LO QUE NIEGAS TE SOMETE.
LO QUE ACEPTAS TE TRANSFORMA.
Carl Jung
LO QUE ACEPTAS TE TRANSFORMA.
Carl Jung
Completo
Si meses atrás le hubieran dicho a Esther que moriría de ganas por ir a buscar trabajo, ella misma no lo hubiera creído. Y sin embargo ahí estaba aquel martes, recorriendo la calle vacía entre jirones de niebla matinal, dispuesta y casi a punto de saltar de entusiasmo si no fuera por el miedo que tenía.
Se sentía raro salir de la casa por primera vez sin los chicos. Tanto que ni siquiera se había puesto los cascos de su dispositivo de música, para así poder escuchar los sonidos del mundo exterior. No quería perderse nada; experimentaba la súbita necesidad de empaparse de cuanto surgiera en su camino, porque de una vez volvía a estar a solas consigo misma después de tanto tiempo intenso, después de haber empezado a descubrirse.
Sintió una discreta opresión en el pecho cuando se sumergió en la boca de metro hacia las entrañas de la ciudad, encomendándose al descenso en las escaleras mecánicas y dejando atrás la luz del día. Llevaba en la mano un plano de la ruta subterránea, pero no le haría falta.
Tenía miedo, pero también la sensación de querer afrontar las sorpresas que le quedaban por delante. Se sentía capaz. Sentía que no había podido compartir su ilusión del todo con los Amos, pero no compartir era el precio de empezar a cuidar una pequeña parcela de su vida aparte de Ellos, y tal cosa merecía la pena o eso quería pensar. De todos modos, tampoco tuvo ocasión de hablarles de ansiedad en positivo aquella mañana: Alex se había ido al centro, Jen dormía en su mañana libre, e Inti había salido de casa antes que ella para verse con un amigo.
No tuvo que esperar demasiado en el andén atestado de gente a aquella hora. Eran casi las ocho en punto, y muchas personas se dirigían a sus trabajos y quehaceres de alondra. Continuaba sin dejar de mirar cada detalle como si fuera único, por pequeño que este fuese: las gotas de condensación que caían del techo, el entramado de tubos de ventilación cubierto de herrumbre en diferentes tonos de gris, los sonidos mecánicos mezclados con algún cruce de palabras entre la muchedumbre, la marca "WESTINGHOUSE" al borde de las vías. Y, por supuesto, veía a las personas. Caras desconocidas que miraban al infinito con expresiones de todo tipo, narices que se sumergían en libros o pantallas, miradas que se detenían en ninguna parte desde rostros más soñolientos que soñadores. No recordaba haberse fijado nunca antes en detalles como aquellos. Era realmente extraño que entrar en aquella cochambrosa estación se sintiera como meterse en un coche con olor a nuevo de repente.
Se sintió de golpe desvalida y frágil,
(vértigo)
como si pudiera romperse al primer paso en falso. Pero a la vez, por alguna razón, se sentía salvajemente contenta.
El tren hizo su entrada en la estación y poco a poco fue aminorando su velocidad hasta detenerse. Las puertas se abrieron ante Esther con la violencia del mecanismo de aire comprimido y ella entró sin pensarlo en el vagón, armándose de valor en cada paso que daba, sintiéndose pequeña pero también poderosa. En lugar de sentarse, se quedó de pie y se agarró a uno de los asideros que colgaban del techo, apostándose cerca de la pantalla donde el nombre de la próxima estación aparecía en letras luminosas de color rojo.
Próxima estación: Tullerías". No tenía ni idea de adónde ir ni de por donde empezar, pero le pareció que no era allí donde debería apearse. Contra lo que le había dicho a Álex, finalmente había decidido no planificar itinerario alguno, acaso deseando confiar en su buena estrella.
Se bajó en la cuarta estación, y se limitó a seguir el pulso de su intuición que le llevó a hacer un transbordo.
"Próxima estación: Tundidores", escuchó por la megafonía dentro del vagón. No quería alejarse mucho de la casa de los chicos pues, si encontraba trabajo, la cercanía al domicilio era un valor añadido. Sin embargo tampoco bajó en aquella parada.
Su viaje subterráneo transcurrió con la más absoluta tranquilidad hasta que, tras dos paradas más, la voz del megáfono anunció con toda claridad: "Próxima estación: Alejandro Magno". Esther se separó de la pared como si ésta quemara y sin darse cuenta se llevó la mano al pecho; oh, demonios... demonios, ¿de verdad había ido a parar allí?
Se mareó por un momento cuando las imágenes del Noktem se volcaron en su cabeza, y también todos los recuerdos de lo acontecido en la oscuridad (había llevado la cara tapada en el Tres Calaveras casi todo el tiempo). Se preguntó si su mente inconsciente la habría llevado hasta allí por algún motivo, y se preguntó también por qué estaba moviéndose hacia las puertas abiertas del tren para bajarse, pero ya era tarde para rectificar. El vagón quedó cerrado a sus espaldas, poniendose el tren en movimiento casi inmediatamente tras un largo resoplido.
"Mierda, mierda, ¿qué estoy haciendo aquí?" pensó, horrorizada. De pronto, la certeza de encontrarse a varios metros bajo tierra y la luz mortecina del andén comenzaron a agobiarla de manera atroz. Tenía que salir al exterior, subir las escaleras, respirar al aire libre.
Se concentró en tomar aire y exhalar despacio mientras alcanzaba las escaleras mecánicas. Las hubiera subido a saltos de haber podido, pero le habían abandonado las fuerzas.
Una vez en el nivel superior de la estación, apretó el paso siguiendo la dirección de la flecha verde que aparecía de cuando en cuando en un rótulo en la pared. Cuando por fin salió a la luz del sol desde las profundidades cenicientas del metro, casi se meó de alivio.
Respiró una vez más y miró alrededor. A la luz del día, le parecía que no reconocía aquella calle por la que había transitado con los Amos el pasado miércoles, cuando volvían del Noktem. De día todo tenía un aspecto "normal" y eso era hasta cierto punto tranquilizador.
Se preguntó si pasaría de igual forma con el edificio donde estaba emplazado el club. Se preguntó si lo reconocería o no, y qué aspecto tendría bajo la atmósfera de un día laborable normal y corriente. El choque con la realidad era brusco en su mente: todo lo relacionado con el Noktem parecía pertenecer a un mundo paralelo sacado de alguna fantasía de oscuridad, y pensarlo en aquel marco cotidiano se le hacía del todo imposible. Se dijo que, probablemente, aquel edificio pasaría inadvertido entre la grisicitud de las calles, aunque para ella resplandeciera en secreto con la belleza de una planta atrapamoscas en mitad del asfalto.
Otra parte de sí misma la impulsaba a mantener los pies clavados en el suelo, desconfiando de su irrefrenable curiosidad. Esa parte decía "camina despacio, Esther", "mira alrededor", "busca un maldito trabajo que es a lo que has venido".
Esther se agarró a aquel resquicio de racionalidad dentro de sí misma. Trató de serenarse, ¿qué demonios? no tenía por qué acercarse allí. Estaba en un punto de la ciudad como cualquier otro, sin más, a unas siete paradas de metro del lugar donde vivía: una zona perfecta para abrirse camino y alcanzar su meta. Bueno, una zona casi perfecta, teniendo en cuenta que -por mucho que no fuera importante, oh, claro que no- el Noktem estaba ahí. Porque estaba ahí, sí, con sus pétalos abiertos de planta carnívora, real hasta el punto loco en que Esther casi podría jurar que sentía su imperiosa llamada . ¿Por qué era tan difícil hacer oídos sordos, por qué? Pero, ja... lo haría.
Conteniendo el aliento, echó a andar intentando concentrarse en la realidad ante sus ojos. Pasó junto a una peluquería cuya puerta estaba abierta mientras una chica uniformada barría el suelo de la entrada. Esther se dio cuenta de una hoja de papel pegada en la pared donde decía "se necesita oficial de peluquería". Ah... quizá podría probar ahí. Pero no, no. No tenía conocimientos en absoluto sobre cabelleras; sería un poco osado por su parte (por no decir temerario) ofrecerse para aquella oferta sin tener la menor idea de lo que pedían.
Continuó andando. Había bastantes locales en la avenida, aunque a aquella hora no todos estaban abiertos.
Pasó junto a un bar en el que las máquinas tragaperras ya estaban funcionando. Un solitario anciano fumaba y tomaba una copa en la barra, la mirada diluida en la nada y la espalda encorvada por la fatiga y el abatimiento. Esther siguió andando, qué estampa tan deprimente.
Una papelería tras cruzar un paso de peatones le pareció interesante. Se imaginó a Alex inmortalizando su propio culo en la máquina fotocopiadora -seguro que él no se cortaría si tuviera la oportunidad de hacer el tonto así- y le entró la risa. El lugar parecía agradable, pero, en vista de que aun el cierre estaba echado, a Esther solo le quedaba seguir caminando.
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El móvil de Samiq vibró en el bolsillo de su sudadera diseñada con un alegre estampado de calaveras en blanco sobre negro. El chico lo tomó en la mano y miró la pantalla sin dejar de andar, sonrió involuntariamente y sus ojos brillaron. «Gato cazador. Estoy de visita familiar, pero mañana por la noche iré a por más. ¿Podrás atenderme?» decía el mensaje de texto. Era de Halley, claro.
"Iré a por más". Aquella frase le levantó a Samiq un escalofrío que le erizó la piel. A por más; ¿a por más qué? Era sencillo: a por más azotes, a por más besos, a por más sexo duro tal como a él le gustaba. Y no sólo a Halley le gustaba así...
Tragó saliva. Sí, claro que podría atenderle, por lo que rápidamente se apresuró a teclear una respuesta afirmativa. Argen estaría sin duda encantado, como se mostraba cada vez que Samiq veía a Halley... el Dorado no alcanzaba a entender a qué venía tanto entusiasmo por parte del Amo, y tenía miedo de preguntarle directamente a éste por qué parecía afanarse en juntarles a Halley y a él como una alcahueta trotaconventos. Era innegable que al Amo le divertía presenciar los juegos que ambos se traían y que, incluso cuando no podía hacerlo por carecer de los medios físicos necesarios, disfrutaba sabiéndoles juntos. Samiq no podía estar más descolocado. De hecho, sabía que Argen tendía a ser celoso; él mismo veía la conducta posesiva que manifestaba hacia Simut, dios, le faltaba levantar la pata para mearle encima. No, Argen no llevaría bien que Simut pasara tantas horas con una tercera persona, y menos follando; sin embargo, con Samiq parecía no molestarle en absoluto algo así, sino todo lo contrario. Samiq se daba cuenta de que él jamás había vivido los celos de Argen en primera persona, cosa que nunca antes se había parado a pensar a pesar de haber reparado en ello. No, el Amo no se mostraba tan posesivo con él como con su hermano Simut; a Samiq le controlaba mucho menos, le exigía menos, le castigaba menos en consecuencia. Pensar en esto le dolió un poco al Segundo Dorado, más de lo que dolería una punzada insignificante, pero, para bien o para mal, él no solía tomarse el dolor propio demasiado en serio.
Cerró el movil tras contestar el mensaje, volvió a guardarlo en el bolsillo de la sudadera y reanudó la marcha hacia el Club, donde un inmenso pedido recién recepcionado le estaba esperando en el pequeño almacén junto a las mazmorras. Los Martes por la mañana eran una maldición: no bien regresaba ahora de los contenedores de basura en la esquina de la calle, y ya le tocaba volver al tajo en el submundo sin un respiro. Aunque sabía que el Amo se estaba poniendo las pilas para solucionar el problema de la falta de personal en el club, eso no resultaba aun lo bastante alentador como para levantarle el ánimo.
Reflexionó mientras recorría la larga avenida. Tal vez el Amo se empeñaba en que él viera a Halley porque quería explorar su supuesta "ambivalencia" de rol. En Zugaar, así había sido marcado Samiq desde su entrada: como ambivalente. Pero nunca había ejercido como tal, o al menos no que él supiera.
En Zugaar, sólo el rol sumiso había fluido por sus venas, y solamente hacia Argen. Nunca se había detenido a buscar algo más allá, ni siquiera se lo había planteado. Si había tenido algún impulso como dominante, su mente lo había silenciado desde antes de nacer éste y tomar cuerpo, pero entonces... ¿por qué ahora, de repente, le parecía no sentirse "lleno" si continuaba así?
Halley no era el único que necesitaba aquellos encuentros. El propio Samiq notaba que empezaba a necesitarlos también, y la palabra "Traición" brillaba en grandes letras de neon dentro de su cabeza cuando miraba al Amo.
Traición, sí, y no quería cometerla, pero no podía -ay, ni tampoco quería- resistirse a lo que sentía. Le ponía como una moto tan solo recordar el piel contra piel con Halley; le excitaba ese trasero inquieto y azotable, ese ruego en los ojos de niño tras las gafas-"vengo a por más, ¿podrás atenderme?"-, le ponía tanto que últimamente había sentido la necesidad de tocarse a cada rato por primera vez en meses. Desde que formaba parte del mundo de la Dominación/sumisión, nunca se había sentido al borde de esa manera, tan excitado, con nadie que no fuera Argen, y eso también era perturbador. Luchaba por no dejarse arrastrar, pero aquel hombre llamado Halley que se torturaba a sí mismo sin descanso, con su cara de asco, con su piel y su culo insaciable... aquel hombre tan solo, tan amargado y en ocasiones tan triste; aquel hombre que quería pasar desapercibido y sin embargo era transparente del todo para Samiq, opaco de igual manera pero sin ser capaz de esconder su desarraigo y sensibilidad... joder, no podía, sencillamente Samiq no podía sacarle de su cabeza. Halley parecía necesitar (¿necesitarle?) tanto...
El roce con los vaqueros le hizo darse cuenta de que caminaba en semi-erección desde hacía rato. Joder, sólo por leer aquel maldito mensaje y por imaginar a Halley escribiéndole caliente... "Vengo a por más", hasta podía ver su sonrisa y escucharse a sí mismo contestar a modo de sentencia:"señor bonito, es usted un marrano". Sonrió como un estúpido y se le escapó una risita; mierda, se sentía como un adolescente que empezara a experimentar lo que era "querer" a alguien... Sería mejor empezar a respirar lentamente, para no llegar al club con el corazón desbocado y la cara de gilipollas que a buen seguro tenía. Ya podía ver la silueta del edificio al final de la leve pendiente; debería darse prisa o Simut empezaría a preguntar.
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Esther no había hecho oídos sordos, claro que no. No había podido. Y ahora se encontraba allí, parada frente al pálido y antiguo edificio cubierto de pintadas, sin poder despegar los pies del suelo ni los ojos de la puerta de entrada.
Era desconcertante lo muerto que el lugar parecía en contraste con la otra noche, exactamente como una carcasa vacía y sin ningún rasgo especial a destacar, sino tal vez lo abandonado que se veía. Las apariencias engañaban, y tanto que sí. Si no recordara el aspecto de esa puerta negra con total exactitud, pensaría que tal vez se había equivocado de edificio.
—¿Hola?
Se dio la vuelta con un espanto semejante a si hubiera oído la risa del mismísimo drácula a su espalda, y se quedó parada sin saber que contestar, mirando al chico rubio vestido con unos vaqueros y una sudadera de calaveras que acababa de saludar. Se sintió estúpidamente pillada in fraganti y palideció.
El chico frunció levemente el ceño con cierta inquietud.
—¿Estás bien? Vienes por el anuncio, supongo.
Recordó de pronto que Simut tenía una cita aquella mañana con alguien interesado en el puesto de camarero; oh, qué bien. Se rascó la cabeza un tanto pensativo: la cara de aquella chica le sonaba, aunque no sabía de qué.
Esther trató de recomponerse, pero ni pudo moverse del sitio.
—Sí—disparó sin pensar, y se arrepintió al instante. Desde luego, no tenía ni idea del anuncio del que hablaba ese chico cuya voz suave, por cierto, le resultaba lo bastante familiar como para escamarse. No podía reconocer a Samiq a golpe de vista porque, en el Tres Calaveras, ella había llevado aquella capucha en la cabeza que le había impedido la visión cuando éste estaba allí. Pero sí le había oído, claro. No podía asegurarlo, pero se dijo que era altamente probable que aquel chico la hubiera visto sobre el potro aquella noche y eso... esa posibilidad hizo que le temblaran las piernas.
—Estupendo—sonrió él, relajado no obstante, aparentemente no encontrando nada extraño en su presencia allí—Ven, sígueme. Es por aquí.
Esther sintió que no pudo negarse. El chico sacó un manojo de llaves del bolsillo, abrió la puerta negra y se hizo a un lado para que ella entrara al vestíbulo en sombras delante de él.
Ella se movió sin querer pensar en lo que estaba haciendo. De pronto sentía que tenía el estómago en la boca y que el corazón iba a salírsele del pecho; de golpe se vio fuera de sí misma, como si aquella sucesión de acontecimientos le estuviera pasando a otra persona, como si todo tuviera el halo de irrealidad de los sueños. El Dorado entró tras ella al edificio y cerró la puerta tras de sí.
—Me llamo Samiq—se presentó y le tendió cordialmente la mano.
—Esther...—musitó ella en respuesta automática, estrechándosela con nula presión.
—Encantado, Esther.
"Esther". Vaya, ese nombre le sonaba. Esa chica le sonaba. ¿Habría ido por el Noktem alguna vez en calidad de cliente? Sí, cada vez estaba más seguro de que la había visto antes.
—Ven, es por aquí.
Mientras bajaba las escaleras seguido por Esther, Samiq se quitó la sudadera y la camiseta, dejando al descubierto el aro dorado y macizo alrededor de su cuello que había permanecido oculto bajo la ropa.
—Simut, ¿estás por aquí?
Escuchó el sonido de voces y le hizo una seña a Esther para que continuara siguiéndole los pasos hacia ellas. Le extraño ese ruido de conversación, pues, hasta donde él sabía, Simut estaba solo en la sala, al menos antes de que él saliera a tirar la basura.
—Ah, Samiq—le llamó su hermano desde el área de los reservados, justo en ese momento saliendo de detrás de uno de los biombos seguido por dos personas más—Te presento a Lara y... disculpa, perdoname, no recuerdo cuál era tu nombre...—añadió, apuntando primero a una chica pelirroja y después girándose hacia un joven pecoso, más bien bajito, que llevaba el negro cabello recogido en una coleta corta.
—Yinx—respondió el interpelado sin mirarle.
—Ah, eso. Yinx—Simut sonrió con cara de circunstancias. ¿Yinx? ¿qué tipo de nombre era ese?—Lara y... Yinx. Han venido por...
—Por el anuncio—completó Samiq, sonriendo—como Esther.
Inmediatamente, ella dio un paso atrás. Sintió cómo Simut le clavaba la mirada, y entonces, para su horror, la luz del reconocimiento brilló en aquellos iris azul mar.
—¿Esther?—ladeó la cabeza algo desconcertado. Él sí la había reconocido; la había visto más de una vez con Silver y el grupo de los chicos, sabía perfectamente quién era igual que reconocería a Malena. Ocuparse del trabajo tras la barra no le dejaba un respiro, pero le permitía fijarse en las caras y, en realidad, a fuerza de ver pasar personas y personas uno terminaba reteniendo rostros en la memoria.
Ella tragó saliva y asintió como un reo confesando antes de recibir la pena capital. También había reconocido a Simut; le conocía de vista, sabía que ponía copas tras la barra, aunque nunca antes había hablado con él ni tenía idea de cuál era su nombre.
—...tú no eres...¿tú no eres la sumisa del rubio?
¿La sumisa del rubio? Vaya. Aunque Esther estaba acojonada, oír aquello de labios del otro le gustó. Le produjo orgullo pensar en decir que sí. Volvió a tragar saliva antes de responder a Simut.
—Soy la sumisa de Inti, Alex y Jen.
Se le llenó la boca diciendo aquello, y de qué manera. "Estás loca", se escandalizó aquella parte suya empeñada en mantenerla con los pies en el suelo. Ya nadie diría que fuera de allí seguía siendo un día laborable cualquiera, ¿pero quién carajo quería un día laborable cualquiera?
—Oh, vaya. Ya decía yo que me sonabas...—los ojos de Samiq se abrieron cuando éste ató cabos de golpe. Sí, claro, sabía perfectamente quienes eran Inti y sus secuaces, y podía deducir que la chica que les acompañaba la última noche que habían ido al club estaba allí ahora mismo, delante de él.
—¿Y has venido por el anuncio?—inquirió Simut sin poder disimular su asombro—¿quieres trabajar aquí?
El nudo en la garganta de Esther se tensó tanto que ésta soltó una risa nerviosa. ¿Trabajar allí? ¿haciendo qué? Menuda locura. Los Amos la matarían... la matarían, ¿verdad?
—Necesito... trabajar—¿pero qué estaba diciendo? ¡bueno! tampoco eso era mentira. Claro que necesitaba trabajar, aunque NO en aquel lugar, ¿se había vuelto gilipollas? No, no. Era algo impensable.
Sin embargo, Simut asintió y esbozó una pequeña sonrisa.
—Bueno, por qué no, supongo. ¿Tienes experiencia como camarera?
—Ah... sí... sí. Un poco, bastante, sí.
—Tranquila...—murmuró Samiq, viendo que ella balbuceaba y que le temblaban las piernas. Claro, si Esther era la sumi de Inti, Gato podía entender mejor su nerviosismo al volver a estar allí. Que curioso que hubiera venido precisamente buscando trabajo, pero bueno, por desconcertante que le pareciera, el por qué no era asunto suyo.—no nos comemos a nadie aquí. Bienvenida.
—Vale. Pues... perfecto—Simut se encogió de hombros y volvió a sonreír. Era gracioso que contara con tres personas ahora considerando que el Amo había publicado una oferta para, en teoría, un solo refuerzo en la barra—Si dependiera de mí, os contrataría a los tres sin dudarlo. Pero supongo que el Jefe querrá hacer una prueba de selección—añadió, dirigiéndose a la tal Lara, al tal Yinx y a Esther—si os parece, os enseño un poco la sala.
Samiq bajó al subsótano para colocar el pedido, dejando a su hermano con los tres candidatos al puesto de trabajo. No sabía a cuántas personas querría contratar Argen, pero comprendía bien a Simut cuando éste decía que les contraría a los tres si fuera por él. Realmente, el pobre estaba desbordado.
Primero, Simut condujo a los candidatos de nuevo al área de los reservados. Les mostró el Tres Calaveras a un lado, delimitado por el juego de mamparas chinas, y el Tres Coronas al otro. Delicadamente pero con sinceridad, el primer Dorado de Argen comenzó a pincelar las actividades que se hacían usualmente allí, y también procedió a explicar en qué consistiría cierta parte del trabajo, como acondicionamiento y limpieza de instalaciones, revisión del material, etc.
El Tres Calaveras estaba equipado con poleas, cadenas, raíles y zonas de juego que Simut mostró, algunas pormenorizadamente y otras de pasada. Ninguno de los tres candidatos parecieron asustarse al ver los materiales, ni los instrumentos de castigo ni las cuerdas y dispositivos de anclaje; Esther, evidentemente, no iba a escandalizarse por nada de aquello, y los otros dos, o bien estaban curados de espanto o bien ya sabían el tipo de local en el que estaban.
El reservado llamado Tres Coronas no estaba tan bien equipado como el anterior, pero se trataba de una estancia amueblada con lujo exquisito tras el parapeto de gruesas cortinas de terciopelo rojo que lo cercaba.
Tras entrar en cada uno de los reservados, Simut condujo a la pequeña comitiva por el pasillo hacia la sala principal. Esther caminaba la última detrás de Yinx, quien de vez en cuando gruñía algo ininteligible para el cuello de su camiseta. Ella se movía como autómata, de algún modo fascinada al percatarse de que todo se veía muy distinto desde fuera estando el local vacío, incluso el Tres Calaveras y aquel maldito potro.
—Atendemos las mesas cuando podemos—explicaba Simut, señalando el conjunto de mesitas redondas dispuestas alrededor del pequeño escenario en el centro de la sala—especialmente si hay espectáculo. Si no, normalmente los clientes suelen acercarse a la barra.
Les hizo una seña para que le siguieran hasta la larguísima superficie tras la cual preparaba copas y combinados cada noche. Levantó la encimera abatible en la zona de acceso y les indicó que pasaran al otro lado.
—Parece que hay mucho género, pero no es tanto en realidad. Y está bastante organizado—indicó, señalando el estante de espejo tras la barra—aquí nacional, aquí de importación, y... esta zona de aquí es para la coctelera.
—Interesante—la mujer llamada Lara, tal vez un par de años mayor que Esther, sonreía de oreja a oreja como si le hubiera tocado la lotería mientras jugueteaba con un mechón de su cabello de fuego. Prestaba atención a lo que iba mostrando Simut, pero tampoco se había cortado un pelo en mirar a Esther de arriba a abajo como si quisiera radiografiarla. No se podía adivinar qué pensaba tras aquella fachada de muñeca; sus juicios eran un misterio, pero ni el más mínimo detalle escapaba a su mirada de halcón.
En aquel momento, Lara se paseaba por la zona detrás de la barra a sus anchas, como si estuviera en su casa. Sus movimientos eran tenues bajo la melena flamígera, y sus pisadas silenciosas a pesar de las desgastadas zapatillas de deporte llenas de tierra que calzaba. Aunque su belleza era exótica e innegable, era evidente que aquella pequeña diosa no había elegido sus mejores galas para ir a la entrevista de trabajo: vestía unos vaqueros anchos y lavados mil veces, bajo cuyos rotos como tomates se podía apreciar la malla de unas medias de rejilla, y, por encima de la cintura, un top desteñido cuyo cuello tipo barco parecía a punto de desbocarse de tan dado de sí. No se podía decir que llevara escote, pero bajo aquel andrajo descolorido asomaba la forma blanca del hombro a cada paso, y hasta el canalillo a veces cuando se inclinaba.
Esther no supo o no quiso sostener la mirada en los ojos de Lara. Aquella chica era el tipo de persona que la incomodaba. Segura de sí misma, arrolladora y naturalmente sexy, a Esther le resultaba amenazante como un animal predador. Yinx, por su parte, atendía a las explicaciones de Simut con aparente interés. Preguntaba algo de vez en cuando, aclaraba dudas, asentía... no parecía tan "agresivo".
—Los clientes suelen ser muy respetuosos—continuaba explicando el Primer Dorado de Argen—aunque algunas veces cae alguna proposición indecente. No tengáis reparo en decir "no" si no lo deseáis. Nadie va a tocaros, y de ningún modo tenéis que hacer algo que no queráis.
—De ningún modo—puntualizó con un fleco de sorna una voz a sus espaldas en aquel preciso momento. Simut se dio la vuelta de inmediato para encarar al dueño de aquella inconfundible voz cristalina y se inclinó ante él.
—Amo. Qué sorpresa...
A tan solo un paso de distancia se encontraba Argen, a cara descubierta y mostrando una delicada sonrisa mientras sus ojos se posaban de uno en uno en todos los presentes.
—Levanta la cabeza, Simut—dijo mientras extendía una mano para tocarle el hombro al Primer Dorado—ya veo que estás muy bien acompañado. Lara, qué alegría verte, ¿cómo está tu padre?
—Bien, bien, el viejo está bien—respondió la pelirroja, sonriendo a Argen con gesto encantador—sigue tirándose a su novio cadáver, ya sabes.
Vaya, al parecer el Amo conocía a Lara e incluso a la familia de ésta. Simut no tenía conocimiento de ello, pero desde luego tampoco necesitaba explicaciones. Si lo del novio cadáver era literal, lenguaje en clave o parte de algún juego de palabras figurado, era algo que así mismo desconocía.
—Oh, sí. Vaya, bueno, me alegro. ¿Qué opina de que hayas venido aquí?
La chica soltó una pequeña carcajada.
—Ah, no. No tiene ni idea de que estoy aquí. En parte vengo para joderle, ¿me entiendes?
Argen rió.
—No me voy a meter en tus motivos personales...
—Bueno, estoy harta de ir de un sitio a otro y de aguantarle. Sí, sobre todo de aguantarle. No hace falta que me guardes el secreto, sólo, por favor, si acaso me contratas... no le llames. Deja que se entere solo.
El dueño del Noktem se encogió de hombros.
—No tenía intención de llamarle. Pero se enterará.
—Sí, sí. Ya lo sé—rezongó Lara—solo quiero un poco de paz hasta que eso ocurra, ya sabes.
Yinx sonrió levemente por primera vez desde que Esther le vio. Él también conocía al padre de Lara; era su jefe, de hecho, un cabrón con pintas de payaso de circo llamado Kieffer. Por mucho que Lara quisiera paz, Yinx tenía motivos para pensar que Kieffer ya se había enterado de sus intenciones, por no decir que a tal momento sabría perfectamente dónde estaban él y su hija. Valiente cabrón, no se le escapaba una. Suponía que Lara pecaba de ingenua si pensaba que su querido papá no tenía ojos en todas partes, pero no comentó nada al respecto.
—Sí, claro. Entiendo. Ah, y ¿esta es tu hermana Lizzy?—inquirió Argen.
A Esther le dio un vuelco el corazón, pero al segundo siguiente se dio cuenta de que el dueño del Noktem señalaba a Yinx. Contuvo la risa cuando éste ladeó la cabeza con gesto de no entender y frunció el ceño, visiblemente molesto. En realidad, con esa melenita y aquella carita dulce no se podía decir que Yinx pareciera muy varonil, pero de ahí a confundirle con una chica iba un trecho, al menos en opinión de Esther.
—Ah, no. No—Lara trató de no explotar en carcajadas, consiguiéndolo sólo en parte—él es mi compañero, Yinx. Trabaja en el circo también.
—Oh, ya veo. Discúlpame, por favor. Encantado de conocerte.
Argen le tendió la mano a Yinx, quien se la estrechó sin demasiadas ganas, y después se concentró en Esther.
—Y usted, señorita, es...
Ella sintió que se le paraba el corazón. ¿Realmente quería continuar con aquello? le parecía que presentarse a Argen era un paso de gigante, ¿de verdad quería trabajar allí? Se encontraba en el Noktem por una estúpida casualidad y aun estaba a tiempo de volver atrás, ¿por qué no lo hacía?
—Mi nombre es Esther, señor—murmuró, sin poder disimular lo cohibida que se sentía. Tomó aire para continuar hablando, ya que algo le decía que debía ser todo lo sincera que pudiera—He estado aquí otras veces. Soy... soy la sumisa de Inti, Alex y Jen.
Ni sabía si Argen tenía idea de quienes eran sus Amos, pero le parecía que callarse eso podría traerle problemas más adelante.
—Oh, sí. Esther, sí. Lo sé, te recuerdo. Llámame Argen, por favor.
¿Que la recordaba? Esther sintió un escalofrío. Jamás había visto a aquel hombre antes ¿En qué momento él la había visto a ella en el club? desde luego, si eso había ocurrido, ella no había sido consciente.
—¿Hay... hay algún problema con eso?
El dueño del club sacudió la cabeza.
—No, al contrario. Si tienes el consentimiento de Ellos, es perfecto.
Tras un escaso rato de charla banal, Argen se retiró al subsótano en busca de Samiq para tratar con él cierto asunto. Simut continuó mostrando a los candidatos la sala principal del Noktem, los ascensores, el almacén más grande y los baños entre tanto. Les habló también del sueldo, que en proporción con las horas trabajadas era indiscutiblemente elevado. Ya estaba a punto de decir "creo que esto es todo", cuando Lara hizo una pregunta.
—¿Podría ver las mazmorras?
Sí, por supuesto que podría verlas.
—No veo por qué no...—repuso Simut, indicándoles la escalera de caracol que conducía al subsótano.
Esther no estaba del todo segura de querer ver aquellos encantos subterráneos, pero siguió a la comitiva escaleras abajo, nuevamente en último lugar detrás de Yinx. "Si tienes el consentimiento de Ellos, es perfecto", aquella frase dicha por Argen aun daba vueltas en su cabeza. No, no se veía capaz de sentarse con los Amos y decirles "voy a trabajar en el Carpe Noktem", pero se rebelaba contra la decisión de rajarse por ello. Quería hacerlo, ¿verdad? eso sentía; demonios, era un sueldazo por poner copas, Simut y Samiq parecían amables, ¿acaso podía pedir más? Le parecía que tenía el trabajo casi en el bote, al alcance de la mano; no tenía ni idea de si Argen la contrataría finalmente, pero intuía que así sería. Y estaba dando saltos mentalmente con la idea, aunque al mismo tiempo le parecía lo más loco que podía hacer.
No acertó a pronunciar palabra cuando Simut abrió la mazmorra-establo llamada Trébol, ni tampoco cuando visitaron Pica, Rombo y Corazón. El bombardeo de imágenes la dejó aturdida y lenta de reflejos, al parecer sólo capaz de contestar algún monosílabo cuando se le preguntaba algo.
Lara, sin embargo, parecía encantada con las mazmorras, especialmente con Pica y sus elementos de tortura casi medievales. Le recordaban al circo de su padre, dijo; incluso comentó que allí tenían algo parecido al mobiliario para sacar al escenario. Quién podría saber qué tipo de circo sería ese, pensó Esther.
A decir verdad, Lara no le caía nada bien. La pelirroja no se había dirigido a ella en ningún momento pero aun así la encontraba desabrida, a veces incluso beligerante, con más que probable gusto por discutir y capaz de llevarse por delante lo que fuera. Ni la propia Esther era consciente de su gran intuición y de lo certero de sus impresiones.
Por el contrario, Yinx parecía no tener nada que ver con Lara. Desde luego, en cuestión de carácter no se parecían, y qué podía esperarse en definitiva si sólo eran compañeros de trabajo en aquel circo. Aquel chico bajito y pecoso parecía continuamente malencarado; tal vez era tímido, aunque tampoco se cortaba en decir lo que pensaba. Era mucho más reservado que Lara, y también más opaco.
—Oh, sí, crucifícame, cabrón, hazme tuya...—Lara hacía el tonto sobre la cruz en aspa de Trébol, retorciéndose contra ella para simular padecimientos y orgasmos encadenados. La mirada que le lanzó a Simut mientras decía aquellas palabras con la voz de la niña del exorcista tenía un punto obsceno, casi desafiante.
El Primer Dorado desvió los ojos para mirar hacia otro lado, incómodo ante aquella suerte de blasfemias.
—Eh, vamos. Es broma, tío.
Samiq podía escuchar las voces amortiguadas desde el pequeño almacén en el subsótano. Sin embargo, estando en compañía del Amo, no era plan de prestarles la más mínima atención. Argen había ido allí cuando él estaba a mitad de tarea, interrumpiéndole con la intención de tener una conversación que Samiq venía temiendo desde hacía días.
"¿Cómo va con Halley" le había preguntado El Amo nada más cerrar la puerta tras de sí una vez hubo entrado al almacén.
Samiq sabía que tarde o temprano tendría que hablar con Argen sobre Halley. Le resultaba en cierto sentido agónico no poder soltar su lengua, pero el hecho era que no se sentía capaz de enfrentarse al Amo y decirle lo que pensaba y sentía. No podía evitar pensar que Argen estaba jugando con él, porque... ¿qué demonios pretendía el Amo que él dijera? ¿qué buscaba, acaso probarle? ¿probar su lealtad o algo así, obligándole a acercarse emocionalmente a otra persona? Porque, a aquellas alturas de la película, Argen tenía que saber que lo que empezaba a unir a Gato y a Halley no era solamente sexual. Él les había visto juntos muchas veces, tenía que saberlo.
—Halley te gusta, ¿no es cierto?
Samiq desvió la mirada. No podía estar más tenso. Ya intuía que el Amo le pondría contra la pared verbalmente, y no quería mentirle.
—Sí, Amo—admitió sin mirar a Argen.
El aludido sonrió y le acarició suavemente el brazo.
—No hay nada de malo en eso, Samiq, querido.
Despacio, el Segundo Dorado rodó los ojos hacia Argen para enfrentarle la mirada por fin. Salvo que Él dijera lo contrario, tanto Simut como Samiq tenían permiso para mirarle directamente.
—¿...Seguro que no, Amo?
—Claro que no. Pero dime, ¿qué sientes hacia él?
¿Qué sentía hacia Halley? Samiq se encogió sobre sí mismo. Era una buena pregunta. Sentía muchas cosas, y se dijo que sería incapaz de enumerarlas todas. Un profundo cariño de origen incierto ante todo, pero también ganas de protegerle, deseo de hacerle sonreír y olvidar los malos tragos... deseo de ayudarle a liberarse de la pesada carga sobre sus hombros, tal vez. O más bien de acompañarle en el proceso, pues eso sólo el propio Halley lo podía hacer desde dentro de sí mismo. Y, por otra parte, no podía negar que el sumiso le resultaba adorable... abrazable, querible, besable. Su culo resultaba adorable también, no podía ser de otro modo; a Samiq se le ponía dura sólo con pensar en volver a follárselo.
—No lo sé—respondió.
—Es diferente a todo, ¿verdad?—inquirió Argen—me refiero a lo que sientes hacia él.
Samiq asintió con vehemencia. Era diferente, muy diferente a todo, de eso podía dar fe.
—No tiene nada que ver con lo que siento hacia Usted, Amo—musitó, sin saber si estaba incurriendo en una herejía al formularlo así.
—No, querido, claro que no. De eso se trata. No tiene nada que ver, pero es intenso, ¿cierto?
Uf. Desde luego que lo era. Samiq se mordió el labio y miró al Amo con gesto de súplica sin darse cuenta.
—Sí, Amo, lo es. Lo siento, lo siento mucho...
—No lo sientas, querido. No hay nada que sentir.
Argen se acercó más a su esclavo y le rodeó los hombros desnudos con un brazo.
—Amo, yo... de verdad que lo siento.
—Shh. ¿Has pensado que quizá Halley querría ser tuyo, Samiq? ¿sentirse tuyo?
Claro. En esto, "sentirse" y "ser" eran lo mismo. El Dorado se sintió de pronto a punto de llorar. Argen le conocía demasiado, o tal vez a él se le notaba todo en la cara, o tal vez era adivino.
—Me temo que sí, Amo. La culpa es mía. De verdad que lo siento.
El dueño del Noktem suspiró.
—No hay nada que sentir, Samiq. Es perfecto. Eres un ambivalente, ¿crees que eres menos mío por eso?
Esther había entrado al Noktem con las piernas temblando, y salió de allí de igual manera. No las tenía todas consigo en absoluto, y sin embargo había accedido a acudir el viernes siguiente para una noche de prueba tras la barra, con Lara y con Yinx, bajo la supervisión de Simut y Samiq.
Aun no podía creer el giro que habían tomado los acontecimientos. De nuevo bajo la luz del sol, mientras se alejaba hacia la boca de metro para dejar el edificio atrás, le parecía que todo lo acontecido había sido una especie de sueño turbio.
Pero no había sido un sueño, sino algo muy real. Tan real como que ella había aceptado la propuesta de la prueba y había sellado dicha aceptación con un apretón de manos. Aun no había reaccionado ante eso lo bastante como para ponerse nerviosa, pero a medida que pasaban los minutos comenzaba a sentir que su respiración se aceleraba por momentos.
Le angustiaba pensar que de momento no les contaría nada a los Amos, o al menos eso había decidido hacer. ¿Podría con ello? ¿podría, para empezar, guardar aquel secreto? el jugoso sueldo ayudaría, porque, en aquel preciso momento en la vida de Esther, era tiempo de despegar... y despegar se sentía más urgente que ser leal hasta el extremo.