completo
i
El sábado por la mañana, justo antes de salir de casa, Esther daba un repaso a los diferentes enseres que, según las indicaciones de los Amos -en realidad solamente de Jen- había preparado en una bolsa de viaje. Camisetas interiores de invierno, calcetines gruesos, vaqueros, un par de bragas -sólo porque estaba a punto de venirle el periodo- y sendos paquetes de compresas y tampones que muy amablemente le había facilitado Jen. También estaba autorizada a llevar su neceser personal, donde había guardado su cepillo de dientes, un tubo de pasta dentífrica, peine y cepillo de pelo. Ni colonia, ni perfumes, ni maquillaje; y como única joya, el collar de casa que llevaba al cuello (aparte del cuarteado collar canino que estaba ya en la bolsa).
Suspiró mientras hacía recuento mental. Era una faena que la regla estuviera al caer precisamente aquel fin de semana, no sólo por lo que suponía el sangrado sino por las molestias previas. Notaba el cuerpo pesado, hinchado y dolorido, sobre todo el bajo vientre y los pechos. Oh, sí, los pechos... los sentía tan turgentes y sensibles al mínimo roce que había pedido permiso para salir sin sujetador. Se le había concedido, claro.
Tenían que salir a primera hora para que le diera a Jen tiempo a instalarse antes de ir a la primera conferencia, que tendría lugar sobre las once de la mañana. Así que eran las siete cuando Esther cerró por fin la bolsa de viaje y se dirigió a la cocina para tomar el desayuno. Sentado a la mesa estaba Alex, devorando una torre de tostadas con mantequilla, y a su lado Inti con el cabello aun mojado tras la ducha.
—¡Esther!—Jen hizo su entrada en la cocina justo tras ella, con el móvil en la mano y una sonrisa de oreja a oreja—Buenos días, ¿has dormido bien?
Ella sonrió y dio un leve asentimiento en respuesta, algo cohibida por la alegría que desbordaban los ojos de Jen. Le parecía lógico: considerando el plan que tenían, suponía que hasta la más aburrida conferencia se presentaría como una actividad estimulante.
—Sí, Amo. Muy bien, gracias.
—Siéntate—masculló Alex con la boca llena, apartando la silla a su lado de delante de la mesa y golpeando el asiento con la palma de la mano—¿no vas a desayunar?
—¿Puedo tomar un café, por favor?
—Siéntate—la animó a su vez Jen en tono suave—ya te lo pongo yo.
Esther obedeció e Inti dejó escapar un resoplido, aunque no hizo comentario alguno. Los exabruptos cavernícolas de Alex hasta llegaban a hacerle gracia, pero aquella actitud de eterno novio detallista que a veces destilaba Jen le sacaba de sus casillas.
Justo cuando Jen acababa de colocar una taza de café recién hecho delante de Esther, su teléfono sonó. Miró la pantalla sin dejar de sonreír y contestó inmediatamente.
—Hola, guapa. Sí, vamos a salir en quince o veinte minutos...
¿Guapa? Vaya, ¿a quién se dirigiría Jen así? se preguntó Esther. Probablemente se trataba de esa compañera de trabajo con la que asistiría a la ponencia: Paola. Sí, ese era su nombre, creía recordar.
—Claro, tranquila. ¿Te veo en el hotel, entonces?
Mientras Jen hablaba, Alex empujó el plato de tostadas cerca de Esther y soltó un gruñido mañanero que podría significar "come". Ella iba a contestar que no tenía hambre, pero en el último momento cerró la boca, no queriendo contrariarle, y alargó la mano para coger una.
—Vale, entonces lo mejor va a ser que me sigas con tu coche. Te doy un toque cuando estemos delante de tu casa y listo—Jen continuaba al aparato y se había girado hacia la ventana para seguir hablando, dando la espalda a Esther—No, no, por favor. Qué va, ningún... No, ningún problema. Calcula una media hora o así.
Esther no se dio cuenta de que había parado de masticar, sencillamente porque quería escuchar mejor lo que Jen respondía en la conversación. Alex seguía a lo suyo, mojando un pico de tostada en su café y despertándose poco a poco, e Inti tenía la cabeza ligeramente agachada como centrado en sus pensamientos, aunque de vez en cuando lanzaba miradas de soslayo alternativamente a Esther y a Jen.
—Sí, ¡claro!—rió este contra el auricular— claro que sé dónde está tu casa, ¿qué te piensas? Portal once, primero A.
En aquel momento, Alex eructó comedidamente -solía tener cuidado de no explayarse en ello cuando estaba Esther delante, al menos en los últimos días-, se secó los labios con el dorso de la mano y alargó la mano hasta un paquete de tabaco que estaba próximo en la mesa. No era habitual verle fumando, pero al parecer aquella mañana había una causa de fuerza mayor.
—"Café y cigarro, muñeco de barro"—canturreó a media voz, lanzando a Esther una mirada provocadora con los ojos entornados. Era hasta cierto punto conmovedor ver cómo se esforzaba en afinar sus maneras de vikingo delante de ella, aunque tampoco se entendía bien por qué tanto trabajo si luego iba a terminar soltando perlas así.
Esther se hubiera reído de no haber estado tan pendiente de Jen. Algo en aquella conversación telefónica estaba poniéndola tensa, pero no sabía qué era.
—Vale, preciosa. En media hora o tres cuartos estamos allí. "Muuack".
¿"Preciosa"? ¿"Muuack"? Esther se vio de pronto alterada. ¿Por qué demonios Jen había empleado una onomatopeya tonta en lugar de decir, simplemente, "un beso" para despedirse? La onomatopeya sonaba a complicidad, sonaba a "especial"... tal vez no, tal vez era una gilipollez preocuparse por eso... un momento, ¿qué era lo que le generaba preocupación exactamente?
Preocupación. Angustia momentánea. Eso había sentido Esther en las décimas de segundo que tardó Jen en cortar la llamada. Ah, Paola. No la conocía, y ya prácticamente la odiaba en secreto.
—Paola va a seguirnos en su coche—comentó él tras colgar, mirando la pantalla del móvil mientras lo bloqueaba antes de guardarlo—Habría que ir saliendo...
En realidad, la casa de Paola les pillaba de camino, pues la compañera de Jen vivía aún más en el extrarradio que ellos mismos. Sucedía que ella, aparte de no haber ido nunca antes a aquel lugar de destino, era bastante insegura al volante y apenas cogía el coche. Jen lo sabía y entendía perfectamente que pudiera darle seguridad el simple detalle de que ellos fueran delante; no le importaría nada tener que ir un poco más despacio para que ella les siguiera con facilidad, aunque no iba a contarles el motivo real de hacerlo a los allí presentes. Porque tampoco era que los temores de Paola importasen a nadie en aquella cocina, o así lo entendía él.
—Espera, que voy a cagar.
Alex se levantó sin precipitación alguna para enfilar el pasillo en dirección al baño tras suministrar aquella información.
—Joder. Venga, no tardes...—No iba con el carácter de Jen meter prisa a la gente, pero al parecer le importaba mucho no retrasarse. Esther lo constató cuando él se volvió hacia ella con gesto algo apurado—¿Llevas todo, Esther?
—Sí, Amo. Creo que sí.
—Asegúrate—replicó Inti en voz baja. Por supuesto, él había revisado hasta la extenuación la cochina bolsita de viaje que llevaba, tantas veces como su naturaleza obsesiva le había exigido hacerlo.
—Sí, Amo...—murmuró Esther, abriendo bolso y mochila sobre la mesa.
Pareció que Jen fuera a decir algo cuando ella se dispuso a sacar las cosas para hacer un último recuento ahí mismo, pero finalmente guardó silencio y la dejó hacer. Asintió con mirada de aprobación cuando ella sacó la ropa de la mochila, el neceser y todos aquellos objetos tan inocentes; nada parecido a la pequeña selección de cuero, látex y juguetes diversos que había metido él en su propia bolsa. Con esperanza, si les paraba la guardia civil -o tenían la mala suerte de caer en un control policial de carretera- nadie les registraría el equipaje. Habría que rezar por ello, si tan sólo por lo embarazoso que sería dar explicaciones llegados a tal punto.
Cuando ella volvió a cerrar su equipaje, Jen la tomó del brazo para llevarla aparte un momento, a tiempo de escuchar el sonido de la cisterna en el baño al fondo del pasillo.
—Esther, ¿ya te ha venido la regla?—preguntó, acercando su rostro al de ella para hablarle en voz baja.
—No, Amo. Creo que no—se apresuró a matizar ella. Igual no se había dado cuenta.
—¿Llevas bragas puestas y una compresa por si acaso?
Ella asintió ante la directa pregunta, que había sido formulada como lo más natural. Ese tipo de detalles, esa naturalidad (porque para qué dar un rodeo) a la hora de hacer preguntas a bocajarro sobre su cuerpo, tenían el poder de hacerla sentir de golpe como la perra que con él quería ser. Un poder que ella deseaba acatar; mágico y primario a partes iguales. En realidad, le daba escalofríos que tan solo dos palabras de Jen bastaran para que ella se encajase sin más en aquella posición, por mucho que en su fuero interno la deseara hasta el punto de olvidar que era un acuerdo. Daba vértigo estar a los pies de Jen, daba vértigo desearlo... ojalá eso no muriera nunca, pensó. Si había un paso siguiente, algo más allá de estar simplemente enamorado, eso era la fantasía de entregarse.
—Sí, Amo.
Jen observó cómo Esther bajaba la mirada y enrojecía ligeramente. Algo en su lenguaje corporal le alertó, sin embargo.
—Esther, ¿estás bien...?
Se dio cuenta de que ella parecía tensa, encogida sobre sí misma como si quisiera desaparecer. ¿Tanta vergüenza le daba hablar sobre aquellas cosas? ¿u ocurría algo más?
—Sí, Amo. Muy bien.
Uh. Algo pasaba. De haber tenido más tiempo, Jen se hubiera detenido a preguntar y casi seguro hubiera terminado interrogando a Esther. Pero justo en aquel instante se escuchó un portazo y los pasos de Alex acercándose desde el baño, en su estilo habitual de dinosaurio irrumpiendo en cacharrería.
—¿Nos vamos o qué?—inquirió pasando junto a Esther y a Jen, alargando el brazo para coger su mochila negra y roja.
Jen respiró hondo.
—Sí, vamos. Esther: cuando te venga la regla, dímelo—apostilló, tanteando el bolsillo para asegurarse de que llevaba las llaves del coche mientras avanzaba hacia la puerta.
Una vez en el coche, Esther pidió permiso para conservar su bolso y se le concedió. El resto de mochilas y bolsas de viaje que todos llevaban fue a parar al maletero. En cuanto tuvieron los bultos colocados, Jen ocupó el lugar frente al volante sin discusiones -presumiblemente, los chicos habrían acordado entre ellos con anterioridad quién conduciría aquel día- e Inti se sentó de copiloto. Esther y Alex pasaron a la parte trasera del vehículo, donde se estaba relativamente cómodo y había espacio de sobra para repantingarse, incluso para estirar las piernas.
Llevaban un rato viajando en silencio hacia las afueras de la ciudad cuando Jen, quien hasta el momento parecía haber estado totalmente concentrado en la conducción, abrió la boca para dirigirse a Esther.
—Oye, Esther...—sus ojos se clavaron en ella a través del espejo retrovisor, y por el tono de su voz se notó que sonreía—eso que dicen sobre que las mujeres están más sensibles y cachondas cuando les va a venir la regla, ¿es verdad?
Quedándose tan a gusto tras decir aquello, cambió de marcha y desaceleró para tomar una desviación a la derecha. Una vez encarrilado el vehículo, volvió a lanzarle otra mirada incendiaria a Esther por el espejo y comprobó que ella había enrojecido hasta las orejas.
—Quiero decir que...—en vista de que ella no daba pie con bola para articular palabra, él decidió continuar a fin de alentarla—es evidente que el vaivén hormonal influye, pero... yo soy hombre, y, claro... me pregunto cómo se sentirá.
En realidad esta tribulación de Jen era cierta. No se estaba inventando nada; siempre lo había pensado sin llegar a tener ocasión de comentarlo. Dado que él estaba en celo permanente, no podía por menos de preguntarse hasta qué punto la libido podía estar sujeta a un ciclo, al menos en aspectos de química hormonal, y cómo funcionaría eso.
Inti no movió un pelo. Si escuchó las inquietudes verbalizadas por Jen, no dio muestras de ello. La mirada de acero frío se diluía en sus ojos sin enfocar el paisaje al otro lado de la ventanilla, y él se mantenía inalterable como roca de granito, ajeno a todo en apariencia.
Alex, por su parte, fingió no haber oído absolutamente nada tampoco. Igual que Inti, miraba por la ventanilla, sólo que con el cuerpo girado hacia ella y la frente casi pegada al cristal. A Esther le sorprendió que Alex no entrase al trapo, si tan sólo para hacer alguna broma, pero lo cierto era que con él nunca se sabía: tan pronto iba lanzado como una bala, tan pronto parecía un elefante acorralado sobre una banqueta ante la presencia de un ratoncito.
No hace falta decir que Esther no supo dónde meterse. ¿Que si se sentía más cachonda ahora que iba a bajarle la regla? casi se rió cuando en su fantasía respondió a la velocidad del rayo: "me encanta que me hagas esa pregunta, Amo". Comentario que reprimió al momento, tal vez azorada hasta el absurdo y no queriendo por nada del mundo dar imagen de viciosa, como si eso importara a aquellas alturas ya.
—Bueno, Amo. Pues no sé... no sé cómo será para otras mujeres—dijo en voz baja, parando unos instantes tras aquellas palabras para tomar aire antes de continuar—pero a mí, si te soy sincera, sí me pasa.
Si algo había "aprendido" durante la convivencia con los Amos era a ajustarse a su verdad cuando respondía una pregunta. Y claro que sí, claro que le pasaba.
Su cuerpo, inflamado y sensible, ardía desde hacía días con especial urgencia por ser profanado. Un simple cruce de miradas con Jen a través del espejo retrovisor había bastado para que mojara las bragas, lo mismo que sentir tan cerca la presencia de Alex en el asiento de atrás. Hasta echar de menos a Inti la estaba poniendo cachonda en aquel momento, solo por la permanente imagen mental de hallarse desnuda a sus pies, disfrutando la misma fantasía de siempre: verse despojada de dignidad y a la vez sentirse más ella misma que nunca. Le parecía que jamás en su vida, ni en un millón de años, se cansaría de aquello.
Inexplicablemente, desde que había empezado a "descubrirse" gracias a Jordan y a Cross, la fantasía de la sumisión excitaba a Esther todavía más que al principio de conocer a los chicos. Era más fácil plantearse algo así desde la certeza de que jamás, pasara lo que pasara, se permitiría perderse a sí misma. Y, al mismo tiempo, la sensación de que poco a poco sacaba lo mejor de sí para ofrecerlo si quería le hacía sentirse feliz, con la ilusión equivalente a cuando uno prepara el mejor regalo para alguien importante en su vida. Era más fácil pensar en todo así, y más auténtico moverse desde aquella seguridad que pasito a pasito había comenzado a afianzar cada día.
No, ella no era ninguna mierda, contrariamente a lo que se había obligado a pensar durante años sin palabras. Ni lo era, ni quería darse a otros pensando así de sí misma -aunque sólo fuera desde la fantasía-, porque nadie quiere dar mierda como regalo, ¿verdad?
Quería permitirse pensar que era valiosa por sí misma, y lo estaba consiguiendo. No era una tarea difícil del todo, porque en realidad ella era valiosa. Desde que había empezado a intuirse valiosa (a intuirse única como persona), quería re-vivir... y vivir de nuevo. Afrontar ilusiones, saltar obstáculos, terminar la carrera, tal vez empezar a estudiar otra cosa o explorar otros campos. Simplemente por disfrutarlo. Se había dado cuenta también de que el arte la atrapaba y la lectura le interesaba... era como volver a recuperar poco a poco los fragmentos de un espejo roto, el espejo de un antiguo yo que había permanecido olvidado, encerrado en alguna celda interna durante mucho tiempo, latente pero vivo.
Era genial hacer locuras desde el amor propio. Incluso cuando le excitaba jugar a perder la dignidad y a ceder el control. Era genial decir que estaba cachonda y perra con la boca bien grande, y que se cayera el mundo si aquello era una blasfemia.
Amarse -o por lo menos no odiarse a uno mismo- era el norte en la brújula, la dirección correcta y siempre segura que daba sentido a todo. Cualquiera podía perderse a gusto con una brújula en la mano, sabiendo que siempre podría regresar a casa, a cualquiera de las casas que amaba.
—Interesante...—repuso Jen, ahora con ambas manos sobre el volante—así que te pasa. Y... ¿en qué lo notas?—inquirió con curiosidad.
Los ojos de Esther brillaron cuando le devolvió la mirada por el espejo retrovisor antes de responder.
—En las ganas que tengo de comerme una polla, Amo.
Alex se echó a reír estruendosamente en aquel momento.
—Por favor. A estas horas de la mañana.
Inti chasqueó la lengua con desagrado y sacudió la cabeza, sin apartar los ojos del interesantísimo paisaje al otro lado de la ventanilla.
—¿Qué pasa, Alex?—se carcajeó Jen sin quitarle ojo a la carretera—¿no te parece una buena hora?
—No sólo es buena, es la mejor—replicó el aludido en tono chulesco.
Jen se aguantó la risa.
—Ahora va de vacilón, Esther. Pero que no te engañe... se le está poniendo dura como un canto.
—¿Qué dices?—respondió desabridamente el otro, obcecado en no mirar a ninguno de los que estaban presentes en el vehículo. De pronto, el interior del habitáculo trasero no parecía tan amplio como sería deseable.
—Sí, y ahora se picará como un niño de diez años. Qué predecible es, el pobre.
Esther se removió inquieta contra el respaldo. ¿Qué pretendía exactamente Jen? ¿Estaba usándola a ella para provocar a Alex? En parte, eso le gustaba...
Alex soltó una carcajada tensa y se apartó de la ventana para inclinarse hacia el espacio entre los dos asientos y hablar a Jen desde más cerca.
—Ya, y tú qué.
—¿Yo?—el interpelado se permitió apartar la mirada de la carretera por un momento para atisbar al otro por encima del hombro—Bueno, si me diérais un espectáculo, todavía. Pero sois más bien sosos, la verdad.
—Jodido pirado—masculló Inti entre dientes, casi para sí, luchando por no sonreír.
—Sí, hombre. Ahora mismo voy a darte un espectáculo a ti, justo pensaba precisamente en eso. No me jodas.
—Pobre Esther—rió desaprensivamente Jen—podrías hacerlo al menos por ella. Acaba de decir que...
—Eh, eh. Suficiente—le cortó Álex al tiempo que se echaba hacia atrás sobre el respaldo del asiento—déjalo estar. Aun estoy medio dormido, me cago en la puta.
Parte de razón tenía Jen, pensó Álex. No tenía la polla como un canto-aun no- pero se le estaba poniendo dura a marchas forzadas con aquella tontería, sobre todo cuando escuchó la confesión de Esther en cuanto a sus apetencias en aquel momento del ciclo. Ni que decir tiene que, para él, todo eso de la menstruación y los cambios hormonales-más bien todo lo que tenía que ver con lo femenino- era un misterio absoluto equivalente a un libro escrito en chino mandarín. Se dio cuenta de que nunca se había visto en aquella tesitura con una chica, que él supiera; nunca antes, ni con novias ni con chicas con quienes hubiera compartido cama, jamás ninguna de ellas le había hecho partícipe de su ciclo hormonal. Nunca había tocado a ninguna chica cuando ésta estaba sangrando por ahí, y ahora, para su desgracia, esa chorrada se le antojaba como una de las locuras que querría probar antes de morir. Solía sucederle aquello con todo lo desconocido en relación al sexo, comida y deportes de riesgo en general. Poco escrúpulo tenía si se trataba de experimentar.
—Oye, ¿quieres conducir tú?—le espetó Jen con una carcajada para rematarle—porque ahora mismo me cambiaría por ti.
Esther rió estúpidamente. El corazón le latía deprisa y se obligó a respirar hondo para no acelerarse más. Jen se dio cuenta y rió a su vez.
—Esther, yo te daría rabo si no estuviera conduciendo...—sentenció, levantando de nuevo los ojos chispeantes hacia el espejo retrovisor—te juro que te lo daba ahora mismo.
Alex se mordió el labio inferior con fuerza, tentado -muy tentado- de mirar a Esther para ver la cara que estaba poniendo ella. Le horrorizaba al mismo tiempo la idea de mirarla, sin embargo; la idea de que ella pudiera también mirarle a él, y entonces, irremediablemente, leer en sus ojos todas las barbaridades que pasaban por su recalentada cabeza en aquel momento. Notó en aquel mismo instante las pupilas de ella clavándosele con descaro inquisitivo y se estremeció, poniéndose más rígido en el asiento de lo que ya estaba. ¿Acaso ella esperaba algo de él? ¿Por qué diablos le estaba mirando directamente, sin pudor alguno?
Sentía que de algún modo Esther estaba cambiando. Y no podía quitarse de la cabeza que, según palabras propias, ella quería comer... quería chupar... La "burrita mamona" -como la había llamado Inti en el Tres Calaveras- quería comerse una buena polla, saborear y mamar hasta tragarse la corrida. Señor, hasta le parecía que podía oler la súbita excitación de ella ahora, ¿o era su imaginación jugándole malas pasadas?
Lo más genial -y a la vez lo más atroz de todo- era que todos en aquel habitáculo sabían lo que estaba pasando. Cada uno de ellos se encontraba ahora esperando en silencio lo que vendría a continuación, preguntándose con sincera inquietud cuál sería el paso siguiente y qué pasaría. Claro que, mientras que Inti y Jen estaban por coger mentalmente una bolsa de palomitas en secreto regocijo, a Alex parecía que fuera a darle un ataque al corazón.
Esther vio como Alex se empeñaba en rehuirle la mirada. Se lamió los labios, encontrando aquella "timidez" -no sabría si llamarlo así- asombrosamente dulce. Le sobrecogía aquella parte de Alex que contenía su miedo y su férreo auto-control en respuesta. Encontraba que esa parte de él era conmovedora y le hacía grande. Él rechazaba habitualmente su propio impulso en favor de no arriesgarse a hacerla daño; esa lucha era grande: era la lucha del guerrero que no era esencialmente frágil, pero temía que sus demonios dañaran de cualquier forma a sus seres queridos. Se sacrificaba a sí mismo sin dudarlo para no correr el riesgo de hacerla sufrir. Por otra parte, Esther se daba cuenta de que esa decisión se extendía más allá de lo puramente sexual, y eso estaba comenzando a tocarla por dentro y a hacer mella en ella (en el mejor de los sentidos). Le parecía que, conforme iba viéndose a sí misma con más claridad, también podía ver mejor a otras personas, y algo tan simple como eso (ver, sólo ver; ver a Alex, verles a ellos) se sentía como un privilegio ya por siempre necesario.
De pronto deseó no sólo mamársela a Álex sino cabalgarle, sentirle dentro. Los caminos del romanticismo eran inciertos -y tal vez inescrutables- incluso dentro de aquel coche. Sentía un deseo devorador dentro de sí, tan salvaje y físico como emocional. Y es que entender que todo iba ligado, que la psique, la mente y el cuerpo eran una sola cosa, evitaba rodeos innecesarios y quebraderos de cabeza.
—Amo Alex...
El aludido no respondió.
Inti suspiró y accionó el mecanismo para bajar la ventanilla. Sólo la abrió un poco, lo suficiente para que una corriente de aire se colara en el repentinamente enrarecido habitáculo.
—Tenemos que parar a llenar el depósito—comentó Jen despreocupadamente, frenando un poco para desviarse hacia la siguiente gasolinera en el margen derecho de la carretera.
El rubio asintió. Sería un alivio salir del coche aunque solo fuera un momento. Comenzaba a sentirse incómodo y... acalorado, a medida que la turbación de Alex y la excitación de Esther se hacían más evidentes.
Esther exhaló tratando de relajarse. Sabía que a Alex cada vez le gustaba menos ser llamado "Amo", y que tal vez por eso no había contestado cuando le llamó momentos antes. Pero si le llamaba por su nombre, como había hecho en la consulta el día que fueron a ver a Cross, tal vez Inti brincara en el asiento y la acusara de falta de respeto ("No somos tus colegas", etc). No quería desairar al rubio... pero también pensaba que, después de todo, el cómo ser tratado y abordado era algo que cada uno de Ellos decidía por separado, y su deber como sumisa era adaptarse a los deseos de cada cual. ¿No?
Tragó saliva y se permitió acercarse un poco más al atribulado cavernícola.
—Alex...
Entraron a la gasolinera y Jen estacionó junto a uno de los surtidores libres. Alex seguía sin contestar a Esther, directamente ignorándola en sus mismísimas narices.
—Voy al cuarto de baño—gruñó Inti, dirigiéndose a todos y a ninguno en particular, abriendo la puerta del copiloto para salir.
Después de repostar, cuando retomaron de nuevo el viaje, nadie comentó nada sobre pollas y chupadas pero la tensión seguía en el aire. De cualquier modo, no tardaron demasiado en tomar el desvío que les conduciría a la zona residencial donde vivía Paola.
Esther se dio cuenta de que Jen no había dudado en ningún momento sobre el camino a seguir, y le asaltó el pensamiento de que, seguramente, él habría ido por allí otras veces. En realidad, si lo pensaba, ella no sabía nada de la vida de Jen fuera de la casa... no tenía ni idea de a quién veía, de donde iba ni de lo que hacía más allá de aquella frontera física. Se preguntó hasta qué punto estaba ella misma asumiendo una especie de confinamiento voluntario entre aquellos muros, cosa en la que hasta el momento no había reparado.
Sin llegar a estacionar frente a la hilera de casas a lo largo de la cual circulaban, Jen puso los warner y se hizo a un lado para detener por un momento el coche y hacer una llamada perdida. En aquel mismo momento, la puerta acristalada del bloque de pisos que quedaba unos metros por detrás se abrió y a través de ella salió una chica arrastrando una maleta con ruedas. La maleta resultaba bastante llamativa por tener los colores del arcoiris en el diseño de su parte frontal; se veía desde lejos.
—Está ahí. Un segundo, voy a saludarla.
De pronto, Esther no quiso mirar. Una parte de ella se moría de ganas de girarse para seguir a Jen con los ojos, de ver cómo saludaba a la chica y qué aspecto tenía ésta... pero pudo más otra fuerza que la impulsó a esconder la cabeza, y qué mejor lugar había para eso que el regazo de Álex. Sintió como el mencionado daba un pequeño bote sobre el asiento al pillarle de sorpresa el súbito acercamiento, pero ella se negó a despegarse de él, tomando aire para respirar contra la tela vaquera de sus pantalones y permitiéndose rodearle la cintura con los brazos.
Seguía excitada, ahora embriagada por el olor entre las piernas de Álex, pero escuchar la puerta del coche cerrarse y los pasos de Jen alejándose hacia la chica-sin-cara le produjo una tristeza de la que no se desharía fácilmente.
Suspiró con la cara sepultada en la ingle del otro. Una vez más, todo se unía, todo confluía y formaba parte de la misma cosa. Tanto si sentía celos como si no (no estaba segura aún de la naturaleza de aquel golpe de "tristeza" que sintió cuando Jen salió del coche), de hecho encontraba consuelo allí, en el cuerpo contra el que se apretaba, sin que el mismo Alex lo supiera.
Presionó a sabiendas la nariz contra el botón de los vaqueros del chico, entreabriendo los labios para agarrarlo entre los dientes, sin llegar a ser consciente del deseo que desprendían sus acciones. Ese "consuelo" no era ningún "premio de consolación"; era extraño, pero, de alguna forma, la hacía feliz. Ah, a veces parecía que sus pensamientos -o más bien sus sentimientos- no tenían sentido...
—Oye, Esther...—murmuró entonces Alex, moviéndose casi imperceptiblemente contra la cara de ella. Desde luego que no podría retirarse ni aún queriendo hacerlo, pero no sabía lo que Esther quería hacer, y eso le hacía sentirse inseguro dentro de aquel espacio reducido en el que ambos estaban cualquier cosa menos solos.
La chica levantó la cabeza para mirarle. No se dió cuenta de que le había babeado los pantalones a la altura del creciente bulto entre sus piernas. Él sí lo adivirtió, claro.
—Lo siento...—musitó ella.
Alex negó con la cabeza y su mano se cerró en la coronilla de Esther, torpemente, como si estuviera indeciso entre agarrarla del pelo o acariciarla.
—Aquí no—musitó entre dientes, mirándola fijamente a los ojos. Tuvo que hacer un esfuerzo grande por controlarse, ya que, a su pesar, aquella disculpa murmurada por ella disparó su excitación hasta límites insospechados.
Esther asintió con la cabeza y se apartó un poco, justo a tiempo de ver cómo aquella chica de nombre Paola le plantaba un beso a Jen en algún lugar de su cara, no supo exactamente dónde. Malditos ojos que habían ido como flechas al cristal de la ventanilla, ¡mierda! había visto un beso de amigo, siempre que no hubiera sido en los morros, pero igualmente le jodió. Y bien podía haber sido nada más que eso... o no; desde aquella distancia no podría asegurarlo, y, además, el cabello largo de Jen dificultaba la visión de los rostros aún más. Se quedó helada sin darse cuenta, las manos aún en las caderas de Alex, los dedos rígidos presionando contra la tela vaquera de sus pantalones.
Mientras Alex luchaba en silencio por calmarse un poco y Jen abrazaba a Paola a unos metros de distancia, Inti parecía absorto en mirar a ninguna parte, ajeno a todo.
Minutos después, Esther tragó saliva viendo como Jen volvía de nuevo hacia el coche. Sintió un sabor agrio bajándole por la garganta y desvió la mirada, logrando reaccionar para rectificar su postura en el asiento trasero junto a Alex.
—Bueno...—Jen consultó rápidamente el reloj de su móvil una vez volvió a ocupar su lugar frente al volante—no vamos mal de tiempo.
Giró la llave de contacto y comenzó a maniobrar para ponerse de nuevo en marcha, constatando por el espejo retrovisor que el coche blanco de Paola se movía para seguirle. Había quedado en unos treinta minutos con el dueño de la casa en alquiler para la entrega de las llaves; tal vez tuviera que apretar un poco el acelerador, pero confiaba en no llegar demasiado tarde. Según los mapas que había consultado, el centro donde tendría lugar la conferencia quedaba bastante cerca de la casa rural; se trataba de un hospital de cuidados paliativos, emplazado entre montañas y bastante alejado del pequeño núcleo urbano al que pertenecía. Lo más coherente parecía ir hasta allí en el coche de Paola, con ella, dejando el suyo junto a la casa y permitiendo así que los chicos y Esther pudieran disponer de él. Absorto en organizar estas ideas en su cabeza, Jen no reparó en la mirada que involuntariamente le lanzó Esther ni en la expresión en el rostro de ésta.
No tardaron mucho en tomar la carretera secundaria que llevaba a la colonia de casitas. Tras circular unos minutos por un camino sin asfaltar, el embalse apareció de pronto ante ellos como un gigantesco espejo bajo el cielo gris.
Seguido por Paola, Jen detuvo el coche frente a una verja un tanto oxidada que les separaba de las casas junto al lago, al lado de un cartel donde se podía leer el nombre de la pequeña urbanización. Inti se estremeció sobre el asiento del copiloto antes de tan siquiera abrir la puerta.
—Hace frío, joder—musitó con desagrado.
Era cierto que fuera del coche la temperatura había bajado, pero en el interior se estaba caliente. A pesar del cielo encapotado y el frío, Esther pudo ver con estupor cómo al otro lado de la verja, en el entorno agreste entre las casitas de piedra, un grupo de personas parecían concentradas en una clase de tai-chi, yoga o algo semejante. "La Tierra es sagrada/ camino con amor", entonaba una voz un tanto grave de mujer.
Jen salió del coche para encontrarse con un hombre menudo que esperaba cual centinela junto a la verja. Al final habían llegado unos diez minutos tarde entre unas cosas y otras, pero tal vez el hombre estaba acostumbrado a la impuntualidad ajena, porque ahí seguía.
El hombre le entregó un pequeño manojo de llaves a Jen, y se volvió para señalar con la mano la altura a la que estaba la casa, haciendo un gesto que parecía querer decir "más lejos, más lejos que eso todavía".
-------------------------------
La casita estaba en verdad "más lejos", apartada de la misma colonia aunque pertenecía a ella, justo a la orilla del agua. De hecho, se podía llegar a la superficie de espejo cruzando una especie de embarcadero, un puentecito de madera sujeto al talud del fondo y adosado a la fachada trasera.
Jen se había largado en el coche de Paola (con ella, claro...), y Alex había cogido el coche entonces para cruzar la verja y llegar con Esther y con Inti hasta la casa. Estacionó cerca del muro de piedra sin labrar y bajó del vehículo para abrir el maletero, mientras Inti procedía a caminar los pocos pasos que le separaban de la casita-refugio y levantaba la cabeza para inspeccionar el tejado con desconfianza, tal vez buscando un agujero o alguna teja inestable.
Esther fue la última que salió del coche, en el fondo maravillada con todo lo que veía alrededor, a pesar de que aún estaba procesando el ataque silente de celos del que había sido presa escaso tiempo antes. Sin dejar de llenarse los ojos con el paisaje -árboles, roca calcárea suavemente erosionada a besos de agua-, cerró la puerta del vehículo con cuidado y se movió hacia el maletero para ayudar a Alex.
—Voy a tomar un analgésico—anunció Inti entre dientes mientras Alex giraba la llave en la cerradura de la entrada, con las maletas a sus pies—me estalla la cabeza.
El rubio sabía perfectamente dónde había dispuesto Jen el botiquín más o menos completo sin el cual no hubiera salido de casa. Loción para picaduras, antisépticos, gasas... ese tipo de cosas -y esperanzadoramente algún paracetamol- podría encontrar en la bolsita de tela gris reforzada con un entramado de rejilla junto a las maletas.
Tomó la bolsita en sus manos y avanzó rezongando por el pequeño pasillo que partía del recibidor, maldiciendo por el frío con olor a cerrado dentro de la casa y por la insuficiente luz que se colaba por las ventanas.
Era cierto que estaba más bien oscuro tras los muros del refugio. Alex tanteó la pared y encontró un interruptor, pero éste no respondía.
—Ah, mierda. ¿Tenés idea de dónde estará el cuadro eléctrico?—inquirió mientras avanzaba hacia el saloncito, con intención de abrir las contraventanas que vio cerradas allí.
Esther negó con la cabeza. No, por su parte no tenía ni idea de dónde estaría el cuadro eléctrico, aunque...
—Quizá en el sótano—aventuró, sin saber siquiera si existía tal espacio en la casa—como... en las películas.
Alex rió. Abrió por fin las contraventanas de madera y un haz de polvorienta luz se coló en la estancia.
—Tiene sentido. Buscaremos el sótano entonces.
Él tampoco tenía ni idea de si había sótano allí, pero intuía que así era. Y qué mejor sitio para el cuadro de fusibles que ese, Esther tenía razón.
La casa era grande, pero la disposición de las habitaciones resultaba de algún modo predecible. Inti encontró la cocina sin problemas, justo frente al salón, al lado de un aseo que más bien parecía un armario encastrado en la pared con un váter, un lavabo y un espejito redondo apiñados en su interior. Dejó la bolsita del botiquín sobre la encimera de piedra bajo la ventana, manipuló el juego de cremayeras para abrirla y rebuscó en su interior.
La cocina -y la casa en general- se veía limpia, pero también se notaba que hacía tiempo que nadie transitaba por allí, y en consecuencia se había ido acumulando el polvo sobre los objetos y las superficies. Arrugando la nariz, Inti abrió el grifo sobre la pila metálica sujetando la pastilla en la otra mano, comprobando cómo, tras unos segundos de indecisión, comenzaba a salir agua a borbotones mientras se escuchaba el tembleque de las tuberías.
—De puta madre...—masculló.
Tras el primer chorro intermitente de color marronáceo, el agua comenzó a salir con potencia cambiando su tono al blanco lechoso.
—Me parece que no...—murmuró para sí mismo mientras cerraba el grifo. Tomaría agua de la botella en su propia mochila, que estaría caliente pero eso daba igual; no se fiaba de la potabilidad del líquido elemento en aquel sitio.
—Amo...—la voz de Esther le llegó entonces desde algún lugar a su espalda—¿se encuentra bien?
a Inti no le gustó escuchar esa palabra, "Amo". Le parecía que eso ya le había ocurrido otra vez antes, aunque no recordaba exactamente cuándo. No quiso girarse hacia la voz de ella y dio un leve asentimiento de cabeza, los ojos fijos en el fregadero salpicado de gotas de agua.
—Oh, mira. Siempre quise tener una de estas...—a su bola, como siempre, Alex miraba en aquel momento una cafetera express sobre un aparador de madera. Era genial que la casa, aunque era vieja, contara con algunas "moderneces" como aquella.
Mientras Inti descansaba derrumbado en uno de los sillones del saloncito, Alex y Esther exploraron un poco y encontraron una trampilla en el suelo al final del pasillo. La compuerta estaba escondida en un recodo sombrío, al lado de la estrecha escalera que llevaba al piso superior. El papel de las paredes, de rayas verde seco en vertical sobre un fondo desvaído, había amarilleado de forma un tanto deprimente en aquella zona, llegando a levantarse y a rizarse en las esquinas por efecto de la humedad.
Al abrir la trampilla con ayuda de una cadena dorada, encontraron una escalera un tanto resbaladiza que bajaba para perderse en la oscuridad.
Usando una pequeña linterna de bolsillo que era de lo más friki, Alex iluminó la escalinata y comenzó a descender con cuidado, indicándole a Esther que le siguiera. Se apoyaba en la pared de piedra húmeda con la mano libre, pues la escalera se veía desnuda, sin barandilla alguna sobre la que tomar asidero. Una vez se terminaron los peldaños, el chorro de luz mostró una amplia y diáfana estancia ante ellos.
—Alex, mira. ¿Es esto el cuadro de luces?—Esther señalaba una especie de armarito metálico en la pared, cerca del último tramo de escalera.
—Ah, diría que sí. Ábrelo.
Ella tiró de la pequeña puerta sin manija, descubriendo un panel de teclas negras y naranjas dispuestas en orden. Sin pararse a pensar, Alex se acercó y procedió a accionar el interruptor que suponía que era el diferencial. Acto seguido se escuchó un chasquido y, al momento, brotó una cálida luz sobre sus cabezas procedente de un plafón en el techo.
—Oh...
No era que Esther hubiera esperado encontrar el cadáver de un monstruo enjaulado ahí abajo, pero, desde luego, lo que apareció ante sus ojos cuando se hizo la luz le cogió de sorpresa.
Las paredes, presumiblemente de la misma piedra que las que se levantaban junto a la escalera, estaban en aquella estancia cubiertas hasta el techo por paneles de madera anaranjada, lo que daba al lugar un aspecto ciertamente acogedor. Sobre el suelo de terrazo se veían algunas tinajas de barro en una esquina, altas como la pierna de un hombre y selladas con tapones de corcho. En el centro de la habitación había una especie de hornillo o estufa de carbón de hierro forjado, cuyo tiro progresaba hacia arriba a través del techo; y a unos pasos de él, contra la esquina más alejada de las escaleras, se encontraba el spa de interior más grande que Esther había visto nunca. Era casi una pequeña piscina, con capacidad para seis personas por lo menos, también forrado de listones de madera por fuera y cubierto por una especie lona rígida.
—Joder...—musitó Alex. Que la casucha tuviera moderneces había sido una agradable sorpresa, pero, definitivamente, lo del jacuzzi no se lo podía imaginar. Jen no le había comentado nada al respecto—¿funcionará?
Tal vez nadie bajaba a aquel sótano desde hacía siglos, quizá el cacharro estuviera descompuesto.
—Ay, dios. No lo sé...
—Habrá que probarlo.
Esther no supo si Alex había visto ya alguna maquinaria como la de aquella enorme bañera de hidromasaje. Lo parecía, pues no le hizo falta más que un tanteo para encontrar un pequeño botón en un lateral del borde. Inmediatamente, al pulsar el botón, el mecanismo que plegaba la lona se puso en marcha y ésta comenzó a retirarse para descubrir la superficie de aguas tranquilas.
—Vaya...—Alex sonrió de oreja a oreja al comprobar que el yacuzzi estaba preparado para ser usado y le dió un pequeño codazo a Esther.
Ella estaba mirando el agua también, y se alegraba del hallazgo lo mismo que Alex, pero lo cierto era que sus pensamientos divagaban así mismo lejos de allí. Sus pensamientos estaban con Jen también, quien se había largado con Paola, y con Inti, que estaba arriba en el pequeño salón. En realidad no dejaba de pensar en cada uno de los Amos... y, también, de pronto, sintió la necesidad inexplicable de pasar tiempo a solas con cada uno de ellos. Especialmente con Inti, el más hierático de los tres.
Desde antes de empezar a ir a ver a Cross y a Jordan, Esther tenía la sensación de que con el rubio había "algo" pendiente por resolver. Y, a pesar de que ambos terapeutas le habían hecho hincapié en que tenía que protegerse, sentía el deseo irrefrenable de internarse en lo que siempre había sido oscuridad. Aquella casa perdida en la punta del mundo parecía el sitio idóneo para hacerlo, como un lugar en medio de los sueños, casi haciendo honor a aquello que se decía de Las Vegas ("lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas").
Miró a Alex, quien continuaba curioseando el panel de botones en el borde del yacuzzi. Con él lo tenía más fácil a la hora de comunicarse, ¿quién lo hubiera dicho? Respiró hondo y estiró la mano para tocarle suavemente el brazo. Alex era, sin duda alguna y por encima de todo, un amigo.
—Alex...
Él se volvió a mirarla con los ojos chispeantes, conservando aquella sonrisa emplastada de lado a lado en su rostro.
—Ya, yo también quiero meterme...—dijo con tono más que ilusionado, como si en lo que se tardaba en contar "tres, dos, uno" fuera a echar su ropa a volar por los aires para entrar en el agua.
Esther bajó la mirada por un segundo sin poder evitarlo.
—Yo... quería pedirte algo, lo siento—se disculpó con anticipación, sintiéndose a punto de resquebrajar la ilusión del momento. Pero necesitaba decirle aquello.
—¿Lo sientes?¿por qué te disculpas?—la sonrisa de él se borró y su expresión pasó a una de no entender—Claro, ¿qué quieres?
Ella carraspeó y levantó la mirada de nuevo hacia él.
—Alex es que... creo que...—No imaginó que decir aquello fuera a resultar tan incómodo y fuera de lugar, pero así se sentía—creo que necesito un momento a solas con Inti. ¿A ti te importaría si...?
—Oh.
Álex se apartó del yacuzzi como si el borde del mismo le quemara. Por un momento sus ojos mostraron un brillo de fuego, no precisamente del lado de la pasión. Abrió la boca para decir algo pero finalmente se reprimió.
—Lo siento...—musitó Esther en un hilo de voz. Pedirle a Álex tiempo para estar con Inti a solas se sentía en cierto modo como hacerle algo feo.
—No, no. No te disculpes, está bien. Lo entiendo—se apresuró a gruñir él, reaccionando por fin—De hecho pensaba acercarme al bar de la colonia a pillar unas birras y algo de comer. No tenemos nada.
—Ah, bueno, yo no quería decir que te fueras...
Él meneó la cabeza como un niño chafado y obcecado en no dar su brazo a torcer.
—No es problema. Aprovecharé para ir al bar—replicó, alejándose un par de pasos del yacuzzi y de Esther hacia las escaleras.
¿Bar? ¿Qué bar? Esther no había visto ningún bar ni establecimiento allí, sólo casitas salpicando el campo tras la verja. Tal vez aquellas personas que hacían taichí y extrañas danzas al ritmo de cánticos ancestrales habían acaparado su atención por completo, impidiendo que se fijara en nada más.
—Álex, yo...
—No es problema, en serio—repitió él, esbozando una sonrisa que más bien era una mueca apretada—¿Cuánto tiempo necesitas?
—No, de verdad, es igual, yo...
"¿Cuánto tiempo necesitas?" Esther sintió que Alex tuvo que pasarlo realmente mal haciendo aquella pregunta. Lo intuyó.
—No hay fallo.
—Alex...
—Tranquila—él sonrió más relajado y le hizo una seña a ella para que le siguiera escaleras arriba—cojo la mochila y os dejo.
De pronto parecía tener prisa por irse. Se había dado cuenta de que Esther no quería hablar de "tiempo", así que, por lo pronto, no se apresuraría en volver. Aunque le fastidiara sobremanera darle a Inti lo que entendía que era un privilegio, trataría de tardar un poco.
----
Una vez Alex se subió al coche y éste se perdió de vista por el camino empedrado tras la ladera cubierta de verdor, Esther se quedó mirando el paisaje por unos minutos desde la puerta abierta. En realidad no sabía exactamente por qué quería estar a solas con Inti, sólo sentía esa necesidad. Sumida en la oscuridad -aunque en este caso la oscuridad estaba en su propia cabeza-, tanteó para moverse a pasos inseguros, se giró, cerró la puerta y puso rumbo al salón de la casa.
—Amo...
El rubio estaba allí, sentado en uno de los sillones junto a la chimenea apagada, reclinado contra el respaldo. Su cabeza estaba echada hacia atrás, apoyada contra la deslucida tapicería, y sus ojos estaban cerrados, aunque no parecía estar dormido. De hecho, escuchó perfectamente aquella palabra de labios de Esther, pero no se movió.
"Amo". Para Inti era difícil perder de vista la conversación con su antiguo profesor: ¿qué sentido tenía que ella le llamase Amo, si él no sabía ni quién era ella?
No se sintió con fuerzas para corregirla tampoco. Él había querido eso desde el principio, ¿verdad? "Doma". Lo había querido en abstracto sin conocerla, ¿cierto? ¿Eso tenía algún sentido?
No había caído en hacerse preguntas a sí mismo sobre aquello en su momento, y, ahora, los cimientos de todo cuanto había creído estar construyendo se tambaleaban. Para empezar, ¿acaso construir había formado alguna vez parte de sus prioridades de cara a Esther? Se daba cuenta de que no, y era bastante horrible ver eso. Le resultaba estúpido. Maldito Halley, maldita apertura de ojos, maldito él mismo.
—Amo, por favor, ¿puedo pasar?
La perra insistía desde la puerta del salón.
Inti gruñó sin volverse a mirarla, sin ni siquiera abrir los ojos. Estaba asqueado; no por ella, no, esta vez no, pero daba igual. Estaba muerto de asco, y aun no le abandonaba el dolor de cabeza.
—La casa no es mía—fue lo que acertó a mascuyar entre dientes. No se le ocurrió nada mejor—haz lo que te de la gana.
Esther dudo antes de dar un paso hacia el sillón. Quería acercarse a Inti, por mucho que pareciera que éste estaba de repente enfadado con ella. Sabía que el rubio era seco en el trato, salvo si acaso con los animales. Tal vez no estaba cabreado con ella, o... no solamente con ella. Y, fuera como fuera, Esther quería saber. Quería verle.
Lo de protegerse se le olvidó, por desgracia, cuando se arrodilló a sus pies. Lo hizo porque quiso, aun arriesgándose a molestar al rubio con ello.
—Amo...—murmuró. Qué tentador resultaba tocarle, cuánto le costó reprimirse para no rozar siquiera la mano que Inti tenía sobre la rodilla—¿Se encuentra bien?
—Me duele la cabeza—repuso él. Tampoco iba a explicar más.
No iba a dar más información, pero seguía retorciendose por dentro. Y la cercanía de Esther ahora, a sus pies, tenía un efecto extraño: hacerle desear que ella se fuera y a la vez que se quedase con él, a partes iguales.
—¿Ha tomado algo para que se le pase, Amo...?
Los ojos claros de Inti se abrieron, fríos como habitualmente, aunque ahora también opacos por la repugnancia que empezaba a sentir hacia toda la situación.
—Un paracetamol—replicó, mirando a Esther con fijeza.
Ella le aguantó la mirada y tragó saliva.
—¿Quiere un vaso de agua...?
—El agua aquí es una mierda—resopló él, logrando desviar la mirada hacia otro lado—Y las botellas están calientes.
—Ah. Si quiere puedo meter las botellas en la nevera, Amo. Ya tenemos electricidad...
—Sí. Levántate y hazlo. Nadie te ha dicho que te arrodilles—escupió el rubio sin mirarla.
Murmurando un "lo siento Amo, lo hice porque quise", Esther se puso en pie y se dirigió a la cocina para meter las dos botellas de agua que habían traído en la nevera. Cuando regresaba junto a Inti después de hacerlo, recordó algo que su madre solía decir cuando tenía dolores de cabeza.
—Amo, ¿me permite que le cuente algo...?—inquirió. No quería molestar a Inti, pero sólo relajaría su empeño en acercarse a él si él se lo pedía. Si se lo ordenaba, más bien, de acuerdo con su estilo habitual.
Sin embargo, el rubio no formuló orden alguna cuando respondió desde el sillón.
—¿Qué es?—inquirió cortante.
Esther exhaló el aire que inconscientemente había estado reteniendo en los pulmones.
—Verá. Mi madre... mi madre solía tener fuertes dolores de cabeza. Muchas veces se le contraían los músculos del cuello y, bueno... ella siempre decía...—miró hacia abajo, de súbito cohibida por lo que estaba a punto de referir—decía que un buen masaje puede ayudar mucho.
Inti alzó ambas cejas. No esperaba algo como eso.
—Tiene lógica—repuso con sequedad.
Y, entonces, Esther se lanzó.
—¿Quiere... quiere que le de un masaje, Amo?
El rubio tardó unos segundos en contestar.
—¿En el cuello?—inquirió sin tenerlas todas consigo.
—Sí, Amo. En el cuello, en la cabeza... en los hombros. Donde usted lo quiera.
Inti miró alternativamente a Esther a los ojos y a las manos mientras sopesaba la sugerencia. No terminaba de agradarle la escena cuando la imaginaba en su mente, pero tenía que considerar que ella podía tener razón, y que tal vez un masaje podría servir de ayuda para el dolor de cabeza que tenía. Era increíblemente molesto, hasta la luz tenue que se colaba por las ventanas le hería en los ojos.
—Está bien—repuso tras pensarlo unos instantes—pero no me toques mucho.
Añadió esto último mirando a Esther con pura desconfianza, y ella sintió de pronto que iba a reírse. Por una milésima de segundo, él sonrió, sabiendo que había dicho una estupidez: ¿cómo demonios ella iba a "tocarle poco", si la cosa se trataba de darle un masaje?
—Bueno, lo intentaré, Amo...
Esther se colocó detrás de Inti y extendió las manos hacia él. No tenía ni idea de cómo dar el masaje que ella misma había sugerido; jamás lo había hecho antes, pero se dejaría llevar por su intuición. Tocar la piel del rubio fue electrizante desde el primer roce con las puntas de los dedos.
—O-ooh...
A Inti se le escapó una interjección involuntaria cuando Esther hizo una leve presión a la altura de sus vértebras cervicales. Se estremeció levemente bajo el contacto de las inseguras manos y se reclinó más en su asiento, dejando que su cabeza cayera hacia delante y ligeramente hacia un lado. Esther se aventuró entonces a deslizar tres dedos de su mano derecha bajo el cuello de la camiseta de manga larga; lo hizo sólo para buscar posibles contracturas musculares a nivel de los hombros del rubio, pero esa pequeña transgresión bastó para que le diera un escalofrío. Era la primera vez que se atrevía a violar el espacio de Inti de manera tan flagrante, y... el caso era que a él parecía gustarle. O, por lo menos, no le ordenaba detenerse.
—No le hago daño, ¿verdad, Amo?—inquirió a media voz, presionando con los dedos de una mano sobre el hombro tenso, la otra aun tanteando el cuello de Inti.
Él se movió sobre el sillón para enderezar su postura, aun su cabeza cayendo al frente, y así exponer su otro hombro.
—No. Es bueno, se siente bien.
Esther sonrió.
—Me alegro mucho...—respondió aliviada—se nota bastante tenso por aquí...
Inti respiró profundamente, dándose cuenta de que realmente nunca le habían dado un masaje. No se había dado tal ocasión jamás en su vida por increíble que pareciese; tal vez tampoco él se habría prestado a ello antes.
—Se siente bien, Esther—ratificó, con los ojos cerrados.
—¿Ya no me llama "perra", Amo?—ella se dio cuenta de que había dejado salir esa pregunta al momento, cuando tal vez hubiera debido reprimirla. Tampoco sabía si el hecho de que Inti la llamase por su nombre le producía alegría o inquietud. Seguía siendo "su" Amo, ¿verdad?...¿o no? Cada mínimo detalle en ese contexto podía hacer que todo se volviera de golpe confuso.
—¿Qué?—el rubio abrió los ojos por un segundo pero acto seguido los volvió a cerrar—Te llamo como me da la gana.
-----
Álex bajó con el coche por el camino sin asfaltar que llevaba a la zona más poblada de la colonia, donde las casitas de piedra se veían más juntas, y donde estaba lo que le había parecido un bar. Bajo las nubes grises que parecían estar amontonándose unas contra otras, distinguió con claridad el letrero luminoso en el que, al acercarse, constató que se podía leer "Bar-restaurante Los Amigos". Estupendo.
Dejó el coche justo al lado del establecimiento, descendió y entró. Poca vida se veía ahí dentro aquella ahora, aunque, a través de una cortinita de cuentas que había tras la barra, se filtraba olor a comida recién hecha. En una pizarra grande contra la pared se podía leer el menú del día y algunos platos combinados que preparaban allí: croquetas caseras, alitas de pollo, tortilla de patata... En la pared contraria, parpadeaban las luces de una máquina de tabaco junto a dos neveras con respectivas puertas de cristal. El típico cartel de una conocida marca de helados, cuarteado en los bordes como si no lo renovasen desde hacía eones, completaba aquella composición de naturaleza muerta frente a unas cuantas mesas descascarilladas.
Álex estaba aún rumiando pensamientos en silencio y dando vueltas a la cabeza. Trató de concentrarse en lo que iba a hacer, porque la multitarea no estaba entre sus capacidades más entrenadas (ni siquiera la de pensamiento). Sin conseguirlo del todo se las apañó para comprar un par de cajas de cervezas frías, un paquete de tabaco, y también unos bocadillos porque lo cierto era que el olor a comida le había abierto el apetito. La mujer que había salido a atenderle desde espacio tras la cortinita le dio también unas croquetas caseras en un tupper desechable, como regalo, dijo -"sólo para que las probase con sus acompañantes"-. Croquetas de cocido, explicó, recién hechas; tal vez era aquello lo que olía de muerte nada más entrar ahí.
En su camino mientras salía del bar, Álex tomó del mostrador un par de panfletos sobre las rutas de senderismo y turismo rural en el lugar. Después salió al frío exterior, dejó las cosas en el coche y se encendió un cigarro, sin querer aún entrar en el vehículo y pensando un poco en todo. Al fin y al cabo no había tardado mucho en aquella gestión... y quería darle tiempo a Esther a solas con Inti, si tan sólo fuera porque ella se lo había pedido así.
Dio una calada y abrió uno de los panfletos desplegables. Se veían unas lindas fotografías del lago y del pequeño bosque adyacente; trató de concentrarse en ellas, pero no lo consiguió. Ni siquiera lograba leer de seguido los epígrafes bajo las imágenes.
No era que no se fiara del rubio, pero no le hacía gracia imaginar que Esther y él estaban solos en el refugio ahora. No sabía si eran celos lo que sentía; no sabía ni siquiera lo que sentía hacia Esther, ¿sólo se trataba de protegerla o esa era la excusa barata que se daba a sí mismo? tal vez le jodía no "tenerla" sólo para él. Sí, tal vez era todo tan simple como el puro egoísmo.
Chasqueó la lengua con desagrado y dio otra calada al cigarro. Le contrariaba pensar que Esther parecía querer a Inti. ¿Por qué eso era así, por qué ella se preocupaba? Inti se había comportado con ella como un gilipollas; no, más bien como un cabrón. Como un auténtico cabrón, desde el principio.
A Álex no le entraba en la cabeza que Esther se preocupara por una persona que la trataba mal -y peor que mal- más allá del puro juego. Inti se dedicaba a humillar, como si se creyera mejor que ella; a humillarla, a amenazarla, incluso a "golpearla". Qué más daba si la zurraba con un cinturón en lugar de darle de puñetazos, se trataba de golpes igualmente, ¿no?
Jen decía algo sobre la práctica de lo que llamaba BDSM: por definición se trataba de algo"sano/cuerdo*, seguro, consensuado". Para Álex, la relación entre Esther e Inti (aunque consentida por ella) no podría ni por asomo describirse de ese modo.
Se sentía repugnado por esto, aunque procuraba no pensar en ello, porque en el fondo se veía cómplice de lo que consideraba una aberración y eso era insoportable. Él participaba de todo, en definitiva; había participado en el maltrato hacia Esther de forma activa y por omisión, sólo por pensar que respetaba los deseos de ella al dejar todo fluir. Después de todo, él no era mucho mejor que Inti a ese respecto: lo único que había hecho por Esther, pensó con amargura, era acompañarla a un psicólogo que conocía. Aunque, al menos, sabía que Cross era un buen profesional, eso sí.
Dio otra calada al cigarro, nervioso, y exhaló al momento una voluta de humo azul. Fuera del sexo, ¿Se podía llamar realmente maltrato a lo que estaban haciéndole a Esther entre los tres? Era algo consentido por ella, sí, pero qué más daba eso. Cada vez se le hacía más difícil esquivar aquella idea.
-----
—Amo. Si me permite... está muy guapo hoy.
Aquello le salió a Esther del alma mientras continuaba trabajándose los hombros y el cuello del rubio. Tal vez se había atrevido a decirlo porque éste mantenía los ojos cerrados, y, al parecer, la mente en otra parte.
—¿Guapo?—replicó él, no obstante, con cierta sorna y sin modificar un ápice su postura—mi hermano era guapo. Yo no.
Añadió lo último en un tono de voz monocorde y desapasionado, sin saber realmente por qué. Fue lo primero que le vino a la cabeza.
Las manos de Esther se detuvieron por un segundo antes de comenzar a ascender hacia su coronilla.
—Su hermano...—murmuró ella. No, no iba a decirle que ya había visto a Kido en la fotografía que le había mostrado Jen... tal vez eso indignaría a Inti, o, como poco, a éste no le haría gracia que hubieran hurgado en su vida—su hermano seguro que sí, pero... a riesgo de que pueda azotarme por decirlo, Amo, usted también.
Sorprendentemente, Inti sonrió.
—No voy a azotarte por decir eso—resopló en voz baja. Los dedos de Esther se deslizaban ahora entre sus cabellos y eso era una delicia—al fin y al cabo es lo que tú ves. ¿O es que buscas halagarme por algo?
Esther forzó la mollera para responder a tan súbito interés. No estaba acostumbrada a que el rubio le hiciera preguntas que no fueran capciosas.
—Busco agradarle, Amo...—admitió, presionando suavemente con las yemas de los dedos sobre el cuero cabelludo ajeno—pero es cierto que le veo así. Físicamente usted me gusta... y le deseo.
Inti soltó una queda carcajada.
—Deseas a todo bicho viviente, ¿no? Déjate de leches.
A ella le dolió aquella risa como dardo. Por no mencionar las palabras que, a lo tonto, hicieron diana en el lugar sensible y secreto donde se hallaba su verdad.
—Amo, no realmente...—musitó. No consentiría que él pensara eso.
—¿No realmente?
Esther negó con la cabeza aunque sabía que Inti no la estaba mirando.
—No, Amo. Desde hace tiempo sólo deseo al Amo Jen, al Amo Álex y a usted.
Era cierto. No sabía bien por qué le ocurría y ni se había parado a pensarlo, pero así era. Tenía ojos en la cara y distinguía atractivo en otros hombres que veía, de la misma manera que recordaba antiguos ligues de su pasado y "tíos buenos" que alguna vez conoció, pero el deseo... el deseo anclado en la luz del fuego interno, eso era otra cosa.
Inti alzó una ceja con displicencia. No iba a creer algo así tan fácilmente, se dijo. O tal vez no quería creerlo.
—Ya. ¿Hay alguno de nosotros al que desees más? me dirás que no, supongo. No te preocupes por quedar bien.
—Es difícil explicarlo, Amo—respondió Esther con rapidez. Ella misma había pensado en eso muchas veces—Cada uno es de una manera. Siento cosas distintas por cada uno pero todas son... intensas.
—Intensas...—repitió el rubio como si cavilara en torno a la palabra—¿Qué es lo que sientes por mí?—preguntó de sopetón, arrugando la nariz.
A Esther le dio un vuelco el corazón. Los dedos le temblaron entre los mechones de pelo rubio. Sin darse cuenta se había ido acercando más y más a Inti y ahora podía oler su cabello, su piel, su cuello... se separó unos centímetros, asustada de su propio atrevimiento.
—¿Sabe qué? hay un jacuzzi abajo, en el sótano...
—Te he preguntado qué es lo que sientes por mí—insistió Inti, cortante pero aun sin abrir los ojos—qué jacuzzi ni qué mierda.
Ella tomó aire, sintiéndose de pronto acorralada.
—No sé qué es exactamente, Amo—reconoció. ¿Por qué estaba jadeando? Sintió humedad súbita en su sexo y se preguntó si le estaría bajando la regla—Le deseo mucho. Quiero que me disfrute...
"Quiero que me quiera", le hubiera gustado decir. Incluso sin saber a ciencia cierta si era verdad. Pero eso era mostrar demasiado, y después de todo Inti no podía leer sus pensamientos. El rubio no tenía por qué saber que ella ocultaba aquello, y, por otro lado, Esther no le había dicho ninguna mentira en su respuesta.
—¿Por qué?—inquirió éste con genuinas ganas de saber. No terminaba de comprender por qué ella encontraba placer en darle placer a él, simplemente. Había algo que se le escapaba, tal vez datos insuficientes en la ecuación que trazaba su pensamiento analítico, al que trataba en esto de despojar de toda emoción. Pero, en este sentido, las emociones quizá son para los humanos lo que Dios es para los cristianos: no porque alguien se empeñe en negarlas (o en no creer en ellas)dejan de existir.
—No sé qué es lo que me mueve a ello, Amo...—repuso Esther tras pensarlo unos instantes—Sólo sé que me sale así. Lo siento.
Se daba cuenta de que, de un tiempo a esta parte, hacer felices a Los Chicos -especialmente a Inti- era una prioridad para ella. Pero le daba miedo molestar al rubio si formulaba las cosas así, aunque éste diera muestras de estar tranquilo ahora, incluso disfrutando del masaje.
—¿Por qué te disculpas?—inquirió él con tono de fastidio, sin el menor amago de movimiento.
—No sé, Amo. No quisiera molestarle con nada de lo que digo...
Inti se dio cuenta de algo en ese momento, o, dicho de otra manera, articuló un razonamiento en palabras por primera vez. Algo que quizá siempre había sabido, de hecho un posible "motor" bajo cuyo rugido él actuaba y sobre el que basaba acciones, pero nunca se lo había dicho a sí mismo con palabras.
—¿Me tienes miedo, Esther?
¿Era eso lo que ella sentía hacia él? pensó Inti. Eso a él le gustaba, ¿no? Al principio sí.
Al principio, el día que Esther leyó aquel primer proyecto de contrato junto a él y junto a Jen, Inti había jugado sin planteárselo con el temor de ella o eso pensó. Lo había agarrado, olido, paladeado cuando entendió que ella lo puso en bandeja... lo había disfrutado bajo la idea de que ella no tenía más opción. Claro que antes no sabía ni la mitad de lo que sabía ahora sobre sus propias cuentas pendientes con su hermano ni con Taylor.
Taylor. Su sombra era alargada, tanto que se proyectaba sobre otros rostros en su presente.
Pero Taylor no estaba allí, sino en otro lugar. Ballesta iría a verla en poco tiempo. De hecho, aun seguía en pie para Inti la posibilidad de acompañarle.
-----------
Cuando Alex llegó por fin de su excursión al bar, se encontró a Inti medio dormido en el sofá y a Esther masajeándole aun la cabeza. Se quedó unos minutos contemplando la escena, parado en la entrada del salón, con las cajas de cerveza contra el cuerpo y sujetando la bolsa de plástico donde llevaba la pequeña compra en la otra mano.
Con la excusa de ir a colocar las cosas, se escabuyó a la pequeña cocina del refugio. Poco después, Esther e Inti se unieron a él allí, quién podría saber si por inciativa del rubio o a petición de ella.
—Eh, has comprado cervezas. Qué buen detalle...—Inti miró a Álex esbozando una media sonrisa. Se le veía más contento; tal vez el masaje de Esther había sido realmente efectivo.
En realidad, después del rato en el sillón con Esther, el rubio se sentía algo mejor. Aún se notaba muy confudido a ratos, pero era como si la presencia de ella le hubiera proporcionado cierto alivio. Quién lo diría.
"Quiero que me disfrute, Amo", había dicho ella. Tal vez Inti no había esperado aquella confesión pronunciada con genuina sinceridad. Entrega espontánea que ahora le costaba digerir... si acaso porque se daba cuenta de que nunca le había puesto cachondo la entrega.
Era lo que siempre decía Jen cuando hablaba de Esther en términos de Dominación: a Jen le excitaba precisamente eso, que de ella naciera el deseo y la fantasía de entregarse. Inti había escuchado aquello de labios de Jen muchas veces, pero simplemente había pasado por encima de ello, oyéndolo sin llegar a interiorizar el significado. Para él la cosa nunca había funcionado así.
Desde el principio, desde el minuto uno, con Esther le calentaba el acto de someter. Le importaba cuerno que la veneración de ella hacia él fuera impuesta, ni se había parado a pensarlo.Por no hablar del secreto regocijo que le provocaba hacer sufrir a Esther, gracias a todo cuanto ella representaba para él. Se podría decir que ni siquiera le había dado a ella la oportunidad de entregarse por sí misma, pero aún así...
...Aún así, ella lo había hecho. Lo había hecho más de una vez, comprendió Inti.
No supo qué pensar al respecto y se sintió bien y mal a la vez. Por un lado era un palo que ella se entregase, aunque sólo fuera de palabra, si él empezaba a descubrir que no la sentía suya. Y cómo iba a sentirla suya, si no sabía ni quién era ella. Por otro lado, comprendía que ese sentimiento -la fantasía de la entrega- no estaba ligado a la dependencia por parte de Esther, sino al deseo puro de complacer, y eso... eso le tocaba. Se trataba de algo global; no sólo de mecánica de roles, cesión de control o de juegos de poder, no sólo de sexo. Estaba por encima de todo eso, englobando todas aquellas cosas y más. Sin saber si le gustaba o no lo que ella quería darle, lo encontró verdadero.
Tras colocar las cosas en la cocina, los tres estuvieron un rato consultando aquellos folletos de rutas que trajo Álex. A pesar del nuboso día, estuvieron de acuerdo en que merecía la pena salir y dar una vuelta por algunos de aquellos parajes que se describían allí. Había localizaciones interesantes, especialmente para quien gustara de la geología y de la zoología, por las formaciones de rocas calcáreas y por cierta colonia de libélulas color azul eléctrico muy raras de ver. También había actividades como piragüismo o kayak en el lago, y visitas guiadas a las ruinas de un antiguo anfiteatro que quedaba más lejos.
A Inti ya no parecía dolerle la cabeza -de hecho se le notaba extrañamente relajado, como si le hubieran sacado un alien de dentro-, y Álex tenía necesidad de caminar y descargar energía. Esther, por su parte, había decidido concentrarse en disfrutar lo máximo posible... aunque tampoco podía dejar de pensar en Jen. Probablemente él estaría ahora en aquella ponencia, casi seguro sentado al lado de Paola.
En vista de que podía romper a llover en cualquier momento, no se alejaron demasiado del refugio, considerando que por aquellas rutas no podían moverse con el coche. Hicieron bien en no tomar mucha distancia de la casa, porque la lluvia les sorprendió en el pequeño bosquecillo y tuvieron que darse la vuelta.
A pesar de que corrieron, llegaron al refugio con las ropas y el cabello chorreando. Y, como no podía ser de otra manera, Álex se acordó del yacuzzi climatizado.
A Esther le pesaban las piernas después de caminar y sentía el vientre hinchado por la maldita menstruación que aún estaba por bajarle, pero, aun así, no replicó cuando él sugirió bajar al sótano a tomar un baño, los tres juntos.
—Ponte un tampón, perra. No vayas a hacer un estropicio—le dijo Inti, justo antes de entrar al jacuzzi. Lo de "perra" le salió sin pensar, tal vez porque dentro de sí se agitaba a su pesar cierto deseo.
Ella bajó los ojos y se ruborizó. Álex la miró entonces como si recordase algo de pronto.
—¿Te ha bajado ya la regla?—inquirió con curiosidad.
—No, aún no... pero puedo ponerme un tampón igualmente, por si acaso.
—Hazlo—insistió Inti, empezando a quitarse los pantalones.
—Hazlo aquí, Esther. Delante de nosotros.
Ella vaciló unos instantes ante la súbita "orden" de Álex. No supo si había entendido bien.
—¿Hacerlo? ¿quieres decir... ponerme el tampón aquí, ahora?—preguntó.
Él sonrió brevemente -una sonrisa ciertamente tensa- y asintió con la cabeza.
—Sí. Nunca he visto nada como eso.
—Qué asco—farfulló Inti casi para sí. Aunque, desde luego, si Esther lo hacía, él no se lo iba a perder, si tan sólo fuera por pura morbosidad. Ya se había despojado de pantalones y camiseta, y mientras farfullaba caminaba hacia el yacuzzi en ropa interior, aunque, debido al color negro de los bóxer, era imposible saber si estaba empalmado o no bajo la tenue luz anaranjada del sótano.
—¿Te da vergüenza?—preguntó Alex a bocajarro, dirigiéndose a Esther—si te supone un problema...
Ella negó con rapidez.
—No, ningún problema. Voy arriba a por el tampón... ¿puedo?
Le daba vergüenza, claro que sí. Toda la del mundo y más. Si Álex nunca había visto a una mujer poniéndose un tampón, Esther jamás había realizado aquella maniobra delante de nadie (mucho menos delante de un tío). No se podía imaginar siquiera haciéndolo frente a dos hombres, uno de ellos al parecer con ansias de ver y no perder detalle.
—Claro.
No le llevó mucho tiempo llegar al piso de arriba, caminar hacia donde estaban las mochilas y coger la caja de tampones con manos temblorosas. Jen había comprado una especie de "remix" con diferentes tamaños y absorbencias, como siempre tratando de adaptarse a toda posible necesidad. Jen... ¿cómo estaría ahora? Esther le echaba de menos, y su corazón seguía aguijoneado a cada rato por los celos.
Suspiró y deshizo el camino con la caja en la mano, sintiendo una vez más que flotaba, como siempre que comenzaba a intuir que algo excitante con los chicos estaba a punto de pasar. Imaginaba el cuerpazo de Álex junto al suyo en el agua y le temblaban las piernas; imaginó los ojos de Inti clavados en su cuerpo mientras ella se desnudaba y su estómago dio un brinco.
Tanto Inti como Alex estaban ya metidos en el agua cuando ella llegó. Desde las escaleras hubiera jurado que Inti estaba sonriendo, pero tampoco podía asegurarlo.
—Ah, Esther... tienes que entrar—dijo Álex con auténtica cara de felicidad.
—No antes de taponarse el coño—puntualizó el rubio, acomodándose contra las paredes interiores del jacuzzi.
Álex no pronunció palabra, pero su cara lo decía todo. Su gesto al contemplar a Esther desde la burbujeante superficie era de sincero deseo, y en sus ojos, turbios gracias a las nubecillas de vapor que se levantaban desde el agua, bailaba una llama de temeridad. Por mucho que librara batallas internas a cada rato pensando en lo correcto y lo incorrecto, no podía por menos de morirse de ganas de disfrutar de/con ella a la mínima ocasión.
Esther ya había visto antes esa chispa en la mirada de Álex. Sonrío con cierta timidez, aunque de alguna manera sentía que tenía la sartén por el mango en aquel momento. Estaba a punto de desnudarse delante de los chicos y de ponerse un tampón ahí mismo, tal y como le habían ordenado; y el hecho era que no le disgustaba la idea a pesar de la transgresión en su intimidad. Pensó por un momento que, de no querer hacerlo, simplemente no estaría ahí en aquel momento. Bajó la mirada para sentir cómo los otros dos pares de ojos se clavaban en su persona, tomó aire y empezó a quitarse la ropa mojada.
Por un momento pensó que Inti iba a apremiarla -"más deprisa, perra", "no tenemos todo el día"-, pero el rubio no abrió la boca en ningún punto del proceso. Así que Esther se tomó tiempo para quitarse el jersey grueso que llevaba, la camiseta, los leggings y las bragas; dejó la ropa doblada en una esquina, alejada de la enorme bañera de hidromasaje, y luego abrió la caja de tampones para elegir uno del tamaño adecuado. Temblando de frío, buscó el calibre más pequeño y la mínima absorción, una vez comprobó que aún no había sangrado. Y es que no había como desear que la regla bajara lo antes posible y así quitársela de en medio, para que la condenada se obstinara en no hacerlo, al parecer quedándose retenida en el maldito útero o algo parecido.
—¿Me lo pongo aquí mismo?—preguntó, sin saber si los chicos querían que se aproximase más o que tomara una postura especial. No le extrañaría que Inti le ordenase asumir una posición rocambolesca para la hazaña, aunque lo cierto fue que Esther hizo la pregunta mirando a Álex. No le llamó "Amo", porque sabía que a él no le convencía del todo esa palabra, intuyendo que si Inti no la había corregido antes tampoco iba a hacerlo ahora.
—Acércate más.
Con el tampón en la mano, Esther obedeció y avanzó unos pasos hacia el jacuzzi, deteniéndose al borde. Le pasó por la cabeza que Jen, si estuviera ahí, le pondría él mismo el tampón... a Jen le fascinaban ese tipo de guarradas. Al fin y al cabo, Jen era enfermero y Esther suponía que el cuerpo humano no debía de esconder grandes misterios para él... Álex, sin embargo, parecía estar enfrentándose ahora a "la mujer: esa gran desconocida".
También, inevitablemente, al verse allí desnuda se acordó de aquella promesa que le hizo Jen de rasurarle el coño con sus propias manos. No lo había hecho aún, aunque a decir verdad el vello púbico de Esther era escaso.
—Venga, póntelo y métete—la instó Álex.
Subida en el pequeño escalón al borde del jacuzzy, Esther retiró el envoltorio del tampón y sostuvo éste en la mano derecha, mientras deslizaba la izquierda entre sus piernas para separar los labios de su sexo con los dedos.
—Estaría mejor si en vez de un tampón fuera una enorme polla de goma—masculló Inti a modo de comentario al aire. Juraría que Jen había preparado algún juguete en la mochila, pero no iba a subir al piso de arriba para averiguarlo.
—La de Álex o la suya, Amo... mejor que una de goma—musitó Esther, mirando fijamente el tampón mientras bajaba la mano para colocarlo a las puertas de su vagina—si me lo permite.
Inti rió. Cómo no hacerlo.
—Ya. No la metería ahí ni en un millón de años—se medio mofó. Estaba cachondo (al menos mentalmente), pero la idea de follar una vagina sangrante no le atraía en lo más mínimo. Álex, sin embargo, claramente era otro cantar.
—Yo sí la metería.
Esther comenzó a introducir el tampón en su cuerpo con cuidado. No quería hacerse daño, aunque lo cierto era que estaba lo bastante lubricada como para que éste se deslizara entre sus paredes internas con falicidad.
—¿Me lo va a hacer por el culo, Amo?—preguntó, sintiéndose de pronto locamente valiente, levantando los ojos hacia el rubio con cierto punto desafiante en la mirada.
Inti ladeó la cabeza y se quedó mirándola unos segundos mientras Álex rompía a reír. Esther no supo qué le pasó por la cabeza en aquel momento al rubio, pero la expresión de éste se transfiguró por un instante en un rictus entre la sorpresa y el rechazo.
—Perdone, Amo, yo...
—Cállate.
Tenía cierta gracia pensar que días atrás hubiera sido el mismo Inti quien le hubiera dicho a Esther "prepara el culo, perra" sin dudarlo, ante la tesitura de no poder (o no querer) follarla por el coño. Definitivamente, Inti estaba raro, pensó Esther. Y, para variar, no tenía ni idea de lo que al rubio le podía estar pasando por la cabeza.
Se colocó finalmente el tampón y se dispuso a entrar entre los cálidos remolinos de agua, donde Álex la estaba esperando con los brazos abiertos (literal y figuradamente).
—Ven, Esther—la alentó con cierta urgencia. De pronto tenía ganas de tomarla entre sus brazos, de sentirla contra su cuerpo. Podía ver cómo los pezones de ella se habían enrojecido sin llegar a tocar el agua, gracias al calor húmedo que emanaba de la turbulenta superficie, llegando incluso a aumentar de tamaño en apariencia. Tal vez sólo fuera su imaginación; no sabía si estaban en realidad más grandes o no, lo que sí notaba - como no podía ser de otra manera- era su propio miembro crecer y engrosarse bajo el agua.
Esther obedeció con ganas, sentándose a horcajadas sobre uno de los muslos de Álex y dejándose abrazar por Él cara a cara, dándole la espalda a Inti. En esa postura, mostraba al rubio un primer plano de su culo, que sobresalía del agua como una turgente isla de carne al final de la arqueada espalda. Se estremeció, siendo consciente de su propia exuberancia y disponibilidad.
—Mmh...
Álex gruñó en respuesta al calor de Esther y la estrechó más fuerte contra su cuerpo. Ella no pudo evitar cabalgarle el muslo tímidamente mientras escondía el rostro enrojecido en la curva de su cuello. Por un momento se sintió como si ambos estuvieran solos allí, con la misma privacidad que compartieron aquella vez antes de ir al cine, encerrados en el cubículo de un baño público. Ya no notaba el tampón que llevaba dentro y eso hizo que se olvidara de él, sin ni siquiera caer en la cuenta de que estaba ahí cuando susurró las palabras "quiero que me follen" al oído de Álex. No supo qué demonio la poseyó para decir aquello pero, como casi siempre que estaba con él, se dejó llevar.
—¿Eso quieres?
Esther no podía ver la cara que puso Alex cuando escuchó su confesión -si se podía llamar así a lo que ella dijo-, pero sintió la súbita rigidez de su cuerpo en el abrazo. Acto seguido sintió también la mano de él subiendo hasta su coronilla y los dedos cerrándose allí, en torno a sus cabellos, tirando de ellos. Un agarre ciertamente tenso pero que aun pretendía ser suave; ella no se negó a él -¿cómo hacerlo?- y echó la cabeza hacia atrás, dejando escapar un tenue jadeo.
—Álex...
El aludido se apartó un poco para mirarla a la cara y, al instante siguiente, sin mediar palabra, se lanzó a comerle la boca con la fiereza de todas las ganas acumuladas. Ella gimió en el beso y se agitó sobre el regazo ajeno, rozándose bajo el agua contra el muslo que cabalgaba a horcajadas, sin darse cuenta de que le estaba clavando a Álex las yemas de los dedos en los hombros. Y es que aquellos besos eran tan húmedos, largos, obscenos... de lado se veían las lenguas cruzándose desde las bocas sedientas y abiertas, calmando la agonía a rudos brochazos, avivando todos los fuegos de forma inevitable al mismo tiempo.
Esther no era consciente de lo rápido que se calentó la situación. Ni tampoco del agua que desplazaba moviendo el culo en brusco vaivén, ni de que gemía como cerda contra la boca entreabierta de Álex. El sabor de los labios de él y de sus salivas mezcladas; el olor de su piel, que aún tenía trazas de lluvia, mezcladas ahora con el desinfectante del agua en el jacuzzi... los besos que se encadenaban con furia, los cuerpos respondiendo a pesar de la ropa interior que notaba que llevaba él, entrelazándose... ¿cómo no desear perder el control?
Gimió cuando notó contra su estómago aquel rabazo duro, grueso en su plena extensión bajo la tela empapada del bóxer. Sintió que necesitaba ser penetrada en aquel mismo instante, y, justo en ese momento, notó movimiento a su espalda y el contacto cálido de unas manos en su cintura.
—No te gires—masculló Inti entre dientes, posicionándose detrás de ella, aprovechando un pequeño resalto en el suelo de la elegante tina—No me mires. Sigue besándole.
—Amo...
—Sshh. Sigue haciéndolo.
Inti no sabía muy bien lo que le pasaba. Sentía de pronto la polla dura como pocas veces, tremendamente caliente, pero al mismo tiempo era como si no se viera con fuerzas para mirar a la cara a Esther. Quería contacto pero no consciencia, aunque eso fuera una falacia; quería culo pero no quería cara, y, por otro lado, temía que por el mínimo derrape mental su erección se fuera de golpe al carajo. Eso sería demasiado frustrante; hasta se sentiría humillado si así ocurriese. Últimamente no ganaba para gatillazos, y la desazón de que pudiera volver a bajársele todo de golpe le presionaba, lejos de ayudar.
Viendo que Esther le obedecía y continuaba comiéndole la boca a Álex, la tomó por la cintura para levantarle las caderas y rectificar su posición. Dentro del agua era sencillo moverse, así que ella simplemente se dejó llevar, quedando sentada directamente sobre el miembro de Alex, agarrándole los hombros como si se preparara para una buena galopada.
—Levanta el culo—farfulló el rubio, tratando de dismular un jadeo.
La perra gimió más alto al imaginar lo que Inti quería. La idea de la doble penetración -sentir al rubio en su culo y a Álex en su coño, ambos llenándola por delante y por detrás- era más que seductora, pero entonces recordó de pronto el tampón que llevaba puesto, y ciertamente no pareció buena idea quitárselo en el jacuzzi. No sabía si aún le había bajado la regla; creía que no, pero... ¿y si sí? Menuda guarrada, todo se pondría perdido, y, aun en el caso de que no fuera muy aparatoso el sangrado, sin duda eso resultaría poco higiénico. La sola posibilidad se sintió como algo sucio incluso en su pensamiento, pero, entonces, ella supo inmediatamente que a Álex nada de eso le importaría demasiado.
No, seguro que no le importaría. Álex no había mostrado ningún escrúpulo hacia sus fluídos corporales; al contrario, no le daba reparo alguno expresar su curiosidad al respecto.
—Álex...—gimió el nombre de él entre besos y lengüetazos—Álex, fóllame...
"Fóllame el coño, cabrón".
La llamada fue poderosa. Alex apretó los dientes y se movió debajo de Esther buscando más contacto, tratando de encajar el bulto duro que tenía entre las piernas en la abertura de su coño. Ella se agitó y arqueó la espalda, notando las manos de Inti forcejeando para separar sus nalgas, de golpe dos dedos deslizándose dentro de su agujero trasero.
—¡Aaahg!—gritó y se retorció involuntariamente por la invasión en su culo, moviendo las caderas para absorber la penetración de dedos y adaptarse a ellos, restregándose al mismo tiempo contra la entrepierna de Álex.
Éste ya tanteaba torpemente con una mano bajo el agua para quitar de enmedio la ropa interior, sujetando a Esther por detrás de la cabeza con la otra, respirando contra los labios de ella y mordiendo su boca.
—Voy a meterla ya...—jadeó Inti, sacando los dedos con brusquedad. No era que se viera al borde y que no aguantara más, pero continuaba presionado y quería empezar a follarse aquel culo lo antes posible. No sabía cuánto iba a durar la feliz migración de su pensamiento, ni cuánto tiempo más resistiría él tirando de la cuerda para no detenerse a pensar; y la espada de Damocles seguía ahí sobre su cabeza, esperando el mínimo resquicio en la coraza para impactar de lleno.
Inconsciente de las tribulaciones del rubio, Esther lloriqueó y culeó como perra en celo dispuesta a recibirle, deseando que Álex por su parte le sacara el tampón de cuajo. Seguía enloquecida por el sabor de aquellos besos y sentía cómo toda ella se abría, se expandía y se desdoblaba si eso tenía sentido. Cerró los ojos y se concentró en recibir, notando ya el grueso contorno del glande de Inti rozando entre sus nalgas.
El rubio jadeó y comenzó a masturbarse, bombeando su miembro y haciendo que la punta frotase y golpease en la raja del culo de Esther. Con la mano izquierda la mantenía abierta, tirando firmemente de la nalga homóloga y estirando la delicada zona perianal a tensión.
Álex, por su parte, ya se había despojado por fin de los calzoncillos. Agarraba su verga erecta -un poco más grande y más gruesa que la de Inti- para posicionarla en lo que entendía que era el lugar "correcto", sin acertar del todo y presionando contra el clítoris de la perra sin pretenderlo.
—Álex, por favor...—Esther jadeó, sintiendo de pronto que iba a enloquecer, moviéndose ya con brusquedad tratando de sentir a uno y a otro.
—¿Qué?—inquirió éste en tono desabrido y cortante por la excitación.
—Por favor, quítame el tampón...
—Perra viciosa... qué asco—murmuró Inti entre dientes. No sentía el impulso de azotar a Esther con rabia, sin embargo, y eso le frustraba, por mucho que considerase una tremenda guarrada por parte de ella pedirle a Álex que le sacara el tampón.
No la azotó más allá de un cachete laxo. De hecho, estaba tomándose tiempo en sodomizarla porque no quería hacerla daño, ¿qué coño...?
Comenzaba ya a sentir el calor del estrecho túnel abrazándole y también cómo ella se ponía tensa, cómo respiraba aceleradamente y a la vez trataba de relajarse para acogerle dentro y engullirle. Conocía aquel culo y sabía que más pronto que tarde le tragaría hasta las pelotas; se sentía de alguna manera como algo familiar, como entrar "en casa", más allá de la satisfacción de saber que en cuestión de minutos podría follarla sin contemplaciones.
—L-lo siento... —Esther apenas acertaba a articular palabra, pues le faltaba el aire entre olas y burbujas—P-por favor...
Álex tanteo con rudeza entre los muslos de Esther y tomó el cordón del tampón entre los dedos índice y medio de su mano derecha. Lo sostuvo un momento por debajo del agua sin saber muy bien qué hacer; suponía que tirar, claro, pero la cosa le imponía respeto por muchas ganas que tuviera de hacerlo. Sabía a ciencia cierta que por el coño de Esther habían entrado cosas mucho más grandes que ese tampón, pero, inexplicablemente, le aterraba causarle a ella un destrozo si tiraba de aquella cuerdecita. Sin embargo, Esther le urgió a hacerlo.
—Por favor, por favor, Álex...
Mierda, no dejaba de gemir su nombre, no dejaba de lamerle los labios. Álex abrió la boca para corresponder al más lascivo beso de tornillo mientras cerraba los ojos y daba un firme tirón de aquel cordón hacia abajo, logrando por fin extraer la condenada cosa de una vez.
—Por favor, fóllame...
No salió sangre, ni hubo efectos especiales ni chispas como él hubiera esperado. Simplemente sintió el cordón a la deriva cuando el tampón quedó fuera del cuerpo de Esther, y se limitó a soltarlo. Acto seguido, sin querer esperar más, la tomó a ella por la cintura y levantó las caderas propias para penetrarla justo cuando Inti estaba a medio camino. Se detuvo antes de dar la estocada que le clavaría allí de golpe, súbitamente excitado y sorprendido al notar los movimientos de Inti a través de la piel de Esther. No pudo evitar pensar que, indirectamente, también le sentiría a él...
Para ser exactos, follaron durante horas. Inti tardó en correrse, tal vez a causa del esfuerzo que le suponía no centrar la mente en lo que estaba haciendo. Álex, por su parte, dio marcha atrás en el último momento para eyacular fuera, logrando sacar el cuerpo del agua lo suficiente para no crear un estropicio en el jacuzzi. Su orgasmo llegó antes que el del rubio, y a los pocos minutos volvía a estar absurdamente en erección, sólo por ver cómo Esther gozaba cuando Inti le llenó el culo de semen.
El rubio pareció quedarse knockeado tras el orgasmo y retrocedió, las piernas temblando y la mirada inexpresiva.
—Sal del agua—siseó, acompañando la orden de un movimiento seco pero débil contra las caderas de Esther.
Como pudo, ella se las arregló para moverse hacia el borde del yacuzzi, permitiendo que Inti saliera por fin de su cuerpo. Instintivamente, usó ambas manos para sujetarse las nalgas juntas y así retener aquella leche dentro, no queriendo arriesgarse a que ni una sola gota pudiera escapársele al ponerse en pie.
Álex la ayudó a salir de la turbulenta tina sin poner reparos en ocultar su erección.
—¿Estás bien?—preguntó, e inmediatamente su propia voz le sonó estúpida formulando aquello.
Ella asintió y se apoyó un momento contra el cuerpo de él. De algún modo se sentía aun feliz tras la descarga de endorfinas, aunque también estaba algo mareada y con calor en la cara, aun temblando después de la cascada de orgasmos que había experimentado durante el último tramo del polvo. Alex había visto y sentido cómo ella se corría, pero aún así se sentía preocupado porque la cosa de lo femenino y la regla le causaba un gran respeto. Frunció el ceño mientras la ayudaba a moverse fuera del jacuzzi hacia un banco de madera contra la pared, pensando que tal vez no debió haberla follado tan duro. La había dado desde abajo, era cierto, pero no sólo ella se había movido como una auténtica fiera.
—Somos gilipollas, no hemos traído toallas...—murmuró mientras ayudaba a Esther a tomar asiento sobre el banco, echando un vistazo por encima del hombro para ver a Inti, quien aún seguía en el jacuzzi—espera aquí, Esther. Voy a por ellas.
)continúa en capítulo siguiente*
El sábado por la mañana, justo antes de salir de casa, Esther daba un repaso a los diferentes enseres que, según las indicaciones de los Amos -en realidad solamente de Jen- había preparado en una bolsa de viaje. Camisetas interiores de invierno, calcetines gruesos, vaqueros, un par de bragas -sólo porque estaba a punto de venirle el periodo- y sendos paquetes de compresas y tampones que muy amablemente le había facilitado Jen. También estaba autorizada a llevar su neceser personal, donde había guardado su cepillo de dientes, un tubo de pasta dentífrica, peine y cepillo de pelo. Ni colonia, ni perfumes, ni maquillaje; y como única joya, el collar de casa que llevaba al cuello (aparte del cuarteado collar canino que estaba ya en la bolsa).
Suspiró mientras hacía recuento mental. Era una faena que la regla estuviera al caer precisamente aquel fin de semana, no sólo por lo que suponía el sangrado sino por las molestias previas. Notaba el cuerpo pesado, hinchado y dolorido, sobre todo el bajo vientre y los pechos. Oh, sí, los pechos... los sentía tan turgentes y sensibles al mínimo roce que había pedido permiso para salir sin sujetador. Se le había concedido, claro.
Tenían que salir a primera hora para que le diera a Jen tiempo a instalarse antes de ir a la primera conferencia, que tendría lugar sobre las once de la mañana. Así que eran las siete cuando Esther cerró por fin la bolsa de viaje y se dirigió a la cocina para tomar el desayuno. Sentado a la mesa estaba Alex, devorando una torre de tostadas con mantequilla, y a su lado Inti con el cabello aun mojado tras la ducha.
—¡Esther!—Jen hizo su entrada en la cocina justo tras ella, con el móvil en la mano y una sonrisa de oreja a oreja—Buenos días, ¿has dormido bien?
Ella sonrió y dio un leve asentimiento en respuesta, algo cohibida por la alegría que desbordaban los ojos de Jen. Le parecía lógico: considerando el plan que tenían, suponía que hasta la más aburrida conferencia se presentaría como una actividad estimulante.
—Sí, Amo. Muy bien, gracias.
—Siéntate—masculló Alex con la boca llena, apartando la silla a su lado de delante de la mesa y golpeando el asiento con la palma de la mano—¿no vas a desayunar?
—¿Puedo tomar un café, por favor?
—Siéntate—la animó a su vez Jen en tono suave—ya te lo pongo yo.
Esther obedeció e Inti dejó escapar un resoplido, aunque no hizo comentario alguno. Los exabruptos cavernícolas de Alex hasta llegaban a hacerle gracia, pero aquella actitud de eterno novio detallista que a veces destilaba Jen le sacaba de sus casillas.
Justo cuando Jen acababa de colocar una taza de café recién hecho delante de Esther, su teléfono sonó. Miró la pantalla sin dejar de sonreír y contestó inmediatamente.
—Hola, guapa. Sí, vamos a salir en quince o veinte minutos...
¿Guapa? Vaya, ¿a quién se dirigiría Jen así? se preguntó Esther. Probablemente se trataba de esa compañera de trabajo con la que asistiría a la ponencia: Paola. Sí, ese era su nombre, creía recordar.
—Claro, tranquila. ¿Te veo en el hotel, entonces?
Mientras Jen hablaba, Alex empujó el plato de tostadas cerca de Esther y soltó un gruñido mañanero que podría significar "come". Ella iba a contestar que no tenía hambre, pero en el último momento cerró la boca, no queriendo contrariarle, y alargó la mano para coger una.
—Vale, entonces lo mejor va a ser que me sigas con tu coche. Te doy un toque cuando estemos delante de tu casa y listo—Jen continuaba al aparato y se había girado hacia la ventana para seguir hablando, dando la espalda a Esther—No, no, por favor. Qué va, ningún... No, ningún problema. Calcula una media hora o así.
Esther no se dio cuenta de que había parado de masticar, sencillamente porque quería escuchar mejor lo que Jen respondía en la conversación. Alex seguía a lo suyo, mojando un pico de tostada en su café y despertándose poco a poco, e Inti tenía la cabeza ligeramente agachada como centrado en sus pensamientos, aunque de vez en cuando lanzaba miradas de soslayo alternativamente a Esther y a Jen.
—Sí, ¡claro!—rió este contra el auricular— claro que sé dónde está tu casa, ¿qué te piensas? Portal once, primero A.
En aquel momento, Alex eructó comedidamente -solía tener cuidado de no explayarse en ello cuando estaba Esther delante, al menos en los últimos días-, se secó los labios con el dorso de la mano y alargó la mano hasta un paquete de tabaco que estaba próximo en la mesa. No era habitual verle fumando, pero al parecer aquella mañana había una causa de fuerza mayor.
—"Café y cigarro, muñeco de barro"—canturreó a media voz, lanzando a Esther una mirada provocadora con los ojos entornados. Era hasta cierto punto conmovedor ver cómo se esforzaba en afinar sus maneras de vikingo delante de ella, aunque tampoco se entendía bien por qué tanto trabajo si luego iba a terminar soltando perlas así.
Esther se hubiera reído de no haber estado tan pendiente de Jen. Algo en aquella conversación telefónica estaba poniéndola tensa, pero no sabía qué era.
—Vale, preciosa. En media hora o tres cuartos estamos allí. "Muuack".
¿"Preciosa"? ¿"Muuack"? Esther se vio de pronto alterada. ¿Por qué demonios Jen había empleado una onomatopeya tonta en lugar de decir, simplemente, "un beso" para despedirse? La onomatopeya sonaba a complicidad, sonaba a "especial"... tal vez no, tal vez era una gilipollez preocuparse por eso... un momento, ¿qué era lo que le generaba preocupación exactamente?
Preocupación. Angustia momentánea. Eso había sentido Esther en las décimas de segundo que tardó Jen en cortar la llamada. Ah, Paola. No la conocía, y ya prácticamente la odiaba en secreto.
—Paola va a seguirnos en su coche—comentó él tras colgar, mirando la pantalla del móvil mientras lo bloqueaba antes de guardarlo—Habría que ir saliendo...
En realidad, la casa de Paola les pillaba de camino, pues la compañera de Jen vivía aún más en el extrarradio que ellos mismos. Sucedía que ella, aparte de no haber ido nunca antes a aquel lugar de destino, era bastante insegura al volante y apenas cogía el coche. Jen lo sabía y entendía perfectamente que pudiera darle seguridad el simple detalle de que ellos fueran delante; no le importaría nada tener que ir un poco más despacio para que ella les siguiera con facilidad, aunque no iba a contarles el motivo real de hacerlo a los allí presentes. Porque tampoco era que los temores de Paola importasen a nadie en aquella cocina, o así lo entendía él.
—Espera, que voy a cagar.
Alex se levantó sin precipitación alguna para enfilar el pasillo en dirección al baño tras suministrar aquella información.
—Joder. Venga, no tardes...—No iba con el carácter de Jen meter prisa a la gente, pero al parecer le importaba mucho no retrasarse. Esther lo constató cuando él se volvió hacia ella con gesto algo apurado—¿Llevas todo, Esther?
—Sí, Amo. Creo que sí.
—Asegúrate—replicó Inti en voz baja. Por supuesto, él había revisado hasta la extenuación la cochina bolsita de viaje que llevaba, tantas veces como su naturaleza obsesiva le había exigido hacerlo.
—Sí, Amo...—murmuró Esther, abriendo bolso y mochila sobre la mesa.
Pareció que Jen fuera a decir algo cuando ella se dispuso a sacar las cosas para hacer un último recuento ahí mismo, pero finalmente guardó silencio y la dejó hacer. Asintió con mirada de aprobación cuando ella sacó la ropa de la mochila, el neceser y todos aquellos objetos tan inocentes; nada parecido a la pequeña selección de cuero, látex y juguetes diversos que había metido él en su propia bolsa. Con esperanza, si les paraba la guardia civil -o tenían la mala suerte de caer en un control policial de carretera- nadie les registraría el equipaje. Habría que rezar por ello, si tan sólo por lo embarazoso que sería dar explicaciones llegados a tal punto.
Cuando ella volvió a cerrar su equipaje, Jen la tomó del brazo para llevarla aparte un momento, a tiempo de escuchar el sonido de la cisterna en el baño al fondo del pasillo.
—Esther, ¿ya te ha venido la regla?—preguntó, acercando su rostro al de ella para hablarle en voz baja.
—No, Amo. Creo que no—se apresuró a matizar ella. Igual no se había dado cuenta.
—¿Llevas bragas puestas y una compresa por si acaso?
Ella asintió ante la directa pregunta, que había sido formulada como lo más natural. Ese tipo de detalles, esa naturalidad (porque para qué dar un rodeo) a la hora de hacer preguntas a bocajarro sobre su cuerpo, tenían el poder de hacerla sentir de golpe como la perra que con él quería ser. Un poder que ella deseaba acatar; mágico y primario a partes iguales. En realidad, le daba escalofríos que tan solo dos palabras de Jen bastaran para que ella se encajase sin más en aquella posición, por mucho que en su fuero interno la deseara hasta el punto de olvidar que era un acuerdo. Daba vértigo estar a los pies de Jen, daba vértigo desearlo... ojalá eso no muriera nunca, pensó. Si había un paso siguiente, algo más allá de estar simplemente enamorado, eso era la fantasía de entregarse.
—Sí, Amo.
Jen observó cómo Esther bajaba la mirada y enrojecía ligeramente. Algo en su lenguaje corporal le alertó, sin embargo.
—Esther, ¿estás bien...?
Se dio cuenta de que ella parecía tensa, encogida sobre sí misma como si quisiera desaparecer. ¿Tanta vergüenza le daba hablar sobre aquellas cosas? ¿u ocurría algo más?
—Sí, Amo. Muy bien.
Uh. Algo pasaba. De haber tenido más tiempo, Jen se hubiera detenido a preguntar y casi seguro hubiera terminado interrogando a Esther. Pero justo en aquel instante se escuchó un portazo y los pasos de Alex acercándose desde el baño, en su estilo habitual de dinosaurio irrumpiendo en cacharrería.
—¿Nos vamos o qué?—inquirió pasando junto a Esther y a Jen, alargando el brazo para coger su mochila negra y roja.
Jen respiró hondo.
—Sí, vamos. Esther: cuando te venga la regla, dímelo—apostilló, tanteando el bolsillo para asegurarse de que llevaba las llaves del coche mientras avanzaba hacia la puerta.
Una vez en el coche, Esther pidió permiso para conservar su bolso y se le concedió. El resto de mochilas y bolsas de viaje que todos llevaban fue a parar al maletero. En cuanto tuvieron los bultos colocados, Jen ocupó el lugar frente al volante sin discusiones -presumiblemente, los chicos habrían acordado entre ellos con anterioridad quién conduciría aquel día- e Inti se sentó de copiloto. Esther y Alex pasaron a la parte trasera del vehículo, donde se estaba relativamente cómodo y había espacio de sobra para repantingarse, incluso para estirar las piernas.
Llevaban un rato viajando en silencio hacia las afueras de la ciudad cuando Jen, quien hasta el momento parecía haber estado totalmente concentrado en la conducción, abrió la boca para dirigirse a Esther.
—Oye, Esther...—sus ojos se clavaron en ella a través del espejo retrovisor, y por el tono de su voz se notó que sonreía—eso que dicen sobre que las mujeres están más sensibles y cachondas cuando les va a venir la regla, ¿es verdad?
Quedándose tan a gusto tras decir aquello, cambió de marcha y desaceleró para tomar una desviación a la derecha. Una vez encarrilado el vehículo, volvió a lanzarle otra mirada incendiaria a Esther por el espejo y comprobó que ella había enrojecido hasta las orejas.
—Quiero decir que...—en vista de que ella no daba pie con bola para articular palabra, él decidió continuar a fin de alentarla—es evidente que el vaivén hormonal influye, pero... yo soy hombre, y, claro... me pregunto cómo se sentirá.
En realidad esta tribulación de Jen era cierta. No se estaba inventando nada; siempre lo había pensado sin llegar a tener ocasión de comentarlo. Dado que él estaba en celo permanente, no podía por menos de preguntarse hasta qué punto la libido podía estar sujeta a un ciclo, al menos en aspectos de química hormonal, y cómo funcionaría eso.
Inti no movió un pelo. Si escuchó las inquietudes verbalizadas por Jen, no dio muestras de ello. La mirada de acero frío se diluía en sus ojos sin enfocar el paisaje al otro lado de la ventanilla, y él se mantenía inalterable como roca de granito, ajeno a todo en apariencia.
Alex, por su parte, fingió no haber oído absolutamente nada tampoco. Igual que Inti, miraba por la ventanilla, sólo que con el cuerpo girado hacia ella y la frente casi pegada al cristal. A Esther le sorprendió que Alex no entrase al trapo, si tan sólo para hacer alguna broma, pero lo cierto era que con él nunca se sabía: tan pronto iba lanzado como una bala, tan pronto parecía un elefante acorralado sobre una banqueta ante la presencia de un ratoncito.
No hace falta decir que Esther no supo dónde meterse. ¿Que si se sentía más cachonda ahora que iba a bajarle la regla? casi se rió cuando en su fantasía respondió a la velocidad del rayo: "me encanta que me hagas esa pregunta, Amo". Comentario que reprimió al momento, tal vez azorada hasta el absurdo y no queriendo por nada del mundo dar imagen de viciosa, como si eso importara a aquellas alturas ya.
—Bueno, Amo. Pues no sé... no sé cómo será para otras mujeres—dijo en voz baja, parando unos instantes tras aquellas palabras para tomar aire antes de continuar—pero a mí, si te soy sincera, sí me pasa.
Si algo había "aprendido" durante la convivencia con los Amos era a ajustarse a su verdad cuando respondía una pregunta. Y claro que sí, claro que le pasaba.
Su cuerpo, inflamado y sensible, ardía desde hacía días con especial urgencia por ser profanado. Un simple cruce de miradas con Jen a través del espejo retrovisor había bastado para que mojara las bragas, lo mismo que sentir tan cerca la presencia de Alex en el asiento de atrás. Hasta echar de menos a Inti la estaba poniendo cachonda en aquel momento, solo por la permanente imagen mental de hallarse desnuda a sus pies, disfrutando la misma fantasía de siempre: verse despojada de dignidad y a la vez sentirse más ella misma que nunca. Le parecía que jamás en su vida, ni en un millón de años, se cansaría de aquello.
Inexplicablemente, desde que había empezado a "descubrirse" gracias a Jordan y a Cross, la fantasía de la sumisión excitaba a Esther todavía más que al principio de conocer a los chicos. Era más fácil plantearse algo así desde la certeza de que jamás, pasara lo que pasara, se permitiría perderse a sí misma. Y, al mismo tiempo, la sensación de que poco a poco sacaba lo mejor de sí para ofrecerlo si quería le hacía sentirse feliz, con la ilusión equivalente a cuando uno prepara el mejor regalo para alguien importante en su vida. Era más fácil pensar en todo así, y más auténtico moverse desde aquella seguridad que pasito a pasito había comenzado a afianzar cada día.
No, ella no era ninguna mierda, contrariamente a lo que se había obligado a pensar durante años sin palabras. Ni lo era, ni quería darse a otros pensando así de sí misma -aunque sólo fuera desde la fantasía-, porque nadie quiere dar mierda como regalo, ¿verdad?
Quería permitirse pensar que era valiosa por sí misma, y lo estaba consiguiendo. No era una tarea difícil del todo, porque en realidad ella era valiosa. Desde que había empezado a intuirse valiosa (a intuirse única como persona), quería re-vivir... y vivir de nuevo. Afrontar ilusiones, saltar obstáculos, terminar la carrera, tal vez empezar a estudiar otra cosa o explorar otros campos. Simplemente por disfrutarlo. Se había dado cuenta también de que el arte la atrapaba y la lectura le interesaba... era como volver a recuperar poco a poco los fragmentos de un espejo roto, el espejo de un antiguo yo que había permanecido olvidado, encerrado en alguna celda interna durante mucho tiempo, latente pero vivo.
Era genial hacer locuras desde el amor propio. Incluso cuando le excitaba jugar a perder la dignidad y a ceder el control. Era genial decir que estaba cachonda y perra con la boca bien grande, y que se cayera el mundo si aquello era una blasfemia.
Amarse -o por lo menos no odiarse a uno mismo- era el norte en la brújula, la dirección correcta y siempre segura que daba sentido a todo. Cualquiera podía perderse a gusto con una brújula en la mano, sabiendo que siempre podría regresar a casa, a cualquiera de las casas que amaba.
—Interesante...—repuso Jen, ahora con ambas manos sobre el volante—así que te pasa. Y... ¿en qué lo notas?—inquirió con curiosidad.
Los ojos de Esther brillaron cuando le devolvió la mirada por el espejo retrovisor antes de responder.
—En las ganas que tengo de comerme una polla, Amo.
Alex se echó a reír estruendosamente en aquel momento.
—Por favor. A estas horas de la mañana.
Inti chasqueó la lengua con desagrado y sacudió la cabeza, sin apartar los ojos del interesantísimo paisaje al otro lado de la ventanilla.
—¿Qué pasa, Alex?—se carcajeó Jen sin quitarle ojo a la carretera—¿no te parece una buena hora?
—No sólo es buena, es la mejor—replicó el aludido en tono chulesco.
Jen se aguantó la risa.
—Ahora va de vacilón, Esther. Pero que no te engañe... se le está poniendo dura como un canto.
—¿Qué dices?—respondió desabridamente el otro, obcecado en no mirar a ninguno de los que estaban presentes en el vehículo. De pronto, el interior del habitáculo trasero no parecía tan amplio como sería deseable.
—Sí, y ahora se picará como un niño de diez años. Qué predecible es, el pobre.
Esther se removió inquieta contra el respaldo. ¿Qué pretendía exactamente Jen? ¿Estaba usándola a ella para provocar a Alex? En parte, eso le gustaba...
Alex soltó una carcajada tensa y se apartó de la ventana para inclinarse hacia el espacio entre los dos asientos y hablar a Jen desde más cerca.
—Ya, y tú qué.
—¿Yo?—el interpelado se permitió apartar la mirada de la carretera por un momento para atisbar al otro por encima del hombro—Bueno, si me diérais un espectáculo, todavía. Pero sois más bien sosos, la verdad.
—Jodido pirado—masculló Inti entre dientes, casi para sí, luchando por no sonreír.
—Sí, hombre. Ahora mismo voy a darte un espectáculo a ti, justo pensaba precisamente en eso. No me jodas.
—Pobre Esther—rió desaprensivamente Jen—podrías hacerlo al menos por ella. Acaba de decir que...
—Eh, eh. Suficiente—le cortó Álex al tiempo que se echaba hacia atrás sobre el respaldo del asiento—déjalo estar. Aun estoy medio dormido, me cago en la puta.
Parte de razón tenía Jen, pensó Álex. No tenía la polla como un canto-aun no- pero se le estaba poniendo dura a marchas forzadas con aquella tontería, sobre todo cuando escuchó la confesión de Esther en cuanto a sus apetencias en aquel momento del ciclo. Ni que decir tiene que, para él, todo eso de la menstruación y los cambios hormonales-más bien todo lo que tenía que ver con lo femenino- era un misterio absoluto equivalente a un libro escrito en chino mandarín. Se dio cuenta de que nunca se había visto en aquella tesitura con una chica, que él supiera; nunca antes, ni con novias ni con chicas con quienes hubiera compartido cama, jamás ninguna de ellas le había hecho partícipe de su ciclo hormonal. Nunca había tocado a ninguna chica cuando ésta estaba sangrando por ahí, y ahora, para su desgracia, esa chorrada se le antojaba como una de las locuras que querría probar antes de morir. Solía sucederle aquello con todo lo desconocido en relación al sexo, comida y deportes de riesgo en general. Poco escrúpulo tenía si se trataba de experimentar.
—Oye, ¿quieres conducir tú?—le espetó Jen con una carcajada para rematarle—porque ahora mismo me cambiaría por ti.
Esther rió estúpidamente. El corazón le latía deprisa y se obligó a respirar hondo para no acelerarse más. Jen se dio cuenta y rió a su vez.
—Esther, yo te daría rabo si no estuviera conduciendo...—sentenció, levantando de nuevo los ojos chispeantes hacia el espejo retrovisor—te juro que te lo daba ahora mismo.
Alex se mordió el labio inferior con fuerza, tentado -muy tentado- de mirar a Esther para ver la cara que estaba poniendo ella. Le horrorizaba al mismo tiempo la idea de mirarla, sin embargo; la idea de que ella pudiera también mirarle a él, y entonces, irremediablemente, leer en sus ojos todas las barbaridades que pasaban por su recalentada cabeza en aquel momento. Notó en aquel mismo instante las pupilas de ella clavándosele con descaro inquisitivo y se estremeció, poniéndose más rígido en el asiento de lo que ya estaba. ¿Acaso ella esperaba algo de él? ¿Por qué diablos le estaba mirando directamente, sin pudor alguno?
Sentía que de algún modo Esther estaba cambiando. Y no podía quitarse de la cabeza que, según palabras propias, ella quería comer... quería chupar... La "burrita mamona" -como la había llamado Inti en el Tres Calaveras- quería comerse una buena polla, saborear y mamar hasta tragarse la corrida. Señor, hasta le parecía que podía oler la súbita excitación de ella ahora, ¿o era su imaginación jugándole malas pasadas?
Lo más genial -y a la vez lo más atroz de todo- era que todos en aquel habitáculo sabían lo que estaba pasando. Cada uno de ellos se encontraba ahora esperando en silencio lo que vendría a continuación, preguntándose con sincera inquietud cuál sería el paso siguiente y qué pasaría. Claro que, mientras que Inti y Jen estaban por coger mentalmente una bolsa de palomitas en secreto regocijo, a Alex parecía que fuera a darle un ataque al corazón.
Esther vio como Alex se empeñaba en rehuirle la mirada. Se lamió los labios, encontrando aquella "timidez" -no sabría si llamarlo así- asombrosamente dulce. Le sobrecogía aquella parte de Alex que contenía su miedo y su férreo auto-control en respuesta. Encontraba que esa parte de él era conmovedora y le hacía grande. Él rechazaba habitualmente su propio impulso en favor de no arriesgarse a hacerla daño; esa lucha era grande: era la lucha del guerrero que no era esencialmente frágil, pero temía que sus demonios dañaran de cualquier forma a sus seres queridos. Se sacrificaba a sí mismo sin dudarlo para no correr el riesgo de hacerla sufrir. Por otra parte, Esther se daba cuenta de que esa decisión se extendía más allá de lo puramente sexual, y eso estaba comenzando a tocarla por dentro y a hacer mella en ella (en el mejor de los sentidos). Le parecía que, conforme iba viéndose a sí misma con más claridad, también podía ver mejor a otras personas, y algo tan simple como eso (ver, sólo ver; ver a Alex, verles a ellos) se sentía como un privilegio ya por siempre necesario.
De pronto deseó no sólo mamársela a Álex sino cabalgarle, sentirle dentro. Los caminos del romanticismo eran inciertos -y tal vez inescrutables- incluso dentro de aquel coche. Sentía un deseo devorador dentro de sí, tan salvaje y físico como emocional. Y es que entender que todo iba ligado, que la psique, la mente y el cuerpo eran una sola cosa, evitaba rodeos innecesarios y quebraderos de cabeza.
—Amo Alex...
El aludido no respondió.
Inti suspiró y accionó el mecanismo para bajar la ventanilla. Sólo la abrió un poco, lo suficiente para que una corriente de aire se colara en el repentinamente enrarecido habitáculo.
—Tenemos que parar a llenar el depósito—comentó Jen despreocupadamente, frenando un poco para desviarse hacia la siguiente gasolinera en el margen derecho de la carretera.
El rubio asintió. Sería un alivio salir del coche aunque solo fuera un momento. Comenzaba a sentirse incómodo y... acalorado, a medida que la turbación de Alex y la excitación de Esther se hacían más evidentes.
Esther exhaló tratando de relajarse. Sabía que a Alex cada vez le gustaba menos ser llamado "Amo", y que tal vez por eso no había contestado cuando le llamó momentos antes. Pero si le llamaba por su nombre, como había hecho en la consulta el día que fueron a ver a Cross, tal vez Inti brincara en el asiento y la acusara de falta de respeto ("No somos tus colegas", etc). No quería desairar al rubio... pero también pensaba que, después de todo, el cómo ser tratado y abordado era algo que cada uno de Ellos decidía por separado, y su deber como sumisa era adaptarse a los deseos de cada cual. ¿No?
Tragó saliva y se permitió acercarse un poco más al atribulado cavernícola.
—Alex...
Entraron a la gasolinera y Jen estacionó junto a uno de los surtidores libres. Alex seguía sin contestar a Esther, directamente ignorándola en sus mismísimas narices.
—Voy al cuarto de baño—gruñó Inti, dirigiéndose a todos y a ninguno en particular, abriendo la puerta del copiloto para salir.
Después de repostar, cuando retomaron de nuevo el viaje, nadie comentó nada sobre pollas y chupadas pero la tensión seguía en el aire. De cualquier modo, no tardaron demasiado en tomar el desvío que les conduciría a la zona residencial donde vivía Paola.
Esther se dio cuenta de que Jen no había dudado en ningún momento sobre el camino a seguir, y le asaltó el pensamiento de que, seguramente, él habría ido por allí otras veces. En realidad, si lo pensaba, ella no sabía nada de la vida de Jen fuera de la casa... no tenía ni idea de a quién veía, de donde iba ni de lo que hacía más allá de aquella frontera física. Se preguntó hasta qué punto estaba ella misma asumiendo una especie de confinamiento voluntario entre aquellos muros, cosa en la que hasta el momento no había reparado.
Sin llegar a estacionar frente a la hilera de casas a lo largo de la cual circulaban, Jen puso los warner y se hizo a un lado para detener por un momento el coche y hacer una llamada perdida. En aquel mismo momento, la puerta acristalada del bloque de pisos que quedaba unos metros por detrás se abrió y a través de ella salió una chica arrastrando una maleta con ruedas. La maleta resultaba bastante llamativa por tener los colores del arcoiris en el diseño de su parte frontal; se veía desde lejos.
—Está ahí. Un segundo, voy a saludarla.
De pronto, Esther no quiso mirar. Una parte de ella se moría de ganas de girarse para seguir a Jen con los ojos, de ver cómo saludaba a la chica y qué aspecto tenía ésta... pero pudo más otra fuerza que la impulsó a esconder la cabeza, y qué mejor lugar había para eso que el regazo de Álex. Sintió como el mencionado daba un pequeño bote sobre el asiento al pillarle de sorpresa el súbito acercamiento, pero ella se negó a despegarse de él, tomando aire para respirar contra la tela vaquera de sus pantalones y permitiéndose rodearle la cintura con los brazos.
Seguía excitada, ahora embriagada por el olor entre las piernas de Álex, pero escuchar la puerta del coche cerrarse y los pasos de Jen alejándose hacia la chica-sin-cara le produjo una tristeza de la que no se desharía fácilmente.
Suspiró con la cara sepultada en la ingle del otro. Una vez más, todo se unía, todo confluía y formaba parte de la misma cosa. Tanto si sentía celos como si no (no estaba segura aún de la naturaleza de aquel golpe de "tristeza" que sintió cuando Jen salió del coche), de hecho encontraba consuelo allí, en el cuerpo contra el que se apretaba, sin que el mismo Alex lo supiera.
Presionó a sabiendas la nariz contra el botón de los vaqueros del chico, entreabriendo los labios para agarrarlo entre los dientes, sin llegar a ser consciente del deseo que desprendían sus acciones. Ese "consuelo" no era ningún "premio de consolación"; era extraño, pero, de alguna forma, la hacía feliz. Ah, a veces parecía que sus pensamientos -o más bien sus sentimientos- no tenían sentido...
—Oye, Esther...—murmuró entonces Alex, moviéndose casi imperceptiblemente contra la cara de ella. Desde luego que no podría retirarse ni aún queriendo hacerlo, pero no sabía lo que Esther quería hacer, y eso le hacía sentirse inseguro dentro de aquel espacio reducido en el que ambos estaban cualquier cosa menos solos.
La chica levantó la cabeza para mirarle. No se dió cuenta de que le había babeado los pantalones a la altura del creciente bulto entre sus piernas. Él sí lo adivirtió, claro.
—Lo siento...—musitó ella.
Alex negó con la cabeza y su mano se cerró en la coronilla de Esther, torpemente, como si estuviera indeciso entre agarrarla del pelo o acariciarla.
—Aquí no—musitó entre dientes, mirándola fijamente a los ojos. Tuvo que hacer un esfuerzo grande por controlarse, ya que, a su pesar, aquella disculpa murmurada por ella disparó su excitación hasta límites insospechados.
Esther asintió con la cabeza y se apartó un poco, justo a tiempo de ver cómo aquella chica de nombre Paola le plantaba un beso a Jen en algún lugar de su cara, no supo exactamente dónde. Malditos ojos que habían ido como flechas al cristal de la ventanilla, ¡mierda! había visto un beso de amigo, siempre que no hubiera sido en los morros, pero igualmente le jodió. Y bien podía haber sido nada más que eso... o no; desde aquella distancia no podría asegurarlo, y, además, el cabello largo de Jen dificultaba la visión de los rostros aún más. Se quedó helada sin darse cuenta, las manos aún en las caderas de Alex, los dedos rígidos presionando contra la tela vaquera de sus pantalones.
Mientras Alex luchaba en silencio por calmarse un poco y Jen abrazaba a Paola a unos metros de distancia, Inti parecía absorto en mirar a ninguna parte, ajeno a todo.
Minutos después, Esther tragó saliva viendo como Jen volvía de nuevo hacia el coche. Sintió un sabor agrio bajándole por la garganta y desvió la mirada, logrando reaccionar para rectificar su postura en el asiento trasero junto a Alex.
—Bueno...—Jen consultó rápidamente el reloj de su móvil una vez volvió a ocupar su lugar frente al volante—no vamos mal de tiempo.
Giró la llave de contacto y comenzó a maniobrar para ponerse de nuevo en marcha, constatando por el espejo retrovisor que el coche blanco de Paola se movía para seguirle. Había quedado en unos treinta minutos con el dueño de la casa en alquiler para la entrega de las llaves; tal vez tuviera que apretar un poco el acelerador, pero confiaba en no llegar demasiado tarde. Según los mapas que había consultado, el centro donde tendría lugar la conferencia quedaba bastante cerca de la casa rural; se trataba de un hospital de cuidados paliativos, emplazado entre montañas y bastante alejado del pequeño núcleo urbano al que pertenecía. Lo más coherente parecía ir hasta allí en el coche de Paola, con ella, dejando el suyo junto a la casa y permitiendo así que los chicos y Esther pudieran disponer de él. Absorto en organizar estas ideas en su cabeza, Jen no reparó en la mirada que involuntariamente le lanzó Esther ni en la expresión en el rostro de ésta.
No tardaron mucho en tomar la carretera secundaria que llevaba a la colonia de casitas. Tras circular unos minutos por un camino sin asfaltar, el embalse apareció de pronto ante ellos como un gigantesco espejo bajo el cielo gris.
Seguido por Paola, Jen detuvo el coche frente a una verja un tanto oxidada que les separaba de las casas junto al lago, al lado de un cartel donde se podía leer el nombre de la pequeña urbanización. Inti se estremeció sobre el asiento del copiloto antes de tan siquiera abrir la puerta.
—Hace frío, joder—musitó con desagrado.
Era cierto que fuera del coche la temperatura había bajado, pero en el interior se estaba caliente. A pesar del cielo encapotado y el frío, Esther pudo ver con estupor cómo al otro lado de la verja, en el entorno agreste entre las casitas de piedra, un grupo de personas parecían concentradas en una clase de tai-chi, yoga o algo semejante. "La Tierra es sagrada/ camino con amor", entonaba una voz un tanto grave de mujer.
Jen salió del coche para encontrarse con un hombre menudo que esperaba cual centinela junto a la verja. Al final habían llegado unos diez minutos tarde entre unas cosas y otras, pero tal vez el hombre estaba acostumbrado a la impuntualidad ajena, porque ahí seguía.
El hombre le entregó un pequeño manojo de llaves a Jen, y se volvió para señalar con la mano la altura a la que estaba la casa, haciendo un gesto que parecía querer decir "más lejos, más lejos que eso todavía".
-------------------------------
La casita estaba en verdad "más lejos", apartada de la misma colonia aunque pertenecía a ella, justo a la orilla del agua. De hecho, se podía llegar a la superficie de espejo cruzando una especie de embarcadero, un puentecito de madera sujeto al talud del fondo y adosado a la fachada trasera.
Jen se había largado en el coche de Paola (con ella, claro...), y Alex había cogido el coche entonces para cruzar la verja y llegar con Esther y con Inti hasta la casa. Estacionó cerca del muro de piedra sin labrar y bajó del vehículo para abrir el maletero, mientras Inti procedía a caminar los pocos pasos que le separaban de la casita-refugio y levantaba la cabeza para inspeccionar el tejado con desconfianza, tal vez buscando un agujero o alguna teja inestable.
Esther fue la última que salió del coche, en el fondo maravillada con todo lo que veía alrededor, a pesar de que aún estaba procesando el ataque silente de celos del que había sido presa escaso tiempo antes. Sin dejar de llenarse los ojos con el paisaje -árboles, roca calcárea suavemente erosionada a besos de agua-, cerró la puerta del vehículo con cuidado y se movió hacia el maletero para ayudar a Alex.
—Voy a tomar un analgésico—anunció Inti entre dientes mientras Alex giraba la llave en la cerradura de la entrada, con las maletas a sus pies—me estalla la cabeza.
El rubio sabía perfectamente dónde había dispuesto Jen el botiquín más o menos completo sin el cual no hubiera salido de casa. Loción para picaduras, antisépticos, gasas... ese tipo de cosas -y esperanzadoramente algún paracetamol- podría encontrar en la bolsita de tela gris reforzada con un entramado de rejilla junto a las maletas.
Tomó la bolsita en sus manos y avanzó rezongando por el pequeño pasillo que partía del recibidor, maldiciendo por el frío con olor a cerrado dentro de la casa y por la insuficiente luz que se colaba por las ventanas.
Era cierto que estaba más bien oscuro tras los muros del refugio. Alex tanteó la pared y encontró un interruptor, pero éste no respondía.
—Ah, mierda. ¿Tenés idea de dónde estará el cuadro eléctrico?—inquirió mientras avanzaba hacia el saloncito, con intención de abrir las contraventanas que vio cerradas allí.
Esther negó con la cabeza. No, por su parte no tenía ni idea de dónde estaría el cuadro eléctrico, aunque...
—Quizá en el sótano—aventuró, sin saber siquiera si existía tal espacio en la casa—como... en las películas.
Alex rió. Abrió por fin las contraventanas de madera y un haz de polvorienta luz se coló en la estancia.
—Tiene sentido. Buscaremos el sótano entonces.
Él tampoco tenía ni idea de si había sótano allí, pero intuía que así era. Y qué mejor sitio para el cuadro de fusibles que ese, Esther tenía razón.
La casa era grande, pero la disposición de las habitaciones resultaba de algún modo predecible. Inti encontró la cocina sin problemas, justo frente al salón, al lado de un aseo que más bien parecía un armario encastrado en la pared con un váter, un lavabo y un espejito redondo apiñados en su interior. Dejó la bolsita del botiquín sobre la encimera de piedra bajo la ventana, manipuló el juego de cremayeras para abrirla y rebuscó en su interior.
La cocina -y la casa en general- se veía limpia, pero también se notaba que hacía tiempo que nadie transitaba por allí, y en consecuencia se había ido acumulando el polvo sobre los objetos y las superficies. Arrugando la nariz, Inti abrió el grifo sobre la pila metálica sujetando la pastilla en la otra mano, comprobando cómo, tras unos segundos de indecisión, comenzaba a salir agua a borbotones mientras se escuchaba el tembleque de las tuberías.
—De puta madre...—masculló.
Tras el primer chorro intermitente de color marronáceo, el agua comenzó a salir con potencia cambiando su tono al blanco lechoso.
—Me parece que no...—murmuró para sí mismo mientras cerraba el grifo. Tomaría agua de la botella en su propia mochila, que estaría caliente pero eso daba igual; no se fiaba de la potabilidad del líquido elemento en aquel sitio.
—Amo...—la voz de Esther le llegó entonces desde algún lugar a su espalda—¿se encuentra bien?
a Inti no le gustó escuchar esa palabra, "Amo". Le parecía que eso ya le había ocurrido otra vez antes, aunque no recordaba exactamente cuándo. No quiso girarse hacia la voz de ella y dio un leve asentimiento de cabeza, los ojos fijos en el fregadero salpicado de gotas de agua.
—Oh, mira. Siempre quise tener una de estas...—a su bola, como siempre, Alex miraba en aquel momento una cafetera express sobre un aparador de madera. Era genial que la casa, aunque era vieja, contara con algunas "moderneces" como aquella.
Mientras Inti descansaba derrumbado en uno de los sillones del saloncito, Alex y Esther exploraron un poco y encontraron una trampilla en el suelo al final del pasillo. La compuerta estaba escondida en un recodo sombrío, al lado de la estrecha escalera que llevaba al piso superior. El papel de las paredes, de rayas verde seco en vertical sobre un fondo desvaído, había amarilleado de forma un tanto deprimente en aquella zona, llegando a levantarse y a rizarse en las esquinas por efecto de la humedad.
Al abrir la trampilla con ayuda de una cadena dorada, encontraron una escalera un tanto resbaladiza que bajaba para perderse en la oscuridad.
Usando una pequeña linterna de bolsillo que era de lo más friki, Alex iluminó la escalinata y comenzó a descender con cuidado, indicándole a Esther que le siguiera. Se apoyaba en la pared de piedra húmeda con la mano libre, pues la escalera se veía desnuda, sin barandilla alguna sobre la que tomar asidero. Una vez se terminaron los peldaños, el chorro de luz mostró una amplia y diáfana estancia ante ellos.
—Alex, mira. ¿Es esto el cuadro de luces?—Esther señalaba una especie de armarito metálico en la pared, cerca del último tramo de escalera.
—Ah, diría que sí. Ábrelo.
Ella tiró de la pequeña puerta sin manija, descubriendo un panel de teclas negras y naranjas dispuestas en orden. Sin pararse a pensar, Alex se acercó y procedió a accionar el interruptor que suponía que era el diferencial. Acto seguido se escuchó un chasquido y, al momento, brotó una cálida luz sobre sus cabezas procedente de un plafón en el techo.
—Oh...
No era que Esther hubiera esperado encontrar el cadáver de un monstruo enjaulado ahí abajo, pero, desde luego, lo que apareció ante sus ojos cuando se hizo la luz le cogió de sorpresa.
Las paredes, presumiblemente de la misma piedra que las que se levantaban junto a la escalera, estaban en aquella estancia cubiertas hasta el techo por paneles de madera anaranjada, lo que daba al lugar un aspecto ciertamente acogedor. Sobre el suelo de terrazo se veían algunas tinajas de barro en una esquina, altas como la pierna de un hombre y selladas con tapones de corcho. En el centro de la habitación había una especie de hornillo o estufa de carbón de hierro forjado, cuyo tiro progresaba hacia arriba a través del techo; y a unos pasos de él, contra la esquina más alejada de las escaleras, se encontraba el spa de interior más grande que Esther había visto nunca. Era casi una pequeña piscina, con capacidad para seis personas por lo menos, también forrado de listones de madera por fuera y cubierto por una especie lona rígida.
—Joder...—musitó Alex. Que la casucha tuviera moderneces había sido una agradable sorpresa, pero, definitivamente, lo del jacuzzi no se lo podía imaginar. Jen no le había comentado nada al respecto—¿funcionará?
Tal vez nadie bajaba a aquel sótano desde hacía siglos, quizá el cacharro estuviera descompuesto.
—Ay, dios. No lo sé...
—Habrá que probarlo.
Esther no supo si Alex había visto ya alguna maquinaria como la de aquella enorme bañera de hidromasaje. Lo parecía, pues no le hizo falta más que un tanteo para encontrar un pequeño botón en un lateral del borde. Inmediatamente, al pulsar el botón, el mecanismo que plegaba la lona se puso en marcha y ésta comenzó a retirarse para descubrir la superficie de aguas tranquilas.
—Vaya...—Alex sonrió de oreja a oreja al comprobar que el yacuzzi estaba preparado para ser usado y le dió un pequeño codazo a Esther.
Ella estaba mirando el agua también, y se alegraba del hallazgo lo mismo que Alex, pero lo cierto era que sus pensamientos divagaban así mismo lejos de allí. Sus pensamientos estaban con Jen también, quien se había largado con Paola, y con Inti, que estaba arriba en el pequeño salón. En realidad no dejaba de pensar en cada uno de los Amos... y, también, de pronto, sintió la necesidad inexplicable de pasar tiempo a solas con cada uno de ellos. Especialmente con Inti, el más hierático de los tres.
Desde antes de empezar a ir a ver a Cross y a Jordan, Esther tenía la sensación de que con el rubio había "algo" pendiente por resolver. Y, a pesar de que ambos terapeutas le habían hecho hincapié en que tenía que protegerse, sentía el deseo irrefrenable de internarse en lo que siempre había sido oscuridad. Aquella casa perdida en la punta del mundo parecía el sitio idóneo para hacerlo, como un lugar en medio de los sueños, casi haciendo honor a aquello que se decía de Las Vegas ("lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas").
Miró a Alex, quien continuaba curioseando el panel de botones en el borde del yacuzzi. Con él lo tenía más fácil a la hora de comunicarse, ¿quién lo hubiera dicho? Respiró hondo y estiró la mano para tocarle suavemente el brazo. Alex era, sin duda alguna y por encima de todo, un amigo.
—Alex...
Él se volvió a mirarla con los ojos chispeantes, conservando aquella sonrisa emplastada de lado a lado en su rostro.
—Ya, yo también quiero meterme...—dijo con tono más que ilusionado, como si en lo que se tardaba en contar "tres, dos, uno" fuera a echar su ropa a volar por los aires para entrar en el agua.
Esther bajó la mirada por un segundo sin poder evitarlo.
—Yo... quería pedirte algo, lo siento—se disculpó con anticipación, sintiéndose a punto de resquebrajar la ilusión del momento. Pero necesitaba decirle aquello.
—¿Lo sientes?¿por qué te disculpas?—la sonrisa de él se borró y su expresión pasó a una de no entender—Claro, ¿qué quieres?
Ella carraspeó y levantó la mirada de nuevo hacia él.
—Alex es que... creo que...—No imaginó que decir aquello fuera a resultar tan incómodo y fuera de lugar, pero así se sentía—creo que necesito un momento a solas con Inti. ¿A ti te importaría si...?
—Oh.
Álex se apartó del yacuzzi como si el borde del mismo le quemara. Por un momento sus ojos mostraron un brillo de fuego, no precisamente del lado de la pasión. Abrió la boca para decir algo pero finalmente se reprimió.
—Lo siento...—musitó Esther en un hilo de voz. Pedirle a Álex tiempo para estar con Inti a solas se sentía en cierto modo como hacerle algo feo.
—No, no. No te disculpes, está bien. Lo entiendo—se apresuró a gruñir él, reaccionando por fin—De hecho pensaba acercarme al bar de la colonia a pillar unas birras y algo de comer. No tenemos nada.
—Ah, bueno, yo no quería decir que te fueras...
Él meneó la cabeza como un niño chafado y obcecado en no dar su brazo a torcer.
—No es problema. Aprovecharé para ir al bar—replicó, alejándose un par de pasos del yacuzzi y de Esther hacia las escaleras.
¿Bar? ¿Qué bar? Esther no había visto ningún bar ni establecimiento allí, sólo casitas salpicando el campo tras la verja. Tal vez aquellas personas que hacían taichí y extrañas danzas al ritmo de cánticos ancestrales habían acaparado su atención por completo, impidiendo que se fijara en nada más.
—Álex, yo...
—No es problema, en serio—repitió él, esbozando una sonrisa que más bien era una mueca apretada—¿Cuánto tiempo necesitas?
—No, de verdad, es igual, yo...
"¿Cuánto tiempo necesitas?" Esther sintió que Alex tuvo que pasarlo realmente mal haciendo aquella pregunta. Lo intuyó.
—No hay fallo.
—Alex...
—Tranquila—él sonrió más relajado y le hizo una seña a ella para que le siguiera escaleras arriba—cojo la mochila y os dejo.
De pronto parecía tener prisa por irse. Se había dado cuenta de que Esther no quería hablar de "tiempo", así que, por lo pronto, no se apresuraría en volver. Aunque le fastidiara sobremanera darle a Inti lo que entendía que era un privilegio, trataría de tardar un poco.
----
Una vez Alex se subió al coche y éste se perdió de vista por el camino empedrado tras la ladera cubierta de verdor, Esther se quedó mirando el paisaje por unos minutos desde la puerta abierta. En realidad no sabía exactamente por qué quería estar a solas con Inti, sólo sentía esa necesidad. Sumida en la oscuridad -aunque en este caso la oscuridad estaba en su propia cabeza-, tanteó para moverse a pasos inseguros, se giró, cerró la puerta y puso rumbo al salón de la casa.
—Amo...
El rubio estaba allí, sentado en uno de los sillones junto a la chimenea apagada, reclinado contra el respaldo. Su cabeza estaba echada hacia atrás, apoyada contra la deslucida tapicería, y sus ojos estaban cerrados, aunque no parecía estar dormido. De hecho, escuchó perfectamente aquella palabra de labios de Esther, pero no se movió.
"Amo". Para Inti era difícil perder de vista la conversación con su antiguo profesor: ¿qué sentido tenía que ella le llamase Amo, si él no sabía ni quién era ella?
No se sintió con fuerzas para corregirla tampoco. Él había querido eso desde el principio, ¿verdad? "Doma". Lo había querido en abstracto sin conocerla, ¿cierto? ¿Eso tenía algún sentido?
No había caído en hacerse preguntas a sí mismo sobre aquello en su momento, y, ahora, los cimientos de todo cuanto había creído estar construyendo se tambaleaban. Para empezar, ¿acaso construir había formado alguna vez parte de sus prioridades de cara a Esther? Se daba cuenta de que no, y era bastante horrible ver eso. Le resultaba estúpido. Maldito Halley, maldita apertura de ojos, maldito él mismo.
—Amo, por favor, ¿puedo pasar?
La perra insistía desde la puerta del salón.
Inti gruñó sin volverse a mirarla, sin ni siquiera abrir los ojos. Estaba asqueado; no por ella, no, esta vez no, pero daba igual. Estaba muerto de asco, y aun no le abandonaba el dolor de cabeza.
—La casa no es mía—fue lo que acertó a mascuyar entre dientes. No se le ocurrió nada mejor—haz lo que te de la gana.
Esther dudo antes de dar un paso hacia el sillón. Quería acercarse a Inti, por mucho que pareciera que éste estaba de repente enfadado con ella. Sabía que el rubio era seco en el trato, salvo si acaso con los animales. Tal vez no estaba cabreado con ella, o... no solamente con ella. Y, fuera como fuera, Esther quería saber. Quería verle.
Lo de protegerse se le olvidó, por desgracia, cuando se arrodilló a sus pies. Lo hizo porque quiso, aun arriesgándose a molestar al rubio con ello.
—Amo...—murmuró. Qué tentador resultaba tocarle, cuánto le costó reprimirse para no rozar siquiera la mano que Inti tenía sobre la rodilla—¿Se encuentra bien?
—Me duele la cabeza—repuso él. Tampoco iba a explicar más.
No iba a dar más información, pero seguía retorciendose por dentro. Y la cercanía de Esther ahora, a sus pies, tenía un efecto extraño: hacerle desear que ella se fuera y a la vez que se quedase con él, a partes iguales.
—¿Ha tomado algo para que se le pase, Amo...?
Los ojos claros de Inti se abrieron, fríos como habitualmente, aunque ahora también opacos por la repugnancia que empezaba a sentir hacia toda la situación.
—Un paracetamol—replicó, mirando a Esther con fijeza.
Ella le aguantó la mirada y tragó saliva.
—¿Quiere un vaso de agua...?
—El agua aquí es una mierda—resopló él, logrando desviar la mirada hacia otro lado—Y las botellas están calientes.
—Ah. Si quiere puedo meter las botellas en la nevera, Amo. Ya tenemos electricidad...
—Sí. Levántate y hazlo. Nadie te ha dicho que te arrodilles—escupió el rubio sin mirarla.
Murmurando un "lo siento Amo, lo hice porque quise", Esther se puso en pie y se dirigió a la cocina para meter las dos botellas de agua que habían traído en la nevera. Cuando regresaba junto a Inti después de hacerlo, recordó algo que su madre solía decir cuando tenía dolores de cabeza.
—Amo, ¿me permite que le cuente algo...?—inquirió. No quería molestar a Inti, pero sólo relajaría su empeño en acercarse a él si él se lo pedía. Si se lo ordenaba, más bien, de acuerdo con su estilo habitual.
Sin embargo, el rubio no formuló orden alguna cuando respondió desde el sillón.
—¿Qué es?—inquirió cortante.
Esther exhaló el aire que inconscientemente había estado reteniendo en los pulmones.
—Verá. Mi madre... mi madre solía tener fuertes dolores de cabeza. Muchas veces se le contraían los músculos del cuello y, bueno... ella siempre decía...—miró hacia abajo, de súbito cohibida por lo que estaba a punto de referir—decía que un buen masaje puede ayudar mucho.
Inti alzó ambas cejas. No esperaba algo como eso.
—Tiene lógica—repuso con sequedad.
Y, entonces, Esther se lanzó.
—¿Quiere... quiere que le de un masaje, Amo?
El rubio tardó unos segundos en contestar.
—¿En el cuello?—inquirió sin tenerlas todas consigo.
—Sí, Amo. En el cuello, en la cabeza... en los hombros. Donde usted lo quiera.
Inti miró alternativamente a Esther a los ojos y a las manos mientras sopesaba la sugerencia. No terminaba de agradarle la escena cuando la imaginaba en su mente, pero tenía que considerar que ella podía tener razón, y que tal vez un masaje podría servir de ayuda para el dolor de cabeza que tenía. Era increíblemente molesto, hasta la luz tenue que se colaba por las ventanas le hería en los ojos.
—Está bien—repuso tras pensarlo unos instantes—pero no me toques mucho.
Añadió esto último mirando a Esther con pura desconfianza, y ella sintió de pronto que iba a reírse. Por una milésima de segundo, él sonrió, sabiendo que había dicho una estupidez: ¿cómo demonios ella iba a "tocarle poco", si la cosa se trataba de darle un masaje?
—Bueno, lo intentaré, Amo...
Esther se colocó detrás de Inti y extendió las manos hacia él. No tenía ni idea de cómo dar el masaje que ella misma había sugerido; jamás lo había hecho antes, pero se dejaría llevar por su intuición. Tocar la piel del rubio fue electrizante desde el primer roce con las puntas de los dedos.
—O-ooh...
A Inti se le escapó una interjección involuntaria cuando Esther hizo una leve presión a la altura de sus vértebras cervicales. Se estremeció levemente bajo el contacto de las inseguras manos y se reclinó más en su asiento, dejando que su cabeza cayera hacia delante y ligeramente hacia un lado. Esther se aventuró entonces a deslizar tres dedos de su mano derecha bajo el cuello de la camiseta de manga larga; lo hizo sólo para buscar posibles contracturas musculares a nivel de los hombros del rubio, pero esa pequeña transgresión bastó para que le diera un escalofrío. Era la primera vez que se atrevía a violar el espacio de Inti de manera tan flagrante, y... el caso era que a él parecía gustarle. O, por lo menos, no le ordenaba detenerse.
—No le hago daño, ¿verdad, Amo?—inquirió a media voz, presionando con los dedos de una mano sobre el hombro tenso, la otra aun tanteando el cuello de Inti.
Él se movió sobre el sillón para enderezar su postura, aun su cabeza cayendo al frente, y así exponer su otro hombro.
—No. Es bueno, se siente bien.
Esther sonrió.
—Me alegro mucho...—respondió aliviada—se nota bastante tenso por aquí...
Inti respiró profundamente, dándose cuenta de que realmente nunca le habían dado un masaje. No se había dado tal ocasión jamás en su vida por increíble que pareciese; tal vez tampoco él se habría prestado a ello antes.
—Se siente bien, Esther—ratificó, con los ojos cerrados.
—¿Ya no me llama "perra", Amo?—ella se dio cuenta de que había dejado salir esa pregunta al momento, cuando tal vez hubiera debido reprimirla. Tampoco sabía si el hecho de que Inti la llamase por su nombre le producía alegría o inquietud. Seguía siendo "su" Amo, ¿verdad?...¿o no? Cada mínimo detalle en ese contexto podía hacer que todo se volviera de golpe confuso.
—¿Qué?—el rubio abrió los ojos por un segundo pero acto seguido los volvió a cerrar—Te llamo como me da la gana.
-----
Álex bajó con el coche por el camino sin asfaltar que llevaba a la zona más poblada de la colonia, donde las casitas de piedra se veían más juntas, y donde estaba lo que le había parecido un bar. Bajo las nubes grises que parecían estar amontonándose unas contra otras, distinguió con claridad el letrero luminoso en el que, al acercarse, constató que se podía leer "Bar-restaurante Los Amigos". Estupendo.
Dejó el coche justo al lado del establecimiento, descendió y entró. Poca vida se veía ahí dentro aquella ahora, aunque, a través de una cortinita de cuentas que había tras la barra, se filtraba olor a comida recién hecha. En una pizarra grande contra la pared se podía leer el menú del día y algunos platos combinados que preparaban allí: croquetas caseras, alitas de pollo, tortilla de patata... En la pared contraria, parpadeaban las luces de una máquina de tabaco junto a dos neveras con respectivas puertas de cristal. El típico cartel de una conocida marca de helados, cuarteado en los bordes como si no lo renovasen desde hacía eones, completaba aquella composición de naturaleza muerta frente a unas cuantas mesas descascarilladas.
Álex estaba aún rumiando pensamientos en silencio y dando vueltas a la cabeza. Trató de concentrarse en lo que iba a hacer, porque la multitarea no estaba entre sus capacidades más entrenadas (ni siquiera la de pensamiento). Sin conseguirlo del todo se las apañó para comprar un par de cajas de cervezas frías, un paquete de tabaco, y también unos bocadillos porque lo cierto era que el olor a comida le había abierto el apetito. La mujer que había salido a atenderle desde espacio tras la cortinita le dio también unas croquetas caseras en un tupper desechable, como regalo, dijo -"sólo para que las probase con sus acompañantes"-. Croquetas de cocido, explicó, recién hechas; tal vez era aquello lo que olía de muerte nada más entrar ahí.
En su camino mientras salía del bar, Álex tomó del mostrador un par de panfletos sobre las rutas de senderismo y turismo rural en el lugar. Después salió al frío exterior, dejó las cosas en el coche y se encendió un cigarro, sin querer aún entrar en el vehículo y pensando un poco en todo. Al fin y al cabo no había tardado mucho en aquella gestión... y quería darle tiempo a Esther a solas con Inti, si tan sólo fuera porque ella se lo había pedido así.
Dio una calada y abrió uno de los panfletos desplegables. Se veían unas lindas fotografías del lago y del pequeño bosque adyacente; trató de concentrarse en ellas, pero no lo consiguió. Ni siquiera lograba leer de seguido los epígrafes bajo las imágenes.
No era que no se fiara del rubio, pero no le hacía gracia imaginar que Esther y él estaban solos en el refugio ahora. No sabía si eran celos lo que sentía; no sabía ni siquiera lo que sentía hacia Esther, ¿sólo se trataba de protegerla o esa era la excusa barata que se daba a sí mismo? tal vez le jodía no "tenerla" sólo para él. Sí, tal vez era todo tan simple como el puro egoísmo.
Chasqueó la lengua con desagrado y dio otra calada al cigarro. Le contrariaba pensar que Esther parecía querer a Inti. ¿Por qué eso era así, por qué ella se preocupaba? Inti se había comportado con ella como un gilipollas; no, más bien como un cabrón. Como un auténtico cabrón, desde el principio.
A Álex no le entraba en la cabeza que Esther se preocupara por una persona que la trataba mal -y peor que mal- más allá del puro juego. Inti se dedicaba a humillar, como si se creyera mejor que ella; a humillarla, a amenazarla, incluso a "golpearla". Qué más daba si la zurraba con un cinturón en lugar de darle de puñetazos, se trataba de golpes igualmente, ¿no?
Jen decía algo sobre la práctica de lo que llamaba BDSM: por definición se trataba de algo"sano/cuerdo*, seguro, consensuado". Para Álex, la relación entre Esther e Inti (aunque consentida por ella) no podría ni por asomo describirse de ese modo.
Se sentía repugnado por esto, aunque procuraba no pensar en ello, porque en el fondo se veía cómplice de lo que consideraba una aberración y eso era insoportable. Él participaba de todo, en definitiva; había participado en el maltrato hacia Esther de forma activa y por omisión, sólo por pensar que respetaba los deseos de ella al dejar todo fluir. Después de todo, él no era mucho mejor que Inti a ese respecto: lo único que había hecho por Esther, pensó con amargura, era acompañarla a un psicólogo que conocía. Aunque, al menos, sabía que Cross era un buen profesional, eso sí.
Dio otra calada al cigarro, nervioso, y exhaló al momento una voluta de humo azul. Fuera del sexo, ¿Se podía llamar realmente maltrato a lo que estaban haciéndole a Esther entre los tres? Era algo consentido por ella, sí, pero qué más daba eso. Cada vez se le hacía más difícil esquivar aquella idea.
-----
—Amo. Si me permite... está muy guapo hoy.
Aquello le salió a Esther del alma mientras continuaba trabajándose los hombros y el cuello del rubio. Tal vez se había atrevido a decirlo porque éste mantenía los ojos cerrados, y, al parecer, la mente en otra parte.
—¿Guapo?—replicó él, no obstante, con cierta sorna y sin modificar un ápice su postura—mi hermano era guapo. Yo no.
Añadió lo último en un tono de voz monocorde y desapasionado, sin saber realmente por qué. Fue lo primero que le vino a la cabeza.
Las manos de Esther se detuvieron por un segundo antes de comenzar a ascender hacia su coronilla.
—Su hermano...—murmuró ella. No, no iba a decirle que ya había visto a Kido en la fotografía que le había mostrado Jen... tal vez eso indignaría a Inti, o, como poco, a éste no le haría gracia que hubieran hurgado en su vida—su hermano seguro que sí, pero... a riesgo de que pueda azotarme por decirlo, Amo, usted también.
Sorprendentemente, Inti sonrió.
—No voy a azotarte por decir eso—resopló en voz baja. Los dedos de Esther se deslizaban ahora entre sus cabellos y eso era una delicia—al fin y al cabo es lo que tú ves. ¿O es que buscas halagarme por algo?
Esther forzó la mollera para responder a tan súbito interés. No estaba acostumbrada a que el rubio le hiciera preguntas que no fueran capciosas.
—Busco agradarle, Amo...—admitió, presionando suavemente con las yemas de los dedos sobre el cuero cabelludo ajeno—pero es cierto que le veo así. Físicamente usted me gusta... y le deseo.
Inti soltó una queda carcajada.
—Deseas a todo bicho viviente, ¿no? Déjate de leches.
A ella le dolió aquella risa como dardo. Por no mencionar las palabras que, a lo tonto, hicieron diana en el lugar sensible y secreto donde se hallaba su verdad.
—Amo, no realmente...—musitó. No consentiría que él pensara eso.
—¿No realmente?
Esther negó con la cabeza aunque sabía que Inti no la estaba mirando.
—No, Amo. Desde hace tiempo sólo deseo al Amo Jen, al Amo Álex y a usted.
Era cierto. No sabía bien por qué le ocurría y ni se había parado a pensarlo, pero así era. Tenía ojos en la cara y distinguía atractivo en otros hombres que veía, de la misma manera que recordaba antiguos ligues de su pasado y "tíos buenos" que alguna vez conoció, pero el deseo... el deseo anclado en la luz del fuego interno, eso era otra cosa.
Inti alzó una ceja con displicencia. No iba a creer algo así tan fácilmente, se dijo. O tal vez no quería creerlo.
—Ya. ¿Hay alguno de nosotros al que desees más? me dirás que no, supongo. No te preocupes por quedar bien.
—Es difícil explicarlo, Amo—respondió Esther con rapidez. Ella misma había pensado en eso muchas veces—Cada uno es de una manera. Siento cosas distintas por cada uno pero todas son... intensas.
—Intensas...—repitió el rubio como si cavilara en torno a la palabra—¿Qué es lo que sientes por mí?—preguntó de sopetón, arrugando la nariz.
A Esther le dio un vuelco el corazón. Los dedos le temblaron entre los mechones de pelo rubio. Sin darse cuenta se había ido acercando más y más a Inti y ahora podía oler su cabello, su piel, su cuello... se separó unos centímetros, asustada de su propio atrevimiento.
—¿Sabe qué? hay un jacuzzi abajo, en el sótano...
—Te he preguntado qué es lo que sientes por mí—insistió Inti, cortante pero aun sin abrir los ojos—qué jacuzzi ni qué mierda.
Ella tomó aire, sintiéndose de pronto acorralada.
—No sé qué es exactamente, Amo—reconoció. ¿Por qué estaba jadeando? Sintió humedad súbita en su sexo y se preguntó si le estaría bajando la regla—Le deseo mucho. Quiero que me disfrute...
"Quiero que me quiera", le hubiera gustado decir. Incluso sin saber a ciencia cierta si era verdad. Pero eso era mostrar demasiado, y después de todo Inti no podía leer sus pensamientos. El rubio no tenía por qué saber que ella ocultaba aquello, y, por otro lado, Esther no le había dicho ninguna mentira en su respuesta.
—¿Por qué?—inquirió éste con genuinas ganas de saber. No terminaba de comprender por qué ella encontraba placer en darle placer a él, simplemente. Había algo que se le escapaba, tal vez datos insuficientes en la ecuación que trazaba su pensamiento analítico, al que trataba en esto de despojar de toda emoción. Pero, en este sentido, las emociones quizá son para los humanos lo que Dios es para los cristianos: no porque alguien se empeñe en negarlas (o en no creer en ellas)dejan de existir.
—No sé qué es lo que me mueve a ello, Amo...—repuso Esther tras pensarlo unos instantes—Sólo sé que me sale así. Lo siento.
Se daba cuenta de que, de un tiempo a esta parte, hacer felices a Los Chicos -especialmente a Inti- era una prioridad para ella. Pero le daba miedo molestar al rubio si formulaba las cosas así, aunque éste diera muestras de estar tranquilo ahora, incluso disfrutando del masaje.
—¿Por qué te disculpas?—inquirió él con tono de fastidio, sin el menor amago de movimiento.
—No sé, Amo. No quisiera molestarle con nada de lo que digo...
Inti se dio cuenta de algo en ese momento, o, dicho de otra manera, articuló un razonamiento en palabras por primera vez. Algo que quizá siempre había sabido, de hecho un posible "motor" bajo cuyo rugido él actuaba y sobre el que basaba acciones, pero nunca se lo había dicho a sí mismo con palabras.
—¿Me tienes miedo, Esther?
¿Era eso lo que ella sentía hacia él? pensó Inti. Eso a él le gustaba, ¿no? Al principio sí.
Al principio, el día que Esther leyó aquel primer proyecto de contrato junto a él y junto a Jen, Inti había jugado sin planteárselo con el temor de ella o eso pensó. Lo había agarrado, olido, paladeado cuando entendió que ella lo puso en bandeja... lo había disfrutado bajo la idea de que ella no tenía más opción. Claro que antes no sabía ni la mitad de lo que sabía ahora sobre sus propias cuentas pendientes con su hermano ni con Taylor.
Taylor. Su sombra era alargada, tanto que se proyectaba sobre otros rostros en su presente.
Pero Taylor no estaba allí, sino en otro lugar. Ballesta iría a verla en poco tiempo. De hecho, aun seguía en pie para Inti la posibilidad de acompañarle.
-----------
Cuando Alex llegó por fin de su excursión al bar, se encontró a Inti medio dormido en el sofá y a Esther masajeándole aun la cabeza. Se quedó unos minutos contemplando la escena, parado en la entrada del salón, con las cajas de cerveza contra el cuerpo y sujetando la bolsa de plástico donde llevaba la pequeña compra en la otra mano.
Con la excusa de ir a colocar las cosas, se escabuyó a la pequeña cocina del refugio. Poco después, Esther e Inti se unieron a él allí, quién podría saber si por inciativa del rubio o a petición de ella.
—Eh, has comprado cervezas. Qué buen detalle...—Inti miró a Álex esbozando una media sonrisa. Se le veía más contento; tal vez el masaje de Esther había sido realmente efectivo.
En realidad, después del rato en el sillón con Esther, el rubio se sentía algo mejor. Aún se notaba muy confudido a ratos, pero era como si la presencia de ella le hubiera proporcionado cierto alivio. Quién lo diría.
"Quiero que me disfrute, Amo", había dicho ella. Tal vez Inti no había esperado aquella confesión pronunciada con genuina sinceridad. Entrega espontánea que ahora le costaba digerir... si acaso porque se daba cuenta de que nunca le había puesto cachondo la entrega.
Era lo que siempre decía Jen cuando hablaba de Esther en términos de Dominación: a Jen le excitaba precisamente eso, que de ella naciera el deseo y la fantasía de entregarse. Inti había escuchado aquello de labios de Jen muchas veces, pero simplemente había pasado por encima de ello, oyéndolo sin llegar a interiorizar el significado. Para él la cosa nunca había funcionado así.
Desde el principio, desde el minuto uno, con Esther le calentaba el acto de someter. Le importaba cuerno que la veneración de ella hacia él fuera impuesta, ni se había parado a pensarlo.Por no hablar del secreto regocijo que le provocaba hacer sufrir a Esther, gracias a todo cuanto ella representaba para él. Se podría decir que ni siquiera le había dado a ella la oportunidad de entregarse por sí misma, pero aún así...
...Aún así, ella lo había hecho. Lo había hecho más de una vez, comprendió Inti.
No supo qué pensar al respecto y se sintió bien y mal a la vez. Por un lado era un palo que ella se entregase, aunque sólo fuera de palabra, si él empezaba a descubrir que no la sentía suya. Y cómo iba a sentirla suya, si no sabía ni quién era ella. Por otro lado, comprendía que ese sentimiento -la fantasía de la entrega- no estaba ligado a la dependencia por parte de Esther, sino al deseo puro de complacer, y eso... eso le tocaba. Se trataba de algo global; no sólo de mecánica de roles, cesión de control o de juegos de poder, no sólo de sexo. Estaba por encima de todo eso, englobando todas aquellas cosas y más. Sin saber si le gustaba o no lo que ella quería darle, lo encontró verdadero.
Tras colocar las cosas en la cocina, los tres estuvieron un rato consultando aquellos folletos de rutas que trajo Álex. A pesar del nuboso día, estuvieron de acuerdo en que merecía la pena salir y dar una vuelta por algunos de aquellos parajes que se describían allí. Había localizaciones interesantes, especialmente para quien gustara de la geología y de la zoología, por las formaciones de rocas calcáreas y por cierta colonia de libélulas color azul eléctrico muy raras de ver. También había actividades como piragüismo o kayak en el lago, y visitas guiadas a las ruinas de un antiguo anfiteatro que quedaba más lejos.
A Inti ya no parecía dolerle la cabeza -de hecho se le notaba extrañamente relajado, como si le hubieran sacado un alien de dentro-, y Álex tenía necesidad de caminar y descargar energía. Esther, por su parte, había decidido concentrarse en disfrutar lo máximo posible... aunque tampoco podía dejar de pensar en Jen. Probablemente él estaría ahora en aquella ponencia, casi seguro sentado al lado de Paola.
En vista de que podía romper a llover en cualquier momento, no se alejaron demasiado del refugio, considerando que por aquellas rutas no podían moverse con el coche. Hicieron bien en no tomar mucha distancia de la casa, porque la lluvia les sorprendió en el pequeño bosquecillo y tuvieron que darse la vuelta.
A pesar de que corrieron, llegaron al refugio con las ropas y el cabello chorreando. Y, como no podía ser de otra manera, Álex se acordó del yacuzzi climatizado.
A Esther le pesaban las piernas después de caminar y sentía el vientre hinchado por la maldita menstruación que aún estaba por bajarle, pero, aun así, no replicó cuando él sugirió bajar al sótano a tomar un baño, los tres juntos.
—Ponte un tampón, perra. No vayas a hacer un estropicio—le dijo Inti, justo antes de entrar al jacuzzi. Lo de "perra" le salió sin pensar, tal vez porque dentro de sí se agitaba a su pesar cierto deseo.
Ella bajó los ojos y se ruborizó. Álex la miró entonces como si recordase algo de pronto.
—¿Te ha bajado ya la regla?—inquirió con curiosidad.
—No, aún no... pero puedo ponerme un tampón igualmente, por si acaso.
—Hazlo—insistió Inti, empezando a quitarse los pantalones.
—Hazlo aquí, Esther. Delante de nosotros.
Ella vaciló unos instantes ante la súbita "orden" de Álex. No supo si había entendido bien.
—¿Hacerlo? ¿quieres decir... ponerme el tampón aquí, ahora?—preguntó.
Él sonrió brevemente -una sonrisa ciertamente tensa- y asintió con la cabeza.
—Sí. Nunca he visto nada como eso.
—Qué asco—farfulló Inti casi para sí. Aunque, desde luego, si Esther lo hacía, él no se lo iba a perder, si tan sólo fuera por pura morbosidad. Ya se había despojado de pantalones y camiseta, y mientras farfullaba caminaba hacia el yacuzzi en ropa interior, aunque, debido al color negro de los bóxer, era imposible saber si estaba empalmado o no bajo la tenue luz anaranjada del sótano.
—¿Te da vergüenza?—preguntó Alex a bocajarro, dirigiéndose a Esther—si te supone un problema...
Ella negó con rapidez.
—No, ningún problema. Voy arriba a por el tampón... ¿puedo?
Le daba vergüenza, claro que sí. Toda la del mundo y más. Si Álex nunca había visto a una mujer poniéndose un tampón, Esther jamás había realizado aquella maniobra delante de nadie (mucho menos delante de un tío). No se podía imaginar siquiera haciéndolo frente a dos hombres, uno de ellos al parecer con ansias de ver y no perder detalle.
—Claro.
No le llevó mucho tiempo llegar al piso de arriba, caminar hacia donde estaban las mochilas y coger la caja de tampones con manos temblorosas. Jen había comprado una especie de "remix" con diferentes tamaños y absorbencias, como siempre tratando de adaptarse a toda posible necesidad. Jen... ¿cómo estaría ahora? Esther le echaba de menos, y su corazón seguía aguijoneado a cada rato por los celos.
Suspiró y deshizo el camino con la caja en la mano, sintiendo una vez más que flotaba, como siempre que comenzaba a intuir que algo excitante con los chicos estaba a punto de pasar. Imaginaba el cuerpazo de Álex junto al suyo en el agua y le temblaban las piernas; imaginó los ojos de Inti clavados en su cuerpo mientras ella se desnudaba y su estómago dio un brinco.
Tanto Inti como Alex estaban ya metidos en el agua cuando ella llegó. Desde las escaleras hubiera jurado que Inti estaba sonriendo, pero tampoco podía asegurarlo.
—Ah, Esther... tienes que entrar—dijo Álex con auténtica cara de felicidad.
—No antes de taponarse el coño—puntualizó el rubio, acomodándose contra las paredes interiores del jacuzzi.
Álex no pronunció palabra, pero su cara lo decía todo. Su gesto al contemplar a Esther desde la burbujeante superficie era de sincero deseo, y en sus ojos, turbios gracias a las nubecillas de vapor que se levantaban desde el agua, bailaba una llama de temeridad. Por mucho que librara batallas internas a cada rato pensando en lo correcto y lo incorrecto, no podía por menos de morirse de ganas de disfrutar de/con ella a la mínima ocasión.
Esther ya había visto antes esa chispa en la mirada de Álex. Sonrío con cierta timidez, aunque de alguna manera sentía que tenía la sartén por el mango en aquel momento. Estaba a punto de desnudarse delante de los chicos y de ponerse un tampón ahí mismo, tal y como le habían ordenado; y el hecho era que no le disgustaba la idea a pesar de la transgresión en su intimidad. Pensó por un momento que, de no querer hacerlo, simplemente no estaría ahí en aquel momento. Bajó la mirada para sentir cómo los otros dos pares de ojos se clavaban en su persona, tomó aire y empezó a quitarse la ropa mojada.
Por un momento pensó que Inti iba a apremiarla -"más deprisa, perra", "no tenemos todo el día"-, pero el rubio no abrió la boca en ningún punto del proceso. Así que Esther se tomó tiempo para quitarse el jersey grueso que llevaba, la camiseta, los leggings y las bragas; dejó la ropa doblada en una esquina, alejada de la enorme bañera de hidromasaje, y luego abrió la caja de tampones para elegir uno del tamaño adecuado. Temblando de frío, buscó el calibre más pequeño y la mínima absorción, una vez comprobó que aún no había sangrado. Y es que no había como desear que la regla bajara lo antes posible y así quitársela de en medio, para que la condenada se obstinara en no hacerlo, al parecer quedándose retenida en el maldito útero o algo parecido.
—¿Me lo pongo aquí mismo?—preguntó, sin saber si los chicos querían que se aproximase más o que tomara una postura especial. No le extrañaría que Inti le ordenase asumir una posición rocambolesca para la hazaña, aunque lo cierto fue que Esther hizo la pregunta mirando a Álex. No le llamó "Amo", porque sabía que a él no le convencía del todo esa palabra, intuyendo que si Inti no la había corregido antes tampoco iba a hacerlo ahora.
—Acércate más.
Con el tampón en la mano, Esther obedeció y avanzó unos pasos hacia el jacuzzi, deteniéndose al borde. Le pasó por la cabeza que Jen, si estuviera ahí, le pondría él mismo el tampón... a Jen le fascinaban ese tipo de guarradas. Al fin y al cabo, Jen era enfermero y Esther suponía que el cuerpo humano no debía de esconder grandes misterios para él... Álex, sin embargo, parecía estar enfrentándose ahora a "la mujer: esa gran desconocida".
También, inevitablemente, al verse allí desnuda se acordó de aquella promesa que le hizo Jen de rasurarle el coño con sus propias manos. No lo había hecho aún, aunque a decir verdad el vello púbico de Esther era escaso.
—Venga, póntelo y métete—la instó Álex.
Subida en el pequeño escalón al borde del jacuzzy, Esther retiró el envoltorio del tampón y sostuvo éste en la mano derecha, mientras deslizaba la izquierda entre sus piernas para separar los labios de su sexo con los dedos.
—Estaría mejor si en vez de un tampón fuera una enorme polla de goma—masculló Inti a modo de comentario al aire. Juraría que Jen había preparado algún juguete en la mochila, pero no iba a subir al piso de arriba para averiguarlo.
—La de Álex o la suya, Amo... mejor que una de goma—musitó Esther, mirando fijamente el tampón mientras bajaba la mano para colocarlo a las puertas de su vagina—si me lo permite.
Inti rió. Cómo no hacerlo.
—Ya. No la metería ahí ni en un millón de años—se medio mofó. Estaba cachondo (al menos mentalmente), pero la idea de follar una vagina sangrante no le atraía en lo más mínimo. Álex, sin embargo, claramente era otro cantar.
—Yo sí la metería.
Esther comenzó a introducir el tampón en su cuerpo con cuidado. No quería hacerse daño, aunque lo cierto era que estaba lo bastante lubricada como para que éste se deslizara entre sus paredes internas con falicidad.
—¿Me lo va a hacer por el culo, Amo?—preguntó, sintiéndose de pronto locamente valiente, levantando los ojos hacia el rubio con cierto punto desafiante en la mirada.
Inti ladeó la cabeza y se quedó mirándola unos segundos mientras Álex rompía a reír. Esther no supo qué le pasó por la cabeza en aquel momento al rubio, pero la expresión de éste se transfiguró por un instante en un rictus entre la sorpresa y el rechazo.
—Perdone, Amo, yo...
—Cállate.
Tenía cierta gracia pensar que días atrás hubiera sido el mismo Inti quien le hubiera dicho a Esther "prepara el culo, perra" sin dudarlo, ante la tesitura de no poder (o no querer) follarla por el coño. Definitivamente, Inti estaba raro, pensó Esther. Y, para variar, no tenía ni idea de lo que al rubio le podía estar pasando por la cabeza.
Se colocó finalmente el tampón y se dispuso a entrar entre los cálidos remolinos de agua, donde Álex la estaba esperando con los brazos abiertos (literal y figuradamente).
—Ven, Esther—la alentó con cierta urgencia. De pronto tenía ganas de tomarla entre sus brazos, de sentirla contra su cuerpo. Podía ver cómo los pezones de ella se habían enrojecido sin llegar a tocar el agua, gracias al calor húmedo que emanaba de la turbulenta superficie, llegando incluso a aumentar de tamaño en apariencia. Tal vez sólo fuera su imaginación; no sabía si estaban en realidad más grandes o no, lo que sí notaba - como no podía ser de otra manera- era su propio miembro crecer y engrosarse bajo el agua.
Esther obedeció con ganas, sentándose a horcajadas sobre uno de los muslos de Álex y dejándose abrazar por Él cara a cara, dándole la espalda a Inti. En esa postura, mostraba al rubio un primer plano de su culo, que sobresalía del agua como una turgente isla de carne al final de la arqueada espalda. Se estremeció, siendo consciente de su propia exuberancia y disponibilidad.
—Mmh...
Álex gruñó en respuesta al calor de Esther y la estrechó más fuerte contra su cuerpo. Ella no pudo evitar cabalgarle el muslo tímidamente mientras escondía el rostro enrojecido en la curva de su cuello. Por un momento se sintió como si ambos estuvieran solos allí, con la misma privacidad que compartieron aquella vez antes de ir al cine, encerrados en el cubículo de un baño público. Ya no notaba el tampón que llevaba dentro y eso hizo que se olvidara de él, sin ni siquiera caer en la cuenta de que estaba ahí cuando susurró las palabras "quiero que me follen" al oído de Álex. No supo qué demonio la poseyó para decir aquello pero, como casi siempre que estaba con él, se dejó llevar.
—¿Eso quieres?
Esther no podía ver la cara que puso Alex cuando escuchó su confesión -si se podía llamar así a lo que ella dijo-, pero sintió la súbita rigidez de su cuerpo en el abrazo. Acto seguido sintió también la mano de él subiendo hasta su coronilla y los dedos cerrándose allí, en torno a sus cabellos, tirando de ellos. Un agarre ciertamente tenso pero que aun pretendía ser suave; ella no se negó a él -¿cómo hacerlo?- y echó la cabeza hacia atrás, dejando escapar un tenue jadeo.
—Álex...
El aludido se apartó un poco para mirarla a la cara y, al instante siguiente, sin mediar palabra, se lanzó a comerle la boca con la fiereza de todas las ganas acumuladas. Ella gimió en el beso y se agitó sobre el regazo ajeno, rozándose bajo el agua contra el muslo que cabalgaba a horcajadas, sin darse cuenta de que le estaba clavando a Álex las yemas de los dedos en los hombros. Y es que aquellos besos eran tan húmedos, largos, obscenos... de lado se veían las lenguas cruzándose desde las bocas sedientas y abiertas, calmando la agonía a rudos brochazos, avivando todos los fuegos de forma inevitable al mismo tiempo.
Esther no era consciente de lo rápido que se calentó la situación. Ni tampoco del agua que desplazaba moviendo el culo en brusco vaivén, ni de que gemía como cerda contra la boca entreabierta de Álex. El sabor de los labios de él y de sus salivas mezcladas; el olor de su piel, que aún tenía trazas de lluvia, mezcladas ahora con el desinfectante del agua en el jacuzzi... los besos que se encadenaban con furia, los cuerpos respondiendo a pesar de la ropa interior que notaba que llevaba él, entrelazándose... ¿cómo no desear perder el control?
Gimió cuando notó contra su estómago aquel rabazo duro, grueso en su plena extensión bajo la tela empapada del bóxer. Sintió que necesitaba ser penetrada en aquel mismo instante, y, justo en ese momento, notó movimiento a su espalda y el contacto cálido de unas manos en su cintura.
—No te gires—masculló Inti entre dientes, posicionándose detrás de ella, aprovechando un pequeño resalto en el suelo de la elegante tina—No me mires. Sigue besándole.
—Amo...
—Sshh. Sigue haciéndolo.
Inti no sabía muy bien lo que le pasaba. Sentía de pronto la polla dura como pocas veces, tremendamente caliente, pero al mismo tiempo era como si no se viera con fuerzas para mirar a la cara a Esther. Quería contacto pero no consciencia, aunque eso fuera una falacia; quería culo pero no quería cara, y, por otro lado, temía que por el mínimo derrape mental su erección se fuera de golpe al carajo. Eso sería demasiado frustrante; hasta se sentiría humillado si así ocurriese. Últimamente no ganaba para gatillazos, y la desazón de que pudiera volver a bajársele todo de golpe le presionaba, lejos de ayudar.
Viendo que Esther le obedecía y continuaba comiéndole la boca a Álex, la tomó por la cintura para levantarle las caderas y rectificar su posición. Dentro del agua era sencillo moverse, así que ella simplemente se dejó llevar, quedando sentada directamente sobre el miembro de Alex, agarrándole los hombros como si se preparara para una buena galopada.
—Levanta el culo—farfulló el rubio, tratando de dismular un jadeo.
La perra gimió más alto al imaginar lo que Inti quería. La idea de la doble penetración -sentir al rubio en su culo y a Álex en su coño, ambos llenándola por delante y por detrás- era más que seductora, pero entonces recordó de pronto el tampón que llevaba puesto, y ciertamente no pareció buena idea quitárselo en el jacuzzi. No sabía si aún le había bajado la regla; creía que no, pero... ¿y si sí? Menuda guarrada, todo se pondría perdido, y, aun en el caso de que no fuera muy aparatoso el sangrado, sin duda eso resultaría poco higiénico. La sola posibilidad se sintió como algo sucio incluso en su pensamiento, pero, entonces, ella supo inmediatamente que a Álex nada de eso le importaría demasiado.
No, seguro que no le importaría. Álex no había mostrado ningún escrúpulo hacia sus fluídos corporales; al contrario, no le daba reparo alguno expresar su curiosidad al respecto.
—Álex...—gimió el nombre de él entre besos y lengüetazos—Álex, fóllame...
"Fóllame el coño, cabrón".
La llamada fue poderosa. Alex apretó los dientes y se movió debajo de Esther buscando más contacto, tratando de encajar el bulto duro que tenía entre las piernas en la abertura de su coño. Ella se agitó y arqueó la espalda, notando las manos de Inti forcejeando para separar sus nalgas, de golpe dos dedos deslizándose dentro de su agujero trasero.
—¡Aaahg!—gritó y se retorció involuntariamente por la invasión en su culo, moviendo las caderas para absorber la penetración de dedos y adaptarse a ellos, restregándose al mismo tiempo contra la entrepierna de Álex.
Éste ya tanteaba torpemente con una mano bajo el agua para quitar de enmedio la ropa interior, sujetando a Esther por detrás de la cabeza con la otra, respirando contra los labios de ella y mordiendo su boca.
—Voy a meterla ya...—jadeó Inti, sacando los dedos con brusquedad. No era que se viera al borde y que no aguantara más, pero continuaba presionado y quería empezar a follarse aquel culo lo antes posible. No sabía cuánto iba a durar la feliz migración de su pensamiento, ni cuánto tiempo más resistiría él tirando de la cuerda para no detenerse a pensar; y la espada de Damocles seguía ahí sobre su cabeza, esperando el mínimo resquicio en la coraza para impactar de lleno.
Inconsciente de las tribulaciones del rubio, Esther lloriqueó y culeó como perra en celo dispuesta a recibirle, deseando que Álex por su parte le sacara el tampón de cuajo. Seguía enloquecida por el sabor de aquellos besos y sentía cómo toda ella se abría, se expandía y se desdoblaba si eso tenía sentido. Cerró los ojos y se concentró en recibir, notando ya el grueso contorno del glande de Inti rozando entre sus nalgas.
El rubio jadeó y comenzó a masturbarse, bombeando su miembro y haciendo que la punta frotase y golpease en la raja del culo de Esther. Con la mano izquierda la mantenía abierta, tirando firmemente de la nalga homóloga y estirando la delicada zona perianal a tensión.
Álex, por su parte, ya se había despojado por fin de los calzoncillos. Agarraba su verga erecta -un poco más grande y más gruesa que la de Inti- para posicionarla en lo que entendía que era el lugar "correcto", sin acertar del todo y presionando contra el clítoris de la perra sin pretenderlo.
—Álex, por favor...—Esther jadeó, sintiendo de pronto que iba a enloquecer, moviéndose ya con brusquedad tratando de sentir a uno y a otro.
—¿Qué?—inquirió éste en tono desabrido y cortante por la excitación.
—Por favor, quítame el tampón...
—Perra viciosa... qué asco—murmuró Inti entre dientes. No sentía el impulso de azotar a Esther con rabia, sin embargo, y eso le frustraba, por mucho que considerase una tremenda guarrada por parte de ella pedirle a Álex que le sacara el tampón.
No la azotó más allá de un cachete laxo. De hecho, estaba tomándose tiempo en sodomizarla porque no quería hacerla daño, ¿qué coño...?
Comenzaba ya a sentir el calor del estrecho túnel abrazándole y también cómo ella se ponía tensa, cómo respiraba aceleradamente y a la vez trataba de relajarse para acogerle dentro y engullirle. Conocía aquel culo y sabía que más pronto que tarde le tragaría hasta las pelotas; se sentía de alguna manera como algo familiar, como entrar "en casa", más allá de la satisfacción de saber que en cuestión de minutos podría follarla sin contemplaciones.
—L-lo siento... —Esther apenas acertaba a articular palabra, pues le faltaba el aire entre olas y burbujas—P-por favor...
Álex tanteo con rudeza entre los muslos de Esther y tomó el cordón del tampón entre los dedos índice y medio de su mano derecha. Lo sostuvo un momento por debajo del agua sin saber muy bien qué hacer; suponía que tirar, claro, pero la cosa le imponía respeto por muchas ganas que tuviera de hacerlo. Sabía a ciencia cierta que por el coño de Esther habían entrado cosas mucho más grandes que ese tampón, pero, inexplicablemente, le aterraba causarle a ella un destrozo si tiraba de aquella cuerdecita. Sin embargo, Esther le urgió a hacerlo.
—Por favor, por favor, Álex...
Mierda, no dejaba de gemir su nombre, no dejaba de lamerle los labios. Álex abrió la boca para corresponder al más lascivo beso de tornillo mientras cerraba los ojos y daba un firme tirón de aquel cordón hacia abajo, logrando por fin extraer la condenada cosa de una vez.
—Por favor, fóllame...
No salió sangre, ni hubo efectos especiales ni chispas como él hubiera esperado. Simplemente sintió el cordón a la deriva cuando el tampón quedó fuera del cuerpo de Esther, y se limitó a soltarlo. Acto seguido, sin querer esperar más, la tomó a ella por la cintura y levantó las caderas propias para penetrarla justo cuando Inti estaba a medio camino. Se detuvo antes de dar la estocada que le clavaría allí de golpe, súbitamente excitado y sorprendido al notar los movimientos de Inti a través de la piel de Esther. No pudo evitar pensar que, indirectamente, también le sentiría a él...
Para ser exactos, follaron durante horas. Inti tardó en correrse, tal vez a causa del esfuerzo que le suponía no centrar la mente en lo que estaba haciendo. Álex, por su parte, dio marcha atrás en el último momento para eyacular fuera, logrando sacar el cuerpo del agua lo suficiente para no crear un estropicio en el jacuzzi. Su orgasmo llegó antes que el del rubio, y a los pocos minutos volvía a estar absurdamente en erección, sólo por ver cómo Esther gozaba cuando Inti le llenó el culo de semen.
El rubio pareció quedarse knockeado tras el orgasmo y retrocedió, las piernas temblando y la mirada inexpresiva.
—Sal del agua—siseó, acompañando la orden de un movimiento seco pero débil contra las caderas de Esther.
Como pudo, ella se las arregló para moverse hacia el borde del yacuzzi, permitiendo que Inti saliera por fin de su cuerpo. Instintivamente, usó ambas manos para sujetarse las nalgas juntas y así retener aquella leche dentro, no queriendo arriesgarse a que ni una sola gota pudiera escapársele al ponerse en pie.
Álex la ayudó a salir de la turbulenta tina sin poner reparos en ocultar su erección.
—¿Estás bien?—preguntó, e inmediatamente su propia voz le sonó estúpida formulando aquello.
Ella asintió y se apoyó un momento contra el cuerpo de él. De algún modo se sentía aun feliz tras la descarga de endorfinas, aunque también estaba algo mareada y con calor en la cara, aun temblando después de la cascada de orgasmos que había experimentado durante el último tramo del polvo. Alex había visto y sentido cómo ella se corría, pero aún así se sentía preocupado porque la cosa de lo femenino y la regla le causaba un gran respeto. Frunció el ceño mientras la ayudaba a moverse fuera del jacuzzi hacia un banco de madera contra la pared, pensando que tal vez no debió haberla follado tan duro. La había dado desde abajo, era cierto, pero no sólo ella se había movido como una auténtica fiera.
—Somos gilipollas, no hemos traído toallas...—murmuró mientras ayudaba a Esther a tomar asiento sobre el banco, echando un vistazo por encima del hombro para ver a Inti, quien aún seguía en el jacuzzi—espera aquí, Esther. Voy a por ellas.
)continúa en capítulo siguiente*