c0mpleto
—Amo, tengo algo que decirte...—Esther estaba justo a punto de contarle a Jen que tenía una prueba de trabajo al día siguiente, pero cerró la boca al escuchar el sonido de unas llaves en la puerta principal.
Estaban en el salón, cenando un par de pizzas precocinadas después del polvo -y de una maravillosa sesión de castigo con el cepillo-, Jen sentado con las piernas cruzadas sobre el sofá, Esther en la alfombra mirándole de frente. Había sido ella quien había elegido sentarse ahí, a sus pies; con Jen le gustaba estar en el suelo.
Al poco de escuchar el sonido de la llave en la cerradura, oyeron cómo la puerta se abría y volvía a cerrarse suavemente, y, a continuación, los pasos de Inti hasta que éste apareció en el salón. El rubio se detuvo a distancia prudencial del sofá, se quedó mirándoles durante unos segundos y entonces esbozó una pequeña sonrisa.
Los ojos de Jen se abrieron como platos. Le había parecido sencillamente un milagro aquella sonrisa en la cara de Inti; una sonrisa casi inocente, o al menos sin asomo de la suficiencia habitual.
—¿Has bebido?—preguntó sin pensar, no sabiendo si alarmarse—¿Estás bien?
—Je. Hola—el rubio saludó y sorprendentemente desvió la mirada, como si de súbito algo le avergonzase o le hiciera sentirse incómodo. A decir verdad era así, porque, extrañamente... se sentía "desnudo" de pronto ante los otros dos, una vez la carcasa -o al menos gran parte de ella- había quedado atrás. Estaba también felizmente agotado y le daba todo igual, incluso la certeza de que no llevaba "armas". Ni siquiera le daba importancia a sentir pudor, por eso seguía sonriendo.—No he bebido. Estoy bien—respondió conciso a cada una de las preguntas.
Con los ojos cerrados, hacía aproximadamente un par de horas, había "visto" a Kido al seguir la voz de aquel ser que parecía saber tanto de guerras y batallas. Tal vez gracias a la presencia de Iver no se había dado la vuelta para huir, ni se había aferrado con fuerza a excusas o mentiras para no ver la verdad de su hermano. "Nada te va a matar", había prometido el ser que le había acompañado al ojo del huracán. E Inti confió en él.
Seguía doliendo la certeza de que Kido quería vivir más que ninguna otra cosa en el mundo -eso dolía más que echarle de menos, incluso-, pero al mismo tiempo daba paz poder comprender por fin cuál había sido, si acaso, el único error cometido. Y daba paz también entender que, por cometer uno, dos, tres, o los errores que fueran,no se acababa el mundo. Cómo no iba a estar "bien" tras atravesar aquella ola... se sentía dolorido y cansado, pero por primera vez tranquilo y hasta con ganas de levantar la cabeza.
—Ah. Vale...¿quieres cenar?—Jen señaló con la barbilla las pizzas empezadas que había sobre la mesa de café.
—No sé—contestó Inti, encogiéndose levemente de hombros—déjame que lo piense.
Jen miró a Esther, luego a Inti otra vez, y se echó a reír.
—Tú te has drogado—le dijo al rubio.
Éste se encogió de hombros de nuevo.
—Puede.
"Y aquello con lo que no estás en paz aparecerá... bajo cualquier forma", le había dicho Iver. "Aquello" había aparecido durante la meditación, y tanto que sí, pero, por si eso no hubiera sido suficiente, en aquel mismo momento lo tenía delante de las narices. Y no, no se sentía amenazado por ello.
Ahí mismo estaba Esther, con un vaso de refresco en la mano, mirándole con curiosidad desde el espacio a los pies de Jen. Sin embargo, Inti se daba cuenta de que no sentía odio, ni rabia, ni miedo, ni rechazo hacia ella. Una especie de escozor espiritual sí, tal vez provocado por el aguijonazo de la culpa inevitable. No quería hacer (más) daño a esa chica, de eso estaba seguro.
Le había dicho a Jen "deja que lo piense" porque de hecho tenía hambre, aunque no tenía claro si quería sentarse con ellos a comer. Tampoco tenía claro por qué no hacerlo, así que, finalmente, tomó asiento en la otra punta del sofá y alargó el brazo para coger un trozo de pizza.
—Seguid con lo que estábais—dijo haciendo un gesto rápido antes de hincar el diente—como si yo no estuviera aquí.
Jen sonrió de oreja a oreja al ver cómo el rubio atacaba la pizza, devorándola famélico como si esta fuera el manjar más exquisito del mundo conocido. Sin dejar de sonreír, volvió de nuevo la mirada a Esther y le guiñó un ojo.
—Ibas a decirme algo—la alentó—¿Qué era?
Mierda. Esther hubiera preferido que el rubio no estuviera ahí para escuchar aquello, a pesar del estado de feliz enajenación en que éste parecía encontrarse. No porque no quisiera que Inti se enterase, sino porque en su cabeza había planeado hablar con cada uno de los chicos por separado, abordando las cosas de diferente manera en cada caso. Porque, de hecho, lo del trabajo no era lo único que quería mencionar.
Recordaba bien cómo había terminado la última sesión con Jordan: "Vives con ellos porque tú lo decides", había dicho el terapeuta. Sí, en realidad Esther quería hablar de alternativas... aunque había dado por hecho que tendría ocasión de hacerlo estando a solas con Jen. Resopló y miró a éste sin poder disimular la impotencia que sentía al no saber cómo empezar ahora que había llegado Inti. Por otra parte, tampoco iba a ser agradable mentir, y había decidido hacerlo.
—Bueno. Ahm... Amo, sabes... tengo una prueba de trabajo, mañana.
Jen dejó su plato en la mesa y tomó la mano de Esther con visible alegría.
—¿Sí? ¡No me digas! ¿Y me lo dices ahora?
Lo último que dijo no era un reproche, sino pura sorpresa por que ella no le hubiera dado antes aquella buenísima noticia. Inti levantó una ceja mientras masticaba a dos carrillos y miró a Esther por el rabillo del ojo.
—Lo siento, Amo..—dijo ella— no sabía cómo decirlo. Fue todo... muy rápido.
—¡Bueno! Me alegro mucho. ¿Y de qué es el trabajo?—inquirió Jen—deberíamos celebrarlo.
Esther enrojeció y evitó la mirada brillante de él por un momento.
—Es... es en un pub, Amo. Un trabajo... en la noche.
—Oh.
Inti tragó el último trozo de pizza que le quedaba en la mano y se dejó caer hacia atrás en el sofá, reclinándose contra el respaldo y estirando las piernas.
—Enhorabuena, Esther—dijo, cerrando los ojos—si es que te gusta el trabajo, claro.
Lo poco que sabía de ella era que había estudiado trabajo social. Así que, de primeras, el trabajo en un pub no tenía mucho que ver con lo que ella quizá querría encontrar, se dijo, pero quién sabía. Uno podía dedicarse a cosas diversas en la vida y disfrutar con todas ellas un poco.
A Esther le pilló totalmente desprevenida que Inti no pusiera objeción de ningún tipo. Desde el principio había pensado que el rubio sería el hueso más duro de roer en ese sentido, que preguntaría hasta la saciedad por querer controlar dónde estaría -o sólo por fastidiar-, que se mostraría antagónico ante cualquier cosa que viniera de ella. Sin embargo Inti le había dado la enhorabuena -¡nada menos!-, desde un estado tan relajado que Esther apenas podía creerlo.
—Oh, sí. Me gusta, Amo—se apresuró a responder—tiene buena pinta. Y... gracias.
El que parecía algo suspicaz con el tema era Jen, cuya sonrisa se había desvanecido al él escuchar qué tipo de ocupación iba a realizar Esther. No esperaba que ella fuera a decidirse por esa clase de trabajo, "en la noche"... no sabía cómo se sentía al respecto, y no le hacía gracia, pero se mordió la lengua porque, al fin y al cabo, quién era él para decir nada. Sí, bueno, era el Amo de Esther por acuerdo mutuo... pero desde luego no era "el Amo" de su vida. O dicho de otra manera, entendía que Esther decidía ser su sumisa desde la libertad como una elección más; libertad cuyo ejercicio a todos los niveles era derecho y responsabilidad de ella, siempre.
No le hacía gracia imaginarse a "su" Esther poniendo copas tras una barra (¡si él supiera!), observada en el escenario de su fantasía por miles de tíos salidos que querrían acercársele y babearle la minifalda. Le daba un poco de miedo pensar en eso, en que ella estaría sola allí... pero bueno, Esther era adulta, así que de cualquier modo a él le tocaba joderse y aguantarse.
—Enhorabuena, nena—dijo a su vez, tratando de que no se le notara el mal sabor de boca—¿Cuál es el pub? ¿Dónde está?
Era bastante normal que Jen preguntase cosas, a fin de cuentas. Un amigo podría haber preguntado lo mismo, sólo por interés. Esther ya estaba preparada para meter la trola pertinente, ya que se sentía sencillamente incapaz de decirles a los chicos cuál era el sitio adonde iría de verdad. Conocía aquella frase de sabiduría popular que decía "se atrapa antes a un mentiroso que a un cojo", pero no pensó en eso.
—Está a tres paradas de metro—mintió de carrerilla—se llama "El Irlandés".
Inti soltó una risita sin abrir los ojos. Nada parecía capaz de sacarle de aquel estado de placidez después de la cena.
—¿El Irlandés? ha de haber buen whisky entonces—comentó despreocupadamente.
Jen no podía negar que estaba flipando con la situación. Por un lado Esther, alegremente dispuesta a ponerse a currar tras una barra en menos de veinticuatro horas -como si eso fuera lo más normal y esperable del mundo-, y por otro lado Inti, quien parecía haber sido abducido o exorcizado por arte de magia, como si le hubieran sacado una legión de demonios de dentro. Joder, hasta parecía que el rubio no tenía una puta arruga en la cara de tan relajado como se le veía, salvo laxas marcas de expresión. Nada de ceño fruncido, ni labio pinzado en gesto de asco; nada de eso, todo lo contrario.
—A tres paradas de metro... ¿en qué estación tienes que bajar?—inquirió, deseoso de saber.
—Tundidores—replicó ella como una bala. No iba a colar si decía que no se acordaba, claro.
—Tundidores, Tundidores...—Jen frunció el ceño para hacer memoria. Conocía la ciudad, aunque no aquella zona concreta, o no lo bastante como para ubicar en ella un cierto lugar—¿Eso está a tres paradas?
—Bueno, no sé si exactamente a tres... pero está cerca, Amo.
Era duro mentir, especialmente cuando aun conservaba el olor de Jen en su propia piel. Pero si decía la verdad, si admitía que iría al Noktem para ser contratada por Argen, seguro que tanto Inti como Jen darían un salto en su asiento (y qué decir de lo que haría Álex cuando se enterase), y eso sólo para empezar. Se cabrearían; la tildarían de loca, quién podría saber cómo reaccionarían. No quería abrir una brecha entre ella y Ellos, no, jamás... y a la vez quería proteger la ilusión de intentar algo nuevo por su cuenta, aunque fuera a espaldas de los chicos. Ese trabajo era algo que haría por sí misma, y se sentía gratificante de algún modo que nadie lo supiera, porque eso demostraba que no necesitaba aprobación externa de ningún tipo para aventurarse a ello.
Tal vez Esther estaba pecando de inocente al presuponer que el discreto Argen no se pondría en contacto con los chicos, por otra parte. La posibilidad de que lo hiciera -algo que ella consideró solo de pasada-, no le pareció suficiente razón para decir la verdad, de cualquier modo. Le daba demasiado miedo admitirlo, le asustaban las consecuencias inmediatas que eso podría provocar.
Al menos, si la pillaban en la mentira más tarde, ella ya estaría trabajando allí... si todo salía como quería, claro. Y a las malas podría irse a vivir a otra parte, teniendo esa mínima estabilidad económica, si a los chicos se les cruzaba el cable y decidían echarla de casa o algo semejante. Viendo el esquema así esbozado en su mente, no quiso detenerse a pensar más, y justificó la mentira sin demasiado dilema.
—Bueno. Voy a darme un baño—informó Inti. Se había llevado de regalo unas bolsitas de lavanda y otras hierbas que pretendía estrenar, del Heiwa Sanctorum. Se las había entregado amablemente a la salida la persona que le había recibido cuando llegó, que dijo llamarse Essel o algo parecido.
—¿Quiere que se lo prepare, Amo?—inquirió Esther. Al fin y al cabo, Inti era el Amo preferente aquel día.
Él se la quedó mirando fijamente por unos instantes que a ella se le hicieron larguísimos, con expresión neutra, como si realmente cavilase si quería que ella hiciera eso o no.
—No sé—dijo al fin, en tono sincero desprovisto de acritud.
—Como quiera, Amo...
—Déjalo, no te preocupes—abrió los ojos, suspiró y se puso en pie—No necesito que lo hagas. Termina tu cena.
Inti seguía sin estar cómodo con la palabra "Amo", pero no se sentía con ánimo de corregir a aquella mujer que sólo quería hacer cosas por él. No, sólo deseaba con toda su alma entrar al baño, cerrar la puerta a sus espaldas, diluir aquella maldita mezcla de hierbas en el agua caliente y relajarse antes de dormir. Porque iba a dormir, oh, sí. Estaba seguro de ello; iba a romper la cama de lo fuerte que la agarraría ahora que por fin podía DESCANSAR. Cuánta falta le hacía.
—Como quiera, Amo—repitió Esther. Y precipitadamente añadió un educado "gracias", sintiendo que no reconocía al rubio en aquella persona que ya se dirigía hacia el pasillo. Hasta la forma de andar de éste había cambiado: sin prisa, no tan rígida, no tan pesada.
Se giró a mirar a Jen y, viendo que éste parecía repentinamente enfrascado respondiendo algo en su móvil, aprovechó para recoger los platos y los restos de comida de la mesa. Mientras dejaba correr el agua del grifo para que se calentara y así poder fregar los platos, escuchó el teléfono fijo de la casa sonar por encima del tembleque de las viejas tuberías mientras Inti llenaba la bañera. Casi se mata al ir a cogerlo a todo correr, impulsada por el presentimiento de que sería Álex quien llamaba... Le echaba de menos y tenía ganas de oírle, así que descolgó el teléfono con auténtica cara de felicidad. Sin embargo, al otro lado contestó una voz de mujer.
—¿Está Jen, por favor?
Esther se quedó parada, palideciendo mientras sujetaba el auricular contra su mejilla. Tragó saliva antes de responder, dándose cuenta de que su respiración se había disparado.
—¿De parte de quién?—no pudo evitar preguntar. Aunque ya conocía la respuesta.
—Soy Paola—respondió la voz tras un breve lapso de vacilación. Se oía cierto barullo de fondo porque llamaba desde el trabajo, aunque eso Esther no podía saberlo.
Daba igual el polvo que le había echado Jen, daba igual la certeza de ser apreciada y querida, ¡el aguijón de los celos seguía clavándose!
Todas las alarmas se activaron de nuevo en la mente de Esther sólo por oír aquella voz preguntando por Jen. Ella sintió por un momento ganas de cortar cabezas.
—Un momento, por favor—dijo con voz deliberadamente glacial, sin molestarse en disimular la inmediata reacción de repugnancia.
Fue al salón prácticamente dando tumbos, hasta viendo puntitos brillantes ante sus ojos de la pura impresión. Allí encontró a Jen, quien por alguna razón acababa de quitarse la camiseta y deambulaba ahora a pecho descubierto buscando algo en las estanterías. Esther soltó una risita absurda al verle así de pronto, maldiciendo por lo bueno que estaba y por tener que pasarle aquella llamada.
—Amo—dijo, echando chispas por los ojos—Paola. Al teléfono.
A pesar de que se esforzó en dulcificar el tono de su voz, lo cierto era que le faltó gruñir.
—Oh—Jen no pudo disimular una primera impresión de desconcierto cuando se giró a mirarla—Gracias...
Esther hizo un esfuerzo máximo por no poner oreja a la conversación cuando él cogió el teléfono fijo, pensando que si lo hacía sólo se envenenaría más. Y no era que lo que había hablado con Jen hubiera perdido sentido de golpe sólo por oír la voz de Paola, claro que no; simplemente, la presencia de esta escocía igual.
Esther tenía claras las cosas, o eso creía. Sabía que no quería ser la "pareja" de Jen -aunque le amaba-, y entendía que él tenía derecho a emparejarse si quería por su parte, ¿por qué no? Sabía bien, de igual manera, que ella misma había admitido no querer cortar la libertad de él. Pero quizá... quizá por el hecho de que él la hubiera besado horas antes, la hubiera dicho "te quiero", la hubiera deseado con todas sus ganas... quizá por eso Esther pensó que tal vez él rompería vínculos con Paola finalmente. Pero Jen no había especificado nada sobre que ella fuera a ser "la única", en realidad.
Él seguía al teléfono cuando ella terminó de recoger la cocina. Suspirando, Esther pasó por detrás de él con la cabeza agachada en dirección a su habitación. Sin embargo, un demacrado Inti le cortó el paso a medio camino.
—Toma—dijo el rubio mientras le tendía su teléfono móvil, sujetando con la otra mano una toalla alrededor de su cintura—Es Álex. Le dará un ataque si no habla contigo. Está intentando llamar al fijo, pero no deja de comunicar.
Muda de asombro por que Inti se tomara la molestia de explicarle algo, Esther murmuró un sucinto "gracias" y tomó con cuidado el teléfono.
—De nada. Ven a dármelo cuando termines. Si no te importa—le pidió el rubio antes de echar a andar hacia su propia habitación, sin más ceremonia entrando en ella y cerrando la puerta tras de sí.
Esther estuvo un buen rato hablando con Álex. Literalmente, hasta que se le calentó la oreja y más allá. No supo cómo introducirle el tema del supuesto pub irlandés, sin embargo, y se dijo que tal vez esa no fuera cuestión para hablarla por teléfono... excusas, en realidad, porque estaba cansada y no quería enfrentarse a las preguntas de Álex, ni mentirle, ni arriesgarse a que él pudiera poner el grito en el cielo a distancia si no le gustaba idea.
No se había movido del pasillo a oscuras durante toda la conversación. Había sentido a Jen mientras hablaba con Álex, e incluso le había visto de refilón yendo hacia el salón, lo que la llevó a pensar que él ya había terminado de hablar con Paola. Pero no fue a su encuentro cuando por fin colgó, sino a devolverle el teléfono a Inti.
Por primera vez en todo el tiempo que llevaba en aquella casa, encontró la puerta de él entornada y no cerrada a cal y canto. Probablemente, el rubio estaba pendiente de que ella volviera a traerle el teléfono y por eso había decidido rectificar y dejarla así, pero no dejaba de ser algo extraño de ver.
—Pasa—dijo antes incluso de que Esther pudiera avisar de que estaba ahí.
Ella empujó la puerta y entró a la habitación tenuemente iluminada. Inti estaba metido en la cama, incorporado y tapado hasta la cintura, al parecer desnudo bajo las sábanas o al menos a medio vestir. Sobre la mesita de noche a su lado se hallaba el flexo con bombilla azul -la única fuente de luz en el cuarto-, el cargador del teléfono y la fotografía de Kido girada hacia la cama, entre algunas otras cosas. Esther trató de no mirar aquella foto y se acercó lo estrictamente necesario para entregarle el móvil de vuelta a su dueño.
—Gracias, Amo, por ser tan amable de dejarme su teléfono.
—No las merece—replicó él, tomando el móvil y dejándolo sobre la mesita.
El aire se volvió de pronto tenso entre los dos por algún motivo inexplicable. Como si ambos quisieran decir algo pero se aguantasen las palabras, o como si fuera necesario seguir ahí aunque fuera en silencio, sólo por unos instantes. Inti estaba agotado, pero de pronto no quiso que Esther se marchase, o no inmediatamente al menos. De súbito pareció recordar algo, y se inclinó hacia la mesita para coger un pequeño saco de tela.
—Toma, prueba esto. Es la caña—le dijo, tendiéndole la bolsita. Sobre ella se podía leer, en rizada caligrafía cursiva, "palabra de musa".
Esther tomó la bolsa sin tener ni idea de lo que era, anonadada.
—Gracias, Amo. ¿Qué es...?
—Es para la bañera. La leche puta, te lo aseguro, lo acabo de probar. Relajaría a un caballo.
—Oh...—ella pestañeó y acercó la bolsita a su nariz. La tela olía intensamente a naturaleza, a flores y raíces en la profundidad de un bosque nocturno—¿Es para echarlo en el agua?
—No, es para comértelo. Pues claro que es para echarlo en el agua—resopló Inti, sonriendo de medio lado—¿qué ibas a hacer con ello si no?
Esther soltó una risita.
—Ya, qué tontería, Amo. Muchas gracias—murmuró con sincera gratitud, levantando los ojos de la bolsita de tela a Inti. Desde luego hubiera esperado muchas cosas de él, pero no un regalo.
—Disfrútalo. Sienta muy bien.
—Lo haré, Amo.
—Lávate el coño y vuelve aquí—soltó—Es broma—aclaró sin inmutarse, al tiempo que se reclinaba contra el almohadón a su espalda—Estoy agotado, no sé lo que digo.
—¿Necesita alguna cosa...?—acertó a preguntar ella, sin salir de su pasmo.
—Sólo que me dejen descansar. Gracias, Esther.
Cada vez más extrañada, ella retrocedió paso a paso hacia la puerta sujetando la bolsita de tela entre las manos. Verdaderamente parecía que al rubio le hubieran extraído un alien de dentro, de tan tranquilo como parecía. Esther nunca le había visto esa manera contemplativa de mirar, ni le había escuchado hablar de forma pausada como ahora.
—Claro, Amo. Claro, le dejo. Perdón. Gracias.
—Nada que perdonar. Buenas noches.
Dado que el propio Inti le había regalado aquellas hierbas y le había instado a probarlas, Esther dio por hecho que tenía el permiso del Amo preferente aquel día para tomar un baño. Y eso fue lo que hizo, pasando olímpicamente de ir al salón a ver a Jen. No sabía exactamente si le guardaba resentimiento a éste último o si simplemente se le habían quitado las ganas de estar con él; en cualquier caso, no era una pose lo de pasar de largo, y quería pensar que tampoco buscaba con ello una reacción por parte de él.
Era cierto que aquellas plantitas y flores secas -eso era lo que parecía ser el contenido de la bolsa- tenían propiedades relajantes. Con la cabeza apoyada en el borde de la bañera y los ojos cerrados, por una vez Esther logró respirar y decelerar mentalmente, echar el freno para pensar poco a poco, cosa por cosa, con relativa claridad.
No había abordado el tema de las posibles "alternativas" y eso se sentía molesto, pero bueno, ya tendría oportunidad de hablar a solas con cada uno de los chicos sobre ello. Porque, en esencia, todo se traducía en que tenía preguntas diferentes para cada uno de ellos sobre el tema en cuestión.
"Si me fuera de esta casa, ¿seguiría siendo tu sumisa?", era la pregunta que necesitaba hacerle a Jen, por ejemplo. Se le antojaba un tanto absurda considerando lo que para ella significaba ser de Él, pero necesitaba confirmar lo que Jen pensaba al respecto.
Con Álex, sin embargo, la pregunta que le surgía era: "Si me fuera de esta casa, ¿te enfadarías?" No le asustaba el pronto de Álex, pero le daría mucha pena que éste decidiera retirarle la palabra o algo parecido si se sentía traicionado.
Y respecto a Inti, no sabía qué pensar. Algo como: "si me fuera de esta casa, ¿qué sería yo para ti?", tal vez, sería en su caso la pregunta adecuada. En realidad, por no saber, ni siquiera tenía claro lo que era ella para él DENTRO de aquella casa, y no sabía si quería saberlo. Tal vez con Inti fuera mejor no preguntar, pues no se sentía con mucho ánimo para afrontar una respuesta que pudiera hacerle daño. Y preguntar "qué sería -o qué soy- yo para ti" sería como exponerse en bandeja delante del rubio para que este la ignorase o la pateara verbalmente si quería. Le perturbaba lo "distinto" que notaba a Inti aquella noche, sí, pero no podía sino pensar que, independientemente de lo que diablos le estuviera pasando, él seguía siendo el mismo de siempre. Y es que para todos es inevitable a veces sacar conclusiones sobre quién es el otro, sobre todo cuando la incertidumbre es difícil de manejar.
No tenía mucho sentido preocuparse por tener que postergar aquellas preguntas, se dijo, sin embargo. Porque, dijeran lo que dijeran los chicos, y pensaran lo que pensasen, ella seguía tenido el poder de decidir en cualquier caso. No era que de pronto le urgiera abandonar aquella casa, o que quisiera a toda costa dejar de vivir con ellos de repente... sólo quería barajarlo como posibilidad, porque de hecho podía irse. Si quería, podía hacerlo.
A lo mejor vivir por cuenta propia y ganarse la vida no estaba tan mal, pudiendo sentirse de Ellos igualmente. Porque era un sentir ínitmo e inexplicable lo que le daba sentido a todo, no la dependencia.
Pensó en la prueba de trabajo en el Noktem la noche siguiente, y su corazón se aceleró bajo las aceitadas aguas. Aunque le inquietaba profundamente lo desconocido -y aunque tal vez ese no fuera a ser el único trabajo que surgiría-, Esther se sentía bruscamente feliz al saber que podía volver a tomar el control de su propia vida. No le había gustado mentir, y presentía que al haberlo hecho se había metido en un atolladero, que aquella trola rebotaría de manera más lógica que kármika y tarde o temprano ella tendría que enfrentar las consecuencias... pero continuaba justificándola y viéndola como un mal menor, como algo lícito que se había visto forzada a hacer para proteger su intimidad.
Estuvo un buen rato metida en la bañera, pensando. Hasta que las yemas de los dedos se le arrugaron como pasas. Continuaba con la sensación de estar flotando cuando por fin salió, envuelta en una duradera bruma de olores y vapor. Se tomó tiempo para secarse y para escurrir los mechones humedecidos de cabello frente al espejo, desempañándolo para poder mirarse, buscándose en el propio reflejo con más curiosidad que prejuicios.
Salió del cuarto de baño y fue directamente a su habitación, tal y como le pedía el cuerpo.
Mientras caminaba por el pasillo, constató que la casa estaba en total silencio. No tenía ni idea de qué podría estar haciendo Jen, pero añoraba demasiado la cama como para aventurarse a indagar. Tal vez continuaba desencantada, con rabia a ratos por haber escuchado la voz de Paola en lo que se le antojaba la llamada más inoportuna del mundo.
Fuera como fuera, necesitaba apoyar la cabeza en la almohada, cerrar los ojos y descansar...