Completo
—Mi dulce Halley...—Samiq acariciaba torpemente los costados de aquel que se había dejado caer encima de él, finalmente quieto y laxo tras la salva de acometidas recibidas durante el orgasmo—mi pequeño. ¿Te has hecho daño? ¿Estás bien?
Los hombros del sumiso temblaron y éste se movió levemente sobre los muslos ajenos, sin querer liberar al otro aun fuera de su cuerpo.
—Amo...—musitó, abrazándose a él—por favor... por favor, no te enfades si te llamo Amo, por favor...
Por un momento pareció que el profesor iba a romper a llorar, escondiendo el rostro en el cuello de Samiq. Lo cual no hubiera sido ilógico del todo, teniendo en cuenta el bajón de adrenalina tras lo que acababa de ocurrir... eso sin mencionar el efecto del relajante muscular, y la fatiga mental de haber aguantado un dolor sostenido durante mucho tiempo.
Samiq suspiró. Tenía el alma en carne viva, y la sensación de que los muros se habían derrumbado, de que no existía ningún tipo de barrera entre Halley y él en aquel momento. Y eso se sentía increíble, al menos hasta que los muros volvieran a levantarse. Estaban solo los dos allí, abrazados y desnudos, formando una isla de piel contra piel sobre aquel sillón de orejas. No había secretos en ese instante y pocas palabras cruzaban el aire, lo que dotaba a aquel susurro en su oído -"Amo"- de especial sonoridad.
Agachó la cabeza para sellar el abrazo, colocando la barbilla sobre el hombro de Halley.
—No me enfado, cariño. Tranquilo—murmuró.
El sumiso rió para descargar tensión.
—G-gracias...—balbuceó— solo esta noche... por favor.
—¿Sólo esta noche?
Halley sorbió por la nariz y abrazó a Samiq con más fuerza contra su cuerpo.
—Sí...—respondió en un hilo de voz—por favor, déjame ser tuyo sólo por esta noche. Te prometo que no volveré a pedirtelo nunca más.
Al Dorado le pareció que el sumiso sollozaba, y se le hizo un nudo en la garganta.
—Tesoro, mi amor, no llores... —no controlaba realmente las palabras que usaba para dirigirse al otro. Sencillamente sentía que iba a explotar si cerraba la boca y dejaba que todo lo que sentía se vertiera hacia dentro. De pronto no supo si podría soportar el silencio aunque tampoco sabía qué decir—puedes pedirme lo que quieras, siempre...
Le había temblado la voz al decir aquello. Sintió una contracción en su miembro -que aun estaba dentro de Halley- y se mordió el labio para no gemir. Él no se hallaba bajo los efectos de ninguna medicación, ¿por qué diablos estaba tan sensible?
—Amo, no sé lo que digo...—ni el mismo Halley sabía si reía, lloraba o hacía ambas cosas a la vez—lo siento mucho... lo siento por ser así...
—Shhh, cariño. No te disculpes. Todo está bien.
—¿Sí? ¿De verdad?
—Sí.
—...¿Todo está bien?
Samiq giró la cara lo justo para depositar un suave beso en el cuello de Halley.
—Sí, amor—musitó en su piel, al tiempo que comenzaba a mecerle muy suavemente entre sus brazos, acunándole contra su cuerpo—Todo está bien.
Samiq no supo cuánto tiempo permanecieron abrazados así en la penumbra del salón. Un calambre muscular le sacó de la dulce ensoñación en la que estaba sumido; si no hubiera sido por eso, ni se hubiera movido ni hubiera alentado a Halley a hacerlo.
—Halley, ¿te puedes levantar?
Por un momento pensó que tal vez el profesor se habría dormido, pero éste no tardó en responder.
—No lo sé...
Vaya. Pobrecillo.
—¿Tienes dolor ahora...?
—No lo sé—fue de nuevo la respuesta.
—Bueno...—resolvió Samiq—deja que te ayude.
Colocó ambas manos sobre las respectivas nalgas de Halley y empujó un poco hacia arriba para poder salir de él. Su miembro, ya flácido, se deslizó sin problemas fuera de aquel culo que con tanto ahinco había sido dado de sí momentos antes. El profesor soltó un pequeño gemido y se removió sobre las piernas ajenas a modo de protesta; sabía perfectamente que aquel momento tenía que llegar, que Samiq terminaría saliendo de su cuerpo, y sin embargo él... él quería seguir sintiéndole dentro, toda la maldita noche. Tal vez no volviera a sentirle nunca, se dijo, pues, por culpa de su diarrea verbal, Samiq quizá no quisiera volver a verle más. Sabía que el Dorado era lo bastante leal para no dejarle tirado ahora, pero eso no quería decir que no estuviera agobiado.
—Me está saliendo esperma del culo—masculló entre dientes sin pensar.
Por algún motivo, a Samiq le dio la risa.
—Ah, mierda. Espera...—se quitó la camiseta lo más rápido que pudo y presionó con ella entre las nalgas del sumiso—no queremos pringar el sillón... ya está.
—¿Qué puta guarrada estás haciendo? Que le den al sillón.
—Vaya, vaya. Muy poco respeto muestras para ser un perro...—Samiq dijo esto sonriendo tras limpiar a Halley, como si fuera algo obvio y sin darle una inflexión especial—venga, hazte a un lado que me voy a levantar. Con cuidado.
—Lo siento...
Halley se apartó lo bastante para que Gato pudiera salir de debajo de él. Samiq se levantó sin problemas, aunque todos los huesos de su cuerpo crujieron cuando lo hizo.
—Lo decía de broma, corazón—No, no iba con la idea de llamarle la atención por mucho que pareciese que Halley no se aclaraba—espera, no te muevas aún.
Temía que el sumiso se hubiera quedado frío en aquella posición. Más pronto que tarde, el pelotazo de medicación se iría atenuando y entonces el cuerpo comenzaría a dolerle de nuevo a Halley, tal vez incluso más que antes a causa del esfuerzo realizado.
Situándose en pie a su lado, se subió los pantalones y se inclinó hacia él para sostenerle al tiempo que trataba de darle calor con su cuerpo. No sabía si sería capaz de cargarle en brazos hasta la cama, pero bueno, si el otro no podía andar, intentaría por lo menos remolcarle.
—¿Sabes, Gato? esta mañana fui a ver a una... conocida.
—¿Sí? bueno. Ahora me lo cuentas. ¿Puedes levantarte?
El profesor respiró hondo y se giró parcialmente hacia Samiq para que éste le pudiera sostener.
—No lo sé... dame un momento.
Samiq era delgado, pero también nervudo. No estaba "cachas" ni mucho menos, pero tenía suficiente fuerza como para tirar de Halley hacia arriba y hacia su propio cuerpo, logrando hacerle de soporte para que éste se pusiera poco a poco en pie.
—¿Te duele mucho?—inquirió, al escuchar que el sumiso se quejaba.
—Un poco—jadeó éste—pero es soportable.
Se las apañaron para caminar juntos hasta el cuarto, Samiq dirigiendo la marcha y Halley apoyándose en él. Pareció que tardaron eones en llegar al dormitorio al final del pasillo, ya que el sumiso se veía obligado a caminar muy despacio.
Una vez le indicó a Samiq cuál era la puerta de su habitación, le llegó al sufrido profesor el momento de dejarse hacer durante el resto del tiempo que permanecerían juntos. No tenía tanto dolor como cuando llegó a su casa del viaje en coche, pero estaba cansado, y confiaba en Samiq lo bastante para desear soltar definitivamente el control.
Escuchó cómo el Dorado empujaba la puerta entreabierta con el pie y sintió cómo le remolcaba hacia dentro de la habitación a oscuras.
—El interruptor de la luz está junto a la puerta—fue lo último que le dijo antes de poner el automático y dejarse conducir (casi arrastrar) mansamente hasta la cama.
Bajo la luz anaranjada de una lámpara con forma de bujía antigua colgando del techo, Samiq avanzó con Balle sorteando como pudo el desorden de la habitación. Había mil trastos desperdigados por el suelo; algunos de ellos tal vez inexplicables, como un viejo teléfono de color rojo guinda, cuyo cable en espiral se enredaba en un lecho de pelusas y revistas científicas cubiertas de polvo. O la manta azul bebé, de aspecto raído y tamaño mínimo, que yacía extendida entre tinteros y otros cachibaches. Salpicados en aquel caos había también lo que al Dorado se le antojaron objetos "mágicos": puzzles de diversos materiales en tres dimensiones, algunos de ellos resueltos y otros a medio hacer; poliedros de madera, piezas de diferentes formas y tamaños, golpeadores, mecanos, bolas de cristal con juegos de burbujas en su interior... Un poster de gran tamaño en el que se veía una cola de ballena estaba roto por la mitad y pegado con celo, también en el suelo, junto a un tablón de corcho empapelado de recortes de periódico y fotografías de galaxias.
—Entonces fuiste a ver a una amiga hoy...—dijo en voz baja mientras ayudaba a Halley a tumbarse en la cama.
—No...—el profesor contrajo el rostro en un gesto de dolor. Pasar de la bipedestación a la posición sentada le costó bastante. Echarse de lado fue más sencillo—no dije eso.
No sabría si podía llamar "amiga" a Taylor. Probablemente no, pero, aunque tenía razones para no hacerlo, le resultó miserable puntualizar aquello. No era que tuviera malos sentimientos hacia ella; de hecho, llegaba a sentir empatía y compasión... pero no, definitivamente se resistía en su fuero interno a llamar a Agnes "amiga".
—¿Un familiar, entonces?—inquirió Gato, sentándose junto a Halley al borde del colchón.
—No, tampoco. Bueno, da igual. Fui a...—Halley tragó saliva. Las palabras le salían a trompicones, y no tenía ni idea de cómo explicarse sin pillarse los dedos suministrando demasiada información. Peligrosamente, sin embargo, se daba cuenta de que eso último comenzaba a darle igual... Tal vez aun continuaba mentalmente desinhibido—Esa persona... está enferma—concluyó.
Samiq estiró el brazo para tirar del edredón hecho un lío y arropar con él a Halley.
—Vaya, qué mal. Entonces... ¿has ido al hospital?
Se dijo que tal vez por eso al sumiso le estaba costando tanto decirlo. Y se daba cuenta de que, por otro lado, a Halley le urgía hablar de aquello.
El profesor asintió con los ojos cerrados, acomodándose bajo el fresco tejido del edredón que no tardaría en calentarse.
—Sí. A uno mental—respondió con relativa naturalidad.
—Oh. Vaya. Una clínica de salud mental.
Un jodido manicomio, eso era aquel lugar según Halley.
—Algo así. Siempre... siempre que voy allí... regreso jodido.
Era la primera vez que Halley verbalizaba aquello. Samiq se inclinó sobre él para rodearle con los brazos suavemente, atrayéndole hacia su cadera.
—Te pones nervioso cuando vas allí...—murmuró contra el cuello del profesor—¿te refieres a eso?
—Sí, Amo. Mucho.
El Dorado dejó que el rostro de Halley descansara sobre su regazo y continuó acunandole contra su cuerpo. Evidentemente, se había dado perfecta cuenta de cómo el profesor acababa de dirigirse a él de forma aparentemente espontánea, pero no hizo ademán de corregirle. Parecía como si Halley perdiera la lucidez en ese aspecto a intervalos, de pronto bajando a sus pies por razones desconocidas para luego volver a colocarse al nivel de amigo o igual. Samiq no sabía si Halley tenía un cacao mental donde le era imposible a él mismo meter mano, o si estaba jugando con él, pero, incluso si acaso era lo segundo, tampoco le causaba ansiedad cuando lo pensaba. Al fin y al cabo, él mismo era un traidor... se merecía que jugaran con él, si ese era el caso.
—¿Por algo en especial...?
No le corrigió porque también se daba cuenta de que estaba un poco harto de formalismos. Y sobre todo porque, si había sentimientos de cierto tipo, le parecía que daba exactamente igual cómo le llamase Halley. Samiq era un esclavo de protocolo que se había formado tras los rígidos muros de Zugaar; sabía perfectamente lo importante que era el protocolo para algunos y algunas, pero, en lo que respectaba a él, ese tema había terminado por cansarle. Porque, sí, Samiq sabía también cómo se sentía el deseo de llamar "Amo" o "Ama" a otra persona... de modo que sabía, en consecuencia, qué era lo que realmente era auténtico e importante, al menos para él. Estaba claro que la palabra "Amo", el usteo y toda la batería de protocolo asociado existían por algo, pero, si era cierto que él era ambivalente, no necesitaba que un sumiso le tratara en esos términos.
No; definitivamente, para su suerte o desgracia, Halley era un libro abierto en su anfractuosa necesidad, le llamase como le llamase. Adorable niño desequilibrado.
—Por todo—respondía el profesor sin abrir los ojos—Todo allí... me pone enfermo.
—Siento que lo hayas pasado tan mal...
El profesor se estremeció y tomó una profunda bocanada de aire. Exhaló y se lamió los labios, encontrando su boca salada y seca.
—Es un lugar que parece perfecto desde fuera, pero todo es un engaño. Las plantas son artificiales, y las personas parecen fantasmas—murmuró, dándose cuenta de que el dique que contenía sus impresiones al respecto se tambaleaba. Al cuerno, qué más daba si se iba a la mierda y le contaba todo a Samiq... no sólo lo que había sentido aquel día, sino en todas las visitas anteriores—No importa lo mucho que limpien porque el aire apesta a mierda, y la comida también. Sirven unas acelgas que parece que han sido vomitadas treinta veces...
Se detuvo para volver a tomar aire. Era fatigoso hablar, y seguía arrastrando las palabras, pero necesitaba hacerlo.
—El moho está en las paredes, está en el alma de los que llevan mucho tiempo. Es una especie de substancia aislante que les envuelve. Les cambia la mirada, transformando la enfermedad en muerte.
Todos los pacientes están mezclados—añadió tras una brevísima pausa, sin darse cuenta de que el tono de su voz se endurecía—solo separados de acuerdo a su sexo, pero mezclados. Los esquizofrénicos con los deprimidos, con los anoréxicos, con los ancianos que han perdido la cabeza, con los alcohólicos, con los paranoicos. Agresivos, pacíficos, inertes, catatónicos... todos mezclados. Algunos gritan y ríen sin parar, otros no dicen ni una palabra. Pero da lo mismo, porque a los pacientes no les permiten acercarse los unos a los otros, ni mucho menos tocarse la mano o abrazarse, como si hubiera riesgo a intimar más de lo necesario—Eso lo sabía por Taylor, claro. Igual que el resto de cosas que dijo a continuación—Tampoco les permiten tener lápices para escribir, ni cualquier otro objeto potencialmente punzante... ni siquiera pueden expresarse de ese modo—añadió, la frustración creciente aleteando en su voz— Eso también da igual, porque la persona que conozco no puede centrar la vista a causa de la dosis diaria de pastillas que toma, y ya no es capaz de escribir, ni siquiera de seguir un maldito anuncio en la televisión.
El profesor enmudeció bruscamente, dándose cuenta de pronto de todo lo que había soltado por la boca. Inspiró de nuevo, exhaló y reprimió una náusea.
—Halley. Amor...
Samiq no sabía que decir. Ni tampoco era que quisiera decir nada, aunque le encantaría tener una llave mágica de palabras que pudiera hacer sentir algo mejor al profesor. Él se había formado como cuidador de personas sanas y enfermas en Zugaar, pero el tema de la salud mental le era un tanto ajeno, y en aquel momento tuvo miedo de meter la pata diciendo algo indebido por pura torpeza.
—Lo siento...—musitó el profesor—Lo siento. Puedes... ¿puedes echarte conmigo, por favor? No volveré a llamarte Amo, lo juro.
Le necesitaba cerca bajo las sábanas, de nuevo piel con piel, por eso le había pedido aquello a Samiq. No le hizo falta insistir; inmediatamente, Gato se deslizó bajo los cobertores para abrazarle cuerpo a cuerpo.
—¿Tienes frío...?—murmuró.
Halley se acurrucó contra él.
—Sí—admitió—Lo siento...
—No te disculpes más, amor. Y no te rayes... por lo de llamarme Amo. Da igual cómo me llames... eso da lo mismo.
—Oh no, claro que no da igual—el profesor jadeó—esa palabra tiene mucho poder.
Se refería a la palabra "Amo", claro. Samiq sonrió levemente y se permitió darle a Halley un breve achuchón.
—Lo tiene, sí. Pero lo tiene por lo que sientes tú al decirla y al pensar en ella.
—Exacto.
—Si no la dices, sigues sintiendolo igual. Si la reprimes sigues sintiéndola igual, esa palabra. Y todo lo que implica.
El profesor no respondió. Lo que había dicho Samiq era cierto: el deseo real de querer pertenecer -una fantasía que iba más allá del sexo, como casi todas las fantasías "sexuales" que arrastran, mueven y a veces martirizan al ser humano-, estaba allí. No desaparecería por reprimir una palabra; no desaparecería así como así, por mucho que uno (u otro) le diera la espalda. Se preguntó cómo sentía aquello Samiq por su parte, qué deseaba él, pero no reunió el valor para preguntar.
—No te rayes ni te sientas mal, ni te comas la cabeza...—continuó el Dorado—nos estamos conociendo, Halley. En realidad, nos conocemos desde hace muy poco y... es intenso... pero aun no sabes mucho de mí, ¿te das cuenta de eso?
Gato se mordió el labio inferior. Aquel discurso le sonó penoso de repente, como si tratara de excusarse o de frenar al otro, ¡y no tenía la menor intención de hacerlo, para nada! Trataba de decirle a Halley que podía estar confundido en sus sentimientos por falta de tiempo e información, y que, en cualquier caso, lo más coherente que cabía hacer era vivir el momento sin torturarse. Por un lado eso caía por su propio peso de lo sensato que era... por otro sonaba horrible, porque equivalía a decir que todo era tal vez un espejismo, que Halley se estaba engañando a sí mismo y nada podía ser tomado como verdadero.
Samiq no pensaba eso. No quería decir eso. Él también sentía. Pero después de haber formulado aquellas frases, ¿cómo arreglarlo para que no resultara demoledor? Mierda, Halley estaba muy sensible y acababa de arrancar palabras de sus mismísimas profundidades porque confiaba en él... Samiq se pregunto cómo iba a interpretar y a tomarse lo que acababa de decir.
Halley no contestó. Tal y como el Dorado había intuido, se lo había tomado mal, ciertamente mal. No se sentía atacado pero sí humillado (y no de manera placentera), aunque sabía que Samiq no había dicho aquello con mala leche. Lo peor para él fue que aquellas palabras le sonaron huecas, como si de un plumazo Gato le quitara importancia a todo. En ese preciso momento sintió vértigo, literalmente, porque se dio cuenta de que, en efecto, sentía...
Ni él mismo sabía cómo había llegado a instaurarse ese sentimiento en él a pesar de todo: a pesar del poco tiempo de conocerse, a pesar de Kido y de su recuerdo tan presente. Tal vez desde fuera pudiera parecer estúpido, enfermizo o irracional... pero, ni las emociones eran más puras por ser irracionales, ni tampoco era que el sentimiento de Halley no tuviera su propia lógica.
—Tienes razón—se obligó a responder. No, ni de coña exteriorizaría su enfado; Samiq no tenía la culpa de que él sintiera de más. Y, por otra parte, le venía estupendo sufrir, porque entendía que se lo merecía—Todo está yendo muy deprisa. Es culpa mía.
—No hay culpables, cariño. Sólo no te tortures...
—Tienes razón—repitió Halley en un susurro pétreo—tienes razón.
Samiq suspiró desalentado. No era que quisiera tener razón precisamente.
—Oye Halley. Yo no quería decir...
—No te preocupes, lo he entendido—le cortó el profesor—¿Te importa... te importaría quedarte a dormir conmigo? Sólo si no te viene mal... es por si el dolor vuelve.
Sentía la necesidad de excusarse a cada rato ahora, pero en realidad temía de verdad que regresara el dolor. Le asustaba pensar en una nueva crisis tras el polvazo que acababa de pegar; se sentía demasiado débil, incluso mareado en los últimos minutos.
—No me viene mal, amor, claro que no. Me quedo encantado.
—Gracias.
Halley no quería pensar en que Gato había dicho que sí por compromiso, pero, desde luego, esa era una posibilidad.
—No hay de qué.
—Escucha... si te vas a ir y estoy dormido, despiértame para que al menos pueda despedirme. No te vayas mientras duermo, por favor, Gato.
Poco después de hacerle prometer a Samiq que no se iría sin despertarle, apagaron las luces y el profesor se sumió en una espiral febril de sueños.
Al despertar recordaría, en especial, uno de esos sueños entre la pálida y confusa maraña de retales que conformaban todos los demás. En aquel sueño caminaba descalzo por un paraje estéril, una especie de páramo que era tierra de hueso bajo sus pies, salpicada de vez en cuando por algún árbol muerto. Las ramas de estos árboles se extendían y retorcían hacia arriba, arañando el cielo sin estrellas como siniestras manos calcinadas. No había atisbo de vida allí salvo él mismo, en soledad. Escuchó el silbido del viento rizarse en sus oídos; se abrazó a sí mismo y entonces se dio cuenta de que estaba desnudo.
—¿Dónde estás?—escuchó su propia voz preguntando. Tenía la sensación de que iba a explotarle el pecho, y la certeza de que algo horrible estaba a punto de pasar—Por favor, ¿dónde estás?
Podía sentirle, pero no podía verle. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Sintió la necesidad de gritar, pero cuando abrió la boca no fue capaz de dejar salir sonido alguno.
"Kido".
—Estoy aquí, profesor. Estoy atrapado.
Halley intentó moverse hacia el lugar de donde le parecía que procedía aquella voz inconfundible. Trató de correr, pero comprobó con horror que sus pies eran dos bloques de cieno húmedo y pesado.
"¡Kido! ¡ya voy!" sólo podía pensar mientras trataba por todos los medios de dar un paso, porque, de nuevo, aunque sus labios se movían y el aire circulaba por su garganta, era incapaz de articular palabra. Cayó hacia delante y la imagen del paisaje ante sus ojos se diluyó, se emborronó en un oleaje jaspeado de grises.
"Kido..."
Lloraba a mares sobre la tierra agrietada. Se le partía el corazón.
—Por favor, sácame de aquí...—la voz de Kido se había tensado por la angustia—por favor...
"Lo intento, LO INTENTO" gritaba Halley en total silencio, arrastrándose sobre las rodillas y tratando de mover los lastrados pies "No puedo. NO PUEDO."
Despertó bruscamente cuando sintió que le faltaba el aire. Se incorporó empapado en sudor, soltando un grito inmediato por la descarga de dolor al hacerlo.
—¿Halley?—como no podía ser de otra manera, Gato se había despertado también, alertado por el grito y por el movimiento del otro que fue como un seísmo sobre el colchón—Halley, Halley... ¿qué pasa? ¿Qué pasa...?
El aludido se giró hacia su interlocutor con el corazón desbocado, sin llegar a poder enfocarle aun. Todavía veía ante sus ojos jirones de niebla plateada, y seguía escuchando en su cabeza el eco de la voz de Kido pidiendo ayuda.
"Sácame de aquí", "estoy atrapado". ¿Atrapado dónde? ¿Sacarle de dónde? Halley trató de controlar la acelerada respiración y se llevó la mano a la tensa garganta. Mierda, ni siquiera podía alcanzar a Kido en sueños, se dijo amargamente. Ni siquiera había podido verle ni abrazarle en un sueño. No pudo responder a Samiq.
—Halley, cariño...—el chillido de Balle había despertado al Dorado en plena fase REM y, sin embargo, éste volvía a ubicarse en el estado de vigilia rápidamente—¿Tuviste una pesadilla?
El sumiso logró asentir entre jadeos. Estaba cabreado consigo mismo por no arrancar a hablar, por mostrar tanta debilidad a medida que iba siendo consciente de la presencia de Samiq junto a él, y eso le bloqueaba aún más. Estaba cabreado también con su propia mente por haber generado ese sueño de mierda... y por hacerlo tan real.
—Vaya...—Samiq rodeó con un brazo los hombros rígidos de Halley, dándose cuenta de que a éste le estaban dando escalofríos—ha tenido que ser un sueño muy malo...
Podía llamársele "muy malo", sí. Había sido angustioso, esa era la palabra que más se acercaba a la verdad de Halley. Nada de demonios o payasos deformes persiguiéndole con ametralladoras; nada de sangre, pero había sido angustioso igualmente.
El profesor se dejó abrazar y se reclinó contra el pecho del Dorado. Acertó a ser éste el único lugar donde pudo respirar, relajarse un poco y comenzar a volver en sí. Asintió de nuevo, sintiéndose estúpido al hacerlo y deseando desaparecer.
—¿Por qué no me lo cuentas?—murmuró Gato, estrechándole contra sí—Halley... ¿qué es lo que te ahoga?
Y entonces, aquella pregunta tuvo el poder de una llave maestra. Halley no supo cómo, pero de pronto se vio a sí mismo hablándole a Samiq. Igual que si un dique se hubiera desplomado, su psique se desbordaba a través de las palabras en la oscuridad del dormitorio para articular aquella parte tan dolorosa de su propia historia.
Le contó a Gato cómo Argen - a quien él había conocido por el nombre de Sagan, en los foros de divulgación científica y en las aulas virtuales- había sido la razón de su separación, porque en cierto momento creyó amarle. Sagan y él habían tardado en conocerse personalmente; cuando por fin se vieron, ya estaban enredados el uno al otro gracias a las interminables conversaciones a distancia que habían mantenido por correo electrónico y chat.
Halley le contó a Samiq cómo, ese día que se vieron por primera vez, descubrió una gran particularidad física en Argen. El Dorado asintió como si supiera perfectamente a qué se refería. Al profesor no le había importado lo más mínimo esto, sin embargo; al contrario, de alguna manera le tranquilizó. Era más joven entonces, le dijo a Samiq.
Un día, tras meses de contacto diario, Argen simplemente desapareció de su vida sin dejar rastro. Le bloqueó de los sitios donde estaban en contacto, cambió el número de teléfono y dejó de hablarle sin dar ninguna razón. No que Halley hubiera querido atarle -aunque en parte tal vez quiso hacerlo-, ni que se sintiera como si Sagan le hubiera dejado tirado -aunque en parte así lo sintió-; lo que más dolió fue la rotura brusca y total, la ausencia de golpe y porrazo sin dejar la menor señal. Llegó a preguntarse si Sagan habría muerto, hasta el día en que se cruzó con un nuevo texto que el cabrón acababa de publicar junto a otros autores en una revista de ciencias y descubrimientos.
Al tropezar con aquello se indignó. Entendía que Sagan ya no quisiera saber nada más de él; sus razones tendría, pero, desde luego, no había necesidad de tanta pantomima como se había montado entonces. ¿Por qué decir cosas estúpidas y bonitas si luego iba a largarse sin más? ¿se había tratado todo de algún tipo de juego maquiavélico y cruel? ¿Realmente creía que Halley merecía eso, no recibir ni tan siquiera un "lo siento, no voy a volver, fue un placer conocerte"?
Halley sabía que Sagan era muy "sexual"... pero también, la verdad, era bastante más romántico que él mismo. Durante el tiempo que estuvieron "juntos", era Sagan quien daba la sensación de querer retenerle a él... considerando lo que luego hizo, podía haberse ahorrado todo eso.
No era que Halley no fuera abierto de mente -ni que tuviera problemas con las personas homosexuales o bisexuales-, pero le había costado en su día pensar que deseaba a otro tío. Una vez lo hubo aceptado -¡antes incluso de llegar a ver a Sagan en persona!-, sin embargo, se había tirado a la piscina de cabeza sin dudarlo. Hacia Sagan sentía entonces algo nuevo, diferente a todo cuanto había experimentado antes; una admiración que casi rayaba en idealizar y venerar al otro, y desembocaba finalmente en deseo. Tal vez eso contribuyó a hacer todo más duro cuando, tiempo después, Sagan desapareció. Había sido, en conjunto, algo así como la caída de un ídolo.
Samiq escuchaba a Halley sin pestañear, reteniéndole aun entre sus brazos. A ratos tenía la sensación de que éste le hablaba de otra persona y no de Argen, aunque a la vez le cuadraba el puzzle que componía el profesor al relatar todo aquello. Él conoció a Argen en Zugaar como respetado Amo que ya poseía un esclavo -Simut-, pero, poco a poco, al vivir bajo el mismo techo, se había ido dando cuenta de cuán inseguro era. Inseguro y sensible, casi como el cristal. El Amo era sereno pero frágil... y relativamente fácil de desequilibrar. Tanto Samiq como Simut sabían que necesitaba ser tratado con extrema delicadeza, sobre todo en lo referente a las emociones.
Volviendo a Halley, si uno pensaba todo esto desde una perspectiva racional, estaba claro que un desengaño amoroso no le dejaba a uno inutilizado para la vida. Ja. A Halley le hubiera gustado decirle a Samiq lo que normalmente se decía a sí mismo entonces, cuando Sagan le dejó: "mi vida es demasiado ocupada, está demasiado llena de cosas como para detenerme a ponerme triste por esto". Le hubiera gustado aparentar que tenía el corazón blindado y curado de espanto, pero no pudo hacerlo. Tal vez el relajante muscular, el dolor mismo, el polvo que acababa de pegar con Samiq influyeron para soltarle la lengua de aquel modo, pero el caso es que no pudo contenerse.
—Y cuando más jodido estaba... cuando de pronto todo, absolutamente todo menos mi hijo se había vuelto una mierda... entonces conocí a Kido.
Era cierto que su hijo había sido el único punto de luz en la cada vez más agobiante oscuridad de aquellos días. Pero hasta la relación con él había empezado a flaquear. El niño era muy pequeño para tanta distancia física; Halley había temido que sencillamente se olvidase de él, o que le reconociera como a un tío o primo lejano a quien sólo veía de vez en cuando. Aquel sufrimiento poco a poco fue desbancando, por fortuna o desgracia, al "desengaño amoroso" con Sagan.
De todo esto le habló Halley a Samiq, y también de la felicidad que vino después de la mano de aquel cuya compañía y cuya presencia le fueron arrebatadas sin previo aviso posteriormente. Sin contención alguna, le habló de cómo era Kido, de cómo le había conocido y de cómo le había perdido, sin ni siquiera poder despedirse de él. Le habló de Taylor, y del psiquiátrico donde se encontraba ahora. Le habló un poco de Inti también, porque era el hermano mayor de Kido.
Samiq por su parte iba juntando piezas tan rápido como podía. Él mismo se había preguntado cuál había sido exactamente la relación entre el Amo y Halley, y también por qué aquel había contactado a este después de tanto tiempo. Para lo segundo seguía sin tener respuesta, sin embargo; eso era algo que ni el propio Halley sabía.
Cuando el sumiso le contó aquella parte de la espantada, entendió por qué había creído ver un deje de desprecio en las escasas ocasiones en las que éste se había referido a Argen. No dijo nada, por supuesto... pero, conociendo al Amo, Gato no se extrañaba de que hubiera huído. Le parecía altamente probable que lo que Argen hubiera hecho fuera precisamente eso: huir, pero se abstuvo de compartir esta apreciación basada en lo que conocía de él. No quería por nada del mundo dejar en mal lugar a Argen, y eso sería lo que haría (inevitablemente) si abría la boca, ya que hasta sacar la cara por él y excusarle resultaría patético y carente de sentido. Para Halley, lo que Argen había hecho era indefendible, y Samiq le entendía.
De todas maneras, el Dorado también se hacía cargo de que lo que ocurrió entre Argen y Halley era agua pasada. El profesor estaba mucho más jodido por la pérdida de ese alumno suyo a quien conoció después; era a partir de ahí cuando no había levantado cabeza, según sus propias palabras.
Ahora Samiq entendía muchas cosas. La fijación de Halley por hacerse daño (o por que le hicieran daño), la culpa, el mecanismo contra-fóbico de defensa que se traducía en excitación sexual. Halley no soportaba mirarse al espejo; desde que Kido se fue, no soportaba su maldita vida, no soportaba más dolor, ¿qué mejor remedio que colocar placer en aquel dolor insoportable? ¿Qué era más real que llevar todo eso al cuerpo, donde las heridas eran visibles y el dolor cuantificable? Tal vez esa era la única manera de no volverse loco. Los caminos de la inteligencia humana inconsciente para encontrar soluciones resultaban sorprendentes.
Samiq no era psicólogo, pero sí intuitivo. Él mismo había hecho una terapia bastante larga durante su estancia en Zugaar, de la mano de un analista que también había tratado a Argen durante un tiempo. Conocía las visicitudes de sus propios caminos y la complejidad de su propio pensamiento, y, de alguna forma, eso le ayudaba a "ver" mejor a Halley ahora.
Le veía, sí. Podía entenderle y hasta ponerse en su lugar, pero no tenía ni idea de cómo ayudarle a sentirse mejor.
—Estoy a tu lado, Halley...—Tal vez eso no sirviera de mucho consuelo al profesor, y menos en aquel momento. Pero era lo único que Samiq sintió que podía decirle.
—He tratado de darme tiempo...—musitó el profesor—lo he intentado todo. Pero no puedo... no puedo más.
Samiq contuvo la respiración. Le partía en dos verle así, sin carcasa, tan vulnerable y roto.
—Amor, datelo. Date tiempo de verdad. No intentes forzarte a no sentir nada...—suspiró. Por propia experiencia sabía que negar un sentimiento era un callejón sin salida, o al menos lo había sido para él—ya sé que duele mucho pero, mientras te levantas, apóyate en mí si tú quieres.
No sabía muy bien por qué le decía esto a Halley ("toma apoyo en mí"). Se sentía como una especie de compromiso elegido, adquirido desde la libertad, porque, al fin y al cabo, ser un apoyo era justo lo que a Samiq le encantaría ser. Un apoyo activo, no una muleta que asumiera una cojera permanente; ser testigo de cómo Halley se recuperaba, de cómo crecía hacia la felicidad, y tener el privilegio de participar en el proceso. Para empezar quería hacerlo como amigo, pero, sobrepasando la amistad ¿no era eso algo que sentía un Amo, entre tantas muchas cosas? Para Samiq, las relaciones asimétricas de roles y cesión de control iban más allá de la cama -mucho más allá-, quizá por eso su mente saltó a pensar en estos términos al decir aquello.
Si Halley hubiera estado en sus cabales en ese momento, quizá se hubiera reído desde fuera de su armadura ante aquel "apóyate en mí". Pero, para bien o para mal, distaba mucho de estarlo. Sólo permaneció abrazado a Samiq sin decir ni que sí ni que no, la mejilla reclinada contra el latido de su corazón. Sentía el vaivén acompasado de la respiración ajena y la suavidad de su piel; se empapaba de su olor, y, sencillamente, por primera vez no deseaba nada más. Después de desahogarse y vaciarse de aquella forma, por primera vez no necesitaba más que lo que sentía en aquel instante.
—Samiq, te quiero. No quiero agobiarte—el miedo dio un coletazo de gracia y Halley cerró los ojos. Ya no iba a luchar más.
El Dorado sonrió. Una parte de él no podía -o no quería- creerse que Halley le "quisiera"... ¡ni siquiera se conocían! Probablemente Halley simplemente estaba muy jodido, muy solo... seguro que eso confundía. Pero, si tan claro veía Samiq todo a ese respecto, ¿por qué se sentía un cabrón al dudar de las palabras del sumiso, sin embargo? ¿Qué sentía él? A ratos le quería, sí.
—Tranquilo. Intenta descansar.
Le llamaban Gato no sólo porque era ágil, sino porque era de naturaleza independiente y, según Argen, "amaba sin invadir". Era cierto que Samiq no tenía deseos de retener a Argen... pero con Halley eso era diferente. Él mismo se rebelaba contra aquel deseo de pertenencia, asustado de antemano con todo lo que -según su propio eje de coherencia- implicaría. Por eso dijo aquella frase comodín, y no porque no sintiera nada.
—Lo siento. Vaya noche te estoy dando...—murmuró Halley con los ojos cerrados.
—Shh... no digas eso. Como amigo, es un honor que confíes en mí.
Le hubiera dicho que quería estar con él para protegerle de sí mismo mientras fuera necesario y para cuidarle. Tal vez si le hubiera explicado que eso era lo que esencialmente significaba para él ser "un apoyo", Halley no se hubiera sentido tan mal. Pero el tejido de estos sentimientos era tan delicado que ni siquiera el propio Samiq se atrevió a tocarlo. Y por otra parte estaba terriblemente confundido, no tanto de cara a su rol de sumiso, sino respecto a lo que sentía realmente hacia Argen. Se daba cuenta de que entre aquel maremagnum de dudas no le echaba de menos, y eso le alarmó.
A Halley le hubiera gustado escuchar otra palabra que no fuera "amigo". No necesariamente la palabra "Amo", pero "amigo" no. Resultaba estúpido. La amistad tenía demasiado valor para ser desdeñada y el profesor lo sabía, así que se mordió la lengua y simplemente musitó un "gracias" a media voz contra el pecho de Samiq.
—Intenta dormir un poco—murmuró éste, acariciándole la cabeza y revolviéndole el cabello suavemente—No me marcharé sin que nos despidamos, te lo prometo.
Los hombros del sumiso temblaron y éste se movió levemente sobre los muslos ajenos, sin querer liberar al otro aun fuera de su cuerpo.
—Amo...—musitó, abrazándose a él—por favor... por favor, no te enfades si te llamo Amo, por favor...
Por un momento pareció que el profesor iba a romper a llorar, escondiendo el rostro en el cuello de Samiq. Lo cual no hubiera sido ilógico del todo, teniendo en cuenta el bajón de adrenalina tras lo que acababa de ocurrir... eso sin mencionar el efecto del relajante muscular, y la fatiga mental de haber aguantado un dolor sostenido durante mucho tiempo.
Samiq suspiró. Tenía el alma en carne viva, y la sensación de que los muros se habían derrumbado, de que no existía ningún tipo de barrera entre Halley y él en aquel momento. Y eso se sentía increíble, al menos hasta que los muros volvieran a levantarse. Estaban solo los dos allí, abrazados y desnudos, formando una isla de piel contra piel sobre aquel sillón de orejas. No había secretos en ese instante y pocas palabras cruzaban el aire, lo que dotaba a aquel susurro en su oído -"Amo"- de especial sonoridad.
Agachó la cabeza para sellar el abrazo, colocando la barbilla sobre el hombro de Halley.
—No me enfado, cariño. Tranquilo—murmuró.
El sumiso rió para descargar tensión.
—G-gracias...—balbuceó— solo esta noche... por favor.
—¿Sólo esta noche?
Halley sorbió por la nariz y abrazó a Samiq con más fuerza contra su cuerpo.
—Sí...—respondió en un hilo de voz—por favor, déjame ser tuyo sólo por esta noche. Te prometo que no volveré a pedirtelo nunca más.
Al Dorado le pareció que el sumiso sollozaba, y se le hizo un nudo en la garganta.
—Tesoro, mi amor, no llores... —no controlaba realmente las palabras que usaba para dirigirse al otro. Sencillamente sentía que iba a explotar si cerraba la boca y dejaba que todo lo que sentía se vertiera hacia dentro. De pronto no supo si podría soportar el silencio aunque tampoco sabía qué decir—puedes pedirme lo que quieras, siempre...
Le había temblado la voz al decir aquello. Sintió una contracción en su miembro -que aun estaba dentro de Halley- y se mordió el labio para no gemir. Él no se hallaba bajo los efectos de ninguna medicación, ¿por qué diablos estaba tan sensible?
—Amo, no sé lo que digo...—ni el mismo Halley sabía si reía, lloraba o hacía ambas cosas a la vez—lo siento mucho... lo siento por ser así...
—Shhh, cariño. No te disculpes. Todo está bien.
—¿Sí? ¿De verdad?
—Sí.
—...¿Todo está bien?
Samiq giró la cara lo justo para depositar un suave beso en el cuello de Halley.
—Sí, amor—musitó en su piel, al tiempo que comenzaba a mecerle muy suavemente entre sus brazos, acunándole contra su cuerpo—Todo está bien.
Samiq no supo cuánto tiempo permanecieron abrazados así en la penumbra del salón. Un calambre muscular le sacó de la dulce ensoñación en la que estaba sumido; si no hubiera sido por eso, ni se hubiera movido ni hubiera alentado a Halley a hacerlo.
—Halley, ¿te puedes levantar?
Por un momento pensó que tal vez el profesor se habría dormido, pero éste no tardó en responder.
—No lo sé...
Vaya. Pobrecillo.
—¿Tienes dolor ahora...?
—No lo sé—fue de nuevo la respuesta.
—Bueno...—resolvió Samiq—deja que te ayude.
Colocó ambas manos sobre las respectivas nalgas de Halley y empujó un poco hacia arriba para poder salir de él. Su miembro, ya flácido, se deslizó sin problemas fuera de aquel culo que con tanto ahinco había sido dado de sí momentos antes. El profesor soltó un pequeño gemido y se removió sobre las piernas ajenas a modo de protesta; sabía perfectamente que aquel momento tenía que llegar, que Samiq terminaría saliendo de su cuerpo, y sin embargo él... él quería seguir sintiéndole dentro, toda la maldita noche. Tal vez no volviera a sentirle nunca, se dijo, pues, por culpa de su diarrea verbal, Samiq quizá no quisiera volver a verle más. Sabía que el Dorado era lo bastante leal para no dejarle tirado ahora, pero eso no quería decir que no estuviera agobiado.
—Me está saliendo esperma del culo—masculló entre dientes sin pensar.
Por algún motivo, a Samiq le dio la risa.
—Ah, mierda. Espera...—se quitó la camiseta lo más rápido que pudo y presionó con ella entre las nalgas del sumiso—no queremos pringar el sillón... ya está.
—¿Qué puta guarrada estás haciendo? Que le den al sillón.
—Vaya, vaya. Muy poco respeto muestras para ser un perro...—Samiq dijo esto sonriendo tras limpiar a Halley, como si fuera algo obvio y sin darle una inflexión especial—venga, hazte a un lado que me voy a levantar. Con cuidado.
—Lo siento...
Halley se apartó lo bastante para que Gato pudiera salir de debajo de él. Samiq se levantó sin problemas, aunque todos los huesos de su cuerpo crujieron cuando lo hizo.
—Lo decía de broma, corazón—No, no iba con la idea de llamarle la atención por mucho que pareciese que Halley no se aclaraba—espera, no te muevas aún.
Temía que el sumiso se hubiera quedado frío en aquella posición. Más pronto que tarde, el pelotazo de medicación se iría atenuando y entonces el cuerpo comenzaría a dolerle de nuevo a Halley, tal vez incluso más que antes a causa del esfuerzo realizado.
Situándose en pie a su lado, se subió los pantalones y se inclinó hacia él para sostenerle al tiempo que trataba de darle calor con su cuerpo. No sabía si sería capaz de cargarle en brazos hasta la cama, pero bueno, si el otro no podía andar, intentaría por lo menos remolcarle.
—¿Sabes, Gato? esta mañana fui a ver a una... conocida.
—¿Sí? bueno. Ahora me lo cuentas. ¿Puedes levantarte?
El profesor respiró hondo y se giró parcialmente hacia Samiq para que éste le pudiera sostener.
—No lo sé... dame un momento.
Samiq era delgado, pero también nervudo. No estaba "cachas" ni mucho menos, pero tenía suficiente fuerza como para tirar de Halley hacia arriba y hacia su propio cuerpo, logrando hacerle de soporte para que éste se pusiera poco a poco en pie.
—¿Te duele mucho?—inquirió, al escuchar que el sumiso se quejaba.
—Un poco—jadeó éste—pero es soportable.
Se las apañaron para caminar juntos hasta el cuarto, Samiq dirigiendo la marcha y Halley apoyándose en él. Pareció que tardaron eones en llegar al dormitorio al final del pasillo, ya que el sumiso se veía obligado a caminar muy despacio.
Una vez le indicó a Samiq cuál era la puerta de su habitación, le llegó al sufrido profesor el momento de dejarse hacer durante el resto del tiempo que permanecerían juntos. No tenía tanto dolor como cuando llegó a su casa del viaje en coche, pero estaba cansado, y confiaba en Samiq lo bastante para desear soltar definitivamente el control.
Escuchó cómo el Dorado empujaba la puerta entreabierta con el pie y sintió cómo le remolcaba hacia dentro de la habitación a oscuras.
—El interruptor de la luz está junto a la puerta—fue lo último que le dijo antes de poner el automático y dejarse conducir (casi arrastrar) mansamente hasta la cama.
Bajo la luz anaranjada de una lámpara con forma de bujía antigua colgando del techo, Samiq avanzó con Balle sorteando como pudo el desorden de la habitación. Había mil trastos desperdigados por el suelo; algunos de ellos tal vez inexplicables, como un viejo teléfono de color rojo guinda, cuyo cable en espiral se enredaba en un lecho de pelusas y revistas científicas cubiertas de polvo. O la manta azul bebé, de aspecto raído y tamaño mínimo, que yacía extendida entre tinteros y otros cachibaches. Salpicados en aquel caos había también lo que al Dorado se le antojaron objetos "mágicos": puzzles de diversos materiales en tres dimensiones, algunos de ellos resueltos y otros a medio hacer; poliedros de madera, piezas de diferentes formas y tamaños, golpeadores, mecanos, bolas de cristal con juegos de burbujas en su interior... Un poster de gran tamaño en el que se veía una cola de ballena estaba roto por la mitad y pegado con celo, también en el suelo, junto a un tablón de corcho empapelado de recortes de periódico y fotografías de galaxias.
—Entonces fuiste a ver a una amiga hoy...—dijo en voz baja mientras ayudaba a Halley a tumbarse en la cama.
—No...—el profesor contrajo el rostro en un gesto de dolor. Pasar de la bipedestación a la posición sentada le costó bastante. Echarse de lado fue más sencillo—no dije eso.
No sabría si podía llamar "amiga" a Taylor. Probablemente no, pero, aunque tenía razones para no hacerlo, le resultó miserable puntualizar aquello. No era que tuviera malos sentimientos hacia ella; de hecho, llegaba a sentir empatía y compasión... pero no, definitivamente se resistía en su fuero interno a llamar a Agnes "amiga".
—¿Un familiar, entonces?—inquirió Gato, sentándose junto a Halley al borde del colchón.
—No, tampoco. Bueno, da igual. Fui a...—Halley tragó saliva. Las palabras le salían a trompicones, y no tenía ni idea de cómo explicarse sin pillarse los dedos suministrando demasiada información. Peligrosamente, sin embargo, se daba cuenta de que eso último comenzaba a darle igual... Tal vez aun continuaba mentalmente desinhibido—Esa persona... está enferma—concluyó.
Samiq estiró el brazo para tirar del edredón hecho un lío y arropar con él a Halley.
—Vaya, qué mal. Entonces... ¿has ido al hospital?
Se dijo que tal vez por eso al sumiso le estaba costando tanto decirlo. Y se daba cuenta de que, por otro lado, a Halley le urgía hablar de aquello.
El profesor asintió con los ojos cerrados, acomodándose bajo el fresco tejido del edredón que no tardaría en calentarse.
—Sí. A uno mental—respondió con relativa naturalidad.
—Oh. Vaya. Una clínica de salud mental.
Un jodido manicomio, eso era aquel lugar según Halley.
—Algo así. Siempre... siempre que voy allí... regreso jodido.
Era la primera vez que Halley verbalizaba aquello. Samiq se inclinó sobre él para rodearle con los brazos suavemente, atrayéndole hacia su cadera.
—Te pones nervioso cuando vas allí...—murmuró contra el cuello del profesor—¿te refieres a eso?
—Sí, Amo. Mucho.
El Dorado dejó que el rostro de Halley descansara sobre su regazo y continuó acunandole contra su cuerpo. Evidentemente, se había dado perfecta cuenta de cómo el profesor acababa de dirigirse a él de forma aparentemente espontánea, pero no hizo ademán de corregirle. Parecía como si Halley perdiera la lucidez en ese aspecto a intervalos, de pronto bajando a sus pies por razones desconocidas para luego volver a colocarse al nivel de amigo o igual. Samiq no sabía si Halley tenía un cacao mental donde le era imposible a él mismo meter mano, o si estaba jugando con él, pero, incluso si acaso era lo segundo, tampoco le causaba ansiedad cuando lo pensaba. Al fin y al cabo, él mismo era un traidor... se merecía que jugaran con él, si ese era el caso.
—¿Por algo en especial...?
No le corrigió porque también se daba cuenta de que estaba un poco harto de formalismos. Y sobre todo porque, si había sentimientos de cierto tipo, le parecía que daba exactamente igual cómo le llamase Halley. Samiq era un esclavo de protocolo que se había formado tras los rígidos muros de Zugaar; sabía perfectamente lo importante que era el protocolo para algunos y algunas, pero, en lo que respectaba a él, ese tema había terminado por cansarle. Porque, sí, Samiq sabía también cómo se sentía el deseo de llamar "Amo" o "Ama" a otra persona... de modo que sabía, en consecuencia, qué era lo que realmente era auténtico e importante, al menos para él. Estaba claro que la palabra "Amo", el usteo y toda la batería de protocolo asociado existían por algo, pero, si era cierto que él era ambivalente, no necesitaba que un sumiso le tratara en esos términos.
No; definitivamente, para su suerte o desgracia, Halley era un libro abierto en su anfractuosa necesidad, le llamase como le llamase. Adorable niño desequilibrado.
—Por todo—respondía el profesor sin abrir los ojos—Todo allí... me pone enfermo.
—Siento que lo hayas pasado tan mal...
El profesor se estremeció y tomó una profunda bocanada de aire. Exhaló y se lamió los labios, encontrando su boca salada y seca.
—Es un lugar que parece perfecto desde fuera, pero todo es un engaño. Las plantas son artificiales, y las personas parecen fantasmas—murmuró, dándose cuenta de que el dique que contenía sus impresiones al respecto se tambaleaba. Al cuerno, qué más daba si se iba a la mierda y le contaba todo a Samiq... no sólo lo que había sentido aquel día, sino en todas las visitas anteriores—No importa lo mucho que limpien porque el aire apesta a mierda, y la comida también. Sirven unas acelgas que parece que han sido vomitadas treinta veces...
Se detuvo para volver a tomar aire. Era fatigoso hablar, y seguía arrastrando las palabras, pero necesitaba hacerlo.
—El moho está en las paredes, está en el alma de los que llevan mucho tiempo. Es una especie de substancia aislante que les envuelve. Les cambia la mirada, transformando la enfermedad en muerte.
Todos los pacientes están mezclados—añadió tras una brevísima pausa, sin darse cuenta de que el tono de su voz se endurecía—solo separados de acuerdo a su sexo, pero mezclados. Los esquizofrénicos con los deprimidos, con los anoréxicos, con los ancianos que han perdido la cabeza, con los alcohólicos, con los paranoicos. Agresivos, pacíficos, inertes, catatónicos... todos mezclados. Algunos gritan y ríen sin parar, otros no dicen ni una palabra. Pero da lo mismo, porque a los pacientes no les permiten acercarse los unos a los otros, ni mucho menos tocarse la mano o abrazarse, como si hubiera riesgo a intimar más de lo necesario—Eso lo sabía por Taylor, claro. Igual que el resto de cosas que dijo a continuación—Tampoco les permiten tener lápices para escribir, ni cualquier otro objeto potencialmente punzante... ni siquiera pueden expresarse de ese modo—añadió, la frustración creciente aleteando en su voz— Eso también da igual, porque la persona que conozco no puede centrar la vista a causa de la dosis diaria de pastillas que toma, y ya no es capaz de escribir, ni siquiera de seguir un maldito anuncio en la televisión.
El profesor enmudeció bruscamente, dándose cuenta de pronto de todo lo que había soltado por la boca. Inspiró de nuevo, exhaló y reprimió una náusea.
—Halley. Amor...
Samiq no sabía que decir. Ni tampoco era que quisiera decir nada, aunque le encantaría tener una llave mágica de palabras que pudiera hacer sentir algo mejor al profesor. Él se había formado como cuidador de personas sanas y enfermas en Zugaar, pero el tema de la salud mental le era un tanto ajeno, y en aquel momento tuvo miedo de meter la pata diciendo algo indebido por pura torpeza.
—Lo siento...—musitó el profesor—Lo siento. Puedes... ¿puedes echarte conmigo, por favor? No volveré a llamarte Amo, lo juro.
Le necesitaba cerca bajo las sábanas, de nuevo piel con piel, por eso le había pedido aquello a Samiq. No le hizo falta insistir; inmediatamente, Gato se deslizó bajo los cobertores para abrazarle cuerpo a cuerpo.
—¿Tienes frío...?—murmuró.
Halley se acurrucó contra él.
—Sí—admitió—Lo siento...
—No te disculpes más, amor. Y no te rayes... por lo de llamarme Amo. Da igual cómo me llames... eso da lo mismo.
—Oh no, claro que no da igual—el profesor jadeó—esa palabra tiene mucho poder.
Se refería a la palabra "Amo", claro. Samiq sonrió levemente y se permitió darle a Halley un breve achuchón.
—Lo tiene, sí. Pero lo tiene por lo que sientes tú al decirla y al pensar en ella.
—Exacto.
—Si no la dices, sigues sintiendolo igual. Si la reprimes sigues sintiéndola igual, esa palabra. Y todo lo que implica.
El profesor no respondió. Lo que había dicho Samiq era cierto: el deseo real de querer pertenecer -una fantasía que iba más allá del sexo, como casi todas las fantasías "sexuales" que arrastran, mueven y a veces martirizan al ser humano-, estaba allí. No desaparecería por reprimir una palabra; no desaparecería así como así, por mucho que uno (u otro) le diera la espalda. Se preguntó cómo sentía aquello Samiq por su parte, qué deseaba él, pero no reunió el valor para preguntar.
—No te rayes ni te sientas mal, ni te comas la cabeza...—continuó el Dorado—nos estamos conociendo, Halley. En realidad, nos conocemos desde hace muy poco y... es intenso... pero aun no sabes mucho de mí, ¿te das cuenta de eso?
Gato se mordió el labio inferior. Aquel discurso le sonó penoso de repente, como si tratara de excusarse o de frenar al otro, ¡y no tenía la menor intención de hacerlo, para nada! Trataba de decirle a Halley que podía estar confundido en sus sentimientos por falta de tiempo e información, y que, en cualquier caso, lo más coherente que cabía hacer era vivir el momento sin torturarse. Por un lado eso caía por su propio peso de lo sensato que era... por otro sonaba horrible, porque equivalía a decir que todo era tal vez un espejismo, que Halley se estaba engañando a sí mismo y nada podía ser tomado como verdadero.
Samiq no pensaba eso. No quería decir eso. Él también sentía. Pero después de haber formulado aquellas frases, ¿cómo arreglarlo para que no resultara demoledor? Mierda, Halley estaba muy sensible y acababa de arrancar palabras de sus mismísimas profundidades porque confiaba en él... Samiq se pregunto cómo iba a interpretar y a tomarse lo que acababa de decir.
Halley no contestó. Tal y como el Dorado había intuido, se lo había tomado mal, ciertamente mal. No se sentía atacado pero sí humillado (y no de manera placentera), aunque sabía que Samiq no había dicho aquello con mala leche. Lo peor para él fue que aquellas palabras le sonaron huecas, como si de un plumazo Gato le quitara importancia a todo. En ese preciso momento sintió vértigo, literalmente, porque se dio cuenta de que, en efecto, sentía...
Ni él mismo sabía cómo había llegado a instaurarse ese sentimiento en él a pesar de todo: a pesar del poco tiempo de conocerse, a pesar de Kido y de su recuerdo tan presente. Tal vez desde fuera pudiera parecer estúpido, enfermizo o irracional... pero, ni las emociones eran más puras por ser irracionales, ni tampoco era que el sentimiento de Halley no tuviera su propia lógica.
—Tienes razón—se obligó a responder. No, ni de coña exteriorizaría su enfado; Samiq no tenía la culpa de que él sintiera de más. Y, por otra parte, le venía estupendo sufrir, porque entendía que se lo merecía—Todo está yendo muy deprisa. Es culpa mía.
—No hay culpables, cariño. Sólo no te tortures...
—Tienes razón—repitió Halley en un susurro pétreo—tienes razón.
Samiq suspiró desalentado. No era que quisiera tener razón precisamente.
—Oye Halley. Yo no quería decir...
—No te preocupes, lo he entendido—le cortó el profesor—¿Te importa... te importaría quedarte a dormir conmigo? Sólo si no te viene mal... es por si el dolor vuelve.
Sentía la necesidad de excusarse a cada rato ahora, pero en realidad temía de verdad que regresara el dolor. Le asustaba pensar en una nueva crisis tras el polvazo que acababa de pegar; se sentía demasiado débil, incluso mareado en los últimos minutos.
—No me viene mal, amor, claro que no. Me quedo encantado.
—Gracias.
Halley no quería pensar en que Gato había dicho que sí por compromiso, pero, desde luego, esa era una posibilidad.
—No hay de qué.
—Escucha... si te vas a ir y estoy dormido, despiértame para que al menos pueda despedirme. No te vayas mientras duermo, por favor, Gato.
Poco después de hacerle prometer a Samiq que no se iría sin despertarle, apagaron las luces y el profesor se sumió en una espiral febril de sueños.
Al despertar recordaría, en especial, uno de esos sueños entre la pálida y confusa maraña de retales que conformaban todos los demás. En aquel sueño caminaba descalzo por un paraje estéril, una especie de páramo que era tierra de hueso bajo sus pies, salpicada de vez en cuando por algún árbol muerto. Las ramas de estos árboles se extendían y retorcían hacia arriba, arañando el cielo sin estrellas como siniestras manos calcinadas. No había atisbo de vida allí salvo él mismo, en soledad. Escuchó el silbido del viento rizarse en sus oídos; se abrazó a sí mismo y entonces se dio cuenta de que estaba desnudo.
—¿Dónde estás?—escuchó su propia voz preguntando. Tenía la sensación de que iba a explotarle el pecho, y la certeza de que algo horrible estaba a punto de pasar—Por favor, ¿dónde estás?
Podía sentirle, pero no podía verle. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Sintió la necesidad de gritar, pero cuando abrió la boca no fue capaz de dejar salir sonido alguno.
"Kido".
—Estoy aquí, profesor. Estoy atrapado.
Halley intentó moverse hacia el lugar de donde le parecía que procedía aquella voz inconfundible. Trató de correr, pero comprobó con horror que sus pies eran dos bloques de cieno húmedo y pesado.
"¡Kido! ¡ya voy!" sólo podía pensar mientras trataba por todos los medios de dar un paso, porque, de nuevo, aunque sus labios se movían y el aire circulaba por su garganta, era incapaz de articular palabra. Cayó hacia delante y la imagen del paisaje ante sus ojos se diluyó, se emborronó en un oleaje jaspeado de grises.
"Kido..."
Lloraba a mares sobre la tierra agrietada. Se le partía el corazón.
—Por favor, sácame de aquí...—la voz de Kido se había tensado por la angustia—por favor...
"Lo intento, LO INTENTO" gritaba Halley en total silencio, arrastrándose sobre las rodillas y tratando de mover los lastrados pies "No puedo. NO PUEDO."
Despertó bruscamente cuando sintió que le faltaba el aire. Se incorporó empapado en sudor, soltando un grito inmediato por la descarga de dolor al hacerlo.
—¿Halley?—como no podía ser de otra manera, Gato se había despertado también, alertado por el grito y por el movimiento del otro que fue como un seísmo sobre el colchón—Halley, Halley... ¿qué pasa? ¿Qué pasa...?
El aludido se giró hacia su interlocutor con el corazón desbocado, sin llegar a poder enfocarle aun. Todavía veía ante sus ojos jirones de niebla plateada, y seguía escuchando en su cabeza el eco de la voz de Kido pidiendo ayuda.
"Sácame de aquí", "estoy atrapado". ¿Atrapado dónde? ¿Sacarle de dónde? Halley trató de controlar la acelerada respiración y se llevó la mano a la tensa garganta. Mierda, ni siquiera podía alcanzar a Kido en sueños, se dijo amargamente. Ni siquiera había podido verle ni abrazarle en un sueño. No pudo responder a Samiq.
—Halley, cariño...—el chillido de Balle había despertado al Dorado en plena fase REM y, sin embargo, éste volvía a ubicarse en el estado de vigilia rápidamente—¿Tuviste una pesadilla?
El sumiso logró asentir entre jadeos. Estaba cabreado consigo mismo por no arrancar a hablar, por mostrar tanta debilidad a medida que iba siendo consciente de la presencia de Samiq junto a él, y eso le bloqueaba aún más. Estaba cabreado también con su propia mente por haber generado ese sueño de mierda... y por hacerlo tan real.
—Vaya...—Samiq rodeó con un brazo los hombros rígidos de Halley, dándose cuenta de que a éste le estaban dando escalofríos—ha tenido que ser un sueño muy malo...
Podía llamársele "muy malo", sí. Había sido angustioso, esa era la palabra que más se acercaba a la verdad de Halley. Nada de demonios o payasos deformes persiguiéndole con ametralladoras; nada de sangre, pero había sido angustioso igualmente.
El profesor se dejó abrazar y se reclinó contra el pecho del Dorado. Acertó a ser éste el único lugar donde pudo respirar, relajarse un poco y comenzar a volver en sí. Asintió de nuevo, sintiéndose estúpido al hacerlo y deseando desaparecer.
—¿Por qué no me lo cuentas?—murmuró Gato, estrechándole contra sí—Halley... ¿qué es lo que te ahoga?
Y entonces, aquella pregunta tuvo el poder de una llave maestra. Halley no supo cómo, pero de pronto se vio a sí mismo hablándole a Samiq. Igual que si un dique se hubiera desplomado, su psique se desbordaba a través de las palabras en la oscuridad del dormitorio para articular aquella parte tan dolorosa de su propia historia.
Le contó a Gato cómo Argen - a quien él había conocido por el nombre de Sagan, en los foros de divulgación científica y en las aulas virtuales- había sido la razón de su separación, porque en cierto momento creyó amarle. Sagan y él habían tardado en conocerse personalmente; cuando por fin se vieron, ya estaban enredados el uno al otro gracias a las interminables conversaciones a distancia que habían mantenido por correo electrónico y chat.
Halley le contó a Samiq cómo, ese día que se vieron por primera vez, descubrió una gran particularidad física en Argen. El Dorado asintió como si supiera perfectamente a qué se refería. Al profesor no le había importado lo más mínimo esto, sin embargo; al contrario, de alguna manera le tranquilizó. Era más joven entonces, le dijo a Samiq.
Un día, tras meses de contacto diario, Argen simplemente desapareció de su vida sin dejar rastro. Le bloqueó de los sitios donde estaban en contacto, cambió el número de teléfono y dejó de hablarle sin dar ninguna razón. No que Halley hubiera querido atarle -aunque en parte tal vez quiso hacerlo-, ni que se sintiera como si Sagan le hubiera dejado tirado -aunque en parte así lo sintió-; lo que más dolió fue la rotura brusca y total, la ausencia de golpe y porrazo sin dejar la menor señal. Llegó a preguntarse si Sagan habría muerto, hasta el día en que se cruzó con un nuevo texto que el cabrón acababa de publicar junto a otros autores en una revista de ciencias y descubrimientos.
Al tropezar con aquello se indignó. Entendía que Sagan ya no quisiera saber nada más de él; sus razones tendría, pero, desde luego, no había necesidad de tanta pantomima como se había montado entonces. ¿Por qué decir cosas estúpidas y bonitas si luego iba a largarse sin más? ¿se había tratado todo de algún tipo de juego maquiavélico y cruel? ¿Realmente creía que Halley merecía eso, no recibir ni tan siquiera un "lo siento, no voy a volver, fue un placer conocerte"?
Halley sabía que Sagan era muy "sexual"... pero también, la verdad, era bastante más romántico que él mismo. Durante el tiempo que estuvieron "juntos", era Sagan quien daba la sensación de querer retenerle a él... considerando lo que luego hizo, podía haberse ahorrado todo eso.
No era que Halley no fuera abierto de mente -ni que tuviera problemas con las personas homosexuales o bisexuales-, pero le había costado en su día pensar que deseaba a otro tío. Una vez lo hubo aceptado -¡antes incluso de llegar a ver a Sagan en persona!-, sin embargo, se había tirado a la piscina de cabeza sin dudarlo. Hacia Sagan sentía entonces algo nuevo, diferente a todo cuanto había experimentado antes; una admiración que casi rayaba en idealizar y venerar al otro, y desembocaba finalmente en deseo. Tal vez eso contribuyó a hacer todo más duro cuando, tiempo después, Sagan desapareció. Había sido, en conjunto, algo así como la caída de un ídolo.
Samiq escuchaba a Halley sin pestañear, reteniéndole aun entre sus brazos. A ratos tenía la sensación de que éste le hablaba de otra persona y no de Argen, aunque a la vez le cuadraba el puzzle que componía el profesor al relatar todo aquello. Él conoció a Argen en Zugaar como respetado Amo que ya poseía un esclavo -Simut-, pero, poco a poco, al vivir bajo el mismo techo, se había ido dando cuenta de cuán inseguro era. Inseguro y sensible, casi como el cristal. El Amo era sereno pero frágil... y relativamente fácil de desequilibrar. Tanto Samiq como Simut sabían que necesitaba ser tratado con extrema delicadeza, sobre todo en lo referente a las emociones.
Volviendo a Halley, si uno pensaba todo esto desde una perspectiva racional, estaba claro que un desengaño amoroso no le dejaba a uno inutilizado para la vida. Ja. A Halley le hubiera gustado decirle a Samiq lo que normalmente se decía a sí mismo entonces, cuando Sagan le dejó: "mi vida es demasiado ocupada, está demasiado llena de cosas como para detenerme a ponerme triste por esto". Le hubiera gustado aparentar que tenía el corazón blindado y curado de espanto, pero no pudo hacerlo. Tal vez el relajante muscular, el dolor mismo, el polvo que acababa de pegar con Samiq influyeron para soltarle la lengua de aquel modo, pero el caso es que no pudo contenerse.
—Y cuando más jodido estaba... cuando de pronto todo, absolutamente todo menos mi hijo se había vuelto una mierda... entonces conocí a Kido.
Era cierto que su hijo había sido el único punto de luz en la cada vez más agobiante oscuridad de aquellos días. Pero hasta la relación con él había empezado a flaquear. El niño era muy pequeño para tanta distancia física; Halley había temido que sencillamente se olvidase de él, o que le reconociera como a un tío o primo lejano a quien sólo veía de vez en cuando. Aquel sufrimiento poco a poco fue desbancando, por fortuna o desgracia, al "desengaño amoroso" con Sagan.
De todo esto le habló Halley a Samiq, y también de la felicidad que vino después de la mano de aquel cuya compañía y cuya presencia le fueron arrebatadas sin previo aviso posteriormente. Sin contención alguna, le habló de cómo era Kido, de cómo le había conocido y de cómo le había perdido, sin ni siquiera poder despedirse de él. Le habló de Taylor, y del psiquiátrico donde se encontraba ahora. Le habló un poco de Inti también, porque era el hermano mayor de Kido.
Samiq por su parte iba juntando piezas tan rápido como podía. Él mismo se había preguntado cuál había sido exactamente la relación entre el Amo y Halley, y también por qué aquel había contactado a este después de tanto tiempo. Para lo segundo seguía sin tener respuesta, sin embargo; eso era algo que ni el propio Halley sabía.
Cuando el sumiso le contó aquella parte de la espantada, entendió por qué había creído ver un deje de desprecio en las escasas ocasiones en las que éste se había referido a Argen. No dijo nada, por supuesto... pero, conociendo al Amo, Gato no se extrañaba de que hubiera huído. Le parecía altamente probable que lo que Argen hubiera hecho fuera precisamente eso: huir, pero se abstuvo de compartir esta apreciación basada en lo que conocía de él. No quería por nada del mundo dejar en mal lugar a Argen, y eso sería lo que haría (inevitablemente) si abría la boca, ya que hasta sacar la cara por él y excusarle resultaría patético y carente de sentido. Para Halley, lo que Argen había hecho era indefendible, y Samiq le entendía.
De todas maneras, el Dorado también se hacía cargo de que lo que ocurrió entre Argen y Halley era agua pasada. El profesor estaba mucho más jodido por la pérdida de ese alumno suyo a quien conoció después; era a partir de ahí cuando no había levantado cabeza, según sus propias palabras.
Ahora Samiq entendía muchas cosas. La fijación de Halley por hacerse daño (o por que le hicieran daño), la culpa, el mecanismo contra-fóbico de defensa que se traducía en excitación sexual. Halley no soportaba mirarse al espejo; desde que Kido se fue, no soportaba su maldita vida, no soportaba más dolor, ¿qué mejor remedio que colocar placer en aquel dolor insoportable? ¿Qué era más real que llevar todo eso al cuerpo, donde las heridas eran visibles y el dolor cuantificable? Tal vez esa era la única manera de no volverse loco. Los caminos de la inteligencia humana inconsciente para encontrar soluciones resultaban sorprendentes.
Samiq no era psicólogo, pero sí intuitivo. Él mismo había hecho una terapia bastante larga durante su estancia en Zugaar, de la mano de un analista que también había tratado a Argen durante un tiempo. Conocía las visicitudes de sus propios caminos y la complejidad de su propio pensamiento, y, de alguna forma, eso le ayudaba a "ver" mejor a Halley ahora.
Le veía, sí. Podía entenderle y hasta ponerse en su lugar, pero no tenía ni idea de cómo ayudarle a sentirse mejor.
—Estoy a tu lado, Halley...—Tal vez eso no sirviera de mucho consuelo al profesor, y menos en aquel momento. Pero era lo único que Samiq sintió que podía decirle.
—He tratado de darme tiempo...—musitó el profesor—lo he intentado todo. Pero no puedo... no puedo más.
Samiq contuvo la respiración. Le partía en dos verle así, sin carcasa, tan vulnerable y roto.
—Amor, datelo. Date tiempo de verdad. No intentes forzarte a no sentir nada...—suspiró. Por propia experiencia sabía que negar un sentimiento era un callejón sin salida, o al menos lo había sido para él—ya sé que duele mucho pero, mientras te levantas, apóyate en mí si tú quieres.
No sabía muy bien por qué le decía esto a Halley ("toma apoyo en mí"). Se sentía como una especie de compromiso elegido, adquirido desde la libertad, porque, al fin y al cabo, ser un apoyo era justo lo que a Samiq le encantaría ser. Un apoyo activo, no una muleta que asumiera una cojera permanente; ser testigo de cómo Halley se recuperaba, de cómo crecía hacia la felicidad, y tener el privilegio de participar en el proceso. Para empezar quería hacerlo como amigo, pero, sobrepasando la amistad ¿no era eso algo que sentía un Amo, entre tantas muchas cosas? Para Samiq, las relaciones asimétricas de roles y cesión de control iban más allá de la cama -mucho más allá-, quizá por eso su mente saltó a pensar en estos términos al decir aquello.
Si Halley hubiera estado en sus cabales en ese momento, quizá se hubiera reído desde fuera de su armadura ante aquel "apóyate en mí". Pero, para bien o para mal, distaba mucho de estarlo. Sólo permaneció abrazado a Samiq sin decir ni que sí ni que no, la mejilla reclinada contra el latido de su corazón. Sentía el vaivén acompasado de la respiración ajena y la suavidad de su piel; se empapaba de su olor, y, sencillamente, por primera vez no deseaba nada más. Después de desahogarse y vaciarse de aquella forma, por primera vez no necesitaba más que lo que sentía en aquel instante.
—Samiq, te quiero. No quiero agobiarte—el miedo dio un coletazo de gracia y Halley cerró los ojos. Ya no iba a luchar más.
El Dorado sonrió. Una parte de él no podía -o no quería- creerse que Halley le "quisiera"... ¡ni siquiera se conocían! Probablemente Halley simplemente estaba muy jodido, muy solo... seguro que eso confundía. Pero, si tan claro veía Samiq todo a ese respecto, ¿por qué se sentía un cabrón al dudar de las palabras del sumiso, sin embargo? ¿Qué sentía él? A ratos le quería, sí.
—Tranquilo. Intenta descansar.
Le llamaban Gato no sólo porque era ágil, sino porque era de naturaleza independiente y, según Argen, "amaba sin invadir". Era cierto que Samiq no tenía deseos de retener a Argen... pero con Halley eso era diferente. Él mismo se rebelaba contra aquel deseo de pertenencia, asustado de antemano con todo lo que -según su propio eje de coherencia- implicaría. Por eso dijo aquella frase comodín, y no porque no sintiera nada.
—Lo siento. Vaya noche te estoy dando...—murmuró Halley con los ojos cerrados.
—Shh... no digas eso. Como amigo, es un honor que confíes en mí.
Le hubiera dicho que quería estar con él para protegerle de sí mismo mientras fuera necesario y para cuidarle. Tal vez si le hubiera explicado que eso era lo que esencialmente significaba para él ser "un apoyo", Halley no se hubiera sentido tan mal. Pero el tejido de estos sentimientos era tan delicado que ni siquiera el propio Samiq se atrevió a tocarlo. Y por otra parte estaba terriblemente confundido, no tanto de cara a su rol de sumiso, sino respecto a lo que sentía realmente hacia Argen. Se daba cuenta de que entre aquel maremagnum de dudas no le echaba de menos, y eso le alarmó.
A Halley le hubiera gustado escuchar otra palabra que no fuera "amigo". No necesariamente la palabra "Amo", pero "amigo" no. Resultaba estúpido. La amistad tenía demasiado valor para ser desdeñada y el profesor lo sabía, así que se mordió la lengua y simplemente musitó un "gracias" a media voz contra el pecho de Samiq.
—Intenta dormir un poco—murmuró éste, acariciándole la cabeza y revolviéndole el cabello suavemente—No me marcharé sin que nos despidamos, te lo prometo.