa…
De modo que él sabía muy bien donde nos llevarían nuestros pasos, por supuesto.
--¿Qué sorpresa?
--Tranquila, mujer, no pongas cara de susto, es algo bueno--dijo--o al menos, eso pretendo…
Nos besamos algunas veces durante el camino.
Besos húmedos, al principio tímidos, que se encadenaban con caricias cada vez más desinhibidas entre lenguas de fuego; el cuerpo tenso, las bocas abiertas.
Me calentaba una y otra vez para volver a soltarme, mientras nos encaminábamos a donde sólo él sabía.
En cierto momento se inclinó levemente sobre mí, sus juguetones ojos entrecerrados.
--¿Quieres que te coma el coñito esta noche?--susurró.
Las finas hebras de su pelo oscuro me hacían cosquillas en el cuello. Pude sentir la excitación creciente que cargaba sus palabras, y el calor de su aliento.
--¿Lo harías?--pregunté, sofocándome.
--Claro, será un placer--sonrió mostrando sus alineados dientes--siempre es un placer degustar tu dulce coñito…tengo toda la noche para hacerlo…
Metió su mano bajo mi vestido y comenzó a acariciarme directamente el culo-recuerden que ya en el coche me había hecho quitarme las bragas--resbalando con los dedos, húmedos ya de mí, entre mis muslos trémulos. Jugó con sus dedos entrando y saliendo de mi sexo mientras me besaba y me apretaba contra sí, respirando en mi oreja.
--Esta noche, princesa, me vas a dejar que te coma el coño a placer…--resolló, sacando los dedos de mi interior y saboreándolos en la boca--y después, también me dejarás que te folle…con todo mi cuidado y con todas mis ganas…
--Sí…--alcancé a decir, haciéndome agua contra su cuerpo, llenándome los pulmones del dulce olor que desprendía su incipiente transpiración.
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Se separó de mí, no sin antes haberme hecho notar entre mis piernas su recalcitrante erección.
--Pero para eso tenemos que llegar al sitio donde quiero llevarte…ya falta poco, confía en mí.
Lo que sucedió a continuación merece dedicarle, como mínimo, un principio y un final propios en este blog. Me estoy excitando ahora, según lo escribo, y…perdona, pero no me parece apropiado. Supongo que lo mejor es parar ahora, y permitirme así recordar, paso por paso, lo que ocurrió.
Eso me obliga, por hoy, a cortar aquí mi narración.
Nos vemos pronto…
omenzaré como siempre dándote las gracias de nuevo por tu atención, y por haber llegado hasta aquí siguiendo el curso de esta historia de locos. Tiene más mérito por tu parte leerla que para mí contarla, porque sincerarse con un extraño es algo fácil, aunque en cierta manera me sorprende estar ahora mismo contándote todo esto. Pero tenía que explotar de algún modo y ha sido así, contigo. Así que gracias de nuevo. C
Sin más dilación paso a relatarte lo que sucedió después de la “noche de autos” en la que Silver me había desvelado sin tapujos sus intenciones para conmigo. Quería poseerme y hacerme suya por completo, a todos los niveles, y así me lo había hecho saber, de forma clara y sin eufemismos.
Desde el momento en que me lo propuso no dudé en que le diría que sí a todo.
Al principio me pareció una decisión fácil, porque en el contexto en el cual me había hecho su proposición yo estaba muy caliente.
Pero luego no fue tan sencillo. Después de diluirse la excitación inicial al día siguiente, analizando la situación desde un plano más real, tuve que luchar un poco contra mí misma.
Batalla que mi raciocinio tenía perdida de antemano, y yo lo sabía, porque en aquel momento entregarme a Silver era lo que más deseaba en el mundo. Lo deseaba casi por puro instinto, aunque me diera un poco de miedo, más aun sabiendo--como sabía--que él era capaz de todo. “No tengo límite” me había dicho. Y no parecía mentir.
Decidí que le diría que sí porque, simplemente, no podía ser de otra manera.
Comprendan, por favor. Yo le necesitaba.
De modo que apenas dos días después de nuestra conversación, me acerqué a Silver en la cocina en un momento cualquiera, mientras él fregaba los platos después de comer y le susurré al oído:
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--”Lobo”.
--¿”Lobo”?--preguntó girándose hacia mí, sin comprender.
--Sí, “Lobo”--reafirmé. Traté de sonreír, aunque me aterraba lo que pudiera pensar de mí en ese momento, pues me sentía de pronto inmensamente ridícula.--Es mi palabra clave. “Lobo”.
Silver sonrió enarcando las cejas con sorpresa. Cerró el grifo y se secó las manos con un trapo, muy despacio. Se quedó mirándome allí, con el trapo blanco y rojo entre las manos y los platos a medio fregar, iluminado su rostro por una amplia sonrisa. No sólo sonreía con la boca; sus enormes ojos negros también lo hacían, brillantes de felicidad.
--¿Estás segura, Malena?--me preguntó, como si no me creyera.
--Sí--confirmé, algo nerviosa.
--Repítelo, por favor, quiero oírlo otra vez--musitó sin moverse del sitio.
--Estoy segura--le dije, elevando un poco el tono de voz--y mi palabra límite es “Lobo”.
Justo en ese momento entró mi hermano en la cocina, atropelladamente como era su costumbre.
--¿Palabra límite? ¿Lobo?--dijo divertido mientras abría la nevera--¿jugáis al veo-veo o qué?
Silver se rio.
--Sí, más o menos. Y tu hermana acaba de ganarme la partida en el momento más inesperado.
Miré a mi hermano y sonreí con cara de circunstancias, encogiéndome de hombros.
--Vaya, qué interesante--comentó él, guardando una lata de refresco en su mochila.--me quedaría a jugar con vosotros, pero tengo que irme a trabajar ¿sabéis?--suspiró--no como otros…
Miró a Silver con una mezcla de consternación y resentimiento, y salió de la cocina a grandes zancadas.
--”Lobo”--murmuró Silver cuando mi hermano hubo abandonado la habitación--¿y por qué precisamente esa palabra?
Bajé la mirada, pues lo cierto es que sí que existía una razón.
--Porque es el animal que veo algunas veces dentro de ti--expliqué mirando al suelo, las mejillas ardiéndome--y me da un poco de miedo ser atacada por él.
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Silver dio un pequeño paso hacia a mí.
--Bueno…--reflexionó, con cara de no haber roto nunca un plato-- pero ese lobo no te ha hecho nada malo…al menos hasta ahora…
Me rozó el antebrazo, con las puntas de sus dedos aún humedecidos y suaves de jabón.
--No--respondí sin querer mirarle--de momento no, pero, si alguna vez temo que lo haga…podría decir esa palabra para estar a salvo, ¿verdad?…
--Podrías, por supuesto.--sonrió, y me estrechó en un leve abrazo--pero no me tengas miedo, por favor, no voy a atacarte nunca. Ya te expliqué cómo funciona esto, y como funciono yo…lo que siento, quiero decir. No quiero hacerte daño.
--¿De verdad que no?--Pregunté levantando los ojos hacia él con gesto anhelante.
--No, claro que no. De verdad que no. Nunca.
Miró a su alrededor para asegurarse de que no había nadie cerca y me sujetó la barbilla para atraer mi cara hacia la suya. Presionó con suavidad sus labios sobre los míos forzándome a entreabrirlos y acarició dulcemente mi lengua con la punta de la suya, para después ir penetrando poco a poco cada rincón de mi boca. Percibí como aumentaba su deseo mientras me besaba, hasta que se separó bruscamente de mí y clavó sus ojos oscuros en los míos.
--Jamás querría tu sufrimiento--susurró jadeando levemente--sólo deseo tu placer. No quiero que me temas. Quiero que te rindas a mí por el placer, nada más.
Asentí, comprendiendo.
--Tu sufrimiento es mi sufrimiento--continuó, en voz aún más baja--Tu placer, es mi placer.
Ojalá no hubiera habido nadie en casa; deseé con todas mis fuerzas arrastrarle hasta mi cama y pedirle a gritos, una vez allí, que me hiciera todas las cosas que se le ocurrieran. Su beso tan dulce me había puesto terriblemente cachonda, y aquellas palabras…--“Nunca te fíes de las palabras, las carga el diablo…“-- ¡qué más daba!… aquellas palabras…
--¿Sabes?--dijo con una sonrisa--se me está ocurriendo una cosa, a ver qué te parece.
Sonreí tímidamente a mi vez, tratando de relajarme.
--Se me ha ocurrido que esta noche podríamos salir--continuó--e ir a cenar a un sitio que conozco…después de todo tenemos algo que celebrar, ¿no?…Yo te invito, claro. ¿Qué me dices? ¿Te apetece?
--Sí, claro--contesté; no necesité pensármelo dos veces.
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--Muy bien. Durante la cena te contaré cositas interesantes, y, si quieres, después de cenar podríamos ir a otro sitio…
--¿A cuál?--pregunté.
--Ya lo verás, es una sorpresa. Esta noche te daré más detalles mientras cenamos, te lo prometo. Como me has dicho tu palabra mágica, doy por hecho que te gustará…
Sonreí con cierta timidez. Me resultaba raro hablar de eso en la misma cocina de mi casa, donde segundos antes había estado bromeando mi hermano, ajeno completamente a lo que se estaba fraguando entre Silver y yo. Ajeno a aquella incipiente alianza de entrega y de poder.
--Vale.--asentí.--Salgamos esta noche.
Decidimos que no diríamos en casa que saldríamos juntos. Cada uno saldría a una hora y nos encontraríamos en un lugar común, “cerca pero lejos”, donde nadie que nos conociera pudiera vernos de la mano, a menos que se diera una casualidad.
No dijimos nada por no dar ni la mínima pista de que éramos más que “amigosfamiliares”, por el “piensa mal y acertarás”; siempre el pensamiento negativo acude más rápido que la inocencia a la mente de casi todos, y lo nuestro era un secreto que queríamos mantener.
No sé la excusa que puso Silver; yo le dije a mis padres que iría a acompañar a mi amiga Marta que estaba sola en casa, y, por si acaso-- no sabía cómo iba a acabar la noche, pero conociendo a Silver podía esperarme cualquier cosa--que tal vez me quedaría a dormir con ella. Por suerte mis padres siempre han sido permisivos en ese aspecto…aunque más que permisivos debería decir que eran buenas personas, porque independientemente de todas mis trastadas y jaleos, seguían confiando en mí.
De manera que aquella noche empecé a arreglarme con tiempo para no llegar tarde a mi clandestina cita.
No me gusta demasiado llamar la atención, y no suelo maquillarme mucho, pero esa noche quería estar guapa, quería “resultar”. Después de la ducha hidraté con paciencia cada recoveco de mi piel, para que estuviera aún más suave. No sabía lo que iba a pasar, así que por si acaso me puse un bonito conjunto de ropa interior (sujetador color salmón con encaje negro, que elevaba mis pechos de manera considerable, y mini-braguita a juego, tipo tanga) muy sugerente. No quise que se me escapara ningún detalle. Elegí del armario un vestidito negro de tela fina, de estilo casual, que se ataba con un entramado de nudos detrás de la espalda, y lo complementé con unos sencillos zapatos también negros, que tenían el tacón justo para embellecer mis piernas sin hacerme parecer un “transformer”. Por último me perfumé con sólo unas gotas de mi esencia preferida, y adorné mi escote con un pequeño colgante de cristal transparente en forma de lágrima.
--Muy guapa vas tú para ir a casa de Marta--me espetó mi madre con desconfianza cuando, desesperada ya por contener mis nervios al filo de la hora, me lanzaba hacia la puerta de la calle sin apenas despedirme.--no hagas nada que yo no hiciera, hija…
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Sin darle tiempo a decir más, cerré la puerta tras de mí y bajé a todo correr las escaleras. Cuando salí del portal aflojé el ritmo, pues iba bien de tiempo y no quería acalorarme con prisas, ya que bastante subida estaba ya la temperatura en la calle y dentro de mi propio cuerpo.
Llegué pronto al lugar pactado para el encuentro--unas cuantas calles más abajo, junto a una pequeña fuente de piedra llena de verdín--y me aposté contra la fresca pared escuchando el rumor del agua, intentando parecer tranquila.
Había acudido con una puntualidad inaudita en mí, y miraba el reloj cada dos por tres. El tiempo pasaba lento, y transcurridos diez minutos larguísimos comencé a considerar la posibilidad de que quizá él me diera plantón. Justo en eso estaba yo pensando, un poco desinflado mi ánimo, cuando escuché dentro de mi bolso la horrible musiquita de mi móvil—entonces tenía un zapatófono prehistórico del tamaño de un ladrillo-acompañada de su tenue vibración. Saqué el artefacto con manos temblorosas y contesté sin ni siquiera mirar el número que aparecía en la pantalla iluminada en verde.
--¿Sí?
--Hola, guapísima--escuché la voz apacible de Silver al otro lado.--qué bien te sienta ese vestido negro.
--¿Dónde estás?--pregunté, girándome y buscando en vano por entre las sombras de la calle.
--Muy cerquita…--contestó. Pude escuchar cómo se sonreía contra el auricular.
--¿Me ves?
--Sí--afirmó--te veo. Y estoy impresionado con el modelito que llevas… yo no me he puesto tan guapo, espero que no te importe.
Sonreí a mi vez, un poco nerviosa.
--Pero ¿dónde estás? No puedo verte…
Escuchaba al otro lado los sonidos apagados de la calle, solapándose detrás de su voz.
--Estoy aquí, preciosa. Justo encima de ti.
Alce los ojos y solo entonces pude verlo, inclinado con una sonrisa sobre el pasamanos de una pequeña escalera de piedra que bordeaba la fuente junto a la que yo me encontraba, columpiándose levemente a delante y atrás, su silueta recortada contra la incipiente penumbra del anochecer. Como un ángel nocturno completamente vestido de negro, saltó ágilmente la barandilla y aterrizó junto a mí de un brinco. Sentí como mi cuerpo era recorrido por sus ojos una y otra vez, mientras me observaba con una gran sonrisa.
--Hola--saludó escuetamente.
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--Hola…
Se apartó unos pasos de mí, como para mirarme mejor.
--Estás impresionante--sentenció. Le faltaba relamerse.
--Tú también estás guapo…
Era verdad, aunque más que “estar”, lo era. No había renunciado a sus habituales combinaciones de ropa: pantalones desgastadísimos, esta vez de color gris piedra--sin cinturón, por supuesto-- y camiseta normal y corriente, aunque la de hoy tenía un diseño más trabajado consistente en una pequeña calavera nacarada en el lateral superior izquierdo, dibujada sobre la fina tela negra. También llevaba sus pulseras habituales en el antebrazo, igualmente negras--me parece estar viéndolas ahora mismo, mientras les escribo a ustedes--alguna que otra con discretos adornos plateados, y cómo no, sus eternos piercing en el lóbulo de la oreja derecha, en el labio inferior y junto a su ceja izquierda. La verdad, estaba para comérselo allí mismo, con su amplia sonrisa y sus ojos chispeantes, el pelo negro cayéndole por detrás de los hombros agitado por el aire de la noche.
Sonrió de nuevo y se acercó a mí.
--¿Me dejas darte un beso?--murmuró sobre la piel de mi cara.
--¿Sólo uno?
Torció sus labios en un gesto animal mientras se inclinaba sobre mí para decirme en voz baja:
--Hombre, si por mi fuera te comería a mordiscos aquí mismo…pero eso no estaría bien, ¿verdad?
--No sé--reí, y me empiné de puntillas para llegar a su boca.
Una vez más sentí su lengua abriéndose paso dentro de mí con voracidad, deleitándose en cada ángulo como si probara las delicias de una húmeda y suculenta cueva. Cuando se separó de mí, yo temblaba como una hoja.
--Bueno, mi princesita--dijo girando mi muñeca para mirar mi reloj--vamos yendo al restaurante, no sea que se nos pase la reserva…
--¿Has reservado?--pregunté, no sin extrañeza. No me imaginaba a Silver haciendo tal cosa, menos aún con los bares de mi barrio y aledaños, que no eran precisamente el Ritz.
--Claro que sí--respondió.--No creerás que voy a llevarte al burguer…
Con sorpresa comprobé que sacaba del bolsillo las llaves de su coche, que vislumbré aparcado unos metros más allá.
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--¿Vamos a ir en coche?--pregunté, con los ojos como platos.
--Pues sí--dijo--…en esa cosa de ahí que tiene ruedas… ¿qué pasa? te has quedado como si nunca hubieras visto uno…
--No, nada--me apresuré a responder--sólo que…había dado por hecho que iríamos andando…
Silver sonrió, abriendo la puerta del acompañante para que yo pasara.
--¿No te dará miedo subir en el coche conmigo, verdad?--preguntó entornando los ojos.
--No, no…--sonreí algo nerviosa, y me senté como pude en el asiento tapizado colocándome lo más cómoda posible.
--Vale--dijo, y cerró la puerta para rodear el coche y sentarse al volante con decisión.
Condujo en silencio por las calles oscuras y salimos del barrio; yo miraba por la ventanilla, contemplando como el coche se bebía los kilómetros bajo la luz de la luna, preguntándome a dónde me llevaría. Parecía que nos alejábamos del centro, porque cada vez yo veía menos luces y menos coches, y no es que eso me acojonara pero sí comencé a inquietarme porque no tenía ni la menor idea de dónde estábamos. El paisaje urbano fue sustituido gradualmente por terrones de tierra oscura y árboles temblorosos a ambos lados de la carretera.
--¿Dónde vamos?--pregunté en un susurro.
--Tranquila, princesa, ya falta poco.
Silver colocó distraídamente su mano derecha sobre mi rodilla y comenzó a ascender por mi muslo con sus nervudos dedos, hasta llegar al encaje de mis braguitas donde se detuvo jugueteando con la tela serenamente. Sus tenues caricias encendieron de nuevo el fuego en mi interior y separé las piernas, dándole a entender que deseaba que accediera al centro de mi placer. Él retiró su mano entonces, para hacer un cambio de marcha en una curva, y me dijo mirando fijamente a la carretera:
--Quítate las bragas, Malena. Así podré acariciarte mejor.
Obediente, levanté mi trasero del asiento y deslice las bragas hasta mis rodillas.
--Qué bonitas son--dijo él tras echarles un leve vistazo--anda, quítatelas del todo y dámelas.
Hice lo que me pedía sin replicarle, y puse mi tanga en la mano abierta que me tendía.
Cogió las bragas y se las llevó a la nariz.
--Joder…--murmuró después de haber hocicado en ellas durante unos segundos, y se las guardó en el bolsillo con la mano que le quedaba libre.
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Me acarició la pierna en silencio unos instantes, sus dedos trémulos apretando mi muslo con deseo.
--Súbete la falda--dijo con aspereza--quiero verte bien. Vamos--apremió, al ver que yo vacilaba unos instantes.
Me subí despacio la falda del vestido.
--No, así no--me corrigió con voz dura, excitado--quiero que te la subas por completo, que te quedes con el culo al aire sobre el asiento, quiero ver cómo lo manchas…
Seducida por el cambio de su voz, que ya no era amable, hice lo que me ordenaba. Pude sentir la gastada tapicería del asiento bajo la piel, y acto seguido comencé a mojarme.
--¿Así?--pregunté con voz queda.
Silver se giró y me contempló fugazmente para volver, segundos después, a fijar la mirada al frente.
--Sí, así, muy bien…--sonrió, y dirigió de nuevo sus dedos hacia mi entrepierna, con determinación.
No pude reprimir un gemido cuando sentí que introducía la punta de su dedo medio entre mis labios vaginales, y comenzaba a moverlo trazando suaves círculos. Me arrellané en el asiento y cerré los ojos, disfrutando de cada minuto de caricia, pensando que si Silver seguía así me iba hacer encharcar la tapicería.
--¿Disfrutas, nena?--preguntó.
--Sí, mucho--respondí con un leve quejido mientras su dedo buceaba dentro de mí y me penetraba con energía. Pensé que iba a marearme.
--Qué gusto me da sentirte así de mojada…--masculló, metiendo y sacando su dedo enhiesto, presionando mi abultado clítoris con cada vaivén.--Dios, te follaría ahora mismo…
Esa afirmación me hizo retorcerme de placer, separando las rodillas lo máximo que el habitáculo del coche me permitía, arqueando la espalda para clavarme con furia en su dedo. Sintiendo quizá que mi orgasmo era inminente, Silver retiró la mano con rapidez.
--Tranquila, princesa--me dijo --ya tendremos tiempo de corrernos a gusto esta noche, no te preocupes.
Llegamos a una rotonda enorme y desierta coronada por dos tristes palmeras. Silver giró a la derecha y entramos en un pequeño municipio de la periferia cuyo nombre seguro que ustedes conocen, pero prefiero guardarme para mí. En mis oídos resonaba aún el tic-tac del intermitente, cuando me dijo con sequedad:
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--Saca tus pechos fuera de las copas del sujetador, y fuera del escote del vestido. Es amplio, podrás hacerlo.
--Pero, Silver…--repliqué con un hilo de voz--Por aquí puede verme alguien…
Estábamos ya transitando por callejuelas más iluminadas donde se veían pequeños establecimientos, y personas--no demasiadas pero las suficientes para hacerme sentir vergüenza--caminando de aquí para allá por las aceras.
Redujo la velocidad para evitar un bache y me miró fijamente, despegando los ojos de la calzada durante varios segundos por primera vez en el viaje.
--Malena, ¿es que acaso te he preguntado si querías hacerlo?--inquirió a media voz, clavando sus ojos en los míos--¿es que acaso he dicho: “Malena, ¿tienes a bien sacarte las tetas?”? No cariño, no era una pregunta. Y ahora hazlo, y sin tonterías.
Ante aquella rotunda orden, no tuve más remedio que asir mis voluminosos pechos y colocarlos fuera del sujetador, por encima del vestido. Muerta de vergüenza, coloqué mi mano sobre ellos cuando pasamos al lado de un anciano que paseaba un foxterrier.
--No te tapes, haz el favor--dijo él, aún severo pero mucho más amable--no me importa que esta gente vea lo guapa que eres…
Despacio le obedecí, con los ojos desorbitados por la vergüenza.
Silver no me tocó. Bajó las ventanillas y dejó que mis pezones se erizaran, indefensos, contra el aire fresco de la noche, a la vista de cualquiera.
Gracias a dios poco después paramos en un aparcamiento poco iluminado, donde él estacionó el coche con habilidad al lado de un voluminoso todoterreno. Echó el freno de mano que protesto con un chirrido seco, y se giró hacia mí, escrutándome con sus ojos negros, como si quisiera leerme el pensamiento.
--Qué linda estás, Malenita. Qué tetas más buenas tienes.
Me encogí un poco sobre mí misma, todavía avergonzada de mi parcial desnudez. Me armé de valor y le eché una mirada cargada de incertidumbre.
--El restaurante está aquí mismo--dijo Silver, señalando un punto indefinido en la calle de enfrente--pero antes de ir, quiero que pases al asiento de atrás. Vamos, no tengas miedo. No voy a violarte, aunque ganas no me faltan…--sonrió con vicio.
Se echó ligeramente hacia atrás para dejarme más espacio, y me ayudó a alcanzar la parte trasera del vehículo a través del exiguo hueco que había entre los dos asientos delanteros. Cuando me hube instalado, se deslizó detrás de mí, pasando por el hueco con envidiable destreza.
Se situó junto a mí y me beso con furia, apretando su fibroso cuerpo contra el mío, mordiéndome la boca y estrujando uno de mis pechos con mano firme.
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--Tranquila, mi niña--susurró en mi oído--no tengas miedo. Sólo haz lo que te digo, sin protestar.
Me ordenó que me colocara a cuatro patas sobre el asiento, con las piernas separadas y los codos apuntalados en la tapicería. Se situó detrás de mí, y recorrió con ávidos dedos mi coño desde atrás, penetrándome con ellos suavemente de cuando en cuando.
Sujetó con fuerza mis caderas y levantó súbitamente la falda de mi vestido.
--Perdona mi rudeza--gruñó, apretando su erección entre mis nalgas desnudas--sólo quiero ponerte un poco más cachonda, nada más.
Jadeando comenzó a moverse a empujones contra mí, clavándome la polla con los pantalones puestos. Mis tetas oscilaban y colgaban, a pesar de su turgencia, como las ubres de una vaca. Comencé a dejarme llevar por sus embestidas, y poco a poco fui perdiendo el sentido de la realidad, restregándome contra la tela de sus vaqueros.
--Cuando te corras quiero que chilles--murmuró con voz quebrada--no tengas cuidado, aquí nadie nos va a oír…
Casi acto seguido convulsioné en un terrible orgasmo, y me regocijé refregando mi culo contra la polla dura de Silver, gimiendo a voz en grito.
Me dejó correrme sobre su cuerpo quieto e inundarle de jugos, y cuando terminé continuó acariciándome con los dedos, frotándome sin piedad.
Empecé a gemir de nuevo y a moverme rápidamente, dispuesta para el segundo orgasmo que me sobrevenía a velocidad de vértigo, cuando sentí que se apartaba bruscamente de mí y me daba un fuerte azote en el culo.
--Ay…--protesté, frustrada, frotándome las escocidas nalgas.
--No pensarías que iba a dejar que te descargaras otra vez…--me dijo guiñándome un ojo con displicencia--y que perdieras esa excitación que tan loco me vuelve…
Sin decir más me recolocó la falda y salió del coche, indicándome con un gesto que le siguiera.
Fuera hacía fresco, y se respiraba un aire más limpio y ligero que el de la ciudad; un aire que traía otros olores, olores nuevos que me hicieron sentir diferente, como en otro mundo. Apreté las piernas para sentir la presión de mis muslos sobre mi coño chorreante, que protestaba iracundo ante el desaire sufrido, y traté de relajarme escuchando la canción del viento entre los árboles.
--Es bonito este sitio, ¿verdad?--murmuró Silver, mientras caminaba despacio a mi lado.--Lo conocí de casualidad, una tarde, callejeando…
--No sabía que “callejearas” tan lejos--le dije, llenándome los ojos del paisaje nocturno que se extendía ante nosotros.--Jesús, si se pueden oír hasta los grillos…
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Me rodeó los hombros con un brazo y me besó suavemente en la sien mientras nos aproximábamos a una callejuela cercana, alejándonos despacio de la oscuridad del aparcamiento, de camino al restaurante.
Recuerdo que me encantó el lugar al que me llevó, y también la cena. Se trataba de un pequeño local donde servían comida asiática, sobre todo comida india, muy acogedor y recogido. En el ambiente flotaba una música suave, y no me refiero a los estridores de esas guitarrillas que suelen rasguñar de fondo en los restaurantes chinos, por lo común. Todo estaba razonablemente limpio y ordenado, y, desde que entramos, nos envolvió un agradable olor a curry y a ropa blanca.
Silver me observaba sonriente mientras repasaba la carta, y contestaba solícito cuando yo le preguntaba el significado de algunos menús ininteligibles, en lo que él entendía, claro. Imaginé que ya había estado allí otras veces porque, ante mi indecisión, se atrevió a sugerirme un par de cosas.
Pero lo mejor del sitio era, decididamente, su recogimiento y discreción. La tenue iluminación daba pie a comerse con los ojos a tu acompañante, y a hablar a gusto sin estar agobiado por otra gente y sin sentirse uno observado. Un amable camarero colocó una velita blanca en el centro de nuestra mesa, cuya llama vacilante proyectaba largas sombras sobre la encalada pared.
--Qué bien está este sitio…--comenté, después de haber pedido la comida.
--¿Te gusta?--preguntó mi amigo con ilusión, acariciando el dorso de mi mano.
--Sí, me encanta--ratifiqué devolviéndole la sonrisa.
--Uf, me alegro…no sabía si iba a gustarte este tipo de comida…
A decir verdad, nunca antes había probado aquellos platos. Tenían sabores diversos, originales, algunos un poco picantes para mi gusto. Pedimos una botella de vino para anegar la inminente sequedad de boca.
--No deberías beber mucho si vas a conducir…--me atreví a sugerir en voz baja, cuando vi que Silver llenaba por segunda vez su copa.
Él sacudió la cabeza con un deje de consternación.
--Malenita, no confías en mí…
--No se trata de eso--me apresuré a contestar--es que si uno bebe, no debe coger el coche…
Me miró con los ojos bailoteando divertidos.
--Ay, Maleni, qué cándida eres. ¿Quién te ha dicho a ti que yo voy a conducir más esta noche?
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Me dejó pasmada.
--Hombre…--vacilé--en algún momento habrá que volver a casa…
Él soltó una sincera carcajada.
--Claro--asintió--claro que habrá que volver…pero no te preocupes, y deja que la vida te sorprenda…confía en mí, por favor.
Bajé la vista hacia mi plato, un poco azorada. No entendía dónde estaba la gracia de mi razonamiento. De lo que estaba segura, independientemente de mis sentimientos hacia Silver, era que no me subiría al coche con él si se “pasaba” con el vino, eso lo tenía claro.
--Pero no te preocupes, princesa--dijo acariciándome la mano tiernamente con gesto despreocupado--no tengo intención de beber más de lo necesario, por la cuenta que me trae.
Le miré y asentí. Era incapaz de resistirme a su cariño.
--Bueno--murmuró Silver, depositando suavemente su copa sobre el mantel--de modo que al final has decidido aceptarme tal como soy… ¿o todavía no estás muy segura?
--Sí--contesté sin querer mirarle, ciertamente turbada ante aquella pregunta tan directa-Sí que lo estoy…
--Eso me pareció esta mañana, en la cocina--continuó Silver--pero ahora, y durante el viaje, te noto con algunas dudas…corrígeme si me equivoco.
--Hombre, esto es nuevo para mí…--titubeé, encogiéndome de hombros.--pero estoy tratando de hacerlo lo mejor posible.
--Malena, bonita--dijo entonces con inmensa ternura, me pareció que algo conmovido-agradezco tu esfuerzo, pero lo importante no es que lo hagas “mejor”, sino que realmente te guste lo que has decidido, ¿me comprendes?
Asentí con la cabeza mientras removía la salsa de mi plato con el tenedor.
--Si no nos disfrutamos mutuamente, si no nos aceptamos, esto no tiene sentido…
Levanté los ojos hacia él. De pronto sentí una tenaza terrible en la garganta.
--Ya te he dicho que lo he elegido--contesté--y me lo he pensado, de verdad. Pero tengo un poco de miedo, no te lo voy a negar, y supongo que me va a costar habituarme…yo nunca le hago caso a nadie…
Silver rio complacido, aún con emoción retenida en su mirada.
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--Ya, ya sé cómo eres, no hace falta que me lo expliques, vivo contigo…te rebelas ante todo, ¿no es así?…aunque sea mediante una resistencia callada, desde el silencio.
Sonreí para mis adentros. Yo no lo hubiera descrito mejor.
--Sí, así es. Me conoces bien.
--No sé si te conozco bien--dijo con afecto--pero eso sí que lo noto.
Bebí un poco de vino con esperanza de aliviar la tensión que había sentido en la garganta…no estaba segura, pero tenía la vaga certeza de que había sido la sola idea de poder perderle lo que me había provocado aquella angustia.
--Bueno, y pasando al punto siguiente--dijo--cuéntame, ¿de qué tienes miedo exactamente?
Dejé despacio mi copa, sin saber cómo empezar a explicarme.
--Pues…no sé…
--Tranquila--dijo resueltamente, con voz calmada.--vamos a hacer una cosa. Cuéntame ahora los límites que tienes, esos que yo no podría saltarme.
Yo intenté poner orden en mi cabeza, tratando de escoger las palabras adecuadas.
--”Nada te turbe, nada te espante”--murmuró Silver pausadamente, de pronto--”Todo se pasa, dios no se muda…la paciencia todo lo alcanza”…
--Eso me suena, ¿qué es?--pregunté, descolocada.
--Nada, una tontería--repuso sonriéndome de nuevo--recuerdo que me lo decía mi madre cuando yo era pequeño y tenía miedo.
--Ah…pero… ¿Tú crees en dios?--pregunté con asombro. “¿pero tú eras pequeño?” debería haber dicho también--Siempre había pensado que no creías…
--No--sonrió negando con la cabeza--No creo que exista. Pero mi madre decía que eso daba igual, que él estaba por ahí observándome lo creyera o no. Es curioso. Cuando era pequeño me daba hasta mal rollo…aunque a veces pensé que podía ayudarme, pero luego me di cuenta de que no era así. Y fue duro desengañarse, no creas…Fue duro pensar que ahí no había nadie y que sólo estaba yo, a solas con el miedo.
Hizo una pausa y me pareció que se quedaba algo turbado.
--¿Pasaste mucho miedo cuando eras pequeño?--me atreví a preguntar. En realidad era algo que siempre había deseado saber. Sí, Silver, el hombre de acero, había sido niño una vez…
Me observó por encima de su copa, sereno y --o al menos eso me pareció--algo triste.
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--Sí--contestó brevemente--pasé bastante miedo, la verdad. Pero no quiero hablar de eso ahora. Creo que sé dónde quieres ir a parar, y no me apetece nada.
Quería preguntarle por su padre y él lo sabía. Su padre, que le había tratado a golpes durante tantos años, sin una pizca de amor. El monstruo violento que había dejado su cuerpo marcado tantas veces, y probablemente también su alma.
--Silver, no quiero molestarte pero…para confesar mi miedo, tengo que preguntarte algo.
Sin esperar su respuesta, intenté poner en palabras un terrible pensamiento que me acuciaba desde que nuestra historia había comenzado, unos días atrás.
Él suspiró largamente.
--Bueno--respondió con gesto impenetrable--pregunta lo que quieras. Creo que ya sé lo que me vas a decir…y la respuesta es “no”.
--Yo…--me apresuré a decir, tratando de sintetizar al máximo para que no se sintiera agredido--me preguntaba si…si tú…si sientes esa necesidad de dominar a otros…como consecuencia de lo que tu padre te hacía…no sé si me entiendes.
--Perfectamente--contestó sin apenas alterarse.--Y como te dije, la respuesta es no.
Se hizo un silencio entre nosotros que creí insalvable, como un puente invisible de reproches cruzados. Sin embargo, Silver levantó la mirada y continuó hablando:
--Mi padre estaba loco. Pero no loco como entendemos en el lenguaje coloquial; estaba loco de verdad. No sé si era capaz de sentir emociones…aunque es cierto que le cambiaba la cara cuando me pegaba. Yo solamente veía odio en sus ojos. Sin embargo nunca he podido odiarle, incluso ahora, a día de hoy, tampoco puedo, y lo deseo. Por eso me alegro de que haya muerto.
Hablaba con convicción y con tranquilidad, como si estuviera contándome la última película que había visto en la tele.
--Nunca he hablado de ello con nadie, y espero no tener que volver a hacerlo.--continuó, en tono neutro--ahora te lo estoy contando sólo porque me lo has pedido. Y porque me interesa bastante que te quede claro, de cara a lo que siento hacia ti, que no tengo nada que ver con él. Ni con sus motivaciones, que por cierto desconozco.
Quise pedirle perdón pues sentí que había invadido una zona dolorosa de su vida. Una especie de secreto peligroso que le había costado un esfuerzo terrible encerrar bajo llave, en el desván de su pensamiento.
--Lo siento Silver, no quería ser indiscreta…
--No, tranquila. Suponía que me lo ibas a preguntar…--sonrió levemente--eres una tía muy lista. Si me has entendido, no habrá sido en vano el mal rato que has pasado.--me
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guiñó el ojo-- Inevitablemente, mi forma de ser tiene mucho que ver con las cosas que he vivido…como pasa con todo el mundo. Pero, desde luego, no disfruto haciendo sufrir a otros. Soy sádico, pero no así.
Tras esta última frase, sonrió como un niño que acabara de confesar una trastada. Como “el gato que se comió al canario”.
Me relajé un poco y traté de continuar comiendo, pero de pronto me sentía muy llena. Bebí más vino (otra vez). Comenzaba a notarme un poco achispada. Dios, cuánto quería a ese chico.
--Pero anda, cambia esa cara y háblame de ti--insistió--una vez comprendido esto, ¿qué otros límites tienes? Estaría bien que fuéramos concretando, para saber a qué atenerme…--añadió burlón.
--¿Límites concretos?--pregunté--creí que con la palabra de salvación era suficiente.
--No, no lo es--negó con la cabeza--esto no es como jugar a “pies quietos”. Es mejor que yo lo sepa, para ahorrarte malos tragos. Es mejor que yo por lo menos tenga una idea de hasta dónde puedo llegar. Así que vamos, dime algo que odies. O que te de mucho, mucho, miedo.
--De sexo, te refieres.
--Sí, de sexo, claro. Si tienes fobia a las ratas puedes estar tranquila, no te las voy a meter en la cama…
--Vale…--hice un esfuerzo por pensar--¡Ah, sí, ya lo sé! No puedo con la mierda, tío.
Él me miró sin estar seguro de comprender.
--Quieres decir…con… ¿la coprofilia?
--Sí, exacto. Y con la gente que se come sus excrementos--puntualicé--jamás podría hacer algo así…
Pensé que mi amigo se estallaría de risa, pero me escuchaba con toda su atención.
--De acuerdo.--me dijo.--nada de mierda. Creo que sobreviviré sin ello…
No había un atisbo de broma en su mirada. “Dios mío” me asaltó la duda cruel “¿lo habrá hecho alguna vez?”
--¿Y qué más cosas?
--Los látigos me asustan mucho--dije sin pensar. En ese momento sí se rio.
--Los látigos--murmuró para sí--interesante cuestión… ¿No te gustaría probarlos ni un poquito?
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--¿Hablas en serio?--pregunté.
En ese preciso momento, el camarero surgió de entre las sombras para retirarnos los platos y traer la carta de postres, de modo que Silver no pudo contestarme. O no quiso, no lo sé.
No obstante cuando desapareció de nuevo el buen señor, continuó con el hilo de la conversación inmediatamente.
--Vale. Ni mierdas, ni látigos--sonrió con deseo, mordiéndose levemente el labio inferior.--qué más. Estoy ansioso por saber, Malenita.
Pensé y pensé. Era difícil concentrarme con él allí delante, su mirada fija tratando constantemente de atrapar la mía.
--Bueno…--titubeé--Los animales, supongo.
Soltó una tremenda carcajada.
--¡Los animales! Por favor…
--Ya, pero bueno, hay a quien le gusta, ya sabes…--me defendí.
--Madre mía--sonrió sacudiendo la cabeza--¿qué tipo de elemento crees que soy? Desde luego no sé, estoy un poco despistado entre la mierda y los animales…no sé, Maleni. Aunque lo de los látigos me ha gustado más, pero no deberías darme ideas…
--Bueno, es que tú mismo me dijiste que no tenías límite…
Silver se esforzó por acallar su risa. Un destello divertido bailoteaba en sus ojos de lobo, aunque su boca procuraba mantenerse seria.
--Hombre. Es cierto, pienso que en las circunstancias adecuadas podría llegar a hacer de todo…por eso lo dije. Aunque reconozco que lo de los animales no me hace nada de gracia, pero nada de nada…así que en eso puedes estar tranquila.
--Vaya, vaya…--razoné--así que vamos descartando lo de la mierda, eh… ¡te pillé!
Se echó a reír de nuevo, y me mostró las palmas de las manos en un gesto de indefensión.
--Bueno, y qué quieres que te diga--respondió entre risas--creo que podría llegar a hacer de todo, según en qué circunstancias.
Le miré tratando de profundizar en sus ojos, sintiendo por primera vez un poco de ventaja.
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--No lo creo. Lo sé.--puntualizó, dejando de lado su hilaridad.--Pero no te extrañes tanto. Habrá lugares oscuros a donde tú también querrás llevarme, ¿no?
Sorprendida por la pregunta, miré al abigarrado mantel, sin saber qué decir.
--¿O es que crees que eres tú la única que quiere viajar?
“Viajar”. Qué gran palabra. No me importaría ir a donde fuera sin salir de mi ciudad, siempre que fuera de la mano de Silver. No me hubiera importado ni siquiera ir a ciegas, sin ver a donde nos dirigíamos. Tenía tanta ilusión, tantas ganas, tanta ansia de adentrarme en él…de recorrer sus pasadizos oscuros llenos de belleza y tal vez peligro. Qué gran riesgo es, para los luchadores, plegarse ante el viento como una brizna de hierba…y qué hermoso es cuando la brizna por fin logra besar el lecho del río.
Miré a Silver un poco atribulada. Ya casi nos habíamos terminado la botella de vino. No era que bebiéramos a marchas forzadas pero el tiempo transcurría, y nuestros actos con él. Las palabras seguían su curso libremente, al igual que la satisfacción provocada por la buena comida y el calorcito del vino que se abría paso en mis entrañas. Me sentía tan inquieta, y a la vez tan a gusto…
Pedimos un postre para compartir, porque tenía una pinta tan estupenda que no hubiera podido soportar que el camarero se llevara la carta sin más y no tomarlo. Se trataba de unas cuantas bolitas triponas de pasta de arroz rellenas de helado y…algo muy dulce cuyo nombre no recuerdo.
Continuamos un ratito más charlando de nuestras cosas, y poco después pagamos la cuenta y salimos de nuevo a la fresca noche de agosto.
--¿Has sentido alguna vez frío en Agosto?--preguntó de pronto Silver, cuando llevábamos ya unos minutos paseando en silencio.
--¿Frío en Agosto?
--Sí--asintió sucintamente.--Frío en Agosto.
Reflexioné unos segundos.
--¿Es una pregunta capciosa?--inquirí frunciendo el ceño.
--No, por dios…--sonrió Silver--es una pregunta, nada más.
--Supongo que no--contesté, sin saber muy bien qué decir--en Agosto no se debe pasar frío, al menos aquí…se supone que es verano, ¿no?
--Claro.--respondió, besándome la mejilla con suavidad.
En aquel momento creo que no comprendí el alcance de su pregunta. Hoy, después de tantos años, creo saber a qué se refería.
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Le pregunté dónde íbamos porque, aunque el paseo era muy agradable--más aún después de la abundante cena--desde el principio me había dado la impresión de que nos dirigíamos a alguna parte.
En lugar de contestar de manera sencilla, me miró enigmático.
--Tenía esta carta guardada en la manga, pero tú eres muy lista--sonrió--Ten paciencia, voy a darte una sorpresa…
De modo que él sabía muy bien donde nos llevarían nuestros pasos, por supuesto.
--¿Qué sorpresa?
--Tranquila, mujer, no pongas cara de susto, es algo bueno--dijo--o al menos, eso pretendo…
Nos besamos algunas veces durante el camino.
Besos húmedos, al principio tímidos, que se encadenaban con caricias cada vez más desinhibidas entre lenguas de fuego; el cuerpo tenso, las bocas abiertas.
Me calentaba una y otra vez para volver a soltarme, mientras nos encaminábamos a donde sólo él sabía.
En cierto momento se inclinó levemente sobre mí, sus juguetones ojos entrecerrados.
--¿Quieres que te coma el coñito esta noche?--susurró.
Las finas hebras de su pelo oscuro me hacían cosquillas en el cuello. Pude sentir la excitación creciente que cargaba sus palabras, y el calor de su aliento.
--¿Lo harías?--pregunté, sofocándome.
--Claro, será un placer--sonrió mostrando sus alineados dientes--siempre es un placer degustar tu dulce coñito…tengo toda la noche para hacerlo…
Metió su mano bajo mi vestido y comenzó a acariciarme directamente el culo-recuerden que ya en el coche me había hecho quitarme las bragas--resbalando con los dedos, húmedos ya de mí, entre mis muslos trémulos. Jugó con sus dedos entrando y saliendo de mi sexo mientras me besaba y me apretaba contra sí, respirando en mi oreja.
--Esta noche, princesa, me vas a dejar que te coma el coño a placer…--resolló, sacando los dedos de mi interior y saboreándolos en la boca--y después, también me dejarás que te folle…con todo mi cuidado y con todas mis ganas…
--Sí…--alcancé a decir, haciéndome agua contra su cuerpo, llenándome los pulmones del dulce olor que desprendía su incipiente transpiración.
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Se separó de mí, no sin antes haberme hecho notar entre mis piernas su recalcitrante erección.
--Pero para eso tenemos que llegar al sitio donde quiero llevarte…ya falta poco, confía en mí.
Lo que sucedió a continuación merece dedicarle, como mínimo, un principio y un final propios en este blog. Me estoy excitando ahora, según lo escribo, y…perdona, pero no me parece apropiado. Supongo que lo mejor es parar ahora, y permitirme así recordar, paso por paso, lo que ocurrió.
Eso me obliga, por hoy, a cortar aquí mi narración.
Nos vemos pronto…
4-En la cueva del lobo
SILVER,
Memorias de Malena, publicadas en internet de forma anónima.
4 de enero, 2012
--Voy a follarte hasta que me duela la polla--murmuró Silver, al tiempo que mordía como loco mis pezones alternativamente, con la cabeza hundida en mi escote, el suave cabello esparcido sobre mi cintura. La excitación acalambraba mi cuerpo y yo le abrazaba con mis piernas, apoyada contra una pared cualquiera en ninguna parte (seguía sin tener ni idea de dónde me llevaba, como ustedes pueden suponer…), clavando los talones entre sus muslos levemente separados, duros ya de la fuerza que hacía para darme pequeños empujones con las caderas clavándome la polla enhiesta, haciéndome pensar que la huella de mi cuerpo quedaría grabada en aquella pared.
Se había detenido para abrazarme bruscamente junto al portal de un bloque de casas de ladrillo, contra el cual aprisionaba mi cuerpo en ese momento. Me retorcí, cuadrando mis caderas contra la fresca piedra, buscándole la polla con el coño palpitando debajo de mi vestido, terriblemente hambriento de él.
Cerré los ojos y me dejé llevar por las firmes sacudidas, aspirando el olor de su cuello, que ya no era dulce y apacible, sino más animal, denso y potente.
Las hojas de los álamos murmuraban una cadenciosa música al ser atravesadas por el rumor del viento. Me dejé mecer también por ese aire extraño, por la frescura de ese Agosto distinto a todos los demás agostos de toda mi vida. Oh, divina y dorada juventud…
--Silver…--gemí mientras se clavaba en mí.
Las costuras de sus vaqueros a nivel de su paquete me hacían un poco de daño en mi sexo desnudo, pero esa fricción era al mismo tiempo la que me volvía loca y me hacía agitarme más y más contra él, para sentir entre mis húmedos pétalos aquella agresividad.
--¿Estás cachonda?--resopló él soltando de entre sus dientes mi pezón izquierdo. Yo tenía las tetas enrojecidas de mordiscos, insalivadas, deliciosamente duras y doloridas.
--Joder, claro--acerté a responder entre jadeos.
Bombeó contra mí y quedó quieto por un momento clavado en mí, su erección un estandarte de piedra. Gemí con agonía.
--De cero a diez…--preguntó con voz ronca--¿Cómo de cachonda?
Cerró sus manos sobre mí, la derecha sobre uno de mis castigados pechos, la izquierda sobre mi mano sujetándola contra la pared. Me miró expectante, pasándose la lengua por los labios.
--…Hmmmm…--murmuré, removiendo mi culo contra los ladrillos, haciendo fuerza con mi coño empapado contra sus pantalones--no sé…
--¿No sabes?--preguntó con una sonrisa salvaje, cabalgándome contra el muro.
--Ahmm…un ocho…creo…
Escuchar mi propia voz me hizo golpear frenéticamente mi entrepierna contra la suya, deseando que me arrancara la ropa, imaginando que me tenía de nuevo en su poder, que me… …me… ¡Dios!, que cachonda me puse, qué estremecimiento recorrió mis pobres nalgas cuando reviví el azotamiento de nuestro encuentro anterior, aquel dulce dolor inesperado. Me sentí de pronto sudando de vergüenza por excitarme tanto con aquello, y terriblemente necesitada, desesperada, ardiente. En apenas dos segundos me vi casi corriéndome contra él, agitando mi cuerpo sin control.
--¿Un ocho, dices?--murmuró Silver besando fugazmente mi cuello--¡Mentirosa!
Se separó de mí y me miró con una dulce sonrisa. Observé que temblaba levemente, preso de la impaciencia.
--Bueno…--dijo, sin dejar de sonreír--creo que ha llegado la hora de descubrirte la sorpresa…
Le miré sin comprender demasiado, al tiempo que él hurgaba de nuevo en su bolsillo con dedos temblorosos y acertaba a sacar un juego de llaves sujeto por una argolla, sin llavero alguno.
A aquellas alturas, mi mente comenzaba a vislumbrar la certeza de lo que ocurriría a continuación.
Se inclinó sobre mí para darme un tenue beso en los labios, y se giró hacia el portal, caminando los pocos pasos que le separaban de la puerta doble acristalada, indicándome con una sonrisa que le siguiera.
Eligió una de las llaves y la introdujo en la cerradura. Ejerció una suave presión contra la puerta y esta se abrió con un chasquido metálico.
--Entra…--me dijo quedamente.
Me sentí como si me sumergiera dentro de la cueva del lobo, cuando la puerta se cerró tras de nosotros y me hallé en el oscuro portal. El eco de nuestros pasos resonaba sobre el brillante suelo de mármol mientras yo seguía a Silver, que caminaba resuelto hacia un ascensor situado entre paneles de madera. Olía a limpio y, aunque caminábamos a oscuras sin haber encendido la luz, se apreciaba que el lugar estaba cuidado, a diferencia de la entrada del edificio donde nosotros vivíamos en la ciudad.
Pulsó el botón de llamada del ascensor y me miró con los labios apretados en una amplia y enigmática sonrisa, sus ojos brillando danzarines en la oscuridad.
No dije nada y subí con nerviosismo al ascensor, bajando los ojos ante mi propia imagen--pelo revuelto, ojos ardientes y mejillas encendidas--que me devolvió una pared de espejo nada más entrar.
El ascensor subió hasta el tercer piso, donde se detuvo con una sacudida. Silver abrió la puerta y la sujetó mientras yo salía, y a continuación abandonó el habitáculo, escogiendo otra llave para abrir una puerta sobre la que se leía la letra “B”. B de bueno, de beso. De laBio. Mi cabeza empezó a gastarme bromas mientras observaba el estrecho pasillo que se extendía ante mí más allá de la puerta abierta.
--Pasa, Maleni--me animó Silver, empujando mi espalda suavemente--No tengas miedo.
Titubeé unos segundos antes de introducirme en la negrura, y finalmente avancé con paso vacilante traspasando el umbral de la casa.
Silver cerró la puerta con cuidado y alargó la mano hasta un interruptor. Una luz proveniente de una lámpara de cristal verde colgada del techo centelleó, hiriendo mis pupilas que ya habían comenzado a acostumbrarse al manto de la oscuridad. Observé entonces todo lo que había a mi alrededor, bañado por la atípica luz esmeralda que resultaba casi espectral: una pequeña mesita a modo de consola sobre la cual había un sencillo marco de plata--sin ninguna foto--, un paragüero que parecía comprado en las tiendas de los chinos, y sobre la mesa un espejo ligeramente manchado, de bronce, que me mostró el reflejo de mi consternada imagen.
Más allá de la entrada se apreciaba el inicio de un pasillo que desembocaba en una puerta de cristal esmerilado.
--¿Qué te parece?--preguntó Silver, observando imperturbable mi reacción desde la puerta, donde permanecía apoyado.
--No sé…--contesté, un poco abrumada por todo aquello. La pequeña entrada me recordó a una versión reducida de la Cuidad Esmeralda de “El Mago de Oz“.
--Esta casa era de mi padre.--explicó pausadamente.
--¿Ah, sí?
--Sí.--asintió--Te parecerá increíble, pero la ganó en una apuesta.
--¿Qué?--exclamé sin poder dar crédito.
--Sí, como lo oyes. Creo que es de lo poco que hizo bien.
--¿En una apuesta?
No podía creerlo, claro.
Silver asintió de nuevo con vehemencia.
--Ya ves que hasta los más cabrones tienen suerte.
--No.--murmuré--Es increíble, sencillamente no puedo creerte.
Aún a día de hoy dudo si me decía la verdad o no, aunque me inclino a pensar que sí, porque ¿por qué razón habría de mentir en aquello?
--No te engañé cuando te dije que este lugar lo conocí callejeando. --continuó--poco después de morir mi padre, llegó a mis manos una carpeta con cartas y documentos, en su mayoría citaciones y deudas. Entre los papeles estaba esta dirección; pensé que correspondería a algún conocido suyo, pero no sé por qué me picó la curiosidad y me puse a investigar un poco…
Mientras él hablaba, mi expresión debía de ser un cuadro de incredulidad.
Silver carraspeó.
--Junto al papel donde estaba escrita la dirección, había un sobre con unas llaves dentro… estas llaves.--dijo, agitando ante mí la argolla de metal.--No paré de indagar entre sus amigos, o más bien conocidos o compañeros de juergas, como quieras llamarlos. Eso no fue difícil, porque yo sabía quiénes eran. Como tú lo sabes también, son el grupo más famoso de gentuza que ronda por el barrio.
Agaché la cabeza y asentí en silencio. Como para no conocer al “grupo” en cuestión. Recuerdo que hace años estuve presente una vez que Silver fue a buscar a su padre, que estaba borracho como una cuba, y tuvo que separarle a rastras de aquellos hombres y llevarle a su casa.
--Pero basándome en lo que fui descubriendo--continuó-- imagino que no todos los tipos con los que se codeaba eran unos desgraciados; si no, mira esto…--dijo, abarcando con un gesto de la mano la habitación. --Esto debió ganárselo a alguien con dinero, ¿no te parece?
--¿Investigaste y no sabes quién era el propietario?--pregunté, cada vez más asombrada.
--No--sacudió la cabeza--No me hizo falta. A efectos legales, la casa pertenece a mi padre. Yo solamente he visto de pasada el nombre del antiguo dueño. Está completamente cubierta y pagada, por eso digo que la persona a la que perteneció tendría dinero.
--Pero…no puede ser.--negué con la cabeza, esbozando una sonrisa nerviosa--¿cómo lo sabes? Debe de haber papeles o algo así, no sé, algo que lo demuestre…una casa no cambia de manos así sin más, eso no es tan fácil.
--Claro que los hay--sonrió Silver--pero no los llevo encima para mostrártelos.
Me sonrió de nuevo con expresión indefinida y meneó la cabeza.
--Sabía que no me ibas a creer…
Claro que no, o al menos me costaba mucho creerle. Lo que Silver me contaba no encajaba de ninguna manera en las “normas” que regían mi pequeño mundo. Por supuesto yo no entendía nada de rollos bancarios, ni de traspasos de propiedades, ni de hipotecas. Me parecía sencillamente imposible que hubiera un tío capaz de pagar una casa a tocateja, por ejemplo. Pero empecé a dudar sobre si sí los habría.
--Bueno.--resopló Silver para apartarse un mechón de pelo de la cara--Me creas o no, así es. ¿Ahora piensas quedarte en la entrada, o prefieres venir conmigo y que te enseñe un poco este precioso piso?
Tragué saliva y le seguí a través del estrecho corredor, bañado por la luz verde procedente de la entrada. A ambos lados del pasillo había puertas, dos en cada flanco, para ser exactos. El piso era pequeño pero muy recogido y agradable.
A mano derecha se encontraba el salón, no demasiado grande, con el suelo de madera cubierto por una rústica alfombra. Pude comprobar, estupefacta, que estaba-- al igual que el resto del inmueble--totalmente equipado con algunas comodidades que, sin llegar a ser lujos, superaban con creces lo esperado. Pensé que en aquel saloncito no faltaba de nada.
Recuerdo que había un sofá de dos plazas, tapizado en verde--evidentemente, el color favorito del anterior propietario--frente a un televisor de tamaño mediano, flanqueado por dos estanterías llenas hasta arriba de libros. Alcancé a ver el título de uno de ellos, cuyo lomo sobresalía un poco entre los demás. “Xaviera se suelta el pelo”, recuerdo que ponía en retorcidas letras negras sobre el canto. Por la decoración y los objetos que veía, no me cupo duda: aquella casa había pertenecido a un hombre. No se veía por ningún lado la mano de una mujer, hipótesis que confirmé cuando vi el resto de las estancias.
Enfrente del salón, a mano izquierda, se encontraba la cocina, pequeña y limpia, inmaculada.
Al fondo del pasillo me mostró un pequeño baño alicatado en azul cielo, con un lavabo de loza sobre el cual había un espejo cuadrado de grandes dimensiones, que copaba casi toda la pared. Junto al lavabo, una bañera de buen tamaño con bordes redondeados se comía la mitad de la habitación. De los toalleros colgaban aún toallas de aspecto esponjoso, aparentemente sin usar. Increíble.
Junto a la cocina, a la izquierda, había un pequeño cuarto escasamente amueblado, que parecía haber sido utilizado como despacho o algo parecido. Solo mantenía como único mobiliario un pequeño escritorio junto a la pared, frente a una ventana por la que se veían las copas de los árboles, y un sillón orejero de cuero negro, con aspecto algo ajado. La única luz procedía de un sencillo flexo plateado que había sobre el escritorio.
Y, por último, a la derecha, me mostró el dormitorio, que en comparación con el resto de las habitaciones era bastante espacioso. En el centro, contra la pared, estaba la cama más grande que recuerdo haber visto hasta ahora, cubierta por una elegante colcha de color verde con reflejos nacarados sobre las impecables sábanas. Delimitando la cama había dos mesitas minúsculas pintadas de color tierra, cuyo esmalte había comenzado a descascarillarse en algunos puntos dejando entrever la madera sin pulir. Completaba el conjunto una gran ventana, desprovista de cortinas, que daba a la calle, a través de cuyas hojas entreabiertas se colaba el aire limpio de la noche dentro de la habitación.
--¿Te gusta?--preguntó Silver. Se había colocado sin apenas yo sentirlo detrás de mí y rozaba mi espalda con su pecho.
--Sí, es una pasada…--respondí sin poder dejar de mirar aquella cama.
Mi mente no podía dejar de hacer asociaciones como una loca, como podrán imaginar…
Silver me obligó con suavidad a girarme hacia él, y no pude esquivar sus ojos, que se clavaron en los míos como si quisieran sondear hasta lo más hondo de mis profundidades. Oscuros deseos tenía yo por mostrar, detrás de mi mirada, por eso trataba una y otra vez de evitarle presa de la timidez.
--Aquí es donde empieza nuestro juego…--susurró sin dejar de taladrarme con sus ojos.--¿Estás segura de que quieres quedarte conmigo? ¿De que quieres jugar?
--Sí…supongo que sí…
Comenzó a besarme dejando una marca de fuego sobre la piel de mi cuello y detrás de mis orejas.
--No me vale que supongas--dijo abrazándome con fuerza--necesito que me digas lo que realmente quieres…sólo la verdad.
Traté de abrazarle, de corresponder a su abrazo, pero no me dejó.
Joder, cómo le necesitaba.
--Sí--dije al fin, perdiéndome en los mares negros de sus ojos--sí que quiero.
--Muy bien--sonrió con ternura--entonces date la vuelta, mi pequeña.
Le obedecí despacio, girándome hacia la puerta de la habitación.
--No mires…--escuché que decía, y oí también que caminaba hacia la cama, y que abría el cajón de una de las mesitas de noche. --Tranquila, no te vuelvas.
En pocos segundos le sentí de nuevo detrás de mí.
--Voy a colocarte una venda en los ojos…--susurró mientras acariciaba mi cintura, bajando hacia mis temblorosas caderas--no te asustes, por favor.
Sentí la caricia suave de la seda en mi frente, y casi al instante mi vista quedó bloqueada por un pañuelo negro completamente opaco.
--Muy bien--dijo con voz queda, junto a mi oído--no tengas miedo. Te quiero, princesa, lo sabes, ¿verdad?
Al oír estas palabras, el corazón se me puso en la garganta de un vuelco.
--Sí, lo sé…
--¿Confías en mí?--preguntó en un tono de voz casi inaudible.
Busqué sus manos con las mías, y las agarré con fuerza.
--Sí. Pero por favor, no me hagas daño.
--Nunca, mi pequeña.--respondió, apretando a su vez mis manos entre las suyas.
--Vale…--respiré hondo y traté de relajarme. De golpe me sentía terriblemente expuesta con aquella venda en los ojos, sin poder ver absolutamente nada alrededor. Estaba casi totalmente a su merced…
Qué rara, qué extraña me sentía.
--Bueno--dijo, soltando una de mis manos--ahora sé buena y ven conmigo.
Comprobé con sorpresa que me guiaba suavemente fuera de la habitación--había dado por hecho que me tiraría sobre la cama, no sé por qué--y que en un momento dado me hacía torcer por el pasillo hacia… ¿hacia dónde?… me pregunté, apelando a mi más que pobre sentido de la orientación.
Efectivamente, habíamos entrado en otra estancia del piso.
--Ven, Malena--musitó Silver atrayéndome con su brazo hacia un lugar concreto dentro de la habitación--siéntate aquí.
Presionó levemente mis hombros con las palmas de sus manos, y caí de pronto en un mullido asiento que protestó con un murmullo apagado. Lo recorrí con las manos, tanteando, y de pronto lo reconocí… ¡el sillón de cuero, claro! Estábamos en el pequeño despacho, la habitación más desierta de la casa.
--Ponte cómoda, mi niña.
Escuché un leve sonido como si tirara fuerte de una tela, y luego percibí que se sentaba en el suelo, frente a mí. Sentí sus cálidos labios sobre mi rodilla desnuda, y sus dedos jugueteando con la falda de mi vestido. Alargué la mano y toqué la parte interna de su antebrazo; pude notar las venas que surcaban su piel suave y caliente como caños enramados. Trepé con mis dedos y no encontré la tela de su camiseta, por lo cual supuse que acababa de quitársela en ese mismo momento, de ahí el ruido de tela retirada. Imaginé su torso desnudo y mi corazón volvió a latir con fuerza.
--Bueno, princesa--dijo, recorriendo la parte interna de mis muslos con la punta de su dedo--Ahora te voy a explicar lo que vamos a hacer…quiero que me escuches con atención.
Colocó de pronto sus manos con súbita fiereza sobre mis rodillas, y separó bruscamente mis piernas. Pensé que iba a tocarme, pero en lugar de eso continuó hablándole al reducto oscuro entre mis muslos. Sentí sobre mí el suave calor de su aliento, como una caricia de fuego.
--Estás aquí por voluntad propia, así que deduzco que has decidido “estrenarte“ conmigo, sabes a qué me refiero, ¿verdad?
Me estremecí, arrellanándome contra el asiento.
--Esta noche--continuó--voy a follarte el coño, y también el culo…no sé si precisamente en ese orden--escuché como sonreía y meditaba sobre sus próximas palabras.
Gemí.
--No te preocupes, porque me voy a encargar de que lo disfrutes plenamente. Y me encantaría que tuvieras unos cuantos orgasmos en el camino, de hecho mira por donde, te voy a pedir que los cuentes.
Asentí imperceptiblemente mientras comenzaba a sentir el chapoteo de mi coño contra el cuero del sillón.
--Como te dije antes, me gustaría mucho comerme ese coñito, así que también lo haré… Pero antes de todo eso, me gustaría pedirte una cosa…
--¿Lo harías?--temblé y me removí en mi asiento, mis piernas aún sujetas por sus manos como tenazas.
--Lo haré, claro--escuché como sonreía--lo haré con mucho gusto…pero antes, como te digo, me gustaría pedirte algo.
--¿Qué?
Se me quebró la voz cuando sentí su lengua jugando enérgica sobre mi rodilla, circundándola con sinuosos trazos y alternando algún que otro mordisco con ferocidad.
--Que te olvides de que tienes vergüenza, que te olvides de quién eres. Quiero que te comportes en todo momento como te exija tu cuerpo, deja que sea él quien hable. Quiero que goces y disfrutes como una puta cerda. No quiero que pienses; quiero que sólo vivas, hasta mañana, exclusivamente para el placer. Por grotesco que te parezca que te apetezcan algunas cosas, quiero que las hagas… o me las pidas, ¿entendido?
Sus caricias se habían intensificado subiendo hacia la parte alta de mis muslos. Se humedeció sus largos dedos en la boca y sentí como hendía y acariciaba con ellos mi suave piel, derribando a su paso mis defensas. Caricias brutales y vehementes que me arrastraban hacia la demencia. Estaba tan cachonda que el coño comenzó a palpitarme y a dolerme.
--Sí--conseguí responder, respirando entrecortadamente--de acuerdo.
--Quiero que si quieres gritar, grites.--continuó--no te cortes. Si algo te gusta, sigue haciéndolo. Si algo no te gusta, házmelo saber. Si echas de menos algo que no te he hecho, pídemelo. Esto es lo que quiero que hagas… ¿está claro?
Asentí, intentando acariciar con mis propias manos mi coño palpitante, pero no me dejó. Me sujetó los brazos con firmeza y los clavó en la tapicería de cuero.
--Quieta, princesa…--rezongó--no tengas prisa. Esta noche va a ser tu primera vez… vayamos con calma.
Besó con avidez la trémula carne de mis muslos, y me levantó de un manotazo la falda del vestido, quedando de cintura para abajo yo desnuda y completamente expuesta. No pude evitar comenzar a temblar violentamente.
--Tranquila, mi amor…--dijo, enredando las puntas de sus dedos entre mi escaso vello púbico--vamos a ver qué tal está tu coño…me muero de ganas de probarlo.
Sentí como abría con dulzura los pliegues de mi sexo, y a continuación una glotona pasada de su lengua, lamiendo despacio mi raja de abajo a arriba.
--Joder…--murmuró, metiendo la nariz en el triángulo de pelo--qué bien sabes, nena...
Me subió completamente la falda del vestido, quedando mis nalgas directamente sobre el cuero que yo ya visualizaba encharcándose. A continuación me hizo adelantar el trasero hasta el mismo filo del asiento, quedando mis piernas colgando con las rodillas flexionadas sobre sus hombros. Cargándome de esta manera, se inclinó voraz sobre mi sexo, abriéndolo delicadamente con sus dedos, y comenzó a hacerme una formidable comida de coño. Me lamía según era su estilo, muy despacio pero aumentando gradualmente la intensidad, saboreando y disfrutando de cada lenta chupada.
Resoplando contra mi vagina, abrió aún más mis labios menores y rozó mi inflamado clítoris con la punta de su lengua. Yo me retorcía sin saber cómo colocarme, ofreciéndole el coño con las piernas completamente abiertas, literalmente espatarrada en aquel sillón.
--Espera…--me dijo de pronto, la voz ronca por la ansiedad.
Sentí como me colocaba las piernas en el suelo y se levantaba, oí sus pasos por la habitación. Se detuvo y escuché un cajón que se abría. Luego se demoró un momento, y poco después volví a sentirle colocándose de nuevo entre mis piernas, retornando a la posición anterior.
--Me encanta comerte el coño…--gruñó y se cargó de nuevo mis piernas a la espalda.
De pronto, entre lamida y lamida, sentí algo resbaloso que se escurrió entre mis nalgas y me penetró el ano con tremenda facilidad, sin ninguna compasión.
--Ahhhh…--me quejé, sin dejar de oscilar mis caderas, convulsa del placer que me estaba provocando con su húmeda lengua.
--Tranquila, pequeña--murmuró, separando su boca de mi vulva--es sólo mi dedo con un poco de vaselina, tranquila…
Me removí sobre su dedo como si mi culo se lo quisiera comer. Me clavé del todo en él. El dedo medio de Silver se movía lubricado dentro de mí, explorando mi agujero que iba poco a poco adaptándose a la súbita intrusión. Me dolía un poco el culo, pero también me moría de placer; un placer oscuro y secreto que aumentaba a medida que mi ano se iba dilatando para dejarle entrar.
De cuando en cuando dejaba de trabajarme con la lengua, acariciando velozmente mis labios menores abiertos como los pétalos de una enrojecida flor, con la mano derecha. El dedo de su mano izquierda continuaba metido en mi culo, moviéndose ya desaforadamente, casi con furia.
El orgasmo me sobrevino a ráfagas, como si fuera demasiado fuerte para estallar de golpe. Me corrí sin poder avisarle contra su lengua que me socavaba con gruesas caricias, estremecida, casi sollozando. El dedo que tenía por detrás se introdujo tanto en mí que pude notar los nudillos de su mano haciéndose sitio entre mis nalgas. Debí chorrear como una marrana, pensé que me meaba. Fue un orgasmo tremendo, como el implacable torrente que desborda un dique.
Cuando caes por una montaña rusa sólo gritas al final, porque al principio la sensación de caída libre te corta el aliento. A mí me pasó lo mismo; empecé a gritar cuando comencé a agotar mi orgasmo y a sentir más aún las lentas caricias de la lengua de mi amigo tan querido.
Me retorcí durante un buen rato, la cabeza echada hacia atrás, vencida por las sacudidas de mi orgasmo, como una muñeca desmadejada.
--Jo, qué bien--comentó él, recorriendo con excitados dedos mi acalambrado cuerpo-¿te has corrido a gusto, mi niña?
Se elevó un poco sobre las rodillas para abrazarme y retozar contra mí. Comprobé que aún no se había despojado de los vaqueros, y que su erección era tremenda. Tuve muchísimas ganas de él, de su polla…la busqué con mi coño ardiente y me encajé en ella, y él rezongó de gusto comenzando a bombear con su cuerpo, empujando con fuerza sus caderas contra las mías.
--Qué rico sabe tu coño…cómo me gustas, Malenita…
Boté contra su rabo duro, mi coño dolorido por la fricción pero terriblemente ávido de sus embestidas.
De pronto me asió de la cintura y me levantó en volandas, haciéndome girar y caer sobre él, de manera que quedé sentada sobre sus rodillas, dándole la espalda.
Desató con dedos temblorosos los nudos que abrochaban mi vestido, y liberó mis pechos del sujetador. Comenzó a masajearlos, amasando la turgencia de mis tetas con ambas manos, pellizcando con fuerza mis endurecidos pezones. Lubricó de nuevo sus dedos para retorcerlos con mayor soltura, una y otra vez, arrancándome verdaderos gritos. Yo resollaba contra su erección disfrutando como una cochina, restregándome impúdica contra su miembro duro. Sin moverme de aquella posición, descendió con una de sus manos hasta mi sexo empapado, provocándome poco después un nuevo orgasmo con caricias directas sobre mi centro de placer. No fue tan intenso como el primero, pero me hizo gritar… y querer más.
Así se lo hice saber, entre jadeos.
--¿Quieres más?--preguntó ronco, con la voz entrecortada.
Me empujó levemente hacia el suelo, indicándome que me dejara caer. Así lo hice.
--Ponte de rodillas--me ordenó con voz tajante--Así, con las palmas de las manos apoyadas en el suelo.
Le sentí detrás de mí, subiendo de nuevo la falda de mi vestido sobre mi espalda.
--Bien…
Con el culo al aire ante él, me sentí horriblemente cachonda sin necesidad de que me tocara.
Me obligó a levantar el trasero arqueando la espalda, ofreciéndole mi vulva caliente y el ojo del culo. Comenzó a acariciar mis nalgas, y sentí que pasaba un dedo entre ellas, nuevamente lubricado con cantidades industriales de vaselina.
Comenzó a trabajarse mi culo y mi coño alternativamente desde atrás. Utilizando de forma despiadada sus dedos y su lengua, me arrancó un tercer orgasmo que sentí que no formaba parte tanto de mí como de él porque de alguna manera le pertenecía.
Noté que se retorcía contra mí, febril. Jadeaba como un animal.
Escuché cómo se desabrochaba los pantalones y los arrojaba lejos, junto con sus calzoncillos. Sentí de pronto su inflamado glande jugueteando a las puertas de mi coño, golpeando mi perineo imperativamente, y me pregunté si iría a penetrarme.
No lo hizo.
En lugar de eso me clavó la polla entre las nalgas, sin llegar a metérmela por el culo, y se movió en esa calentita estrechez de arriba a abajo, masajeando su miembro con la mano, emitiendo gruñidos, retorciéndose de gusto. Golpeaba mi trasero con su estómago tenso, una y otra vez.
--¿Te gusta, mi pequeña?--preguntó entre dientes, irguiéndose un poco e insertando la punta de su miembro dentro de mí, al tiempo que me daba un fuerte azote en el culo.
Gemí y me removí contra él para sentirle más. Quería que me la metiera. Que me la metiera entera. Cómo lo deseaba.
--Métemela--me escuché decir con una voz sangrante que no era la mía--Métemela bien, bien por el culo…
Se apartó con brusquedad y volvió a azotarme; esta vez el cachete resonó como el trallazo de un látigo y me dolió de verdad. Su mano abierta alcanzó la parte baja de mis nalgas y mi coño.
--No, Malenita, mi vida, todavía no…
--joder…--supliqué excitadísima, mi coño agitado boqueando como un pez.
--Ahora no, mi amor, te dolería…
Refregué desesperada mi culo contra su estómago y su polla.
--Ven.--me dijo.--levántate.
Aún a ciegas me dejé guiar por Silver. Me guio con cuidado unos pasos más lejos, y sentí la suave superficie de la mesa debajo de mis manos.
--Apóyate aquí…--dijo con dulzura, presionando mi espalda para que yo descansara el estómago sobre la mesa; luego deslizó su pierna entre las mías para separarme los muslos.
Me estremecí con el contacto de la superficie de madera, estaba fría.
Alargó una mano y comenzó a acariciar mi sexo desde atrás, al tiempo que abría mis nalgas con cuidado y me volvía a follarme suavemente con sus dedos.
--¿Te da miedo hacerlo por el culo?--inquirió, acariciándome la cara y presionándola con suavidad para mantener mi cabeza recostada sobre la mesa--no por mí, sino porque es la primera vez…habrás oído mil cosas, experiencias de otra gente ¿no? Que si duele, que si no se disfruta…
--Sí…--aunque acababa de pedírselo, lo admití con un hilo de voz, cachonda perdida, sin dejar de mover mi trasero en torno a sus dedos. Me ardía el culo por el azotazo que acababa de propinarme, y el coño me chorreaba contra su mano sin yo poder evitarlo.
--Bueno, ahora estate quieta un momento, voy a coger una cosa.
Con claridad escuché acto seguido el cajón abrirse, el que estaba inmediatamente debajo de mí. Silver extrajo algo, y lo que fuera que sacó lo dejó sobre la mesa. Se inclinó un poco, como para tomar de la cajonera otra cosa, que sin embargo puso en el suelo lejos de mi alcance.
Pasó su mano, sus dedos húmedos ya de los líquidos que bullían en mi coño, lentamente sobre mi espalda.
--Voy a ayudarte a desvestirte--me dijo--no quisiera que se te estropeara este vestido tan bonito… te quiero totalmente desnuda.
Desabrochó del todo los nudos que fijaban el traje sobre mi cuerpo, y este resbaló por mis piernas hasta el suelo.
--Levanta los pies--murmuró mientras con un delicado movimiento terminaba de despojarme de él, y lo dejaba en alguna otra parte. A continuación me sacó el sujetador, cuyo broche ya se había desenganchado con el ajetreo sufrido.
--Muy bien, Malenita. Ahora te voy a inmovilizar las manos…para que no te resistas.
Un escalofrío me recorrió la columna vertebral mientras escuchaba estas palabras, y más aún me asusté cuando sentí una áspera cuerda que me mordía las muñecas.
Manteniéndome recostada sobre la mesa, el culo en pompa dirigido hacia él, juntó mis manos y las ató fuerte por encima de mi cabeza.
--No quiero cortarte la circulación--dijo con dulzura--sólo inmovilizarte… ¿está bien así? ¿Te hace daño?
--Silver, esto me asusta--conseguí articular. Nunca en mi vida me habían atado, y menos en esa posición en la que estaba yo, tan indefensa. Me sentí como si me estuvieran raptando, o robando algo que yo creía muy seguro dentro de mí…
--Tranquila, preciosa, confía en mí. No va a pasar nada que no desees.
Cuando me hubo asegurado las ataduras de las manos, se detuvo un momento. Aunque no podía verle, sentía sus ojos clavados en mi cuerpo, recorriéndome con descaro y lujuria. El deseo se agolpaba en mi sangre al compás de los jadeos de él, que respiraba detrás de mí terriblemente excitado.
--Toma--dijo, alargando a mis atadas manos un objeto--tócalo.
A ciegas, pasé las yemas de mis dedos sobre el objeto que me entregaba. Era grande, plano, de superficie suave pero rugosa…Silver lo movió despacio, para que yo pudiera palparlo desde todos los ángulos. El objeto tenía un mango grueso de lo que al parecer era madera, no demasiado largo.
“Dios mío” pensé.
--¿Sabes qué es?--preguntó, la voz distorsionada por la marea de su nerviosismo.
--Sí…--acerté a decir. Sentí pánico de pronto, ante la inminencia de lo que iba a pasarme.
--Dime, ¿qué crees que es?
--Una…--casi no me llegó la voz a la garganta--…una paleta de ping- pong…
--Exacto--murmuró Silver--Y… ¿sabes para qué la voy a utilizar ahora?…
Asentí como pude, temblando de la cabeza a los pies.
--Ese culito tuyo me está pidiendo a gritos probarla…quiere ser un culo bien azotado, ¿no es así?
Me estremecí mientras le escuchaba decir aquello. Una parte de mí estaba asustadísima, pero otra se regocijaba, temblando de deseo por recibir aquel castigo de parte de sus expertas manos.
Palmeó mis nalgas con dulzura.
--No te preocupes, te ayudará a liberar esa tensión que tienes. Primero te prepararé como es debido, no te daré muy fuerte al principio…recuerda que calentar bien un culo es una ciencia, como ya te dije.
“Todo un detalle por tu parte explicármelo” pensé, irónica de puro nervio.
Pasó sus dedos por mi coño, para comprobar mi grado de excitación.
--Vaya, te secaste un poquito. Te has asustado…
Se inclinó sobre mí y posó sus labios en mi espalda, recorriéndola con besos tranquilizadores.
--Te voy a masturbar un ratito más entonces.
Y vaya si lo hizo. Menuda paja. Movió sus dedos con agilidad y más empeño que nunca, llevándome hasta el borde mismo del orgasmo. Cuando se dio cuenta de que mi coño se le ofrecía de nuevo como una fruta madura, repleto de jugos, apunto yo de correrme, dejó de acariciarme y me dio un buen azote.
La paleta de ping-pong se estrelló contra mis nalgas sin miramientos. Por el ruido que resonó, pensé que iba a romperme el culo…pero Silver no lo hizo ni mucho menos con toda su fuerza.
--No te hará tanto daño como piensas, Malena--dijo, al igual que me había dicho la primera vez que nos encontramos de aquella forma, hace algunos días, en mi habitación. En el momento que yo había decidido, sin saberlo, ser suya.
Plassssssssssssssssssssssssssss
Otro cachete me castigó el trasero, esta vez con más fuerza.
--¿Cuántos azotes crees que debo darte, Malena? ¿Cuántos crees que podrías aguantar?
Continuó palmeándome con energía las nalgas, en las que comencé a notar un calor y un hormigueo creciente al poco de empezar. Silver era un maestro del azote; sabía exactamente cómo lograr el punto exacto de dolor, vergüenza y delicia. La incertidumbre de la que había sido presa segundos antes iba siendo sustituida por un torrente de confianza hacia él, al notar el placer que me daban los palmetazos contra mi culo caliente.
Alternaba la zurra con caricias circulares en mi sexo, al que también alcanzaba en ocasiones la pala. Elevé mis nalgas arqueando mi espalda para sentir más la azotaina en aquella zona, y separé aún más las piernas. Me estaba poniendo enferma de dolor y placer. Silver se dio cuenta y redobló la cadencia de sus azotes, así como el ritmo de sus caricias.
--¿Te está gustando, nena?--preguntó jadeando por la fatiga.
Aumentó poco a poco la fuerza hasta que mis nalgas quedaron sordas, insensibles. Solo notaba un golpe seco y escuchaba el sonido de la pala estrellarse; sonaba como un disparo. Mi cuerpo se sacudía con cada impacto, desplazándose y botando contra el canto de la mesa cada vez que la pala retumbaba sobre mi culo.
Creo que llevaría unos treinta azotes--los diez primeros de “calentamiento”, los veinte restantes terribles--cuando empezó a sucederme algo tan grandioso como inesperado, que se escapaba a mi propia voluntad. Noté mi coño ardiente y trepidante, cargadísimo de excitación y de jugos. Cuando digo caliente me refiero no sólo a “cachondo”, sino a que de pronto sentí que alcanzaba la temperatura del agua hirviendo. Supongo que se podrían freír huevos sobre mi trasero, pero el calor de mi sexo era diferente; podía sentirlo expandirse hacia dentro, en una explosión de placer incontenible, mi vagina más babosa que nunca tratando de alcanzar el cielo con la posición adecuada, mientras mi amado verdugo, agente de todo aquel placer, continuaba mecánico, constante, con su cometido.
Empecé a correrme una y otra vez, removiéndome contra la mesa, sin poder parar. Encadenaba los orgasmos de tal manera que pensé que era uno sólo, un solo estallido, que de cuando en cuando se apagaba un poco y me dejaba respirar, para volver de nuevo a llenarme de gloria cuando Silver volvía a la carga con la pala. Un orgasmo cadencioso como las olas del mar, que besan la arena y regresan a las profundidades, una y otra vez. Sudaba de pasión, las sienes me latían, no podía dejar de gemir y mi respiración hacía ya mucho tiempo que iba por su cuenta.
La pala se estrelló unas treinta veces más, sintiendo yo la plenitud de su superficie plana sobre mis despellejadas nalgas.
Cuando Silver paró, continuaba yo con un grito ahogado en la garganta, anudado, queriendo salir de mi boca y protestando porque la causa de mi maremoto se había detenido.
--Maleni, ¿estás bien?--preguntó, rozando con sus labios mi oreja.
No pude contestarle; sólo fui capaz de ahogar los últimos rescoldos de placer con un aullido gutural.
Sentí vagamente su mano fresca sobre la piel de mis nalgas, acariciándola levemente con cierta timidez.
--Vamos a dejarlo aquí…--murmuró, besando con ternura la parte baja de mi espalda-que te vas a poner mala…
De nuevo me acarició las nalgas con precaución. Yo sólo sentía la sombra de sus caricias, como si tuviera el culo envuelto en una bolsa de forespán. Me sacudían aún los latidos de toda mi zona glútea, que parecía ir aumentando de tamaño, inflamándose, aunque aún no me escocía.
Me hallaba en una especie de nirvana en el que flotaba, los músculos de todo mi cuerpo se desvanecían como si se hubieran vuelto leves, ligeros… Una flojera que hacía flaquear mis rodillas como si fueran de goma me invadía progresivamente. Sólo notaba la presencia de mi culo que latía, pulsante de calor. Mis antebrazos colgaban laxos sobre la mesa, y mis manos se abrazaban, unidas por las cuerdas.
--Maleni, contesta, por favor…--apremió Silver--¿estás bien…?
--Sí…--conseguí articular al fin, con voz pastosa ahogada contra la superficie de la mesa.
--Ven aquí--musitó.
Me desató las muñecas con sumo cuidado, y tiró de mí suavemente hacia atrás.
--¿Puedes caminar?--preguntó, ayudándome a ponerme en pie.
Abrí los ojos con cautela, pero no veía más que la ceguera del paño. Desorientada, busqué su brazo para apoyarme. Mis piernas eran de mantequilla, pero conseguí amagar un paso al frente. Traté de sonreír para no preocupar demasiado a Silver, ya que le sentía respirar fuerte a mi lado, no sabía si de excitación o de nervios.
--Estoy bien, Silver…
Trastabillé, mareada. Se me iba la cabeza.
Sentí de pronto cómo él me impulsaba hacia arriba y me tomaba entre sus brazos, los músculos tensos sujetándome con fuerza. Aspiré contra su pecho desnudo perlado de sudor, tratando de beberme su olor penetrante con la nariz. Pasó un brazo por detrás de mi espalda, atrayéndome hacia sí, y otro por detrás de mis desfallecidas rodillas, y de esa guisa, caminó lentamente hacia el pasillo.
--Tranquila…--murmuró con dulzura--ahora te sentirás mejor…te has quedado helada…
Tenía razón. Salvo las posaderas, el resto de mi cuerpo temblaba de frío.
Me estrechó entre sus brazos con más fuerza, para darme calor, y desplazó su codo hacia delante. Oí como pulsaba un interruptor, y el chasquido de una bombilla al encenderse. No veía más que negrura, pero sentí claridad súbitamente al alrededor, contra el lienzo que tapaba mis ojos.
Me depositó con cuidado sobre un lugar blandito que olía un poco a viejo, y me tapó con algo suave pero al instante cálido.
--Espera aquí, princesa—dijo, una vez se aseguró de que ningún recoveco de mi cuerpo quedaba sin tapar.
Sentí que sus pasos se alejaban por el pasillo. Oí el rumor del agua en el cuarto de baño cercano.
Supuse que él me había dejado en la cama, tapada con la bonita colcha color verde nácar. Tomando poco a poco conciencia de mi cuerpo me recosté de lado, y destapé mis nalgas dejándolas al aire porque el roce de la colcha me escocía ya de un modo que me estaba matando.
Moví poco a poco los dedos de las manos, sintiendo cómo volvía a circular la sangre en ellos, de punta a punta. Llevé mis manos a la altura de mis ojos y acaricié la suave tela negra, decidiendo no quitármela. Me arrellané en el colchón sintiendo el aire fresco que se colaba por la ventana aliviando mi pobre trasero.
De nuevo la presencia de Silver me hizo sentir una sacudida por dentro. Le sentí en la puerta, observándome. Supuse que estaba mirando mis nalgas expuestas al aire, que no quería yo ni pensar el aspecto que debían de tener.
Avanzó unos pocos pasos y se sentó despacio a mi lado en la cama. Pude escuchar nítidamente su respiración rápida y superficial. Removió con las puntas de sus dedos mi alborotado cabello, y me despojó con cuidado de la venda que tenía ante mis ojos.
Cuando conseguí acostumbrarme de nuevo a la luz y enfocar los contornos de la realidad que me rodeaba, le vi. Inclinado sobre mí, su rostro muy cerca del mío, el fino cabello negro también alborotado por el esfuerzo de azotarme. Me contemplaba sin sonreír, algo pálido, con un destello de turbación en la mirada que me inquietó. Quise decirle que no se preocupara, que yo me encontraba bien, pero sólo fui capaz de articular un leve quejido.
--Eh, amor…--dijo alarmado--¿cómo te encuentras?
Cerré los ojos y sonreí, extendiendo los dedos fuera de la colcha para acariciar los suyos.
--¿Estás bien?…Me he pasado, ¿verdad?…
--No, no…--alcancé a decir, con voz ronca--ha sido bueno, Sil, ha sido bueno…
--Te has portado muy bien--comentó.--pensé que te estaba gustando, por eso yo…
--Sí, sí…--interrumpí, tratando de sonar convincente. Carraspeé para recuperar mi voz en mi garganta seca--me ha gustado, de verdad. Me he corrido… de manera atroz…
--Ya lo sé.
--Ahora estoy agotada… pero es por el orgasmo.
Sonrió un poco, y se recostó a mi lado, la cabeza descansando sobre la almohada, frente a la mía, sus ojos llenos de ternura mirando fijamente los míos, agitando mi alma como de costumbre.
--Me gusta que te guste--dijo en voz baja, acariciándome la espalda.
Sus caricias me llenaron de felicidad. Poco después se separó de mí y volvió a levantarse despacio.
--Voy un momento a cerrar el grifo…--dijo--te estoy preparando la bañera, ¿te apetece?
--Sí…--sonreí encantada, aunque el escozor de mis nalgas era en ese momento ya dificilmente soportable.
Cerré los ojos y traté de dormitar mientras escuchaba cómo se detenía el rumor del agua cuando Silver cerró el grifo.
Oí que ponía en orden cosas dentro del cuarto de baño, y escuche sus pasos regresando al dormitorio.
--Ya está.--dijo.
Traté de incorporarme hacia su voz, aún con los ojos cerrados.
--No, espera--me sujetó--no te muevas. Déjame a mí.
Pasó de nuevo uno de sus brazos detrás de mis rodillas, y con el otro rodeándome los hombros, me situó con delicadeza sentada sobre sus muslos. Aún envuelta por la colcha, noté el roce seco de la tela de los pantalones. Había vuelto a ponérselos. Me removí un poco sobre él, buscando el contacto de su rabo, pero no lo encontré.
--No te esfuerces…--dijo Silver con una media sonrisa--se me ha bajado absolutamente todo. Cuando te he visto que no respondías… me he asustado.
--¿Sí?--murmuré jugueteando con su pelo--Lo siento…
--No, no, por dios, no digas eso. Lo siento yo… ¿Ahora estás bien?
--He estado bien todo el tiempo…--sonreí--si acaso, he disfrutado demasiado…
Silver me miró un rato en silencio, esbozando una sonrisa, acariciando con sus blancos dedos mi mejilla. Me recosté sobre él, apoyando la cabeza en su pecho, sintiendo sus caricias, inmersa en una dulce ensoñación.
--Bueno--susurró, descendiendo con sus dedos hasta mis pechos--¿Me enseñas eso que guardas entre las piernas… para despertarte un poco más?
Asentí y separé las piernas sin abrir los ojos, mientras él retiraba la colcha lo justo para dejar mi pubis al descubierto.
Se humedeció los dedos en la boca y me sumergió de nuevo en un mar de caricias dulces, pausadas, que no tardaron en hacerme mojar otra vez. Comencé a mover mi ardiente trasero contra sus rodillas, notándolo candente, la colcha debajo de mí áspera como papel de lija.
Agitó sus dedos, ya empapados, dentro de mí con mayor rapidez, y me besó en la boca devorando mi lengua con la suya. Yo bamboleaba mis caderas retorciéndome en círculos, gimiendo en voz alta, cada vez más empapada.
--Sigue…--le supliqué, la voz deshaciéndoseme.
¿Cómo demonios conseguía acariciarme tan bien?
Continuó besándome y moviendo los dedos dentro de mí con dedicación, y yo mojaba, encharcaba de jugo sus pantalones a través de la fina tela de la colcha.
--Silver,… Silver…--murmuraba entre dientes, jadeando.--me voy a correr… otra vez…
Tuve de nuevo un dulce orgasmo, el cuarto (los de los azotes no cuentan, porque no sé cuántos fueron), agarrada a su cuello, gimiendo fuerte. Solo entonces se relajó su brazo por encima de mí, y sus caricias se ralentizaron en círculos sobre el triángulo de mi sexo.
Lloré al correrme, de placer, y también del escozor y dolor que sentía en mi pobre trasero al golpearlo una y otra vez contra las rodillas de mi amigo. Se me iba enfriando el culo, y lo sentía literalmente en carne viva.
--¿Qué tal?--preguntó sonriendo, sacando poco a poco su dedo maestro de mi coño.
--Bien…--respondí, tratando de reponerme para ir a su encuentro y abrazarle.
--Ven, te llevo al baño…
Me sacudí con cierta brusquedad sus manos de encima cuando hizo amago de volver a cogerme en brazos.
--No hace falta, puedo ir sola.
Me arrastré hasta el borde de la cama, apretando los dientes por el súbito quemazón del roce de las sábanas (joder, cómo picaban) y me erguí despacio, dejando que los contornos de los objetos en la habitación se asentaran a mi alrededor. Recuerdo que, al abandonar la calidez de la colcha, sentía un frío terrible en manos y pies, una quemazón insoportable en el culo, y la cara también sofocada.
Silver me agarró del brazo, como si temiera que me cayese, y caminó a mi lado adaptándose al ritmo de mis pasos.
Una vez en el cuarto de baño me ayudó a introducirme poco a poco en la bañera, no sin antes haberme hecho girar para ver el estropicio de mis nalgas en el espejo. Mi pobre culo estaba rojo, salpicado de pequeñas manchitas púrpura sobre las suaves redondeces de carne.
--Se te quedará frío y comenzará a dolerte…--dijo Silver con ternura--es mejor que te metas cuanto antes en el agua tibia…
Ya mi cuerpo sumergido en el agua, comenzó a frotarme delicadamente sentado en el borde de la bañera.
--Estás preciosa…--murmuraba.
Masajeó mi cuerpo con sus manos impregnadas de jabón, deleitándose en cada recoveco, haciendo resbalar sus dedos sobre mi piel una vez tras otra. Se esmeró al máximo por no dejarse ningún lugar sin enjabonar: debajo de los brazos, entre los pechos, bajo los pliegues de mi doblado abdomen…
--Reclínate un poco más--dijo suavemente--para que pueda llegar entre tus piernas.
Enjabonó concienzudamente sus manos una vez más, insistiendo en sus largos dedos, y comenzó a frotarme entre mis muslos, profundizando más a medida que yo le dejaba paso.
Saqué un poco el culo del agua para sentir entre mis pétalos aquellas lentas caricias.
--Ahora date la vuelta--me indicó--vamos a ver si tienes el culo limpio…
Con la correspondiente excitación, me giré despacio y saqué, obediente, el culo completamente del agua. Me apoyaba con los codos en el suelo resbaladizo de la bañera, y tuve que bandearme un poco hasta lograr una posición estable.
Se inclinó sobre mí, y separó mis nalgas, observando minucioso la hendidura que se abría entre ellas.
--Hmmm…--murmuró--parece limpio…aunque tú eres un poco cochina, ¿no?
Acto seguido introdujo su nariz en mi culo y sentí su lengua repasar los márgenes de mi ano.
Gemí y me agité, gozando ante el oscuro placer que me producía. Me sentía como si tuviera un segundo coño dentro del culo sin yo saberlo, que hubiera estado aletargado durante años esperando que Silver lo estimulase.
--Vaya…sabes y hueles bien por todas partes, Malena, esto es increíble…
Tomó el bote de gel y me lo enchufó directamente en el culo, vertiendo dentro de él una buena cantidad del líquido frío y pastoso. Temblé.
A continuación impregnó también su dedo con la misma sustancia, y me penetró con él inmediatamente. No sentí ningún dolor. Me abrí yo misma el culo con mis propias manos para que él pudiera salir y entrar con su viscoso dedo cómodamente.
Mi culo temblaba y gozaba chapoteando sonoramente. Devoraba su dedo con glotonería.
Mi coño se moría de nuevo a punto de explotar.
Jadeé con violencia mientras me acomodaba para clavarme más adentro su dedo húmedo.
Pero no, ya no era sólo un dedo. Revolviéndome de gusto mientras trataba de exponer ante él mi coño destronado, noté que agitaba dos de sus dedos dentro de mi culo, asombrosamente abierto, que entraban y salían de él limpiamente. Me entraron unas ganas muy fuertes de defecar…me cerré un poco, estrangulando sus dedos, pero mis manos no me obedecían manteniendo la puerta de carne abierta, tirante. Hasta el escozor de los azotes--ligeramente aliviado por el calorcito del agua--comenzó a resultarme terriblemente placentero.
Permaneció así minutos eternos, abriéndome con paciencia el ano y refregándome de cuando en cuando el coño con los dedos untados de jabón. Yo ya me agitaba como un salmón dentro de la bañera, creando olas encrespadas de espuma y salpicando, culeando sin parar, desbordándome de gusto.
De pronto sacó sus dedos bruscamente y me miró con vicio.
--Sal del agua--me dijo con apremio.
--No…
Me asió por debajo de los brazos y me obligó a abandonar el estanque dorado, envolviéndome con una enorme toalla (verde, por supuesto). Sin mediar palabra me llevó al dormitorio, donde me sentó sobre sus rodillas y comenzó a masturbarme velozmente, arrancándome un nuevo orgasmo bestial--el quinto--que deliberadamente celebré con un acalorado grito.
--Cómo deseaba oírte chillar…--se atragantó con las palabras.
(Continuará)
5-Nostos y algos.
SILVER Memorias de Malena, 5 de enero de 2012
Después de aquella tórrida sesión de sexo en la bañera, mi amigo por fin me lanzó hacia la cama, donde comenzó a recorrer mi cuerpo con inagotables caricias. Me besó con llameante deseo, me mordió la boca, me comió los inflamados pezones y me lamió el coño, extendiendo mi humedad hasta mi ano. Metía y sacaba sus dedos con frenesí en mis calientes agujeros palpitantes, cada vez más abiertos. Me clavaba dentro del culo su dedo lubricado hasta lo más profundo que mi dilatado esfínter le permitía, mientras con su otra mano se sobaba la polla por encima del pantalón.
Yo me dejaba hacer, abriendo más mis piernas, levantando el trasero y revolcándome en toda aquella humedad, aspirando el olor a sexo que se pegaba a las sábanas. Mi culo escocido disfrutaba tanto o más que mi sexo, como si tuviera un clítoris insertado en la secreta garganta.
Y él me acariciaba con fuerza, utilizando mi cuerpo para darse placer, terriblemente cachondo.
Le abracé por la cintura y le atraje hacia mí. Empezamos a ensayar un polvo ficticio en el que por fin me incrustaba su erección cabalgándome con ansia, su rostro perlado de sudor casi fundiéndose con el mío.
--Malenita… mi amor…--resollaba, culeando frenético por meterse dentro de mí.
Yo abrí las piernas más allá de mi propio límite, y posicioné las plantas de mis pies en los hombros desnudos de mi amigo. Qué guapo estaba, respirando sexo, con tanto calor…le deseaba tanto que quise llorar. En lugar de eso, recuerdo que--dios mío, ¿por qué lo haría?--le pegué. Le pegué fuerte, cruzándole la cara con mi mano abierta.
Al principio me miró unos segundos, descolocado, con los ojos muy abiertos, los cinco dedos de mi mano marcados en su mejilla. Luego entreabrió la boca y sonrió, renovando sus embates contra mí, como si mi bofetada le hubiera excitado más.
Me la devolvió inmediatamente, claro. Pero ni de lejos con la fuerza que yo había empleado; fue más bien un cachete, estampando su mano suave--que no blanda--contra mi cara.
Después de haberse movido un buen rato contra mi coño, se apartó despacio y se recostó a mi lado. Me lanzó desde esa corta distancia una mirada cargada de secreto, mientras espaciaba deliberadamente cada ronca respiración.
--Maleni…--murmuró--vamos a relajarnos un poco…
Me acarició la mejilla con dulzura y sonrió más ampliamente.
--Quiero que disfrutes más despacio--prosiguió en voz baja, enredando los dedos en mi cabello.--Cierra los ojos…
Me giró suavemente de lado hasta que quedé de costado dándole la espalda. Comenzó a recorrer mi columna vertebral con lentas caricias, deteniéndose en cada apófisis, ondulando las yemas de sus dedos sobre mi piel.
Le escuché cómo se despojaba por fin de sus vaqueros.
Se colocó sobre mí, yo aún tumbada del lado izquierdo. Me flexionó con dulzura la rodilla derecha, y sobre la cama la colocó apuntando hacia mis pechos. La pierna izquierda permanecía casi estirada, laxa; mi culo quedaba accesible para recibir caricias y penetraciones de dedos con total libertad.
--Mantente en esta posición--dijo mientras alargaba el brazo hacia la mesita de noche.
Desde la cama podía verle trajinando en el cajón, aunque la silueta de su cuerpo desnudo me impedía ver lo que de sacó de él. Fijé mis ojos en su esbelta espalda, algo huesuda, tapada hasta casi la cintura por su lacio pelo negro. Sus omóplatos se calcaban por debajo de su piel como las alas disfrazadas de un ángel que no sabe que lo es.
--Te dije que mantuvieras los ojos cerrados…--me regañó con una sonrisa, volviendo a mi lado y dándome una leve nalgada de advertencia. Aunque su mano apenas rozó mis castigadas carnes, sentí que ni de lejos me había enfriado aún.
--¿Qué tienes ahí?--pregunté con inquietud.
--Bueno, en realidad no es nada del otro mundo, es un objeto muy simple…--dijo con una media sonrisa, mientras me acercaba aquello que tenía entre sus manos.
Se trataba de una vela larga, no especialmente gruesa pero más ancha por el final. Pude apreciar que le había cortado la mecha con unas tijeras, porque sólo se insinuaba un pequeño punto negro en su ápice.
--Es un trozo de cera, ya lo ves. Ni más, ni menos.
Le miré expectante mientras dejaba la vela sobre la cama, a mi lado, y abría con los dientes un preservativo que también había extraído del cajón. Como si fuera la cosa más normal del mundo, empezó a calzarle el preservativo a la vela, dejando resbalar el látex por su cuerpo liso, estirándolo hasta el final. Acto seguido vertió una considerable cantidad de lubricante sobre el objeto, acariciándolo de arriba a abajo para extenderlo.
--Eh, no me mires con esa cara de susto--sonrió.--tranquila, cierra los ojos.
Volvió a posicionarse detrás de mí, las rodillas clavadas en el colchón.
--Ahora relájate y disfruta--susurró.
Yo continuaba en la misma posición, del lado izquierdo, con mis escocidas nalgas orientadas hacia él y las piernas separadas. Me abrió el culo con delicadeza y comenzó a masajearme el ano, con un dedo también rebosante de lubricante. Extendió el viscoso fluido dentro de mí, tapizando con él la entrada a mi culo con cada profunda caricia.
Noté como mi agujero virgen comenzaba a dilatarse de nuevo, algo molesto, para dejarle paso.
--Eso es, preciosa. Déjame entrar--murmuró entre dientes.
Comenzó a acariciarme más rápido, entrando y saliendo su chorreante dedo de mi culo a ritmo mecánico, cada vez más adentro. Separaba mis nalgas con fuerza, la raja de mi culo a punto de dárseme de sí, de romperse la fina piel…o al menos eso era lo que yo sentía.
Me daba tanto morbo lo que hacía, que se me mojó de nuevo el coño. Como si él me leyera las emociones, sentí de pronto la superficie dura y lisa de la vela envuelta el látex ente mis labios menores, dando suaves toques directamente sobre mi clítoris. Gemí, retorciéndome de placer.
--Sácate la polla--le exhorté--por favor, házmelo con la polla…
--Todavía no--murmuró en mi oído, y…
Acto seguido, sentí la vela dentro del culo, moviéndose de un solo golpe hacia dentro con tremenda facilidad.
--Ahhh--me quejé, moviendo las caderas intentando que aquello saliera.
--Tranquila, nena--musitó Silver--sólo te molestará un momento.
Sujetó la vela con firmeza, alojada dentro de mí, y comenzó a moverla en círculos, como queriendo asentarla dentro de mi culo. Masajeaba ahora mi coño con sus dedos expertos, trabajando sobre mí con ambas manos, mientras con una de las mías me obligaba a continuar separando las faldas de carne, exponiéndole la ya enrojecida raja del culo en toda su plenitud.
No sé decirles cuando por fin casi dejó de dolerme…pero, aunque seguía sintiendo la presencia de aquel falo de cera abriéndose paso cada vez más adentro, todo aquello empezó a volverme loca.
Me retorcí con vicio, mi culo tragándose la vela ya casi sin ningún dolor…Joder, qué placer me estaba dando.
--Muy bien, Malenita…--resolló Silver, frotándome el coño con la palma de su mano derecha, mientras con la otra seguía introduciendo el cirio dentro de mí--cómete la vela con el culo. Disfruta.
Cuando estaba a punto de correrme, me sacó la vela del culo con brusquedad.
Resopló, y sentí que apoyaba su inflamado glande a las puertas de mi ano abierto, y comenzaba a jugar allí dando leves empujones, a pelo.
Me apreté contra él, deseando fagocitar su polla--bastante más gruesa que la vela--con el culo ardiendo por volver a ser penetrado.
Dejó de acariciarme y se separó un poco de mí; giré el cuello en una posición casi imposible, y le contemplé como masajeaba su polla dura impregnándola de lubricante. Me removí en el colchón. La sola visión del falo de mi amigo, rojo, duro y palpitante, ahora goteando la densa sustancia transparente por el grueso tronco, me hizo gemir y desear esa polla al instante, dentro de mi culo, dentro de mi boca, en todas partes.
Una vez su verga lubricada, volvió a apoyarla contra mí, esta vez insertándome su glande dulcemente dentro del culo. Hurgó con ella moviendo sus caderas, ensanchando mi esfínter poco a poco, al tiempo que volvía a acariciarme el coño con dedos empapados en saliva.
Avancé con mis caderas hacia él, queriendo incrustarme en su polla…
Y entonces me la clavó de golpe. Sentí como su falo enhiesto me rasgaba las entrañas.
Se me escapó un grito de sorpresa y dolor.
Retrocedió inmediatamente, sin llegar a sacarla de mi culo apretado. Yo resoplaba para aliviar la tensión y el súbito dolor, deseando volver a sentirle…
Cargó de nuevo contra mí, pero esta vez más despacio. Me penetró lentamente el recto y se mantuvo dentro unos segundos, sintiendo yo cómo mi culo recibía su miembro palpitante dilatándose poco a poco. Las caricias sobre mi sexo volvieron, sus dedos hábiles presionando suavemente el punto de placer, mientras su polla seguía quieta y latente dentro de mi culo.
La movió adelante y atrás unas cuantas veces, cada vez con mayor facilidad.
Después de unos cuantos embates sentí la totalidad de su miembro a sus anchas dentro de mí, destrozándome el culo, entrando y saliendo con vigor. Comprobé que podía moverme, y que estaba deseándole cada vez más; el placer que sentía con su miembro dentro de mí no tenía límites, y no se parecía a nada que yo hubiera conocido antes.
Me hinqué en su polla y él empezó a follarme salvajemente el culo, sujetándome las caderas con ambas manos, cada contorno de su miembro grabandose con claridad dentro de mi estrechez, entrando y saliendo. Ya la sacaba totalmente y la volvía a meter con todas sus fuerzas, resollando furiosamente.
Yo literalmente me moría, regocijándome con su polla gorda, rodeándola con mi carne, sintiendo la presión que ejercía dentro de mí.
--Silver, me gusta…--le animé. No quería que parara, aunque parecía incansable.
--…¿Sí?--peguntó, follándome con más ahínco.
--Sí…--contesté, mi voz rota por un gemido imprevisto. Me tenía completamente mojada, chorreando sobre sus dedos que se movían rápidamente entre los pliegues inflamados de mi coño.
--Joder…--gimió él, retorciéndose como una anguila contra mí.
Poco después me corrí, metiéndome dentro aún más su falo con las contracciones del orgasmo, devorándolo. Se quedó quieto, dejó de cabalgarme, y atrajo mis caderas hacia él, la polla clavada inmóvil dentro de mí, sus dedos sujetando fuerte mi cintura como si la vida le fuera en ello. Tieso como una vara, le sentí resoplar por entre sus dientes apretados. Aguantó durante todo mi orgasmo y después sacó la polla, palpitante y apunto de bañarme en ríos de leche, justo a tiempo.
--No quiero correrme todavía…--jadeó--¡casi me corro, soy un mierda!--Exclamó sonriendo, temblando de la cabeza a los pies a causa del esfuerzo por contenerse.
Me levanté de la cama y me coloqué a cuatro patas en el suelo, avanzando hasta apoyar mi mejilla contra el colchón. Silver me observaba congestionado, con la polla en la mano, y emitió un débil quejido cuando me separé con ambas manos las nalgas y le ofrecí mi culo abierto para que lo poseyera.
--En esta posición…---le exhorté.--quiero sentirte más. ¡Vamos! ¡Fóllame!--exigí.
Temblando de excitación, incapaz de negarse, se colocó con las rodillas flexionadas detrás de mí. Levanté el culo para acoplarme a él e inmediatamente
Bum!!!!
--Cómo deseaba que me pidieras esto…--gruñó.--No sabes cuántas veces he soñado con darte bien por el culo, mi niña…
Sentí el bombeo de su polla entrando y saliendo de nuevo, esta vez con tal violencia que le noté al borde del orgasmo. Sus pelotas cargadas chocaban brutalmente contra mi periné y mi coño en cada embestida. Me revolqué como una marrana contra su polla, disfrutando terriblemente, mi sexo y mi culo empapados, chorreantes de mis flujos y de lubricante.
Aquello fue demasiado para Silver. Sentí contraerse profundamente la musculatura de su abdomen, follándome ya como poseído, hasta que se corrió poco después, con un gemido gutural, llenando mi culo con su leche caliente.
--Oh, mi pequeña…--consiguió articular, con voz acuosa, en las sacudidas finales de su orgasmo.--Oh…joder…
Se mantuvo unos minutos dentro de mí, mientras se evaporaba su orgasmo, abrazado a mis caderas.
Sólo salió de mí cuando su polla se quedó fláccida, descargando entonces mi culo una riada de denso semen acompañada de un ruido horrible que avergonzada no pude contener. Era como si mi esfínter no tuviera voluntad. Estaba aún abierto, como si hubiera rebasado su límite de elasticidad. Observé espantada los espesos manchurrones sobre la bonita colcha verde, y me apresuré a ir a buscar algo para limpiar aquello.
--Tranquila--sonrió Silver--descansa un poco. Ya voy yo.
Se levantó y de una carrera fue y volvió del cuarto de baño con una toalla empapada.
Primero pasó la esponjosa tela por mi entrepierna aún sensible; luego refregó con suavidad la raja de mi culo, arrastrando los restos de su corrida que habían rebosado a los márgenes de mi ano.
Luego, con otra punta de la toalla, escarbó inútilmente en la colcha desdibujando el contorno de las manchas, sin mucha dedicación.
--Bueno…--reflexionó con voz queda a mi lado, con la toalla entre las manos.--¿Has disfrutado?
Le miré y sonreí.
Le acaricié el cabello negro que se pegaba a sus hombros en finas hebras, enroscando las puntas entre mis dedos. Ascendí con mi mano por la suave superficie de su cara, repasando con gesto imperceptible sus labios entreabiertos, sus ojos de lobo que cerró al instante, su recta y angulosa nariz. Era como continuar haciéndole el amor con mis manos, sobre su rostro.
--Silver, no te vayas nunca…
Cómo le amaba.
Sonrió sin decir nada, y se recostó a mi lado como una fiera somnolienta y satisfecha tras una buena comida.
--No te preocupes--ronroneó con la cabeza apoyada entre mis pechos.
--No me abandones…
--No lo haré.
Sin embargo me abandonó. No al día siguiente, ni al otro. Pero lo hizo.
Un buen día me dejó sin él. Y me quedé con un hueco, un tremendo mordisco en el alma que hasta hoy no ha dejado de sangrar. Tanto me dolió perderle, que ni siquiera le lloré…
Pero esa es otra historia que ya te iré contando. Si para entonces aún tienes ganas de leerme, claro…
He sido más breve esta vez, pero así es como ha de ser; porque mientras escribía esta última parte me ha ido invadiendo la tristeza y también nostalgia…más que nostalgia, añoranza. Más que añoranza, dolor. Y de momento no quiero seguir. No así. Espero que puedas entenderme. Después de todo, ya me vas conociendo.
6-Fiebre
Memorias de Malena, 8 de enero 2012
Después de aquella noche en compañía de mi amigo casi llego a casa con las bragas en la cabeza. Bueno, realmente llegué sin bragas, porque si recuerdas él se las había metido en el bolsillo…y he de aclarar que nunca me las devolvió. Ni yo tampoco se las reclamé porque, por supuesto, me hacía terriblemente feliz que tuviera un recuerdo mío.
“Soñaba desde hace mucho con darte bien por el culo” me había dicho mientras me follaba, aquella noche. De modo que él también había pensado en mí alguna vez, había fantaseado conmigo…
Pero una cosa sí tengo que decirte: Silver me mintió en algo. En realidad, más que mentir, no cumplió lo prometido: no me folló el coño. No esa noche. Y yo, la verdad sea dicha, me di de sobra por satisfecha con lo que ocurrió. Mi culo daba fe de ello, con el dulce y doloroso recuerdo de su falo aún inscrito en sus intersticios.
Me retorcía en el asiento del coche al recordarlo cuando Silver conducía de nuevo hacia la ciudad, el sol insinuándose como una línea de fuego más allá del perfil azul de las montañas.
Yo quería llegar a casa antes de que se despertaran mis padres, no fuera que mi aspecto y mi cara les revelaran mis oscuras aficiones; ya sabes que una madre es capaz de detectar absolutamente todo con sólo mirar a su hijo a la cara, con más tino que la mismísima CIA.
Mientras me recreaba una y otra vez en lo vivido, me hacía la dormida dejándome llevar por la melodía que sonaba en el reproductor de CDs del coche. Su lenta cadencia me envolvía y me relajaba poco a poco, y yo me abandoné a ella, disfrutando ese momento con los ojos cerrados.
Silver conducía despacio, en silencio, con su mano derecha apoyada sobre mi rodilla, apartándola sólo cuando cambiaba de marcha. Le sentía a mi lado respirando profundamente, sereno.
Precisamente en pleno trance, en el coche de camino a casa, me palpé el escote y me di cuenta de que había perdido mi cadena con el colgante de cristal en forma de lágrima. Pero en aquel momento no tuve ganas de agacharme y buscarlo por el reducido habitáculo…intuyendo con casi total certeza, además, que no lo había perdido allí. Me dije que lo más probable era que se me hubiera caído en la cama, desprendiéndose de mi cuello en cualquier momento de la salvaje follada, y que seguramente la lágrima seguiría allí, oculta entre las sábanas y la colcha verde nácar. Bueno, ya le diría a Silver más tarde que por favor la buscara…o tal vez tuviera la oportunidad de volver allí yo misma a recogerla, ¿por qué no?
Hacía fresco y el aire se colaba velozmente por las ventanillas abiertas del coche. Era placentero de veras aspirar el olor de la mañana veraniega--no hay otro olor igual--, pero lo cierto era que aquel aire frío me estaba haciendo polvo la garganta, que comenzó a picarme hasta que la sentí áspera como papel de lija.
En medio de mis ensoñaciones comencé a encontrarme mal, aunque me importaba un bledo, para qué voy a decir otra cosa. No era sólo por el malestar físico de la garganta-picazón que sentía que iba a explosionar en un ataque de tos de un momento a otro-sino también por el escozor que sentía en el culo, gracias al azotamiento tremendo que había recibido sin rechistar hacía tan sólo algunas horas.
Sentía algo parecido a una enorme resaca y al mal cuerpo que se le queda a uno cuando por fin ha terminado una larga noche de juerga: me dolía hasta el último pelo, mis articulaciones protestaban, tenía mucha sed, un amago de náuseas…mi piel estaba fría y sin embargo yo sudaba.
Busqué inquieta una posición más cómoda encima de aquel asiento que de pronto se me antojaba duro como una piedra, pero por más que lo intenté, me fue imposible.
Al ver que me movía incómoda, Silver apartó un momento la vista de la carretera para mirarme.
--Malena…--me llamó.
Abrí los ojos, sintiendo de pronto los párpados pesados igual que si estuvieran hechos de plomo. Había escuchado su voz apagada, como si me llegara amortiguada desde muy lejos.
--Estoy un poco mareada…--acerté a decir.
Me acarició la cara y detuvo la palma de su mano sobre mi frente ardiendo.
--Joder, Maleni, ¿Te encuentras bien?
Hice un esfuerzo por centrar mi mirada en sus ojos, que se habían vuelto a dirigir a mí, preocupados. Me dolían mucho las nalgas, como si me latieran a una temperatura de mil grados.
--Sss-si…--respondí con voz de borracha.
--No te estarás poniendo enferma…
--No lo sé--carraspeé.
No quería preocuparle. No quería contarle que me dolía horriblemente el trasero, me daba vergüenza, y sabía que se sentiría mal. Además, suponía que aquello ya no tenía arreglo. Me pregunté cuánto tiempo más tendría que estar soportando aquel dolor, que a pasos agigantados se estaba haciendo insostenible. Sólo deseaba tumbarme en mi cama y dormir, dormir, dormir…
Sentí que el coche se detenía después de interminables rectas y curvas, y la fuerte sacudida del vehículo cuando Silver echó el freno de mano. Mis nalgas para entonces eran las calderas del mismísimo infierno, horrorizadas por el sólo contacto de la superficie rugosa del asiento. Silver quitó el contacto y me tocó suavemente el hombro.
--Hemos llegado, princesa.
Abrí de nuevo los ojos con enorme esfuerzo.
--Estás temblando…--me dijo.
Me miraba preocupado. Yo no era consciente de mi aspecto, pero supongo que no debería ser muy saludable. Sentía los extremos de mi cuerpo fríos, y las mejillas ardiendo igual que mis castigadas posaderas. Mis ojos lagrimeaban, haciendo que todo lo que me rodeaba trastabillara ante mí, las formas girando borrosas alrededor.
--Ven, mi amor--musitó, y me atrajo hacia sí--Estás enferma, Maleni. Tienes fiebre.
--No…--intenté zafarme de sus brazos, que tiraban suavemente de mí para sacarme del coche. No recuerdo en qué momento Silver salió y abrió la puerta que estaba a mi lado-Puedo sola…
--No.--murmuró en un tono que no admitía réplica--No puedes. Déjame que te cuide, por favor…
No me sentí con fuerzas de llevarle la contraria. Estaba agotada.
Sin oponer resistencia me dejé coger prácticamente en volandas, abandonándome ciega a la fuerza de sus brazos y sus manos que me sujetaban por las axilas con firmeza. Sin mediar palabra me cargó contra su cadera, pasando un brazo por detrás de mi espalda y el otro bajo mis temblorosas rodillas.
Me abracé a su cuello y apoyé mi zozobrante cabeza sobre su pecho. Su camiseta olía a sudor y a sexo. Y olía a él, claro. Deseé retener aquel olor aunque en ese momento me estuviera casi desintegrando viva.
--Vamos a casa--murmuró con la cabeza contra mi hombro, su cálido aliento en mi cuello.
Sentí que me sujetaba contra su torso para dejar una mano libre y así poder abrir con las llaves la puerta del portal. Me subió en brazos al ascensor, y en pocos minutos traspasábamos ya el umbral de nuestra casa con el mayor silencio que nos era posible, para volver de nuevo a nuestra vida de hermanos de mentira.
Pero en situaciones difíciles de explicar no se puede librar uno de la mala suerte, y esta vez no iba a ser una excepción. No había caminado Silver dos pasos apenas por el pasillo conmigo a cuestas cuando mi hermano Marcos salió a nuestro encuentro, como una bala, de entre las sombras. Sentí una violenta sacudida en los brazos de Silver, y pensé vagamente “cualquiera le explica esto ahora al histérico de Marcos…” Pero el caso era que estaba tan chunga, tan mala, que no me importaba un pijo…casi me echo a reír.
--Pero…¿vosotros?…¿qué hacéis aquí?--preguntó mi hermano con un tono de voz suficiente para alertar al vecino de al lado, a la guardia civil y a los gnomos del Polo Norte.
--Joder, que susto--susurró Silver, reponiéndose rápidamente del encontronazo--No hables tan alto, Marcos, me he encontrado a tu hermana en la calle…creo que no se encuentra muy bien.
Ja, ja, ja. Ahora sí que me reía, pero claro, mi hermano no podía verme porque mi nariz estaba sepultada contra el hombro de Silver. Las solapadas carcajadas bien podían haber parecido espasmos febriles de mi espalda a los ojos de mi hermano.
--Qué dices, estará borracha--sentenció abruptamente, sin un atisbo de piedad.
“Serás imbécil” pensé, sin poder controlar mi hilaridad. ¿Qué concepto tenía mi hermano de mí? Aunque no era de extrañar aquella conclusión, dado que el otro le había dicho que “me encontró en la calle”. Para cagarse.
--No, no, Marcos…--explicó Silver con paciencia, como tratando de hacerle entrar en razón. (“no lo intentes, es un tarugo”, pensé).
--Cómo que no, ¡mírala!
--Que no, joder, que me la he encontrado de camino a casa…--continuó Silver con voz cansada--me dijo que estaba mareada, y de pronto se desvaneció. Menos mal que estaba conmigo.
--¿En serio?--preguntó mi hermano, todavía suspicaz.
--Sí, Marcos. Creo que no está bien. Vamos a echarla en la cama.
--Joder, pues sí, menos mal que estaba contigo…
Sus voces se fueron desdibujando, como distanciándose de mí. Mi hermano continuaba parloteando, pero no recuerdo nada de lo que hablaba; sólo podía escuchar un zumbido sordo que se expandía en mis oídos, dentro de mi cabeza. Di gracias al cielo por estar en los brazos de Silver, porque cada vez que abría los ojos, todo lo que había a mi alrededor giraba y giraba…
--Huélele el aliento si quieres, no está borracha--insistía Silver, mientras me depositaba delicadamente encima de la cama.--en cambio, si la tocas, está ardiendo…
Sentí la mano de mi hermano, blandita y fresca, sobre mi frente.
--Joder, tío, es verdad…¡Malena! ¡Malena!--comenzó a zarandearme, preocupado.
--Marcos, Marcos…que está enferma, no sorda. Déjala un poco.
Recuerdo que abrí los ojos como pude e intenté sonreír a mi hermano. Supongo que quería, de alguna manera, que supiera que yo estaba consciente…aunque muy, muy dueña de mí tampoco es que fuera yo en ese momento, desde luego.
Me dejaron sobre la cama y se alejaron murmurando no sé qué de un paracetamol, no sin antes haberme arropado Silver con suma ternura y haberme dado un fugaz beso (beso de hermanastro) en la mejilla.
Ya no sé lo que ocurrió a continuación ni lo que le dijo a mi hermano, porque me sumergí de golpe en un agitado sueño. Recuerdo que tuve unas cuantas pesadillas grimosas, de esas encadenadas que uno no sabe dónde termina una y empieza la siguiente. Mis pesadillas de fiebre eran como un tren descontrolado del que no podía bajar, me había abandonado la voluntad del despertar. Escuché entre sueños la voz de mi madre, sentí que me tocaba por todas partes con manos llenas de preocupación…y volvió a hacerse la oscuridad a mi alrededor. Y así una y otra vez, sin saber que no tenía conciencia del tiempo que pasaba.
Mantuve una conversación de besugos con Silver en la oscuridad, hasta que desperté y me di cuenta de que él no estaba allí. En la habitación en sombras sólo estaba yo, hablando con la nada. Recuerdo que cuando tomé conciencia de aquello me quedé helada.
Cuando por fin pude razonar un poco mejor, traté de incorporarme y volví a oír su voz a mi lado, diciendo mi nombre.
Abrí los ojos pensando que se trataba de otra broma de la fiebre, pero entonces le vi sentado delante de mí, en el borde de mi cama. Me miraba sonriendo tímidamente, con los oscuros ojos llenos de algo parecido al cariño.
Cerré con fuerza los ojos y volví a abrirlos, con temor de que su presencia fuera una alucinación y Silver se evaporara de inmediato…
Pero no lo era. Él seguía ahí.
--¿Eres tú de verdad?--alcancé a decir, arrancando como pude la voz de mi garganta.
--No, en realidad soy un enano disfrazado…--respondió--Pues claro que soy yo, Malena.
--No…es que…--traté de explicarle pero un acceso de tos me arrebató las palabras.
Puso un dedo sobre mis labios con suavidad.
--No hables…--musitó--Sólo asiente o niega con la cabeza… ¿te encuentras mejor?
Bajé los ojos y me encogí de hombros. Aborrecía que me diera órdenes de ese modo en un contexto que no fuera el sexo, como si yo fuera una niña, aunque lo hiciera con su mejor intención.
--Estoy hecha polvo…--me empeñé en contestar.
--Vaya por dios--dijo él--Lo siento, princesa.
--¿Lo sientes? Tú no tienes la culpa--me apresuré a decir.
Silver hizo un gesto de impotencia con las palmas de las manos hacia arriba.
--Quién sabe. A lo mejor sí.
--No…--sonreí--no eres tan importante como para provocarme una enfermedad…
Silver rio.
--No, no lo soy. Espero no serlo.
--No.
Sí que lo era, pero él jamás lo sabría. Al menos de mis labios.
Levanté los ojos hacia los suyos. Me sentía francamente débil, con ganas de llorar de pronto, como si mi mundo fuera a desmoronarse. Y le vi tan guapo por dentro y por fuera, tan resplandeciente que el corazón me dio un brinco en el pecho, y los nervios revolotearon hasta dejarme KO por mi barriga ya de por sí molesta. Me entraron ganas de besarle, de sentirle, de abrazarle, de tenerle dentro otra vez. Sentía un frío y un desgarro interior grande, como la soledad pero a lo bestia, viéndole ahí parado, tan cerca pero sin poder tenerle. Era como si me estuvieran despellejando por dentro.
Alargué una mano para tocarle la cara.
--Silver…
--¿Qué, mi amor?--murmuró aproximando sus labios a los míos, que ya le deseaban con ansia.--¿qué necesitas?
Gemí quedamente al notar su respiración sobre mi trémula piel.
--Necesito…
--Dime.
Cerré los ojos y me lancé a su boca como si ésta fuera la fuente del agua de la vida. Sentí como sus labios se entreabrían en una sonrisa para devolverme el beso, con tranquilidad, dejando paso a mi lengua que se moría por acariciar la suya.
Fue un beso largo, un beso cargado del fuego de la fiebre, caliente, lleno.
Comenzó despacio, como un tímido juego, y terminó sin respiración, peleándonos con furia por mordernos los labios, moviendo las lenguas con rapidez, saboreando los pormenores de la boca del otro con intensa lujuria.
Después de ese beso me estrechó contra su cuerpo, y volvió a acercarse a mí. Esta vez fueron sus labios los que presionaron ávidos sobre los míos, obligándolos a abrirse como pétalos tiernos para recibirle en toda su plenitud.
Nos separamos y nos observamos mutuamente, las bocas aún entreabiertas cargadas de saliva.
--Tu madre está en la cocina--murmuró Silver con un jadeo apagado--haciéndote una sopa de pescado.
--Dios mío, qué asco.
--Sí.
Silver rio, y se precipitó de nuevo hacia mi boca. Sentí su palpitante deseo cuando me agarró la mano y la colocó en su entrepierna, que estaba más que endurecida, sin dejar de comerme con ansia los labios y la lengua.
Pensé que esos mismos besos podía dármelos en otra parte de mi cuerpo, igual de encharcada o más que mi boca…y un escalofrío recorrió mi columna vertebral.
“Cómeme el coño, cabrón” le supliqué con mi mente, a sabiendas de que era una misión imposible estando mi madre a pocos metros de la habitación. Pero, por si acaso, preferí no sugerirlo.
--Bueno…ahora va a venir tu madre--dijo Silver, controlando la respiración--así que voy a tener que irme. Si no, va a pensar algo raro…
--Ay, no te vayas…--le rogué.
--Malenita, me frustra tanto como a ti--dijo, agarrándose la polla dura por encima de los holgados vaqueros--pero ahora no es el momento. Te prometo que después vendré a verte…
--¿Cuándo?
--Después--repitió, sonriendo--ahora tienes que cenar y ser buena con tu madre.
Mi padre para variar estaba ausente. Así que sólo tuve que soportar la suave reprimenda de mi madre aderezada con la eterna frase “Me has mentido/me has decepcionado”, basada en que estaba claro que yo no había ido a casa de Marta la noche anterior y seguía sin decirle la verdad respecto a dónde había estado.
Pero mi madre es una madre excepcional. En lugar de agobiarme con preguntas y broncas, me preparó una horrible sopa de pescado, y me largó un paracetamol de un gramo con la promesa de que me quitaría el dolor y la fiebre, que después de la cena amenazarían de nuevo con volver.
Después de cenar me abrazó y me besó repetidas veces hasta hacerme daño. Me dijo que yo era su hija querida, sin dejar en mal lugar a mi hermano, claro…
“Ni por asomo tienes idea de las cosas que hace el diablo de tu hija” pensé con cierto pesar “acompañada del sádico de tu hijastro, en el que tú confías ciegamente”. Qué engañada estaba la pobre mujer; pienso que incluso en el caso de que hubiera intuido un asomo de la verdad, hubiera cerrado los ojos para no darse cuenta. Mi pobre madre.
Abandonó la habitación dándome un último beso de buenas noches y arropándome con delicadeza. Sus pasos se perdieron, blanditos por las suaves zapatillas de estar en casa, alejándose por el pasillo. Y yo…yo cerré los ojos, pensé en mi hermanastro-amante, soñando que volvía a besarme y a follarme, y me sumí en un inquieto sueño.
En mitad de la noche desperté sobresaltada al escuchar un chasquido metálico. Alguien había entrado en mi habitación y había echado el pestillo de la puerta. Acostada en la cama de espaldas a la entrada de mi cuarto, escuché vagamente unos pasos que se acercaban, y sentí un cuerpo que se tendía junto al mío en la oscuridad.
Yo estaba otra vez encontrándome fatal, helada de frío pero con el culo y la cara calientes como si tuviera brasas debajo de la piel.
Me removí contra la silueta que estaba a mi lado, tratando de conseguir un poco de calor, tenía tanto frío…
--Hola, mi niña--murmuró la voz de Silver contra mi espalda, acariciando mis oídos.-¿Cómo estás?
Apreté aún más mi cuerpo contra el suyo. Estaba desnudo de cintura para arriba, lo supe en cuanto sentí el dulce calor de su piel.
Sus brazos me rodearon y atrajeron mis caderas hacia la erección que se insinuaba como una gruesa piedra bajo el pantalón de su pijama.
--Silver, podrían oírnos…--susurré con miedo.
--Podrían--concedió--pero tenía que venir a verte.
Me volví levemente para mirarle, pero mis sentidos embotados por la fiebre me traicionaron de nuevo, girando la oscura habitación en torno a mi cabeza.
--Te lo había prometido…--continuó, mientras jugueteaba con sus dedos por debajo del elástico de mi pijama.
No sabía quién ni en qué momento me había puesto tal atuendo, por cierto. No podía recordarlo. Pero sabía exactamente de qué pijama se trataba--lo recuerdo a la perfección--un fino pantaloncito de verano a rayas rosas y blancas con una camiseta de tirantes, igualmente mínima, con el dibujo de un conejito comiendo una zanahoria. Qué inocente y pecaminoso al mismo tiempo, ¿verdad?
Sentí las puntas de sus dedos acariciando levemente mis nalgas por debajo de mi pantalón, y no pude evitar dejar escapar un quejido de protesta.
--Joder, Malenita, tienes el culo ardiendo…
No sé si me lo decía preocupado o cachondo, pero le temblaba la voz.
--¿Será por los azotes que te ha dado fiebre?
--No sé… no creo…--respondí, desfallecida.
Acarició distraídamente mi coño desde atrás, y lo encontró mojado. Retiró entonces los dedos con rapidez.
--Deja que te vea…--me pidió.
Sin esperar respuesta por mi parte, me incorporó y me colocó con suavidad sobre sus rodillas, como si fuera a darme de nuevo una azotaina.
Me bajó el pantalón corto de rayas hasta las rodillas y contempló sin tocarme las temblorosas montañas de carne.
--Madre mía…--murmuró--esto está morado, Maleni. ¿Te duele mucho?
--Algo…--respondí con cierta vergüenza.
--No te preocupes--murmuró--te he traído una cosa que te aliviará.
Acto seguido sentí que alargaba el brazo para coger algo que había dejado a su lado, sobre la cama. Pude oír el chapoteo de protesta de un bote al ser exprimido cuando vertió el contenido sobre la palma de su mano, y a continuación comenzó a extender sobre mis escocidas nalgas una crema densa y untuosa.
--Esto te va a sentar bien, ya verás…--murmuró con mimo, acunándome sobre sus rodillas.--Lo siento mucho, mi amor. No quería dejarte este recuerdo…
--No te preocupes…--conseguí decir, y cerré los ojos para sentir mejor el contacto de sus manos.
Continuó acariciándome en esa posición, extendiendo con suavidad la reparadora crema, yo de nalgas sobre sus rodillas, nuevamente expuesta e indefensa encomendándome sólo a la confianza que sentía hacia él. Cada fibra de mi piel se estremecía con el contacto de sus dedos. Introdujo la punta de su dedo medio impregnada de crema en la raja de mi culo y comenzó a jugar en ella chapoteando suavemente, untándola del denso fluido con olor a almendras. Me picaba un poco la crema dentro del culo, en ese lugar tan tierno y sensible, pero ya había comenzado a disfrutar con vicio de aquellas caricias y, a causa de mi debilidad, no podía evitar emitir lentos quejidos de gusto. Disfrutaba tanto que esos gemidos parecían de sufrimiento agónico, como si fuera a morirme…cuando, en realidad, eran de intenso gozo al sentir su dedo removiéndome ahí detrás, notando cada vez más dentro del ano su presión y firmeza.
--Se te ha mojado el coño…--murmuró Silver, acariciando levemente mi vulva con la palma de su mano.
Me retorcí sobre sus rodillas como un pez fuera del agua, arqueando la espalda para ofrecerle mi sexo ansioso de guerra. No era que estuviera cachonda, no. Estaba CALIENTE, candente, como un hierro al rojo vivo, temblando por la fiebre y por el deseo que sentía por él. La vagina me había “crecido” desmesuradamente y sentía que se abría--¿tendría alucinaciones?--hasta alcanzar su entrada el tamaño de un mango maduro, rebosante de jugos que no paraban de manar de él para lubricarlo. Imaginé la lengua de Silver dentro de aquella fruta jugosa, lamiendo con fruición la pepita rosada de su centro, la semilla del orgasmo, golpeándola tímidamente con su humedad endurecida cada vez más adentro, una y otra vez, y me sentí morir.
Moví mis caderas en círculos como una desquiciada golpeando con ellas los muslos de mi amigo, antes incluso de que él me pusiera los dedos encima. Resoplaba sólo por imaginar, ya ven, sin tener ningún control sobre mi cuerpo.
--Vaya…--sonrió Silver, ralentizando el ritmo de sus cremosas caricias, sin querer tocar aún mi pobre coño--¿Sabes una cosa, Malena? Dicen que los orgasmos que se alcanzan cuando uno tiene fiebre son bestiales… ¿lo has probado alguna vez?
Se le llenó la boca de sexo cuando me hizo esa pregunta. Para entonces yo ya le suplicaba sin palabras que comenzara a tocarme y con los ojos en blanco continuaba dando pequeños botes sobre sus endurecidos muslos, tratando de llegar yo a sus dedos antes que ellos a mí.
--Joder…--gruñó Silver--No sabes cómo tengo la polla ahora mismo…
Mi gemido rasgó el aire y mi culo se movió en amplios y groseros círculos, revolcándose en la nada frenéticamente. Necesitaba llenar el vacío de mi coño como fuera, necesitaba que me metiera algo, cualquier cosa…
Pero lo que hizo, sin embargo, fue reclinarse para restregar su rabo duro contra mi estómago, como para demostrarme lo caliente que estaba, y a continuación sacó algo de su bolsillo que tardó unos segundos en manipular.
Sentí de pronto un delgado objeto frío, también viscoso de crema, que se introducía en mi culo de forma implacable, provocándome un sordo placer.
--Vamos a ver cuánta fiebre tienes, Malenita…
Un escalofrío recorrió violentamente mi columna vertebral. Me estaba poniendo un termómetro. Me estaba metiendo un termómetro por el culo. ¡Sólo me habían hecho eso cuando era pequeña, y siempre había llorado a lágrima viva cuando me lo hacían-aunque no me causara dolor--porque me parecía sumamente denigrante!…
En cambio en aquel momento, cuando sentí de manos de él el frío tubo de vidrio sin previo aviso dentro del culo, tuve que esforzarme por no dar un chillido de gusto.
--Qué cochina eres…--murmuró Silver con una sonrisa maliciosa--sólo es un termómetro.
--AH…..Ahahahahhhh…..aaaaarrrfffhhh--resollaba yo como una cerda, la cabeza sepultada contra el colchón, las manos sudorosas sin saber dónde agarrarse.
--Joder, no sabía que iba a gustarte tanto…
Dejó el termómetro ahí alojado, clavado en mi cavidad anal, y mediante leves toques con los dedos lo introdujo aún más adentro, retorciéndolo suavemente en el interior de mi culo que se apretaba y chorreaba crema mientras yo gemía de placer.
--¿Te gusta?--preguntó con un gruñido.
--Síííí….sí….--fue lo único que fui capaz de responder, con el coño sobrecargado ya de excitación, enrojecido y pulsante.
Sentía un placer difícil de describir con aquel objeto extraño insertado en el recto. Pero eso no fue nada en comparación con la explosión que sentí cuando Silver recorrió con sus dedos mojados la raja de mi coño, tan abierta que ni siquiera le hizo falta separar mis labios para llegar a donde yo tanto deseaba. Frotó y frotó con empeño hasta que perdí el ritmo de mis movimientos, sin saber cuándo terminaba una sacudida y cuándo comenzaba la siguiente. Me parecía estar echando cantidades ingentes de flujo por el coño, poniéndole perdido a mi amigo, arruinando sus pantalones, mientras mi culo abrazaba el termómetro y mi boca se deshacía en baba contra la colcha.
Silver se inclinó sobre mí, dejando caer suaves guedejas de su pelo negro sobre mi ardiente espalda.
--Córrete--me susurró al oído--córrete, nena pervertida, disfruta…
Su voz prendió como una antorcha en medio de mi debilidad.
Me sacudí repetidas veces sobre él gimiendo su nombre y tratando de no gritar, justo antes de comenzar con las rítmicas contracciones de un orgasmo que parecía no cesar nunca, comenzando en el epicentro de mi coño y expandiéndose por el resto de mi universo hasta las puntas de los dedos de mis manos y pies.
Transcurrida una eternidad, mi orgasmo fue apagándose hasta permanecer como un débil rescoldo anudado en mi ombligo, un gemido aún prendido en la garganta. Se mantuvo así unos segundos, aleteando aún dentro de mí, hasta que poco a poco, por fin, me abandonó.
El ardor fue sustituido por una nube de calma, una sensación embriagadora de cálida paz. Me dejé caer como una muñeca de trapo sobre los muslos de mi amigo, a la deriva, impulsada por el viento como un ala-delta al amanecer, surcando el cielo al compás del bombeo lleno de mis arterias, volando un paso más con cada latido. Mi alma no había regresado, seguía danzando en algún lugar más allá de la habitación, lejos del cuerpo, quemándose por el goce poco a poco.
Silver se pasó la lengua por los labios resecos y me colocó de nuevo encima de la cama.
Se despojó de la ropa que le quedaba, se sacó la polla y osciló con sus caderas unos centímetros por encima de mi cara, acariciando mis mejillas, mis sienes, mis labios con su glande húmedo y caliente.
Su polla olía a pantano virgen, a sexo y a deseo enrarecido por haber estado inflamada dentro de los pantalones durante demasiado tiempo. Sentí como dirigía hacia mí su dureza con manos temblorosas, dándome mullidos golpecitos con ella en los labios.
Metió despacio una rodilla entre mis piernas para separarlas, mientras continuaba pajeándose lentamente sobre mí, recorriendo su falo de arriba a abajo con largas y flexibles caricias. Apoyó su muslo contra los temblones pliegues de mi entrepierna y presionó contra mi sexo inflamado.
Yo me moría por comerle aquel miembro grueso e introducirme su tronco hasta la garganta, pero él jugó retozando con lascivia sin metérmela. Trazó círculos con sus caderas en equilibrio sobre mi boca, evitando mis labios hambrientos, golpeándome la cara dulcemente con la polla dura una y otra vez. Las gotitas de humedad prendidas en su glande me mojaron la nariz y la boca, extendiendo en ellas la esencia animal de mi amigo.
Sin dejar que me diera mi merecido atracón de polla, Silver descendió un poco y comenzó a pajearse más rápido sobre mi estómago, amasando con la mano derecha mis pechos blancos como flanes de nata, lamiendo con ansia los endurecidos pezones rosados que se erizaban contra su lengua. Mordía y succionaba mis pezones mientras se masturbaba como loco, con las rodillas apuntaladas sobre el colchón, entre mis piernas abiertas.
Por instinto comencé a acariciarme yo misma para calmar el hambre feroz de mi coño, que se había despertado de nuevo y exigía la atención de unos dedos bien entrenados para aplacar aquella llamarada que le quemaba por dentro.
Silver gruñó con alborozo mientras yo me retorcía contra su muslo y su ingle, mi dedo agitándose casi con desesperación enmarañado en mi vello púbico.
Cambió de posición para recostarse a mi lado, jadeando, y apartó con brusquedad mi mano de mi sexo, relevándome con su dedo duro como una piedra que comenzó a frotarme con decisión y terminó por penetrarme.
Mi espalda se arqueó para sentirle más y mi cabeza se echó hacia atrás, en un ángulo casi imposible sobre la almohada. Abrí las piernas al máximo y me recreé en aquella sensación de pre-orgasmo, escuchando como Silver chapoteaba en mi encharcado coño con su mano derecha mientras se meneaba el pollón con la izquierda, y cómo aquellas sacudidas me iban conduciendo, poco a poco, a ese maravilloso punto de no retorno.
Sentí de nuevo su lengua abriéndose paso dentro de mi boca, moviéndose frenética al mismo ritmo que bombeaba con la polla a reventar dentro de su puño.
Su boca selló la mía, ahogando mis gemidos cuando por fin me sobrevino el orgasmo. No pude emitir más que un ronco y largo sonido sofocado por sus labios, respirando profundamente dentro de su boca mientras él continuaba follándome con su dedo de manera incansable.
Casi al instante se corrió, derramando ríos de leche que salieron disparados a causa del bombeo manual de su polla, salpicando las paredes y la colcha de mi cama. Mis muslos también se llevaron una buena ración de semen grueso y calentito, cuyos cuajarones resbalaron hasta la entrada misma de mi coño cuando poco después comenzamos a relajarnos.
Me recosté laxa a su lado mientras trataba de reponerme de la monumental corrida, y de pronto palpé algo frío entre las sábanas, junto a mí. Desorientada traté de coger aquel objeto delgado pero se me resbaló de entre los dedos, yendo a caer de nuevo a escasos centímetros de mí sobre el colchón. Alargué de nuevo la mano y lo cogí, tratando de pensar qué sería.
Silver levantó levemente la cabeza y cuando vio aquello que tenía entre mis manos comenzó a reírse con cierta malicia.
--Vaya, me había olvidado de esto.
Pasó su brazo sobre mí para llegar a la mesita de noche y encendió la pequeña lamparita de lectura que tengo sobre ella. Tomó de mis manos el objeto y lo acercó a su rostro para examinarlo.
--Qué olvido imperdonable…--susurró, mientras movía levemente el pequeño tubo de vidrio ante sus ojos entornados.
Mis pupilas se adaptaron con esfuerzo a la súbita intensidad de la luz, y vi el destello del vidrio en la mano de mi amigo.
--¿Qué es eso?--pregunté con voz pastosa.
--Joder…--murmuró Silver--…marca 38,4 grados…tienes bastante fiebre, Maleni, ¿cómo te encuentras?
--¡Anda! el termómetro…
No recordaba cuándo, pero debía de haberse salido de mi culo en algún momento del festín…
--Sí…--sonrió Silver--tu tampoco te acordabas, ¿verdad?
--No…
Mi cabeza era una nebulosa de confusión y mareo, la verdad, más aún después de aquella sesión de sexo. En el entorno iluminado de mi cuarto veía nubes de puntitos brillantes por doquier cada vez que abría los ojos.
--Me siento un poco rara…
Se tumbó de nuevo a mi lado y comenzó a acariciarme la cara, besándome levemente los pesados párpados, la nariz, los labios…besos tenues y pequeños mordiscos sobre cada centímetro de la tierna piel.
--¿Pero te encuentras muy mal?--preguntó con voz queda, sin dejar de besarme suavemente.
--No, no, estoy un poco mejor…
Traté de sonreírle, pero el cansancio se adueñaba de mis huesos y músculos aunque luchara por no dejarme vencer.
--Tienes que tomar algo para bajar esa temperatura…--dijo, rozando con sus dedos mis pezones, que le respondieron volviendo a erizarse inmediatamente.--Iré un momento a la cocina y te traeré algo.
--No, no te vayas…--gemí, apretando su mano entre las mías.
Él se desasió con suavidad y se irguió para levantarse.
--Volveré en un minuto--me prometió clavando en mí sus ojos negros--y me quedaré contigo hasta que te duermas, si quieres.
Acto seguido se vistió de nuevo con el pantalón del pijama y se aproximó hacia la puerta. Giró el pomo con cuidado, para no hacer demasiado ruido a aquella hora…y salió al pasillo tanteando en la oscuridad.
Yo me quedé sola, esperándole sobre mi cama revuelta, ardiendo de calor con los ojos cerrados. Aparté la sábana sin importarme quedar desnuda sobre el colchón con el coño al aire; pensé que tenía que aprovechar ese mínimo instante antes de perder su olor, su calor…porque el displacer y los escalofríos de la fiebre --por cierto, ¿dónde estaban?-no tardarían en regresar.
En mi embotada cabeza las ideas iban y venían con fulgurante rapidez, como relámpagos, sin darme apenas tiempo a pensar en ellas, fundiéndose unas con otras.
Me invadió de pronto una sensación extraña, lógica a mi edad después de tanto goce. ¿Y si…? ¿Y si estaba yo actuando como una “puta”? Esa era la temida palabra que más “se llevaba” en esos días, y se utilizaba para referirse a una mujer de poca vergüenza en general. Sin minucias y sin matices: una puta no era necesariamente la tía que se acuesta con muchos hombres--por dinero o gratis--, sino la que disfrutaba sin barreras y encima lo gritaba a los cuatro vientos. Lo contrario de ser “puta”, para que entiendan a qué me refería yo entonces, era ser “estrecha”, cosa penosa igualmente pero más aceptada en lo social.
¿Sería yo una puta?
Ahora sé que disfrutaba y punto, pero comprendan, por favor; a mi edad y con los tiempos que corrían era difícil asimilarlo. Es curioso cómo han cambiado las cosas en tan poco tiempo; ahora el mito de la “puta” ya no es tan terrible, o al menos no les importa tanto a las jovencitas de quince a veinte años, o eso me parece a mí. Me alegro. Y me alegro de tener ahora treinta (y pocos), de verdad.
Silver volvió pocos minutos después llevando entre sus manos un vaso de cristal lleno de agua --dios mío, me di cuenta de pronto de la sed que tenía--y una pastilla alargada del tamaño de un ladrillo.
Me hizo tragar la pastilla--odioso trance--y después me bebí el agua sin respirar, el vaso entero. Me cayó como un perdigonazo en la barriga, pero me calmó la sequedad de boca.
Miré a mi amigo a los ojos, y recuerdo que sentí tanta confianza con él que le formulé sin pensarlo la temida pregunta. Supongo que lo hice por miedo a que se “aprovechara” de mí, porque de las “putas” los tíos se aprovechaban, era el deporte nacional, y todo el mundo lo tenía clarísimo. Qué asco de doble moral, qué destructiva para el cuerpo y el alma.
--Silver…--le dije, pobre de mí, buscando en mi mente las palabras adecuadas. No quería pillarme los dedos por mucho que confiara en él, tal era mi miedo.--Quiero preguntarte algo…
Mi amigo se acostó a mi lado y me miró expectante.
--Claro, lo que quieras.
--Silver, tú…--carraspeé.
--Yo… ¿qué?--me alentó con una sonrisa.
Pensé que le amaba más que nunca. Miré hacia abajo para esquivar el contacto de su mirada atenta.
--Tú… ¿crees que soy…una “puta”?
--¿Una puta?--repitió extrañado, arqueando las cejas—Una puta es una mujer que cobra por sexo, ¿no? ¿por qué iba a creer que eres una puta?
--No sé…--murmuré con la barbilla baja, mareada.--no sé…por correrme contigo…por hacer estas cosas…
Se echó a reír por lo bajo.
--Anda, Malena, deja de decir tonterías.--dijo mirándome divertido.
Levantó mi barbilla con sus dedos y me obligó a encontrarme de nuevo con sus ojos negros y brillantes.
--es que…
--No entiendo a qué viene esa pregunta…--continuó, sonriendo con cierto apremio--Nos queremos, nos gustamos, disfrutamos. Y ya está. ¿Por qué has pensado esa gilipollez?… quiero decir, que no quiero…que no quiero que te sientas así. ¿Yo te hago sentir como una puta?
--No, no…--me apresuré a contestar. En mi amargura, el problema lo tenía sólo yo…
--Me gusta que disfrutes--me cortó--me gusta que seas mía. Pero no eres una puta. Eres humana, los dos lo somos. Somos dos personas que disfrutamos como cerdos todo lo que podemos… visto así tenemos suerte, ¿no crees?
--Visto así…
Era un buen razonamiento que de momento me satisfizo. Al menos me alivió.
Caí rendida en la cama, poco más recuerdo de esa noche.
No sé cuándo Silver se marchó, pero sí recuerdo--como si lo hubiera vivido justo ayer-que por fin alcancé el deseado mundo de los sueños mecida por su voz, que susurraba a mi oído una canción que no ha vuelto a significar lo mismo para mí desde aquella noche:
“En los brazos de la fiebre, que aún abarcan mi frente
lo he pensado mejor y desataré
las serpientes de la vanidad…
El paraíso es escuchar
y el miedo es un ladrón
al que no guardo rencor, y el dolor es un ensayo
de la muerte.
En la piel de una gota
mis alas volvieron rotas,
y entre otras cosas ya no escriben con tinta de luz…”
Después de aquella noche en compañía de mi amigo casi llego a casa con las bragas en la cabeza. Bueno, realmente llegué sin bragas, porque si recuerdas él se las había metido en el bolsillo…y he de aclarar que nunca me las devolvió. Ni yo tampoco se las reclamé porque, por supuesto, me hacía terriblemente feliz que tuviera un recuerdo mío.
“Soñaba desde hace mucho con darte bien por el culo” me había dicho mientras me follaba, aquella noche. De modo que él también había pensado en mí alguna vez, había fantaseado conmigo…
Pero una cosa sí tengo que decirte: Silver me mintió en algo. En realidad, más que mentir, no cumplió lo prometido: no me folló el coño. No esa noche. Y yo, la verdad sea dicha, me di de sobra por satisfecha con lo que ocurrió. Mi culo daba fe de ello, con el dulce y doloroso recuerdo de su falo aún inscrito en sus intersticios.
Me retorcía en el asiento del coche al recordarlo cuando Silver conducía de nuevo hacia la ciudad, el sol insinuándose como una línea de fuego más allá del perfil azul de las montañas.
Yo quería llegar a casa antes de que se despertaran mis padres, no fuera que mi aspecto y mi cara les revelaran mis oscuras aficiones; ya sabes que una madre es capaz de detectar absolutamente todo con sólo mirar a su hijo a la cara, con más tino que la mismísima CIA.
Mientras me recreaba una y otra vez en lo vivido, me hacía la dormida dejándome llevar por la melodía que sonaba en el reproductor de CDs del coche. Su lenta cadencia me envolvía y me relajaba poco a poco, y yo me abandoné a ella, disfrutando ese momento con los ojos cerrados.
Silver conducía despacio, en silencio, con su mano derecha apoyada sobre mi rodilla, apartándola sólo cuando cambiaba de marcha. Le sentía a mi lado respirando profundamente, sereno.
Precisamente en pleno trance, en el coche de camino a casa, me palpé el escote y me di cuenta de que había perdido mi cadena con el colgante de cristal en forma de lágrima. Pero en aquel momento no tuve ganas de agacharme y buscarlo por el reducido habitáculo…intuyendo con casi total certeza, además, que no lo había perdido allí. Me dije que lo más probable era que se me hubiera caído en la cama, desprendiéndose de mi cuello en cualquier momento de la salvaje follada, y que seguramente la lágrima seguiría allí, oculta entre las sábanas y la colcha verde nácar. Bueno, ya le diría a Silver más tarde que por favor la buscara…o tal vez tuviera la oportunidad de volver allí yo misma a recogerla, ¿por qué no?
Hacía fresco y el aire se colaba velozmente por las ventanillas abiertas del coche. Era placentero de veras aspirar el olor de la mañana veraniega--no hay otro olor igual--, pero lo cierto era que aquel aire frío me estaba haciendo polvo la garganta, que comenzó a picarme hasta que la sentí áspera como papel de lija.
En medio de mis ensoñaciones comencé a encontrarme mal, aunque me importaba un bledo, para qué voy a decir otra cosa. No era sólo por el malestar físico de la garganta-picazón que sentía que iba a explosionar en un ataque de tos de un momento a otro-sino también por el escozor que sentía en el culo, gracias al azotamiento tremendo que había recibido sin rechistar hacía tan sólo algunas horas.
Sentía algo parecido a una enorme resaca y al mal cuerpo que se le queda a uno cuando por fin ha terminado una larga noche de juerga: me dolía hasta el último pelo, mis articulaciones protestaban, tenía mucha sed, un amago de náuseas…mi piel estaba fría y sin embargo yo sudaba.
Busqué inquieta una posición más cómoda encima de aquel asiento que de pronto se me antojaba duro como una piedra, pero por más que lo intenté, me fue imposible.
Al ver que me movía incómoda, Silver apartó un momento la vista de la carretera para mirarme.
--Malena…--me llamó.
Abrí los ojos, sintiendo de pronto los párpados pesados igual que si estuvieran hechos de plomo. Había escuchado su voz apagada, como si me llegara amortiguada desde muy lejos.
--Estoy un poco mareada…--acerté a decir.
Me acarició la cara y detuvo la palma de su mano sobre mi frente ardiendo.
--Joder, Maleni, ¿Te encuentras bien?
Hice un esfuerzo por centrar mi mirada en sus ojos, que se habían vuelto a dirigir a mí, preocupados. Me dolían mucho las nalgas, como si me latieran a una temperatura de mil grados.
--Sss-si…--respondí con voz de borracha.
--No te estarás poniendo enferma…
--No lo sé--carraspeé.
No quería preocuparle. No quería contarle que me dolía horriblemente el trasero, me daba vergüenza, y sabía que se sentiría mal. Además, suponía que aquello ya no tenía arreglo. Me pregunté cuánto tiempo más tendría que estar soportando aquel dolor, que a pasos agigantados se estaba haciendo insostenible. Sólo deseaba tumbarme en mi cama y dormir, dormir, dormir…
Sentí que el coche se detenía después de interminables rectas y curvas, y la fuerte sacudida del vehículo cuando Silver echó el freno de mano. Mis nalgas para entonces eran las calderas del mismísimo infierno, horrorizadas por el sólo contacto de la superficie rugosa del asiento. Silver quitó el contacto y me tocó suavemente el hombro.
--Hemos llegado, princesa.
Abrí de nuevo los ojos con enorme esfuerzo.
--Estás temblando…--me dijo.
Me miraba preocupado. Yo no era consciente de mi aspecto, pero supongo que no debería ser muy saludable. Sentía los extremos de mi cuerpo fríos, y las mejillas ardiendo igual que mis castigadas posaderas. Mis ojos lagrimeaban, haciendo que todo lo que me rodeaba trastabillara ante mí, las formas girando borrosas alrededor.
--Ven, mi amor--musitó, y me atrajo hacia sí--Estás enferma, Maleni. Tienes fiebre.
--No…--intenté zafarme de sus brazos, que tiraban suavemente de mí para sacarme del coche. No recuerdo en qué momento Silver salió y abrió la puerta que estaba a mi lado-Puedo sola…
--No.--murmuró en un tono que no admitía réplica--No puedes. Déjame que te cuide, por favor…
No me sentí con fuerzas de llevarle la contraria. Estaba agotada.
Sin oponer resistencia me dejé coger prácticamente en volandas, abandonándome ciega a la fuerza de sus brazos y sus manos que me sujetaban por las axilas con firmeza. Sin mediar palabra me cargó contra su cadera, pasando un brazo por detrás de mi espalda y el otro bajo mis temblorosas rodillas.
Me abracé a su cuello y apoyé mi zozobrante cabeza sobre su pecho. Su camiseta olía a sudor y a sexo. Y olía a él, claro. Deseé retener aquel olor aunque en ese momento me estuviera casi desintegrando viva.
--Vamos a casa--murmuró con la cabeza contra mi hombro, su cálido aliento en mi cuello.
Sentí que me sujetaba contra su torso para dejar una mano libre y así poder abrir con las llaves la puerta del portal. Me subió en brazos al ascensor, y en pocos minutos traspasábamos ya el umbral de nuestra casa con el mayor silencio que nos era posible, para volver de nuevo a nuestra vida de hermanos de mentira.
Pero en situaciones difíciles de explicar no se puede librar uno de la mala suerte, y esta vez no iba a ser una excepción. No había caminado Silver dos pasos apenas por el pasillo conmigo a cuestas cuando mi hermano Marcos salió a nuestro encuentro, como una bala, de entre las sombras. Sentí una violenta sacudida en los brazos de Silver, y pensé vagamente “cualquiera le explica esto ahora al histérico de Marcos…” Pero el caso era que estaba tan chunga, tan mala, que no me importaba un pijo…casi me echo a reír.
--Pero…¿vosotros?…¿qué hacéis aquí?--preguntó mi hermano con un tono de voz suficiente para alertar al vecino de al lado, a la guardia civil y a los gnomos del Polo Norte.
--Joder, que susto--susurró Silver, reponiéndose rápidamente del encontronazo--No hables tan alto, Marcos, me he encontrado a tu hermana en la calle…creo que no se encuentra muy bien.
Ja, ja, ja. Ahora sí que me reía, pero claro, mi hermano no podía verme porque mi nariz estaba sepultada contra el hombro de Silver. Las solapadas carcajadas bien podían haber parecido espasmos febriles de mi espalda a los ojos de mi hermano.
--Qué dices, estará borracha--sentenció abruptamente, sin un atisbo de piedad.
“Serás imbécil” pensé, sin poder controlar mi hilaridad. ¿Qué concepto tenía mi hermano de mí? Aunque no era de extrañar aquella conclusión, dado que el otro le había dicho que “me encontró en la calle”. Para cagarse.
--No, no, Marcos…--explicó Silver con paciencia, como tratando de hacerle entrar en razón. (“no lo intentes, es un tarugo”, pensé).
--Cómo que no, ¡mírala!
--Que no, joder, que me la he encontrado de camino a casa…--continuó Silver con voz cansada--me dijo que estaba mareada, y de pronto se desvaneció. Menos mal que estaba conmigo.
--¿En serio?--preguntó mi hermano, todavía suspicaz.
--Sí, Marcos. Creo que no está bien. Vamos a echarla en la cama.
--Joder, pues sí, menos mal que estaba contigo…
Sus voces se fueron desdibujando, como distanciándose de mí. Mi hermano continuaba parloteando, pero no recuerdo nada de lo que hablaba; sólo podía escuchar un zumbido sordo que se expandía en mis oídos, dentro de mi cabeza. Di gracias al cielo por estar en los brazos de Silver, porque cada vez que abría los ojos, todo lo que había a mi alrededor giraba y giraba…
--Huélele el aliento si quieres, no está borracha--insistía Silver, mientras me depositaba delicadamente encima de la cama.--en cambio, si la tocas, está ardiendo…
Sentí la mano de mi hermano, blandita y fresca, sobre mi frente.
--Joder, tío, es verdad…¡Malena! ¡Malena!--comenzó a zarandearme, preocupado.
--Marcos, Marcos…que está enferma, no sorda. Déjala un poco.
Recuerdo que abrí los ojos como pude e intenté sonreír a mi hermano. Supongo que quería, de alguna manera, que supiera que yo estaba consciente…aunque muy, muy dueña de mí tampoco es que fuera yo en ese momento, desde luego.
Me dejaron sobre la cama y se alejaron murmurando no sé qué de un paracetamol, no sin antes haberme arropado Silver con suma ternura y haberme dado un fugaz beso (beso de hermanastro) en la mejilla.
Ya no sé lo que ocurrió a continuación ni lo que le dijo a mi hermano, porque me sumergí de golpe en un agitado sueño. Recuerdo que tuve unas cuantas pesadillas grimosas, de esas encadenadas que uno no sabe dónde termina una y empieza la siguiente. Mis pesadillas de fiebre eran como un tren descontrolado del que no podía bajar, me había abandonado la voluntad del despertar. Escuché entre sueños la voz de mi madre, sentí que me tocaba por todas partes con manos llenas de preocupación…y volvió a hacerse la oscuridad a mi alrededor. Y así una y otra vez, sin saber que no tenía conciencia del tiempo que pasaba.
Mantuve una conversación de besugos con Silver en la oscuridad, hasta que desperté y me di cuenta de que él no estaba allí. En la habitación en sombras sólo estaba yo, hablando con la nada. Recuerdo que cuando tomé conciencia de aquello me quedé helada.
Cuando por fin pude razonar un poco mejor, traté de incorporarme y volví a oír su voz a mi lado, diciendo mi nombre.
Abrí los ojos pensando que se trataba de otra broma de la fiebre, pero entonces le vi sentado delante de mí, en el borde de mi cama. Me miraba sonriendo tímidamente, con los oscuros ojos llenos de algo parecido al cariño.
Cerré con fuerza los ojos y volví a abrirlos, con temor de que su presencia fuera una alucinación y Silver se evaporara de inmediato…
Pero no lo era. Él seguía ahí.
--¿Eres tú de verdad?--alcancé a decir, arrancando como pude la voz de mi garganta.
--No, en realidad soy un enano disfrazado…--respondió--Pues claro que soy yo, Malena.
--No…es que…--traté de explicarle pero un acceso de tos me arrebató las palabras.
Puso un dedo sobre mis labios con suavidad.
--No hables…--musitó--Sólo asiente o niega con la cabeza… ¿te encuentras mejor?
Bajé los ojos y me encogí de hombros. Aborrecía que me diera órdenes de ese modo en un contexto que no fuera el sexo, como si yo fuera una niña, aunque lo hiciera con su mejor intención.
--Estoy hecha polvo…--me empeñé en contestar.
--Vaya por dios--dijo él--Lo siento, princesa.
--¿Lo sientes? Tú no tienes la culpa--me apresuré a decir.
Silver hizo un gesto de impotencia con las palmas de las manos hacia arriba.
--Quién sabe. A lo mejor sí.
--No…--sonreí--no eres tan importante como para provocarme una enfermedad…
Silver rio.
--No, no lo soy. Espero no serlo.
--No.
Sí que lo era, pero él jamás lo sabría. Al menos de mis labios.
Levanté los ojos hacia los suyos. Me sentía francamente débil, con ganas de llorar de pronto, como si mi mundo fuera a desmoronarse. Y le vi tan guapo por dentro y por fuera, tan resplandeciente que el corazón me dio un brinco en el pecho, y los nervios revolotearon hasta dejarme KO por mi barriga ya de por sí molesta. Me entraron ganas de besarle, de sentirle, de abrazarle, de tenerle dentro otra vez. Sentía un frío y un desgarro interior grande, como la soledad pero a lo bestia, viéndole ahí parado, tan cerca pero sin poder tenerle. Era como si me estuvieran despellejando por dentro.
Alargué una mano para tocarle la cara.
--Silver…
--¿Qué, mi amor?--murmuró aproximando sus labios a los míos, que ya le deseaban con ansia.--¿qué necesitas?
Gemí quedamente al notar su respiración sobre mi trémula piel.
--Necesito…
--Dime.
Cerré los ojos y me lancé a su boca como si ésta fuera la fuente del agua de la vida. Sentí como sus labios se entreabrían en una sonrisa para devolverme el beso, con tranquilidad, dejando paso a mi lengua que se moría por acariciar la suya.
Fue un beso largo, un beso cargado del fuego de la fiebre, caliente, lleno.
Comenzó despacio, como un tímido juego, y terminó sin respiración, peleándonos con furia por mordernos los labios, moviendo las lenguas con rapidez, saboreando los pormenores de la boca del otro con intensa lujuria.
Después de ese beso me estrechó contra su cuerpo, y volvió a acercarse a mí. Esta vez fueron sus labios los que presionaron ávidos sobre los míos, obligándolos a abrirse como pétalos tiernos para recibirle en toda su plenitud.
Nos separamos y nos observamos mutuamente, las bocas aún entreabiertas cargadas de saliva.
--Tu madre está en la cocina--murmuró Silver con un jadeo apagado--haciéndote una sopa de pescado.
--Dios mío, qué asco.
--Sí.
Silver rio, y se precipitó de nuevo hacia mi boca. Sentí su palpitante deseo cuando me agarró la mano y la colocó en su entrepierna, que estaba más que endurecida, sin dejar de comerme con ansia los labios y la lengua.
Pensé que esos mismos besos podía dármelos en otra parte de mi cuerpo, igual de encharcada o más que mi boca…y un escalofrío recorrió mi columna vertebral.
“Cómeme el coño, cabrón” le supliqué con mi mente, a sabiendas de que era una misión imposible estando mi madre a pocos metros de la habitación. Pero, por si acaso, preferí no sugerirlo.
--Bueno…ahora va a venir tu madre--dijo Silver, controlando la respiración--así que voy a tener que irme. Si no, va a pensar algo raro…
--Ay, no te vayas…--le rogué.
--Malenita, me frustra tanto como a ti--dijo, agarrándose la polla dura por encima de los holgados vaqueros--pero ahora no es el momento. Te prometo que después vendré a verte…
--¿Cuándo?
--Después--repitió, sonriendo--ahora tienes que cenar y ser buena con tu madre.
Mi padre para variar estaba ausente. Así que sólo tuve que soportar la suave reprimenda de mi madre aderezada con la eterna frase “Me has mentido/me has decepcionado”, basada en que estaba claro que yo no había ido a casa de Marta la noche anterior y seguía sin decirle la verdad respecto a dónde había estado.
Pero mi madre es una madre excepcional. En lugar de agobiarme con preguntas y broncas, me preparó una horrible sopa de pescado, y me largó un paracetamol de un gramo con la promesa de que me quitaría el dolor y la fiebre, que después de la cena amenazarían de nuevo con volver.
Después de cenar me abrazó y me besó repetidas veces hasta hacerme daño. Me dijo que yo era su hija querida, sin dejar en mal lugar a mi hermano, claro…
“Ni por asomo tienes idea de las cosas que hace el diablo de tu hija” pensé con cierto pesar “acompañada del sádico de tu hijastro, en el que tú confías ciegamente”. Qué engañada estaba la pobre mujer; pienso que incluso en el caso de que hubiera intuido un asomo de la verdad, hubiera cerrado los ojos para no darse cuenta. Mi pobre madre.
Abandonó la habitación dándome un último beso de buenas noches y arropándome con delicadeza. Sus pasos se perdieron, blanditos por las suaves zapatillas de estar en casa, alejándose por el pasillo. Y yo…yo cerré los ojos, pensé en mi hermanastro-amante, soñando que volvía a besarme y a follarme, y me sumí en un inquieto sueño.
En mitad de la noche desperté sobresaltada al escuchar un chasquido metálico. Alguien había entrado en mi habitación y había echado el pestillo de la puerta. Acostada en la cama de espaldas a la entrada de mi cuarto, escuché vagamente unos pasos que se acercaban, y sentí un cuerpo que se tendía junto al mío en la oscuridad.
Yo estaba otra vez encontrándome fatal, helada de frío pero con el culo y la cara calientes como si tuviera brasas debajo de la piel.
Me removí contra la silueta que estaba a mi lado, tratando de conseguir un poco de calor, tenía tanto frío…
--Hola, mi niña--murmuró la voz de Silver contra mi espalda, acariciando mis oídos.-¿Cómo estás?
Apreté aún más mi cuerpo contra el suyo. Estaba desnudo de cintura para arriba, lo supe en cuanto sentí el dulce calor de su piel.
Sus brazos me rodearon y atrajeron mis caderas hacia la erección que se insinuaba como una gruesa piedra bajo el pantalón de su pijama.
--Silver, podrían oírnos…--susurré con miedo.
--Podrían--concedió--pero tenía que venir a verte.
Me volví levemente para mirarle, pero mis sentidos embotados por la fiebre me traicionaron de nuevo, girando la oscura habitación en torno a mi cabeza.
--Te lo había prometido…--continuó, mientras jugueteaba con sus dedos por debajo del elástico de mi pijama.
No sabía quién ni en qué momento me había puesto tal atuendo, por cierto. No podía recordarlo. Pero sabía exactamente de qué pijama se trataba--lo recuerdo a la perfección--un fino pantaloncito de verano a rayas rosas y blancas con una camiseta de tirantes, igualmente mínima, con el dibujo de un conejito comiendo una zanahoria. Qué inocente y pecaminoso al mismo tiempo, ¿verdad?
Sentí las puntas de sus dedos acariciando levemente mis nalgas por debajo de mi pantalón, y no pude evitar dejar escapar un quejido de protesta.
--Joder, Malenita, tienes el culo ardiendo…
No sé si me lo decía preocupado o cachondo, pero le temblaba la voz.
--¿Será por los azotes que te ha dado fiebre?
--No sé… no creo…--respondí, desfallecida.
Acarició distraídamente mi coño desde atrás, y lo encontró mojado. Retiró entonces los dedos con rapidez.
--Deja que te vea…--me pidió.
Sin esperar respuesta por mi parte, me incorporó y me colocó con suavidad sobre sus rodillas, como si fuera a darme de nuevo una azotaina.
Me bajó el pantalón corto de rayas hasta las rodillas y contempló sin tocarme las temblorosas montañas de carne.
--Madre mía…--murmuró--esto está morado, Maleni. ¿Te duele mucho?
--Algo…--respondí con cierta vergüenza.
--No te preocupes--murmuró--te he traído una cosa que te aliviará.
Acto seguido sentí que alargaba el brazo para coger algo que había dejado a su lado, sobre la cama. Pude oír el chapoteo de protesta de un bote al ser exprimido cuando vertió el contenido sobre la palma de su mano, y a continuación comenzó a extender sobre mis escocidas nalgas una crema densa y untuosa.
--Esto te va a sentar bien, ya verás…--murmuró con mimo, acunándome sobre sus rodillas.--Lo siento mucho, mi amor. No quería dejarte este recuerdo…
--No te preocupes…--conseguí decir, y cerré los ojos para sentir mejor el contacto de sus manos.
Continuó acariciándome en esa posición, extendiendo con suavidad la reparadora crema, yo de nalgas sobre sus rodillas, nuevamente expuesta e indefensa encomendándome sólo a la confianza que sentía hacia él. Cada fibra de mi piel se estremecía con el contacto de sus dedos. Introdujo la punta de su dedo medio impregnada de crema en la raja de mi culo y comenzó a jugar en ella chapoteando suavemente, untándola del denso fluido con olor a almendras. Me picaba un poco la crema dentro del culo, en ese lugar tan tierno y sensible, pero ya había comenzado a disfrutar con vicio de aquellas caricias y, a causa de mi debilidad, no podía evitar emitir lentos quejidos de gusto. Disfrutaba tanto que esos gemidos parecían de sufrimiento agónico, como si fuera a morirme…cuando, en realidad, eran de intenso gozo al sentir su dedo removiéndome ahí detrás, notando cada vez más dentro del ano su presión y firmeza.
--Se te ha mojado el coño…--murmuró Silver, acariciando levemente mi vulva con la palma de su mano.
Me retorcí sobre sus rodillas como un pez fuera del agua, arqueando la espalda para ofrecerle mi sexo ansioso de guerra. No era que estuviera cachonda, no. Estaba CALIENTE, candente, como un hierro al rojo vivo, temblando por la fiebre y por el deseo que sentía por él. La vagina me había “crecido” desmesuradamente y sentía que se abría--¿tendría alucinaciones?--hasta alcanzar su entrada el tamaño de un mango maduro, rebosante de jugos que no paraban de manar de él para lubricarlo. Imaginé la lengua de Silver dentro de aquella fruta jugosa, lamiendo con fruición la pepita rosada de su centro, la semilla del orgasmo, golpeándola tímidamente con su humedad endurecida cada vez más adentro, una y otra vez, y me sentí morir.
Moví mis caderas en círculos como una desquiciada golpeando con ellas los muslos de mi amigo, antes incluso de que él me pusiera los dedos encima. Resoplaba sólo por imaginar, ya ven, sin tener ningún control sobre mi cuerpo.
--Vaya…--sonrió Silver, ralentizando el ritmo de sus cremosas caricias, sin querer tocar aún mi pobre coño--¿Sabes una cosa, Malena? Dicen que los orgasmos que se alcanzan cuando uno tiene fiebre son bestiales… ¿lo has probado alguna vez?
Se le llenó la boca de sexo cuando me hizo esa pregunta. Para entonces yo ya le suplicaba sin palabras que comenzara a tocarme y con los ojos en blanco continuaba dando pequeños botes sobre sus endurecidos muslos, tratando de llegar yo a sus dedos antes que ellos a mí.
--Joder…--gruñó Silver--No sabes cómo tengo la polla ahora mismo…
Mi gemido rasgó el aire y mi culo se movió en amplios y groseros círculos, revolcándose en la nada frenéticamente. Necesitaba llenar el vacío de mi coño como fuera, necesitaba que me metiera algo, cualquier cosa…
Pero lo que hizo, sin embargo, fue reclinarse para restregar su rabo duro contra mi estómago, como para demostrarme lo caliente que estaba, y a continuación sacó algo de su bolsillo que tardó unos segundos en manipular.
Sentí de pronto un delgado objeto frío, también viscoso de crema, que se introducía en mi culo de forma implacable, provocándome un sordo placer.
--Vamos a ver cuánta fiebre tienes, Malenita…
Un escalofrío recorrió violentamente mi columna vertebral. Me estaba poniendo un termómetro. Me estaba metiendo un termómetro por el culo. ¡Sólo me habían hecho eso cuando era pequeña, y siempre había llorado a lágrima viva cuando me lo hacían-aunque no me causara dolor--porque me parecía sumamente denigrante!…
En cambio en aquel momento, cuando sentí de manos de él el frío tubo de vidrio sin previo aviso dentro del culo, tuve que esforzarme por no dar un chillido de gusto.
--Qué cochina eres…--murmuró Silver con una sonrisa maliciosa--sólo es un termómetro.
--AH…..Ahahahahhhh…..aaaaarrrfffhhh--resollaba yo como una cerda, la cabeza sepultada contra el colchón, las manos sudorosas sin saber dónde agarrarse.
--Joder, no sabía que iba a gustarte tanto…
Dejó el termómetro ahí alojado, clavado en mi cavidad anal, y mediante leves toques con los dedos lo introdujo aún más adentro, retorciéndolo suavemente en el interior de mi culo que se apretaba y chorreaba crema mientras yo gemía de placer.
--¿Te gusta?--preguntó con un gruñido.
--Síííí….sí….--fue lo único que fui capaz de responder, con el coño sobrecargado ya de excitación, enrojecido y pulsante.
Sentía un placer difícil de describir con aquel objeto extraño insertado en el recto. Pero eso no fue nada en comparación con la explosión que sentí cuando Silver recorrió con sus dedos mojados la raja de mi coño, tan abierta que ni siquiera le hizo falta separar mis labios para llegar a donde yo tanto deseaba. Frotó y frotó con empeño hasta que perdí el ritmo de mis movimientos, sin saber cuándo terminaba una sacudida y cuándo comenzaba la siguiente. Me parecía estar echando cantidades ingentes de flujo por el coño, poniéndole perdido a mi amigo, arruinando sus pantalones, mientras mi culo abrazaba el termómetro y mi boca se deshacía en baba contra la colcha.
Silver se inclinó sobre mí, dejando caer suaves guedejas de su pelo negro sobre mi ardiente espalda.
--Córrete--me susurró al oído--córrete, nena pervertida, disfruta…
Su voz prendió como una antorcha en medio de mi debilidad.
Me sacudí repetidas veces sobre él gimiendo su nombre y tratando de no gritar, justo antes de comenzar con las rítmicas contracciones de un orgasmo que parecía no cesar nunca, comenzando en el epicentro de mi coño y expandiéndose por el resto de mi universo hasta las puntas de los dedos de mis manos y pies.
Transcurrida una eternidad, mi orgasmo fue apagándose hasta permanecer como un débil rescoldo anudado en mi ombligo, un gemido aún prendido en la garganta. Se mantuvo así unos segundos, aleteando aún dentro de mí, hasta que poco a poco, por fin, me abandonó.
El ardor fue sustituido por una nube de calma, una sensación embriagadora de cálida paz. Me dejé caer como una muñeca de trapo sobre los muslos de mi amigo, a la deriva, impulsada por el viento como un ala-delta al amanecer, surcando el cielo al compás del bombeo lleno de mis arterias, volando un paso más con cada latido. Mi alma no había regresado, seguía danzando en algún lugar más allá de la habitación, lejos del cuerpo, quemándose por el goce poco a poco.
Silver se pasó la lengua por los labios resecos y me colocó de nuevo encima de la cama.
Se despojó de la ropa que le quedaba, se sacó la polla y osciló con sus caderas unos centímetros por encima de mi cara, acariciando mis mejillas, mis sienes, mis labios con su glande húmedo y caliente.
Su polla olía a pantano virgen, a sexo y a deseo enrarecido por haber estado inflamada dentro de los pantalones durante demasiado tiempo. Sentí como dirigía hacia mí su dureza con manos temblorosas, dándome mullidos golpecitos con ella en los labios.
Metió despacio una rodilla entre mis piernas para separarlas, mientras continuaba pajeándose lentamente sobre mí, recorriendo su falo de arriba a abajo con largas y flexibles caricias. Apoyó su muslo contra los temblones pliegues de mi entrepierna y presionó contra mi sexo inflamado.
Yo me moría por comerle aquel miembro grueso e introducirme su tronco hasta la garganta, pero él jugó retozando con lascivia sin metérmela. Trazó círculos con sus caderas en equilibrio sobre mi boca, evitando mis labios hambrientos, golpeándome la cara dulcemente con la polla dura una y otra vez. Las gotitas de humedad prendidas en su glande me mojaron la nariz y la boca, extendiendo en ellas la esencia animal de mi amigo.
Sin dejar que me diera mi merecido atracón de polla, Silver descendió un poco y comenzó a pajearse más rápido sobre mi estómago, amasando con la mano derecha mis pechos blancos como flanes de nata, lamiendo con ansia los endurecidos pezones rosados que se erizaban contra su lengua. Mordía y succionaba mis pezones mientras se masturbaba como loco, con las rodillas apuntaladas sobre el colchón, entre mis piernas abiertas.
Por instinto comencé a acariciarme yo misma para calmar el hambre feroz de mi coño, que se había despertado de nuevo y exigía la atención de unos dedos bien entrenados para aplacar aquella llamarada que le quemaba por dentro.
Silver gruñó con alborozo mientras yo me retorcía contra su muslo y su ingle, mi dedo agitándose casi con desesperación enmarañado en mi vello púbico.
Cambió de posición para recostarse a mi lado, jadeando, y apartó con brusquedad mi mano de mi sexo, relevándome con su dedo duro como una piedra que comenzó a frotarme con decisión y terminó por penetrarme.
Mi espalda se arqueó para sentirle más y mi cabeza se echó hacia atrás, en un ángulo casi imposible sobre la almohada. Abrí las piernas al máximo y me recreé en aquella sensación de pre-orgasmo, escuchando como Silver chapoteaba en mi encharcado coño con su mano derecha mientras se meneaba el pollón con la izquierda, y cómo aquellas sacudidas me iban conduciendo, poco a poco, a ese maravilloso punto de no retorno.
Sentí de nuevo su lengua abriéndose paso dentro de mi boca, moviéndose frenética al mismo ritmo que bombeaba con la polla a reventar dentro de su puño.
Su boca selló la mía, ahogando mis gemidos cuando por fin me sobrevino el orgasmo. No pude emitir más que un ronco y largo sonido sofocado por sus labios, respirando profundamente dentro de su boca mientras él continuaba follándome con su dedo de manera incansable.
Casi al instante se corrió, derramando ríos de leche que salieron disparados a causa del bombeo manual de su polla, salpicando las paredes y la colcha de mi cama. Mis muslos también se llevaron una buena ración de semen grueso y calentito, cuyos cuajarones resbalaron hasta la entrada misma de mi coño cuando poco después comenzamos a relajarnos.
Me recosté laxa a su lado mientras trataba de reponerme de la monumental corrida, y de pronto palpé algo frío entre las sábanas, junto a mí. Desorientada traté de coger aquel objeto delgado pero se me resbaló de entre los dedos, yendo a caer de nuevo a escasos centímetros de mí sobre el colchón. Alargué de nuevo la mano y lo cogí, tratando de pensar qué sería.
Silver levantó levemente la cabeza y cuando vio aquello que tenía entre mis manos comenzó a reírse con cierta malicia.
--Vaya, me había olvidado de esto.
Pasó su brazo sobre mí para llegar a la mesita de noche y encendió la pequeña lamparita de lectura que tengo sobre ella. Tomó de mis manos el objeto y lo acercó a su rostro para examinarlo.
--Qué olvido imperdonable…--susurró, mientras movía levemente el pequeño tubo de vidrio ante sus ojos entornados.
Mis pupilas se adaptaron con esfuerzo a la súbita intensidad de la luz, y vi el destello del vidrio en la mano de mi amigo.
--¿Qué es eso?--pregunté con voz pastosa.
--Joder…--murmuró Silver--…marca 38,4 grados…tienes bastante fiebre, Maleni, ¿cómo te encuentras?
--¡Anda! el termómetro…
No recordaba cuándo, pero debía de haberse salido de mi culo en algún momento del festín…
--Sí…--sonrió Silver--tu tampoco te acordabas, ¿verdad?
--No…
Mi cabeza era una nebulosa de confusión y mareo, la verdad, más aún después de aquella sesión de sexo. En el entorno iluminado de mi cuarto veía nubes de puntitos brillantes por doquier cada vez que abría los ojos.
--Me siento un poco rara…
Se tumbó de nuevo a mi lado y comenzó a acariciarme la cara, besándome levemente los pesados párpados, la nariz, los labios…besos tenues y pequeños mordiscos sobre cada centímetro de la tierna piel.
--¿Pero te encuentras muy mal?--preguntó con voz queda, sin dejar de besarme suavemente.
--No, no, estoy un poco mejor…
Traté de sonreírle, pero el cansancio se adueñaba de mis huesos y músculos aunque luchara por no dejarme vencer.
--Tienes que tomar algo para bajar esa temperatura…--dijo, rozando con sus dedos mis pezones, que le respondieron volviendo a erizarse inmediatamente.--Iré un momento a la cocina y te traeré algo.
--No, no te vayas…--gemí, apretando su mano entre las mías.
Él se desasió con suavidad y se irguió para levantarse.
--Volveré en un minuto--me prometió clavando en mí sus ojos negros--y me quedaré contigo hasta que te duermas, si quieres.
Acto seguido se vistió de nuevo con el pantalón del pijama y se aproximó hacia la puerta. Giró el pomo con cuidado, para no hacer demasiado ruido a aquella hora…y salió al pasillo tanteando en la oscuridad.
Yo me quedé sola, esperándole sobre mi cama revuelta, ardiendo de calor con los ojos cerrados. Aparté la sábana sin importarme quedar desnuda sobre el colchón con el coño al aire; pensé que tenía que aprovechar ese mínimo instante antes de perder su olor, su calor…porque el displacer y los escalofríos de la fiebre --por cierto, ¿dónde estaban?-no tardarían en regresar.
En mi embotada cabeza las ideas iban y venían con fulgurante rapidez, como relámpagos, sin darme apenas tiempo a pensar en ellas, fundiéndose unas con otras.
Me invadió de pronto una sensación extraña, lógica a mi edad después de tanto goce. ¿Y si…? ¿Y si estaba yo actuando como una “puta”? Esa era la temida palabra que más “se llevaba” en esos días, y se utilizaba para referirse a una mujer de poca vergüenza en general. Sin minucias y sin matices: una puta no era necesariamente la tía que se acuesta con muchos hombres--por dinero o gratis--, sino la que disfrutaba sin barreras y encima lo gritaba a los cuatro vientos. Lo contrario de ser “puta”, para que entiendan a qué me refería yo entonces, era ser “estrecha”, cosa penosa igualmente pero más aceptada en lo social.
¿Sería yo una puta?
Ahora sé que disfrutaba y punto, pero comprendan, por favor; a mi edad y con los tiempos que corrían era difícil asimilarlo. Es curioso cómo han cambiado las cosas en tan poco tiempo; ahora el mito de la “puta” ya no es tan terrible, o al menos no les importa tanto a las jovencitas de quince a veinte años, o eso me parece a mí. Me alegro. Y me alegro de tener ahora treinta (y pocos), de verdad.
Silver volvió pocos minutos después llevando entre sus manos un vaso de cristal lleno de agua --dios mío, me di cuenta de pronto de la sed que tenía--y una pastilla alargada del tamaño de un ladrillo.
Me hizo tragar la pastilla--odioso trance--y después me bebí el agua sin respirar, el vaso entero. Me cayó como un perdigonazo en la barriga, pero me calmó la sequedad de boca.
Miré a mi amigo a los ojos, y recuerdo que sentí tanta confianza con él que le formulé sin pensarlo la temida pregunta. Supongo que lo hice por miedo a que se “aprovechara” de mí, porque de las “putas” los tíos se aprovechaban, era el deporte nacional, y todo el mundo lo tenía clarísimo. Qué asco de doble moral, qué destructiva para el cuerpo y el alma.
--Silver…--le dije, pobre de mí, buscando en mi mente las palabras adecuadas. No quería pillarme los dedos por mucho que confiara en él, tal era mi miedo.--Quiero preguntarte algo…
Mi amigo se acostó a mi lado y me miró expectante.
--Claro, lo que quieras.
--Silver, tú…--carraspeé.
--Yo… ¿qué?--me alentó con una sonrisa.
Pensé que le amaba más que nunca. Miré hacia abajo para esquivar el contacto de su mirada atenta.
--Tú… ¿crees que soy…una “puta”?
--¿Una puta?--repitió extrañado, arqueando las cejas—Una puta es una mujer que cobra por sexo, ¿no? ¿por qué iba a creer que eres una puta?
--No sé…--murmuré con la barbilla baja, mareada.--no sé…por correrme contigo…por hacer estas cosas…
Se echó a reír por lo bajo.
--Anda, Malena, deja de decir tonterías.--dijo mirándome divertido.
Levantó mi barbilla con sus dedos y me obligó a encontrarme de nuevo con sus ojos negros y brillantes.
--es que…
--No entiendo a qué viene esa pregunta…--continuó, sonriendo con cierto apremio--Nos queremos, nos gustamos, disfrutamos. Y ya está. ¿Por qué has pensado esa gilipollez?… quiero decir, que no quiero…que no quiero que te sientas así. ¿Yo te hago sentir como una puta?
--No, no…--me apresuré a contestar. En mi amargura, el problema lo tenía sólo yo…
--Me gusta que disfrutes--me cortó--me gusta que seas mía. Pero no eres una puta. Eres humana, los dos lo somos. Somos dos personas que disfrutamos como cerdos todo lo que podemos… visto así tenemos suerte, ¿no crees?
--Visto así…
Era un buen razonamiento que de momento me satisfizo. Al menos me alivió.
Caí rendida en la cama, poco más recuerdo de esa noche.
No sé cuándo Silver se marchó, pero sí recuerdo--como si lo hubiera vivido justo ayer-que por fin alcancé el deseado mundo de los sueños mecida por su voz, que susurraba a mi oído una canción que no ha vuelto a significar lo mismo para mí desde aquella noche:
“En los brazos de la fiebre, que aún abarcan mi frente
lo he pensado mejor y desataré
las serpientes de la vanidad…
El paraíso es escuchar
y el miedo es un ladrón
al que no guardo rencor, y el dolor es un ensayo
de la muerte.
En la piel de una gota
mis alas volvieron rotas,
y entre otras cosas ya no escriben con tinta de luz…”
7-preparando
Memorias de Malena, 14 de enero de 2012
Hacía tiempo que no escribía, pero hoy necesito sacar algo increíble que me ha ocurrido…estoy tan aturdida que aún no me lo creo ni yo misma; me faltan incluso las palabras a la hora de ordenar sentimientos, no sé cómo empezar a explicarlo. Ha sido un fuerte golpetazo en mi vida sin venir a cuento, una coincidencia –qué feo llamarlo así, pero es lo que ha sido—de esas que te hacen pensar "¿Y si es verdad que el destino existe?"… "¿y si todo tiene un por qué, a pesar de que uno se ría con descaro de esas tonterías?, ¿y si cada quién tiene determinado ya desde el principio su propio camino por recorrer, plagado de sobresaltos y putaditas únicas?"
Te voy a pedir ahora que des conmigo un salto de años luz en esta historia, para que pueda contarte con detalle lo que ha pasado hace tan sólo unos días. Ten por seguro que en otro momento, si quieres, podrás continuar leyendo todo aquello que nos pasó a Silver y a mí cuando teníamos dieciséis y diecinueve años respectivamente…pero ha de ser en otra ocasión, porque no puedo dejar que el sobresalto de lo nuevo se pudra dentro de mí sin que tú—quien has estado escuchándome (leyéndome) desde el principio, con la fidelidad que yo necesitaba—lo sepas.
Tengo que contarte que anoche vi a Silver.
Después de tantos años, por primera vez en todo ese puñado de días, horas y minutos en las que no he dejado de acariciar su imagen al menos una vez todos los días. ¡No!, ¡miento!, por primera vez no, ayer no fue la primera vez…en honor a la verdad, vi una foto suya (la única foto que he visto de él, ahora que lo pienso) pocos días antes…
Pero déjame que te cuente cómo ocurrió todo--si es que soy capaz de controlar estos nervios que me están volviendo loca—y que intente relatarte los acontecimientos en orden y de manera inteligible. A ver si lo consigo.
Hace apenas una semana, el siete de enero, fue mi cumpleaños. No es que sea de esa gente que odia con toda su alma cumplir años, pero no suelo montar fiestones por ese motivo, y llegados a este punto de "vejez" en proceso de aceptación hubiera preferido no celebrarlo…pero tuve que hacerlo, claro. Nos juntamos la familia y los amigos cercanos en mi casa sin yo poder hacer nada por evitarlo, y no me quedó más remedio que sonreír y poner cara de sorpresa.
Aunque de inicio me dan pereza este tipo de eventos, reconozco que luego termino pasándomelo en grande…y además, ese día en concreto, me sentí feliz al ver la cara de ilusión que ponía mi marido con todo el despliegue de tarta, velas y regalos, ya que él fue quien organizó aquella "fiesta sorpresa" que yo me temía desde el mes pasado. Ya ven, mi marido es una persona estupenda. Por esto y por muchas otras cosas…aunque lo cierto es que ya no existe el fuego que ardía entre nosotros al principio, ha ido apagándose y perdiendo intensidad conforme han ido pasando los años. Pero en fin, esa es otra historia.
Siguiendo con el hilo de la fiesta, la verdad es que estuvo muy bien. Mi marido se las arregló para localizar a mis dos mejores amigas, una de ellas perdida en Kuala Lumpur, o al menos eso parecía…
También estuvo mi madre, y mi hermano Marcos, encantado de la vida por haberse conocido, como siempre. Marcos disfruta muchísimo con este tipo de cosas, porque en las fiestas chismorrea a sus anchas. En la vida he visto un hombre tan marujo. Desarrolla mil historias sobre la gente que rodea a uno—vecinos, el panadero… gente que parece totalmente normal—y acaba contándote cosas increíbles de las que nadie sabe cómo se entera, poniéndolos a todos ellos de psicópatas para arriba en el mejor de 201
los casos. Qué peligro tiene, deberían contratarlo para el programa de Ana Rosa Quintana y así al menos ganaría dinero, no como en las fiestas de los demás—donde suelta todos esos chismes, desinhibido por el alcohol—y tan sólo gana una audiencia reducida de ojos como platos, que la mayor parte de las veces no le cree ni la mitad de las cosas que cuenta.
Estábamos en ese punto de la velada en el que mi hermano, con ojos achispados, ya estaba muy metido en su diarrea mental cuando de pronto paró en seco de hablar y se le abrieron mucho los ojos.
--¡Ay, Malena, que se me ha olvidado darte una cosa!...
Se dirigió hacia el banco que tenemos en la entrada, donde ponemos los abrigos, y volvió poco después con un paquetito cuadrado y plano entre las manos.
--Toma—me dijo, tendiéndome el paquete—es otro regalo más…tienes que abrirlo ahora, ¡vamos!—apremió.
Extrañada por la súbita prisa de mi hermano, sonreí y desgarré con cuidado el envoltorio del nuevo regalo—siempre me ha dado pena romper el pliego de envolver, es una manía mía—, retiré despacio el papel celo que había en cada doblez, y…no me van a creer, pero les aseguro que mientras desenvolvía aquel objeto sentí un hormigueo extraño en las puntas de los dedos, y una corriente de energía ascendiendo de pronto por mi columna vertebral.
--Vamos, hija, que lenta eres…--me jaleaba mi hermano.
Todo se ralentizó.
Sin embargo, cuando quité el bonito papel rojo, no pude disimular un destello de decepción en mis ojos…no sé lo que hubiera esperado encontrar, pero al ver por fin lo que era pensé "Claro, el regalo típico de Marcos" y mi repentina curiosidad se desinfló de golpe.
Se trataba de un CD. Un CD de música del tipo de la que le gusta a mi hermano, y también a mí, pero tan sólo un CD. En la portada se leía la palabra "WHOEVER" en rasgadas letras metalizadas, por encima de una foto en blanco y azul de los integrantes de la banda. Supuse que "Whoever" era el nombre del grupo (desconocido para mí hasta el momento), ya que en letras más pequeñas en cursiva se leía debajo de la foto la palabra "Liberia" (el nombre del álbum, imaginé). Si es cierto que lo de Liberia me sonaba de algo…quizá lo habría escuchado en la radio, no lo recordaba, pero el caso era que me resultaba familiar…
En resumidas cuentas, un CD de una banda con tintes metal, probablemente "de moda" para más inri… ¡qué horror! Ya sé que en la música todo es de alguna manera comercial, pero en mi mundo ideal los artistas tendrían que ser anónimos, aunque si no los conociera nadie yo tampoco lo haría… en fin, contradicciones mías, para variar.
Traté de disimular el pequeño-gran bajón y sonreí a Marcos, dándole las gracias por su regalo lo más efusivamente que fui capaz. Ya iba a guardarlo entre mis otros discos, 202
cuando me agarró del brazo, la mano como una tenaza aferrada de pronto a mi carne, para impedirme hacerlo.
--No, no, no—me dijo, sacudiendo la cabeza vehemente—No te has dado cuenta.
--¿Cuenta de qué?—pregunté, sin saber a qué se refería.
--La foto de la banda—respondió mi hermano—Mírala bien.
Acerqué a mis ojos la imagen en azul y negro de la cubierta del CD y entonces…de pronto, lo vi.
No pude reprimir una exclamación de asombro. Me fallaron las piernas. Aparté los ojos de la fotografía como si ésta me quemara, y deseé soltarla, pero en cambio la miré otra vez, observando cada detalle, cada contorno de la silueta que se encontraba en el medio, entre las otras dos personas, sujetando en sus manos una guitarra que colgaba laxa de su huesudo hombro. No podía ser.
--¿No reconoces a alguien?—preguntó mi hermano, con una sonrisa de profunda satisfacción.
--Ss-sí…--murmuré en un hilo de voz.
Ahí estaba. Su pelo negro flotando hasta perderse en su cintura, su cuerpo delgado y fibroso, su nariz recta ligeramente aguileña entre sus ojos de lobo, enormes y negros, que parecían perforar mi alma desde aquel papel.
--Es Silver, ¿te acuerdas de él?—soltó mi hermano sin poder contenerse.
Para no recordarle…
--Joder, Marcos, cómo no me voy a acordar…--traté de sonreír, intentando disimular mi nerviosismo
--Han sido muchos años sin saber de él…
--Ya, eso sí—asentí, sin poder apartar los ojos de la foto.
--Pero mírale al cabrón, está casi igual que la última vez que le vimos… ¿no te parece?
--Sí, está casi igual—admití.
Era cierto. Casi no podía yo reaccionar. Me sentí de pronto tan… ¿feliz?... ¿aliviada? de que no hubiera cambiado demasiado…era como no haberle perdido nunca, a pesar del tiempo transcurrido; era como retroceder en el tiempo durante un instante. Pero esa misma felicidad levantó la débil costra que me protegía de lo mucho que le añoraba, de la herida que aún latía en mí desde que un buen día él se marchó sin dejar nada más que unas cuantas palabras escritas sobre mi mesita de noche. Qué desgarro me invadió en
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aquel momento, al leer sus frases de despedida y de disculpa; qué triste y qué idiota, indignada por aquel súbito abandono, me sentí…
Qué sola, sin él.
Sólo recuerden cómo empecé a escribirles a ustedes, y los sentimientos que en la primera entrega—que en principio sería única—les confesé. No se imaginan cuánto me costó en su día hacerme a la idea de que no volvería a verlo, o de que al menos esa era su intención, lo que era aún más doloroso si cabe.
La carta que me escribió aún la conservo; la tengo guardada en el cajón de la ropa interior, plegada cuidadosamente debajo de unas braguitas de seda que tengo dobladas al fondo del todo, cubierta por el resto de mis bragas y sujetadores. Nadie sabe que existe esa carta, por supuesto. Espero que no le dé a ninguna persona curiosa por meter la mano ahí…
En parte odio a Silver por haberla escrito. Pero a mí pesar se lo agradezco también, porque ese papel se convirtió de alguna manera en una marca física de su recuerdo, que no suplía ni de lejos la huella de sus manos sobre mi piel, pero que en definitiva siempre seguiría allí, a mi lado, en el fondo del cajón.
Ustedes me entienden, ¿verdad?
Pero volviendo a aquel momento fatídico en mi fiesta de cumpleaños, se imaginarán que yo me había quedado de piedra literalmente, con cara de gilipollas sujetando el CD en la mano sin querer desprenderme de él y mi mente volando lejos, ahogándose en un mar de recuerdos que volvían de golpe a estrellarse, como violentas olas, contra los acantilados de mi entereza.
Silver no fue un sueño. Existía, siempre había existido. Y había vuelto.
--Qué fuerte, ¿verdad?—rio mi hermano, meneando la cabeza con gesto de incredulidad —menudo hijo puta. Ni siquiera me ha escrito en más de diez años para contarme nada de su vida, y hace dos días me manda un correo y me dice que va a enviarme esto, para que te lo regale. De tu cumpleaños sí se acuerda el cabrón, porque lo que es del mío…
--Joder…--murmuré, tratando de procesar aún todo lo que estaba ocurriendo.
--Ya sabes como es. Es su logro personal, supongo; era la ilusión de su vida, grabar un disco. Y me dijo en el correo que quería dedicártelo a ti…así que nada, te lo entrego de su parte…
--Joder…--era incapaz de decir otra palabra.
--Ya—asintió mi hermano—a mí también me dio una especie de shock, después de tanto tiempo, pero al fin y al cabo es una alegría, ¿no crees?
"No. Es una inmensa putada" se dibujó con llamativas letras de neón dentro de mi cabeza, mientras toda mi realidad daba un súbito vuelco.
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--¿No crees?—insistió Marcos
--Sí, claro—respondí, saliendo de mi trance.
--Qué sorpresa, ¿verdad?—comentó entonces mi marido con una inocente sonrisa. --¿no vas a ponerlo?—añadió, señalando nuestro equipo de música con una inclinación de cabeza.
Mi marido no conoce a Silver, en la vida le ha visto y yo le he hablado de él sólo un par de veces, como de un amigo más. Por su sonrisa supuse que mi hermano le había puesto en antecedentes del inesperado regalo, y que –qué horror—a él también le hacía ilusión ese momento, por la sorpresa y el "momentazo" que para mí supondría.
--¡No!—no pude evitar exclamar—No…ya lo escucharé en otro momento…
Simplemente no podía escuchar su música allí, en el salón de mi casa delante de mis familiares y amigos. No me sentía capaz.
--Bueno, bueno…pero esta no era la única sorpresa…—sonrió mi hermano dándose aires de misterio.
--¿Ah, no?
Qué miedo me entró.
--No—sentenció con tremenda satisfacción—va a venir a la ciudad.
--¿Qué?—casi se me salen los ojos de las órbitas. Sentía como si mi hermano me hubiera hecho una encerrona, el pobrecito que sólo había querido alegrarme la noche.
--Sí—continuó—viene de Barcelona, que es donde ha estado viviendo…va a tocar con su grupo, ¿sabes? Este sábado, en el Ascella.
La sala Ascella es un pequeño local que hay en mi ciudad, donde artistas más o menos independientes dan pequeños conciertos de vez en cuando. No es el teatro real ni un estadio, pero tampoco es el bar de Paco.
--He quedado con él el viernes, en La Cueva del Duende—seguía contando mi hermano con entusiasmo—para tomar unas cervezas, ¿quieres venir? La verdad es que tengo muchas ganas de verle.
--Espera, espera…--no podía creer lo que estaba oyendo—Habéis quedado el viernes, ¿dices?
--Sí, sí, un día antes del concierto—recalcó mi hermano—ya que viene sólo de paso me gustaría tomar algo con él, aparte de oír su música…aunque es genial que haya conseguido abrirse camino en ese mundo ¿no crees?; ha cumplido el sueño que siempre tuvimos, tú lo sabes…realmente le envidio, tiene que explicarme cómo lo ha hecho…
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Qué fuerte.
Mi mente necesitaba tiempo para analizar todo aquello, ordenar de alguna manera los pensamientos que se sucedían a la velocidad del rayo dentro de mi cabeza, y acallar tanto mi severa voz interior como la visceral respuesta consecuente.
Por no hablar de la aterradora pregunta que se insinuaba, debajo de capas y capas de sedimento acumulado en el rincón oscuro de mi desván interior…
… "¿Todavía le amas? "…
Esa pregunta no tenía sentido que siguiera existiendo, a no ser que la respuesta continuara siendo "sí", ¿no creen?
Del resto de mi fiesta, de lo que pasó después de haber recibido yo el CD, apenas me acuerdo. Alguien con mi misma cara y mi misma voz contestó preguntas, apagó las velas del pastel y se mostró educada y apacible hasta el final, pero yo, mi yo verdadero, divagaba muy lejos de aquel salón.
Mi hermano estaba empeñado en que yo fuera al concierto del Ascella, desde luego. Y no sólo en eso, sino que también quería llevarme a toda costa a La Cueva del Duende, el antro cavernoso donde pensaba encontrarse con Silver después de tanto tiempo para tomar un par de cañas. Me llamó con insistencia al día siguiente—el mismo viernes— por la mañana y también por la tarde, hasta que al final logró que le dijera que sí. Negarle algo a mi hermano es un infierno porque te persigue como si fuera tu pesadilla hasta hacerte cambiar de opinión, fagocitando toda tu energía como una ameba, dándote todo tipo de argumentos a cual más coñazo. Menos mal que por regla general pide pocas cosas…Pero claro, en aquel asunto se volcó haciendo gala de toda su persistencia, porque hasta donde él sabía Silver y yo habíamos sido muy buenos amigos, y no entendía por qué yo me negaba a verle.
En fin, como les decía, a mi pesar me convenció, dándome yo finalmente por vencida ante su "ataque ameba". No falla, se lo aseguro. Con tal de no aguantarle hubiera dado oro…
Y claro, en realidad, también daba oro por--¡ay!...--por ver a Silver de nuevo.
Al escribir esto me doy cuenta de que sigo siendo igual de estúpida que hace catorce años; pensé que eso cambiaría con la edad pero no ha sido así. Ahora soy igual de imbécil o más.
Es curioso la escala emocional a la que uno se aferra para superar una amarga decepción: Desengaño, ira, tristeza, ira de nuevo, negociación, y, finalmente, … ¿aceptación? El camino hasta esta codiciada fase es arduo y está plagado de monstruos que te hacen retroceder de nuevo al principio, y para llegar a ella uno tiene que dejar tras de sí la nostalgia, sacarla de su alma, con tremendo dolor.
Creo que yo nunca llegué a esa fase de "aceptación".
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Me sudaban las manos cuando por fin colgué el maldito teléfono, después de haberle dicho por fin a mi hermano que sí, que iría a aquella noche con él a La Cueva del Duende. Me pareció que era mejor no detenerse a analizar las consecuencias de aquello, ya que bastante nerviosa estaba ya…
Eran las siete de la tarde y habíamos quedado a las nueve y media, en la mismísima puerta del antro. Me lancé como loca ("de perdidos al río") a la ducha, sintiendo escalofríos recorriendo mi médula espinal de arriba abajo. Resoplando entre mis labios entreabiertos, como para liberar aquel torrente de energía ascendente a través de la respiración, intenté tranquilizarme y dejar la mente en blanco debajo del chorro de agua caliente. Me enjaboné todo el cuerpo con dedicación, explorando aquellas zonas donde me parecía tener telarañas, y no sólo me refiero al coño—que también—sino a la región entre mis muslos, las palmas de mis manos, la congestionada piel de mi cuello bajo la que la sangre se agolpaba por detrás de mis orejas…lugares aquellos que habían permanecido dormidos durante mucho tiempo sin ser perpetrados, sin ser acariciados ni siquiera por mí…y que en ese momento comenzaban a despertarse, agónicos de hambre tras el largo letargo…
Dibujé con la esponja el contorno de mis nalgas, y con los ojos cerrados me lavé cuidadosamente la rajita del culo…mi mente comenzó a agitarse, a temblar como una mariposa asustada. Me acaloré de pronto y me encendí.
Pasé mis deditos llenos de untuoso jabón de leche por entre mis piernas, sintiendo la lluvia cálida de la ducha sobre mi piel; acaricié el pequeño botón rosado que se desperezaba entre mis pétalos más íntimos, con suavidad pero con tristeza, algo de pena, algo de rabia. Y mucho, muchísimo deseo.
En mi cabeza era el dedo huesudo y largo de Silver y no el mío el que me penetraba una y otra vez, alternando sus acometidas con lentas caricias sobre mi humedad. Me unté los dedos con más jabón y me penetré el culo con la otra mano, sintiendo al momento una tremenda descarga de flujo sobre los dedos que tenía aún metidos dentro del coño. Asustada por el gemido de burra que emití entonces, me alcé sobre las puntas de mis pies y miré por encima de la mampara de la ducha para asegurarme de que la puerta del baño estaba cerrada con pestillo…no quería que mi pobre marido, que andaba por casa en mangas de camisa, entrara y me descubriera haciendo guarradas debajo del chorro pensando en otra persona…
Comprobé que la puerta estaba cerrada, y sin pensármelo dos veces me senté en la bañera, con el agua de la ducha aún lloviendo sobre mi cuerpo perlado de rosa; separé las piernas todo lo que pude, y apuntalé el culo contra la loza fría para acceder sin problemas a mi chorreante y enjabonado chocho desnudo. Sin pensar en lo que hacía, agarré la esponja-flor y la retorcí, aún espumosa y rezumando jabón hidratante, para introducirla violentamente dentro de mi ano. Dejé escapar un gemido ahogado cuando sentí cómo suavemente raspaba mis profundidades cuando me acomodé sobre ella.
Así colocada comencé a masturbarme con fiereza, apretando los dientes para no gemir mientras mi dedo se movía raudo frotando mi turgente clítoris, temiendo el orgasmo que se iba fraguando en la profunda galería de mi coño. Llevaba tiempo sin correrme en condiciones … no recordaba cuándo me había masturbado por última vez, y en ese
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momento sentí que el estallido del orgasmo era inminente, como una tormenta que avisa tronando desde lejos, y me dio miedo. Me dio miedo como miedo nos da morir.
El orgasmo llegó y saqué mis dedos bruscamente de dentro de mí, para que no me matara.
Lo disfrute sólo a medias, pero cómo lo disfruté. Me retorcí en aquel lecho encharcado de agua, pataleando, con la cabeza hacia atrás contra los inmaculados azulejos, culebreando con los dedos clavados a ambos lados del borde de la bañera hasta ponerse blancos. El agua de la ducha continuaba acariciando mi pubis y metiéndose por entre mis piernas abiertas, impidiendo que mi cuerpo se enfriara. Imaginé que las manos de Silver se aferraban a mis caderas mientras me follaba contra las paredes de la bañera, metiendo y sacando de mis entrañas su polla a reventar, culeando con violencia. Imaginé y sentí sobre mi culo temblón el ritmo desaforado de sus sacudidas, y en lo más oscuro de mi mente le vi correrse fuera de mí, su falo expulsando hacia arriba incontenibles chorros de leche como si fuera una fuente.
Después de aquel espasmo gracias al cual por fin recordé que tenía cuerpo, me relajé y quedé un rato quieta, dentro de la bañera vacía, con el único movimiento de las gotitas de agua salpicándome en las rodillas desde la ducha. Lo de no pensar en Silver ya era una misión imposible ("No te importará que te masturbe yo ahora…"), así que liberé mi mente de las férreas ataduras y me concentre en su cara, en su risa, en su voz…todavía seguía cachonda, pero no quería acariciarme más; sólo quería que volviera a vivir en mí su recuerdo que durante tantos años me había esforzado por tapar, sólo quería volver a sentir su sonrisa sin tanto dolor. Después de todo, esa misma noche le vería…
Ni por asomo tenía yo un plan ni una pauta estructurada de qué hacer cuando le encontrara y nos viéramos por fin frente a frente, después de todo lo que nos había sucedido hacía tanto tiempo.
En cierto modo me jodería pensar que tendría que ser amable—no valía la pena otra opción—después de lo traicionada que me había sentido por él. Y me jodía aún más saber (porque lo sabía) que mojaría las bragas al instante, en cuanto él se acercara a mí, en cuanto yo volviera a mirarle a los ojos, en cuanto me llegara de nuevo su olor que ahora no era más que la huella de un recuerdo.
Y,… ¿Qué encontraría yo en sus ojos?... ¿Me miraría con conciencia o con codicia? ¿Evitaría mi mirada, se sentiría incómodo en mi presencia?... ¿Sentiría él tanto miedo de verme a mí como yo sentía por verle a él?
Suspirando por toda aquella incertidumbre, terminé de lavarme y salí de la ducha. Tras secarme y untarme entera de crema hidratante, sin descuidar ningún rincón de mi cuerpo, me dirigí hacia mi armario para escoger la ropa que me pondría.
Mientras examinaba mi ropa con ojo crítico, sin querer escoger algo que pudiera sugerir que me había molestado en arreglarme, mi marido entró en la habitación.
--No vuelvas muy tarde esta noche…--me dijo con amabilidad, al tiempo que me acariciaba levemente sin ni siquiera mirarme.
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Había entrado para coger el periódico, que reposaba abierto sobre la cama como un gigantesco murciélago con sus alas desplegadas.
--No…--contesté, girándome hacia él, medio desnuda—sólo estaré un rato, ya sabes que voy por compromiso…
A pesar de que mis pezones le desafiaban, apuntándole desde la turgencia de mis pechos blancos como flanes de leche, no me miró. Y si lo hizo, me miró sin verme, pensando en sus cosas. Agarró el periódico y mientras buscaba la página que quería alargó la mano hacia mí para acariciarme distraídamente el hombro.
--Bueno, tú intenta pasarlo lo mejor posible—me dijo sonriendo sin levantar los ojos del papel.
Con esto no quiero dar a entender que mi marido actuara como un insensible y desalmado personaje. Sólo que, quizá, ya era inmune a todos mis encantos, después de tanto tiempo juntos. Tal vez creía que había descubierto todos los misterios de mi cuerpo…y ya no sentía la necesidad física de hacer el amor tan a menudo. No puedo recriminarle nada, a mí también se me habían ido evaporando poco a poco las ganas de sexo con él…cosas que pasan en el matrimonio, supongo. La indiferencia entre los dos, en ese tema, casi roza la abulia, la verdad… pero quizá eso me resulta tan lógico, tan inherente a esta etapa de la vida que no me produce tristeza… bueno, según como se mire. No quiero pensar demasiado en ello.
Tras besarme suavemente en la mejilla, mi marido abandonó la habitación y se alejó arrastrando sus zapatillas por el pasillo.
Yo me dediqué a escoger cuidadosamente la ropa que iba a ponerme, mientras trataba de rehuir la expectación constante que me paralizaba. Finalmente me decidí por unos vaqueros grises –No iba a ir de etiqueta a La Cueva del duende, ya que era un garito casi familiar, agradable y sin demasiadas pretensiones –que la verdad es que me hacen unas bonitas piernas ya que son de cintura baja, ajustados a la cadera; y por una camiseta semi-transparente de raso negro que se ata con un nudo por detrás del cuello, pegándose a la curva de mis pechos y resaltando su redondez. Me recogí el ensortijado pelo en un moño alto, distraído, para que se me viera mejor el cuello—lo bueno de estar toda la vida con el mismo cuerpo es que a mi edad ya has descubierto de sobra tus puntos fuertes—y me calcé unas bonitas zapatillas de deporte negras con bandas laterales de color blanco, que iban muy bien con el conjunto.
Me detuve ante el espejo así vestida y recorrí cada centímetro de mí misma con una aprobatoria mirada hedonista.
Aunque aparento ser modesta, pues no me gusta alardear, siempre he sido vanidosa en los momentos de intimidad conmigo misma, he de reconocerlo. En fin, si una no se quiere ni se gusta estamos apañados, ¿no?
Me maquillé un poco ante el espejo, porque no quería parecer la novia cadáver, y me dirigí al salón para hacer tiempo hasta que llegara mi hora de salida. Si quería estar ahí a las nueve y media, hora en la que había quedado con mi hermano (y con Silver, dios mío) en la puerta del garito, tenía que subirme en el coche con media hora de 209
antelación, por lo menos, descontando los diez minutos que emplearía casi seguro en buscar aparcamiento…
De todas formas, no me importaba llegar un poco tarde. Prefería llegar al punto de encuentro con diez minutos de retraso que con quince de antelación, no sé si me entienden. Era la primera vez que deseaba que la suerte no me sonriera para encontrar un hueco donde meter el coche…tener que aparcar en el centro era la excusa perfecta para no esperar sola, como una idiota, mientras la gente iba y venía por la calle.
De manera que a las nueve en punto, aproximadamente, agarré el bolso y me despedí de mi marido con un sonoro beso. Abandoné mi casa intentando que la ansiedad no me traicionara y me subí al coche, tratando de conducir con normalidad.
Como había predicho, era una hora mala y el tráfico en el centro estaba imposible, con un montón de hijoputas al volante haciendo el animal y colapsando los semáforos y las rotondas. Pasé por delante del garito, reduciendo la velocidad y mirando tímidamente las letras luminosas de neón verde que relucían por encima de la puerta, pero no les vi. Eran aún las nueve y veinticinco. Di algunas vueltas más, soslayando un par de huecos cercanos, y cuando vi el tercero me dije que ya estaba teniendo demasiada suerte y no estaba la situación para tentarla otra vez, de modo que, en ese tercer hueco, maniobré y aparqué. Me sentía como un ternero a las puertas del matadero, consciente de su inminente destino.
Pero ya estaba allí. No iba a irme. Aunque tuve el impulso primario de echar a correr, elegí finalmente no moverme de aquel sitio oscuro, manteniéndome encogida y tensa dentro del coche. Abrí la ventanilla y deslicé la mano en el bolso para coger el paquete de tabaco—no les he contado que fumo, pero es porque empecé con el vicio a los veinte años, fíjense que gilipollez, mucho después de que Silver se fuera—y me encendí un cigarro con manos temblorosas, dejando que el humo se expandiera por mis pulmones, relajándome de esa manera engañosa como sólo el tabaco sabe hacerlo. Cuando apuré la primera calada, me dije a mí misma: "Malena, querida, ahora te vas a fumar este cigarrito con calma y te vas a tranquilizar. Luego, cuando lo hayas apagado, sales del coche y le demuestras a Silver que te importa un pimiento". Levantar el orgullo era muy necesario en ese instante previo, compréndanme, al menos para sentirme más fuerte. Aunque yo misma no me creía mis intenciones de "mujer fatal", por supuesto; nunca he sabido ni he querido serlo, no me hace falta la coraza que tanto "se lleva" para sobrevivir, me rebelo contra ese sucedáneo de fortaleza, lo siento, no me va el disfraz. Después de todo pocas personas hay que tengan el poder de dañarme en serio, pero claro…siendo Silver una de esas personas, tenía que andar con cuidado.
Cerré los ojos y disfruté de mi cigarro hasta el final, inundándose el coche de humo azul a pesar de tener la ventana abierta. Cuando por fin llegó el momento de apagarlo, me dije "venga, con dos cojones" y salí del coche con decisión, cerrando bruscamente la portezuela tras de mí.
Avancé por la transitada calle sin querer levantar la vista del suelo, temblando de la cabeza a los pies. Me hallaba a pocos pasos de La Cueva del Duende, cuando distinguí a mi hermano entre la gente, y a su lado…a su lado, ese demonio alto y delgado con cara de ángel gesticulaba sin yo poder verle el rostro, oculto tras el velo negro de su pelo largo y liso como una tabla. 210
No tuve más remedio que caminar los pocos pasos que me separaban de ellos, y cuando llegué deseé que Silver no me viera, que no se diera cuenta de mi presencia. Evité mirarle a la cara y me dirigí sólo hacia mi hermano, dándole un caluroso abrazo.
--Hola…--dije, con la cabeza apoyada en el hombro de Marcos, viendo cómo transitaba la gente a sus espaldas.
Transcurrido el tiempo de rigor que dura un abrazo entre hermanos, tuve que separarme de él, y…me obligué a encontrarme con Silver.
Casi me dio un ataque al corazón. Estaba exactamente igual a como yo le había recordado cada día, desde que se fue…
La luz de la luna surcaba de sombras sus afiladas fracciones, haciéndole parecer una especie de criatura de la noche con piel de mármol, pálida y tersa. Sus labios se curvaban en una sonrisa que quería aparentar seguridad, desmentida por sus ojos, que me miraron durante un tiempo cargados de nubes negras, como si escondieran grandes secretos. No pude descifrar lo que había en esa mirada. Había tantas cosas…quise adivinar un rastro de pesar y un destello de culpa, que rápidamente fueron sustituidos por algo parecido a una inmensa alegría…pero había algo más, había algo…más allá de esos sentimientos, dentro de sus ojos .
Yo también me quedé parada unos segundos contemplándole en silencio, atrapada en aquellos océanos negros en los que mi cara se reflejaba tensa en el centro de las brillantes pupilas.
Joder. No hace falta que les diga que en ese momento deseé desesperadamente que me hiciera el amor. No en vano le había echado tanto de menos…
Quería mostrar algo de indiferencia, tan sólo una alegría discreta aceptable para el alto listón del orgullo, pero en lugar de eso me precipité a sus brazos abiertos y le di un gran abrazo.
Me asusté por el contacto de su cuerpo, mi corazón aleteando enloquecido dentro de mi pecho, y me separé de él tan pronto como pude, tal que si su piel estuviera hecha de aceite hirviendo.
--Hola, Silver—me atraganté con las palabras cuando por fin dije en voz alta su nombre, enrarecido en mis silencios durante tantas noches.
Él sonrió conteniendo en sus ojos una emoción de naturaleza incierta, difícil de definir.
--Hola, Malena. ¿Me dejas que te abrace otra vez?
Santo dios, cómo iba a negarme.
Me estrechó con firmeza de nuevo entre sus brazos, apretándome contra su cuerpo, sintiendo yo cómo sus finos mechones de pelo me hacían cosquillas detrás del cuello, escuchando en mis oídos el tambor rítmico y algo acelerado de su corazón. Aspiré una
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gran bocanada de la dulce calidez que emanaba su piel y se había quedado prendida en su ropa. Olía a Silver, olía a él. Cerré los ojos, y sólo fui capaz de decirle a su pecho, en tono reprobatorio:
--¿Cómo has podido estar ausente durante tanto tiempo?
Inmediatamente me arrepentí de decirlo, pero ya era tarde. Ese pensamiento había aflorado de entre mis labios como un dardo envenenado directo a su corazón, con el deseo inconsciente de dañar más que de saber la respuesta. Hubiera sido mejor obviar su repentina marcha y su ausencia, pero en mi interior eso no era posible.
Me miró largamente con gesto apesadumbrado.
--Malena…
--Es igual, es igual—meneé la cabeza, disuadiéndole con una sonrisa que más parecía una mueca— ¡no digas nada!
Y le abracé por tercera vez, en esta ocasión sin dejar que una brizna de aire pasara entre su cuerpo y el mío, aferrando su recta cintura mientras él, inseguro, volvía a rodear mis hombros con la suave piel de sus brazos. Su olor me embriagó de nuevo hasta el punto en que pensé que me caería redonda.
--Lo siento…--murmuró junto a mi oído—lo siento mucho…
--No hace falta que digas nada, en serio—respondí contra el amargo sudor de su cuello.
Despacio, me soltó.
--Aún no me puedo creer que estés aquí…--musité, mirándole de frente, incapaz de decir nada más.
--Ha sido mucho tiempo—corroboró mi hermano, por su parte—tendrás que contarnos un montón de cosas, ¿no?
Caminamos juntos hasta traspasar la entrada del bar. Más allá de la puerta nos aguardaba un entorno en penumbra, bañado sólo por una tenue luz verde y dorada procedente de unas lamparitas de cristal colgadas en las esquinas, sujetas por eslabones de bronce. En el centro del local, ambientado como una taberna al más puro estilo "Enalfo", se erguía una barra de madera robusta cubierta de botellas que, contra un espejo, actuaban como prismas descomponiendo la débil luz en un haz de destellos de todos los colores. Recuerdo que flotaba en el aire un temazo de Sonata Ártica, casualmente el grupo favorito de mi hermano, coincidencia que él celebró canturreando nada más entrar, con los ojos mirando al techo del bar que estaba plagado de estrellitas brillantes.
--Me encanta este sitio…--comentó mientras movía imperceptiblemente la cabeza al ritmo de la música.
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No había mucha gente, y nos dirigimos a una mesa libre que había cerca de una ventanita cubierta con un papel tornasolado, a modo de vidriera. Mi hermano cambió de rumbo de pronto, y nos dijo a Silver y a mí que iría a la barra a pedir bebidas; acto seguido se perdió entre un grupo de heavys rodeados de una densa nube de humo azul acero. No nos preguntó qué queríamos tomar porque le daba igual, el lo tenía claro: cerveza, cerveza, y cerveza.
Silver y yo nos sentamos frente a frente en la mesa, bastante cortados.
--¿Conoces este tema que está sonando?—preguntó tras unos segundos de tenso silencio.
--Sí—contesté—claro. "Victoria´s secret".
--Así es—asintió—"Victoria’s secret". Nosotros tenemos un tema propio inspirado en él que no nos ha quedado mal del todo…
Supuse que hablaba del grupo, claro. De Whoever.
--¿Ah sí?
--Sí—afirmó—está en el disco que te regalé, ¿lo has escuchado? Por cierto, Maleni, felicidades…
--Gracias—respondí con cierta sequedad—y no, no lo he escuchado todavía.
La última frase salió de mi boca en un tono glacial que cortó el aire como si fuera un cuchillo. Silver retrocedió un poco, como para evitar la estocada de una espada invisible.
--Ah, bueno…--respondió—pues…ese tema está en el disco.
--"Liberia"—asentí, recordando el nombre del álbum.
--"Liberia", eso es.
Dejé transcurrir unos segundos antes de hablar, mientras ordenaba los términos de la frase que pergeñaba en mi cabeza.
--Silver—le dije, comprobando que mi hermano aún se afanaba en pedirle al camarero las birras, apostado contra la barra.
--Dime…
Tomé aire y le lancé una mirada fría.
--No quiero ser borde, pero…no pienso preguntarte por tu música, ni por tu grupo, ni cómo has llegado a estar donde estás. No pienso hacerlo. ¿Tú crees que puedes venir ahora, después de diez años, a preguntarme si me gusta tu música y a desearme "feliz
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cumpleaños," tan tranquilo, como si nunca hubieras desaparecido? ¿Cómo crees que me lo debo tomar?
Vomité esas palabras con verdadero odio, y después me quedé mirando su hermoso rostro, distorsionado de pronto por una sombra de consternación.
Desde mi fuero interno lamentaba profundamente haberle herido, pero al mismo tiempo no podía frenar el torrente de rabia que había comenzado a surcar mis venas. Jamás hubiera pensado que yo le diría aquello.
Después de mi acometida, Silver encogió un poco los hombros y bajó la mirada hasta el suelo.
--No sirve de nada que te diga que te entiendo, ¿verdad?—musitó—que tienes razón, y que lo siento.
No respondí, escapando de sus ojos, paseando mi mirada por el local en sombras.
--¿Quieres una explicación?—murmuró con un deje de desgarro—intenté dártela, te escribí…
--Sí, sí, ya lo sé—le corté—aún guardo tu jodida carta. Y no, no quiero una explicación. Hace algunos años la quise, pero ya no, ya no la quiero.
Silver me miró con verdadera angustia.
--¿Tanto daño te he hecho?—preguntó con un hilo de voz que apenas pude escuchar entre los ruidos del local--¿Tanto daño que ahora no me quieres ni ver?
Me removí incómoda en la silla de madera, aún rabiosa, profundamente dolida.
--Si no te hubiera querido ver no hubiera venido, Silver—respondí.
En ese momento apareció mi hermano emergiendo como el ángel de la cerveza de entre las tinieblas. Mostraba una ancha sonrisa de oso satisfecho, y casi dejó caer tres botellines sobre la mesa.
Como no tiene mucho tacto ni tampoco es demasiado observador, no se percató de nuestras caras, que deberían ser todo un poema, cada uno mirando a una esquina diferente del local.
--Bueno…--dijo Marcos, dándole un empujón cariñoso a Silver tras soplarle un trago a la cerveza--¿qué, estás preparado para el concierto de mañana?
--Sí…supongo—repuso Silver, forzando una sonrisa.
--Qué fuerte, tío, cómo te envidio—rió mi hermano dejando el botellín sobre la mesa— cómo me gustaría estar en tu pellejo en esos momentos…
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--¿Sí? ¿Te gustaría?...
La conversación transcurrió algo tensa porque, aunque mi hermano y Silver hablaban con aparente fluidez, yo opté por mantenerme al margen, pues no consideraba que tuviera nada que decir y al mismo tiempo me sentía fatal por haber sido tan desagradable. Comprendan , yo seguía queriendo a Silver muchísimo…y no podía creer que le tuviera allí sentado a mi lado en esos momentos. De alguna manera sentía que había destrozado algo "frágil" al decir todas aquellas palabras. Así que, como les digo, no metí mucha baza en la conversación; sólo emití algunos monosílabos de aprobación o desacuerdo de vez en cuando.
Silver nos contó algunas de las cosas que hizo durante su larga ausencia. Nos habló de Barcelona, de Oriol y de Inti, los otros dos componentes de la banda, uno de ellos catalán, otro de un sitio que ya no me acuerdo, mucho más lejos.
Hablaba tranquilo captando la mirada de mi hermano, pero bajando los ojos cada vez que se encontraba con los míos, de hito en hito.
Mientras respondía las preguntas ávidas de Marcos, y le escuchaba y asentía con aparente aplomo, enredaba los blancos y delgados de dedos de puntas trabajadas por el sexo y la guitarra en un abrazo tenso, como si sus manos echaran un pulso la una contra la otra, quedando éstas sin respiración, ahogándose la piel. Aparté la vista de aquellos dedos cuando mi mente no pudo evitar imaginarlos una vez más recorriendo mi cuerpo con ansia.
Tomamos unas cuantas cervezas más, las suficientes para acalorarme por los efluvios del alcohol—y por la visión de las manos de Silver, de piel de marfil—y para que no me sintiera en obligación de esconder mi mirada, que se clavaba en él de forma cada vez más intensa.
Observé los gestos de su pálido rostro que por fin se mostraba algo más relajado, supongo que también por el alcohol. Estudié cómo se humedecía los labios para continuar hablando, cómo sonreía, cómo enarcaba las cejas para mostrar su parca perplejidad ante las historias de mi hermano…
Crucé las piernas para disimular un poco lo cachonda que me estaba poniendo al tenerle tan cerca, a pesar de la tensión inicial.
--¿Vais a venir al concierto de mañana?—preguntó como quien no quiere la cosa, en un determinado momento de la conversación.
--Claro, ¿cómo me lo iba a perder?—contestó mi hermano inmediatamente.
Silver movió levemente la cabeza hacia mí y me lanzó una mirada casi suplicante que sólo yo pude percibir.
--¿Y tú, Malena?—preguntó en tono neutro.--¿vendrás?
Vacilé sin saber qué respuesta darle. No estaba segura, y desde luego no quería contestar en ese momento. No estaba decidida, no sabía lo que haría. Por una parte
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deseaba mandarle al diablo y no verle más, pero también me moría sólo de pensarlo. El dolor de pensar en ello se clavaba en mi pecho como una afilada aguja.
No respondí. Tampoco me forzó a hacerlo.
Cuando finalmente abandonamos el local, a las tantas, Silver se despidió de mí con un abrazo inseguro, y deslizó entre mis dedos un rudimentario paquete hecho con un trozo de tela negra. Me miró durante un instante como si quisiera darme un beso de despedida, pero finalmente no se atrevió a hacerlo y se giró para abrazar a mi hermano.
Rota por separarme de él, me alejé con prisa, alegando que era muy tarde y que mi marido me esperaba en casa, y sólo cuando estuve a solas conmigo misma en la sofocante oscuridad del coche me atreví a deshacer el inesperado paquete. Un regalo nuevo…que venía con cierto retraso, pensé con ironía.
Cuando palpé la tela negra la reconocí inmediatamente. No hace falta que les diga por qué. Me la acerqué a la nariz y su olor me embriagó durante unos segundos que parecieron horas; esa tela mantenía intactos recuerdos cristalizados tan animales como el sudor y la pasión. Guardaba los intensos secretos de mis ojos ciegos, sensaciones imposibles de olvidar.
Y, dentro de la tela…brillando en la suave seda negra, estaba mi lágrima de cristal. Casi se me cae de las manos cuando me di cuenta. La recordaba perfectamente, pero el modo en que la perdí golpeó con furia mi memoria.
Junto al colgante había una nota escrita a mano:
"La he llevado conmigo durante todo este tiempo. Espero que no te importe que te la devuelva con retraso. Te quiero,
Silver."
Junto a la firma se leía con claridad un número de teléfono al que no di ninguna importancia.
Todo mi cuerpo se aflojó, y me entraron ganas de reír y de llorar al mismo tiempo.
Recordé de pronto la canción que habíamos oído algunas horas antes, en la Cueva del Duende. El instinto comenzó a jugarme malas pasadas y miles de pensamientos se agolparon en mi mente como centellas, gritando deseos y palabras inconexas de mentira y de verdad. La razón no tenía nada que decir…
"Life is waiting for the one who loves to live, and it is not a secret"…
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XVII
Hacía tiempo que no escribía, pero hoy necesito sacar algo increíble que me ha ocurrido…estoy tan aturdida que aún no me lo creo ni yo misma; me faltan incluso las palabras a la hora de ordenar sentimientos, no sé cómo empezar a explicarlo. Ha sido un fuerte golpetazo en mi vida sin venir a cuento, una coincidencia –qué feo llamarlo así, pero es lo que ha sido—de esas que te hacen pensar "¿Y si es verdad que el destino existe?"… "¿y si todo tiene un por qué, a pesar de que uno se ría con descaro de esas tonterías?, ¿y si cada quién tiene determinado ya desde el principio su propio camino por recorrer, plagado de sobresaltos y putaditas únicas?"
Te voy a pedir ahora que des conmigo un salto de años luz en esta historia, para que pueda contarte con detalle lo que ha pasado hace tan sólo unos días. Ten por seguro que en otro momento, si quieres, podrás continuar leyendo todo aquello que nos pasó a Silver y a mí cuando teníamos dieciséis y diecinueve años respectivamente…pero ha de ser en otra ocasión, porque no puedo dejar que el sobresalto de lo nuevo se pudra dentro de mí sin que tú—quien has estado escuchándome (leyéndome) desde el principio, con la fidelidad que yo necesitaba—lo sepas.
Tengo que contarte que anoche vi a Silver.
Después de tantos años, por primera vez en todo ese puñado de días, horas y minutos en las que no he dejado de acariciar su imagen al menos una vez todos los días. ¡No!, ¡miento!, por primera vez no, ayer no fue la primera vez…en honor a la verdad, vi una foto suya (la única foto que he visto de él, ahora que lo pienso) pocos días antes…
Pero déjame que te cuente cómo ocurrió todo--si es que soy capaz de controlar estos nervios que me están volviendo loca—y que intente relatarte los acontecimientos en orden y de manera inteligible. A ver si lo consigo.
Hace apenas una semana, el siete de enero, fue mi cumpleaños. No es que sea de esa gente que odia con toda su alma cumplir años, pero no suelo montar fiestones por ese motivo, y llegados a este punto de "vejez" en proceso de aceptación hubiera preferido no celebrarlo…pero tuve que hacerlo, claro. Nos juntamos la familia y los amigos cercanos en mi casa sin yo poder hacer nada por evitarlo, y no me quedó más remedio que sonreír y poner cara de sorpresa.
Aunque de inicio me dan pereza este tipo de eventos, reconozco que luego termino pasándomelo en grande…y además, ese día en concreto, me sentí feliz al ver la cara de ilusión que ponía mi marido con todo el despliegue de tarta, velas y regalos, ya que él fue quien organizó aquella "fiesta sorpresa" que yo me temía desde el mes pasado. Ya ven, mi marido es una persona estupenda. Por esto y por muchas otras cosas…aunque lo cierto es que ya no existe el fuego que ardía entre nosotros al principio, ha ido apagándose y perdiendo intensidad conforme han ido pasando los años. Pero en fin, esa es otra historia.
Siguiendo con el hilo de la fiesta, la verdad es que estuvo muy bien. Mi marido se las arregló para localizar a mis dos mejores amigas, una de ellas perdida en Kuala Lumpur, o al menos eso parecía…
También estuvo mi madre, y mi hermano Marcos, encantado de la vida por haberse conocido, como siempre. Marcos disfruta muchísimo con este tipo de cosas, porque en las fiestas chismorrea a sus anchas. En la vida he visto un hombre tan marujo. Desarrolla mil historias sobre la gente que rodea a uno—vecinos, el panadero… gente que parece totalmente normal—y acaba contándote cosas increíbles de las que nadie sabe cómo se entera, poniéndolos a todos ellos de psicópatas para arriba en el mejor de 201
los casos. Qué peligro tiene, deberían contratarlo para el programa de Ana Rosa Quintana y así al menos ganaría dinero, no como en las fiestas de los demás—donde suelta todos esos chismes, desinhibido por el alcohol—y tan sólo gana una audiencia reducida de ojos como platos, que la mayor parte de las veces no le cree ni la mitad de las cosas que cuenta.
Estábamos en ese punto de la velada en el que mi hermano, con ojos achispados, ya estaba muy metido en su diarrea mental cuando de pronto paró en seco de hablar y se le abrieron mucho los ojos.
--¡Ay, Malena, que se me ha olvidado darte una cosa!...
Se dirigió hacia el banco que tenemos en la entrada, donde ponemos los abrigos, y volvió poco después con un paquetito cuadrado y plano entre las manos.
--Toma—me dijo, tendiéndome el paquete—es otro regalo más…tienes que abrirlo ahora, ¡vamos!—apremió.
Extrañada por la súbita prisa de mi hermano, sonreí y desgarré con cuidado el envoltorio del nuevo regalo—siempre me ha dado pena romper el pliego de envolver, es una manía mía—, retiré despacio el papel celo que había en cada doblez, y…no me van a creer, pero les aseguro que mientras desenvolvía aquel objeto sentí un hormigueo extraño en las puntas de los dedos, y una corriente de energía ascendiendo de pronto por mi columna vertebral.
--Vamos, hija, que lenta eres…--me jaleaba mi hermano.
Todo se ralentizó.
Sin embargo, cuando quité el bonito papel rojo, no pude disimular un destello de decepción en mis ojos…no sé lo que hubiera esperado encontrar, pero al ver por fin lo que era pensé "Claro, el regalo típico de Marcos" y mi repentina curiosidad se desinfló de golpe.
Se trataba de un CD. Un CD de música del tipo de la que le gusta a mi hermano, y también a mí, pero tan sólo un CD. En la portada se leía la palabra "WHOEVER" en rasgadas letras metalizadas, por encima de una foto en blanco y azul de los integrantes de la banda. Supuse que "Whoever" era el nombre del grupo (desconocido para mí hasta el momento), ya que en letras más pequeñas en cursiva se leía debajo de la foto la palabra "Liberia" (el nombre del álbum, imaginé). Si es cierto que lo de Liberia me sonaba de algo…quizá lo habría escuchado en la radio, no lo recordaba, pero el caso era que me resultaba familiar…
En resumidas cuentas, un CD de una banda con tintes metal, probablemente "de moda" para más inri… ¡qué horror! Ya sé que en la música todo es de alguna manera comercial, pero en mi mundo ideal los artistas tendrían que ser anónimos, aunque si no los conociera nadie yo tampoco lo haría… en fin, contradicciones mías, para variar.
Traté de disimular el pequeño-gran bajón y sonreí a Marcos, dándole las gracias por su regalo lo más efusivamente que fui capaz. Ya iba a guardarlo entre mis otros discos, 202
cuando me agarró del brazo, la mano como una tenaza aferrada de pronto a mi carne, para impedirme hacerlo.
--No, no, no—me dijo, sacudiendo la cabeza vehemente—No te has dado cuenta.
--¿Cuenta de qué?—pregunté, sin saber a qué se refería.
--La foto de la banda—respondió mi hermano—Mírala bien.
Acerqué a mis ojos la imagen en azul y negro de la cubierta del CD y entonces…de pronto, lo vi.
No pude reprimir una exclamación de asombro. Me fallaron las piernas. Aparté los ojos de la fotografía como si ésta me quemara, y deseé soltarla, pero en cambio la miré otra vez, observando cada detalle, cada contorno de la silueta que se encontraba en el medio, entre las otras dos personas, sujetando en sus manos una guitarra que colgaba laxa de su huesudo hombro. No podía ser.
--¿No reconoces a alguien?—preguntó mi hermano, con una sonrisa de profunda satisfacción.
--Ss-sí…--murmuré en un hilo de voz.
Ahí estaba. Su pelo negro flotando hasta perderse en su cintura, su cuerpo delgado y fibroso, su nariz recta ligeramente aguileña entre sus ojos de lobo, enormes y negros, que parecían perforar mi alma desde aquel papel.
--Es Silver, ¿te acuerdas de él?—soltó mi hermano sin poder contenerse.
Para no recordarle…
--Joder, Marcos, cómo no me voy a acordar…--traté de sonreír, intentando disimular mi nerviosismo
--Han sido muchos años sin saber de él…
--Ya, eso sí—asentí, sin poder apartar los ojos de la foto.
--Pero mírale al cabrón, está casi igual que la última vez que le vimos… ¿no te parece?
--Sí, está casi igual—admití.
Era cierto. Casi no podía yo reaccionar. Me sentí de pronto tan… ¿feliz?... ¿aliviada? de que no hubiera cambiado demasiado…era como no haberle perdido nunca, a pesar del tiempo transcurrido; era como retroceder en el tiempo durante un instante. Pero esa misma felicidad levantó la débil costra que me protegía de lo mucho que le añoraba, de la herida que aún latía en mí desde que un buen día él se marchó sin dejar nada más que unas cuantas palabras escritas sobre mi mesita de noche. Qué desgarro me invadió en
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aquel momento, al leer sus frases de despedida y de disculpa; qué triste y qué idiota, indignada por aquel súbito abandono, me sentí…
Qué sola, sin él.
Sólo recuerden cómo empecé a escribirles a ustedes, y los sentimientos que en la primera entrega—que en principio sería única—les confesé. No se imaginan cuánto me costó en su día hacerme a la idea de que no volvería a verlo, o de que al menos esa era su intención, lo que era aún más doloroso si cabe.
La carta que me escribió aún la conservo; la tengo guardada en el cajón de la ropa interior, plegada cuidadosamente debajo de unas braguitas de seda que tengo dobladas al fondo del todo, cubierta por el resto de mis bragas y sujetadores. Nadie sabe que existe esa carta, por supuesto. Espero que no le dé a ninguna persona curiosa por meter la mano ahí…
En parte odio a Silver por haberla escrito. Pero a mí pesar se lo agradezco también, porque ese papel se convirtió de alguna manera en una marca física de su recuerdo, que no suplía ni de lejos la huella de sus manos sobre mi piel, pero que en definitiva siempre seguiría allí, a mi lado, en el fondo del cajón.
Ustedes me entienden, ¿verdad?
Pero volviendo a aquel momento fatídico en mi fiesta de cumpleaños, se imaginarán que yo me había quedado de piedra literalmente, con cara de gilipollas sujetando el CD en la mano sin querer desprenderme de él y mi mente volando lejos, ahogándose en un mar de recuerdos que volvían de golpe a estrellarse, como violentas olas, contra los acantilados de mi entereza.
Silver no fue un sueño. Existía, siempre había existido. Y había vuelto.
--Qué fuerte, ¿verdad?—rio mi hermano, meneando la cabeza con gesto de incredulidad —menudo hijo puta. Ni siquiera me ha escrito en más de diez años para contarme nada de su vida, y hace dos días me manda un correo y me dice que va a enviarme esto, para que te lo regale. De tu cumpleaños sí se acuerda el cabrón, porque lo que es del mío…
--Joder…--murmuré, tratando de procesar aún todo lo que estaba ocurriendo.
--Ya sabes como es. Es su logro personal, supongo; era la ilusión de su vida, grabar un disco. Y me dijo en el correo que quería dedicártelo a ti…así que nada, te lo entrego de su parte…
--Joder…--era incapaz de decir otra palabra.
--Ya—asintió mi hermano—a mí también me dio una especie de shock, después de tanto tiempo, pero al fin y al cabo es una alegría, ¿no crees?
"No. Es una inmensa putada" se dibujó con llamativas letras de neón dentro de mi cabeza, mientras toda mi realidad daba un súbito vuelco.
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--¿No crees?—insistió Marcos
--Sí, claro—respondí, saliendo de mi trance.
--Qué sorpresa, ¿verdad?—comentó entonces mi marido con una inocente sonrisa. --¿no vas a ponerlo?—añadió, señalando nuestro equipo de música con una inclinación de cabeza.
Mi marido no conoce a Silver, en la vida le ha visto y yo le he hablado de él sólo un par de veces, como de un amigo más. Por su sonrisa supuse que mi hermano le había puesto en antecedentes del inesperado regalo, y que –qué horror—a él también le hacía ilusión ese momento, por la sorpresa y el "momentazo" que para mí supondría.
--¡No!—no pude evitar exclamar—No…ya lo escucharé en otro momento…
Simplemente no podía escuchar su música allí, en el salón de mi casa delante de mis familiares y amigos. No me sentía capaz.
--Bueno, bueno…pero esta no era la única sorpresa…—sonrió mi hermano dándose aires de misterio.
--¿Ah, no?
Qué miedo me entró.
--No—sentenció con tremenda satisfacción—va a venir a la ciudad.
--¿Qué?—casi se me salen los ojos de las órbitas. Sentía como si mi hermano me hubiera hecho una encerrona, el pobrecito que sólo había querido alegrarme la noche.
--Sí—continuó—viene de Barcelona, que es donde ha estado viviendo…va a tocar con su grupo, ¿sabes? Este sábado, en el Ascella.
La sala Ascella es un pequeño local que hay en mi ciudad, donde artistas más o menos independientes dan pequeños conciertos de vez en cuando. No es el teatro real ni un estadio, pero tampoco es el bar de Paco.
--He quedado con él el viernes, en La Cueva del Duende—seguía contando mi hermano con entusiasmo—para tomar unas cervezas, ¿quieres venir? La verdad es que tengo muchas ganas de verle.
--Espera, espera…--no podía creer lo que estaba oyendo—Habéis quedado el viernes, ¿dices?
--Sí, sí, un día antes del concierto—recalcó mi hermano—ya que viene sólo de paso me gustaría tomar algo con él, aparte de oír su música…aunque es genial que haya conseguido abrirse camino en ese mundo ¿no crees?; ha cumplido el sueño que siempre tuvimos, tú lo sabes…realmente le envidio, tiene que explicarme cómo lo ha hecho…
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Qué fuerte.
Mi mente necesitaba tiempo para analizar todo aquello, ordenar de alguna manera los pensamientos que se sucedían a la velocidad del rayo dentro de mi cabeza, y acallar tanto mi severa voz interior como la visceral respuesta consecuente.
Por no hablar de la aterradora pregunta que se insinuaba, debajo de capas y capas de sedimento acumulado en el rincón oscuro de mi desván interior…
… "¿Todavía le amas? "…
Esa pregunta no tenía sentido que siguiera existiendo, a no ser que la respuesta continuara siendo "sí", ¿no creen?
Del resto de mi fiesta, de lo que pasó después de haber recibido yo el CD, apenas me acuerdo. Alguien con mi misma cara y mi misma voz contestó preguntas, apagó las velas del pastel y se mostró educada y apacible hasta el final, pero yo, mi yo verdadero, divagaba muy lejos de aquel salón.
Mi hermano estaba empeñado en que yo fuera al concierto del Ascella, desde luego. Y no sólo en eso, sino que también quería llevarme a toda costa a La Cueva del Duende, el antro cavernoso donde pensaba encontrarse con Silver después de tanto tiempo para tomar un par de cañas. Me llamó con insistencia al día siguiente—el mismo viernes— por la mañana y también por la tarde, hasta que al final logró que le dijera que sí. Negarle algo a mi hermano es un infierno porque te persigue como si fuera tu pesadilla hasta hacerte cambiar de opinión, fagocitando toda tu energía como una ameba, dándote todo tipo de argumentos a cual más coñazo. Menos mal que por regla general pide pocas cosas…Pero claro, en aquel asunto se volcó haciendo gala de toda su persistencia, porque hasta donde él sabía Silver y yo habíamos sido muy buenos amigos, y no entendía por qué yo me negaba a verle.
En fin, como les decía, a mi pesar me convenció, dándome yo finalmente por vencida ante su "ataque ameba". No falla, se lo aseguro. Con tal de no aguantarle hubiera dado oro…
Y claro, en realidad, también daba oro por--¡ay!...--por ver a Silver de nuevo.
Al escribir esto me doy cuenta de que sigo siendo igual de estúpida que hace catorce años; pensé que eso cambiaría con la edad pero no ha sido así. Ahora soy igual de imbécil o más.
Es curioso la escala emocional a la que uno se aferra para superar una amarga decepción: Desengaño, ira, tristeza, ira de nuevo, negociación, y, finalmente, … ¿aceptación? El camino hasta esta codiciada fase es arduo y está plagado de monstruos que te hacen retroceder de nuevo al principio, y para llegar a ella uno tiene que dejar tras de sí la nostalgia, sacarla de su alma, con tremendo dolor.
Creo que yo nunca llegué a esa fase de "aceptación".
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Me sudaban las manos cuando por fin colgué el maldito teléfono, después de haberle dicho por fin a mi hermano que sí, que iría a aquella noche con él a La Cueva del Duende. Me pareció que era mejor no detenerse a analizar las consecuencias de aquello, ya que bastante nerviosa estaba ya…
Eran las siete de la tarde y habíamos quedado a las nueve y media, en la mismísima puerta del antro. Me lancé como loca ("de perdidos al río") a la ducha, sintiendo escalofríos recorriendo mi médula espinal de arriba abajo. Resoplando entre mis labios entreabiertos, como para liberar aquel torrente de energía ascendente a través de la respiración, intenté tranquilizarme y dejar la mente en blanco debajo del chorro de agua caliente. Me enjaboné todo el cuerpo con dedicación, explorando aquellas zonas donde me parecía tener telarañas, y no sólo me refiero al coño—que también—sino a la región entre mis muslos, las palmas de mis manos, la congestionada piel de mi cuello bajo la que la sangre se agolpaba por detrás de mis orejas…lugares aquellos que habían permanecido dormidos durante mucho tiempo sin ser perpetrados, sin ser acariciados ni siquiera por mí…y que en ese momento comenzaban a despertarse, agónicos de hambre tras el largo letargo…
Dibujé con la esponja el contorno de mis nalgas, y con los ojos cerrados me lavé cuidadosamente la rajita del culo…mi mente comenzó a agitarse, a temblar como una mariposa asustada. Me acaloré de pronto y me encendí.
Pasé mis deditos llenos de untuoso jabón de leche por entre mis piernas, sintiendo la lluvia cálida de la ducha sobre mi piel; acaricié el pequeño botón rosado que se desperezaba entre mis pétalos más íntimos, con suavidad pero con tristeza, algo de pena, algo de rabia. Y mucho, muchísimo deseo.
En mi cabeza era el dedo huesudo y largo de Silver y no el mío el que me penetraba una y otra vez, alternando sus acometidas con lentas caricias sobre mi humedad. Me unté los dedos con más jabón y me penetré el culo con la otra mano, sintiendo al momento una tremenda descarga de flujo sobre los dedos que tenía aún metidos dentro del coño. Asustada por el gemido de burra que emití entonces, me alcé sobre las puntas de mis pies y miré por encima de la mampara de la ducha para asegurarme de que la puerta del baño estaba cerrada con pestillo…no quería que mi pobre marido, que andaba por casa en mangas de camisa, entrara y me descubriera haciendo guarradas debajo del chorro pensando en otra persona…
Comprobé que la puerta estaba cerrada, y sin pensármelo dos veces me senté en la bañera, con el agua de la ducha aún lloviendo sobre mi cuerpo perlado de rosa; separé las piernas todo lo que pude, y apuntalé el culo contra la loza fría para acceder sin problemas a mi chorreante y enjabonado chocho desnudo. Sin pensar en lo que hacía, agarré la esponja-flor y la retorcí, aún espumosa y rezumando jabón hidratante, para introducirla violentamente dentro de mi ano. Dejé escapar un gemido ahogado cuando sentí cómo suavemente raspaba mis profundidades cuando me acomodé sobre ella.
Así colocada comencé a masturbarme con fiereza, apretando los dientes para no gemir mientras mi dedo se movía raudo frotando mi turgente clítoris, temiendo el orgasmo que se iba fraguando en la profunda galería de mi coño. Llevaba tiempo sin correrme en condiciones … no recordaba cuándo me había masturbado por última vez, y en ese
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momento sentí que el estallido del orgasmo era inminente, como una tormenta que avisa tronando desde lejos, y me dio miedo. Me dio miedo como miedo nos da morir.
El orgasmo llegó y saqué mis dedos bruscamente de dentro de mí, para que no me matara.
Lo disfrute sólo a medias, pero cómo lo disfruté. Me retorcí en aquel lecho encharcado de agua, pataleando, con la cabeza hacia atrás contra los inmaculados azulejos, culebreando con los dedos clavados a ambos lados del borde de la bañera hasta ponerse blancos. El agua de la ducha continuaba acariciando mi pubis y metiéndose por entre mis piernas abiertas, impidiendo que mi cuerpo se enfriara. Imaginé que las manos de Silver se aferraban a mis caderas mientras me follaba contra las paredes de la bañera, metiendo y sacando de mis entrañas su polla a reventar, culeando con violencia. Imaginé y sentí sobre mi culo temblón el ritmo desaforado de sus sacudidas, y en lo más oscuro de mi mente le vi correrse fuera de mí, su falo expulsando hacia arriba incontenibles chorros de leche como si fuera una fuente.
Después de aquel espasmo gracias al cual por fin recordé que tenía cuerpo, me relajé y quedé un rato quieta, dentro de la bañera vacía, con el único movimiento de las gotitas de agua salpicándome en las rodillas desde la ducha. Lo de no pensar en Silver ya era una misión imposible ("No te importará que te masturbe yo ahora…"), así que liberé mi mente de las férreas ataduras y me concentre en su cara, en su risa, en su voz…todavía seguía cachonda, pero no quería acariciarme más; sólo quería que volviera a vivir en mí su recuerdo que durante tantos años me había esforzado por tapar, sólo quería volver a sentir su sonrisa sin tanto dolor. Después de todo, esa misma noche le vería…
Ni por asomo tenía yo un plan ni una pauta estructurada de qué hacer cuando le encontrara y nos viéramos por fin frente a frente, después de todo lo que nos había sucedido hacía tanto tiempo.
En cierto modo me jodería pensar que tendría que ser amable—no valía la pena otra opción—después de lo traicionada que me había sentido por él. Y me jodía aún más saber (porque lo sabía) que mojaría las bragas al instante, en cuanto él se acercara a mí, en cuanto yo volviera a mirarle a los ojos, en cuanto me llegara de nuevo su olor que ahora no era más que la huella de un recuerdo.
Y,… ¿Qué encontraría yo en sus ojos?... ¿Me miraría con conciencia o con codicia? ¿Evitaría mi mirada, se sentiría incómodo en mi presencia?... ¿Sentiría él tanto miedo de verme a mí como yo sentía por verle a él?
Suspirando por toda aquella incertidumbre, terminé de lavarme y salí de la ducha. Tras secarme y untarme entera de crema hidratante, sin descuidar ningún rincón de mi cuerpo, me dirigí hacia mi armario para escoger la ropa que me pondría.
Mientras examinaba mi ropa con ojo crítico, sin querer escoger algo que pudiera sugerir que me había molestado en arreglarme, mi marido entró en la habitación.
--No vuelvas muy tarde esta noche…--me dijo con amabilidad, al tiempo que me acariciaba levemente sin ni siquiera mirarme.
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Había entrado para coger el periódico, que reposaba abierto sobre la cama como un gigantesco murciélago con sus alas desplegadas.
--No…--contesté, girándome hacia él, medio desnuda—sólo estaré un rato, ya sabes que voy por compromiso…
A pesar de que mis pezones le desafiaban, apuntándole desde la turgencia de mis pechos blancos como flanes de leche, no me miró. Y si lo hizo, me miró sin verme, pensando en sus cosas. Agarró el periódico y mientras buscaba la página que quería alargó la mano hacia mí para acariciarme distraídamente el hombro.
--Bueno, tú intenta pasarlo lo mejor posible—me dijo sonriendo sin levantar los ojos del papel.
Con esto no quiero dar a entender que mi marido actuara como un insensible y desalmado personaje. Sólo que, quizá, ya era inmune a todos mis encantos, después de tanto tiempo juntos. Tal vez creía que había descubierto todos los misterios de mi cuerpo…y ya no sentía la necesidad física de hacer el amor tan a menudo. No puedo recriminarle nada, a mí también se me habían ido evaporando poco a poco las ganas de sexo con él…cosas que pasan en el matrimonio, supongo. La indiferencia entre los dos, en ese tema, casi roza la abulia, la verdad… pero quizá eso me resulta tan lógico, tan inherente a esta etapa de la vida que no me produce tristeza… bueno, según como se mire. No quiero pensar demasiado en ello.
Tras besarme suavemente en la mejilla, mi marido abandonó la habitación y se alejó arrastrando sus zapatillas por el pasillo.
Yo me dediqué a escoger cuidadosamente la ropa que iba a ponerme, mientras trataba de rehuir la expectación constante que me paralizaba. Finalmente me decidí por unos vaqueros grises –No iba a ir de etiqueta a La Cueva del duende, ya que era un garito casi familiar, agradable y sin demasiadas pretensiones –que la verdad es que me hacen unas bonitas piernas ya que son de cintura baja, ajustados a la cadera; y por una camiseta semi-transparente de raso negro que se ata con un nudo por detrás del cuello, pegándose a la curva de mis pechos y resaltando su redondez. Me recogí el ensortijado pelo en un moño alto, distraído, para que se me viera mejor el cuello—lo bueno de estar toda la vida con el mismo cuerpo es que a mi edad ya has descubierto de sobra tus puntos fuertes—y me calcé unas bonitas zapatillas de deporte negras con bandas laterales de color blanco, que iban muy bien con el conjunto.
Me detuve ante el espejo así vestida y recorrí cada centímetro de mí misma con una aprobatoria mirada hedonista.
Aunque aparento ser modesta, pues no me gusta alardear, siempre he sido vanidosa en los momentos de intimidad conmigo misma, he de reconocerlo. En fin, si una no se quiere ni se gusta estamos apañados, ¿no?
Me maquillé un poco ante el espejo, porque no quería parecer la novia cadáver, y me dirigí al salón para hacer tiempo hasta que llegara mi hora de salida. Si quería estar ahí a las nueve y media, hora en la que había quedado con mi hermano (y con Silver, dios mío) en la puerta del garito, tenía que subirme en el coche con media hora de 209
antelación, por lo menos, descontando los diez minutos que emplearía casi seguro en buscar aparcamiento…
De todas formas, no me importaba llegar un poco tarde. Prefería llegar al punto de encuentro con diez minutos de retraso que con quince de antelación, no sé si me entienden. Era la primera vez que deseaba que la suerte no me sonriera para encontrar un hueco donde meter el coche…tener que aparcar en el centro era la excusa perfecta para no esperar sola, como una idiota, mientras la gente iba y venía por la calle.
De manera que a las nueve en punto, aproximadamente, agarré el bolso y me despedí de mi marido con un sonoro beso. Abandoné mi casa intentando que la ansiedad no me traicionara y me subí al coche, tratando de conducir con normalidad.
Como había predicho, era una hora mala y el tráfico en el centro estaba imposible, con un montón de hijoputas al volante haciendo el animal y colapsando los semáforos y las rotondas. Pasé por delante del garito, reduciendo la velocidad y mirando tímidamente las letras luminosas de neón verde que relucían por encima de la puerta, pero no les vi. Eran aún las nueve y veinticinco. Di algunas vueltas más, soslayando un par de huecos cercanos, y cuando vi el tercero me dije que ya estaba teniendo demasiada suerte y no estaba la situación para tentarla otra vez, de modo que, en ese tercer hueco, maniobré y aparqué. Me sentía como un ternero a las puertas del matadero, consciente de su inminente destino.
Pero ya estaba allí. No iba a irme. Aunque tuve el impulso primario de echar a correr, elegí finalmente no moverme de aquel sitio oscuro, manteniéndome encogida y tensa dentro del coche. Abrí la ventanilla y deslicé la mano en el bolso para coger el paquete de tabaco—no les he contado que fumo, pero es porque empecé con el vicio a los veinte años, fíjense que gilipollez, mucho después de que Silver se fuera—y me encendí un cigarro con manos temblorosas, dejando que el humo se expandiera por mis pulmones, relajándome de esa manera engañosa como sólo el tabaco sabe hacerlo. Cuando apuré la primera calada, me dije a mí misma: "Malena, querida, ahora te vas a fumar este cigarrito con calma y te vas a tranquilizar. Luego, cuando lo hayas apagado, sales del coche y le demuestras a Silver que te importa un pimiento". Levantar el orgullo era muy necesario en ese instante previo, compréndanme, al menos para sentirme más fuerte. Aunque yo misma no me creía mis intenciones de "mujer fatal", por supuesto; nunca he sabido ni he querido serlo, no me hace falta la coraza que tanto "se lleva" para sobrevivir, me rebelo contra ese sucedáneo de fortaleza, lo siento, no me va el disfraz. Después de todo pocas personas hay que tengan el poder de dañarme en serio, pero claro…siendo Silver una de esas personas, tenía que andar con cuidado.
Cerré los ojos y disfruté de mi cigarro hasta el final, inundándose el coche de humo azul a pesar de tener la ventana abierta. Cuando por fin llegó el momento de apagarlo, me dije "venga, con dos cojones" y salí del coche con decisión, cerrando bruscamente la portezuela tras de mí.
Avancé por la transitada calle sin querer levantar la vista del suelo, temblando de la cabeza a los pies. Me hallaba a pocos pasos de La Cueva del Duende, cuando distinguí a mi hermano entre la gente, y a su lado…a su lado, ese demonio alto y delgado con cara de ángel gesticulaba sin yo poder verle el rostro, oculto tras el velo negro de su pelo largo y liso como una tabla. 210
No tuve más remedio que caminar los pocos pasos que me separaban de ellos, y cuando llegué deseé que Silver no me viera, que no se diera cuenta de mi presencia. Evité mirarle a la cara y me dirigí sólo hacia mi hermano, dándole un caluroso abrazo.
--Hola…--dije, con la cabeza apoyada en el hombro de Marcos, viendo cómo transitaba la gente a sus espaldas.
Transcurrido el tiempo de rigor que dura un abrazo entre hermanos, tuve que separarme de él, y…me obligué a encontrarme con Silver.
Casi me dio un ataque al corazón. Estaba exactamente igual a como yo le había recordado cada día, desde que se fue…
La luz de la luna surcaba de sombras sus afiladas fracciones, haciéndole parecer una especie de criatura de la noche con piel de mármol, pálida y tersa. Sus labios se curvaban en una sonrisa que quería aparentar seguridad, desmentida por sus ojos, que me miraron durante un tiempo cargados de nubes negras, como si escondieran grandes secretos. No pude descifrar lo que había en esa mirada. Había tantas cosas…quise adivinar un rastro de pesar y un destello de culpa, que rápidamente fueron sustituidos por algo parecido a una inmensa alegría…pero había algo más, había algo…más allá de esos sentimientos, dentro de sus ojos .
Yo también me quedé parada unos segundos contemplándole en silencio, atrapada en aquellos océanos negros en los que mi cara se reflejaba tensa en el centro de las brillantes pupilas.
Joder. No hace falta que les diga que en ese momento deseé desesperadamente que me hiciera el amor. No en vano le había echado tanto de menos…
Quería mostrar algo de indiferencia, tan sólo una alegría discreta aceptable para el alto listón del orgullo, pero en lugar de eso me precipité a sus brazos abiertos y le di un gran abrazo.
Me asusté por el contacto de su cuerpo, mi corazón aleteando enloquecido dentro de mi pecho, y me separé de él tan pronto como pude, tal que si su piel estuviera hecha de aceite hirviendo.
--Hola, Silver—me atraganté con las palabras cuando por fin dije en voz alta su nombre, enrarecido en mis silencios durante tantas noches.
Él sonrió conteniendo en sus ojos una emoción de naturaleza incierta, difícil de definir.
--Hola, Malena. ¿Me dejas que te abrace otra vez?
Santo dios, cómo iba a negarme.
Me estrechó con firmeza de nuevo entre sus brazos, apretándome contra su cuerpo, sintiendo yo cómo sus finos mechones de pelo me hacían cosquillas detrás del cuello, escuchando en mis oídos el tambor rítmico y algo acelerado de su corazón. Aspiré una
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gran bocanada de la dulce calidez que emanaba su piel y se había quedado prendida en su ropa. Olía a Silver, olía a él. Cerré los ojos, y sólo fui capaz de decirle a su pecho, en tono reprobatorio:
--¿Cómo has podido estar ausente durante tanto tiempo?
Inmediatamente me arrepentí de decirlo, pero ya era tarde. Ese pensamiento había aflorado de entre mis labios como un dardo envenenado directo a su corazón, con el deseo inconsciente de dañar más que de saber la respuesta. Hubiera sido mejor obviar su repentina marcha y su ausencia, pero en mi interior eso no era posible.
Me miró largamente con gesto apesadumbrado.
--Malena…
--Es igual, es igual—meneé la cabeza, disuadiéndole con una sonrisa que más parecía una mueca— ¡no digas nada!
Y le abracé por tercera vez, en esta ocasión sin dejar que una brizna de aire pasara entre su cuerpo y el mío, aferrando su recta cintura mientras él, inseguro, volvía a rodear mis hombros con la suave piel de sus brazos. Su olor me embriagó de nuevo hasta el punto en que pensé que me caería redonda.
--Lo siento…--murmuró junto a mi oído—lo siento mucho…
--No hace falta que digas nada, en serio—respondí contra el amargo sudor de su cuello.
Despacio, me soltó.
--Aún no me puedo creer que estés aquí…--musité, mirándole de frente, incapaz de decir nada más.
--Ha sido mucho tiempo—corroboró mi hermano, por su parte—tendrás que contarnos un montón de cosas, ¿no?
Caminamos juntos hasta traspasar la entrada del bar. Más allá de la puerta nos aguardaba un entorno en penumbra, bañado sólo por una tenue luz verde y dorada procedente de unas lamparitas de cristal colgadas en las esquinas, sujetas por eslabones de bronce. En el centro del local, ambientado como una taberna al más puro estilo "Enalfo", se erguía una barra de madera robusta cubierta de botellas que, contra un espejo, actuaban como prismas descomponiendo la débil luz en un haz de destellos de todos los colores. Recuerdo que flotaba en el aire un temazo de Sonata Ártica, casualmente el grupo favorito de mi hermano, coincidencia que él celebró canturreando nada más entrar, con los ojos mirando al techo del bar que estaba plagado de estrellitas brillantes.
--Me encanta este sitio…--comentó mientras movía imperceptiblemente la cabeza al ritmo de la música.
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No había mucha gente, y nos dirigimos a una mesa libre que había cerca de una ventanita cubierta con un papel tornasolado, a modo de vidriera. Mi hermano cambió de rumbo de pronto, y nos dijo a Silver y a mí que iría a la barra a pedir bebidas; acto seguido se perdió entre un grupo de heavys rodeados de una densa nube de humo azul acero. No nos preguntó qué queríamos tomar porque le daba igual, el lo tenía claro: cerveza, cerveza, y cerveza.
Silver y yo nos sentamos frente a frente en la mesa, bastante cortados.
--¿Conoces este tema que está sonando?—preguntó tras unos segundos de tenso silencio.
--Sí—contesté—claro. "Victoria´s secret".
--Así es—asintió—"Victoria’s secret". Nosotros tenemos un tema propio inspirado en él que no nos ha quedado mal del todo…
Supuse que hablaba del grupo, claro. De Whoever.
--¿Ah sí?
--Sí—afirmó—está en el disco que te regalé, ¿lo has escuchado? Por cierto, Maleni, felicidades…
--Gracias—respondí con cierta sequedad—y no, no lo he escuchado todavía.
La última frase salió de mi boca en un tono glacial que cortó el aire como si fuera un cuchillo. Silver retrocedió un poco, como para evitar la estocada de una espada invisible.
--Ah, bueno…--respondió—pues…ese tema está en el disco.
--"Liberia"—asentí, recordando el nombre del álbum.
--"Liberia", eso es.
Dejé transcurrir unos segundos antes de hablar, mientras ordenaba los términos de la frase que pergeñaba en mi cabeza.
--Silver—le dije, comprobando que mi hermano aún se afanaba en pedirle al camarero las birras, apostado contra la barra.
--Dime…
Tomé aire y le lancé una mirada fría.
--No quiero ser borde, pero…no pienso preguntarte por tu música, ni por tu grupo, ni cómo has llegado a estar donde estás. No pienso hacerlo. ¿Tú crees que puedes venir ahora, después de diez años, a preguntarme si me gusta tu música y a desearme "feliz
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cumpleaños," tan tranquilo, como si nunca hubieras desaparecido? ¿Cómo crees que me lo debo tomar?
Vomité esas palabras con verdadero odio, y después me quedé mirando su hermoso rostro, distorsionado de pronto por una sombra de consternación.
Desde mi fuero interno lamentaba profundamente haberle herido, pero al mismo tiempo no podía frenar el torrente de rabia que había comenzado a surcar mis venas. Jamás hubiera pensado que yo le diría aquello.
Después de mi acometida, Silver encogió un poco los hombros y bajó la mirada hasta el suelo.
--No sirve de nada que te diga que te entiendo, ¿verdad?—musitó—que tienes razón, y que lo siento.
No respondí, escapando de sus ojos, paseando mi mirada por el local en sombras.
--¿Quieres una explicación?—murmuró con un deje de desgarro—intenté dártela, te escribí…
--Sí, sí, ya lo sé—le corté—aún guardo tu jodida carta. Y no, no quiero una explicación. Hace algunos años la quise, pero ya no, ya no la quiero.
Silver me miró con verdadera angustia.
--¿Tanto daño te he hecho?—preguntó con un hilo de voz que apenas pude escuchar entre los ruidos del local--¿Tanto daño que ahora no me quieres ni ver?
Me removí incómoda en la silla de madera, aún rabiosa, profundamente dolida.
--Si no te hubiera querido ver no hubiera venido, Silver—respondí.
En ese momento apareció mi hermano emergiendo como el ángel de la cerveza de entre las tinieblas. Mostraba una ancha sonrisa de oso satisfecho, y casi dejó caer tres botellines sobre la mesa.
Como no tiene mucho tacto ni tampoco es demasiado observador, no se percató de nuestras caras, que deberían ser todo un poema, cada uno mirando a una esquina diferente del local.
--Bueno…--dijo Marcos, dándole un empujón cariñoso a Silver tras soplarle un trago a la cerveza--¿qué, estás preparado para el concierto de mañana?
--Sí…supongo—repuso Silver, forzando una sonrisa.
--Qué fuerte, tío, cómo te envidio—rió mi hermano dejando el botellín sobre la mesa— cómo me gustaría estar en tu pellejo en esos momentos…
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--¿Sí? ¿Te gustaría?...
La conversación transcurrió algo tensa porque, aunque mi hermano y Silver hablaban con aparente fluidez, yo opté por mantenerme al margen, pues no consideraba que tuviera nada que decir y al mismo tiempo me sentía fatal por haber sido tan desagradable. Comprendan , yo seguía queriendo a Silver muchísimo…y no podía creer que le tuviera allí sentado a mi lado en esos momentos. De alguna manera sentía que había destrozado algo "frágil" al decir todas aquellas palabras. Así que, como les digo, no metí mucha baza en la conversación; sólo emití algunos monosílabos de aprobación o desacuerdo de vez en cuando.
Silver nos contó algunas de las cosas que hizo durante su larga ausencia. Nos habló de Barcelona, de Oriol y de Inti, los otros dos componentes de la banda, uno de ellos catalán, otro de un sitio que ya no me acuerdo, mucho más lejos.
Hablaba tranquilo captando la mirada de mi hermano, pero bajando los ojos cada vez que se encontraba con los míos, de hito en hito.
Mientras respondía las preguntas ávidas de Marcos, y le escuchaba y asentía con aparente aplomo, enredaba los blancos y delgados de dedos de puntas trabajadas por el sexo y la guitarra en un abrazo tenso, como si sus manos echaran un pulso la una contra la otra, quedando éstas sin respiración, ahogándose la piel. Aparté la vista de aquellos dedos cuando mi mente no pudo evitar imaginarlos una vez más recorriendo mi cuerpo con ansia.
Tomamos unas cuantas cervezas más, las suficientes para acalorarme por los efluvios del alcohol—y por la visión de las manos de Silver, de piel de marfil—y para que no me sintiera en obligación de esconder mi mirada, que se clavaba en él de forma cada vez más intensa.
Observé los gestos de su pálido rostro que por fin se mostraba algo más relajado, supongo que también por el alcohol. Estudié cómo se humedecía los labios para continuar hablando, cómo sonreía, cómo enarcaba las cejas para mostrar su parca perplejidad ante las historias de mi hermano…
Crucé las piernas para disimular un poco lo cachonda que me estaba poniendo al tenerle tan cerca, a pesar de la tensión inicial.
--¿Vais a venir al concierto de mañana?—preguntó como quien no quiere la cosa, en un determinado momento de la conversación.
--Claro, ¿cómo me lo iba a perder?—contestó mi hermano inmediatamente.
Silver movió levemente la cabeza hacia mí y me lanzó una mirada casi suplicante que sólo yo pude percibir.
--¿Y tú, Malena?—preguntó en tono neutro.--¿vendrás?
Vacilé sin saber qué respuesta darle. No estaba segura, y desde luego no quería contestar en ese momento. No estaba decidida, no sabía lo que haría. Por una parte
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deseaba mandarle al diablo y no verle más, pero también me moría sólo de pensarlo. El dolor de pensar en ello se clavaba en mi pecho como una afilada aguja.
No respondí. Tampoco me forzó a hacerlo.
Cuando finalmente abandonamos el local, a las tantas, Silver se despidió de mí con un abrazo inseguro, y deslizó entre mis dedos un rudimentario paquete hecho con un trozo de tela negra. Me miró durante un instante como si quisiera darme un beso de despedida, pero finalmente no se atrevió a hacerlo y se giró para abrazar a mi hermano.
Rota por separarme de él, me alejé con prisa, alegando que era muy tarde y que mi marido me esperaba en casa, y sólo cuando estuve a solas conmigo misma en la sofocante oscuridad del coche me atreví a deshacer el inesperado paquete. Un regalo nuevo…que venía con cierto retraso, pensé con ironía.
Cuando palpé la tela negra la reconocí inmediatamente. No hace falta que les diga por qué. Me la acerqué a la nariz y su olor me embriagó durante unos segundos que parecieron horas; esa tela mantenía intactos recuerdos cristalizados tan animales como el sudor y la pasión. Guardaba los intensos secretos de mis ojos ciegos, sensaciones imposibles de olvidar.
Y, dentro de la tela…brillando en la suave seda negra, estaba mi lágrima de cristal. Casi se me cae de las manos cuando me di cuenta. La recordaba perfectamente, pero el modo en que la perdí golpeó con furia mi memoria.
Junto al colgante había una nota escrita a mano:
"La he llevado conmigo durante todo este tiempo. Espero que no te importe que te la devuelva con retraso. Te quiero,
Silver."
Junto a la firma se leía con claridad un número de teléfono al que no di ninguna importancia.
Todo mi cuerpo se aflojó, y me entraron ganas de reír y de llorar al mismo tiempo.
Recordé de pronto la canción que habíamos oído algunas horas antes, en la Cueva del Duende. El instinto comenzó a jugarme malas pasadas y miles de pensamientos se agolparon en mi mente como centellas, gritando deseos y palabras inconexas de mentira y de verdad. La razón no tenía nada que decir…
"Life is waiting for the one who loves to live, and it is not a secret"…
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