Sinopsis
Este núcleo de historias corresponde a un "flash back" por decirlo así, diez años antes de que Esther conozca a sus Amos en la primera historia. Kido es el hermano pequeño de Inti y aquí van algunas instantáneas de su "azarosa" vida.
Capítulos:
I-Un profesor alterado
La tiza cruzó como una bala el aire, silbando por encima de las cabezas de los alumnos que se sentaban en primera fila, y fue a estrellarse sonoramente contra la pared del fondo cuando el muchacho al que iba destinada se hizo a un lado para esquivarla.
Al señor Ballesta le llamaban “El Loco” en el instituto donde Kido e Inti estudiaban. Y loco estaba, pero tenía buena puntería. Los alumnos sabían que asistir a su clase comportaba riesgos para la salud cuando el profesor estaba más “brotado”, pero, aun así, elegían entrar a su aula por la cantidad de aprobados en selectividad que Ballesta llevaba a sus espaldas. La estadística lo decía; la fama de duro y exigente le precedía, igual que la fama de obtener buenos resultados en las pruebas de acceso a la universidad, y la de estar loco.
Kido tenía muy claro que prefería a ese profesor respecto a los demás, pero no se acostumbraba a la manía que tenía éste de lanzar cosas a los alumnos. A pesar de que sabía que eso ocurría con cierta frecuencia, el corazón siempre le daba un salto hacia la boca cada vez que el señor Ballesta lo hacía; nunca estaba preparado. Le daba una rabia infinita llevarse esos sustos, ¿es que estaban en la época del castigo corporal? Por dios… El profesor parecía joven; Kido no sabía qué edad tenía, pero estaba claro que no pasaba de los cuarenta, ¿por qué actuaba entonces como un viejo amargado? Realmente, si sus explicaciones sobre química y física no fueran tan condenadamente buenas, Kido no asistiría a su clase ni un día más.
¿O sí?
—Señor Katai, ¿podría decirme qué principio aplicar para resolver este problema?—el profesor clavó los ojos en Kido de pronto y le preguntó, señalando con el canto de la mano las anotaciones de la pizarra.
Afortunadamente, Kido solía atender.
—La dualidad onda-corpúsculo de De Broglie, profesor.--respondió inmediatamente.
Ballesta ladeó la cabeza como si no hubiera esperado aquella contestación.
—Bueno, ya veo que por lo menos atiende. Deje de mirar a las musarañas y salga a resolverlo, haga el favor.
Kido se puso rojo. Ya le costaba mucho salir a la pizarra en general, con otros profesores, pero con Ballesta lo pasaba realmente mal. No era porque el profesor tuviera tendencia a ridiculizar a sus alumnos—eso lo hacía alguna vez, pero era poco frecuente y a Kido jamás le había pasado—sino más bien por algo que no se atrevía a explicarse aún. En realidad era estar cerca de Ballesta, al alcance de sus ojos y de su voz afilada, y sentir a su espalda la tensión de aquellos labios pegados en silencio lo que le ponía tan nervioso. Maldición, si hasta le temblaban las rodillas…
Despacio, arrastró la silla hacia atrás y se encaminó hacia el encerado, mirando al suelo y con el corazón latiendo rápido y fuerte. Cogió una tiza de la gradilla con mano temblorosa y sin mirar al profesor garabateó apresuradamente números y signos: sabía cómo resolver el ejercicio—a decir verdad, acababa de solucionar el problema en su cuaderno-- y quería hacerlo cuanto antes.
El profesor se sentó sobre la mesa y cruzó los brazos, observando cómo Kido escribía rápidamente en la pizarra.
—Bien, muy bien. Exactamente—masculló cuando éste acabó y subrayó por fin el resultado final. Acto seguido se levantó de la mesa y se colocó en el centro de la tarima dando la espalda al encerado—aprendan del señor Katai, caterva de vagos. Eficiencia y concisión—añadió, dirigiéndose al resto de la clase.
Que Ballesta lanzara cosas era algo horrible para Kido, pero que le pusiera de ejemplo en detrimento de los demás alumnos era aún peor. ¿Por qué ese hombre no podía actuar como un profesor normal, alabándole sucintamente en caso de tener que hacerlo y enviándolo a su sitio sin más? Kido deseó desmaterializarse allí frente al encerado. El molesto halago, envenenado de cara al resto de la clase, le hizo querer desaparecer de allí con todas sus fuerzas.
—Siéntese, por favor—le indicó al fin el profesor, después de verter algún comentario más sobre la abulia del resto de alumnos—aunque me dan tentaciones de ponerle a usted a dar la clase en mi lugar, señor Katai, a ver si así se enteran sus compañeros de cómo hay que hacer las cosas.
Oh dios. ¿Por qué Ballesta siempre estaba cabreado? ¿Y por qué le estaba utilizando a él, en ese momento, para desahogar su cabreo y su frustración? A Kido le hubiera gustado volverse y decirle cuatro cosas, pero en lugar de eso caminó entre las hileras de mesas y volvió a ocupar su sitio, rechinando los dientes. Afortunadamente, poco después sonó el ansiado timbre que ponía fin al último tormento del día: la clase de química y física.
—Busquen algún hueco para estudiar entre borrachera y borrachera este fin de semana— soltó el profesor, recogiendo los papeles que tenía sobre la mesa para meterlos en su maletín—y si tienen alguna duda, estaré a su disposición el lunes en mi despacho, aprovéchenlo. El martes habrá un examen de lo dado hasta ahora, y la nota contará para la calificación final del trimestre.
Un murmullo de protesta generalizado se escuchó por encima del ruido que hacían los alumnos al levantarse para salir. A Kido no le sorprendió demasiado aquel giro de acontecimientos; en realidad no entendía muy bien porque sus compañeros malgastaban energías protestando. Conociendo a Ballesta—llevaba un trimestre entero padeciéndole —sabía que ya estaba al caer uno de sus fatídicos controles en los que se cargaba a más de la mitad de la clase. Suspiró, en cierta manera aliviado porque el evento al menos tuviera fecha, cogió sus cosas y se dirigió a la puerta del aula para salir.
—Enhorabuena, Señor Katai.
Kido se puso rígido. Estaba a punto de cruzar la puerta cuando escuchó la voz del profesor a sus espaldas. Se volvió, inseguro, como siempre incapaz de detectar si Ballesta le hablaba en serio o con ironía. El profesor no era pródigo en buenos comentarios de ese tipo así como así, ni tampoco resultaba accesible en el tú a tú. Sin embargo, al volverse, Kido se encontró con un gesto en la cara del profesor que no había visto hasta entonces.
—Había varias formas de resolver el problema y usted lo ha hecho de manera brillante. Es agradable ver que hay al menos una persona en esta aula que aprovecha mis clases.
Ballesta dijo esto con cierto esfuerzo y sin la prepotencia habitual. A Kido le cogió por sorpresa la súbita humildad del profesor al felicitarle, aunque su argumento escondiera una vez más el coletazo de poner mal al resto de sus compañeros.
—Gra… gracias, Señor—se maldijo así mismo por tartamudear, ¿era estúpido o qué?
Ante su pasmo, Ballesta sonrió… o hizo algo parecido, torciendo un lado de la boca hacia arriba y levantando por un segundo el labio superior.
—No me dé las gracias y estudie—murmuró, oprimiéndole levemente el brazo—si tiene alguna duda, no vacile en preguntarme el lunes.
Kido retrocedió para zafarse del apretón, asintió y se alejó a trompicones, deseando salir del aula como si ésta fuera el mismísimo infierno. Sentía arder la zona de su brazo que el profesor había tocado, y se revolvió contra aquella sensación. Por dios, ¿Qué coño le pasaba? ¿Por qué esa persona tenía el poder de descolocarle de esa manera?
Definitivamente, nunca se había encontrado con un espécimen como Ballesta, jamás había tenido la desgracia en su vida de conocer a alguien como él (y menos mal, ya con uno le bastaba para volverse loco). Pero, aparte de eso, seguía sin entender qué era aquello que le turbaba tanto; seguía sin comprender por qué se enganchaba a aquel brillo en los ojos castaños del profesor cuando éstos abandonaban por un momento su habitual tono de cansancio, y se preguntaba qué habría realmente detrás de esa aura de desprecio por todo. Oh, sus ojos. ¿Es que acaso le gustaba mirarle? Oh, dios, pero en qué pensaba.
Enfadado consigo mismo salió al pasillo y buscó con la mirada a su medio-hermano. Era viernes, los dos salían a la misma hora del instituto y volvían juntos a casa, salvo que alguno se quedara estudiando en la biblioteca o jugando un partido en las canchas de baloncesto.
Inmediatamente reconoció entre la multitud de estudiantes que salían el llamativo cabello amarillo de su medio-hermano y se dirigió hacia él. Inti charlaba con su mejor amigo, Silver—“Melenas, el terror de las nenas”, solía llamarle Kido--, apoyado contra una columna en el pasillo. Junto a ellos estaba también Marcos, otro amigo de su medio hermano, este más normal externamente que Silver aunque Kido sabía de buena tinta que estaba como un cencerro.
Aliviado por verlos, trató de desprenderse del molesto recuerdo de lo que acababa de pasar y se encaminó hacia donde estaban.
—Hola—saludó, sonriendo ampliamente. Conocía bien a los amigos de Inti, pasaba bastante tiempo con ellos y con su medio hermano, y se sentía a gusto en su compañía.
—Ey, Kido…
Inti saltó sobre él y le revolvió el pelo con la mano. Tan solo era un año mayor que Kido, pero se comportaba siempre como si éste fuera mucho más pequeño (aunque tal vez sólo lo hacía para chincharle). Era como si Inti siguiera anclado en los primeros años de su vida escolar, cuando acompañaba a Kido de la mano por el pasillo de párvulos hasta la puerta de su clase.
—¡Quita!—exclamó el agredido, apartándole. Bastante tenía ya con el apretón de Ballesta.
Lo cierto era que Kido detestaba profundamente ser tocado por que sí, pero con Inti no le importaba mucho. Era verdad que le molestaban ciertas muestras de afecto de “hermano mayor desfasado”, especialmente si eran públicas, pero en el fondo tenía que reconocer que le hacían cierta gracia. Y además, no recordaba haber sentido malestar al lado de Inti nunca, hiciera este lo que hiciera; al contrario, su presencia le hacía sentirse seguro desde que era muy pequeño. Realmente, a veces le parecía que su medio hermano sabía más cosas de él que él mismo; de hecho, Inti era su primera figura de confianza, su referencia, lo más parecido al padre que nunca conoció.
Al salir del instituto fueron a jugar un partido amistoso de baloncesto con la gente de segundo D, compañeros de la clase de Kido. Durante el partido, él casi pudo olvidarse de la súbita invasión de su espacio por parte de Ballesta, el profesor loco. No lo consiguió por completo y eso le cabreó.
Sus ojos iban alternativamente de Inti a la canasta y de la canasta a Inti, incapaz de seguir los movimientos del balón, en tanto él se preguntaba si hablarle a su medio hermano sobre lo que le ocurría o no. Pero, demonios, ¿cómo iba a hacerlo? Si ni siquiera él mismo podía poner palabras en su caos interior.
Al volver a casa se distrajo mirando el escaparate de una tienda de comics y se separó de Inti y de Silver. Al parecer, aquella noche el amigo melenudo de su hermano dormiría en casa… no era la primera vez. Tenía problemas con su viejo; Kido no sabía exactamente qué tipo de problemas pero podía imaginarlo, y por simple empatía le parecía estupendo que se quedara. Además, normalmente era divertido contar con su presencia: veía a Inti contento, realmente contento cuando Silver estaba allí, y solían aprovechar para hacer algo especial.
No estaba preparado para el susto que se llevó al poco tiempo de entrar en casa.
—¿Hola?—saludó. Oía voces y ruidos de platos en la cocina.
—Hola, Kido—le llegó la voz de Inti—tienes visita…
Kido se quedó con la boca abierta al llegar a la puerta de la cocina, con los ojos como platos, clavado en el suelo sin poder decir una palabra. Frente a él, sentado a la mesa junto a Silver, estaba ni más ni menos que “El Loco”.
¿¿Qué??
—Hola, señor Katai—sonrió Ballesta, apretando las mandíbulas como un depredador—no sabía cómo contactar con usted así que me permití pasar a verle, espero que no le haya molestado. Tengo algo que tal vez le interese.
Oh, joder. ¿Es que tenía que llamarle de usted también fuera del aula? Y, sobre todo, ¿Qué diablos hacía allí? ¿y por qué volvían a temblarle las piernas? Kido tuvo que apoyarse contra el arco de la puerta para que no se le notase, de pronto sintiéndose muy mareado.
—Hey, Kido—le saludó Silver-el-greñas. Su voz le llegó lejana, con un eco extraño—te has puesto pálido.
Apenas le dio tiempo a darse cuenta de que caía. Tras escuchar el eco lejano de aquella observación, Kido sintió que el mundo daba un vuelco y él se desvanecía. Lo siguiente que recordaba a continuación era el canto de la mesa de la cocina incrustándose en su frente.
—¡Kido!
Escuchó el grito de Inti flotar en la habitación, también desde muy lejos, y perdió el conocimiento.
Abrió los ojos en la sala de urgencias de un hospital, justo a tiempo para ver unos dedos enguantados que se cernían sobre él para colocarle un paño sobre la frente.
El paño estaba perforado en algún punto sobre su ojo, por encima de su ceja izquierda, un lugar que--dios santo—en ese momento le dolía como fuego. Sintió de golpe la humedad de la sangre rodando por su frente, y la tirantez de la piel bajo los chorretones secos desde su sien hasta su cuello, pasando por su mejilla.
Se había abierto la cabeza; se había caído hacia delante y se había abierto la jodida cabeza. Oh, dios.
Fue peor que el dolor de la frente el súbito recuerdo de la presencia de Ballesta en su casa. Se preguntó si estaría cerca, ahora que él estaba del todo vulnerable y no podía ver nada con ese paño tapándole los ojos. Se le encogió el estómago y respiró tan rápido que volvió a marearse. Jodido loco. ¿Por qué demonios le había dado por ir a su casa? Y... ¿por qué le había mirado así?
Movió las manos, para darle a entender a la persona que le atendía que estaba despierto. Le tenía un miedo legendario a los hospitales y sintió un ataque de pánico al ser consciente de donde estaba, de lo que significaba y de lo que seguramente pasaría a continuación.
Le llegó una voz femenina acompañada de un suave toque en su brazo izquierdo.
—Tranquilo, vamos a coserte…
Oh, no.
—¿Qué me ha pasado?—balbuceó Kido con voz ronca.
—Has perdido el conocimiento en tu casa y te has caído redondo—respondió la voz de mujer— con la mala suerte de darte contra un pico, y te has hecho una brecha. No es muy larga, pero sí profunda… vamos a tener que darte algunos puntos. Tranquilo, no te dolerá.
Oh, sí. Sí le dolería. Le aterraban las agujas y todo lo que tenía que ver con ellas.
Pero no podía hacer nada. Simplemente cerró los ojos, apretó los puños y se dejó curar, tan tenso y duro como la superficie de la camilla sobre la que estaba tumbado.
Cuando por fin la enfermera terminó de coserle y, para el alivio de Kido, se apagó el foco que le apuntaba en plena frente con una molestísima luz blanca, ella le quitó el paño de los ojos. Era una chica de unos treinta años, más agradable que guapa; parecía simpática, y no le había hecho a Kido tanto daño como él temía.
—Te daré algo para el dolor—le sonrió—no te levantes todavía, quiero tomarte la tensión antes. ¿Quieres que haga pasar a tus familiares?
¿Familiares? Kido casi se rió.
—No es necesario que…--comenzó a decir, pero vio que la enfermera fruncía el ceño con gesto de extrañeza y modificó su respuesta—bueno... sí, claro. Gracias.
Ella asintió sonriendo y salió de la pequeña sala de curas. Kido escuchó claramente como pronunciaba su nombre en alto para llamar a quien quiera que estuviera en la sala de espera, acompañándole.
Esperaba ver a Inti, sin embargo fue Ballesta quien cruzó la puerta siguiendo a la enfermera. A Kido se le cortó la respiración. ¿Es que ese hombre no iba a dejarle tranquilo?
—¿Dónde está mi hermano?—le preguntó nada más verle, armándose de valor para enfrentarle la mirada.
“El Loco” no parecía darse cuenta de la incomodidad de Kido ni de lo inadecuado de su presencia, y si lo hacía le daba igual. Sonrió y se sentó al filo de la camilla, muy cerca de él.
—Ha ido a traer el coche—respondió—para estar cerca de la puerta cuando salgamos. Te han hecho una radiografía de la cabeza y un TAC; querían dejarte ingresado pero al final te han dado el alta con reposo absoluto y observación en casa durante veinticuatro horas—Ballesta carraspeó, tomó aire y su gesto se ensombreció—ya es mala suerte… menos mal que la exposición es el Domingo por la tarde.
¿La exposición? Kido no supo si se había vuelto tonto a causa del golpe en la cabeza, porque de pronto le parecía que no podía entender nada. Antes de que pudiera preguntar, el profesor sacó de su bolsillo dos tarjetas alargadas que sostuvo ante sus ojos. Las tarjetas eran sencillas, de color azul cielo: eran dos entradas para una exposición de astronomía, pudo comprobar Kido. Observó que había algo escrito en ellas con rotulador grueso de color negro cuyo trazo era difícil pasar por alto: en una de las tarjetas se leía “Halley”, en la otra ponía “Sagan”.
—Es una invitación especial para un evento que espero desde hace tiempo. “Caminando entre estrellas”, se llama.
Vaya, estrellas. Interesante.
Ballesta le tendió a Kido la tarjeta en la que ponía “Sagan”.
—Esta entrada era para una persona que iba a acompañarme, pero finalmente no lo hará. Me daba pena tirarla, y pensé que tal vez a usted le gustaría. Creo que de mis alumnos es el único capaz de aprovechar esta oportunidad.
Se refería a “oportunidad científica”, pensó Kido. Claro.
Sin tenerlas todas consigo, terriblemente dolorido por la contusión y la brecha, no sé sintió con fuerzas para rechazar la entrada que el profesor le tendía.
Al señor Ballesta le llamaban “El Loco” en el instituto donde Kido e Inti estudiaban. Y loco estaba, pero tenía buena puntería. Los alumnos sabían que asistir a su clase comportaba riesgos para la salud cuando el profesor estaba más “brotado”, pero, aun así, elegían entrar a su aula por la cantidad de aprobados en selectividad que Ballesta llevaba a sus espaldas. La estadística lo decía; la fama de duro y exigente le precedía, igual que la fama de obtener buenos resultados en las pruebas de acceso a la universidad, y la de estar loco.
Kido tenía muy claro que prefería a ese profesor respecto a los demás, pero no se acostumbraba a la manía que tenía éste de lanzar cosas a los alumnos. A pesar de que sabía que eso ocurría con cierta frecuencia, el corazón siempre le daba un salto hacia la boca cada vez que el señor Ballesta lo hacía; nunca estaba preparado. Le daba una rabia infinita llevarse esos sustos, ¿es que estaban en la época del castigo corporal? Por dios… El profesor parecía joven; Kido no sabía qué edad tenía, pero estaba claro que no pasaba de los cuarenta, ¿por qué actuaba entonces como un viejo amargado? Realmente, si sus explicaciones sobre química y física no fueran tan condenadamente buenas, Kido no asistiría a su clase ni un día más.
¿O sí?
—Señor Katai, ¿podría decirme qué principio aplicar para resolver este problema?—el profesor clavó los ojos en Kido de pronto y le preguntó, señalando con el canto de la mano las anotaciones de la pizarra.
Afortunadamente, Kido solía atender.
—La dualidad onda-corpúsculo de De Broglie, profesor.--respondió inmediatamente.
Ballesta ladeó la cabeza como si no hubiera esperado aquella contestación.
—Bueno, ya veo que por lo menos atiende. Deje de mirar a las musarañas y salga a resolverlo, haga el favor.
Kido se puso rojo. Ya le costaba mucho salir a la pizarra en general, con otros profesores, pero con Ballesta lo pasaba realmente mal. No era porque el profesor tuviera tendencia a ridiculizar a sus alumnos—eso lo hacía alguna vez, pero era poco frecuente y a Kido jamás le había pasado—sino más bien por algo que no se atrevía a explicarse aún. En realidad era estar cerca de Ballesta, al alcance de sus ojos y de su voz afilada, y sentir a su espalda la tensión de aquellos labios pegados en silencio lo que le ponía tan nervioso. Maldición, si hasta le temblaban las rodillas…
Despacio, arrastró la silla hacia atrás y se encaminó hacia el encerado, mirando al suelo y con el corazón latiendo rápido y fuerte. Cogió una tiza de la gradilla con mano temblorosa y sin mirar al profesor garabateó apresuradamente números y signos: sabía cómo resolver el ejercicio—a decir verdad, acababa de solucionar el problema en su cuaderno-- y quería hacerlo cuanto antes.
El profesor se sentó sobre la mesa y cruzó los brazos, observando cómo Kido escribía rápidamente en la pizarra.
—Bien, muy bien. Exactamente—masculló cuando éste acabó y subrayó por fin el resultado final. Acto seguido se levantó de la mesa y se colocó en el centro de la tarima dando la espalda al encerado—aprendan del señor Katai, caterva de vagos. Eficiencia y concisión—añadió, dirigiéndose al resto de la clase.
Que Ballesta lanzara cosas era algo horrible para Kido, pero que le pusiera de ejemplo en detrimento de los demás alumnos era aún peor. ¿Por qué ese hombre no podía actuar como un profesor normal, alabándole sucintamente en caso de tener que hacerlo y enviándolo a su sitio sin más? Kido deseó desmaterializarse allí frente al encerado. El molesto halago, envenenado de cara al resto de la clase, le hizo querer desaparecer de allí con todas sus fuerzas.
—Siéntese, por favor—le indicó al fin el profesor, después de verter algún comentario más sobre la abulia del resto de alumnos—aunque me dan tentaciones de ponerle a usted a dar la clase en mi lugar, señor Katai, a ver si así se enteran sus compañeros de cómo hay que hacer las cosas.
Oh dios. ¿Por qué Ballesta siempre estaba cabreado? ¿Y por qué le estaba utilizando a él, en ese momento, para desahogar su cabreo y su frustración? A Kido le hubiera gustado volverse y decirle cuatro cosas, pero en lugar de eso caminó entre las hileras de mesas y volvió a ocupar su sitio, rechinando los dientes. Afortunadamente, poco después sonó el ansiado timbre que ponía fin al último tormento del día: la clase de química y física.
—Busquen algún hueco para estudiar entre borrachera y borrachera este fin de semana— soltó el profesor, recogiendo los papeles que tenía sobre la mesa para meterlos en su maletín—y si tienen alguna duda, estaré a su disposición el lunes en mi despacho, aprovéchenlo. El martes habrá un examen de lo dado hasta ahora, y la nota contará para la calificación final del trimestre.
Un murmullo de protesta generalizado se escuchó por encima del ruido que hacían los alumnos al levantarse para salir. A Kido no le sorprendió demasiado aquel giro de acontecimientos; en realidad no entendía muy bien porque sus compañeros malgastaban energías protestando. Conociendo a Ballesta—llevaba un trimestre entero padeciéndole —sabía que ya estaba al caer uno de sus fatídicos controles en los que se cargaba a más de la mitad de la clase. Suspiró, en cierta manera aliviado porque el evento al menos tuviera fecha, cogió sus cosas y se dirigió a la puerta del aula para salir.
—Enhorabuena, Señor Katai.
Kido se puso rígido. Estaba a punto de cruzar la puerta cuando escuchó la voz del profesor a sus espaldas. Se volvió, inseguro, como siempre incapaz de detectar si Ballesta le hablaba en serio o con ironía. El profesor no era pródigo en buenos comentarios de ese tipo así como así, ni tampoco resultaba accesible en el tú a tú. Sin embargo, al volverse, Kido se encontró con un gesto en la cara del profesor que no había visto hasta entonces.
—Había varias formas de resolver el problema y usted lo ha hecho de manera brillante. Es agradable ver que hay al menos una persona en esta aula que aprovecha mis clases.
Ballesta dijo esto con cierto esfuerzo y sin la prepotencia habitual. A Kido le cogió por sorpresa la súbita humildad del profesor al felicitarle, aunque su argumento escondiera una vez más el coletazo de poner mal al resto de sus compañeros.
—Gra… gracias, Señor—se maldijo así mismo por tartamudear, ¿era estúpido o qué?
Ante su pasmo, Ballesta sonrió… o hizo algo parecido, torciendo un lado de la boca hacia arriba y levantando por un segundo el labio superior.
—No me dé las gracias y estudie—murmuró, oprimiéndole levemente el brazo—si tiene alguna duda, no vacile en preguntarme el lunes.
Kido retrocedió para zafarse del apretón, asintió y se alejó a trompicones, deseando salir del aula como si ésta fuera el mismísimo infierno. Sentía arder la zona de su brazo que el profesor había tocado, y se revolvió contra aquella sensación. Por dios, ¿Qué coño le pasaba? ¿Por qué esa persona tenía el poder de descolocarle de esa manera?
Definitivamente, nunca se había encontrado con un espécimen como Ballesta, jamás había tenido la desgracia en su vida de conocer a alguien como él (y menos mal, ya con uno le bastaba para volverse loco). Pero, aparte de eso, seguía sin entender qué era aquello que le turbaba tanto; seguía sin comprender por qué se enganchaba a aquel brillo en los ojos castaños del profesor cuando éstos abandonaban por un momento su habitual tono de cansancio, y se preguntaba qué habría realmente detrás de esa aura de desprecio por todo. Oh, sus ojos. ¿Es que acaso le gustaba mirarle? Oh, dios, pero en qué pensaba.
Enfadado consigo mismo salió al pasillo y buscó con la mirada a su medio-hermano. Era viernes, los dos salían a la misma hora del instituto y volvían juntos a casa, salvo que alguno se quedara estudiando en la biblioteca o jugando un partido en las canchas de baloncesto.
Inmediatamente reconoció entre la multitud de estudiantes que salían el llamativo cabello amarillo de su medio-hermano y se dirigió hacia él. Inti charlaba con su mejor amigo, Silver—“Melenas, el terror de las nenas”, solía llamarle Kido--, apoyado contra una columna en el pasillo. Junto a ellos estaba también Marcos, otro amigo de su medio hermano, este más normal externamente que Silver aunque Kido sabía de buena tinta que estaba como un cencerro.
Aliviado por verlos, trató de desprenderse del molesto recuerdo de lo que acababa de pasar y se encaminó hacia donde estaban.
—Hola—saludó, sonriendo ampliamente. Conocía bien a los amigos de Inti, pasaba bastante tiempo con ellos y con su medio hermano, y se sentía a gusto en su compañía.
—Ey, Kido…
Inti saltó sobre él y le revolvió el pelo con la mano. Tan solo era un año mayor que Kido, pero se comportaba siempre como si éste fuera mucho más pequeño (aunque tal vez sólo lo hacía para chincharle). Era como si Inti siguiera anclado en los primeros años de su vida escolar, cuando acompañaba a Kido de la mano por el pasillo de párvulos hasta la puerta de su clase.
—¡Quita!—exclamó el agredido, apartándole. Bastante tenía ya con el apretón de Ballesta.
Lo cierto era que Kido detestaba profundamente ser tocado por que sí, pero con Inti no le importaba mucho. Era verdad que le molestaban ciertas muestras de afecto de “hermano mayor desfasado”, especialmente si eran públicas, pero en el fondo tenía que reconocer que le hacían cierta gracia. Y además, no recordaba haber sentido malestar al lado de Inti nunca, hiciera este lo que hiciera; al contrario, su presencia le hacía sentirse seguro desde que era muy pequeño. Realmente, a veces le parecía que su medio hermano sabía más cosas de él que él mismo; de hecho, Inti era su primera figura de confianza, su referencia, lo más parecido al padre que nunca conoció.
Al salir del instituto fueron a jugar un partido amistoso de baloncesto con la gente de segundo D, compañeros de la clase de Kido. Durante el partido, él casi pudo olvidarse de la súbita invasión de su espacio por parte de Ballesta, el profesor loco. No lo consiguió por completo y eso le cabreó.
Sus ojos iban alternativamente de Inti a la canasta y de la canasta a Inti, incapaz de seguir los movimientos del balón, en tanto él se preguntaba si hablarle a su medio hermano sobre lo que le ocurría o no. Pero, demonios, ¿cómo iba a hacerlo? Si ni siquiera él mismo podía poner palabras en su caos interior.
Al volver a casa se distrajo mirando el escaparate de una tienda de comics y se separó de Inti y de Silver. Al parecer, aquella noche el amigo melenudo de su hermano dormiría en casa… no era la primera vez. Tenía problemas con su viejo; Kido no sabía exactamente qué tipo de problemas pero podía imaginarlo, y por simple empatía le parecía estupendo que se quedara. Además, normalmente era divertido contar con su presencia: veía a Inti contento, realmente contento cuando Silver estaba allí, y solían aprovechar para hacer algo especial.
No estaba preparado para el susto que se llevó al poco tiempo de entrar en casa.
—¿Hola?—saludó. Oía voces y ruidos de platos en la cocina.
—Hola, Kido—le llegó la voz de Inti—tienes visita…
Kido se quedó con la boca abierta al llegar a la puerta de la cocina, con los ojos como platos, clavado en el suelo sin poder decir una palabra. Frente a él, sentado a la mesa junto a Silver, estaba ni más ni menos que “El Loco”.
¿¿Qué??
—Hola, señor Katai—sonrió Ballesta, apretando las mandíbulas como un depredador—no sabía cómo contactar con usted así que me permití pasar a verle, espero que no le haya molestado. Tengo algo que tal vez le interese.
Oh, joder. ¿Es que tenía que llamarle de usted también fuera del aula? Y, sobre todo, ¿Qué diablos hacía allí? ¿y por qué volvían a temblarle las piernas? Kido tuvo que apoyarse contra el arco de la puerta para que no se le notase, de pronto sintiéndose muy mareado.
—Hey, Kido—le saludó Silver-el-greñas. Su voz le llegó lejana, con un eco extraño—te has puesto pálido.
Apenas le dio tiempo a darse cuenta de que caía. Tras escuchar el eco lejano de aquella observación, Kido sintió que el mundo daba un vuelco y él se desvanecía. Lo siguiente que recordaba a continuación era el canto de la mesa de la cocina incrustándose en su frente.
—¡Kido!
Escuchó el grito de Inti flotar en la habitación, también desde muy lejos, y perdió el conocimiento.
Abrió los ojos en la sala de urgencias de un hospital, justo a tiempo para ver unos dedos enguantados que se cernían sobre él para colocarle un paño sobre la frente.
El paño estaba perforado en algún punto sobre su ojo, por encima de su ceja izquierda, un lugar que--dios santo—en ese momento le dolía como fuego. Sintió de golpe la humedad de la sangre rodando por su frente, y la tirantez de la piel bajo los chorretones secos desde su sien hasta su cuello, pasando por su mejilla.
Se había abierto la cabeza; se había caído hacia delante y se había abierto la jodida cabeza. Oh, dios.
Fue peor que el dolor de la frente el súbito recuerdo de la presencia de Ballesta en su casa. Se preguntó si estaría cerca, ahora que él estaba del todo vulnerable y no podía ver nada con ese paño tapándole los ojos. Se le encogió el estómago y respiró tan rápido que volvió a marearse. Jodido loco. ¿Por qué demonios le había dado por ir a su casa? Y... ¿por qué le había mirado así?
Movió las manos, para darle a entender a la persona que le atendía que estaba despierto. Le tenía un miedo legendario a los hospitales y sintió un ataque de pánico al ser consciente de donde estaba, de lo que significaba y de lo que seguramente pasaría a continuación.
Le llegó una voz femenina acompañada de un suave toque en su brazo izquierdo.
—Tranquilo, vamos a coserte…
Oh, no.
—¿Qué me ha pasado?—balbuceó Kido con voz ronca.
—Has perdido el conocimiento en tu casa y te has caído redondo—respondió la voz de mujer— con la mala suerte de darte contra un pico, y te has hecho una brecha. No es muy larga, pero sí profunda… vamos a tener que darte algunos puntos. Tranquilo, no te dolerá.
Oh, sí. Sí le dolería. Le aterraban las agujas y todo lo que tenía que ver con ellas.
Pero no podía hacer nada. Simplemente cerró los ojos, apretó los puños y se dejó curar, tan tenso y duro como la superficie de la camilla sobre la que estaba tumbado.
Cuando por fin la enfermera terminó de coserle y, para el alivio de Kido, se apagó el foco que le apuntaba en plena frente con una molestísima luz blanca, ella le quitó el paño de los ojos. Era una chica de unos treinta años, más agradable que guapa; parecía simpática, y no le había hecho a Kido tanto daño como él temía.
—Te daré algo para el dolor—le sonrió—no te levantes todavía, quiero tomarte la tensión antes. ¿Quieres que haga pasar a tus familiares?
¿Familiares? Kido casi se rió.
—No es necesario que…--comenzó a decir, pero vio que la enfermera fruncía el ceño con gesto de extrañeza y modificó su respuesta—bueno... sí, claro. Gracias.
Ella asintió sonriendo y salió de la pequeña sala de curas. Kido escuchó claramente como pronunciaba su nombre en alto para llamar a quien quiera que estuviera en la sala de espera, acompañándole.
Esperaba ver a Inti, sin embargo fue Ballesta quien cruzó la puerta siguiendo a la enfermera. A Kido se le cortó la respiración. ¿Es que ese hombre no iba a dejarle tranquilo?
—¿Dónde está mi hermano?—le preguntó nada más verle, armándose de valor para enfrentarle la mirada.
“El Loco” no parecía darse cuenta de la incomodidad de Kido ni de lo inadecuado de su presencia, y si lo hacía le daba igual. Sonrió y se sentó al filo de la camilla, muy cerca de él.
—Ha ido a traer el coche—respondió—para estar cerca de la puerta cuando salgamos. Te han hecho una radiografía de la cabeza y un TAC; querían dejarte ingresado pero al final te han dado el alta con reposo absoluto y observación en casa durante veinticuatro horas—Ballesta carraspeó, tomó aire y su gesto se ensombreció—ya es mala suerte… menos mal que la exposición es el Domingo por la tarde.
¿La exposición? Kido no supo si se había vuelto tonto a causa del golpe en la cabeza, porque de pronto le parecía que no podía entender nada. Antes de que pudiera preguntar, el profesor sacó de su bolsillo dos tarjetas alargadas que sostuvo ante sus ojos. Las tarjetas eran sencillas, de color azul cielo: eran dos entradas para una exposición de astronomía, pudo comprobar Kido. Observó que había algo escrito en ellas con rotulador grueso de color negro cuyo trazo era difícil pasar por alto: en una de las tarjetas se leía “Halley”, en la otra ponía “Sagan”.
—Es una invitación especial para un evento que espero desde hace tiempo. “Caminando entre estrellas”, se llama.
Vaya, estrellas. Interesante.
Ballesta le tendió a Kido la tarjeta en la que ponía “Sagan”.
—Esta entrada era para una persona que iba a acompañarme, pero finalmente no lo hará. Me daba pena tirarla, y pensé que tal vez a usted le gustaría. Creo que de mis alumnos es el único capaz de aprovechar esta oportunidad.
Se refería a “oportunidad científica”, pensó Kido. Claro.
Sin tenerlas todas consigo, terriblemente dolorido por la contusión y la brecha, no sé sintió con fuerzas para rechazar la entrada que el profesor le tendía.
2-Déjame tranquilo!
Ballesta acompañó a un tambaleante Kido hasta el coche de Inti y se despidió de ambos a la puerta del hospital.
—No me cuesta nada llevarte—le había dicho Inti, algo abrumado por dejar al profesor allí después de que éste les hubiera acompañado todo el tiempo—Venga, sube.
—No, no hace falta, gracias. Prefiero coger el autobús, el setenta y dos se coge aquí mismo y me deja en la puerta de casa—Ballesta señaló con una inclinación de cabeza la marquesina situada a pocos metros de la salida de urgencias, en la acera de enfrente.
—¿Seguro?
Inti no quiso insistir demasiado. El profesor tenía al parecer muy claro lo que prefería hacer.
—He apuntado mi número de teléfono en la invitación—había dicho éste antes de marcharse, subiéndose el cuello del abrigo. Caía la noche y el aire de febrero se había vuelto helado a aquella hora—Señor Katai, llámeme para confirmar su asistencia y pasaré a recogerle. Espero que se mejore… tenga cuidado con su cabeza, no la pierda.
Sin decir más, el profesor se había dado la vuelta y había echado a andar resueltamente hasta la parada del autobús.
Kido cayó en la cuenta de que había vuelto a llamarle de usted, y sonrió meneando la cabeza. Qué gilipollas.
—Debería haberse venido con nosotros—gruñó Inti, ayudando a su hermano a entrar en el coche—Parece que va a ponerse a llover…
Kido dirigió la vista al cielo antes de entrar al vehículo. Era cierto: densos nubarrones de color gris sucio, como de amianto, se amontonaban sobre sus cabezas preñados de contaminación. El chico torció el gesto: no tenía nada que ver un chaparrón en la ciudad con una tormenta en pleno campo, se dijo. El pavimento mojado, la calzada llena de charcos y las fachadas sucias de los edificios, manchadas de lluvia, le producían un sentimiento de melancolía abstracta desde siempre.
—No me gusta la ciudad—dijo a media voz, casi para sí, acomodándose en el asiento del copiloto.
—Ya—contesto Inti antes de cerrar la puerta—tú serías feliz yéndote a la montaña a vivir con una cabra, como Marcos. Abróchate el cinturón.
—Sí, papá.
Carcajeándose por oír rezongar a su hermanito del alma—la vida no sería lo mismo sin aquello—Inti cerró la puerta suavemente y rodeó el coche para sentarse al volante.
—¿Dónde está Silver?—Inquirió Kido, no bien el rubio hubo arrancado el motor.
—Ah. Le ha llamado Marcos y ha tenido que marcharse justo antes de que tú llegaras—respondió Inti.
—¿No va a quedarse a dormir con nosotros?
Inti salió del aparcamiento y se incorporó a la circulación, maldiciendo por la inoportunidad de una furgoneta aparcada en doble fila que le dificultaba el camino.
—No, esta noche no.
Kido apoyó la cabeza a estallar en el respaldo del asiento y cerró los ojos. A pesar del analgésico que le había dado la enfermera, la frente le dolía y le palpitaba. No había podido mirarse en un espejo y no sabía el aspecto que tenía ni el alcance de la lesión, pero al menos el ojo parecía tenerlo sano, porque veía perfectamente. También le dolía el dorso de la mano, donde se notaba claramente el agujero del pinchazo que le habían dado para canalizarle una vena. Y todo eso por un segundo de caer al vacío, gracias a la maldita visita del profesor. Kido chasqueó la lengua, enfadado y también avergonzado de que le hubiera sucedido aquello.
—Mejor que Silver no esté—sonrió Inti, volviéndose hacia él—así no me distraerá para poder “observarte”.
Kido no pudo evitar reír al imaginarse por un momento a su hermano armado con una lupa, colocado sobre él durante toda la noche para detectar cualquier posible cambio en su estado físico. Era capaz, desde luego… de eso y de cosas peores.
—Oh, por favor, ya estoy bien.
—Sí, sí. Lo que tú digas—Inti conducía rápido con la vista fija al frente, esquivando coches parados de un carril a otro con prisa por llegar a casa—Vaya susto me has dado.
Kido iba a decir algo -algo relativo al susto que se había llevado él mismo por ver a Ballesta en la cocina- pero inmediatamente se dio cuenta de lo improcedente que podía resultar ese comentario, y de que tal vez Inti no descansaría hasta que le diera alguna explicación… así que en el último momento selló sus labios. En realidad sólo se trataba de hacer tiempo, pues conocía bien a Inti y sabía que su medio-hermano no tardaría en preguntarle por su extraño desvanecimiento. Inti se daba cuenta de todo porque estaba siempre encima de él, sobreprotegiéndole incluso, cuidándole demasiado. En momentos como ese, Kido no podía comprender cómo alguien como su hermano podía ser hijo del padre que tenía.
Eran hermanos solo a medias, hijos de la misma madre y distinto padre.
Kido no había conocido a su padre, no le había visto jamás y su madre apenas le había hablado de él. A quien sí había conocido, por desgracia, era al padre de Inti, quien chupaba condena desde hacía algo más de un año. Cuando la madre de ambos murió, Inti no había ni siquiera intentado tomar la tutela legal de Kido aunque era mayor de edad. No se fiaba del sistema... y por nada del mundo quería correr el riesgo de que les separasen, por lo cual -para bien o para mal- había decidido guardar silencio y simplemente seguir allí, a su lado, viviendo los dos solos como dos polizones. Al parecer, contra todo pronóstico, esta maniobra funcionó: nadie les molestaba, nadie les perseguía, ni tampoco nadie se plantaba en la puerta de su casa con intención de “ayudar”. Llevaban casi un año viviendo como necesitaban, respirando tranquilos, solos en aquella casa y felices a pesar de los recuerdos dolorosos que ésta guardaba en la memoria de sus paredes como una siniestra huella invisible.
—¿Qué te pasó?—inquirió Inti tras una pausa de silencio, cuando se paró en la línea de detención que había frente a un semáforo en rojo.
—No lo sé—Kido se encogió de hombros—no recuerdo mucho. Me sentí mareado, luego me desmayé y perdí el conocimiento.
Su hermano rió quedamente.
—Eso ya lo sé—dijo—eso pude verlo, joder. Pero… ¿por qué? Quiero decir… coincidió con ver al Loco dentro de casa, te pusiste pálido como el papel y se te quedó una cara rarísima.
—Ah, pero El Loco no tuvo nada que ver…
Inti lanzó a Kido una mirada fugaz.
—Reconozco que es para asustarse, yo le sufrí el año pasado—comentó, volviendo a poner los ojos en la carretera—pero pobre hombre. Si yo fuera profesor y uno de mis alumnos se abriera la cabeza solo por verme, me sentiría fatal.
Kido soltó una pequeña carcajada.
—Supongo.
—¿Pensabas que te había cateado o algo así?—preguntó Inti.
El interpelado sacudió la cabeza, con lo que la frente le palpitó con una fuerza tal que tuvo que volver a cerrar los ojos. La débil luz de las farolas que se colaba por las ventanas del coche le molestaba sobremanera.
—No, no. Además, si me hubiera cateado no iba a venir a decírmelo.
—Ya, pero no sé, como reaccionaste así…
Kido se mordió el labio.
—Oh, no, no reaccioné, ¡vale ya! Me sentí mal y punto; que Ballesta estuviera allí fue una mera coincidencia.
—Vale, vale—Inti se echó a reír—no te enfades, hombre.
—¿A qué viene esa risa? ¿Qué coño te pasa?
Inti siguió conduciendo sin decir una palabra, cosa que su esfuerzo le costó. Ahí pasaba algo extraño, sin duda; conocía muy bien a Kido y creía imaginar lo que significaban esas reacciones y esas caras. Juraría que su hermano… Pero, qué demonios, ¿por Ballesta? Le resultaba difícil de creer, era lo último que hubiera esperado considerando la heterogénea multitud de seres humanos que poblaban el mundo. Si le hubieran dicho que un elefante rosa sobrevolaba el Himalaya en un carruaje de delfines se lo habría creído antes. Sin embargo, había visto esa cara otras veces en Kido, y ahora no había podido evitar identificarla hasta el punto de estar seguro casi al cien por cien de no estar equivocado. Cuando llegaran a casa tendría piedad, porque no le parecía que a su hermano le viniera bien ser interrogado bajo aquellas circunstancias, pero no se iba a quedar sin saber un par de cosas que le rondaban la cabeza, desde luego que no.
Kido ponía esa cara cuando algo le gustaba tanto que le sobrecogía. Aquella tarde al entrar en la cocina había puesto la misma cara que cuando, de niño, vio por primera vez aquel enorme esqueleto de dinosaurio en el museo de ciencias naturales. Se había quedado helado ante la osamenta entonces, apabullado, sin atreverse a mirarla de cerca. Deslumbrado.
Estacionaron el coche en el hueco de siempre, frente a la puerta del bloque de pisos donde vivían.
—Qué putada que no haya podido quedarse Silver…--murmuró Kido. Le iba a echar de menos, pero sobre todo lamentaba su ausencia por la batería de preguntas y atenciones que le esperaban al llegar a casa por parte de su hermano.
En efecto: nada más cruzar la puerta, le faltó tiempo a Inti para ponerse a dar órdenes, algunas de ellas disfrazadas de sugerencias, otras sin el más mínimo tacto. “Voy a prepararte un baño, debes de estar destrozado…” “ ¿qué quieres cenar?” “¿Quieres ver una película? O tal vez eso no sea bueno ahora… Déjame ver, creo que se te ha movido la gasa”…
—¡Por favor!—A Kido no le quedaban apenas fuerzas para desembarazarse de su hermano--¡Inti!... Tranquilízate. Sé bañarme solo…
Hizo amago de avanzar hacia el cuarto de baño, pero su hermano le cortó el paso con su propio cuerpo interceptándole con la autoridad de un oficial de la Gestapo.
—No, no, no—negó con la cabeza—sólo me falta que te vuelvas a marear y te caigas… ven aquí.
Saturado, Kido se dejó abrazar y ser llevado prácticamente a rastras por el plasta de su hermano. La verdad que la posibilidad que había aventurado Inti no iba del todo desencaminada: las piernas le flaqueaban y comenzaba a ver
nublado a causa de ponerse en pie más rápido de lo que hubiera debido.
Inti le acompañó al baño, le dejó bien sentado sobre la tapa del inodoro y, sin quitarle ojo como haría una madre preocupada, abrió los grifos.
—No me desnudes… por favor…--musitó Kido, encogiéndose sobre sí mismo. Le llegaban al corazón las buenas intenciones de su hermano, y sabía que éste no podía evitar hacer lo que hacía, pero lo último que necesitaba era una violación manifiesta de su intimidad. Sería el broche perfecto para rematar la tarde; ya se sentía desde hacía tiempo extrañamente desnudo y era una sensación horrible.
—Vale. Pero me quedaré en la puerta. Cuando estés dentro del agua, avísame.
Oh, joder. ¿Qué se proponía, darle un patito de goma?
—Está bien… pero ahora vete, por favor.
Inti abandonó el baño rezongando, resistiéndose a cerrar la puerta entre su hermano y él. En lugar de eso, la dejó entornada y esperó, apoyado contra la pared del pasillo.
Kido maldijo mientras luchaba con su camiseta para sacársela por la cabeza. Aunque ya no viera a Inti, sentía claramente su presencia a un metro escaso y eso le cabreaba. Vale que su hermano se había propuesto cuidar de él como siempre hacía, pero coño, no le dejaba en paz ni en el cuarto de baño. Además, estaba seguro de que si hubiera sido al revés—si Inti se hubiera dado la hostia en su lugar--el rubio no se hubiera dejado tocar un pelo por él. Eso sí que le cabreaba en grado máximo.
—Ah, se me olvidaba…—La puerta se abrió e Inti asomó la cabeza.
—¡¡Sal de aquí!!—Kido le arrojó a su hermano la camiseta hecha un higo, iracundo. Aún conservaba los pantalones puestos, menos mal—¡cuando entre en el agua, te lo diré! ¡Joder!
—Vale, vale, tranquilo…
Inti volvió a salir y esperó con impaciencia a que su hermano le llamara. Escuchó con claridad el chapoteo del agua cuando Kido entró en la bañera, logrando resistir la tentación de entrar de nuevo. Segundos después, su hermano le llamó.
—Ya está, gallina clueca.
Inti entró al cuarto de baño sonriendo. Se sentó sobre la tapa del inodoro, al lado de la bañera, y examinó la gasa que cubría la herida en la frente de Kido.
—¿Te duele mucho?—le preguntó.
Kido se acomodó dentro de la bañera, respiró hondo y apoyó la espalda en la superficie esmaltada.
—No. —mintió. Le dolía a rabiar, pero no se sentía con fuerzas de aguantar a Inti preocupado (más aún).
—La enfermera me dio algunos analgésicos… por si el dolor volvía.
—Acabo de tomar uno en la sala de urgencias—Kido cerró los ojos, tratando de relajarse. El agua caliente le ayudaba a ello, lamiéndole justo por debajo de la cicatriz que cruzaba su pecho de arriba a abajo—esperaré un poco.
Inti alargó el brazo para darle un suave toque en el hombro. Kido parecía tan frágil… no tenía nada que ver con él. Él era fuerte, física y psíquicamente o al menos se sentía así. Kido era fuerte también pero no de la misma manera. Desde que había tenido uso de razón para darse cuenta de esto, Inti vivía con auténtico miedo de que a su hermano le pasara algo.
Su hermano era “dorado”, pensaba él. No conocía a nadie como él. Su madre le había hablado del padre de Kido más que al propio Kido, y en una ocasión se había referido a él como “un ángel con quien tuve un encuentro”. Ya. Un cabronazo con el que tuviste una aventura y que luego te dejó tirada, había pensado Inti. De ángel nada. Pero no podía negar que, por otra, parte Kido era el ser más auténtico y más "incorrupto" que había conocido... en eso para él no había vuelta de hoja.
Le admiraba en silencio. Se maravillaba de las cosas que Kido podía hacer; cosas que para Inti eran sencillamente imposibles o exigían un esfuerzo sobrehumano, y sin embargo para su hermano eran naturales. Esto iba especialmente referido a las relaciones con otras personas, al ánimo a prueba de bomba y a cómo su hermano se planteaba la vida. Kido no malgastaba el tiempo en cosas superfluas, sino que tenía a cada momento auténticas ganas de vivir. Era capaz de decir que sí si quería algo, con simpleza, y de decir que no en caso contrario sin hacer demasiado daño a otros. Tenía suficiente sensibilidad como para empatizar espontáneamente con otras personas que pensaban distinto.
No le salía ser egoísta ni celoso, porque era un espíritu libre que rara vez se apegaba a algo o a alguien, dando por hecho que todo el mundo era como él. Alguna vez le habían tachado de frío, pero para nada lo era.
En contrapartida a esa fuerza y serenidad natural, Kido era impulsivo, maravillosamente contradictorio y reservado con sus cosas. Características que, en opinión de Inti, le hacían vulnerable y frágil.
Inti daba por hecho que su hermano se sabía querido y admirado por él, y en lo primero no se equivocaba, pero en lo segundo sí. Kido se consideraba bastante "normal" y por otra parte era tímido hasta hacia dentro de sí mismo; no tendía a pensar en él mismo y, seguramente, no le habría hecho mucha gracia saber que era "admirado" por nadie.
Y luego estaba lo de Ballesta. Eso sí que le había descolocado a Inti. No se atrevía a poner la mano en el fuego por la sensación concreta que el profesor le había producido a Kido, pero lo que estaba claro es que ésta había sido intensa.
El profesor había acudido con toda su buena intención para darle una entrada a su alumno, de alguna manera felicitándole tácitamente por su rendimiento, y este había reaccionado como si hubiera visto al demonio—o a Jesucristo—en la cocina. La exposición tenía interés científico e Inti suponía que aforo limitado, ya que las entradas estaban rotuladas con lo que parecían pseudónimos, nombres propios. Era lógico que El Loco no quisiera tirarlas, y era un buen detalle que se hubiera acordado de Kido. Era algo por lo que dar las gracias, no algo para desmayarse.
—Oye…—le dijo a su hermano en voz baja. No quería perturbar su tranquilidad, pero a la vista estaba que era incapaz de guardar silencio.
Kido se movió ladeándose ligeramente, apoyando las rodillas en la pared interior de labañera que quedaba más cerca de Inti.
—¿Mmm?
—Kido…
Inti no tenía ni idea de cómo introducirle el tema. El rostro de su hermano se giró hacia él. Sus ojos estaban cerrados, sus facciones relajadas.
—¿Qué?
—¿Qué pasa con Ballesta?—le preguntó al fin.
Su hermano dio un brinco levantando una ola de agua espumosa y abrió los ojos. A Inti le pareció que le traspasaba con sus pupilas, y también se dio cuenta de lo cansado que parecía. Oh, Kido…
—¿Cómo que qué pasa?
No, no. Inti no quería desestabilizarle. Ya habría tiempo de hablar de lo que fuera, si procedía.
—Nada, olvídalo.
—Eh, no—Kido entornó los ojos—no me hagas eso, sabes que no lo aguanto. Venga, dime… ¿qué coño estás pensando?
Inti sonrió y contuvo la respiración unos segundos. Exhaló con un resoplido.
—¿En serio quieres que te diga lo que pienso?
—Claro, adelante. Qué más da, suéltalo.
—Pues…--Inti junto las manos, buscando la mejor forma de decir aquello sin encontrarla—creo que Balle te gusta.
—¿¿Qué??
Kido retrocedió y salpicó deliberadamente una buena cantidad de agua a su hermano.
—No pasa nada, Kido…
—¿Qué dices?—volvió a salpicarle, esta vez con más fuerza--¡Es un hombre! Ballesta es un hombre, Inti.
El aludido rio, lo que cabreó aún más a Kido.
—Ya sé que es un hombre, y qué—respondió— no pasa nada, Kido, en serio…
Inti no quería reírse, pero lo hacía. Se reía porque estaba nervioso, porque lo último que quería era hacer sentir mal a su hermano y veía que era justo lo que estaba consiguiendo. Cada vez tenía más claro lo que le pasaba a Kido, y le parecía que gracias a ese descubrimiento ahora podía entender muchas cosas. Nunca había visto a su hermano colgado de una chica, por ejemplo… pero Inti había pensado que Kido simplemente era reservado, o que no le daba importancia al ligoteo, cosa que tampoco le extrañaba dado su... extenso mundo interior.
—Inti, para. Vale ya, ¡no me gusta!—exclamó Kido. Quizá estaba empezando a sentirse algo angustiado—No vuelvas a decir eso más, ¡No me gusta! ¡¿Entiendes?!
—No me cuesta nada llevarte—le había dicho Inti, algo abrumado por dejar al profesor allí después de que éste les hubiera acompañado todo el tiempo—Venga, sube.
—No, no hace falta, gracias. Prefiero coger el autobús, el setenta y dos se coge aquí mismo y me deja en la puerta de casa—Ballesta señaló con una inclinación de cabeza la marquesina situada a pocos metros de la salida de urgencias, en la acera de enfrente.
—¿Seguro?
Inti no quiso insistir demasiado. El profesor tenía al parecer muy claro lo que prefería hacer.
—He apuntado mi número de teléfono en la invitación—había dicho éste antes de marcharse, subiéndose el cuello del abrigo. Caía la noche y el aire de febrero se había vuelto helado a aquella hora—Señor Katai, llámeme para confirmar su asistencia y pasaré a recogerle. Espero que se mejore… tenga cuidado con su cabeza, no la pierda.
Sin decir más, el profesor se había dado la vuelta y había echado a andar resueltamente hasta la parada del autobús.
Kido cayó en la cuenta de que había vuelto a llamarle de usted, y sonrió meneando la cabeza. Qué gilipollas.
—Debería haberse venido con nosotros—gruñó Inti, ayudando a su hermano a entrar en el coche—Parece que va a ponerse a llover…
Kido dirigió la vista al cielo antes de entrar al vehículo. Era cierto: densos nubarrones de color gris sucio, como de amianto, se amontonaban sobre sus cabezas preñados de contaminación. El chico torció el gesto: no tenía nada que ver un chaparrón en la ciudad con una tormenta en pleno campo, se dijo. El pavimento mojado, la calzada llena de charcos y las fachadas sucias de los edificios, manchadas de lluvia, le producían un sentimiento de melancolía abstracta desde siempre.
—No me gusta la ciudad—dijo a media voz, casi para sí, acomodándose en el asiento del copiloto.
—Ya—contesto Inti antes de cerrar la puerta—tú serías feliz yéndote a la montaña a vivir con una cabra, como Marcos. Abróchate el cinturón.
—Sí, papá.
Carcajeándose por oír rezongar a su hermanito del alma—la vida no sería lo mismo sin aquello—Inti cerró la puerta suavemente y rodeó el coche para sentarse al volante.
—¿Dónde está Silver?—Inquirió Kido, no bien el rubio hubo arrancado el motor.
—Ah. Le ha llamado Marcos y ha tenido que marcharse justo antes de que tú llegaras—respondió Inti.
—¿No va a quedarse a dormir con nosotros?
Inti salió del aparcamiento y se incorporó a la circulación, maldiciendo por la inoportunidad de una furgoneta aparcada en doble fila que le dificultaba el camino.
—No, esta noche no.
Kido apoyó la cabeza a estallar en el respaldo del asiento y cerró los ojos. A pesar del analgésico que le había dado la enfermera, la frente le dolía y le palpitaba. No había podido mirarse en un espejo y no sabía el aspecto que tenía ni el alcance de la lesión, pero al menos el ojo parecía tenerlo sano, porque veía perfectamente. También le dolía el dorso de la mano, donde se notaba claramente el agujero del pinchazo que le habían dado para canalizarle una vena. Y todo eso por un segundo de caer al vacío, gracias a la maldita visita del profesor. Kido chasqueó la lengua, enfadado y también avergonzado de que le hubiera sucedido aquello.
—Mejor que Silver no esté—sonrió Inti, volviéndose hacia él—así no me distraerá para poder “observarte”.
Kido no pudo evitar reír al imaginarse por un momento a su hermano armado con una lupa, colocado sobre él durante toda la noche para detectar cualquier posible cambio en su estado físico. Era capaz, desde luego… de eso y de cosas peores.
—Oh, por favor, ya estoy bien.
—Sí, sí. Lo que tú digas—Inti conducía rápido con la vista fija al frente, esquivando coches parados de un carril a otro con prisa por llegar a casa—Vaya susto me has dado.
Kido iba a decir algo -algo relativo al susto que se había llevado él mismo por ver a Ballesta en la cocina- pero inmediatamente se dio cuenta de lo improcedente que podía resultar ese comentario, y de que tal vez Inti no descansaría hasta que le diera alguna explicación… así que en el último momento selló sus labios. En realidad sólo se trataba de hacer tiempo, pues conocía bien a Inti y sabía que su medio-hermano no tardaría en preguntarle por su extraño desvanecimiento. Inti se daba cuenta de todo porque estaba siempre encima de él, sobreprotegiéndole incluso, cuidándole demasiado. En momentos como ese, Kido no podía comprender cómo alguien como su hermano podía ser hijo del padre que tenía.
Eran hermanos solo a medias, hijos de la misma madre y distinto padre.
Kido no había conocido a su padre, no le había visto jamás y su madre apenas le había hablado de él. A quien sí había conocido, por desgracia, era al padre de Inti, quien chupaba condena desde hacía algo más de un año. Cuando la madre de ambos murió, Inti no había ni siquiera intentado tomar la tutela legal de Kido aunque era mayor de edad. No se fiaba del sistema... y por nada del mundo quería correr el riesgo de que les separasen, por lo cual -para bien o para mal- había decidido guardar silencio y simplemente seguir allí, a su lado, viviendo los dos solos como dos polizones. Al parecer, contra todo pronóstico, esta maniobra funcionó: nadie les molestaba, nadie les perseguía, ni tampoco nadie se plantaba en la puerta de su casa con intención de “ayudar”. Llevaban casi un año viviendo como necesitaban, respirando tranquilos, solos en aquella casa y felices a pesar de los recuerdos dolorosos que ésta guardaba en la memoria de sus paredes como una siniestra huella invisible.
—¿Qué te pasó?—inquirió Inti tras una pausa de silencio, cuando se paró en la línea de detención que había frente a un semáforo en rojo.
—No lo sé—Kido se encogió de hombros—no recuerdo mucho. Me sentí mareado, luego me desmayé y perdí el conocimiento.
Su hermano rió quedamente.
—Eso ya lo sé—dijo—eso pude verlo, joder. Pero… ¿por qué? Quiero decir… coincidió con ver al Loco dentro de casa, te pusiste pálido como el papel y se te quedó una cara rarísima.
—Ah, pero El Loco no tuvo nada que ver…
Inti lanzó a Kido una mirada fugaz.
—Reconozco que es para asustarse, yo le sufrí el año pasado—comentó, volviendo a poner los ojos en la carretera—pero pobre hombre. Si yo fuera profesor y uno de mis alumnos se abriera la cabeza solo por verme, me sentiría fatal.
Kido soltó una pequeña carcajada.
—Supongo.
—¿Pensabas que te había cateado o algo así?—preguntó Inti.
El interpelado sacudió la cabeza, con lo que la frente le palpitó con una fuerza tal que tuvo que volver a cerrar los ojos. La débil luz de las farolas que se colaba por las ventanas del coche le molestaba sobremanera.
—No, no. Además, si me hubiera cateado no iba a venir a decírmelo.
—Ya, pero no sé, como reaccionaste así…
Kido se mordió el labio.
—Oh, no, no reaccioné, ¡vale ya! Me sentí mal y punto; que Ballesta estuviera allí fue una mera coincidencia.
—Vale, vale—Inti se echó a reír—no te enfades, hombre.
—¿A qué viene esa risa? ¿Qué coño te pasa?
Inti siguió conduciendo sin decir una palabra, cosa que su esfuerzo le costó. Ahí pasaba algo extraño, sin duda; conocía muy bien a Kido y creía imaginar lo que significaban esas reacciones y esas caras. Juraría que su hermano… Pero, qué demonios, ¿por Ballesta? Le resultaba difícil de creer, era lo último que hubiera esperado considerando la heterogénea multitud de seres humanos que poblaban el mundo. Si le hubieran dicho que un elefante rosa sobrevolaba el Himalaya en un carruaje de delfines se lo habría creído antes. Sin embargo, había visto esa cara otras veces en Kido, y ahora no había podido evitar identificarla hasta el punto de estar seguro casi al cien por cien de no estar equivocado. Cuando llegaran a casa tendría piedad, porque no le parecía que a su hermano le viniera bien ser interrogado bajo aquellas circunstancias, pero no se iba a quedar sin saber un par de cosas que le rondaban la cabeza, desde luego que no.
Kido ponía esa cara cuando algo le gustaba tanto que le sobrecogía. Aquella tarde al entrar en la cocina había puesto la misma cara que cuando, de niño, vio por primera vez aquel enorme esqueleto de dinosaurio en el museo de ciencias naturales. Se había quedado helado ante la osamenta entonces, apabullado, sin atreverse a mirarla de cerca. Deslumbrado.
Estacionaron el coche en el hueco de siempre, frente a la puerta del bloque de pisos donde vivían.
—Qué putada que no haya podido quedarse Silver…--murmuró Kido. Le iba a echar de menos, pero sobre todo lamentaba su ausencia por la batería de preguntas y atenciones que le esperaban al llegar a casa por parte de su hermano.
En efecto: nada más cruzar la puerta, le faltó tiempo a Inti para ponerse a dar órdenes, algunas de ellas disfrazadas de sugerencias, otras sin el más mínimo tacto. “Voy a prepararte un baño, debes de estar destrozado…” “ ¿qué quieres cenar?” “¿Quieres ver una película? O tal vez eso no sea bueno ahora… Déjame ver, creo que se te ha movido la gasa”…
—¡Por favor!—A Kido no le quedaban apenas fuerzas para desembarazarse de su hermano--¡Inti!... Tranquilízate. Sé bañarme solo…
Hizo amago de avanzar hacia el cuarto de baño, pero su hermano le cortó el paso con su propio cuerpo interceptándole con la autoridad de un oficial de la Gestapo.
—No, no, no—negó con la cabeza—sólo me falta que te vuelvas a marear y te caigas… ven aquí.
Saturado, Kido se dejó abrazar y ser llevado prácticamente a rastras por el plasta de su hermano. La verdad que la posibilidad que había aventurado Inti no iba del todo desencaminada: las piernas le flaqueaban y comenzaba a ver
nublado a causa de ponerse en pie más rápido de lo que hubiera debido.
Inti le acompañó al baño, le dejó bien sentado sobre la tapa del inodoro y, sin quitarle ojo como haría una madre preocupada, abrió los grifos.
—No me desnudes… por favor…--musitó Kido, encogiéndose sobre sí mismo. Le llegaban al corazón las buenas intenciones de su hermano, y sabía que éste no podía evitar hacer lo que hacía, pero lo último que necesitaba era una violación manifiesta de su intimidad. Sería el broche perfecto para rematar la tarde; ya se sentía desde hacía tiempo extrañamente desnudo y era una sensación horrible.
—Vale. Pero me quedaré en la puerta. Cuando estés dentro del agua, avísame.
Oh, joder. ¿Qué se proponía, darle un patito de goma?
—Está bien… pero ahora vete, por favor.
Inti abandonó el baño rezongando, resistiéndose a cerrar la puerta entre su hermano y él. En lugar de eso, la dejó entornada y esperó, apoyado contra la pared del pasillo.
Kido maldijo mientras luchaba con su camiseta para sacársela por la cabeza. Aunque ya no viera a Inti, sentía claramente su presencia a un metro escaso y eso le cabreaba. Vale que su hermano se había propuesto cuidar de él como siempre hacía, pero coño, no le dejaba en paz ni en el cuarto de baño. Además, estaba seguro de que si hubiera sido al revés—si Inti se hubiera dado la hostia en su lugar--el rubio no se hubiera dejado tocar un pelo por él. Eso sí que le cabreaba en grado máximo.
—Ah, se me olvidaba…—La puerta se abrió e Inti asomó la cabeza.
—¡¡Sal de aquí!!—Kido le arrojó a su hermano la camiseta hecha un higo, iracundo. Aún conservaba los pantalones puestos, menos mal—¡cuando entre en el agua, te lo diré! ¡Joder!
—Vale, vale, tranquilo…
Inti volvió a salir y esperó con impaciencia a que su hermano le llamara. Escuchó con claridad el chapoteo del agua cuando Kido entró en la bañera, logrando resistir la tentación de entrar de nuevo. Segundos después, su hermano le llamó.
—Ya está, gallina clueca.
Inti entró al cuarto de baño sonriendo. Se sentó sobre la tapa del inodoro, al lado de la bañera, y examinó la gasa que cubría la herida en la frente de Kido.
—¿Te duele mucho?—le preguntó.
Kido se acomodó dentro de la bañera, respiró hondo y apoyó la espalda en la superficie esmaltada.
—No. —mintió. Le dolía a rabiar, pero no se sentía con fuerzas de aguantar a Inti preocupado (más aún).
—La enfermera me dio algunos analgésicos… por si el dolor volvía.
—Acabo de tomar uno en la sala de urgencias—Kido cerró los ojos, tratando de relajarse. El agua caliente le ayudaba a ello, lamiéndole justo por debajo de la cicatriz que cruzaba su pecho de arriba a abajo—esperaré un poco.
Inti alargó el brazo para darle un suave toque en el hombro. Kido parecía tan frágil… no tenía nada que ver con él. Él era fuerte, física y psíquicamente o al menos se sentía así. Kido era fuerte también pero no de la misma manera. Desde que había tenido uso de razón para darse cuenta de esto, Inti vivía con auténtico miedo de que a su hermano le pasara algo.
Su hermano era “dorado”, pensaba él. No conocía a nadie como él. Su madre le había hablado del padre de Kido más que al propio Kido, y en una ocasión se había referido a él como “un ángel con quien tuve un encuentro”. Ya. Un cabronazo con el que tuviste una aventura y que luego te dejó tirada, había pensado Inti. De ángel nada. Pero no podía negar que, por otra, parte Kido era el ser más auténtico y más "incorrupto" que había conocido... en eso para él no había vuelta de hoja.
Le admiraba en silencio. Se maravillaba de las cosas que Kido podía hacer; cosas que para Inti eran sencillamente imposibles o exigían un esfuerzo sobrehumano, y sin embargo para su hermano eran naturales. Esto iba especialmente referido a las relaciones con otras personas, al ánimo a prueba de bomba y a cómo su hermano se planteaba la vida. Kido no malgastaba el tiempo en cosas superfluas, sino que tenía a cada momento auténticas ganas de vivir. Era capaz de decir que sí si quería algo, con simpleza, y de decir que no en caso contrario sin hacer demasiado daño a otros. Tenía suficiente sensibilidad como para empatizar espontáneamente con otras personas que pensaban distinto.
No le salía ser egoísta ni celoso, porque era un espíritu libre que rara vez se apegaba a algo o a alguien, dando por hecho que todo el mundo era como él. Alguna vez le habían tachado de frío, pero para nada lo era.
En contrapartida a esa fuerza y serenidad natural, Kido era impulsivo, maravillosamente contradictorio y reservado con sus cosas. Características que, en opinión de Inti, le hacían vulnerable y frágil.
Inti daba por hecho que su hermano se sabía querido y admirado por él, y en lo primero no se equivocaba, pero en lo segundo sí. Kido se consideraba bastante "normal" y por otra parte era tímido hasta hacia dentro de sí mismo; no tendía a pensar en él mismo y, seguramente, no le habría hecho mucha gracia saber que era "admirado" por nadie.
Y luego estaba lo de Ballesta. Eso sí que le había descolocado a Inti. No se atrevía a poner la mano en el fuego por la sensación concreta que el profesor le había producido a Kido, pero lo que estaba claro es que ésta había sido intensa.
El profesor había acudido con toda su buena intención para darle una entrada a su alumno, de alguna manera felicitándole tácitamente por su rendimiento, y este había reaccionado como si hubiera visto al demonio—o a Jesucristo—en la cocina. La exposición tenía interés científico e Inti suponía que aforo limitado, ya que las entradas estaban rotuladas con lo que parecían pseudónimos, nombres propios. Era lógico que El Loco no quisiera tirarlas, y era un buen detalle que se hubiera acordado de Kido. Era algo por lo que dar las gracias, no algo para desmayarse.
—Oye…—le dijo a su hermano en voz baja. No quería perturbar su tranquilidad, pero a la vista estaba que era incapaz de guardar silencio.
Kido se movió ladeándose ligeramente, apoyando las rodillas en la pared interior de labañera que quedaba más cerca de Inti.
—¿Mmm?
—Kido…
Inti no tenía ni idea de cómo introducirle el tema. El rostro de su hermano se giró hacia él. Sus ojos estaban cerrados, sus facciones relajadas.
—¿Qué?
—¿Qué pasa con Ballesta?—le preguntó al fin.
Su hermano dio un brinco levantando una ola de agua espumosa y abrió los ojos. A Inti le pareció que le traspasaba con sus pupilas, y también se dio cuenta de lo cansado que parecía. Oh, Kido…
—¿Cómo que qué pasa?
No, no. Inti no quería desestabilizarle. Ya habría tiempo de hablar de lo que fuera, si procedía.
—Nada, olvídalo.
—Eh, no—Kido entornó los ojos—no me hagas eso, sabes que no lo aguanto. Venga, dime… ¿qué coño estás pensando?
Inti sonrió y contuvo la respiración unos segundos. Exhaló con un resoplido.
—¿En serio quieres que te diga lo que pienso?
—Claro, adelante. Qué más da, suéltalo.
—Pues…--Inti junto las manos, buscando la mejor forma de decir aquello sin encontrarla—creo que Balle te gusta.
—¿¿Qué??
Kido retrocedió y salpicó deliberadamente una buena cantidad de agua a su hermano.
—No pasa nada, Kido…
—¿Qué dices?—volvió a salpicarle, esta vez con más fuerza--¡Es un hombre! Ballesta es un hombre, Inti.
El aludido rio, lo que cabreó aún más a Kido.
—Ya sé que es un hombre, y qué—respondió— no pasa nada, Kido, en serio…
Inti no quería reírse, pero lo hacía. Se reía porque estaba nervioso, porque lo último que quería era hacer sentir mal a su hermano y veía que era justo lo que estaba consiguiendo. Cada vez tenía más claro lo que le pasaba a Kido, y le parecía que gracias a ese descubrimiento ahora podía entender muchas cosas. Nunca había visto a su hermano colgado de una chica, por ejemplo… pero Inti había pensado que Kido simplemente era reservado, o que no le daba importancia al ligoteo, cosa que tampoco le extrañaba dado su... extenso mundo interior.
—Inti, para. Vale ya, ¡no me gusta!—exclamó Kido. Quizá estaba empezando a sentirse algo angustiado—No vuelvas a decir eso más, ¡No me gusta! ¡¿Entiendes?!
3-NO soy gay
Inti había tenido que salir al final del cuarto de baño. Su hermano se había ido encendiendo ante lo que él había dicho hasta ponerse fuera de sí, y le había dicho a gritos que quería estar solo. Incluso al ver que Inti se mostraba reticente a irse, Kido había comenzado a arrojarle botes, esponjas y todo aquello que encontró a su alcance, sin dejar de insultarle de manera absurda nombrando a la madre de ambos. Lo mismo que hubiera hecho El Loco (lanzar...), había pensado Inti. Qué ironía.
Se encaminó a la cocina: tenía que limpiar todo el desastre que se había formado con la caída de Kido, y quería hacerlo antes de que éste pudiera verlo. Su hermano tomaba una medicación anticoagulante desde que era muy pequeño y había sangre por todas partes; con razón el médico que le atendió había insistido en dejarle ingresado. Pero no era la primera vez que se encontraban en una tesitura como esa, e Inti sabía perfectamente la fobia que tenía su hermano a los hospitales, por mucho que éste fingiera para que no se le notara. Si podía evitarlo, prefería no hacer pasar a Kido por el trago de pernoctar en la sala de observación de urgencias.
Comenzó a recoger los restos de sangre pasando una bayeta humedecida sobre los muebles. El paño se tiñó al poco tiempo de rojo intenso: la sangre de su hermano no solía quedarse marrón al secarse, sino de un color extraño, una especie de magenta oscuro. Inti lavó la bayeta bajo el grifo y agarró el rollo de papel absorbente para continuar limpiando. Tuvo que apartar las sillas y pasar la fregona por el suelo; incluso había manchas en la pared. No recordaba que Kido hubiera perdido tanta sangre… quizá había metido la pata al pedir al médico que le dejara ir a casa sin más. De cualquier manera, a pesar del hematoma que le bajaría hasta el ojo, la herida parecía bien cerrada ahora. La gasa que la cubría había permanecido limpia en todo momento durante el trayecto de vuelta, a pesar de que Kido había hablado y se había movido, e incluso había reído.
Cerró los ojos con fuerza para alejar de sí aquello que más temía en el mundo. “No seas idiota” se dijo, enfadado consigo mismo “es sólo una brecha y un moratón, no le pasará nada”.
Terminó de recoger y llamó a Kido desde el pasillo, sin querer volver a irrumpir en el baño. Necesitaba saber que estaba bien.
—Si no salgo te va a dar un patatús, ¿verdad?
La voz de Kido sonaba muy cansada, pero Inti creyó advertir en ella una jocosa resignación que le relajó en cierta manera. Su hermano no estaba enfadado con él.
—¿Necesitas que te ayude?—le preguntó, respetando la barrera física de la puerta entornada.
—¡No, joder!
Inti escuchó cómo el agua se agitaba al salir su hermano de la bañera. Respiró aliviado cuando minutos después la puerta se abrió y pudo verle por fin la cara, comprobando que tenía buen color y que la gasa de la herida seguía limpia y en su sitio.
Kido observaba a su hermano desde la puerta del baño, tamborileando con los dedos sobre el marco, con una toalla enroscada a la cintura.
—¿Te importaría darte la vuelta mientras me visto?—le espetó, ceñudo.
—¿Qué? Ah, sí.
Inti se giró hacia el pasillo, dándole la espalda. Qué tontería, como si no hubiera visto desnudo a su hermano veces… en cualquier caso, no pensaba discutir.
—Te has pasado cinco pueblos —gruñía Kido detrás de él, poniéndose el chándal negro que usaba como pijama y que Inti le había preparado en el radiador del baño—no quiero volver a oír nada como lo que has dicho antes, ¿de acuerdo?
—De acueeerdooo…--replicó Inti, arrastrando las palabras.
—Pero lo digo de verdad, no me digas que sí como a los locos, Inti.
El aludido rio y negó con la cabeza.
—Eres un jodido petardo. ¿Puedo girarme ya?
—¡No!
La noche sin Silver, a expensas de los cuidados de Inti y sin nada que distrajera a éste, se le hizo eterna a Kido, al menos hasta que finalmente cayó dormido. Su último pensamiento antes de cerrar los ojos, lamentablemente, fue para Ballesta. No quería mirar de cerca la expectativa que le aguardaba el domingo; le interesaba la astronomía y “Caminando entre estrellas” era un nombre más que sugerente… pero en aquel momento le pareció, al borde de caer en un pesado sueño, que prefería sencillamente morir a asistir a aquel evento con el profesor.
"Me han dicho que tengo que despertarte cada hora" recordaba vagamente que había dicho Inti, quien se había apostado en una silla junto a su cama como un centinela.
—Vete a tomar por culo…
Ojalá su hermano tuviera el sentido común de dejarle dormir, por lo menos.
Tras decir estas amables palabras, Kido cayó rendido, vencido por el cansancio. Poco después respiraba profundamente e incluso roncaba a cada rato.
Inti sonrió, Inclinándose sobre él una vez más para verificar el estado del apósito que cubría la herida. Al día siguiente levantaría la gasa y trataría de que Kido le dejara curar aquello. El hematoma no era tan grande como había pensado al principio, a pesar de que destacaba sobre la inflamación.
Todo parecía haber quedado en un susto, afortunadamente. Su hermano estaba bien; seguía igual de mal de la cabeza que habitualmente, eso sí, pero fuera del cabreo que se había agarrado parecía ser el de siempre. El analgésico le había hecho algo de efecto -a pesar de que sólo podía tomar una dosis muy baja-, y no había vomitado. Sonriendo aliviado, con la certeza de que por fin todo había quedado atado y “bien”, Inti configuró la alarma de su móvil en el tono más bajo para que le despertara al cabo de una hora y se tumbó en la cama junto a Kido. Colocó el teléfono contra su pecho, bajo la camiseta, para asegurarse de despertarse con la vibración, y se recostó detrás de su hermano procurando no despertarle. Pasó un brazo por encima de los hombros de Kido y cerró los ojos, con la frente pegada a su nuca. Poco después logró relajarse del todo por fin, escuchando la respiración acompasada de su hermano y empapándose del olor de su piel dormida. Cerró los ojos, estrechó a Kido contra sí y, tras lanzar un largo suspiro, descansó.
La mañana de sábado amaneció densa y nubosa. A pesar de que Inti había cumplido su amenaza de despertar a Kido cada cierto tiempo, éste había dormido bien, o al menos se sentía descansado. Cuando abrió los ojos estaba solo en la cama, con una nota garabateada apresuradamente en un papelito sobre la almohada, cerca de su cabeza.
“He salido a comprar, vuelvo en diez minutos” podía leerse en la nota “NO TE MUEVAS”.
Por dios.
Resoplando, Kido se levantó de la cama y se dirigió a la cocina. Eran más de las once, necesitaba algo que llevarse a la boca para pasar la medicación que llevaba tomando hacía más de trece años, todas las mañanas, y que bajo ningún concepto podía abandonar.
Se frotó los ojos, con lo que las inmediaciones de la herida sobre su ceja izquierda protestaron inmediatamente. La piel le tiraba pero no le dolía tanto como la noche anterior, al menos no si no se tocaba. Pasó por el baño para echarse un poco de agua en la cara, cuidando de no mojar la gasa sobre su ojo, y, sin querer detenerse a mirarse en el espejo—aún no-- se encaminó hacia la cocina. Se encontraba algo mareado aún, pero se dijo que era porque tenía un hambre canina, y también mucha sed.
Se preparó el desayuno, cogió la caja amarilla y blanca de su medicación y la puso en la mesa junto a la taza de leche y al plato. No bien hubo colocado el culo en la silla, sin embargo, escuchó la llave en la cerradura de la puerta. Tragó la pequeña pastilla rápidamente con un sorbo de leche y se preparó para encarar al plasta de su hermano.
—Kido…—Inti se plantó en la puerta de la cocina, portando dos bolsas de plástico repletas--¿Por qué te has levantado?
El aludido fue a contestar la primera burrada que se le ocurrió, pero de pronto escuchó pasos y una voz femenina detrás de su hermano, una voz que conocía muy bien. Dio un pequeño bote en la silla y cerró la boca… ¿La señorita Taylor?
—Hola, Kid…
Inmediatamente, la hermosa cabeza de ella asomó por el arco de la puerta detrás de Inti.
Kido se miró un segundo la ropa—dios, qué aspecto tan lamentable—y le lanzó a la señorita Taylor una sonrisa de oreja a oreja a pesar del mal momento. Siempre le agradaba verla.
La señorita Taylor era vecina del bloque, vivía en el quinto piso y ellos en el tercero. Pero no sólo era vecina, era mucho más. De hecho, había sido un gran apoyo para Inti y sobre todo para Kido, cuando la madre de ambos había muerto el año pasado. No era que Agnes -tal era su nombre de pila- hubiera sido una “madre” para Kido en el trascurso de ese año—era mayor que él, pero demasiado joven aún para pasar por esa figura—pero éste sabía que ella había estado allí. La mujer le había brindado, casi por pura casualidad, una amistad que había sido para él un refugio frente a la rabia, la pena y la soledad.
En poco tiempo, aquella soltera extraña que vivía en el quinto, venida de Inglaterra y que insistía en ser llamada de acuerdo a arcaicos formalismos, se había convertido para Kido en una amiga en la que confiar a ciegas. Con ella, Kido había hablado de cosas que jamás había contado nadie. Él no entendía muy bien por qué, por qué precisamente con ella; Agnes era psicóloga y él lo sabía, pero nunca había tenido la sensación de “hacer terapia” mientras ambos pasaban el tiempo juntos. Jamás se había sentido como su paciente.
La tarde en la que Kido comenzó a confiarle recuerdos y viejos temores a la señorita Taylor, ella no había hecho nada salvo ofrecerle una taza de chocolate y sentarse frente a él para escucharle. Había sido una tarde lluviosa, poco después de la muerte de la madre de Kido, aunque éste recordaba lo sucedido como si hubiera pasado el día anterior. Allí, frente a ella, él había comenzado a hablar, al principio de algo banal, pero de pronto, sin saber cómo, se había encontrado tirando de una especie de hilo enredado en la madeja de su vida y mostrándoselo a ella. Una vez hubo comenzado a hacer esto, le había sido imposible parar a pesar del horror que le causaba estar desnudo, mentalmente hablando. Pero aunque en ese momento Agnes había sido una completa desconocida, de alguna manera algo le había animado a hacerlo.
Ese hilo del que había comenzado a tirar estaba rematado por un ancla que se clavaba en su corazón. Aquella tarde, Kido se dio cuenta de que con la señorita Taylor no parecía dolerle tanto tirar del hilo aunque al hacerlo el ancla se moviera. Desde ese primer encuentro, tenía la sensación de conocer a Agnes de toda la vida y de sentirse libre a su lado. Las visitas a su casa se volvieron asiduas, al menos un par de veces a la semana siempre y cuando el tiempo de estudio de Kido lo permitiera.
Últimamente no se veían mucho, precisamente porque era época de exámenes, pero eso no cambiaba el hecho de que les uniera un vínculo especial.
—¿Qué pasó, Kid?
Kid. Nadie más le llamaba así.
La señorita Taylor entró en la cocina, dejando sobre la mesa una bolsita de compra y su bolso. Se acercó a Kido, haciéndole una seña para que no se levantase, y le dio un sonoro beso en la mejilla. Lo estrechó un segundo entre sus brazos antes de apartarse y mirarle fijamente. Sus ojos se posaron de inmediato sobre la gasa y el contorno del moratón.
—Oh…
—No se preocupe—le dijo él inmediatamente.Al principio de conocerla, el uso del “usted” le había resultado extraño, distante. Pero en menos tiempo del esperado se había acostumbrado a tratarla de esa forma, como sabía que ella estaba más cómoda—sólo fue un susto, señorita, ya estoy bien.
—Pero…—ella le miraba de hito en hito, nada convencida-- ¿y ese mareo? Estás pálido…
--Soy pálido—sonrió Kido—y, bueno… todo el mundo se marea alguna vez.
No le molestaba el interés de Agnes, pero sentía que ya había cubierto el cupo de tonterías sobreprotectoras. ¿Acaso a él no podía darle un jamacuco de vez en cuando como al resto de los mortales?
—Ya, pero tú…
Lo de siempre. “Taylor, por favor, tú no…”
—Por cierto—dijo Inti, mientras colocaba el contenido de las bolsas de la compra en la nevera--¿Te has tomado la pastilla?
“Me cago en la puta, Inti” le hubiera gustado contestar a Kido, vocalizando claramente. Pero delante de Taylor no quería usar ese tipo de expresiones; la señorita se le antojaba como un espíritu trémulo, etéreo… demasiado sensible para cierta clase de lenguaje.
—Sí, como hago todos los días sin necesidad de que nadie me lo recuerde--gruñó.
Inti se mordió el labio y se giró hacia Taylor conteniendo una carcajada.
—Está cabreado como un enano desde lo que le ha pasado; en realidad está muy irritable desde que ayer vio en casa…
—¡Eh!
Kido abrió mucho los ojos. ¿Sería su hermano tan cabrón de mencionar a Ballesta, de insinuar algo referente a ese tema delante de Taylor?
Inti miró a su hermano con un brillo de malicia en los ojos, se encogió de hombros y siguió guardando la compra.
—¿Desde que ayer vio qué?—preguntó ella. Soltó a Kido y se sentó en una silla, frente a la mesa de la cocina--¿qué pasó ayer?
—Nada—respondió Kido, tratando de resultar natural—eso. Que llegué a casa, y…
—Y vio algo que le asustó mucho—terminó Inti—tanto que cayó al suelo de la impresión.
La señorita frunció el ceño, extrañada.
—Bueno…--dijo pensativa—si fue un susto, por lo menos no caíste por una bajada repentina de tensión…
—Ah, no, no.--Kido removió el cacao de su vaso, incómodo—no, no fue nada de eso. La tensión la tengo perfectamente.
—Vaya, menos mal. Y, ¿qué fue lo que viste?
Inti guiñó un ojo a Kido sin que Taylor se diera cuenta, y se agachó para guardar las bolsas de plástico arrugadas en el armario bajo el fregadero. Kido dudó unos segundos, agobiado por no saber qué contestar.
—Vi… un bicho—dijo al fin.
Inti soltó una carcajada con la cabeza metida en el armario.
—¿Un bicho?—Los ojos de la señorita Taylor se habían abierto como dos ruedas de molino. Le espantaban los insectos.
—¡Buf! ¡Y qué tamaño tenía!—exclamó Inti, saliendo de su escondite.
Taylor enarcó las cejas con aprensión.
—¿En serio?
Kido miró a Inti por un segundo con expresión de querer matarlo.
—Sí—continuó éste, como si no le hubiera visto—vaya pedazo de aguijón… parecía una auténtica ballesta…
¿Pero qué…?
Kido echó hacia atrás la silla violentamente y se levantó. No iba a seguir allí para aguantar el choteo de su hermano.
—Creo que voy a ducharme.
—Eh, no…
Inti hizo amago de querer detenerlo.
—Como se te ocurra intentar impedírmelo, te mato—le espetó Kido, apretando los dientes.
Inti dio un paso atrás, negó con la cabeza y le observó alejarse por el pasillo.
—¡Adelante, vete!—le dijo en voz alta—rómpete la cabeza, idiota.
Desde la cocina se escuchó claramente los grifos de la ducha al abrirse mientras Kido se desgañitaba cantando “La Bamba” a voz en cuello.
Una vez en la intimidad, bajo el chorro de la ducha, Kido no pudo evitar volver a pensar en El Loco. Se dio cuenta de que, a pesar de que Taylor sabía cosas de él que nadie más conocía, nunca le había hablado a ella de lo mucho que le descolocaba el profesor. No se sentía avergonzado al pensar en decírselo, al contrario. Sería muchísimo más fácil hablarle a ella que a Inti, ¿cómo no lo había pensado antes? Al pensar en ella le vinieron a la mente las palabras justas.
Horror. Kido estrujó la esponja en la tenaza de su mano cuando se dio cuenta de qué palabras eran esas.
Ballesta—(¿Halley?)-- le… le…
¡No! ¡De ningún modo!
Kido sacudió violentamente la cabeza como negando esta idea ante un observador invisible. No.
Pero… En los ojos de él…
¿Qué demonios había en sus ojos, qué trampa oscura escondían que tanto le enganchaba?
Preso de su imaginación, recreó el cabello del profesor, castaño, que caía lacio hasta la parte baja de su cuello rozando sus hombros. Pensó en su boca, que se torcía en ese gesto tan suyo que no terminaba de ser una sonrisa; un gesto despectivo e irreverente, ¿vanidoso, tal vez?
Le fascinaba tanto el aspecto físico de Ballesta—alto, muy alto, siempre con esa camisa exquisitamente planchada bajo la bata—como la silueta de su psique que tan sólo podía intuir.
Le atrapaban sus ojos, le inquietaba su mente; a Kido le gustaba mirar sus labios mientras él hablaba, sus manos… manos grandes de dedos delgados, largos… Joder. Se había empalmado.
No podía creerlo. Jadeó al rozar con la mano la repentina erección. La polla se le había puesto dura como una piedra de pronto, bruscamente, y se endureció aún más dentro de su mano cuando la agarró.
Se permitió pensar en los ojos oscuros de Ballesta una vez más, y un nudo de deseo se le apretó en el vientre con una fuerza que le dejó sin respiración. Necesitaba profundamente algo…
Se apoyó contra los azulejos y cerró los ojos, rindiéndose a imaginar que Ballesta estaba a su lado, muy cerca, acariciándole con su mano, exactamente con la presión adecuada y a la velocidad justa… con los labios casi tocando su cuello, su pecho.
Oh…
Fue una paja rápida. Kido llegó al orgasmo en cuestión de segundos.
Al volver en sí bajo el chorro de agua caliente, se forzó por olvidar lo que acababa de hacer, ese funesto derrape mental. Pero sabía de antemano que esa lucha estaba perdida; tenía que hablar con Taylor, aunque aún no sabía qué le diría, pero si no lo hacía le esperaba un tormento interminable de comedura de tarro consigo mismo.
Se encaminó a la cocina: tenía que limpiar todo el desastre que se había formado con la caída de Kido, y quería hacerlo antes de que éste pudiera verlo. Su hermano tomaba una medicación anticoagulante desde que era muy pequeño y había sangre por todas partes; con razón el médico que le atendió había insistido en dejarle ingresado. Pero no era la primera vez que se encontraban en una tesitura como esa, e Inti sabía perfectamente la fobia que tenía su hermano a los hospitales, por mucho que éste fingiera para que no se le notara. Si podía evitarlo, prefería no hacer pasar a Kido por el trago de pernoctar en la sala de observación de urgencias.
Comenzó a recoger los restos de sangre pasando una bayeta humedecida sobre los muebles. El paño se tiñó al poco tiempo de rojo intenso: la sangre de su hermano no solía quedarse marrón al secarse, sino de un color extraño, una especie de magenta oscuro. Inti lavó la bayeta bajo el grifo y agarró el rollo de papel absorbente para continuar limpiando. Tuvo que apartar las sillas y pasar la fregona por el suelo; incluso había manchas en la pared. No recordaba que Kido hubiera perdido tanta sangre… quizá había metido la pata al pedir al médico que le dejara ir a casa sin más. De cualquier manera, a pesar del hematoma que le bajaría hasta el ojo, la herida parecía bien cerrada ahora. La gasa que la cubría había permanecido limpia en todo momento durante el trayecto de vuelta, a pesar de que Kido había hablado y se había movido, e incluso había reído.
Cerró los ojos con fuerza para alejar de sí aquello que más temía en el mundo. “No seas idiota” se dijo, enfadado consigo mismo “es sólo una brecha y un moratón, no le pasará nada”.
Terminó de recoger y llamó a Kido desde el pasillo, sin querer volver a irrumpir en el baño. Necesitaba saber que estaba bien.
—Si no salgo te va a dar un patatús, ¿verdad?
La voz de Kido sonaba muy cansada, pero Inti creyó advertir en ella una jocosa resignación que le relajó en cierta manera. Su hermano no estaba enfadado con él.
—¿Necesitas que te ayude?—le preguntó, respetando la barrera física de la puerta entornada.
—¡No, joder!
Inti escuchó cómo el agua se agitaba al salir su hermano de la bañera. Respiró aliviado cuando minutos después la puerta se abrió y pudo verle por fin la cara, comprobando que tenía buen color y que la gasa de la herida seguía limpia y en su sitio.
Kido observaba a su hermano desde la puerta del baño, tamborileando con los dedos sobre el marco, con una toalla enroscada a la cintura.
—¿Te importaría darte la vuelta mientras me visto?—le espetó, ceñudo.
—¿Qué? Ah, sí.
Inti se giró hacia el pasillo, dándole la espalda. Qué tontería, como si no hubiera visto desnudo a su hermano veces… en cualquier caso, no pensaba discutir.
—Te has pasado cinco pueblos —gruñía Kido detrás de él, poniéndose el chándal negro que usaba como pijama y que Inti le había preparado en el radiador del baño—no quiero volver a oír nada como lo que has dicho antes, ¿de acuerdo?
—De acueeerdooo…--replicó Inti, arrastrando las palabras.
—Pero lo digo de verdad, no me digas que sí como a los locos, Inti.
El aludido rio y negó con la cabeza.
—Eres un jodido petardo. ¿Puedo girarme ya?
—¡No!
La noche sin Silver, a expensas de los cuidados de Inti y sin nada que distrajera a éste, se le hizo eterna a Kido, al menos hasta que finalmente cayó dormido. Su último pensamiento antes de cerrar los ojos, lamentablemente, fue para Ballesta. No quería mirar de cerca la expectativa que le aguardaba el domingo; le interesaba la astronomía y “Caminando entre estrellas” era un nombre más que sugerente… pero en aquel momento le pareció, al borde de caer en un pesado sueño, que prefería sencillamente morir a asistir a aquel evento con el profesor.
"Me han dicho que tengo que despertarte cada hora" recordaba vagamente que había dicho Inti, quien se había apostado en una silla junto a su cama como un centinela.
—Vete a tomar por culo…
Ojalá su hermano tuviera el sentido común de dejarle dormir, por lo menos.
Tras decir estas amables palabras, Kido cayó rendido, vencido por el cansancio. Poco después respiraba profundamente e incluso roncaba a cada rato.
Inti sonrió, Inclinándose sobre él una vez más para verificar el estado del apósito que cubría la herida. Al día siguiente levantaría la gasa y trataría de que Kido le dejara curar aquello. El hematoma no era tan grande como había pensado al principio, a pesar de que destacaba sobre la inflamación.
Todo parecía haber quedado en un susto, afortunadamente. Su hermano estaba bien; seguía igual de mal de la cabeza que habitualmente, eso sí, pero fuera del cabreo que se había agarrado parecía ser el de siempre. El analgésico le había hecho algo de efecto -a pesar de que sólo podía tomar una dosis muy baja-, y no había vomitado. Sonriendo aliviado, con la certeza de que por fin todo había quedado atado y “bien”, Inti configuró la alarma de su móvil en el tono más bajo para que le despertara al cabo de una hora y se tumbó en la cama junto a Kido. Colocó el teléfono contra su pecho, bajo la camiseta, para asegurarse de despertarse con la vibración, y se recostó detrás de su hermano procurando no despertarle. Pasó un brazo por encima de los hombros de Kido y cerró los ojos, con la frente pegada a su nuca. Poco después logró relajarse del todo por fin, escuchando la respiración acompasada de su hermano y empapándose del olor de su piel dormida. Cerró los ojos, estrechó a Kido contra sí y, tras lanzar un largo suspiro, descansó.
La mañana de sábado amaneció densa y nubosa. A pesar de que Inti había cumplido su amenaza de despertar a Kido cada cierto tiempo, éste había dormido bien, o al menos se sentía descansado. Cuando abrió los ojos estaba solo en la cama, con una nota garabateada apresuradamente en un papelito sobre la almohada, cerca de su cabeza.
“He salido a comprar, vuelvo en diez minutos” podía leerse en la nota “NO TE MUEVAS”.
Por dios.
Resoplando, Kido se levantó de la cama y se dirigió a la cocina. Eran más de las once, necesitaba algo que llevarse a la boca para pasar la medicación que llevaba tomando hacía más de trece años, todas las mañanas, y que bajo ningún concepto podía abandonar.
Se frotó los ojos, con lo que las inmediaciones de la herida sobre su ceja izquierda protestaron inmediatamente. La piel le tiraba pero no le dolía tanto como la noche anterior, al menos no si no se tocaba. Pasó por el baño para echarse un poco de agua en la cara, cuidando de no mojar la gasa sobre su ojo, y, sin querer detenerse a mirarse en el espejo—aún no-- se encaminó hacia la cocina. Se encontraba algo mareado aún, pero se dijo que era porque tenía un hambre canina, y también mucha sed.
Se preparó el desayuno, cogió la caja amarilla y blanca de su medicación y la puso en la mesa junto a la taza de leche y al plato. No bien hubo colocado el culo en la silla, sin embargo, escuchó la llave en la cerradura de la puerta. Tragó la pequeña pastilla rápidamente con un sorbo de leche y se preparó para encarar al plasta de su hermano.
—Kido…—Inti se plantó en la puerta de la cocina, portando dos bolsas de plástico repletas--¿Por qué te has levantado?
El aludido fue a contestar la primera burrada que se le ocurrió, pero de pronto escuchó pasos y una voz femenina detrás de su hermano, una voz que conocía muy bien. Dio un pequeño bote en la silla y cerró la boca… ¿La señorita Taylor?
—Hola, Kid…
Inmediatamente, la hermosa cabeza de ella asomó por el arco de la puerta detrás de Inti.
Kido se miró un segundo la ropa—dios, qué aspecto tan lamentable—y le lanzó a la señorita Taylor una sonrisa de oreja a oreja a pesar del mal momento. Siempre le agradaba verla.
La señorita Taylor era vecina del bloque, vivía en el quinto piso y ellos en el tercero. Pero no sólo era vecina, era mucho más. De hecho, había sido un gran apoyo para Inti y sobre todo para Kido, cuando la madre de ambos había muerto el año pasado. No era que Agnes -tal era su nombre de pila- hubiera sido una “madre” para Kido en el trascurso de ese año—era mayor que él, pero demasiado joven aún para pasar por esa figura—pero éste sabía que ella había estado allí. La mujer le había brindado, casi por pura casualidad, una amistad que había sido para él un refugio frente a la rabia, la pena y la soledad.
En poco tiempo, aquella soltera extraña que vivía en el quinto, venida de Inglaterra y que insistía en ser llamada de acuerdo a arcaicos formalismos, se había convertido para Kido en una amiga en la que confiar a ciegas. Con ella, Kido había hablado de cosas que jamás había contado nadie. Él no entendía muy bien por qué, por qué precisamente con ella; Agnes era psicóloga y él lo sabía, pero nunca había tenido la sensación de “hacer terapia” mientras ambos pasaban el tiempo juntos. Jamás se había sentido como su paciente.
La tarde en la que Kido comenzó a confiarle recuerdos y viejos temores a la señorita Taylor, ella no había hecho nada salvo ofrecerle una taza de chocolate y sentarse frente a él para escucharle. Había sido una tarde lluviosa, poco después de la muerte de la madre de Kido, aunque éste recordaba lo sucedido como si hubiera pasado el día anterior. Allí, frente a ella, él había comenzado a hablar, al principio de algo banal, pero de pronto, sin saber cómo, se había encontrado tirando de una especie de hilo enredado en la madeja de su vida y mostrándoselo a ella. Una vez hubo comenzado a hacer esto, le había sido imposible parar a pesar del horror que le causaba estar desnudo, mentalmente hablando. Pero aunque en ese momento Agnes había sido una completa desconocida, de alguna manera algo le había animado a hacerlo.
Ese hilo del que había comenzado a tirar estaba rematado por un ancla que se clavaba en su corazón. Aquella tarde, Kido se dio cuenta de que con la señorita Taylor no parecía dolerle tanto tirar del hilo aunque al hacerlo el ancla se moviera. Desde ese primer encuentro, tenía la sensación de conocer a Agnes de toda la vida y de sentirse libre a su lado. Las visitas a su casa se volvieron asiduas, al menos un par de veces a la semana siempre y cuando el tiempo de estudio de Kido lo permitiera.
Últimamente no se veían mucho, precisamente porque era época de exámenes, pero eso no cambiaba el hecho de que les uniera un vínculo especial.
—¿Qué pasó, Kid?
Kid. Nadie más le llamaba así.
La señorita Taylor entró en la cocina, dejando sobre la mesa una bolsita de compra y su bolso. Se acercó a Kido, haciéndole una seña para que no se levantase, y le dio un sonoro beso en la mejilla. Lo estrechó un segundo entre sus brazos antes de apartarse y mirarle fijamente. Sus ojos se posaron de inmediato sobre la gasa y el contorno del moratón.
—Oh…
—No se preocupe—le dijo él inmediatamente.Al principio de conocerla, el uso del “usted” le había resultado extraño, distante. Pero en menos tiempo del esperado se había acostumbrado a tratarla de esa forma, como sabía que ella estaba más cómoda—sólo fue un susto, señorita, ya estoy bien.
—Pero…—ella le miraba de hito en hito, nada convencida-- ¿y ese mareo? Estás pálido…
--Soy pálido—sonrió Kido—y, bueno… todo el mundo se marea alguna vez.
No le molestaba el interés de Agnes, pero sentía que ya había cubierto el cupo de tonterías sobreprotectoras. ¿Acaso a él no podía darle un jamacuco de vez en cuando como al resto de los mortales?
—Ya, pero tú…
Lo de siempre. “Taylor, por favor, tú no…”
—Por cierto—dijo Inti, mientras colocaba el contenido de las bolsas de la compra en la nevera--¿Te has tomado la pastilla?
“Me cago en la puta, Inti” le hubiera gustado contestar a Kido, vocalizando claramente. Pero delante de Taylor no quería usar ese tipo de expresiones; la señorita se le antojaba como un espíritu trémulo, etéreo… demasiado sensible para cierta clase de lenguaje.
—Sí, como hago todos los días sin necesidad de que nadie me lo recuerde--gruñó.
Inti se mordió el labio y se giró hacia Taylor conteniendo una carcajada.
—Está cabreado como un enano desde lo que le ha pasado; en realidad está muy irritable desde que ayer vio en casa…
—¡Eh!
Kido abrió mucho los ojos. ¿Sería su hermano tan cabrón de mencionar a Ballesta, de insinuar algo referente a ese tema delante de Taylor?
Inti miró a su hermano con un brillo de malicia en los ojos, se encogió de hombros y siguió guardando la compra.
—¿Desde que ayer vio qué?—preguntó ella. Soltó a Kido y se sentó en una silla, frente a la mesa de la cocina--¿qué pasó ayer?
—Nada—respondió Kido, tratando de resultar natural—eso. Que llegué a casa, y…
—Y vio algo que le asustó mucho—terminó Inti—tanto que cayó al suelo de la impresión.
La señorita frunció el ceño, extrañada.
—Bueno…--dijo pensativa—si fue un susto, por lo menos no caíste por una bajada repentina de tensión…
—Ah, no, no.--Kido removió el cacao de su vaso, incómodo—no, no fue nada de eso. La tensión la tengo perfectamente.
—Vaya, menos mal. Y, ¿qué fue lo que viste?
Inti guiñó un ojo a Kido sin que Taylor se diera cuenta, y se agachó para guardar las bolsas de plástico arrugadas en el armario bajo el fregadero. Kido dudó unos segundos, agobiado por no saber qué contestar.
—Vi… un bicho—dijo al fin.
Inti soltó una carcajada con la cabeza metida en el armario.
—¿Un bicho?—Los ojos de la señorita Taylor se habían abierto como dos ruedas de molino. Le espantaban los insectos.
—¡Buf! ¡Y qué tamaño tenía!—exclamó Inti, saliendo de su escondite.
Taylor enarcó las cejas con aprensión.
—¿En serio?
Kido miró a Inti por un segundo con expresión de querer matarlo.
—Sí—continuó éste, como si no le hubiera visto—vaya pedazo de aguijón… parecía una auténtica ballesta…
¿Pero qué…?
Kido echó hacia atrás la silla violentamente y se levantó. No iba a seguir allí para aguantar el choteo de su hermano.
—Creo que voy a ducharme.
—Eh, no…
Inti hizo amago de querer detenerlo.
—Como se te ocurra intentar impedírmelo, te mato—le espetó Kido, apretando los dientes.
Inti dio un paso atrás, negó con la cabeza y le observó alejarse por el pasillo.
—¡Adelante, vete!—le dijo en voz alta—rómpete la cabeza, idiota.
Desde la cocina se escuchó claramente los grifos de la ducha al abrirse mientras Kido se desgañitaba cantando “La Bamba” a voz en cuello.
Una vez en la intimidad, bajo el chorro de la ducha, Kido no pudo evitar volver a pensar en El Loco. Se dio cuenta de que, a pesar de que Taylor sabía cosas de él que nadie más conocía, nunca le había hablado a ella de lo mucho que le descolocaba el profesor. No se sentía avergonzado al pensar en decírselo, al contrario. Sería muchísimo más fácil hablarle a ella que a Inti, ¿cómo no lo había pensado antes? Al pensar en ella le vinieron a la mente las palabras justas.
Horror. Kido estrujó la esponja en la tenaza de su mano cuando se dio cuenta de qué palabras eran esas.
Ballesta—(¿Halley?)-- le… le…
¡No! ¡De ningún modo!
Kido sacudió violentamente la cabeza como negando esta idea ante un observador invisible. No.
Pero… En los ojos de él…
¿Qué demonios había en sus ojos, qué trampa oscura escondían que tanto le enganchaba?
Preso de su imaginación, recreó el cabello del profesor, castaño, que caía lacio hasta la parte baja de su cuello rozando sus hombros. Pensó en su boca, que se torcía en ese gesto tan suyo que no terminaba de ser una sonrisa; un gesto despectivo e irreverente, ¿vanidoso, tal vez?
Le fascinaba tanto el aspecto físico de Ballesta—alto, muy alto, siempre con esa camisa exquisitamente planchada bajo la bata—como la silueta de su psique que tan sólo podía intuir.
Le atrapaban sus ojos, le inquietaba su mente; a Kido le gustaba mirar sus labios mientras él hablaba, sus manos… manos grandes de dedos delgados, largos… Joder. Se había empalmado.
No podía creerlo. Jadeó al rozar con la mano la repentina erección. La polla se le había puesto dura como una piedra de pronto, bruscamente, y se endureció aún más dentro de su mano cuando la agarró.
Se permitió pensar en los ojos oscuros de Ballesta una vez más, y un nudo de deseo se le apretó en el vientre con una fuerza que le dejó sin respiración. Necesitaba profundamente algo…
Se apoyó contra los azulejos y cerró los ojos, rindiéndose a imaginar que Ballesta estaba a su lado, muy cerca, acariciándole con su mano, exactamente con la presión adecuada y a la velocidad justa… con los labios casi tocando su cuello, su pecho.
Oh…
Fue una paja rápida. Kido llegó al orgasmo en cuestión de segundos.
Al volver en sí bajo el chorro de agua caliente, se forzó por olvidar lo que acababa de hacer, ese funesto derrape mental. Pero sabía de antemano que esa lucha estaba perdida; tenía que hablar con Taylor, aunque aún no sabía qué le diría, pero si no lo hacía le esperaba un tormento interminable de comedura de tarro consigo mismo.
4-Magdalenas para Taylor
A Kido le vinieron de perlas un par de mandarinas que se le habían caído a Agnes de la bolsa de la compra sin que ella se diera cuenta. Las pequeñas pelotitas de color naranja habían rodado hasta debajo de la mesa en un momento de distracción, cuando Taylor había dejado precipitadamente la bolsa para acercarse a Kido. El chico las rescató del suelo en cuanto las vio junto a una de las patas de la mesa, cuando ella ya se había marchado.
—Taylor se ha dejado unas mandarinas—comentó a Inti justo al terminar de comer, señalando las frutas que había colocado sobre la encimera.
Su hermano le había curado la herida—Kido por fin se había visto en el espejo: cinco puntos de sutura solamente, y no se veían nada mal--, había recogido la casa como un torbellino y había preparado la comida, sin dejarle a él participar en nada de esto, claro. En ese momento se afanaba en recoger la mesa, empeñado en hacerlo él solo, insistiendo en que su hermano se quedara sentado nuevamente sin mover un músculo como si fuera de cristal. Kido sabía que Inti no podía evitar hacer aquello, pero estaba comenzando a sentirse realmente agobiado.
—Ah. Iré a llevárselas luego.
Antes de que Inti pudiera decir una palabra más, Kido se levantó de la silla y cogió una bolsa de plástico.
—No, déjalo. Descansa un poco, iré yo.
—¿Qué…? No—Inti negó de inmediato con la cabeza—aún no han pasado veinticuatro horas.
Kido suspiró largamente: había Llegado el momento de dar el golpecito en la mesa. Como no se plantara, le quedaba un resto de día muy jodido. Pero había que hacerlo con calma y algo de mano izquierda también... Inti no se merecía menos dada su eterna buena intención.
—Por amor de dios, sólo será hasta el ascensor y subir dos pisos… me vendrá bien moverme un poco.
Inti miró a su hermano, sujetando un plato lleno de jabón entre las manos. Comprendía a Kido, pero tenía miedo.
—Venga, Inti—continuó éste—sé que estás preocupado… pero no va a pasar nada, estoy bien, en serio.
—¿Seguro?
—Sí… además me apetece visitar a Taylor, hace tiempo que no voy a verla. Tal vez tomemos un café.
Inti pareció relajarse. Imaginar a su hermano con Taylor le tranquilizó un poco.
—Vale—concedió—pero vas con ella, ¿verdad? No te vas a ir por ahí a hacer el cabra…
Kido negó vehemente.
—No, no, ¿dónde voy a ir? Pásate por ahí a comprobarlo—dijo mientras metía las mandarinas en la bolsa y se dirigía hacia la puerta—o llama por teléfono si no me crees.
—No, no. No hace falta, pero…
Kido pasó junto a su hermano para salir y le dio un golpecito juguetón en el brazo.
—Te preocupas demasiado, y te lo agradezco. Pero estaré bien, de verdad—le dijo— volveré pronto. Te quiero.
Inti suspiró y le devolvió el golpe.
—Venga… pero si te encuentras mal, vuelve…
—Claro.
Minutos después, a las cuatro en punto de la tarde, Kido pulsaba—por fin-- el timbre de la puerta de Taylor. Inmediatamente escuchó pasos al otro lado que se detuvieron cuando ella atisbó por la mirilla, quizá extrañada de recibir visita a aquella ahora. A los pocos segundos oyó el ruido de la cadena metálica al ser retirada y la puerta se abrió ante él.
—Anda, ¡qué sorpresa!
La señorita Taylor sonrió a Kido con sincera alegría y le hizo un gesto para que pasara. Era de esas personas que cuando sonríen lo hacían no solo con la boca, sino también con los ojos, iluminándose todo su rostro como un sol radiante. A Kido le encantaba verla sonreír. Desde algún punto en el salón le llegaron, nada más entrar, los acordes amortiguados de Dire Straits tocando aquella canción cuyo nombre nunca conseguía recordar.
*“And Harry doesn't mind
if he doesn't make the scene.
He's got a daytime job he's doing alright
He can play honky tonk just like anything”*
—Sé que acabamos de vernos, pero ya la echaba de menos—rió—Se dejó esto—añadió, dando un tímido paso hacia dentro de la vivienda y tendiéndole la bolsa con las mandarinas.
—¡Oh! …¡gracias!—Taylor examinó por un segundo el contenido de la bolsa—Vaya, ni me había dado cuenta…
Cogió las mandarinas y se encaminó a la cocina, haciéndole a Kido una señal para que la siguiera y moviendo el culo al compás de la música.
—Justo ahora iba a hacerme un té—le dijo—¿Te apetece uno?
—No se preocupe, no quiero molestarla…
—¡Oh, no!—exclamó ella—tú nunca molestas, no digas eso. Pasa, te prepararé un té.
Kido sonrió y la siguió hasta la cocina.
—Me encantaría… pero no debo…
Entró a la coqueta cocina de Taylor y observó cómo ella colocaba las frutas en un bol donde había más pelotitas naranjas.
—Ah, sí. Olvidaba que tienes que beber con moderación—la mujer le guiñó un ojo-- ¿qué tal un cafetito… descafeinado?
Kido asintió. En esas ocasiones se sentía como un jubilado. Evitar estimulantes, no pasarse con antiinflamatorios gastrolesivos, abstenerse del alcohol...abstenerse de follar sería lo que faltaba.
—Eso sí puedo, muchas gracias.
Estaba empezando a odiar el jodido café descafeinado, pero qué remedio le quedaba. Seguro que el que le prepararía Taylor estaría bueno, se dijo esperanzado, no podía ser de otra forma viniendo de sus manos.
—¿Te duele mucho la ceja?—preguntó ella, colocando un par de tacitas blancas sobre la mesa bajo sus respectivos platitos.
—Un poco…
—¿Has pensando en aprovechar y hacerte un piercing a juego con el de la otra?—Taylor levantó la vista sonriendo, señalando con la barbilla la barrita de acero que atravesaba la ceja derecha de Kido, coronada por una bolita del mismo material.
—Uf, menos mal que no me di ahí el golpe, hubiera sido un destrozo todavía peor.
Sí, y su hermano no se lo hubiera perdonado.
Aquel piercing casi le había costado la vida a Kido, en el sentido emocional de la palabra, cuando decidió hacérselo hacía dos años a espaldas de su madre y de Inti. Se había ido a un tugurio de mala muerte por cuenta propia, con todo planeado hasta el extremo, obviando la medicación que tomaba aunque sabía que con esa puta pastilla la práctica que iba a hacer estaba más que contraindicada. Aparte de sangrar como un cerdo no le pasó nada, pero su madre se tiró un día entero sin dirigirle la palabra y la bronca de Inti fue colosal (“¡Es absurdo!” había repetido sin cesar, a puro grito “¿Por qué haces siempre cosas absurdas? ¿No te das cuenta de que te puedes matar? ¡Egoísta!”).
¿Egoísta? Puede. Había priorizado su deseo, esa chorrada, frente a la preocupación de él y de su madre, sí. Pero lo de matarse por un piercing le resultaba a Kido difícil de creer: no conocía a nadie que hubiera muerto de esa forma, sangrando a chorro por un puntito tamaño cabeza de alfiler. Desesperado, había acudido a Silver pensando que, dada la consabida afición a las perforaciones de éste, le entendería mejor… pero Melenas (el terror de las nenas) también se lo había tomado mal; Kido se llevó otra charla sobre lo “absurdo” de jugar con la salud, y sobre el mal detalle de preocupar inútilmente a seres queridos, etc., etc.
Lo mejor de todo esto era que sabía que, en caso de volver atrás, se volvería a hacer ese condenado piercing sin dudarlo. Y eso que casi disfrutó más planeando la jugada que por llevarlo puesto, pero ahí estaba el quid de la cuestión precisamente.
Cuando tenía tres años, a Kido le diagnosticaron una estenosis aórtica congénita, una patología cardiaca heredada en la que una de las válvulas de su corazón tendía a estrecharse sin poder funcionar correctamente. Le operaron al poco tiempo, intervención que quedaría siempre gravada en su piel en forma de larga cicatriz vertical en mitad de su pecho, desde debajo del cuello hacia su ombligo. Kido era raro hasta por dentro: la estenosis no era la única “malformación” congénita que había adquirido, también le ocurría algo llamado “situs inversus”, que consistía por decirlo así en que Kido, por dentro, estaba al revés. Es decir, tenía el corazón cambiado de sitio, apuntando hacia la derecha—dextrocardia, le gustaba esa extraña palabra--, y algunos órganos internos como el hígado o el bazo en el lado contrario al correspondiente. Este hecho no revestía problemas realmente por sí mismo, pero era algo a tener en cuenta para no pegarse un susto si le hacían una radiografía, por ejemplo, y algo más que vigilar.
En la operación del corazón, como él era muy pequeño, no quisieron ponerle una válvula orgánica de tejido biológico. Esas había que cambiarlas y volver a operar al cabo de cierto tiempo, estaban indicadas en personas de más edad. Le habían colocado en lugar de esto una prótesis metálica sustituyendo a la válvula enferma, lo que le suponía a Kido tener que tomar todos los días aquella pastilla del tamaño de un comprimido de sacarina durante el resto de su vida. La pastilla impedía que la sangre se coagulara en torno a la prótesis y se le formara un trombo, lo que podría llevar a Kido a la muerte. Pero claro, su efecto se notaba no sólo en la válvula sino a todos los niveles: Kido no podía ponerse en riesgo de ninguna manera, porque con cualquier corte, herida o hematoma sangraría mucho más de lo normal. Por no hablar de las hemorragias internas… tenía contraindicados justo los medicamentos que en ese momento mejor le vendrían: antiinflamatorios como el ibuprofeno, por ejemplo, por su efecto lesivo sobre la mucosa gástrica. En general, el consumo de antiinflamatorios y analgésicos lo tenía muy limitado, y le parecía tan cansino organizarse que prefería aguantar y no tomar nada.
La vida desde su operación había consistido para él en querer escapar de una jaula de plata constantemente. Quería vivir y comprendía que no debía arriesgarse; pero la existencia así, encerrado, no era vivir. Había deportes que no podía hacer; no podía tomar estimulantes por una posible bajada refleja de tensión arterial al subirle la frecuencia cardiaca, y si cogía un cuchillo para cortar una zanahoria, su hermano o su madre se lo quitaban de las manos alegando cualquier pretexto.
Hacía tiempo que le había hablado de todo eso a la señorita Taylor, y ella le había escuchado. Agnes le había entendido, y Kido había podido por un momento dejar de estar solo en aquella jaula a la que podía referirse sólo con palabras. En el fondo, la certeza de que realmente era un “egoísta” por querer vivir a toda costa le hacía sentirse culpable, y Taylor también le había ayudado en eso, quitándole de un plumazo gran cantidad de la carga que Kido llevaba sobre los hombros con solo una conversación. Kido todavía no sabía cómo ella había logrado hacer algo así. No hacia terapia con él… pero era psicóloga al fin y al cabo, y muy inteligente.
Taylor preparó la cafetera con el café descafeinado y retiró la tetera con agua hirviendo del fuego.
—Siéntate, Kid…--le indicó.
Kido no puso objeción. Le encantaba la cocina de Taylor, parecida a la de una bruja buena: ordenada, curiosa y limpia pero abarrotada de las cosas más extrañas. Olía bien allí, a algo dulce y calentito. Se acomodó sobre una de las sillas con asiento de mimbre que había cerca de la mesa.
—Gracias—le dijo—tenía ganas de respirar un poco. Mi hermano me estaba volviendo loco.
—Te tiene hasta el gorro, eh…—rio la señorita con desenfado, sentándose frente a él mientras se hacía el café. Vertió agua de la tetera en su taza y añadió el té para la infusión—se preocupa por ti, Kido… tu hermano te quiere.
—Ya, ya lo sé—respondió él inmediatamente—si yo entiendo lo que siente… pero ya no aguantaba más, en serio.
Taylor miró a Kido con ternura y volvió a reír. Aquel chico extraño, adorable y diferente, no dejaba de sorprenderla. Había algo en él que a ella le hacía tener esperanza por encima de todos los demonios de la caja de Pandora. Había un brillo en sus ojos al que ella se agarraba, porque significaba una especie de atalaya en el oleaje, algo por lo que valía la pena seguir adelante luchando por respirar. Esto Kido lo desconocía, por supuesto, aunque sí sabía que Agnes le quería mucho. Lo sabía porque ella se lo había dicho en alguna ocasión; su amiga inglesa no parecía tener problemas a la hora de comunicar ese tipo de cosas.
—Me pone barreras para todo…--continuó, refiriéndose a Inti—yo sé que es porque quiere protegerme, pero me exige que las acate, y no puedo ni protestar. A veces me trata como si fuera idiota…
La señorita asintió. Le entendía perfectamente.
—Tú le quieres, ¿verdad?—preguntó, tras permanecer unos segundos pensativa.
—¡Claro!—Kido soltó la respuesta que le venía a la mente—Más que a nadie en este mundo. Pero no soporto que me trate así.
Taylor sonrió de nuevo y dejó la cafetera humeante junto a Kido, encima de un pequeño círculo acolchado de cuadritos rojo y blanco. Olía maravillosamente.
—Bueno, dentro de poco se tranquilizará al ver que estás bien, ya lo veras… Oye— añadió, como si de pronto recordara algo—echo de menos tus magdalenas, ¿sabes?—le lanzó a Kido una sonrisa apretada, cómplice—y tu arroz con leche, y tu bizcocho...
Kido rio. La elaboración de postres caseros era su afición oculta, hasta cierto punto inconfesable. La compartía sólo con Inti y con la señorita Taylor desde que ésta probó las citadas magdalenas de limón.
—Ah, sí… quedarían estupendas ahora, con mi café y su té—respondió—la próxima vez que haga le traeré, se lo prometo.
Ella juntó las manos exagerando un gesto de emoción máxima.
—¡Oh, por favor, sí!...
Kido se sirvió azúcar en el café—mucho, le gustaba muy dulce—y se detuvo a observarla.
Agnes Taylor era una mujer joven, muy guapa, uno se preguntaba cómo era posible que siguiera soltera. Nunca la había visto con ningún amigo tampoco. Sólo sabía de ella lo que ella había querido mostrarle detrás de los muros de su casa; nunca habían salido a tomar algo ni a dar un paseo por la calle. Kido sólo conocía ese pequeño reducto de su mundo, donde nacía su mundo en realidad. Eso era genial, significaba conocer a una persona directamente… pero no tenía ni idea de cómo era ella en sociedad, y había muchas cosas sobre su vida que no sabía ni pensaba que fuera adecuado preguntar. La soltería de Taylor era una de esas cosas que había asumido como una eterna incógnita.
—Tenía ganas de verla, señorita—le dijo—no piense que he venido sólo para huir de mi hermano…
Ella ladeó la cabeza y le apretó la mano.
—Yo también tenía ganas de verte, Kid. Cuando esta mañana me encontré a Inti en el portal y me explicó lo que te había pasado, me preocupé mucho. Mucho…—añadió, sujetando la mano de él entre las suyas—me alegro de que hayas venido, y me alegro de que estés mejor.
Kido enrojeció ligeramente.
—Estoy mucho mejor, gracias. Pero, en realidad… necesitaba contarle algo…
No veía el momento de introducir el tema que le perturbaba, y quería desviar la cuestión de su salud de una vez por todas.
—Ah, ¿sí?
La señorita soltó la mano de Kido para coger su taza de té y dar un sorbito.
—Sí.
—¿Qué es?—inquirió, dejando la taza suavemente sobre el plato.
Al ver que Kido vacilaba con los ojos fijos en la superficie de su taza de café, le animó a hablar. Vaya, se había puesto muy serio de repente…
—¿Qué es, Kid? ¿Qué te pasa?
El aludido dio unas vueltas más con la cucharilla dentro de su café.
—¿Es algo referente a Inti? ¿Os habéis peleado?
—No, no, qué va…--Kido meneó la cabeza, con la mirada aún en el contenido de su taza—no tiene nada que ver con Inti. Es…
--Ahá…
—Es… sobre una persona. Creo que… no sé si… me gusta.
Le costó mucho decir aquello. Tenía la sensación de que las palabras se le atascaban en la boca, de necesitar un sacacorchos para poder expresarse.
—Oh, vaya, eso es bueno, ¿no?
Taylor le miraba sonriendo desde el otro lado de la mesa.
—No lo sé.
—¿Por qué no vamos al salón y me lo cuentas?—Sin esperar respuesta de Kido, cogió su taza y su plato y se levantó.—Creo que esto merece ser hablado en un sitio mejor que la cocina; los sillones son mucho más cómodos…--le dijo—puedes tomar el café allí.
Kido asintió, y aprovecho la transición de una habitación a otra para pensar cómo empezar a hablarle a Taylor sobre Ballesta. Pensar en él no le ayudó en absoluto, y recordar la paja que se había hecho en la ducha a su salud menos aún. Sintió el familiar acceso de vergüenza repentina al evocar todo aquello, y se encogió levemente sobre sí mismo mientras caminaba.
Se sentaron en el sofá que ocupaba casi por entero el pequeño saloncito de Taylor, flanqueado por dos pequeños sillones tapizados a juego en sencillo color blanco.
—¿No sabes si es bueno que te guste?—inquirió ella.
—La verdad es que dudo mucho que sea bueno…
La señorita sonrió triunfante.
—Era una pregunta con trampa—le espetó—si crees eso, es que efectivamente te gusta.
Kido enrojeció violentamente.
—Es cierto.
—Pero, ¿por qué no sería bueno? ¿Qué es lo que es tan grave?
El chico guardó silencio unos instantes. Se sentía terriblemente incómodo, pero aun así era mil veces mejor sacar aquello—y tenía que sacarlo—en compañía de Taylor que a lado de cualquier otro ser humano.
—¿Ella lo sabe?—murmuró la señorita, aproximándose un poco más a Kido.
—No, ella no. Él—respondió este y respiró hondo—es un hombre. Y no sé si lo sabe. A veces creo que sí.
—Ajá—Taylor asintió—Un hombre. Entiendo, Kid. Pero sigo sin comprender qué hay de malo en eso…
Kido suspiró largamente, dejando sobre la mesa la taza medio vacía.
—No lo sé…--musitó—es que yo…
—¿Nunca te habías sentido atraído por un hombre antes?
Kido negó con la cabeza.
—No… al menos no de este modo.
La señorita asintió.
—¿Y por chicas?
—Por chicas sí, creo que sí…--reflexionó Kido—pero ahora… no lo sé.
Ella soltó una risita como un cascabel.
—¿No lo sabes?
—No. Es que, verá…—el chico trataba de explicarse, Taylor podía ver el enorme esfuerzo que estaba haciendo para buscar las palabras adecuadas—todo lo que he sentido antes es pequeño en comparación con lo que siento por esta persona—dijo de un tirón.
Ella se puso seria y asintió de nuevo.
—Entiendo.
—He estado con alguna chica, sí—continuó él—y me ha gustado… o eso creía, pero ahora… ya no sé qué pensar.
—Estás hecho un lío.
—Sí…
La señorita se levantó del sillón y se acercó a un aparador que había pegado a la pared. Abrió un pequeño armario y sacó una cajita de carey del tamaño de esas que se utilizan en joyería para guardar pequeños abalorios, y volvió a sentarse junto a Kido en el sofá.
—Si Inti me ve hacer esto me mata—le dijo, mirándole de soslayo—pero creo que con una cosa así… esto te vendrá bien.
Abrió la cajita y ante el pasmo de Kido sacó una especie de piedra resinosa color marrón.
—¿Chocolate?—Kido abrió mucho los ojos y contuvo la risa—Señorita, no sabía que fumara usted…
—Oh, claro que fumo—respondió ella riendo—aunque no demasiado. El tabaco lo tengo escondido… pero de vez en cuando me viene bien uno de estos.
—La entiendo, créame. Tiene que decirme de donde lo saca.
—¡Eso nunca!—respondió ella, divertida—te invito y nada más, que bastante es eso ya. ¿Te apetece?
¿Apetecerle? Por favor…
—¡Claro!
—Bien…
La señorita se mostró a los pocos segundos como una verdadera experta, quemando la china y liando un hermoso canuto con maestría.
—Oh, se lo curra tanto que parece un cigarro normal…
—¿verdad?—preguntó ella, examinando su obra—Bueno, voy a encenderlo, tú sígueme contando. ¿Cuál es el problema de todo esto? porque sigo sin verlo.
—Pues la verdad, señorita…--retomó Kido—es que ahora no sé… si yo sería capaz de estar… físicamente con un hombre.
—Pues eso es lo mismo que con una mujer, Kid…
Kido rió. No, de ninguna manera. Para nada.
—No, claro que no—respondió—aunque ahora que lo pienso, ya no sé ni siquiera si sería capaz de estar con una mujer…—dejó escapar una risita. Pocas veces en su vida se había visto tan desorientado.
—Bueno… me refiero a que… con mujeres has disfrutado, físicamente—trató de explicarse Taylor, tras darle una profunda calada al porro--¿no?
Kido pensó durante unos segundos. Había estado con chicas, sí, pero aquella palabra—“disfrutar”—no parecía estar muy seguro de poder aplicarla.
—Sí, supongo que sí—contestó finalmente—no sé… lo he pasado bien, sí.
La señorita sonrió y le pasó el canuto.
—Venga, fuma. Creo que te hace falta.
—No sabe cómo se lo agradezco…
Kido cogió el peta y le asestó una buena calada. Se moría de ganas. Oh, qué bien. Aquella mierda tenía que tener un efecto placebo en su mente, porque al momento de aspirarla se sintió más relajado.
—Bueno, yo creo que no debes preocuparte—le dijo Taylor—al menos por este hombre. Cuando te llegue la oportunidad de cruzar el “puente”, sabrás si te apetece algo físico con él o no…
Kido sacudió la cabeza a su pesar.
—No, no me entiende. No sé si podría llegar a hacerlo, pero, en realidad… ya me apetece…
Oh, claro que le apetecía. Se había masturbado pensando en los labios del profesor sobre su cuerpo, por dios.
—¡Estupendo!—exclamó Taylor—asumo que a él también. No creo que gustándote a ti sea un hombre “tonto”…
Le guiñó el ojo, dando a entender lo que le había dicho tantas veces: que Kido era para ella absolutamente adorable, una especie de caramelo de fresa envuelto para regalo. Puag.
El chico se movió un poco sobre el sofá. Los halagos velados le incomodaban, no sabía qué hacer con ellos. Y de ningún modo quería especular sobre lo que pensaba o sentía Ballesta… al fin y al cabo el profesor sólo le había invitado a un evento, por mucho que Kido se empeñara en pensar que había algo detrás de la oscuridad de sus ojos.
—Pues no lo sé—replicó, sin querer mirar a Taylor—no sé si le gusto o no… él es raro.
—¿Raro?
—Sí—asintió Kido. La palabra le iba al Loco como anillo al dedo.
—¿Por qué es raro?
—Es muy difícil saber lo que piensa—Inti trató de resumir las múltiples manías del profesor—parece siempre enfadado, y mira extraño… se queda de pronto ahí, clavándote los ojos como si quisiera atravesarte, y tiene un…--frunció el ceño tratando de dar con el concepto que pensaba-- un punto triste en la mirada.
—Vaya—Taylor cogió el porro de las manos de Kido y fumó largamente--¿Siempre triste y enfadado?
—Sí. Le dan como ataques en los que se pone a tirar cosas… le lanza objetos a la gente y cosas así.
—Oh, ¿en serio? No se parece a ti, entonces…
Kido negó con la cabeza. La verdad que tal y como lo describía estaba dando una imagen de Ballesta como un “pequeño monstruo”, y tampoco quería eso, pero no sabía qué decir. Aquella descripción se ajustaba a la verdad, simplemente. Ballesta era así, se mostraba así, no había forma de atenuarlo.
—No, no se parece a mí. Bueno, no lo sé, la verdad. No sé nada…--se lamentó—Usted, como psicóloga, ¿qué opina de él? Quiero decir… esos ataques… ¿qué tipo de persona cree que es?
La señorita soltó una carcajada y le pasó el porro.
—No sé qué tipo de persona es, Kido—respondió—no le conozco. Lo único que puedo pensar de lo que me cuentas es que parece estresado. Si está enfadado y sus ojos tienen tristeza quizá sienta en este momento algún dolor. Lo que cuentas me da más pistas de su estado emocional que de su forma de ser.
Kido reflexionó unos instantes. Nunca lo había visto de ese modo, al menos de forma consciente. Quizá la conducta de Ballesta no era un rasgo de su personalidad, sino un síntoma de que algo no iba bien en él. Algo le dolía, tal vez. Quizá el profesor era apasionado y expansivo, y liberaba energía de aquel modo… con su afilada ironía, o lanzando cosas; expresarlo así formaba parte de su naturaleza, indudablemente, pero no el hecho de hacerlo por sistema.
Si eso era así, si era cierto… ¿Qué coño le pasaba al profesor?
No era una oscura forma sin nombre lo que había en sus ojos, comprendió Kido: era dolor. Recordó la mirada habitual de Ballesta, siempre desviada, como perdida a propósito, eternamente decepcionada. Inmediatamente lo distinguió, lo supo.
—Tiene razón…--le dijo a Taylor. Nunca podría agradecerle suficiente a aquella mujer su capacidad de dar en el blanco—Pensaba que él era un hombre enfadado y triste, pero tal vez sólo lo está.
—Sí…—murmuró ella.
—Creo que tengo que venir a verla más a menudo, señorita…
Lo único malo de las visitas a Taylor era que, aunque ella apenas pronunciaba palabra, le dejaban agotado. Estaba muy a gusto y no quería marcharse, pero le dio un bajón físico notable después de vislumbrar aquel nuevo punto de vista. Reclinó la espalda sobre el respaldo del sofá y respiró profundamente, cerrando por un momento los ojos.
Dejó que el efecto sedante del porro aquietara su marea interior y tomó aire de nuevo, exhalando después poco a poco.
—Ven cuantas veces quieras…--murmuró ella. Se había acercado más a él y parecía de pronto a punto de abrazarle.
Kido sonrió y volvió a cerrar los ojos. Taylor solía abrazarle a menudo, era cariñosa con él como una niña con un oso de peluche. Un oso huesudo de metro setenta y pico, pero a ella eso no parecía importarle. Estaban bien los abrazos de Agnes, a Kido le gustaban.
En efecto, tal como él pensaba, Taylor apagó la chusta del porro en un cenicero y le rodeó con los brazos.
—Mi dulce Kid…--murmuró, estrechándole contra sí.
A Kido le resultó un poco violento el hecho de que su cabeza había ido a apoyarse justo en el escote de Agnes, pero se sentía tan a gusto y relajado, tan cálido entre aquellos brazos que no se retiró. La piel de ella desprendía una fragancia suave a perfume, floral y femenina.
--Quizá tengas la suerte de ser capaz de sentir pasión por hombres tanto como por mujeres…--aventuró ella entonces—es una inmensa suerte.
Kido respiró profundamente contra el pecho de Taylor.
—No lo sé.
—Quizá yo pueda... ayudarte a aclarar eso.
Lo que pasó a continuación le hizo a Kido dar un bote que por poco llega al techo. No supo cómo, en cuestión de segundos, la mano de la señorita se había colocado entre sus piernas directamente, presionando con decisión y buscándole la polla, al tiempo que sentía sus labios húmedos cerrándose en su frente.
—¡Eh! ¿Qué hace?
Se levantó y apartó bruscamente a Agnes de su cuerpo, yendo a caer ésta de culo sobre el sofá. Ella levantó la mirada hacia él, de pronto con auténtico terror en los ojos.
—Lo… lo siento, Kido…
—¿Qué hace?—repitió él, sin ser capaz de articular algo distinto. No podía creerse lo que acababa de pasar. El mundo se había vuelto loco de repente, joder.
—Perdóname, por favor, lo siento…
Necesitaba salir de allí como fuera. Kido esquivó las manos extendidas de la mujer, se dio la vuelta y se dirigió a la puerta tan rápido como pudo sin echar a correr.
Abandonó la casa de su vecina como alma que lleva el diablo, terriblemente mareado. Tuvo que sujetarse a las paredes del habitáculo del ascensor para no caerse en lo que duró su descenso al tercer piso. Acertó de milagro con la llave en la cerradura de la puerta, y pasó de largo sin saludar hacia su habitación para cerrar de un portazo y tirarse sobre la cama. ¿Qué demonios le pasaba a la gente?
—Taylor se ha dejado unas mandarinas—comentó a Inti justo al terminar de comer, señalando las frutas que había colocado sobre la encimera.
Su hermano le había curado la herida—Kido por fin se había visto en el espejo: cinco puntos de sutura solamente, y no se veían nada mal--, había recogido la casa como un torbellino y había preparado la comida, sin dejarle a él participar en nada de esto, claro. En ese momento se afanaba en recoger la mesa, empeñado en hacerlo él solo, insistiendo en que su hermano se quedara sentado nuevamente sin mover un músculo como si fuera de cristal. Kido sabía que Inti no podía evitar hacer aquello, pero estaba comenzando a sentirse realmente agobiado.
—Ah. Iré a llevárselas luego.
Antes de que Inti pudiera decir una palabra más, Kido se levantó de la silla y cogió una bolsa de plástico.
—No, déjalo. Descansa un poco, iré yo.
—¿Qué…? No—Inti negó de inmediato con la cabeza—aún no han pasado veinticuatro horas.
Kido suspiró largamente: había Llegado el momento de dar el golpecito en la mesa. Como no se plantara, le quedaba un resto de día muy jodido. Pero había que hacerlo con calma y algo de mano izquierda también... Inti no se merecía menos dada su eterna buena intención.
—Por amor de dios, sólo será hasta el ascensor y subir dos pisos… me vendrá bien moverme un poco.
Inti miró a su hermano, sujetando un plato lleno de jabón entre las manos. Comprendía a Kido, pero tenía miedo.
—Venga, Inti—continuó éste—sé que estás preocupado… pero no va a pasar nada, estoy bien, en serio.
—¿Seguro?
—Sí… además me apetece visitar a Taylor, hace tiempo que no voy a verla. Tal vez tomemos un café.
Inti pareció relajarse. Imaginar a su hermano con Taylor le tranquilizó un poco.
—Vale—concedió—pero vas con ella, ¿verdad? No te vas a ir por ahí a hacer el cabra…
Kido negó vehemente.
—No, no, ¿dónde voy a ir? Pásate por ahí a comprobarlo—dijo mientras metía las mandarinas en la bolsa y se dirigía hacia la puerta—o llama por teléfono si no me crees.
—No, no. No hace falta, pero…
Kido pasó junto a su hermano para salir y le dio un golpecito juguetón en el brazo.
—Te preocupas demasiado, y te lo agradezco. Pero estaré bien, de verdad—le dijo— volveré pronto. Te quiero.
Inti suspiró y le devolvió el golpe.
—Venga… pero si te encuentras mal, vuelve…
—Claro.
Minutos después, a las cuatro en punto de la tarde, Kido pulsaba—por fin-- el timbre de la puerta de Taylor. Inmediatamente escuchó pasos al otro lado que se detuvieron cuando ella atisbó por la mirilla, quizá extrañada de recibir visita a aquella ahora. A los pocos segundos oyó el ruido de la cadena metálica al ser retirada y la puerta se abrió ante él.
—Anda, ¡qué sorpresa!
La señorita Taylor sonrió a Kido con sincera alegría y le hizo un gesto para que pasara. Era de esas personas que cuando sonríen lo hacían no solo con la boca, sino también con los ojos, iluminándose todo su rostro como un sol radiante. A Kido le encantaba verla sonreír. Desde algún punto en el salón le llegaron, nada más entrar, los acordes amortiguados de Dire Straits tocando aquella canción cuyo nombre nunca conseguía recordar.
*“And Harry doesn't mind
if he doesn't make the scene.
He's got a daytime job he's doing alright
He can play honky tonk just like anything”*
—Sé que acabamos de vernos, pero ya la echaba de menos—rió—Se dejó esto—añadió, dando un tímido paso hacia dentro de la vivienda y tendiéndole la bolsa con las mandarinas.
—¡Oh! …¡gracias!—Taylor examinó por un segundo el contenido de la bolsa—Vaya, ni me había dado cuenta…
Cogió las mandarinas y se encaminó a la cocina, haciéndole a Kido una señal para que la siguiera y moviendo el culo al compás de la música.
—Justo ahora iba a hacerme un té—le dijo—¿Te apetece uno?
—No se preocupe, no quiero molestarla…
—¡Oh, no!—exclamó ella—tú nunca molestas, no digas eso. Pasa, te prepararé un té.
Kido sonrió y la siguió hasta la cocina.
—Me encantaría… pero no debo…
Entró a la coqueta cocina de Taylor y observó cómo ella colocaba las frutas en un bol donde había más pelotitas naranjas.
—Ah, sí. Olvidaba que tienes que beber con moderación—la mujer le guiñó un ojo-- ¿qué tal un cafetito… descafeinado?
Kido asintió. En esas ocasiones se sentía como un jubilado. Evitar estimulantes, no pasarse con antiinflamatorios gastrolesivos, abstenerse del alcohol...abstenerse de follar sería lo que faltaba.
—Eso sí puedo, muchas gracias.
Estaba empezando a odiar el jodido café descafeinado, pero qué remedio le quedaba. Seguro que el que le prepararía Taylor estaría bueno, se dijo esperanzado, no podía ser de otra forma viniendo de sus manos.
—¿Te duele mucho la ceja?—preguntó ella, colocando un par de tacitas blancas sobre la mesa bajo sus respectivos platitos.
—Un poco…
—¿Has pensando en aprovechar y hacerte un piercing a juego con el de la otra?—Taylor levantó la vista sonriendo, señalando con la barbilla la barrita de acero que atravesaba la ceja derecha de Kido, coronada por una bolita del mismo material.
—Uf, menos mal que no me di ahí el golpe, hubiera sido un destrozo todavía peor.
Sí, y su hermano no se lo hubiera perdonado.
Aquel piercing casi le había costado la vida a Kido, en el sentido emocional de la palabra, cuando decidió hacérselo hacía dos años a espaldas de su madre y de Inti. Se había ido a un tugurio de mala muerte por cuenta propia, con todo planeado hasta el extremo, obviando la medicación que tomaba aunque sabía que con esa puta pastilla la práctica que iba a hacer estaba más que contraindicada. Aparte de sangrar como un cerdo no le pasó nada, pero su madre se tiró un día entero sin dirigirle la palabra y la bronca de Inti fue colosal (“¡Es absurdo!” había repetido sin cesar, a puro grito “¿Por qué haces siempre cosas absurdas? ¿No te das cuenta de que te puedes matar? ¡Egoísta!”).
¿Egoísta? Puede. Había priorizado su deseo, esa chorrada, frente a la preocupación de él y de su madre, sí. Pero lo de matarse por un piercing le resultaba a Kido difícil de creer: no conocía a nadie que hubiera muerto de esa forma, sangrando a chorro por un puntito tamaño cabeza de alfiler. Desesperado, había acudido a Silver pensando que, dada la consabida afición a las perforaciones de éste, le entendería mejor… pero Melenas (el terror de las nenas) también se lo había tomado mal; Kido se llevó otra charla sobre lo “absurdo” de jugar con la salud, y sobre el mal detalle de preocupar inútilmente a seres queridos, etc., etc.
Lo mejor de todo esto era que sabía que, en caso de volver atrás, se volvería a hacer ese condenado piercing sin dudarlo. Y eso que casi disfrutó más planeando la jugada que por llevarlo puesto, pero ahí estaba el quid de la cuestión precisamente.
Cuando tenía tres años, a Kido le diagnosticaron una estenosis aórtica congénita, una patología cardiaca heredada en la que una de las válvulas de su corazón tendía a estrecharse sin poder funcionar correctamente. Le operaron al poco tiempo, intervención que quedaría siempre gravada en su piel en forma de larga cicatriz vertical en mitad de su pecho, desde debajo del cuello hacia su ombligo. Kido era raro hasta por dentro: la estenosis no era la única “malformación” congénita que había adquirido, también le ocurría algo llamado “situs inversus”, que consistía por decirlo así en que Kido, por dentro, estaba al revés. Es decir, tenía el corazón cambiado de sitio, apuntando hacia la derecha—dextrocardia, le gustaba esa extraña palabra--, y algunos órganos internos como el hígado o el bazo en el lado contrario al correspondiente. Este hecho no revestía problemas realmente por sí mismo, pero era algo a tener en cuenta para no pegarse un susto si le hacían una radiografía, por ejemplo, y algo más que vigilar.
En la operación del corazón, como él era muy pequeño, no quisieron ponerle una válvula orgánica de tejido biológico. Esas había que cambiarlas y volver a operar al cabo de cierto tiempo, estaban indicadas en personas de más edad. Le habían colocado en lugar de esto una prótesis metálica sustituyendo a la válvula enferma, lo que le suponía a Kido tener que tomar todos los días aquella pastilla del tamaño de un comprimido de sacarina durante el resto de su vida. La pastilla impedía que la sangre se coagulara en torno a la prótesis y se le formara un trombo, lo que podría llevar a Kido a la muerte. Pero claro, su efecto se notaba no sólo en la válvula sino a todos los niveles: Kido no podía ponerse en riesgo de ninguna manera, porque con cualquier corte, herida o hematoma sangraría mucho más de lo normal. Por no hablar de las hemorragias internas… tenía contraindicados justo los medicamentos que en ese momento mejor le vendrían: antiinflamatorios como el ibuprofeno, por ejemplo, por su efecto lesivo sobre la mucosa gástrica. En general, el consumo de antiinflamatorios y analgésicos lo tenía muy limitado, y le parecía tan cansino organizarse que prefería aguantar y no tomar nada.
La vida desde su operación había consistido para él en querer escapar de una jaula de plata constantemente. Quería vivir y comprendía que no debía arriesgarse; pero la existencia así, encerrado, no era vivir. Había deportes que no podía hacer; no podía tomar estimulantes por una posible bajada refleja de tensión arterial al subirle la frecuencia cardiaca, y si cogía un cuchillo para cortar una zanahoria, su hermano o su madre se lo quitaban de las manos alegando cualquier pretexto.
Hacía tiempo que le había hablado de todo eso a la señorita Taylor, y ella le había escuchado. Agnes le había entendido, y Kido había podido por un momento dejar de estar solo en aquella jaula a la que podía referirse sólo con palabras. En el fondo, la certeza de que realmente era un “egoísta” por querer vivir a toda costa le hacía sentirse culpable, y Taylor también le había ayudado en eso, quitándole de un plumazo gran cantidad de la carga que Kido llevaba sobre los hombros con solo una conversación. Kido todavía no sabía cómo ella había logrado hacer algo así. No hacia terapia con él… pero era psicóloga al fin y al cabo, y muy inteligente.
Taylor preparó la cafetera con el café descafeinado y retiró la tetera con agua hirviendo del fuego.
—Siéntate, Kid…--le indicó.
Kido no puso objeción. Le encantaba la cocina de Taylor, parecida a la de una bruja buena: ordenada, curiosa y limpia pero abarrotada de las cosas más extrañas. Olía bien allí, a algo dulce y calentito. Se acomodó sobre una de las sillas con asiento de mimbre que había cerca de la mesa.
—Gracias—le dijo—tenía ganas de respirar un poco. Mi hermano me estaba volviendo loco.
—Te tiene hasta el gorro, eh…—rio la señorita con desenfado, sentándose frente a él mientras se hacía el café. Vertió agua de la tetera en su taza y añadió el té para la infusión—se preocupa por ti, Kido… tu hermano te quiere.
—Ya, ya lo sé—respondió él inmediatamente—si yo entiendo lo que siente… pero ya no aguantaba más, en serio.
Taylor miró a Kido con ternura y volvió a reír. Aquel chico extraño, adorable y diferente, no dejaba de sorprenderla. Había algo en él que a ella le hacía tener esperanza por encima de todos los demonios de la caja de Pandora. Había un brillo en sus ojos al que ella se agarraba, porque significaba una especie de atalaya en el oleaje, algo por lo que valía la pena seguir adelante luchando por respirar. Esto Kido lo desconocía, por supuesto, aunque sí sabía que Agnes le quería mucho. Lo sabía porque ella se lo había dicho en alguna ocasión; su amiga inglesa no parecía tener problemas a la hora de comunicar ese tipo de cosas.
—Me pone barreras para todo…--continuó, refiriéndose a Inti—yo sé que es porque quiere protegerme, pero me exige que las acate, y no puedo ni protestar. A veces me trata como si fuera idiota…
La señorita asintió. Le entendía perfectamente.
—Tú le quieres, ¿verdad?—preguntó, tras permanecer unos segundos pensativa.
—¡Claro!—Kido soltó la respuesta que le venía a la mente—Más que a nadie en este mundo. Pero no soporto que me trate así.
Taylor sonrió de nuevo y dejó la cafetera humeante junto a Kido, encima de un pequeño círculo acolchado de cuadritos rojo y blanco. Olía maravillosamente.
—Bueno, dentro de poco se tranquilizará al ver que estás bien, ya lo veras… Oye— añadió, como si de pronto recordara algo—echo de menos tus magdalenas, ¿sabes?—le lanzó a Kido una sonrisa apretada, cómplice—y tu arroz con leche, y tu bizcocho...
Kido rio. La elaboración de postres caseros era su afición oculta, hasta cierto punto inconfesable. La compartía sólo con Inti y con la señorita Taylor desde que ésta probó las citadas magdalenas de limón.
—Ah, sí… quedarían estupendas ahora, con mi café y su té—respondió—la próxima vez que haga le traeré, se lo prometo.
Ella juntó las manos exagerando un gesto de emoción máxima.
—¡Oh, por favor, sí!...
Kido se sirvió azúcar en el café—mucho, le gustaba muy dulce—y se detuvo a observarla.
Agnes Taylor era una mujer joven, muy guapa, uno se preguntaba cómo era posible que siguiera soltera. Nunca la había visto con ningún amigo tampoco. Sólo sabía de ella lo que ella había querido mostrarle detrás de los muros de su casa; nunca habían salido a tomar algo ni a dar un paseo por la calle. Kido sólo conocía ese pequeño reducto de su mundo, donde nacía su mundo en realidad. Eso era genial, significaba conocer a una persona directamente… pero no tenía ni idea de cómo era ella en sociedad, y había muchas cosas sobre su vida que no sabía ni pensaba que fuera adecuado preguntar. La soltería de Taylor era una de esas cosas que había asumido como una eterna incógnita.
—Tenía ganas de verla, señorita—le dijo—no piense que he venido sólo para huir de mi hermano…
Ella ladeó la cabeza y le apretó la mano.
—Yo también tenía ganas de verte, Kid. Cuando esta mañana me encontré a Inti en el portal y me explicó lo que te había pasado, me preocupé mucho. Mucho…—añadió, sujetando la mano de él entre las suyas—me alegro de que hayas venido, y me alegro de que estés mejor.
Kido enrojeció ligeramente.
—Estoy mucho mejor, gracias. Pero, en realidad… necesitaba contarle algo…
No veía el momento de introducir el tema que le perturbaba, y quería desviar la cuestión de su salud de una vez por todas.
—Ah, ¿sí?
La señorita soltó la mano de Kido para coger su taza de té y dar un sorbito.
—Sí.
—¿Qué es?—inquirió, dejando la taza suavemente sobre el plato.
Al ver que Kido vacilaba con los ojos fijos en la superficie de su taza de café, le animó a hablar. Vaya, se había puesto muy serio de repente…
—¿Qué es, Kid? ¿Qué te pasa?
El aludido dio unas vueltas más con la cucharilla dentro de su café.
—¿Es algo referente a Inti? ¿Os habéis peleado?
—No, no, qué va…--Kido meneó la cabeza, con la mirada aún en el contenido de su taza—no tiene nada que ver con Inti. Es…
--Ahá…
—Es… sobre una persona. Creo que… no sé si… me gusta.
Le costó mucho decir aquello. Tenía la sensación de que las palabras se le atascaban en la boca, de necesitar un sacacorchos para poder expresarse.
—Oh, vaya, eso es bueno, ¿no?
Taylor le miraba sonriendo desde el otro lado de la mesa.
—No lo sé.
—¿Por qué no vamos al salón y me lo cuentas?—Sin esperar respuesta de Kido, cogió su taza y su plato y se levantó.—Creo que esto merece ser hablado en un sitio mejor que la cocina; los sillones son mucho más cómodos…--le dijo—puedes tomar el café allí.
Kido asintió, y aprovecho la transición de una habitación a otra para pensar cómo empezar a hablarle a Taylor sobre Ballesta. Pensar en él no le ayudó en absoluto, y recordar la paja que se había hecho en la ducha a su salud menos aún. Sintió el familiar acceso de vergüenza repentina al evocar todo aquello, y se encogió levemente sobre sí mismo mientras caminaba.
Se sentaron en el sofá que ocupaba casi por entero el pequeño saloncito de Taylor, flanqueado por dos pequeños sillones tapizados a juego en sencillo color blanco.
—¿No sabes si es bueno que te guste?—inquirió ella.
—La verdad es que dudo mucho que sea bueno…
La señorita sonrió triunfante.
—Era una pregunta con trampa—le espetó—si crees eso, es que efectivamente te gusta.
Kido enrojeció violentamente.
—Es cierto.
—Pero, ¿por qué no sería bueno? ¿Qué es lo que es tan grave?
El chico guardó silencio unos instantes. Se sentía terriblemente incómodo, pero aun así era mil veces mejor sacar aquello—y tenía que sacarlo—en compañía de Taylor que a lado de cualquier otro ser humano.
—¿Ella lo sabe?—murmuró la señorita, aproximándose un poco más a Kido.
—No, ella no. Él—respondió este y respiró hondo—es un hombre. Y no sé si lo sabe. A veces creo que sí.
—Ajá—Taylor asintió—Un hombre. Entiendo, Kid. Pero sigo sin comprender qué hay de malo en eso…
Kido suspiró largamente, dejando sobre la mesa la taza medio vacía.
—No lo sé…--musitó—es que yo…
—¿Nunca te habías sentido atraído por un hombre antes?
Kido negó con la cabeza.
—No… al menos no de este modo.
La señorita asintió.
—¿Y por chicas?
—Por chicas sí, creo que sí…--reflexionó Kido—pero ahora… no lo sé.
Ella soltó una risita como un cascabel.
—¿No lo sabes?
—No. Es que, verá…—el chico trataba de explicarse, Taylor podía ver el enorme esfuerzo que estaba haciendo para buscar las palabras adecuadas—todo lo que he sentido antes es pequeño en comparación con lo que siento por esta persona—dijo de un tirón.
Ella se puso seria y asintió de nuevo.
—Entiendo.
—He estado con alguna chica, sí—continuó él—y me ha gustado… o eso creía, pero ahora… ya no sé qué pensar.
—Estás hecho un lío.
—Sí…
La señorita se levantó del sillón y se acercó a un aparador que había pegado a la pared. Abrió un pequeño armario y sacó una cajita de carey del tamaño de esas que se utilizan en joyería para guardar pequeños abalorios, y volvió a sentarse junto a Kido en el sofá.
—Si Inti me ve hacer esto me mata—le dijo, mirándole de soslayo—pero creo que con una cosa así… esto te vendrá bien.
Abrió la cajita y ante el pasmo de Kido sacó una especie de piedra resinosa color marrón.
—¿Chocolate?—Kido abrió mucho los ojos y contuvo la risa—Señorita, no sabía que fumara usted…
—Oh, claro que fumo—respondió ella riendo—aunque no demasiado. El tabaco lo tengo escondido… pero de vez en cuando me viene bien uno de estos.
—La entiendo, créame. Tiene que decirme de donde lo saca.
—¡Eso nunca!—respondió ella, divertida—te invito y nada más, que bastante es eso ya. ¿Te apetece?
¿Apetecerle? Por favor…
—¡Claro!
—Bien…
La señorita se mostró a los pocos segundos como una verdadera experta, quemando la china y liando un hermoso canuto con maestría.
—Oh, se lo curra tanto que parece un cigarro normal…
—¿verdad?—preguntó ella, examinando su obra—Bueno, voy a encenderlo, tú sígueme contando. ¿Cuál es el problema de todo esto? porque sigo sin verlo.
—Pues la verdad, señorita…--retomó Kido—es que ahora no sé… si yo sería capaz de estar… físicamente con un hombre.
—Pues eso es lo mismo que con una mujer, Kid…
Kido rió. No, de ninguna manera. Para nada.
—No, claro que no—respondió—aunque ahora que lo pienso, ya no sé ni siquiera si sería capaz de estar con una mujer…—dejó escapar una risita. Pocas veces en su vida se había visto tan desorientado.
—Bueno… me refiero a que… con mujeres has disfrutado, físicamente—trató de explicarse Taylor, tras darle una profunda calada al porro--¿no?
Kido pensó durante unos segundos. Había estado con chicas, sí, pero aquella palabra—“disfrutar”—no parecía estar muy seguro de poder aplicarla.
—Sí, supongo que sí—contestó finalmente—no sé… lo he pasado bien, sí.
La señorita sonrió y le pasó el canuto.
—Venga, fuma. Creo que te hace falta.
—No sabe cómo se lo agradezco…
Kido cogió el peta y le asestó una buena calada. Se moría de ganas. Oh, qué bien. Aquella mierda tenía que tener un efecto placebo en su mente, porque al momento de aspirarla se sintió más relajado.
—Bueno, yo creo que no debes preocuparte—le dijo Taylor—al menos por este hombre. Cuando te llegue la oportunidad de cruzar el “puente”, sabrás si te apetece algo físico con él o no…
Kido sacudió la cabeza a su pesar.
—No, no me entiende. No sé si podría llegar a hacerlo, pero, en realidad… ya me apetece…
Oh, claro que le apetecía. Se había masturbado pensando en los labios del profesor sobre su cuerpo, por dios.
—¡Estupendo!—exclamó Taylor—asumo que a él también. No creo que gustándote a ti sea un hombre “tonto”…
Le guiñó el ojo, dando a entender lo que le había dicho tantas veces: que Kido era para ella absolutamente adorable, una especie de caramelo de fresa envuelto para regalo. Puag.
El chico se movió un poco sobre el sofá. Los halagos velados le incomodaban, no sabía qué hacer con ellos. Y de ningún modo quería especular sobre lo que pensaba o sentía Ballesta… al fin y al cabo el profesor sólo le había invitado a un evento, por mucho que Kido se empeñara en pensar que había algo detrás de la oscuridad de sus ojos.
—Pues no lo sé—replicó, sin querer mirar a Taylor—no sé si le gusto o no… él es raro.
—¿Raro?
—Sí—asintió Kido. La palabra le iba al Loco como anillo al dedo.
—¿Por qué es raro?
—Es muy difícil saber lo que piensa—Inti trató de resumir las múltiples manías del profesor—parece siempre enfadado, y mira extraño… se queda de pronto ahí, clavándote los ojos como si quisiera atravesarte, y tiene un…--frunció el ceño tratando de dar con el concepto que pensaba-- un punto triste en la mirada.
—Vaya—Taylor cogió el porro de las manos de Kido y fumó largamente--¿Siempre triste y enfadado?
—Sí. Le dan como ataques en los que se pone a tirar cosas… le lanza objetos a la gente y cosas así.
—Oh, ¿en serio? No se parece a ti, entonces…
Kido negó con la cabeza. La verdad que tal y como lo describía estaba dando una imagen de Ballesta como un “pequeño monstruo”, y tampoco quería eso, pero no sabía qué decir. Aquella descripción se ajustaba a la verdad, simplemente. Ballesta era así, se mostraba así, no había forma de atenuarlo.
—No, no se parece a mí. Bueno, no lo sé, la verdad. No sé nada…--se lamentó—Usted, como psicóloga, ¿qué opina de él? Quiero decir… esos ataques… ¿qué tipo de persona cree que es?
La señorita soltó una carcajada y le pasó el porro.
—No sé qué tipo de persona es, Kido—respondió—no le conozco. Lo único que puedo pensar de lo que me cuentas es que parece estresado. Si está enfadado y sus ojos tienen tristeza quizá sienta en este momento algún dolor. Lo que cuentas me da más pistas de su estado emocional que de su forma de ser.
Kido reflexionó unos instantes. Nunca lo había visto de ese modo, al menos de forma consciente. Quizá la conducta de Ballesta no era un rasgo de su personalidad, sino un síntoma de que algo no iba bien en él. Algo le dolía, tal vez. Quizá el profesor era apasionado y expansivo, y liberaba energía de aquel modo… con su afilada ironía, o lanzando cosas; expresarlo así formaba parte de su naturaleza, indudablemente, pero no el hecho de hacerlo por sistema.
Si eso era así, si era cierto… ¿Qué coño le pasaba al profesor?
No era una oscura forma sin nombre lo que había en sus ojos, comprendió Kido: era dolor. Recordó la mirada habitual de Ballesta, siempre desviada, como perdida a propósito, eternamente decepcionada. Inmediatamente lo distinguió, lo supo.
—Tiene razón…--le dijo a Taylor. Nunca podría agradecerle suficiente a aquella mujer su capacidad de dar en el blanco—Pensaba que él era un hombre enfadado y triste, pero tal vez sólo lo está.
—Sí…—murmuró ella.
—Creo que tengo que venir a verla más a menudo, señorita…
Lo único malo de las visitas a Taylor era que, aunque ella apenas pronunciaba palabra, le dejaban agotado. Estaba muy a gusto y no quería marcharse, pero le dio un bajón físico notable después de vislumbrar aquel nuevo punto de vista. Reclinó la espalda sobre el respaldo del sofá y respiró profundamente, cerrando por un momento los ojos.
Dejó que el efecto sedante del porro aquietara su marea interior y tomó aire de nuevo, exhalando después poco a poco.
—Ven cuantas veces quieras…--murmuró ella. Se había acercado más a él y parecía de pronto a punto de abrazarle.
Kido sonrió y volvió a cerrar los ojos. Taylor solía abrazarle a menudo, era cariñosa con él como una niña con un oso de peluche. Un oso huesudo de metro setenta y pico, pero a ella eso no parecía importarle. Estaban bien los abrazos de Agnes, a Kido le gustaban.
En efecto, tal como él pensaba, Taylor apagó la chusta del porro en un cenicero y le rodeó con los brazos.
—Mi dulce Kid…--murmuró, estrechándole contra sí.
A Kido le resultó un poco violento el hecho de que su cabeza había ido a apoyarse justo en el escote de Agnes, pero se sentía tan a gusto y relajado, tan cálido entre aquellos brazos que no se retiró. La piel de ella desprendía una fragancia suave a perfume, floral y femenina.
--Quizá tengas la suerte de ser capaz de sentir pasión por hombres tanto como por mujeres…--aventuró ella entonces—es una inmensa suerte.
Kido respiró profundamente contra el pecho de Taylor.
—No lo sé.
—Quizá yo pueda... ayudarte a aclarar eso.
Lo que pasó a continuación le hizo a Kido dar un bote que por poco llega al techo. No supo cómo, en cuestión de segundos, la mano de la señorita se había colocado entre sus piernas directamente, presionando con decisión y buscándole la polla, al tiempo que sentía sus labios húmedos cerrándose en su frente.
—¡Eh! ¿Qué hace?
Se levantó y apartó bruscamente a Agnes de su cuerpo, yendo a caer ésta de culo sobre el sofá. Ella levantó la mirada hacia él, de pronto con auténtico terror en los ojos.
—Lo… lo siento, Kido…
—¿Qué hace?—repitió él, sin ser capaz de articular algo distinto. No podía creerse lo que acababa de pasar. El mundo se había vuelto loco de repente, joder.
—Perdóname, por favor, lo siento…
Necesitaba salir de allí como fuera. Kido esquivó las manos extendidas de la mujer, se dio la vuelta y se dirigió a la puerta tan rápido como pudo sin echar a correr.
Abandonó la casa de su vecina como alma que lleva el diablo, terriblemente mareado. Tuvo que sujetarse a las paredes del habitáculo del ascensor para no caerse en lo que duró su descenso al tercer piso. Acertó de milagro con la llave en la cerradura de la puerta, y pasó de largo sin saludar hacia su habitación para cerrar de un portazo y tirarse sobre la cama. ¿Qué demonios le pasaba a la gente?
5-Culpa, deseo y compasión.
Se tumbó en la cama de un salto y cerró los ojos. Se había quedado trabado, incapaz de reaccionar o de dar una explicación con sentido a lo que acababa de ocurrir. Taylor, la persona más etérea e intachable que conocía, había intentado… ¡Demonios! ¡Le había puesto la mano en la polla! ¿Pero a qué había venido eso?
Kido acababa justo de hablarle de un tema relacionado con el sexo, precisamente, con el gustar; un tema que le traía loco. ¿Cómo podía ella abalanzarse sobre él en un momento así, cuando él por fin comenzaba a relajarse?… ¿Cómo podía tocarle de aquel modo impulsivo, brusco, después de saber que él estaba hecho un lío?
Y sobre todo, ¿por qué? ¿Qué significaba que ella hubiera hecho eso?
Oh, dios. No entendía nada.
Se sentía agotado de pronto, los brazos y las piernas le pesaban como vigas de plomo hundiéndose en el mullido colchón. Escuchó de pronto las pisadas de Inti y cómo éste entraba a la habitación, acercándose a su cama despacio.
--¿Qué pasa Kido? ¿Estás bien?
Murmuró algo entre dientes a modo de respuesta, con los ojos cerrados.
--¿Por qué estás en la cama, qué te pasa?
--Joder, me cago en la puta, Inti, maldita sea—explotó sin poder evitarlo,
incorporándose de golpe como si estuviera poseído—Si me levanto porque me levanto, si me tumbo porque me tumbo, ¡déjame en paz, por dios! ¿Es que tengo que explicar todo? ¡Estoy cansado, joder! Estoy agotado, ¿vale?
--Vale, vale…--respondió su hermano, retrocediendo—tranquilo…
Kido volvió a cerrar los ojos, se tumbó otra vez y abrazó con fuerza la almohada.
--Necesito estar un rato a solas, por favor…--casi le rogó a Inti.
--Vale, lo siento…--contestó éste, extrañado de la reacción de su hermano. ¿Qué coño le pasaba?—ya me voy.
--Por favor.
Inti se giró hacia la puerta, dubitativo. ¿Qué le había pasado a Kido? Estaba rarísimo últimamente. ¿Habría ocurrido algo en casa de Taylor?¿Se habría peleado con ella? No, eso no parecía probable, teniendo en cuenta el amable temperamento de la mujer y cómo la quería su hermano. No entendía nada, pero resolvió seguir con sus quehaceres y dejar a Kido solo; por mucho que le intrigara lo que fuera que le ocurriera, quería respetarle.
--Lo siento--murmuró Kido, en un tono de voz apenas audible, mientras su hermano se alejaba—pronto estaré bien.
--No te preocupes—respondió Inti, antes de salir de la habitación—En un par de horas vendrán Silver y Marcos. “Maratón friki”, ya sabes…
Kido no dijo nada, y se encogió aún más contra la almohada como si quisiera fundirse con ella en un solo ser.
--Si te apetece luego, estaremos en el salón. Ah, y te ha llamado Ballesta: mañana la exposición es a las ocho, pasará a las siete a por ti…
Oh, no.
A Inti no le pasó desapercibida la tensión que enervó los músculos de su hermano al escuchar esto último. Sin querer molestar más, abandonó la habitación de Kido y se alejó hacia su propio cuarto a rumiar su inquietud en solitario. Su hermano pequeño era un auténtico misterio a veces.
Cuando escuchó a Inti salir, Kido volvió a sus cavilaciones. Se notaba aún muy enfadado, aunque ésa tal vez no fuera la palabra exacta. No, pensó, “alterado” se ajustaba mejor a su estado. Sentía el corazón latiendo desbocado en su pecho aun, y una intensidad caliente que se le anudaba al cuello, cada vez más apretada, amenazando con cortarle la respiración. “Angustia” pensó inmediatamente.
Le gustaban muy poco los líos, ¿por qué siempre terminaba metido en ellos, a pesar de no buscarlos? No acababa de desentrañar apenas lo que le ocurría con Ballesta—sin poder hacerse aún a la idea de que le vería al día siguiente--, y de nuevo, en un momento, había surgido una “cosa” sin pies ni cabeza para él, del todo inesperada.
Había dado un empujón a la señorita Taylor. Recordaba bien la expresión de terror en la mirada de ella cuando él se levantó. Dios, la había empujado con fuerza, ¿la habría hecho daño? No, por favor…
Su corazón se sobresaltó cuando él pensó en esa posibilidad. Agnes era el ser más delicado que había conocido. Oh, no.Temía haber gritado sin darse cuenta, se lamentaba por haber perdido el control de aquella forma. No importaba en ese momento lo descabellado de la conducta de ella; él adoraba a Agnes pasara lo que pasara, y ahora se sentía realmente mal por haberla empujado.
Había sentido la necesidad de salir corriendo de su casa, era cierto… pero… ¿debido a lo inesperado de aquella situación? Agnes no le repugnaba, ni mucho menos.
Oh, pero nunca había pensado en ella de esa forma, pese a lo agradable de su aspecto físico.
Apretó los párpados y una lágrima brotó de su ojo izquierdo, bajando después rauda por su mejilla hasta estrellarse contra la almohada. Había hecho mal, muy mal… No comprendía aun lo que Taylor podía querer de él, ni por qué, pero eso no importaba.
Había actuado como un salvaje con aquel empujón y aquellos gritos, y marchándose así. Pobre Taylor. Pero, ¿qué podía haber hecho él? ¿Seguirle el rollo?
No quiso pensar en si le apetecía responderla o no, en si le apetecía besarla. No, ya tenía bastante lío en la cabeza… Oh, jodida Taylor.
Rendido, sintió que flotaba sobre el colchón por encima de aquel maremágnum de sensaciones, arrastrado por una especie de tornado que terminó por llevarle a un sueño profundo cuando por fin le venció el agotamiento.
Abrió los ojos, sobresaltado. Estaba oscuro en el dormitorio. Se incorporó y miró el reloj: eran las ocho de la tarde. Había dormido más de dos horas del tirón.
Se sentó en la cama, e imágenes de todo cuanto había ocurrido en casa de la señorita Taylor se agolparon en su cabeza. El aguijonazo de la culpa, al recordar cómo se había zafado de ella con aquel empujón, le provocó un escalofrío que quedó anudado en su estómago. Había desistido de querer saber por qué Agnes había actuado así, pero seguía pensando en ella… y estaba preocupado. Se preguntaba cómo estaría ella ahora.
Se frotó los ojos, y se le escapó una exclamación cuando tocó sin querer la gasa que le cubría la herida sobre su ceja. Apenas le dolía ya: si no se tocaba la frente, ni la notaba. Movió un poco el cuello y escuchó un sonoro “crack”; sentía los músculos de esa zona terriblemente contraídos, agarrotados por alguna razón. Se llevó una mano a la nuca, palpando la dureza de la contractura, y se levantó de la cama despacio.
Ya no se sentía enfadado—“alterado”--, pero sentía la irrefrenable necesidad de hacer algo que sólo en la oscuridad se había atrevido a pensar. Las manos le hormigueaban cuando por fin avanzó hacia la puerta con el pensamiento de hacer eso tan concreto que le pedía el cuerpo y el alma. Salió al pasillo; sabía muy bien adónde dirigirse para sentirse mejor, o al menos para no sentirse tan… estúpido ni tan mala persona. Necesitaba de alguna manera intentar reparar lo que había hecho.
En su camino hacia la cocina pasó junto al salón, desde donde le llegó el estrépito de una banda sonora en la televisión que conocía muy bien. Se detuvo en la puerta a saludar brevemente; tal y como Inti le había dicho, Marcos y Silver estaban allí, apoltronados en el sofá de tres plazas, disfrutando en penumbra un capítulo de “Death Note”.
Sin muchas ceremonias, Kido levantó la mano para decir hola y se escabulló hacia la cocina.
Una vez hubo entrado, cerró suavemente la puerta tras de sí y comenzó a abrir armarios, para sacar todo aquello que iba a necesitar. Harina, levadura, agua… ¿tenía limones?
Miró en la nevera. Vaya, medio limón pellejoso con aspecto como de tener un siglo… menos daba una piedra; apretando seguro que se podía sacar algo. ¿Qué más?… azúcar, claro. Leche.
Continuó amontonando cosas sin querer pensar en la consecución de sus actos. Iba a hacer magdalenas, eso estaba claro… pero no solo por el hecho de hacerlas, aunque cocinar le liberaba bastante. Lo que en realidad quería hacer, lo que de verdad le pedía el cuerpo, era terminar esas dichosas magdalenas lo antes posible y subirlas a casa de Taylor. No era que necesitase una excusa para ver qué tal estaba, pero ella le había dicho aquella tarde que las echaba de menos…
“Oh, Agnes. No sé qué te ha pasado, pero espero que estés bien”.
Sabía que con prisa no salían igual de buenas, así que hizo un esfuerzo por ralentizar conscientemente sus movimientos. Fue mezclando los ingredientes en un bol grande, ligándolos lentamente sin dejar de pensar en la persona a la que iban destinados: aquella increíble mujer que, por mucho que esa tarde hubiera actuado de forma extraña, había hecho tanto por él. No soportaba la idea de haberla hecho daño.
Tuvo que desterrar de su mente a Ballesta un par de veces, también con esfuerzo. El profesor se empeñaba en aparecer en los momentos menos oportunos, nublándole la poca razón que le quedaba a la primera de cambio mientras hacía la masa.
--Hola…
Inti apareció en la puerta justo cuando Kido vertía la mezcla homogénea en los pequeños moldes tapizados de margarina.
--Hola--respondió, levantando los ojos hacia él.
Inti se acercó a su hermano con paso inseguro.
--¿Qué tal estás?
Kido cogió la bandeja con los moldes llenos hasta la mitad y se dirigió con ella al horno.
--Mejor…--respondió a su hermano—Gracias.
--Me alegro. Oye… ¿estás haciendo magdalenas?
Kido cerró el horno y se levantó para girarse hacia Inti.
--No. Pollo a la chilindrón. Pues claro, ¿no lo ves...?
--Vaya… ¿Magdalenas a las nueve menos cuarto de la noche, Kido?
El aludido se encogió de hombros.
--Le dije a Taylor que le llevaría algunas—respondió.
Inti le miró con el ceño fruncido.
--¿Son para Taylor?
--Bueno… algunas sí, no todas—Kido empezaba a exasperarse--¿hay algún problema?
--No, no… joder, cómo estás de irritable…
--¡No!...—exclamó Kido—No sé, lo siento… es que… me apetecía hacerlas, nada más. Subiré a llevárselas en cuanto termine, no tardaré nada.
--Vale…--murmuró Inti con cierta resignación. Abrió la nevera y sacó un botellín de cerveza—de puta madre. Pero déjanos algunas.
Eran las diez de la noche—una hora un poco rara para ir a llevarle magdalenas a la vecina del quinto, en realidad—cuando Kido salió por fin del ascensor y pulsó el timbre de la señorita Taylor. Había metido las magdalenas en una caja de cartón y las había cubierto con un trapo para que no perdieran el calor ni el olor de recién hechas. Aguardó unos segundos con el corazón en un puño, pareciéndole que no podía aguantar un segundo más sin ver su rostro.
Insistió al ver que nadie acudía a abrir. Cuando dio el tercer timbrazo, ya a punto de volverse para marcharse, creyó oír unos pasos vacilantes que se acercaban a la puerta, sigilosos, como si quien anduviera lo hiciera descalzo o en calcetines. Vio un pequeño puntito de luz cuando la mirilla fue descubierta, e imaginó a la señorita al otro lado, a punto de verle.
Poco después, la puerta se abrió en una pequeña ranura mostrando apenas un ojo y la nariz de Taylor, ligeramente hinchada y enrojecida.
--¿Kido?
Agnes frunció el ceño en la oscuridad del descansillo. Tenía los ojos como brasas ¿tal vez estaba llorando? No se la veía sollozar ni le salían lágrimas, pero la pobre tenía una cara tristísima.
--Hola…--murmuró él en voz baja—Le he traído esto.
Extendió los brazos hacia la puerta entornada, mostrándole la caja con las magdalenas. Ella le observo tensa, sin parecer tener intención de apartarse de la puerta para dejarle pasar.
--Oh…
Su rostro se contrajo al ver lo que había en la caja cuando Kido retiró el paño, y pareció de repente a punto de echarse a llorar de verdad.
--Sé que es muy tarde— se excusó Kido—pero acabo de hacerlas ahora mismo… ¿no quiere cogerlas?
Taylor tardó unos segundos en reaccionar.
--Sí…--dijo al fin, apartándose de la puerta para dejarle paso—entra.
Kido empujó con suavidad la puerta y entró al recibidor de la casa. Taylor había retrocedido hacia la pared de enfrente y le miraba apoyando la espalda contra ella, boqueando como si la faltara el aire, como si él fuera una especie de monstruo que hubiera irrumpido en su vestíbulo.
La miró: a la luz de la lámpara del techo, ligeramente verdosa, se veía a Taylor raramente desaseada, descuidada. A Kido le llamó la atención que una persona pudiera presentar dos aspectos tan diferentes en el mismo día: la señorita vestía un grueso albornoz color gris, por encima de una camiseta amarilla tres tallas más grande, completando el conjunto con un pantalón de chándal negro curtido en mil batallas y pelado de bolitas. Su pelo rubio claro, de un precioso tono prácticamente blanco, lo llevaba recogido de cualquier manera en un apresurado y desflecado moño que caía hacia su cuello.
--Señorita…--comenzó Kido, sin saber muy bien cómo abordarla—siento mucho lo que hice, lo siento de verdad.
Ella sacudió con vehemencia la cabeza y contrajo los labios en un rictus de disgusto.
--No, no, Kido. Por favor, no digas eso. Lo siento yo… lo siento mucho, no sé por qué lo hice…--musitó—no sé por qué hice lo que hice…
Se le quebró la voz. Kido flaqueó, incapaz de decir nada; podía notar la tristeza de Agnes como un pesado puño capaz de golpearle y hacerle caer hacia atrás. Allí parada, apretando la espalda contra la pared como si hubiera sido acorralada en su propia casa, se la veía a la señorita Taylor tan frágil…
--Quizá estoy demasiado sola—murmuró ella—quizá por eso intenté… Aunque ya me había fijado en ti—concluyó, sin querer mirar a Kido—a quién quiero engañar.
--¿En mí...?
Ella soltó una suave carcajada y aspiró fuerte por la nariz.
--Sí, claro. Nunca he conocido a nadie como tú, Kido.
--Kid…--la corrigió él sin pensarlo.
Taylor levantó los ojos hacia él, sin comprender.
--Llámeme Kid, por favor… como siempre hace. ¿Ya no quiere llamarme así?
Al oír aquello, Taylor sollozó y se tapó la boca con la mano. Kido se sobresaltó y por fin logró reaccionar, aunque mucho más despacio de lo que hubiera querido. Dejó la caja con las magdalenas en la consola del recibidor y se acercó a Taylor, inseguro; tenía que hacer algo pero no sabía qué, quería consolarla pero no tenía ni idea de cómo. No se atrevía a tocarla, pero le fue imposible estarse quieto al verla llorar de ese modo.
--Señorita… ¿Qué le pasa? ¿Por qué llora?...
Hizo ademán de rodearla con un brazo, sin ni siquiera rozarla, pero ella rechazó su movimiento y se replegó sobre sí misma.
--No, Kido, no debes estar aquí.
--No me diga eso, por favor.
Ella se secó las lágrimas con la manga del albornoz, enfadada.
--Soy una asquerosa vieja verde—renegó-- Nunca pensé que terminaría haciendo lo que hice. Lo siento tanto… lo siento, Kid.
Él sonrió un poco.
--Usted no es vieja, señorita Taylor—dijo, aventurándose a rozar su mejilla, atrapando en sus dedos una lágrima—y desde luego no es asquerosa, ni tampoco la veo verde.
Ella lloraba con absoluto desconsuelo, haciendo verdaderos esfuerzos por no mirarle.
--Perdóname, por favor… ¿podrás perdonarme?
Continuaba obcecada, con los ojos ardientes clavados en la tarima, presionando con su cuerpo la pared. A Kido literalmente se le rompía el corazón.
--Señorita… no me pida perdón más veces, por favor.
Ella no cesaba de negar con la cabeza, con los ojos fijos en el suelo. Empezó a tiritar y a temblar ligeramente debajo del enorme albornoz raído.
--¿Por qué no se sienta en el salón? En la entrada hace frío…
Antes de que ella pudiera negarse, Kido tiró de su brazo suavemente, sacándola paso a paso del recibidor. Apretó el cuerpo de Taylor levemente contra su costado y la guió hasta el sofá, donde tomó asiento junto a ella.
De pronto le parecía que era capaz de sentir algo creciendo dentro de él. Todo lo que había sentido por Taylor (cariño, aprecio, admiración) se entremezclaba ahora con la compasión* que le invadía por dentro, transformándose, increíblemente, en algo consistente que tenía sentido.
Respiró profundamente. La quería tanto. Era lo único que sabía, y lo único que le importaba. La quería cerca, entre sus brazos, no estaba seguro de querer pensar más allá. Se había dado cuenta de lo que la quería al notar el impacto de la tristeza de ella sobre su propia alma, y ahora eso le dolía, dolía mucho. No sabía cómo deshacer el apretado nudo que le atenazaba la garganta.
--No esconda la cara, por favor…--dijo al ver que ella volvía a ocultarse entre sus manos—tiene una cara preciosa. No debería taparla.
Taylor vaciló durante unos instantes, avergonzada. La voz de Kido le había sonado ronca, con una inflexión extraña. Cuando finalmente retiró las manos de su rostro y contempló la realidad que la rodeaba, sus ojos se ensombrecieron de desolación.
--Esto está hecho un desastre.
No le faltaba razón. La pequeña mesita de café estaba atestada de cosas: había platos amontonados, un gran helado de nata a medio comer, un paquete de tabaco a la mitad y ceniceros llenos de colillas por todas partes. Cristo en su carromato… Kido desvió la atención por un momento de la señorita y contempló aquel escenario con los ojos abiertos como platos. Mientras él dormía, Taylor se había dedicado a… ¿destruirse?
--¿Todo esto lo ha fumado usted?—no pudo evitar preguntarle, señalando el cenicero más cercano.
Ella asintió con los ojos llenos de lágrimas.
--Oh, por favor, señorita… tiene que dejar estas mierdas.
Despacio, se levantó del sofá y apartó el cenicero lleno a rebosar, dejándolo en el suelo lejos de Taylor.
--Deje el tabaco—murmuró, cerrando el paquete que había sobre la mesa y apartándolo también—deje el helado, y los porros, por favor. Me tiene a mí.
Agnes levantó los ojos desbordados y le miró, desencajada.
--¿Qué?--musitó.
Él se acercó más a ella y súbitamente la abrazó, apartando un poco la tela del andrajoso albornoz para apoyar la mejilla en su cuello. Taylor se quedó rígida, sin ser capaz de corresponder al abrazo.
--Kid, no tienes por qué…--dijo en un hilo de voz.
--Me tiene a mí—repitió Kido muy cerca de su oído—estoy aquí. Tóqueme.
La quería tanto. Era una flor ajada, un hada herida entre sus brazos de piedra. Su piel blanca era extremadamente suave, resultaba muy agradable besarla y sentir su contacto.
Ella respiró hondo, aun sin saber dónde poner los brazos. Tímidamente, alargó la mano hasta la cabeza de Kido y le rozó el pelo, con miedo.
--No, así no…--murmuró éste, besándola de nuevo quedamente-- tóqueme como lo hizo esta tarde… por favor.
--No.
Ella intentó zafarse de los brazos de Kido, pero estaba agotada de llorar y él tenía más fuerza. El chico la sujetó contra sí, apretando su abrazo y acunándola contra su pecho.
--Sólo tienes dieciocho años—musitó ella—esta tarde cometí un gran error…
--Diecisiete—la corrigió Kido en voz baja, sonriendo. Se mordió el labio.
--¿En serio?
A pesar de seguir desmadejada entre sus brazos, la señorita se revolvió nuevamente.
--Bueno, cumpliré dieciocho este verano, no se preocupe.
--¡Eres menor!…--estalló ella-- eres un niño…
--¡Eh!...
Kido le levantó la barbilla suavemente para obligarla a mirarle. Ella al principio trató de evitarle moviendo la cabeza, pero finalmente se rindió a la presión de sus dedos y levantó los ojos hacia él. Las pupilas de Kido la atravesaron como dos lanzas oscuras.
—No soy ningún niño, se lo puedo asegurar.
Tuvo ganas de tirar de la mano de ella y colocarla entre sus piernas, para demostrarle lo que acababa de decir por medio de hechos. No estaba ni mucho menos en todo su esplendor: estaba revuelto, agitado, sólo sensiblemente duro; sentía algo de angustia por ver a Agnes así, no podía empalmarse del todo de esa forma por mucho que—ahora sí —sintiera lo mucho que le apetecía calmarla con un beso, de una vez por todas, para silenciar aquellas tonterías. Ella no comprobaría un rabo duro si le tocaba, pero por dios, un niño no tenía aquel misil ente las piernas ni pelos en los huevos.
Visualizar en su imaginación la mano de Agnes sobre su polla le excitó. Reprimió un jadeo junto a su oído y se dio cuenta de que la respiración se le había acelerado de golpe.
--Kido…
--Como me siga llamando Kido, me voy a enfadar con usted.
Ella soltó algo parecido a una risa nerviosa. Trato de sacudírselo de encima un par de veces más y finalmente se detuvo, rendida, sin poder escapar de aquellos brazos férreos.
--Lleva un albornoz horrible…--murmuró él, recorriendo la gruesa bata de rizo con los dedos.
Descendió con las manos hasta la cintura de la señorita y buscó el cordón que mantenía sujeto el albornoz. Con cuidado, deshizo el nudo despacio y separó por fin aquella cantidad de tela del cuerpo de su hada. Ella no hizo ademán de apartarle: se había quedado como congelada, sentada sobre el sofá, aunque se estremeció cuando el albornoz resbaló inerte por sus hombros.
--No se preocupe por nada...
Qué extraño. Era la primera vez en días que Kido estaba realmente seguro de lo que quería hacer, y de dónde quería estar. Aunque, irónicamente, sentía que no tenía ni puta idea de qué hacer.
Colocó las manos sobre la bata a medio quitar y empujó la tela con suavidad hacia abajo, despojando a Taylor por fin de la condenada prenda, al menos de cintura para arriba. Claro que la camiseta amarilla y mugrienta que ella llevaba debajo tampoco era muy agradable de ver… por mucho que se le marcaran esos pechos turgentes y los pezones duros. Vaya, no llevaba sujetador, comprendió Kido al instante.
Oh, ahora sí estaba duro. Y de qué manera.
Se movió sobre el sofá para abrazarla con más fuerza, pero perdió el equilibrio y cayó hacia delante sobre ella. El cuerpo de Taylor cedió bajo el suyo, rodando ésta hasta terminar tumbada boca arriba sobre el sofá, aunque por poco no dio en el suelo. Kido la sujetó y se acomodó sobre su cuerpo: no había pretendido lanzarse encima de ella, pero qué demonios, “de perdidos al río”.
Ella gimió al sentir el peso de Kido, abrió las piernas y se abrazó a él, apretándose contra su cuerpo como si quisiera clavar cada una de sus células en él hasta compartir piel. Aunque en algunos puntos la ropa estorbaba…
--¿Me deja desnudarla?—susurró Kido al oído de ella.
--No, Kid...
--Rectifico—gruñó él, acariciándole la mejilla con cierta aprensión—voy a desnudarla. ¿Va a dejarme hacerlo o se va a resistir?
Taylor abrió los ojos justo para ver el salvaje y dulce resplandor en los de él. Kido la miraba fijamente, inclinado sobre ella sin tocarla, flanqueándola con los brazos.
--No dejaré que vuelva a llorar por mí—dijo cuando pudo hacer contacto visual con ella.
--Pero Kid, estas cosas no se hacen así… ni como yo he hecho antes, ni como tú ahora.
--¿Ah no?
--No…--respondió ella—hazlo por ti, porque te apetezca, pero no lo hagas por mí.
Kido sonrió de oreja a oreja y empujó con las caderas para clavarse en el pantalón de chándal que llevaba Taylor.
--¿Le parece que no me apetece?
--Oohh...—Santo dios, qué duro. Volvió a morderse el labio, sin poder evitar moverse debajo de él en respuesta a su empujón.
Kido la besó en la cara repetidas veces, sintiendo en sus labios el sabor de los ríos de sal reseca que surcaban aquellas mejillas.
--¿Qué… qué quieres hacer? ¿Qué es lo que te apetece?—preguntó ella. Había vuelto a cerrar los ojos y se la veía laxa, aunque aún temblaba sobre el sofá.
Kido se incorporó unos centímetros sobre su boca.
--Me apetece estar con usted—murmuró en sus labios, la voz temblándole ligeramente—desnudarla, desnudarme yo. Abrazarla con todo mi cuerpo. No volveré a herirla, se lo prometo.
--No, por favor, fui yo quien se equivocó…
Era el momento de taparla la boca.
--No quiero que diga más veces que se equivocó, ¿de acuerdo?—la reprendió suavemente—cada vez que lo diga, me obligará a hacer esto…
Sostuvo la cabeza de Taylor colocando una mano en su frente, inmovilizándola contra el respaldo del sofá, y se inclinó hacia sus labios para darle por fin el beso profundo que tanto deseaba.
Contra lo que Kido temía, ella no cerró la boca sino que le dejó entrar sin oponer resistencia. Notó el vaivén de su respiración entrecortada entre sus propios labios y la besó más fuerte, ahondando con la lengua dentro de su boca como si quisiera devorarle el alma.
Ella le rodeó la cintura con los brazos, cediendo a la necesidad que la quemaba por dentro. Clavó las uñas en la camiseta de Kido, reprimió un gemido contra sus labios y cerró los ojos. Él resolló, la apartó para arrodillarse entre sus piernas y se sacó la camiseta por la cabeza. Arrojó la prenda al suelo e inmediatamente volvió a precipitarse sobre el cuerpo de ella.
--Kid…
Ya no decía su nombre en tono de reproche, sino más bien teñido de súplica.
--Dígame.
--Te quiero—dijo ella—lo siento…
Él rió, le levantó la camiseta hasta justo debajo de los pechos sin querer descubrirla del todo y posó sus labios sobre el abdomen desnudo y blanco, presionando con firmeza. La señorita ahogó un grito al sentir la succión y el roce de los dientes de Kido en su piel.
--No lo lamente—masculló él cuando rompió el contacto—Yo también la quiero, Agnes.
El abdomen de ella se contrajo a centímetros de la boca de Kido.
--No me llames así, por favor. No me llames Agnes.
--Vale…
No quería que sufriera bajo ningún concepto. Volvió a besar su abdomen, tratando de moderarse pero espoleado por una llamarada que sentía dentro y le obligaba a abrir la boca para socavar aquella piel, a morder allí donde se sujetaba la goma del pantalón de chándal dado de sí, lamiendo y olfateando ese lugar. La sintió temblar bajo las lentas pasadas de su lengua, mientras la saboreaba.
--Vas a matarme, Kid.
--Oh, no quisiera eso.
Ella jadeó y gimió, separando las piernas más aún. A Kido le quemaban las manos mientras las movía apresuradamente sobre ella; ese ardor insoportable las transformaba en garras tratando de atrapar cada tersura y curva de carne, convirtiendo sus dedos en arañas sobre un lienzo de marfil, arrugando la ropa. Rindiéndose a su deseo, agarró la goma del chándal con fuerza al tiempo que le clavaba a Agnes los dientes en el cuello. Escuchó el gemido de ella, lamió la mordida y tiró hacia abajo de los horribles pantalones negros hasta que las holgadas perneras resbalaron por los muslos firmes de la señorita Taylor sin que ésta moviera un músculo. Kido terminó de sacarle los pantalones y los arrojó lejos, a la otra punta de habitación.
--No se ponga más esta ropa, por favor…
Tomó en sus manos las rodillas de la señorita, que se habían juntado, y tiró de ellas suavemente para volver a separarlas.
--Llevo unas bragas horribles…--murmuró ella. A Kido le pareció notar un aleteo de risa en su voz.
--Oh, ¿en serio?
Se asomó por entre sus piernas para ver la mencionada prenda, pero no consiguió ni hacerse a la idea de cómo era porque Taylor había juntado otra vez las rodillas y se tapaba con la camiseta que había vuelto a colocar sobre su estómago.
--Dudo mucho que algo pueda ser feo al cien por cien llevándolo usted—musitó Kido, acariciándole las corvas con las puntas de los dedos—pero si es cierto lo que dice de esas bragas, estará mejor sin ellas.
Continúa
[El término compasión se refiere a su etimología com-passio : sufrir-con. No a sentir lástima por otra persona sino empatía.]
Kido acababa justo de hablarle de un tema relacionado con el sexo, precisamente, con el gustar; un tema que le traía loco. ¿Cómo podía ella abalanzarse sobre él en un momento así, cuando él por fin comenzaba a relajarse?… ¿Cómo podía tocarle de aquel modo impulsivo, brusco, después de saber que él estaba hecho un lío?
Y sobre todo, ¿por qué? ¿Qué significaba que ella hubiera hecho eso?
Oh, dios. No entendía nada.
Se sentía agotado de pronto, los brazos y las piernas le pesaban como vigas de plomo hundiéndose en el mullido colchón. Escuchó de pronto las pisadas de Inti y cómo éste entraba a la habitación, acercándose a su cama despacio.
--¿Qué pasa Kido? ¿Estás bien?
Murmuró algo entre dientes a modo de respuesta, con los ojos cerrados.
--¿Por qué estás en la cama, qué te pasa?
--Joder, me cago en la puta, Inti, maldita sea—explotó sin poder evitarlo,
incorporándose de golpe como si estuviera poseído—Si me levanto porque me levanto, si me tumbo porque me tumbo, ¡déjame en paz, por dios! ¿Es que tengo que explicar todo? ¡Estoy cansado, joder! Estoy agotado, ¿vale?
--Vale, vale…--respondió su hermano, retrocediendo—tranquilo…
Kido volvió a cerrar los ojos, se tumbó otra vez y abrazó con fuerza la almohada.
--Necesito estar un rato a solas, por favor…--casi le rogó a Inti.
--Vale, lo siento…--contestó éste, extrañado de la reacción de su hermano. ¿Qué coño le pasaba?—ya me voy.
--Por favor.
Inti se giró hacia la puerta, dubitativo. ¿Qué le había pasado a Kido? Estaba rarísimo últimamente. ¿Habría ocurrido algo en casa de Taylor?¿Se habría peleado con ella? No, eso no parecía probable, teniendo en cuenta el amable temperamento de la mujer y cómo la quería su hermano. No entendía nada, pero resolvió seguir con sus quehaceres y dejar a Kido solo; por mucho que le intrigara lo que fuera que le ocurriera, quería respetarle.
--Lo siento--murmuró Kido, en un tono de voz apenas audible, mientras su hermano se alejaba—pronto estaré bien.
--No te preocupes—respondió Inti, antes de salir de la habitación—En un par de horas vendrán Silver y Marcos. “Maratón friki”, ya sabes…
Kido no dijo nada, y se encogió aún más contra la almohada como si quisiera fundirse con ella en un solo ser.
--Si te apetece luego, estaremos en el salón. Ah, y te ha llamado Ballesta: mañana la exposición es a las ocho, pasará a las siete a por ti…
Oh, no.
A Inti no le pasó desapercibida la tensión que enervó los músculos de su hermano al escuchar esto último. Sin querer molestar más, abandonó la habitación de Kido y se alejó hacia su propio cuarto a rumiar su inquietud en solitario. Su hermano pequeño era un auténtico misterio a veces.
Cuando escuchó a Inti salir, Kido volvió a sus cavilaciones. Se notaba aún muy enfadado, aunque ésa tal vez no fuera la palabra exacta. No, pensó, “alterado” se ajustaba mejor a su estado. Sentía el corazón latiendo desbocado en su pecho aun, y una intensidad caliente que se le anudaba al cuello, cada vez más apretada, amenazando con cortarle la respiración. “Angustia” pensó inmediatamente.
Le gustaban muy poco los líos, ¿por qué siempre terminaba metido en ellos, a pesar de no buscarlos? No acababa de desentrañar apenas lo que le ocurría con Ballesta—sin poder hacerse aún a la idea de que le vería al día siguiente--, y de nuevo, en un momento, había surgido una “cosa” sin pies ni cabeza para él, del todo inesperada.
Había dado un empujón a la señorita Taylor. Recordaba bien la expresión de terror en la mirada de ella cuando él se levantó. Dios, la había empujado con fuerza, ¿la habría hecho daño? No, por favor…
Su corazón se sobresaltó cuando él pensó en esa posibilidad. Agnes era el ser más delicado que había conocido. Oh, no.Temía haber gritado sin darse cuenta, se lamentaba por haber perdido el control de aquella forma. No importaba en ese momento lo descabellado de la conducta de ella; él adoraba a Agnes pasara lo que pasara, y ahora se sentía realmente mal por haberla empujado.
Había sentido la necesidad de salir corriendo de su casa, era cierto… pero… ¿debido a lo inesperado de aquella situación? Agnes no le repugnaba, ni mucho menos.
Oh, pero nunca había pensado en ella de esa forma, pese a lo agradable de su aspecto físico.
Apretó los párpados y una lágrima brotó de su ojo izquierdo, bajando después rauda por su mejilla hasta estrellarse contra la almohada. Había hecho mal, muy mal… No comprendía aun lo que Taylor podía querer de él, ni por qué, pero eso no importaba.
Había actuado como un salvaje con aquel empujón y aquellos gritos, y marchándose así. Pobre Taylor. Pero, ¿qué podía haber hecho él? ¿Seguirle el rollo?
No quiso pensar en si le apetecía responderla o no, en si le apetecía besarla. No, ya tenía bastante lío en la cabeza… Oh, jodida Taylor.
Rendido, sintió que flotaba sobre el colchón por encima de aquel maremágnum de sensaciones, arrastrado por una especie de tornado que terminó por llevarle a un sueño profundo cuando por fin le venció el agotamiento.
Abrió los ojos, sobresaltado. Estaba oscuro en el dormitorio. Se incorporó y miró el reloj: eran las ocho de la tarde. Había dormido más de dos horas del tirón.
Se sentó en la cama, e imágenes de todo cuanto había ocurrido en casa de la señorita Taylor se agolparon en su cabeza. El aguijonazo de la culpa, al recordar cómo se había zafado de ella con aquel empujón, le provocó un escalofrío que quedó anudado en su estómago. Había desistido de querer saber por qué Agnes había actuado así, pero seguía pensando en ella… y estaba preocupado. Se preguntaba cómo estaría ella ahora.
Se frotó los ojos, y se le escapó una exclamación cuando tocó sin querer la gasa que le cubría la herida sobre su ceja. Apenas le dolía ya: si no se tocaba la frente, ni la notaba. Movió un poco el cuello y escuchó un sonoro “crack”; sentía los músculos de esa zona terriblemente contraídos, agarrotados por alguna razón. Se llevó una mano a la nuca, palpando la dureza de la contractura, y se levantó de la cama despacio.
Ya no se sentía enfadado—“alterado”--, pero sentía la irrefrenable necesidad de hacer algo que sólo en la oscuridad se había atrevido a pensar. Las manos le hormigueaban cuando por fin avanzó hacia la puerta con el pensamiento de hacer eso tan concreto que le pedía el cuerpo y el alma. Salió al pasillo; sabía muy bien adónde dirigirse para sentirse mejor, o al menos para no sentirse tan… estúpido ni tan mala persona. Necesitaba de alguna manera intentar reparar lo que había hecho.
En su camino hacia la cocina pasó junto al salón, desde donde le llegó el estrépito de una banda sonora en la televisión que conocía muy bien. Se detuvo en la puerta a saludar brevemente; tal y como Inti le había dicho, Marcos y Silver estaban allí, apoltronados en el sofá de tres plazas, disfrutando en penumbra un capítulo de “Death Note”.
Sin muchas ceremonias, Kido levantó la mano para decir hola y se escabulló hacia la cocina.
Una vez hubo entrado, cerró suavemente la puerta tras de sí y comenzó a abrir armarios, para sacar todo aquello que iba a necesitar. Harina, levadura, agua… ¿tenía limones?
Miró en la nevera. Vaya, medio limón pellejoso con aspecto como de tener un siglo… menos daba una piedra; apretando seguro que se podía sacar algo. ¿Qué más?… azúcar, claro. Leche.
Continuó amontonando cosas sin querer pensar en la consecución de sus actos. Iba a hacer magdalenas, eso estaba claro… pero no solo por el hecho de hacerlas, aunque cocinar le liberaba bastante. Lo que en realidad quería hacer, lo que de verdad le pedía el cuerpo, era terminar esas dichosas magdalenas lo antes posible y subirlas a casa de Taylor. No era que necesitase una excusa para ver qué tal estaba, pero ella le había dicho aquella tarde que las echaba de menos…
“Oh, Agnes. No sé qué te ha pasado, pero espero que estés bien”.
Sabía que con prisa no salían igual de buenas, así que hizo un esfuerzo por ralentizar conscientemente sus movimientos. Fue mezclando los ingredientes en un bol grande, ligándolos lentamente sin dejar de pensar en la persona a la que iban destinados: aquella increíble mujer que, por mucho que esa tarde hubiera actuado de forma extraña, había hecho tanto por él. No soportaba la idea de haberla hecho daño.
Tuvo que desterrar de su mente a Ballesta un par de veces, también con esfuerzo. El profesor se empeñaba en aparecer en los momentos menos oportunos, nublándole la poca razón que le quedaba a la primera de cambio mientras hacía la masa.
--Hola…
Inti apareció en la puerta justo cuando Kido vertía la mezcla homogénea en los pequeños moldes tapizados de margarina.
--Hola--respondió, levantando los ojos hacia él.
Inti se acercó a su hermano con paso inseguro.
--¿Qué tal estás?
Kido cogió la bandeja con los moldes llenos hasta la mitad y se dirigió con ella al horno.
--Mejor…--respondió a su hermano—Gracias.
--Me alegro. Oye… ¿estás haciendo magdalenas?
Kido cerró el horno y se levantó para girarse hacia Inti.
--No. Pollo a la chilindrón. Pues claro, ¿no lo ves...?
--Vaya… ¿Magdalenas a las nueve menos cuarto de la noche, Kido?
El aludido se encogió de hombros.
--Le dije a Taylor que le llevaría algunas—respondió.
Inti le miró con el ceño fruncido.
--¿Son para Taylor?
--Bueno… algunas sí, no todas—Kido empezaba a exasperarse--¿hay algún problema?
--No, no… joder, cómo estás de irritable…
--¡No!...—exclamó Kido—No sé, lo siento… es que… me apetecía hacerlas, nada más. Subiré a llevárselas en cuanto termine, no tardaré nada.
--Vale…--murmuró Inti con cierta resignación. Abrió la nevera y sacó un botellín de cerveza—de puta madre. Pero déjanos algunas.
Eran las diez de la noche—una hora un poco rara para ir a llevarle magdalenas a la vecina del quinto, en realidad—cuando Kido salió por fin del ascensor y pulsó el timbre de la señorita Taylor. Había metido las magdalenas en una caja de cartón y las había cubierto con un trapo para que no perdieran el calor ni el olor de recién hechas. Aguardó unos segundos con el corazón en un puño, pareciéndole que no podía aguantar un segundo más sin ver su rostro.
Insistió al ver que nadie acudía a abrir. Cuando dio el tercer timbrazo, ya a punto de volverse para marcharse, creyó oír unos pasos vacilantes que se acercaban a la puerta, sigilosos, como si quien anduviera lo hiciera descalzo o en calcetines. Vio un pequeño puntito de luz cuando la mirilla fue descubierta, e imaginó a la señorita al otro lado, a punto de verle.
Poco después, la puerta se abrió en una pequeña ranura mostrando apenas un ojo y la nariz de Taylor, ligeramente hinchada y enrojecida.
--¿Kido?
Agnes frunció el ceño en la oscuridad del descansillo. Tenía los ojos como brasas ¿tal vez estaba llorando? No se la veía sollozar ni le salían lágrimas, pero la pobre tenía una cara tristísima.
--Hola…--murmuró él en voz baja—Le he traído esto.
Extendió los brazos hacia la puerta entornada, mostrándole la caja con las magdalenas. Ella le observo tensa, sin parecer tener intención de apartarse de la puerta para dejarle pasar.
--Oh…
Su rostro se contrajo al ver lo que había en la caja cuando Kido retiró el paño, y pareció de repente a punto de echarse a llorar de verdad.
--Sé que es muy tarde— se excusó Kido—pero acabo de hacerlas ahora mismo… ¿no quiere cogerlas?
Taylor tardó unos segundos en reaccionar.
--Sí…--dijo al fin, apartándose de la puerta para dejarle paso—entra.
Kido empujó con suavidad la puerta y entró al recibidor de la casa. Taylor había retrocedido hacia la pared de enfrente y le miraba apoyando la espalda contra ella, boqueando como si la faltara el aire, como si él fuera una especie de monstruo que hubiera irrumpido en su vestíbulo.
La miró: a la luz de la lámpara del techo, ligeramente verdosa, se veía a Taylor raramente desaseada, descuidada. A Kido le llamó la atención que una persona pudiera presentar dos aspectos tan diferentes en el mismo día: la señorita vestía un grueso albornoz color gris, por encima de una camiseta amarilla tres tallas más grande, completando el conjunto con un pantalón de chándal negro curtido en mil batallas y pelado de bolitas. Su pelo rubio claro, de un precioso tono prácticamente blanco, lo llevaba recogido de cualquier manera en un apresurado y desflecado moño que caía hacia su cuello.
--Señorita…--comenzó Kido, sin saber muy bien cómo abordarla—siento mucho lo que hice, lo siento de verdad.
Ella sacudió con vehemencia la cabeza y contrajo los labios en un rictus de disgusto.
--No, no, Kido. Por favor, no digas eso. Lo siento yo… lo siento mucho, no sé por qué lo hice…--musitó—no sé por qué hice lo que hice…
Se le quebró la voz. Kido flaqueó, incapaz de decir nada; podía notar la tristeza de Agnes como un pesado puño capaz de golpearle y hacerle caer hacia atrás. Allí parada, apretando la espalda contra la pared como si hubiera sido acorralada en su propia casa, se la veía a la señorita Taylor tan frágil…
--Quizá estoy demasiado sola—murmuró ella—quizá por eso intenté… Aunque ya me había fijado en ti—concluyó, sin querer mirar a Kido—a quién quiero engañar.
--¿En mí...?
Ella soltó una suave carcajada y aspiró fuerte por la nariz.
--Sí, claro. Nunca he conocido a nadie como tú, Kido.
--Kid…--la corrigió él sin pensarlo.
Taylor levantó los ojos hacia él, sin comprender.
--Llámeme Kid, por favor… como siempre hace. ¿Ya no quiere llamarme así?
Al oír aquello, Taylor sollozó y se tapó la boca con la mano. Kido se sobresaltó y por fin logró reaccionar, aunque mucho más despacio de lo que hubiera querido. Dejó la caja con las magdalenas en la consola del recibidor y se acercó a Taylor, inseguro; tenía que hacer algo pero no sabía qué, quería consolarla pero no tenía ni idea de cómo. No se atrevía a tocarla, pero le fue imposible estarse quieto al verla llorar de ese modo.
--Señorita… ¿Qué le pasa? ¿Por qué llora?...
Hizo ademán de rodearla con un brazo, sin ni siquiera rozarla, pero ella rechazó su movimiento y se replegó sobre sí misma.
--No, Kido, no debes estar aquí.
--No me diga eso, por favor.
Ella se secó las lágrimas con la manga del albornoz, enfadada.
--Soy una asquerosa vieja verde—renegó-- Nunca pensé que terminaría haciendo lo que hice. Lo siento tanto… lo siento, Kid.
Él sonrió un poco.
--Usted no es vieja, señorita Taylor—dijo, aventurándose a rozar su mejilla, atrapando en sus dedos una lágrima—y desde luego no es asquerosa, ni tampoco la veo verde.
Ella lloraba con absoluto desconsuelo, haciendo verdaderos esfuerzos por no mirarle.
--Perdóname, por favor… ¿podrás perdonarme?
Continuaba obcecada, con los ojos ardientes clavados en la tarima, presionando con su cuerpo la pared. A Kido literalmente se le rompía el corazón.
--Señorita… no me pida perdón más veces, por favor.
Ella no cesaba de negar con la cabeza, con los ojos fijos en el suelo. Empezó a tiritar y a temblar ligeramente debajo del enorme albornoz raído.
--¿Por qué no se sienta en el salón? En la entrada hace frío…
Antes de que ella pudiera negarse, Kido tiró de su brazo suavemente, sacándola paso a paso del recibidor. Apretó el cuerpo de Taylor levemente contra su costado y la guió hasta el sofá, donde tomó asiento junto a ella.
De pronto le parecía que era capaz de sentir algo creciendo dentro de él. Todo lo que había sentido por Taylor (cariño, aprecio, admiración) se entremezclaba ahora con la compasión* que le invadía por dentro, transformándose, increíblemente, en algo consistente que tenía sentido.
Respiró profundamente. La quería tanto. Era lo único que sabía, y lo único que le importaba. La quería cerca, entre sus brazos, no estaba seguro de querer pensar más allá. Se había dado cuenta de lo que la quería al notar el impacto de la tristeza de ella sobre su propia alma, y ahora eso le dolía, dolía mucho. No sabía cómo deshacer el apretado nudo que le atenazaba la garganta.
--No esconda la cara, por favor…--dijo al ver que ella volvía a ocultarse entre sus manos—tiene una cara preciosa. No debería taparla.
Taylor vaciló durante unos instantes, avergonzada. La voz de Kido le había sonado ronca, con una inflexión extraña. Cuando finalmente retiró las manos de su rostro y contempló la realidad que la rodeaba, sus ojos se ensombrecieron de desolación.
--Esto está hecho un desastre.
No le faltaba razón. La pequeña mesita de café estaba atestada de cosas: había platos amontonados, un gran helado de nata a medio comer, un paquete de tabaco a la mitad y ceniceros llenos de colillas por todas partes. Cristo en su carromato… Kido desvió la atención por un momento de la señorita y contempló aquel escenario con los ojos abiertos como platos. Mientras él dormía, Taylor se había dedicado a… ¿destruirse?
--¿Todo esto lo ha fumado usted?—no pudo evitar preguntarle, señalando el cenicero más cercano.
Ella asintió con los ojos llenos de lágrimas.
--Oh, por favor, señorita… tiene que dejar estas mierdas.
Despacio, se levantó del sofá y apartó el cenicero lleno a rebosar, dejándolo en el suelo lejos de Taylor.
--Deje el tabaco—murmuró, cerrando el paquete que había sobre la mesa y apartándolo también—deje el helado, y los porros, por favor. Me tiene a mí.
Agnes levantó los ojos desbordados y le miró, desencajada.
--¿Qué?--musitó.
Él se acercó más a ella y súbitamente la abrazó, apartando un poco la tela del andrajoso albornoz para apoyar la mejilla en su cuello. Taylor se quedó rígida, sin ser capaz de corresponder al abrazo.
--Kid, no tienes por qué…--dijo en un hilo de voz.
--Me tiene a mí—repitió Kido muy cerca de su oído—estoy aquí. Tóqueme.
La quería tanto. Era una flor ajada, un hada herida entre sus brazos de piedra. Su piel blanca era extremadamente suave, resultaba muy agradable besarla y sentir su contacto.
Ella respiró hondo, aun sin saber dónde poner los brazos. Tímidamente, alargó la mano hasta la cabeza de Kido y le rozó el pelo, con miedo.
--No, así no…--murmuró éste, besándola de nuevo quedamente-- tóqueme como lo hizo esta tarde… por favor.
--No.
Ella intentó zafarse de los brazos de Kido, pero estaba agotada de llorar y él tenía más fuerza. El chico la sujetó contra sí, apretando su abrazo y acunándola contra su pecho.
--Sólo tienes dieciocho años—musitó ella—esta tarde cometí un gran error…
--Diecisiete—la corrigió Kido en voz baja, sonriendo. Se mordió el labio.
--¿En serio?
A pesar de seguir desmadejada entre sus brazos, la señorita se revolvió nuevamente.
--Bueno, cumpliré dieciocho este verano, no se preocupe.
--¡Eres menor!…--estalló ella-- eres un niño…
--¡Eh!...
Kido le levantó la barbilla suavemente para obligarla a mirarle. Ella al principio trató de evitarle moviendo la cabeza, pero finalmente se rindió a la presión de sus dedos y levantó los ojos hacia él. Las pupilas de Kido la atravesaron como dos lanzas oscuras.
—No soy ningún niño, se lo puedo asegurar.
Tuvo ganas de tirar de la mano de ella y colocarla entre sus piernas, para demostrarle lo que acababa de decir por medio de hechos. No estaba ni mucho menos en todo su esplendor: estaba revuelto, agitado, sólo sensiblemente duro; sentía algo de angustia por ver a Agnes así, no podía empalmarse del todo de esa forma por mucho que—ahora sí —sintiera lo mucho que le apetecía calmarla con un beso, de una vez por todas, para silenciar aquellas tonterías. Ella no comprobaría un rabo duro si le tocaba, pero por dios, un niño no tenía aquel misil ente las piernas ni pelos en los huevos.
Visualizar en su imaginación la mano de Agnes sobre su polla le excitó. Reprimió un jadeo junto a su oído y se dio cuenta de que la respiración se le había acelerado de golpe.
--Kido…
--Como me siga llamando Kido, me voy a enfadar con usted.
Ella soltó algo parecido a una risa nerviosa. Trato de sacudírselo de encima un par de veces más y finalmente se detuvo, rendida, sin poder escapar de aquellos brazos férreos.
--Lleva un albornoz horrible…--murmuró él, recorriendo la gruesa bata de rizo con los dedos.
Descendió con las manos hasta la cintura de la señorita y buscó el cordón que mantenía sujeto el albornoz. Con cuidado, deshizo el nudo despacio y separó por fin aquella cantidad de tela del cuerpo de su hada. Ella no hizo ademán de apartarle: se había quedado como congelada, sentada sobre el sofá, aunque se estremeció cuando el albornoz resbaló inerte por sus hombros.
--No se preocupe por nada...
Qué extraño. Era la primera vez en días que Kido estaba realmente seguro de lo que quería hacer, y de dónde quería estar. Aunque, irónicamente, sentía que no tenía ni puta idea de qué hacer.
Colocó las manos sobre la bata a medio quitar y empujó la tela con suavidad hacia abajo, despojando a Taylor por fin de la condenada prenda, al menos de cintura para arriba. Claro que la camiseta amarilla y mugrienta que ella llevaba debajo tampoco era muy agradable de ver… por mucho que se le marcaran esos pechos turgentes y los pezones duros. Vaya, no llevaba sujetador, comprendió Kido al instante.
Oh, ahora sí estaba duro. Y de qué manera.
Se movió sobre el sofá para abrazarla con más fuerza, pero perdió el equilibrio y cayó hacia delante sobre ella. El cuerpo de Taylor cedió bajo el suyo, rodando ésta hasta terminar tumbada boca arriba sobre el sofá, aunque por poco no dio en el suelo. Kido la sujetó y se acomodó sobre su cuerpo: no había pretendido lanzarse encima de ella, pero qué demonios, “de perdidos al río”.
Ella gimió al sentir el peso de Kido, abrió las piernas y se abrazó a él, apretándose contra su cuerpo como si quisiera clavar cada una de sus células en él hasta compartir piel. Aunque en algunos puntos la ropa estorbaba…
--¿Me deja desnudarla?—susurró Kido al oído de ella.
--No, Kid...
--Rectifico—gruñó él, acariciándole la mejilla con cierta aprensión—voy a desnudarla. ¿Va a dejarme hacerlo o se va a resistir?
Taylor abrió los ojos justo para ver el salvaje y dulce resplandor en los de él. Kido la miraba fijamente, inclinado sobre ella sin tocarla, flanqueándola con los brazos.
--No dejaré que vuelva a llorar por mí—dijo cuando pudo hacer contacto visual con ella.
--Pero Kid, estas cosas no se hacen así… ni como yo he hecho antes, ni como tú ahora.
--¿Ah no?
--No…--respondió ella—hazlo por ti, porque te apetezca, pero no lo hagas por mí.
Kido sonrió de oreja a oreja y empujó con las caderas para clavarse en el pantalón de chándal que llevaba Taylor.
--¿Le parece que no me apetece?
--Oohh...—Santo dios, qué duro. Volvió a morderse el labio, sin poder evitar moverse debajo de él en respuesta a su empujón.
Kido la besó en la cara repetidas veces, sintiendo en sus labios el sabor de los ríos de sal reseca que surcaban aquellas mejillas.
--¿Qué… qué quieres hacer? ¿Qué es lo que te apetece?—preguntó ella. Había vuelto a cerrar los ojos y se la veía laxa, aunque aún temblaba sobre el sofá.
Kido se incorporó unos centímetros sobre su boca.
--Me apetece estar con usted—murmuró en sus labios, la voz temblándole ligeramente—desnudarla, desnudarme yo. Abrazarla con todo mi cuerpo. No volveré a herirla, se lo prometo.
--No, por favor, fui yo quien se equivocó…
Era el momento de taparla la boca.
--No quiero que diga más veces que se equivocó, ¿de acuerdo?—la reprendió suavemente—cada vez que lo diga, me obligará a hacer esto…
Sostuvo la cabeza de Taylor colocando una mano en su frente, inmovilizándola contra el respaldo del sofá, y se inclinó hacia sus labios para darle por fin el beso profundo que tanto deseaba.
Contra lo que Kido temía, ella no cerró la boca sino que le dejó entrar sin oponer resistencia. Notó el vaivén de su respiración entrecortada entre sus propios labios y la besó más fuerte, ahondando con la lengua dentro de su boca como si quisiera devorarle el alma.
Ella le rodeó la cintura con los brazos, cediendo a la necesidad que la quemaba por dentro. Clavó las uñas en la camiseta de Kido, reprimió un gemido contra sus labios y cerró los ojos. Él resolló, la apartó para arrodillarse entre sus piernas y se sacó la camiseta por la cabeza. Arrojó la prenda al suelo e inmediatamente volvió a precipitarse sobre el cuerpo de ella.
--Kid…
Ya no decía su nombre en tono de reproche, sino más bien teñido de súplica.
--Dígame.
--Te quiero—dijo ella—lo siento…
Él rió, le levantó la camiseta hasta justo debajo de los pechos sin querer descubrirla del todo y posó sus labios sobre el abdomen desnudo y blanco, presionando con firmeza. La señorita ahogó un grito al sentir la succión y el roce de los dientes de Kido en su piel.
--No lo lamente—masculló él cuando rompió el contacto—Yo también la quiero, Agnes.
El abdomen de ella se contrajo a centímetros de la boca de Kido.
--No me llames así, por favor. No me llames Agnes.
--Vale…
No quería que sufriera bajo ningún concepto. Volvió a besar su abdomen, tratando de moderarse pero espoleado por una llamarada que sentía dentro y le obligaba a abrir la boca para socavar aquella piel, a morder allí donde se sujetaba la goma del pantalón de chándal dado de sí, lamiendo y olfateando ese lugar. La sintió temblar bajo las lentas pasadas de su lengua, mientras la saboreaba.
--Vas a matarme, Kid.
--Oh, no quisiera eso.
Ella jadeó y gimió, separando las piernas más aún. A Kido le quemaban las manos mientras las movía apresuradamente sobre ella; ese ardor insoportable las transformaba en garras tratando de atrapar cada tersura y curva de carne, convirtiendo sus dedos en arañas sobre un lienzo de marfil, arrugando la ropa. Rindiéndose a su deseo, agarró la goma del chándal con fuerza al tiempo que le clavaba a Agnes los dientes en el cuello. Escuchó el gemido de ella, lamió la mordida y tiró hacia abajo de los horribles pantalones negros hasta que las holgadas perneras resbalaron por los muslos firmes de la señorita Taylor sin que ésta moviera un músculo. Kido terminó de sacarle los pantalones y los arrojó lejos, a la otra punta de habitación.
--No se ponga más esta ropa, por favor…
Tomó en sus manos las rodillas de la señorita, que se habían juntado, y tiró de ellas suavemente para volver a separarlas.
--Llevo unas bragas horribles…--murmuró ella. A Kido le pareció notar un aleteo de risa en su voz.
--Oh, ¿en serio?
Se asomó por entre sus piernas para ver la mencionada prenda, pero no consiguió ni hacerse a la idea de cómo era porque Taylor había juntado otra vez las rodillas y se tapaba con la camiseta que había vuelto a colocar sobre su estómago.
--Dudo mucho que algo pueda ser feo al cien por cien llevándolo usted—musitó Kido, acariciándole las corvas con las puntas de los dedos—pero si es cierto lo que dice de esas bragas, estará mejor sin ellas.
Continúa
[El término compasión se refiere a su etimología com-passio : sufrir-con. No a sentir lástima por otra persona sino empatía.]
6-Intensidad y ropa rara
Trepó de nuevo hasta la boca de Taylor. Sin dejar de besarla y de apretarla bajo su cuerpo, colocó ambas manos en su cintura y buscó a tientas la goma de las bragas para tirar de ella hacia abajo.
Tuvo que apartar de su camino las manos de la señorita, que lánguidamente trataron de frenarle sin éxito.
—Oh, Kid… no me he… depilado—jadeó esta.
El chico trató de contener una carcajada.
—No se preocupe por eso.
—¿No te importa?
Él volvió a reír, esta vez abiertamente contra el cuello de ella.
—¿Qué? ¡No!
Tiró por fin de las bragas y se las sacó a Taylor de una vez, irguiéndose un poco para sostenerlas en la mano y mirarlas de cerca. Eran unas bragas tipo faja, enormes, de esas del color de la piel. Por lo menos deberían llegarle hasta los sobacos a Taylor de lo altas que eran.
—No debería robarle ropa interior a mi abuela…—masculló mientras las arrojaba junto a los pantalones de chándal hechos un higo.
—Ya te dije que eran horribles…
—Las quemaremos después, con los pantalones. Creo que tengo un mechero.
La señorita rio nerviosa, indefensa bajo el cuerpo de él, sin saber cómo colocarse para evitar mostrarle la desnudez entre sus piernas. Kido la observó durante unos segundos: su cara era un poema. Taylor seguía con el rostro enrojecido y aquellas bolsas bajo los ojos brillantes, ojos que se obstinaban en clavarse en alguna parte del salón con tal de ser ajenos y no mirarle a él.
El primer botón de los vaqueros se le había desabrochado a Kido solo a causa del movimiento, mostrando claramente la línea de vello claro desde su ombligo hasta la goma de sus bóxer. Se había puesto unos muy sencillitos, grises y negros, menos mal… Había alguien en el círculo de amigos empeñado en regalarle calzoncillos estrambóticos para su inminente “estreno”, aunque Kido no era virgen ni mucho menos, pero esta persona debía de pensar que sí. Tenía calzoncillos de los Fraguel—esos eran míticos--, de los Simpson, de calaveras… por no hablar de aquellos con mensajes en llamativos logos (“inflamable”, “palyboy”, “Calling the crazy snake”, etc.), alguno de los cuales hasta brillaba en la oscuridad. Menos mal que había escogido unos de los más normales que aún le quedaban, aunque hubiera sido de pura chiripa pues tampoco imaginó que fuera a tener que enseñarlos.
—¿Le parece que voy muy rápido?—jadeó, clavando las rodillas entre las piernas de ella para afianzar su posición sobre el sofá.
Taylor rió e hizo un esfuerzo por mirarle a los ojos. Alargó la mano hasta su cabeza y le acarició el pelo revuelto, peinándole los rebeldes mechones con los dedos.
—Eres un caballo loco…--murmuró—pero me encanta.
Kido sonrió. El corazón le latía tan rápido y fuerte que parecía a punto de salírsele del pecho.
—¿Quiere que yo…?
Las manos le temblaron cuando las llevó a la cintura de sus vaqueros en un gesto revelador. Se desabrochó los botones restantes y miró a Taylor, quien le devolvió la mirada con cara de susto.
—¿No quiere que me los quite?
Ella se movió debajo de él volviendo a esquivarle la mirada, sin querer responderle, labios pegados y contraidos en una mueca que quién podía saber lo que significaba.
—Vale, está bien, no hay problema…—jadeó Kido, apartando las manos de sus vaqueros y volviéndolas a poner sobre la piel de ella.
—Es que…
—No, no. No tiene que explicarme nada, señorita.
—Pero…
—Está bien, de verdad, no se preocupe.
Ella se quedó tensa, muy quieta, con la mirada fija en el respaldo del sofá, la cabeza ladeada sobre el asiento donde la apoyaba. Kido vio una lágrima que rodaba por su mejilla y se le encogió el estómago. ¿Qué demonios…?
De rodillas aún entre sus piernas, llevó la mano hasta la mejilla de Taylor e interceptó con el dedo la pequeña gota antes de que esta llegara a su barbilla.
—Señorita…--murmuró—no deja de llorar... ¿Qué le pasa?
Taylor sorbió con rabia por la nariz.
—Nada…--balbuceó.
Kido retrocedió, preocupado. Le estaba gustando mucho estar con ella pero ese gesto dio al traste con su libido. Quizá ella tenía razón y no era adecuado después de todo… por mucho que hubiera cometido el “error” de tocarle antes, aquella tarde, de desearle.
—¿Quiere que lo dejemos?
Ella sacudió la cabeza con energía.
—No, no… Estoy bien, de verdad.
—En serio, yo no quiero que lo pase mal.
—No, Kid—replicó Taylor—es que hace mucho tiempo que no estoy… con un hombre…
Kido sonrió.
—Vaya. Jamás lo hubiera dicho—respondió, cogiéndole la mano y llevándosela a los labios— teniendo en cuenta lo guapa que es.
—Eso no tiene nada que ver.
Taylor hizo amago de retirar la mano, pero Kido la sujetó firmemente entre las suyas y posó los labios sobre ella. A punto de besar la piel suave de los nudillos, clavó los ojos en los de la señorita y éstos volvieron a huir a quién sabe qué lugar.
—Ya lo creo que sí. Yo la encuentro muy deseable.
Ella frunció los labios en lo que parecía ser una sonrisa.
—¿En serio?
Kido soltó una queda carcajada contra los dedos de ella.
—Está de coña, ¿verdad?—le espetó, soltándola para darle un golpecito juguetón en el brazo-- ¿pretende que me crea que lo duda?
La señorita Taylor parecía a punto de echarse a reír y a llorar al mismo tiempo.
—Sigue, por favor—murmuró. Sus ojos húmedos chocaron contra los de Kido y su mirada oscura hizo diana muy adentro, en algún lugar profundo—sigue besándome, por favor.
—¿Un poco más despacio, tal vez?
—Como tú desees.
“Tengo la sensación de no saber lo que deseo ni cómo lo deseo, y a la vez pienso que jamás he tenido nada tan claro” hubiera respondido Kido. Pero no dijo nada, no le salió; no podía pensar mucho y sin embargo podía sentirlo todo. Sólo fue capaz de volver a acariciarle la cara a Taylor, transmitiéndole sin saberlo muchas más cosas de las que hubiera podido imaginar. No había palabras. Sentía ternura dentro de sí, de forma extrema, expandiéndose rotunda en su pecho y dando al traste con todo lo demás. Era como el fuego, y sin embargo de momento no mataba cuando quemaba. Algo dolía, pero también le acariciaba por dentro dándole calor.
El repentino acceso de llanto de Taylor, sin sollozar, sólo con lágrimas entre besos, le había conmocionado. Le había golpeado por dentro y a la vez… no comprendía por qué, pero a la vez le había excitado de una forma muy particular. De pronto tenía más ganas que nunca de besarla, de sentirla cerca, de amarla… de manera sexual—con el cuerpo-, claro, pero también mucho más allá. Este era un pensamiento abstracto y desvestido de palabras, por lo que no pensó en la palabra "enamoramiento" o “amor”. Simplemente sintió fuerza sin carcasa y sin verbo, y dejó que esta le arrastrara, le trastocara.
En realidad deseaba compartir lo que fuera que Taylor sintiera, y si era algo doloroso, aligerar su carga y darle todo el calor que en ese momento sentía,cuidarla. Pero tampoco tenía palabras para eso. Parado entre dos aguas, la desazón de la señorita a un lado y su propio deseo al otro, no supo muy bien qué hacer. No quería ser “egoísta”, no con Taylor.
—No quiero hacerle daño, señorita…—le dijo con voz queda. Eso sí brotó a sus labios sin asomo de duda.
Taylor le rodeó la cintura con los brazos y le atrajo hacia sí.
—A veces hasta los besos más dulces duelen—le dijo al oído, abrazándole con fuerza. Él se estremeció—pero eso no es culpa tuya.
“Me está quemando” pensó Kido. “Me está quemando y me encanta.”
—Oh, pero no quiero que los míos le duelan.
—Besos de fuego—sonrió ella, con los ojos empañados, apartándole un poco para mirarle de frente—no te preocupes, los deseo mucho… aunque me quemen.
¿Qué era eso? ¿Mente colectiva? ¿Conexión emocional?
Sin hacerse de rogar un instante, Kido volvió a estrecharla entre sus brazos y a besar su cuello. Se esforzó por respirar despacio, aunque el olor de la entrepierna de la señorita —que podía sentir claramente desde su posición entre sus piernas—le estaba volviendo loco, otra vez. Rodó con los labios hacia sus hombros, esforzándose por no apresurarse, saboreando despacio cada centímetro de piel. La sintió agitarse y gemir entre sus brazos, arqueando la espalda a medida que él bajaba con la boca hasta sus pechos.
—Por favor… déjeme que levante esto—murmuró, tomando en las manos el borde inferior de la camiseta amarilla—no se lo quitaré, se lo prometo.
Ella no puso objeción. Cerró los ojos y emitió un murmullo de asentimiento, alentando a Kido a seguir adelante.
Éste levantó con la mayor delicadeza que pudo la prenda y la enrolló suavemente sobre si misma por encima de los pechos de Taylor. Aquellos dos flanes redondos, blancos, se agitaban hacia arriba y hacia abajo con cada bocanada de aire y en cada exhalación. Cada uno era aproximadamente del tamaño de la mano de Kido.
Sin poder evitarlo, se lanzó sobre la suave turgencia del pecho izquierdo, tratando de no lamer con demasiada fuerza ni morder, solo besándolo. Rodeó con los labios el pezón y sintió como éste le respondía y se endurecía dentro de su boca. Succionó, al principio suavemente, pero al advertir cómo se arqueaba la espalda de Taylor lo hizo con más hambre, con más fuerza.
—Si algo de lo que hago le molesta, dígamelo, por favor—jadeó cuando se apartó por un momento de la temblorosa forma.
—No… Kido… Kid…
La señorita gimió y separó más las piernas. El cuerpo de Kido respondió de forma independiente clavándose en ella con los pantalones puestos. Dios, necesitaba sentir otra vez el sabor de ese pezón duro en la boca…
Se colocó en una posición más cómoda para agarrar suavemente el pecho de Taylor, lo sostuvo en su mano y volvió a lamerlo con ansia. Ella volvió a gemir, y él entonces sí mordió. La señorita ahogó una exclamación tras los labios apretados.
—¿Le gusta?—preguntó Kido.
—Sí…
Él no pudo evitar gemir también y dar un par de golpes de cadera contra el sofá. Volvía a tener la polla insoportablemente dura, emergiendo impertinente y tensando el tejido de sus boxer bajo los pantalones abiertos. La gruesa punta había dejado una pequeña marca de humedad en los calzoncillos y se insinuaba fuera de la goma que los mantenía en su sitio, congestionada por el roce.
Dedicó innumerables besos, lengüetazos y mordiscos a los pechos de Taylor, pero no fue capaz de eludir el olor de la excitación de ella más abajo. Descendió con la boca hacia el plexo de la señorita y trazó círculos con la lengua en torno a su ombligo cuando llegó a él. Pensó que ésta le pararía al verle tan decidido, pero Taylor no se movió; continuaba con los ojos cerrados, sacudiendo las caderas imperceptiblemente, aún con lágrimas resecas en las mejillas. Su deseo casi se podía tocar en el poco aire que corría entre los dos.
Kido había hecho—o intentado hacer—sexo oral a una chica, una vez. Pero realmente fue una gran chapuza, y recordaba que en ese momento no había estado seguro del todo de querer hacerlo. En aquel entonces le asaltaron dudas pues no tenía ni idea de lo que le daría placer a una mujer, o eso creía… pero ahora era diferente, ahora sí lo deseaba. Ese olor a hembra le estaba llamando; necesitaba probar, oler, saborear.
No tenía nada en contra de los homosexuales, pero se alegró de que siguieran “gustándole” las mujeres. Además de…
Oh, joder, ahora no.
Apartando de sí el rostro de aquel a quien no quería nombrar, se precipitó entre los muslos de Taylor y metió los dedos entre la suave mata de vello púbico relumbrante de humedad.
—Oh, Kid, no sé si deberías… debo de oler mucho…
—¿Hay algún problema con eso?
—Me da vergüenza…
El chico sonrió y sin querer mostró los dientes. Precisamente ese olor era lo que le estaba volviendo loco, se moría de ganas de sentirlo en la nariz y en la boca.
—Da igual…—repuso con voz ronca, justo a las puertas de su sexo—Quiero comérmela entera… ¿Le apetece?
El deseo de Kido, palpable, desarmó a Taylor, quien por toda respuesta agitó las caderas en el aire y separó más las piernas, ofreciéndole al fin ese lugar húmedo y jugoso que tanto había tratado de esconder.
—No sé muy bien cómo se hace esto, la verdad…--resolló Kido, colocándose con los codos apoyados en el sofá, avanzando hacia atrás para acceder a ella más fácilmente— si no acierto, dígame cómo le gusta que lo haga…
Separó con los dedos los pliegues de aquella abertura, apartando el vello, y dio una lenta pasada con la lengua sobre la región elevada que suponía que era el clítoris. Debía serlo, porque ella contuvo un grito y elevó las caderas hacia su cara pidiéndole más.
--Oh, sí… disfrute.
Volvió a lamer, esta vez más profundamente, sellando la abertura femenina con los labios y metiendo la nariz entre el vello púbico. Empujó con la lengua la jugosa estructura erecta y la golpeó suavemente una y otra vez, intercalando rápidas pasadas en círculo en torno a ella. Probó a lamerla de todas las maneras: de arriba abajo, de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, en diagonal… otra vez en círculos… en ochos… en “infinitos”…
Taylor gemía debajo de él y trataba de no gritar, con la cabeza sepultada en el respaldo del sofá, bailando con las caderas en el aire. Cuando la lengua de Kido comenzó a jugar fuerte y alcanzó su centro de placer, echó la cabeza hacia atrás y se retorció.
Kido sentía que Taylor se humedecía cada vez más. Lo sentía en su boca, en sus labios, en su lengua. Oh, por dios, tenía la cara empapada de aquellos fluidos interminables y calientes. Comenzó a insinuar suaves empujones con las caderas contra el sofá, inconscientemente, para calmar el latido de una erección tan dura que dolía.
—Oh, Kid… creo que voy a…
La oyó perfectamente, pero no quiso separarse de ella para responder. Continuó firmemente amorrado a su coño para lamer con más intensidad, rozando con los dientes los labios de su sexo, metiéndoselos en la boca y succionándolos con deseo, extremando el cuidado cuanto pudo para no hacerla daño.
—Me voy a correr…--la voz se le deshizo a la señorita, convirtiéndose en algo líquido y denso, obsceno.
--Oh, sí…--murmuró Kido sin apenas apartarse, haciendo un esfuerzo para recuperar la respiración. No estaba acostumbrado a mover la lengua de esa manera y le dolía desde hacía rato, pero no le importaba. Como si al final tenía que entablillársela.—córrase, por favor…
Agnes emitió un gemido prolongado y comenzó a perder el control de su caderas, arqueándose aun más sobre el sofá y frotándose contra el músculo húmedo que se movía de nuevo con energía dentro de ella.
—Dios,…oh, dios… Oh, Kido… Kido…
Se corrió contra su lengua gritando, diciendo su nombre, su nombre tal cual era. Se retorció y botó sobre el sofá agarrándole del pelo, sujetándole la cabeza y presionandole la cara contra su humedad. Kido tuvo que dejar de moverse para no estallar a la vez, en aquel mismo momento, mientras se le quebraba un aullido entre las piernas de ella. Cómo le mojaba, dios santo, le estaba empapando de fluidos hasta la frente; Oh, joder… ojalá le mojara así la polla también.
Lamió fuerte y la acarició con la yema del dedo al mismo tiempo, presionando el abultado clítoris mientras ella se corría a gritos. Seguía masajeándola y lamiendo suavemente cuando ella se calmó minutos después, amainandose poco a poco su respiración.
Taylor movió un poco las piernas, le acarició la cabeza y tiró de él hacia ella casi con mimo. No recordaba sentirse tan húmeda desde hacía años; los jugos de su coño se derramaban entre sus muslos como ríos, mezclados con la saliva de los lengüetazos de Kido.
—Oh, Kid…
—¿Está bien?
Kido intentó sonreír pero la excitación le contraía el rostro.
—Sí, amor--respondió ella—gracias, gracias…
—¡No me las de!— soltó una carcajada rota—es un placer.
Observó que la piel de Agnes estaba erizada como carne de gallina. Le tocó el brazo: estaba helada.
—Tiene frío…--murmuró, tratando de abrazarla.
—Sí. ha sido intenso…
—Deje que la de calor.
Taylor se apretó contra él, frotando la mejilla contra su pecho.
—¿Quieres ir a la cama?—musitó en un hilo de voz.
—¿Qué?
Kido no estaba seguro de haber oído bien.
Ella estiró el cuello para incorporarse y llegar hasta su oído.
—¿Quieres venir a la cama conmigo?—repitió. La voz le tembló.
Kido suspiró y se movió contra ella. Se le estaba yendo el calzoncillo a Mordor con tanto movimiento, se iba a quedar en pelotas por menos de nada.
—¿Usted quiere?—preguntó.
—Sí…
Sin decir más, se levantaron. Agnes besó a Kido con ganas y le agarró del brazo, apretándole como si su mano fuera un cepo.
—Vamos…
Echo a andar hacia el dormitorio sin soltarle, a decir verdad sin despegarse de él.
Una vez en la alcoba, Taylor cerró la puerta, encendió la luz y arrastró literalmente a Kido hasta la cama. Le empujó encima del colchón, sin demasiada fuerza pero con decisión, y él cayó hacia atrás sobre la blanda superficie.
--Estás muy excitado.
Kido miró a su alrededor. En aquella cueva llena de velas había lencería desparramada por todas partes; lencería de encaje, sugerente. Sobre la colcha color escarlata, a la distancia justa de su cara para poder verla con suficiente definición, descubrió una extraña prenda de algo parecido al látex. Una especie de… braga “abierta” en la zona donde iría la entrada a la vagina, provista de una argolla metálica en la parte de atrás que coincidiría con el final de la espalda. Nunca había visto nada como eso.
Taylor se deslizó sobre él ondulándose como una serpiente marina, buscándole con los labios. Le besó las mejillas, la barbilla, los labios, la nariz… Kido respiró profundamente y cerró los ojos, y entonces ella le besó en los párpados. El cuerpo del chico se estremecía sobre la cama, tendido bajo la sombra de Agnes y recibiendo aquellos besos.
—Mucho—consiguió decir—Muy excitado.
La polla le ardía. Necesitaba tocarse o que le tocaran; necesitaba meterla, joder. Meterla. Oh, sí.
Sintió las manos de la señorita maniobrando en su cintura, tirando de sus vaqueros desabrochados hacia abajo. No quiso abrir los ojos por miedo a asustarla.
—Eso es…--murmuró ella cuando Kido elevó las caderas, permitiéndole sacarle por fin los pantalones.
Él suspiró. Su miembro, más que tieso, se deslizó fuera del calzoncillo en cuanto ella lo tocó.
Taylor agarró aquel rabo duro y comenzó a acariciarlo, presionándolo en su puño y moviendo la mano de abajo a arriba rítmicamente, despacio.
—¿Te gusta, cariño?—murmuró junto a su oído.
Kido literalmente se deshacía.
—Mucho…
Ella rio. Su risa estaba exenta de malicia, pero ni mucho menos era inocente.
—Me gusta que te guste…
Kido se movió mordiéndose el labio para no gemir. Gustarle se quedaba corto.
—¿Te molesta si…?
La señorita dejó en el aire la pregunta, y de pronto se metió en la boca la polla de Kido sin previo aviso. Mamó un poco, la insalivó y la acarició con la lengua antes de soltarla y decirle:
—¿Te molesta si hago esto?
El abdomen de Kido estaba duro y contraído como una tabla. El contacto húmedo y caliente de la boca de Agnes le había hecho jadear con los dientes apretados. Un par de lamidas más de ese calibre y se correría sin remedio, se dijo.
—No…--gimió—pero…
—¿Te han hecho una mamada alguna vez?
Él negó vehemente con la cabeza. Dios, no. Nunca.
—No.
Jamás había estado tan excitado. Sentía que su orgasmo pendía de un hilo, que tenía que controlarse y calmarse si no quería desbordarse todavía.
—Quiero darte placer…--murmuró ella, pajeándole con ritmo—dulce Kid.
Él gimió fuerte.
—Quiero que te corras en mi boca, Kido…
Oh, por dios.
—Quiero follarla--siseó él en un tono apenas audible.
—Oh, sí… luego me follarás como quieras, por donde tú quieras…--Taylor le lamió otra vez sin dejar de masturbarle—pero ahora córrete, cielo…
--Oh, joder…
Esa lamida. Ese calor. La boca de ella tan cerca, su polla tan gorda, tan dura… esas palabras… Kido estalló casi al minuto de sentir los labios de ella cerrándose con fuerza en torno a su miembro, absorbiéndole de nuevo, chupándole e insalivándole. Se incorporó por la brusca contracción muscular, la agarró del pelo tal como había hecho ella con él y la emprendió a golpes de cadera contra su cara.
—Me voy a correr…—jadeó, enredando los dedos con fuerza en el cabello de Taylor.
Cuando le sintió liberarse, ella apretó los labios y mamó hasta tragarse la última gota de la corrida. Gimió dando bandazos; movió las caderas al sentir el sabor amargo y ardiente de Kido en la boca, bajando por su garganta.
El chico aulló, embistió con las caderas y taladró la boca y la cara de la señorita en la violenta descarga. Nunca había sentido ese dulce placer, ese tormento en la polla, dios… esa manera de ser absorbido, tragado…
Cuando por fin cesaron las contracciones del orgasmo y las fuerzas le abandonaron bruscamente, sintió que los suaves labios de Taylor le soltaban.
—Kid…
Él intentó moverse. Había estado tenso como nunca, y ahora le parecía que jamás había alcanzado tal estado de relajación. “El Nirvana”, evocó de pronto esa palabra en su cabeza. Se sonrió levemente.
—¿Todo bien?—le preguntó Taylor.
—Muy bien…
Ella se incorporó y Kido volvió a sentirla sobre su rostro. Le besó en la mejilla y le dio un lametón en la línea de la mandíbula, hacia el cuello.
--¿Puedo?
—Haga con mi cuerpo lo que quiera—musitó Kido—pero antes déjeme decirle una cosa.
—Claro.
Kido dejó escapar una risita y le dio a Taylor un suave empujón en el muslo con la mano.
—El día que vuelva a tener ganas de darse un atracón, o de fumar… o de hacer cosas con la boca… llámeme, por favor.
—Siempre tendré ganas de ti—murmuró ella, acariciándole la cicatriz que cruzaba su torso. Trazó el camino de la marca longitudinal con la yema de su dedo índice, lentamente, con la sensación de estar profanando un santuario o internándose por un paraje inhóspito.
—Igual no te gusta que te toque por aquí…
—Oh, sí—sonrió—no se preocupe, toque lo que quiera.
—Pero igual te da grima, o se siente raro…
Kido abrió los ojos y se encontró con la mirada franca de la señorita.
—No siento apenas sobre la cicatriz—le dijo—pero la zona alrededor de ella es muy sensible para mí…
—¿El pecho?
—El pecho, las clavículas, las axilas… los pezones, el cuello.
Ella asintió sonriendo. Se inclinó sobre él y comenzó a besarle el torso, acercándose con los labios a su clavícula izquierda.
—Vaya, creía que a los hombres no les gustaba que les tocasen los pezones…
—¿Ah, no?
Taylor rio.
—A los que yo he conocido por lo menos no.
Kido se encogió levemente de hombros.
—Pues a mí sí me gusta.
Ella continuó besándole a la altura del esternón, acariciándole en ocasiones tímidamente con la lengua mientras se aproximaba a su pezón izquierdo.
—Interesante…--lamió juguetona la protuberancia que ya se erguía dura y suave como un botón de piedra.
Dedicó tiempo a saborearle ahí, y continuo bajando por el abdomen para luego volver a subir hacia su pecho, esta vez por el lado derecho.
—Oh, qué bien…--Kido reaccionó ante aquellos besos pausados. Se agitó un poco, sintiendo un leve fogonazo de excitación. La sensación de los labios de Taylor era tan placentera…
—Espero que después de esto no dejes de venir a verme--musitó ella, trazando líneas sinuosas y húmedas sobre el abdomen de él.
—¿Dejar de venir? Tendrá que contratar al gorila más bestia y ponerlo en la puerta si quiere que no entre.
—Exagerado…
Kido la atrajo hacia él torpemente con los brazos y la estrechó contra su pecho.
—Oiga… esa ropa que tiene aquí, desparramada en la cama…—dijo, refiriéndose a aquellas prendas de cuero y látex con remaches metálicos y aberturas tan útiles, en las cuales seguía pensando.
Taylor se puso tensa de pronto entre sus brazos.
—Ah, sí.
—Creo que le quedaría bien…
—Oh, claro que sí, me queda muy bien. ¿Te gusta?
—Sí.
—¿Quieres verla...?
7-Descubriendo secretos
—Vaya…
Kido no pudo reprimir una exclamación de asombro. Había avanzado desnudo hasta la cómoda de ébano que había frente a la cama y repasaba el contenido del primer cajón, como Taylor le había indicado.
Había ropa, sí… indumentaria parecida a la que había visto desparramada sobre la cama— lencería de encaje negro y de tejido brillante, extraña—pero no sólo eso. El amplio cajón estaba lleno de objetos bajo las exóticas telas revueltas; objetos muy diversos que Kido jamás imaginó todos juntos ahí, formando parte de las pertenencias de la señorita Taylor. Pudo ver que había de todo: artilugios de forma fálica de diversos tamaños, grosores y colores; una especie de látigo corto—ugh—terminado en múltiples colas con bolitas como remaches, varios botecitos de vidrio negro con etiquetas de colores, una bola del tamaño de una pelota de golf unida a una tira de cuero con hebillas, un collar de perro…
Reprimió una risa nerviosa.
—Vaya, estas cosas…
Kido se había vuelto a quedar sin palabras. Su corazón se había revolucionado mientras miraba el arsenal secreto de la señorita Taylor, dejándole incapacitado para reaccionar de otra manera que no fuera abrir los ojos como platos.
—Son sólo juguetes, Kid…
—Ya veo…
—¿Te gustan?
—Guau…
Kido sostuvo ante sí un juego de esposas para mirarlo más de cerca. Eran unas esposas sencillas, dos arandelas metálicas unidas a una cadena corta, con una pequeña llave.
—Creo que nunca me dejaría poner algo como esto…--murmuró casi para sí.
Escuchó la carcajada cascabelera de ella desde la cama.
—Oh, no--dijo Taylor entre risas—esas son… para que tú me las pongas.
Kido abrió durante un segundo la boca con perplejidad. Sus ojos fueron desde la señorita medio desnuda hasta las esposas y desde las esposas hasta ella un par de veces, sin estar muy seguro de comprender. Taylor se encogió de hombros.
—Me gusta jugar a estas cosas… quizá te parezca raro.
—Oh, no…--Kido se apresuró a contestar, sin poder apartar los ojos de las esposas que mantenía en la mano—No, no.
—Todo esto es demasiado “hardcore” para ti, ¿verdad, dulce Kid?
Él sacudió la cabeza con energía. No quería que Taylor pensara que era un blando, pero lo cierto era que jamás se había encontrado en vivo con algo semejante. Navegando en internet había tropezado alguna vez con páginas dedicadas al fetichismo y a juegos de roles, pero jamás se había visualizado a sí mismo tan cerca de objetos así, ni mucho menos participando en uno de esos juegos. Nunca hubiera pensado que a la amable y centrada Taylor—centrada en apariencia, claro está, se dijo recordando las colillas que rebosaban en los ceniceros—le atrajera ese tipo de vivencias.
—Con lo de ponerme tú las esposas no me refería a que tengas que hacerlo…--la señorita se atropellaba un poco con las palabras, reculando. Parecía algo arrepentida de haberle mostrado a Kido su arsenal—no quiero asustarte, sólo quería decir que me gusta llevarlas, no ponérselas yo a nadie…
Kido se giró hacia ella con las esposas en la mano. En su cara se pintaba cierto desconcierto, pero Taylor observó la rigidez que se dejaba insinuar por debajo de su cintura: el miembro del chico volvía a estar engrosado y dispuesto, y comenzaba a levantarse.
Oh…
Él sintió los ojos de ella clavados en su pelvis y se giró hacia la pared, algo avergonzado. Sin querer soltar las esposas, apretándolas fuerte en su mano sin darse cuenta, fingió repasar el contenido del cajón, aunque apenas veía lo que había allí porque los ojos habían comenzado a nublársele.
—Qué buen culo…—comentó Taylor en voz baja, en un tono perfectamente audible.
Un escalofrío recorrió la espalda de él. Podía detectar con toda claridad el deseo en las palabras de Taylor y eso le aceleraba y le turbaba. Si se giraba hacia la señorita en ese momento, ella podría ver que ya estaba del todo empalmado.
—¿Quiere que la espose a la cama?—murmuró sin mirarla. El jadeo que escuchó a sus espaldas inflamó aún más su miembro totalmente rígido—¿...eso quiere?
—Oh, me encantaría… pero sólo si tú quieres.
Kido asintió con los ojos clavados en el cajón de la cómoda.
—Sí que quiero—gruñó—pero... nunca he hecho estas cosas… ¿Qué quiere que le haga?
La pregunta fue tan franca que enterneció a Taylor. El chico siempre quería saber lo que se esperaba de él; Taylor no comprendía como podía ser tachado de “egoísta” por su hermano Inti, ¡Kido era todo lo contrario!
—Lo que tú quieras—respondió sonriendo.
—¿Lo que yo quiera?
Sin querer volverse, Kido giró la cara para mirarla a los ojos aunque sólo por un segundo. Al ver el hambre en la mirada de Taylor -ese agujero oscuro cargado de secretos sin saciar desde hacía siglos-, volvió a girar la cabeza hacia la cómoda, abrumado. Captaba perfectamente el deseo de Taylor; le parecía que podría tocarlo si extendía las manos, pero no conseguía comprender que ella le hubiera elegido precisamente a él para aplacarlo. Él era sólo un chico... un chico mucho menor que ella, pequeño a su lado, insignificante.
—Hazme tuya…
—¿Mía?
Kido se mordió el labio. Se giró despacio, mostrándole a Taylor la vitalidad de su cuerpo a pleno rendimiento, dándose cuenta de que jadeaba sin poder disimularlo.
Taylor reptó hacia el borde la cama y le contempló con ojos brillantes, llenándose con auténtica satisfacción de aquello que tenía ante sí.
—Sí—asintió—eso es lo que quiero sentir.
—Pero…
Los ojos de ella se tornaron por un segundo suplicantes.
—Espósame a la cama y hazme tuya dándome duro.
Kido se rio. Dios. Avanzó unos pasos hacia la cama como movido por hilos invisibles. ¿Aquello iba en serio? Oh, sentía que el metal templado de las esposas palpitaba en su mano, ¿o era su mano la que palpitaba agarrándolas fuerte?
—Sólo si tú quieres…—concluyó ella.
Volvió a tenderse mansamente sobre la cama, boca arriba, y estiró los brazos por encima de su cabeza contra los barrotes del cabecero.
Kido se acercó a ella. Le acarició torpemente la mejilla. Estaba muy nervioso, con la respiración en un hilo, pero la brusca excitación le ganaba la partida al miedo. Sus manos temblaban cuando accionó la pequeña llave para abrir las esposas y las cerró en torno a las muñecas de Taylor, pasando la corta cadena por detrás de uno de los barrotes del cabecero de forja.
—Vaya por dios…
Tras oír el chasquido como un susurro metálico se dio cuenta de que ella conservaba puesta la horrible camiseta amarilla talla XXL. Ahora sería imposible sacársela con las manos atadas.
—Hay unas tijeras en el baño…--murmuró ella como si le hubiera leído el pensamiento.
La señorita señaló con la barbilla una puerta semi oculta en la pared, cerca de la cama, parcialmente tapada por una bata de seda que colgaba de un perchero a su derecha. Kido no había reparado en ella hasta entonces, pero al dirigirse allí comprobó que daba a un cuarto de baño anexo al dormitorio, pequeño y coqueto igual que el resto de habitaciones de la casa. Frente a él, metidas en un tarrito de cristal adornado con un lazo, Kido encontró lo que buscaba.
Se arrodilló en la cama, entre las piernas de la señorita, y sin decir nada tiró de la tela de la camiseta. Estiró la prenda sujetándola fuerte con la mano izquierda mientras con la derecha comenzaba a cortar.
—¿No le importa que la rompa?—jadeó, deteniéndose un momento.
—Oh, no…
Cortó con decisión hasta la mitad de la camiseta. Al llegar allí, dejó las tijeras en la mesita de noche y tiró con fuerza de la tela, rasgando la prenda en dos con ambas manos. El abdomen y el pecho de la señorita se agitaron al aire frente a él.
Kido olfateó: volvía a notar ese olor, ese aroma animal a salvaje excitación por encima del suyo propio. Oh, seguro que ella estaba muy mojada…
La tocó.
—Está empapada…—murmuró, inclinándose sobre ella para lamerle el cuello.
Taylor bufó y se removió sobre la cama bajo él. El cabecero protestó con un sonido herrumbroso cuando tiró de la cadena de las esposas.
Sin sacar los dedos de aquella flor abierta y palpitante, el chico avanzó con las rodillas para acercarse más. Introdujo un dedo en la vagina de Taylor hasta clavarle el nudillo en el periné; ésta elevó las caderas y resopló para absorber la acometida.
—Tiene ganas de ser penetrada…
Movió el dedo dentro de ella, lo sacó unos centímetros y volvió a clavárselo con energía. Ella gritó tan fuerte que él se sobresaltó.
—¿Le he hecho daño?—preguntó, retirándose inmediatamente.
Taylor movió las caderas, implorante.
—¡No!—exclamó—Al contrario…
Kido sonrió. Volvió a penetrarla con el dedo suavemente.
—Hazme gritar…--murmuró ella.
—Pero si grita así, pensarán que la estoy violando…—Jadeó Kido. ¿Por qué le daba la risa a cada momento?— las paredes son de papel…
Taylor asintió con los ojos cerrados.
—Por eso tengo la mordaza en el cajón—musitó—para cuando mi dueño no quiera oírme si necesito gritar.
Kido se mordió el labio con fuerza. ¿Mordaza? ¿Dueño? Oh, Señor.
—Es esa cosa… que tiene una bola—boqueó Taylor, moviéndose contra sus caricias. Señaló con la barbilla el cajón abierto de la cómoda—si no quieres que alerte a todo el vecindario, deberías ponérmela.
Oh, claro que sí.
Kido retrocedió hacia el borde de la cama, se levantó y caminó hacia la cómoda. Su cuerpo se agitaba en estremecimientos de placer como pequeños calambres. Nunca había sentido esa sensación de “corriente eléctrica” en sus venas; sensación que se magnificó cuando agarró aquel objeto que en un principio no había sabido catalogar.
—¿Es esto?—preguntó en un susurro, agitando la tira de cuero con la bola para que Taylor la viera.
—Sí.
Dios. Taylor quería que le pusiera eso y la follara atada a la cama. Se tocó y se la meneó un par de veces sin poder evitarlo, sujetando la mordaza con la otra mano, imaginando a la señorita gritando contra la bola cada vez que él entraba en ella. Como deseaba metérsela hasta el fondo de una vez.
—¿Tiene condones?—preguntó, visualizando rápidamente que ese dato era importante.
Ella gimió, levantando las caderas en el aire.
—Detrás de los frascos—respondió—date prisa, por favor…
Le necesitaba cerca, le necesitaba dentro.
Kido no pudo evitar derribar algunos de los frascos que había en el cajón mientras buscaba a tientas los preservativos. Tanteó y agarró un puñado de lo que parecían ser pequeñas bolsitas aplanadas… exacto, eso era. Vaya… cuántos colores diferentes. Taylor tenía mucha imaginación.
Avanzó de nuevo hacia la cama. Se le cayeron un par de condones por el camino pero desde luego no se detuvo a recogerlos. Dejó el resto sobre la cama y volvió a arrodillarse entre las piernas abiertas de Taylor, acercándose a su rostro.
--Abra la boca…
No le habría hecho falta decirlo, en realidad; la señorita la hubiera abierto de todos modos. Ella le contempló un segundo, anhelante; después cerró los labios en torno a la esfera de goma. Era grande, y siempre que la llevaba puesta le hacía babear.
Kido aseguró el cierre de la mordaza en la coronilla de Taylor y retrocedió un poco para contemplar el aspecto de ésta. Se mareó de deseo cuando la vio y escuchó respirar contra la bola que tenía en la boca. Oh, por favor…
Él también jadeaba.
Manipuló con dedos temblorosos un condón, sin dejar de mirarla. Tuvo que forcejear durante un rato con el envoltorio, pero finalmente acertó a colocarse la goma en su rabo a estallar lo más rápido que pudo.
—Señorita…—murmuró.
Se acercó más a Taylor y la agarró de las corvas. Le levantó los muslos y los colocó encima de los suyos, acoplando sus caderas a las de ella, sujetándola por la cintura.
Taylor gimió largamente con la boca llena—eso habría sido un grito—cuando sintió el grueso miembro de Kido entrando por fin en caliente sin más preámbulo.
—Oh, sí…
Kido gimió y se dejó llevar, bombeándola a su antojo. Joder. Qué gusto. No recordaba jamás haber disfrutado tanto con una mujer. Sentía aquel cálido túnel apretándose en torno a él, abrazándole, tirando de él, mojando la goma del preservativo tanto que parecía que los fluidos podrían traspasarla. Nunca había tenido la polla así, tan gorda, tan caliente, absolutamente pétrea.
“Fóllame duro” le había dicho ella. O algo así.
Recordó de pronto algo que había pensado al ver lo que Taylor guardaba en el cajón. Salió de ella despacio y se inclinó para hablarle al oído.
—Supongo que esas pollas de plástico que tiene le molan… pero es mucho mejor una polla de verdad, ¿no?
Se apoyó sobre las rodillas, agarrando con firmeza su verga a la altura del sexo abierto de Taylor, y comenzó a pajearse ahí a buen ritmo. El sensible glande se estrelló una y otra vez contra el clítoris de Taylor, golpeándolo; ella volvió a gemir y a botar sobre la cama, enloquecida.
—Oh, sí, mucho mejor…
Kido se inclinó aún más sobre ella. Los golpes de su polla ya eran mucho más que meras insinuaciones, atacando una y otra vez el centro de placer de la señorita, dando en el blanco todo el tiempo.
Luchó por no correrse, aflojando ligeramente el ritmo. Había perdido el control de su respiración hacía ya tiempo; estaba tan cachondo que se sentía poderoso, capaz de hacer cualquier cosa, de decir lo que quería y sentía sin pelos en la lengua. Los gritos de Taylor acallados por la mordaza, ese increíble placer que necesitaba ser silenciado, le estaban volviendo loco. Su propia humedad, su propio olor, mezclados con la humedad y el olor de ella, también. Se sintió morir al chapotear en esa ciénaga dorada.
--Si se corre ahora la montaré como a una yegua—murmuró, lamiéndole la oreja. Se sorprendió al escuchar el tono de su voz, tan resuelto al exteriorizar aquel deseo distinto a todo.
—gñfffmmmjjmm…
La señorita farfulló algo húmedo contra la bola de la mordaza y cerró fuerte los ojos. Hilillos y gotitas de baba salieron salpicados de su boca cuando resopló sonoramente, justo antes de correrse, tensando sus músculos y levantando las caderas hacia Kido.
“Yegua”.
—Oh, sí…--Kido la agarró por la cintura y se hundió en ella de golpe, empujando con todas sus fuerzas—yo caballo loco y usted yegua, ¿lo ve?
Taylor estalló. Abrazó los muslos de Kido con las piernas, clavándole los talones, y se contrajo en torno a su polla como si quisiera absorberle entero.
—Uahh…
Kido mordió con fuerza la almohada—ese mordisco en la piel de Taylor la hubiera destrozado—y la bombeó a gusto sin preocuparse de ser suave.
Ella se retorció en espirales de fuego sin dejar de gemir de aquel modo, mugiendo como una burra en celo contra la bola de la mordaza. Oh, dios… el roce de aquella barra dura y repleta entrando y saliendo estaba matando a Taylor. Recordó lo que se sentía al ser de nuevo poseída, llenada… usada como instrumento de placer.
Kido no había sentido jamás un placer semejante. Ella era suya, realmente sentía que aquella flor, aquel cuerpo y su espíritu frágil, eran suyos, aunque sólo fuera mientras durase aquel encuentro.
La cabalgó con furia y se corrió mordiendo su cuello, gruñendo y gimiendo contra su piel. Definitivamente, nunca había sentido un placer semejante.
Kido no pudo reprimir una exclamación de asombro. Había avanzado desnudo hasta la cómoda de ébano que había frente a la cama y repasaba el contenido del primer cajón, como Taylor le había indicado.
Había ropa, sí… indumentaria parecida a la que había visto desparramada sobre la cama— lencería de encaje negro y de tejido brillante, extraña—pero no sólo eso. El amplio cajón estaba lleno de objetos bajo las exóticas telas revueltas; objetos muy diversos que Kido jamás imaginó todos juntos ahí, formando parte de las pertenencias de la señorita Taylor. Pudo ver que había de todo: artilugios de forma fálica de diversos tamaños, grosores y colores; una especie de látigo corto—ugh—terminado en múltiples colas con bolitas como remaches, varios botecitos de vidrio negro con etiquetas de colores, una bola del tamaño de una pelota de golf unida a una tira de cuero con hebillas, un collar de perro…
Reprimió una risa nerviosa.
—Vaya, estas cosas…
Kido se había vuelto a quedar sin palabras. Su corazón se había revolucionado mientras miraba el arsenal secreto de la señorita Taylor, dejándole incapacitado para reaccionar de otra manera que no fuera abrir los ojos como platos.
—Son sólo juguetes, Kid…
—Ya veo…
—¿Te gustan?
—Guau…
Kido sostuvo ante sí un juego de esposas para mirarlo más de cerca. Eran unas esposas sencillas, dos arandelas metálicas unidas a una cadena corta, con una pequeña llave.
—Creo que nunca me dejaría poner algo como esto…--murmuró casi para sí.
Escuchó la carcajada cascabelera de ella desde la cama.
—Oh, no--dijo Taylor entre risas—esas son… para que tú me las pongas.
Kido abrió durante un segundo la boca con perplejidad. Sus ojos fueron desde la señorita medio desnuda hasta las esposas y desde las esposas hasta ella un par de veces, sin estar muy seguro de comprender. Taylor se encogió de hombros.
—Me gusta jugar a estas cosas… quizá te parezca raro.
—Oh, no…--Kido se apresuró a contestar, sin poder apartar los ojos de las esposas que mantenía en la mano—No, no.
—Todo esto es demasiado “hardcore” para ti, ¿verdad, dulce Kid?
Él sacudió la cabeza con energía. No quería que Taylor pensara que era un blando, pero lo cierto era que jamás se había encontrado en vivo con algo semejante. Navegando en internet había tropezado alguna vez con páginas dedicadas al fetichismo y a juegos de roles, pero jamás se había visualizado a sí mismo tan cerca de objetos así, ni mucho menos participando en uno de esos juegos. Nunca hubiera pensado que a la amable y centrada Taylor—centrada en apariencia, claro está, se dijo recordando las colillas que rebosaban en los ceniceros—le atrajera ese tipo de vivencias.
—Con lo de ponerme tú las esposas no me refería a que tengas que hacerlo…--la señorita se atropellaba un poco con las palabras, reculando. Parecía algo arrepentida de haberle mostrado a Kido su arsenal—no quiero asustarte, sólo quería decir que me gusta llevarlas, no ponérselas yo a nadie…
Kido se giró hacia ella con las esposas en la mano. En su cara se pintaba cierto desconcierto, pero Taylor observó la rigidez que se dejaba insinuar por debajo de su cintura: el miembro del chico volvía a estar engrosado y dispuesto, y comenzaba a levantarse.
Oh…
Él sintió los ojos de ella clavados en su pelvis y se giró hacia la pared, algo avergonzado. Sin querer soltar las esposas, apretándolas fuerte en su mano sin darse cuenta, fingió repasar el contenido del cajón, aunque apenas veía lo que había allí porque los ojos habían comenzado a nublársele.
—Qué buen culo…—comentó Taylor en voz baja, en un tono perfectamente audible.
Un escalofrío recorrió la espalda de él. Podía detectar con toda claridad el deseo en las palabras de Taylor y eso le aceleraba y le turbaba. Si se giraba hacia la señorita en ese momento, ella podría ver que ya estaba del todo empalmado.
—¿Quiere que la espose a la cama?—murmuró sin mirarla. El jadeo que escuchó a sus espaldas inflamó aún más su miembro totalmente rígido—¿...eso quiere?
—Oh, me encantaría… pero sólo si tú quieres.
Kido asintió con los ojos clavados en el cajón de la cómoda.
—Sí que quiero—gruñó—pero... nunca he hecho estas cosas… ¿Qué quiere que le haga?
La pregunta fue tan franca que enterneció a Taylor. El chico siempre quería saber lo que se esperaba de él; Taylor no comprendía como podía ser tachado de “egoísta” por su hermano Inti, ¡Kido era todo lo contrario!
—Lo que tú quieras—respondió sonriendo.
—¿Lo que yo quiera?
Sin querer volverse, Kido giró la cara para mirarla a los ojos aunque sólo por un segundo. Al ver el hambre en la mirada de Taylor -ese agujero oscuro cargado de secretos sin saciar desde hacía siglos-, volvió a girar la cabeza hacia la cómoda, abrumado. Captaba perfectamente el deseo de Taylor; le parecía que podría tocarlo si extendía las manos, pero no conseguía comprender que ella le hubiera elegido precisamente a él para aplacarlo. Él era sólo un chico... un chico mucho menor que ella, pequeño a su lado, insignificante.
—Hazme tuya…
—¿Mía?
Kido se mordió el labio. Se giró despacio, mostrándole a Taylor la vitalidad de su cuerpo a pleno rendimiento, dándose cuenta de que jadeaba sin poder disimularlo.
Taylor reptó hacia el borde la cama y le contempló con ojos brillantes, llenándose con auténtica satisfacción de aquello que tenía ante sí.
—Sí—asintió—eso es lo que quiero sentir.
—Pero…
Los ojos de ella se tornaron por un segundo suplicantes.
—Espósame a la cama y hazme tuya dándome duro.
Kido se rio. Dios. Avanzó unos pasos hacia la cama como movido por hilos invisibles. ¿Aquello iba en serio? Oh, sentía que el metal templado de las esposas palpitaba en su mano, ¿o era su mano la que palpitaba agarrándolas fuerte?
—Sólo si tú quieres…—concluyó ella.
Volvió a tenderse mansamente sobre la cama, boca arriba, y estiró los brazos por encima de su cabeza contra los barrotes del cabecero.
Kido se acercó a ella. Le acarició torpemente la mejilla. Estaba muy nervioso, con la respiración en un hilo, pero la brusca excitación le ganaba la partida al miedo. Sus manos temblaban cuando accionó la pequeña llave para abrir las esposas y las cerró en torno a las muñecas de Taylor, pasando la corta cadena por detrás de uno de los barrotes del cabecero de forja.
—Vaya por dios…
Tras oír el chasquido como un susurro metálico se dio cuenta de que ella conservaba puesta la horrible camiseta amarilla talla XXL. Ahora sería imposible sacársela con las manos atadas.
—Hay unas tijeras en el baño…--murmuró ella como si le hubiera leído el pensamiento.
La señorita señaló con la barbilla una puerta semi oculta en la pared, cerca de la cama, parcialmente tapada por una bata de seda que colgaba de un perchero a su derecha. Kido no había reparado en ella hasta entonces, pero al dirigirse allí comprobó que daba a un cuarto de baño anexo al dormitorio, pequeño y coqueto igual que el resto de habitaciones de la casa. Frente a él, metidas en un tarrito de cristal adornado con un lazo, Kido encontró lo que buscaba.
Se arrodilló en la cama, entre las piernas de la señorita, y sin decir nada tiró de la tela de la camiseta. Estiró la prenda sujetándola fuerte con la mano izquierda mientras con la derecha comenzaba a cortar.
—¿No le importa que la rompa?—jadeó, deteniéndose un momento.
—Oh, no…
Cortó con decisión hasta la mitad de la camiseta. Al llegar allí, dejó las tijeras en la mesita de noche y tiró con fuerza de la tela, rasgando la prenda en dos con ambas manos. El abdomen y el pecho de la señorita se agitaron al aire frente a él.
Kido olfateó: volvía a notar ese olor, ese aroma animal a salvaje excitación por encima del suyo propio. Oh, seguro que ella estaba muy mojada…
La tocó.
—Está empapada…—murmuró, inclinándose sobre ella para lamerle el cuello.
Taylor bufó y se removió sobre la cama bajo él. El cabecero protestó con un sonido herrumbroso cuando tiró de la cadena de las esposas.
Sin sacar los dedos de aquella flor abierta y palpitante, el chico avanzó con las rodillas para acercarse más. Introdujo un dedo en la vagina de Taylor hasta clavarle el nudillo en el periné; ésta elevó las caderas y resopló para absorber la acometida.
—Tiene ganas de ser penetrada…
Movió el dedo dentro de ella, lo sacó unos centímetros y volvió a clavárselo con energía. Ella gritó tan fuerte que él se sobresaltó.
—¿Le he hecho daño?—preguntó, retirándose inmediatamente.
Taylor movió las caderas, implorante.
—¡No!—exclamó—Al contrario…
Kido sonrió. Volvió a penetrarla con el dedo suavemente.
—Hazme gritar…--murmuró ella.
—Pero si grita así, pensarán que la estoy violando…—Jadeó Kido. ¿Por qué le daba la risa a cada momento?— las paredes son de papel…
Taylor asintió con los ojos cerrados.
—Por eso tengo la mordaza en el cajón—musitó—para cuando mi dueño no quiera oírme si necesito gritar.
Kido se mordió el labio con fuerza. ¿Mordaza? ¿Dueño? Oh, Señor.
—Es esa cosa… que tiene una bola—boqueó Taylor, moviéndose contra sus caricias. Señaló con la barbilla el cajón abierto de la cómoda—si no quieres que alerte a todo el vecindario, deberías ponérmela.
Oh, claro que sí.
Kido retrocedió hacia el borde de la cama, se levantó y caminó hacia la cómoda. Su cuerpo se agitaba en estremecimientos de placer como pequeños calambres. Nunca había sentido esa sensación de “corriente eléctrica” en sus venas; sensación que se magnificó cuando agarró aquel objeto que en un principio no había sabido catalogar.
—¿Es esto?—preguntó en un susurro, agitando la tira de cuero con la bola para que Taylor la viera.
—Sí.
Dios. Taylor quería que le pusiera eso y la follara atada a la cama. Se tocó y se la meneó un par de veces sin poder evitarlo, sujetando la mordaza con la otra mano, imaginando a la señorita gritando contra la bola cada vez que él entraba en ella. Como deseaba metérsela hasta el fondo de una vez.
—¿Tiene condones?—preguntó, visualizando rápidamente que ese dato era importante.
Ella gimió, levantando las caderas en el aire.
—Detrás de los frascos—respondió—date prisa, por favor…
Le necesitaba cerca, le necesitaba dentro.
Kido no pudo evitar derribar algunos de los frascos que había en el cajón mientras buscaba a tientas los preservativos. Tanteó y agarró un puñado de lo que parecían ser pequeñas bolsitas aplanadas… exacto, eso era. Vaya… cuántos colores diferentes. Taylor tenía mucha imaginación.
Avanzó de nuevo hacia la cama. Se le cayeron un par de condones por el camino pero desde luego no se detuvo a recogerlos. Dejó el resto sobre la cama y volvió a arrodillarse entre las piernas abiertas de Taylor, acercándose a su rostro.
--Abra la boca…
No le habría hecho falta decirlo, en realidad; la señorita la hubiera abierto de todos modos. Ella le contempló un segundo, anhelante; después cerró los labios en torno a la esfera de goma. Era grande, y siempre que la llevaba puesta le hacía babear.
Kido aseguró el cierre de la mordaza en la coronilla de Taylor y retrocedió un poco para contemplar el aspecto de ésta. Se mareó de deseo cuando la vio y escuchó respirar contra la bola que tenía en la boca. Oh, por favor…
Él también jadeaba.
Manipuló con dedos temblorosos un condón, sin dejar de mirarla. Tuvo que forcejear durante un rato con el envoltorio, pero finalmente acertó a colocarse la goma en su rabo a estallar lo más rápido que pudo.
—Señorita…—murmuró.
Se acercó más a Taylor y la agarró de las corvas. Le levantó los muslos y los colocó encima de los suyos, acoplando sus caderas a las de ella, sujetándola por la cintura.
Taylor gimió largamente con la boca llena—eso habría sido un grito—cuando sintió el grueso miembro de Kido entrando por fin en caliente sin más preámbulo.
—Oh, sí…
Kido gimió y se dejó llevar, bombeándola a su antojo. Joder. Qué gusto. No recordaba jamás haber disfrutado tanto con una mujer. Sentía aquel cálido túnel apretándose en torno a él, abrazándole, tirando de él, mojando la goma del preservativo tanto que parecía que los fluidos podrían traspasarla. Nunca había tenido la polla así, tan gorda, tan caliente, absolutamente pétrea.
“Fóllame duro” le había dicho ella. O algo así.
Recordó de pronto algo que había pensado al ver lo que Taylor guardaba en el cajón. Salió de ella despacio y se inclinó para hablarle al oído.
—Supongo que esas pollas de plástico que tiene le molan… pero es mucho mejor una polla de verdad, ¿no?
Se apoyó sobre las rodillas, agarrando con firmeza su verga a la altura del sexo abierto de Taylor, y comenzó a pajearse ahí a buen ritmo. El sensible glande se estrelló una y otra vez contra el clítoris de Taylor, golpeándolo; ella volvió a gemir y a botar sobre la cama, enloquecida.
—Oh, sí, mucho mejor…
Kido se inclinó aún más sobre ella. Los golpes de su polla ya eran mucho más que meras insinuaciones, atacando una y otra vez el centro de placer de la señorita, dando en el blanco todo el tiempo.
Luchó por no correrse, aflojando ligeramente el ritmo. Había perdido el control de su respiración hacía ya tiempo; estaba tan cachondo que se sentía poderoso, capaz de hacer cualquier cosa, de decir lo que quería y sentía sin pelos en la lengua. Los gritos de Taylor acallados por la mordaza, ese increíble placer que necesitaba ser silenciado, le estaban volviendo loco. Su propia humedad, su propio olor, mezclados con la humedad y el olor de ella, también. Se sintió morir al chapotear en esa ciénaga dorada.
--Si se corre ahora la montaré como a una yegua—murmuró, lamiéndole la oreja. Se sorprendió al escuchar el tono de su voz, tan resuelto al exteriorizar aquel deseo distinto a todo.
—gñfffmmmjjmm…
La señorita farfulló algo húmedo contra la bola de la mordaza y cerró fuerte los ojos. Hilillos y gotitas de baba salieron salpicados de su boca cuando resopló sonoramente, justo antes de correrse, tensando sus músculos y levantando las caderas hacia Kido.
“Yegua”.
—Oh, sí…--Kido la agarró por la cintura y se hundió en ella de golpe, empujando con todas sus fuerzas—yo caballo loco y usted yegua, ¿lo ve?
Taylor estalló. Abrazó los muslos de Kido con las piernas, clavándole los talones, y se contrajo en torno a su polla como si quisiera absorberle entero.
—Uahh…
Kido mordió con fuerza la almohada—ese mordisco en la piel de Taylor la hubiera destrozado—y la bombeó a gusto sin preocuparse de ser suave.
Ella se retorció en espirales de fuego sin dejar de gemir de aquel modo, mugiendo como una burra en celo contra la bola de la mordaza. Oh, dios… el roce de aquella barra dura y repleta entrando y saliendo estaba matando a Taylor. Recordó lo que se sentía al ser de nuevo poseída, llenada… usada como instrumento de placer.
Kido no había sentido jamás un placer semejante. Ella era suya, realmente sentía que aquella flor, aquel cuerpo y su espíritu frágil, eran suyos, aunque sólo fuera mientras durase aquel encuentro.
La cabalgó con furia y se corrió mordiendo su cuello, gruñendo y gimiendo contra su piel. Definitivamente, nunca había sentido un placer semejante.
8-Serpientes y conejos
Se despertó aquella mañana en su cama como si nada hubiera pasado. No recordaba en qué momento de la noche anterior se había vestido, abandonado la casa de Taylor y bajado de nuevo hasta el tercer piso. Por un momento pensó que lo había soñado todo, pero el dolor que palpitaba en su polla era muy real: se había destrozado sin darse cuenta, follándola. Por mera asociación de ideas le cruzó la mente la lógica pregunta: ¿A Taylor le dolería también el coño? Seguro que sí, se dijo. Ojalá.
Un escalofrío le hizo mover imperceptiblemente las caderas adelante y atrás. Oh, dios, qué dulce y caliente coño. Lo había olido, disfrutado, tocado, besado, penetrado. Se dio cuenta de que la noche anterior había echado, con diferencia, el mejor polvo de su vida; y se dio cuenta también de que el sexo con Taylor era un dulce del que ahora en adelante le iba a ser muy difícil desengancharse.
Sólo pensando en esto, tumbado boca abajo entre las sábanas, notó su polla endureciéndose contra el colchón. Oh, mierda, no quería empalmarse ahora, estaba dolorido, tenía que levantarse de la cama, era tarde…
Luchando contra el deseo que hacía hormiguear su cuerpo, se levantó de la cama tratando de barrer esos recuerdos tórridos que amenazaban con ponerle en jaque de nuevo. Se sentía vulnerable, como si le hubieran quitado una cáscara que le cubriera; ahora su piel era sensible para todo, y le parecía que una brizna de aire bastaría para hacerle arder, avivando la llama que no había dejado de agitarse dentro de su estómago.
Arrastrando los pies se dirigió a la cocina. Al cruzar el pasillo miró el reloj de pared que había frente a la puerta del salón: joder, las doce del mediodía.
—Ey, ¿Qué coño te pasó ayer?
La voz de Inti sonó demasiado elevada en sus oídos cuando atravesó la puerta de la cocina.
—¿Qué me pasó?—inquirió Kido, sin saber muy bien a qué se refería su hermano.
Oh, dios. Realmente temió que Inti, con su mirada detectivesca que a veces parecía tener rayos X, pudiera perforarle y leer el encuentro con Taylor sólo con mirarle a la cara. Se dio la vuelta para evitar hacer contacto visual y fingió buscar algo en un estante.
—No, nada…—el tono de Inti era alterado, pero en cierta manera divertido como a punto de escapársele una carcajada—nada, Kido… te pones a hacer magdalenas como un loco a las nueve de la noche, sales a las diez diciendo que vas a casa de Taylor y vuelves a las cinco de la mañana, dando tumbos con la camiseta en la cabeza… salvo eso, no ha pasado nada.
Oh ¿A las cinco?¿camiseta en...?¿qué coño...?
—¿En serio?
Kido no había podido evitar volverse, más blanco de lo que ya era a causa de la impresión.
—Joder… ¿me lo estás preguntando? No pegué ojo hasta que llegaste, y cuando te oí salí al pasillo y vi la pinta que traías, pero no quisiste decirme nada y me dijiste que te dejara en paz.
—¿De verdad?
Kido no podía dar crédito a lo que estaba oyendo. ¿Le había hablado a su hermano? Es más… no recordaba haber visto a Inti desde aquella noche en la cocina, antes de salir.
—¿No lo recuerdas?
—No…
Inti sacudió la cabeza y se mordió el labio.
—Un día vas a matarme de un susto, lo sabes, ¿no?
Otra vez la eterna gresca diaria.
—No eres mi madre, joder.
—Claro que no, ya sé que no—respondió Inti, tenso de repente como si se hubiera tragado un palo.
Kido se arrepintió inmediatamente de haber dicho aquello. Había sonado como un golpe bajo, y lo había dicho sin pensar, sin intención de herir. Simplemente le había salido.
Por fortuna, Inti hizo oídos sordos y exhaló con fuerza, sin querer entrar en discusiones.
—¿Y qué se supone que estuviste haciendo?—preguntó, clavando los ojos en Kido.
Éste avanzó hacia la encimera, cogió el bote de cacao en polvo y lo dejó en la mesa junto con la botella de leche. Se sentó y comenzó a llenar un vaso vacío distraídamente.
—Nada…
—¿Nada?
—Es mi vida privada, Inti—murmuró.
Su hermano golpeó la pared súbitamente con el puño cerrado. A pesar de no haber descargado toda su fuerza, el golpe resonó en el alicatado.
—Ya, tu vida privada. Joder, ¿cómo puedes ser tan egoísta?
“Por favor, no me montes un pollo ahora”, pensó Kido. Las broncas continuadas de Inti eran erosivas, estaba fatigado ya del tema. Dejó la cuchara con fuerza sobre la mesa y se levantó, echando la silla bruscamente hacia atrás. A tomar por culo la bicicleta.
—Estuve follando—le respondió. Su voz fue apenas un susurro, gélida—Toda la puta noche. Es mi vida privada, Inti.
El aludido abrió mucho los ojos y apretó los labios. Retrocedió un paso.
—¿Follando?—inquirió—¿qué dices?
—¿Te pregunto yo a quién te follas y cómo te lo follas?
Inti retrocedió otro paso, como empujado por una mano invisible.
—No…
—¡Claro que no!—murmuró Kido--porque es tu vida, tu jodida vida privada¿Ahora vas a amargarme el desayuno o vas a dejarme en paz?
Kido volvió a sentarse a la mesa de la cocina. Necesitaba beber algo para pasar la medicación que ya tenía preparada allí, junto al vaso.
Inti frunció el ceño. Sus ojos se perdieron en el infinito y él quedó pensando, atando cabos en su cabeza. Lentamente echó hacia atrás una silla y se dejó caer sobre ella para sentarse frente a Kido.
--¡Eh!—exclamó de pronto, enarbolando un dedo acusador—Pero entonces me has mentido. No fuiste a casa de Taylor, ¿dónde fuiste? ¿Y qué tienen que ver las magdalenas? No entiendo nada...
—Fui a casa de Taylor—replicó Kido, sin inmutarse.
Su hermano sacudió la cabeza.
—Pero…
—¿Qué?
Inti se resistía a creer la deducción que estaba a punto de exteriorizar.
—¿Te follaste a Taylor?
—No vas a dejarme tranquilo, ¿verdad?—murmuró Kido, resignado—Sí. Me he follado a Taylor. Pero no es asunto tuyo.
—¿Me estás tomando el pelo?
Kido soltó una carcajada.
—¿Eso crees? ¿Tan increíble te parece?
—Imposible… me parece imposible. Además yo… yo creía que tú…que tú eras...
Kido se metió la pastilla en la boca y la empujó garganta abajo con un trago de agua.
—¿Que yo era qué?—masculló después de tragar.
—Pues… ¿Tú no eres gay, Kido?
Gay. Claro.
—¡No!—elevó el tono de voz sin darse cuenta-- No, joder, no. No soy gay, Inti.
—Eh, tampoco es nada malo.
—¡No digo que lo sea!—esta vez fue Kido quien dio un fuerte golpe, en la superficie de la mesa con la palma de la mano—Pero yo no lo soy… y además, es que no tengo por qué explicarte nada… ¡es mi puta vida privada, cuántas veces lo tengo que decir!
—No, en eso tienes razón. Perdóname, yo creía que… te habías ido por ahí, no imaginé que…
—Soy mayorcito ya, Inti. Además ya han pasado veinticuatro horas desde la caída, así que no tienes que observarme. Relájate un poco, ¿vale?
Consiguió tomarse un vaso de leche sin más sobresaltos, y sin mediar palabra salió hacia la ducha. Ojalá su hermano no pensara que tenía el deber de entrometerse en su vida; Kido no se sentía con ganas ni con fuerzas de bregar con eso por más tiempo.
Se duchó y, aún con el pelo mojado, salió a la calle para estirar las piernas. Su último argumento había bastado para cerrarle la boca a Inti de momento, aunque Kido sabía— le conocía muy bien—que tarde o temprano volvería a la carga. Tenía que aprovechar esas pocas horas de duda y latencia en las que su hermano se mantendría al margen, rumiando en su mente aquello que le corroyera.
Al bajar por las escaleras se dijo que iría al refugio de la protectora de animales donde Inti y él ayudaban como voluntarios. Solían ir allí a menudo, tanto es así que años después Inti hizo sus prácticas de primer año de veterinaria en este mismo lugar. El centro estaba algo apartado del barrio, a una hora de camino a pie más o menos, tras una lengua de descampado donde la gente hacía botellón los fines de semana.
A Kido, estar allí le daba un tipo de paz que le permitía liberar la mente. La presencia de los animales le tranquilizaba y allí había todo tipo de criaturas, desde perros abandonados y gatos hasta iguanas, tortugas de Florida y demás fauna exótica encontradas en las cloacas y otros lugares. Le daba pena ver a algunos animales encerrados, pero al menos en ese lugar les alimentaban y les cuidaban bien.
También le encantaba el acuario que había en el centro de la ciudad. Uno de los motivos de desear cumplir dieciocho era sacarse el carné de conducir para poder ir allí a menudo sin preocuparse de autobuses y transbordos. El acuario era un palacio de agua: bajo su gigantesca bóveda, Kido se sentía inmerso en el mismo océano, sobrevolado por gigantes marinos.
Era poco más de la una cuando llegó al refugio de la protectora. La veterinaria que estaba allí en ese momento -en prácticas- era una chica joven, llamada Marta, que ya conocía a Kido. Probablemente se había quedado sola durante un par de horas porque el resto de los trabajadores se habrían ido a comer; la vida de becario era de hecho dura.
—¡Hola!—le saludó ella amablemente, dejando por un momento de apilar unas cajas junto a la verja principal.
Kido sonrió a Marta y respondió al saludo.
—¿Has visto la pitón albina que nos han traído?—La chica señaló con la barbilla hacia la caseta donde se encontraban los terrarios, adosada al edificio principal.
—¿Una pitón albina?
—¡Sí! la encontraron saliendo de una boca de riego...
—Increíble.
Marta era entusiasta de las serpientes, y Kido la entendía muy bien. A él también le gustaban: esos reptiles de sangre fría podían ser de alguna manera cálidos, e incluso llegar a trazar un cierto tipo de relación con una persona, le parecía. A veces, la clave del entendimiento podía estar en las diferencias, quizá, más que en las similitudes.
—Una mansedumbre ejemplar—le explicaba Marta, embelesada—calculo que tiene unos cinco años; mide tres metros y pesa treinta kilos…
—Uaf… vaya bicho ¿la abandonaron?¿se escapó?
—No lo sé, alguien la encontró atrapada en la boca de riego y nos avisó—alguien que se tenía que haber pegado un susto de cojones, está claro, a menos que fuera como Marta—No está muy bien cuidada. Es macho, le llamo Tigris.
—Oh… ¿por qué no te lo quedas?
—Ojalá pudiera, pero no creo que el resto de mis "amigos" la aceptara…—Marta rio y negó con la cabeza. Tenía tres gatos, dos perros, un hamster y un loro. Bien pensado, no era tampoco la mejor idea meter una pitón en esa casa— Y de todas formas, hay que regular todo el tema de tráfico ilegal de animales exóticos, ya sabes.
Kido asintió.
—Voy a verla.
Caminó entre las hileras de cheniles vacíos, pasó de largo los sacos de pienso apilados contra la pared exterior y se dirigió directo hacia la caseta prefabricada donde estaba el terrario.
—Vaya, Tigris…--susurró cuando vio a la pitón—eres enorme…
La gruesa serpiente le contempló enroscada desde una esquina del habitáculo. Por un segundo fijó en Kido sus ojos como ámbar de fuego, o eso le pareció a éste… y entonces él tuvo que apartarse. La mirada de la serpiente se había tornado oscura al mover ésta la cabeza por la incidencia de la luz, y a Kido le había recordado por un instante a…
(jodido Ballesta). Recordaba perfectamente que a las siete de la tarde había quedado en verse con él, pero no había querido pensar en ello. Cuando estuvo frente a la serpiente, sin embargo, la mirada de ésta había quebrado de pronto la fina membrana que protegía su mente de tales pensamientos.
Kido tembló y rompió a sudar en cuestión de segundos delante del terrario. Avanzó un par de pasos hacia atrás sin poder apartar la mirada de los ojos de Tigris, ahora de color rojo sangre.
Era como mirar al mismísimo Satán.
Respiró hondo. No quería verle. Tenía que verle. Temía sinceramente sufrir un nuevo cortocircuito aquella tarde, cuando se hallara frente al profesor y este se irguiera sobre él como una gigantesca serpiente. Una serpiente oscura, misteriosa… de mirada atrayente como el vacío mismo.
Se apartó del terrario y caminó hacia la salida de la caseta. El corazón saltaba y le golpeaba furioso dentro del pecho, haciendo que las sienes le palpitaran. Cerró fuerte los ojos: tenía que volver a construir aquella membrana rápidamente, por quebradiza que fuera; tenía que separar de él aquella llama, sofocarla para que su cuerpo no reaccionara por su cuenta.
“Deseo que me atrape” pensó con súbito horror “deseo que me tenga en su punto de mira igual que Tigris tendría a un roedor”.
Abandonó el área de los cheniles con el estómago revuelto.
Para esquivar aquellos pensamientos, tratando de olvidarse un poco de Ballesta y de Taylor (sí, aquel ejemplar colosal de ofidio también podía tratarse de la señorita, aunque ésta no tuviera ese brillo en los ojos), se concentró en mirar un grupo de conejos que dormían apretados unos contra otros en un corralito junto al muro de piedra. Apartado de ellos, en una esquina de la alambrada que delimitaba el corral, observó un conejo más grande, ya adulto. Estaba hecho una bola; el pelo, suavemente jaspeado en tonos grises y algo largo, le caía a la altura del rabo como si fuera el bajo de una falda de lana. Kido sonrió. El animalito movió la naricilla y su morro se agitó como rumiando algo. Los largos bigotes blancos temblaron. En esa postura, a Kido le pareció un enorme huevo de gallina peludo.
—¿Has visto a Tigris?—Marta se había colocado detrás de él. Kido ni la había oído acercarse, absorto como estaba en sus pensamientos--¿Qué te ha parecido?
—Muy grande…--respondió sin volverse hacia ella, evitando recordar aquellos iris que le habían perforado—Este conejo parece simpático, ¿no?
Marta frunció levemente el ceño. ¿Muy grande? Hubiera esperado otro tipo de palabra, como “alucinante” o “increíble”…
—¿Qué?… Ah, sí… pobrecillo. Está en las últimas.
--Anda, ¿y eso?—Kido se agarró a aquello más que nada por cambiar de tema.
Marta se encogió de hombros.
--Es ya adulto. Le encontramos vagando por ahí y es un conejo doméstico, bastante ha sobrevivido ya. No creo que vaya a cogerlo nadie, y tiene un problema en los dientes que le impide comer bien; podría morir de inanición sólo por eso si nadie está pendiente de él.
--Oh. Es bonito…--replicó Kido-- yo le cogería.
Marta soltó una carcajada.
--¡Llévatelo, si lo quieres!
--¿Qué?... –Kido negó con la cabeza—No… no, quiero decir que yo lo veo… bonito, no que lo quiera.
--Ah.
--Lo siento...
--Además, desde hace días ha empezado a perder pelo en la espalda… he comprobado que no es tiña, pero fíjate…--se situó unos pasos hacia un lado, desde donde podía ver mejor el lomo del conejito—quién sabe, tal vez haya sido por stress. Estos animales son tan sensibles…
¿Por stress? Pobre animal. Kido se acercó más. Observó que tenía las uñas larguísimas, igual que esos dientes que al parecer le crecían demasiado impidiéndole cerrar bien la boca.
—¿Quieres cogerlo?
Marta iba lanzada. Sin esperar respuesta metió ambas manos en el corralito y, no sin esfuerzo, sacó al conejo pasando rápidamente un brazo por debajo de sus patas traseras, como para sentarle en la flexura de su codo. El animal se revolvió un poco pero finalmente se dejó coger; parecía gordito, pero en realidad era la capa de pelo lanoso lo que le daba volumen a su cuerpo. Se notaba en que, como Marta dijo, había perdido pelo ya por algunas zonas.
—Nunca levantes a un conejo en vilo sin agarrarle del culo…--sonrió Marta—se sentiría inseguro lejos del suelo y te patearía… tiene tanta fuerza en las patas de atrás que se podría hacer daño en la columna si patea en el aire y no le sostienes.
Kido no pudo hacer nada para evitar que la chica le colocara aquel bicho peludo entre las manos. Oh, era mucho más suave de lo que había creído en un principio…
La criaturita se agitó y Kido la apretó contra su cuerpo instintivamente.
--¡Muy bien!—asintió Marta—si lo mantienes en contacto contigo no tendrá miedo a caerse. Parece que le gustas…
Kido sonrió al notar que el animalito mordisqueaba suavemente el cuello de su camiseta. Las orejas del conejo, largas y caídas, y los largos pelos como pestañas blancas le hacían cosquillas bajo la barbilla.
—Es un encanto, la verdad--murmuró—pero no puedo quedármelo.
Marta se distanció un paso como para contemplar la escena en conjunto y sonrió con aprobación.
--Se os ve genial juntos, tienes que quedártelo.
Kido rió. Verdaderamente, el animal era adorable. Ya se había calmado contra su pecho y respiraba tranquilo, con los ojos cerrados, dándole un suave calorcito junto al corazón.
—No…--meneó la cabeza aunque ya se veía que no las tenía todas consigo—en serio…
—Te regalo una jaula si quieres.
—¡No lo tendría encerrado!—exclamó Kido inmediatamente.
—Bueno, pues mejor me lo pones…
Él suspiró y volvió a negar. No podía engañar a Marta: era tentador llevarse a aquel amigo peludo consigo. Pero no podía, ¿verdad? Inti se echaría las manos a la cabeza…
—Además no tengo ni idea de qué comen, ni de cómo cuidar a estos bichos.
—¡Oh, eso es fácil!—replicó Marta--¿Nunca has tenido un conejo?
Kido se sonrió levemente y temió enrojecer. "Tenía" uno, sí… pero no ese tipo de conejo al que se refería la chica.
—No—respondió—nunca.
—Oh, entonces tienes que llevártelo, por favor…
Marta hizo un gesto de súplica frunciendo las cejas y levantando las palmas de las manos hacia arriba.
—El conejo es un animal que trae suerte—continuó—te lo digo en serio… ¡descarga las energías negativas del ambiente!
—Menuda chorrada.
Marta soltó una carcajada.
—¡En serio! Además… este es muy tranquilo, no te creas que todos se dejan coger así… no dará nada de guerra. Sólo necesitas ponerle un cajoncito con arena, agua suficiente, y heno fresco. Para comer podría darte pienso especial, pero les encantan los vegetales frescos… yo tuve uno al que le encantaban las manzanas.
—Marta, pero yo…
—También es conveniente dejarle algo de madera para que muerda… creo que tengo por aquí algo que podría servirte…
Antes de que Kido pudiera reaccionar, Marta caminó los pasos que la separaban del edificio principal; salió de allí en medio minuto mostrándole una especie de balsa de tronquitos de madera.
--Algo como esto…
A diez minutos de las dos de la tarde, Kido salió del refugio con el conejo en un transportín prestado, una bolsa de arena y un saquito de heno que afortunadamente no pesaba nada. Marta le había dado también una bolsa donde había guardado el rascador de madera y un par de puñados simbólicos de alimento para pequeños mamíferos.
Se rio cuando imaginó la cara que pondría Inti al verle entrar en casa Joder, ¿cómo había podido dejarse liar así?
Pero se sentía contento. Realmente le había caído simpático el animalito, y le hacía ilusión atenderlo, cuidarlo, compartir tiempo con él. Tenía curiosidad por qué tipo de vínculo podría formarse entre un humano y un conejo… muy diferente al que habría entre un humano y Tigris, o quizá no tanto.
—Estoy preocupado, Kido, muy preocupado—Inti no podía contener su pasmo—estás haciendo cosas muy raras. Te desmayas con Ballesta, me dices que has follado con Taylor, y ahora vienes con un conejo viejo y tiñoso…
—Eh, no tiene tiña, sólo está estresado—respondió Kido, como una bala-- Además, se lo iban a cargar. Tiene un problema genético en los dientes.
—Oh, joder, lo que faltaba… ¿qué le pasa?
—Le crecen demasiado…
—¡Joder! ¡Es un puto alien!
—Ya ves, los muy nazis iban a matarle por eso…
—Tú, como siempre, abogado de causas perdidas.
—Me gusta--Kido dejó en el suelo un trozo de manzana al alcance del animal—a ver si conseguimos que coma...
El conejito olisqueó el pedazo de fruta con desconfianza, pero a los pocos segundos se lanzó a él con avidez, tratando de capturarlo con las patas delanteras y empujándolo por toda la cocina.
—No me digas que no es una monada…
Inti rio sin poder evitarlo.
—Es un poco tonto, ¿no?
—Tal vez si se le sujetas la manzana, pueda comérsela.
—A ver…
Inti avanzó los pasos que le separaban del animal y se agachó frente a él. El conejo se alejó un poco, aunque no quiso perder de vista su trocito de manzana. Inti sostuvo el pedazo de fruta entre sus dedos y esperó con paciencia. El animal no tardó mucho en ir hacia él y en comenzar a morder el alimento con comodidad.
—Habrá que buscar un recipiente para que coma, y otro para ponerle agua. ¿No has pensado en eso? Es sábado, esta tarde no abren las tiendas…
Buah, qué ironía. Ahora iba a resultar que tal vez el conejo serviría para que Inti canalizara su jodido instinto materna. A lo mejor incluso servía para que se relajara y le dejara a Kido un poco en paz.
—Podemos ponerle un cuenco normal—respondió Kido—uno como ese de barro que es como una pequeña cazuela, ¿sabes cuál te digo?
—Ah, sí, sí…
Inti echó a andar hacia el aparador del salón. Sabía de qué cuenco hablaba su hermano y creía saber dónde estaba.
—Por cierto, Kido—le dijo mientras se alejaba de la cocina—esta mañana tenías una carta en el buzón. Está encima de la mesa.
¿Una carta?
Kido dejó de mirar al conejo por un momento y levantó la vista. Entre la propaganda y las revistas que había sobre la mesa le pareció ver un sobre blanco de tamaño cuartilla. Alargó el brazo para lo cogerlo, le dio la vuelta y lo sostuvo ante sus ojos. “Kido Katai” podía leerse en la parte trasera del sobre, escrito con letra algo enrevesada.
Sin imaginar quién podría escribirle, abrió el sobre con cuidado, procurando no romperlo. Sus ojos se abrieron como platos al leer la pequeña tarjeta que había dentro.
<<He fumado cinco cigarros esta mañana. ¿Crees que mi Dueño debería castigarme?>>
Leyó la nota una y otra vez, enrojeciendo hasta las orejas. Estaba firmada como “A. Taylor”. Un escalofrío recorrió la parte inferior de su columna vertebral y su cuerpo entero reaccionó al momento -su corazón, su piel y su polla- cuando imaginó a la señorita escribiendo aquellas palabras.
Un escalofrío le hizo mover imperceptiblemente las caderas adelante y atrás. Oh, dios, qué dulce y caliente coño. Lo había olido, disfrutado, tocado, besado, penetrado. Se dio cuenta de que la noche anterior había echado, con diferencia, el mejor polvo de su vida; y se dio cuenta también de que el sexo con Taylor era un dulce del que ahora en adelante le iba a ser muy difícil desengancharse.
Sólo pensando en esto, tumbado boca abajo entre las sábanas, notó su polla endureciéndose contra el colchón. Oh, mierda, no quería empalmarse ahora, estaba dolorido, tenía que levantarse de la cama, era tarde…
Luchando contra el deseo que hacía hormiguear su cuerpo, se levantó de la cama tratando de barrer esos recuerdos tórridos que amenazaban con ponerle en jaque de nuevo. Se sentía vulnerable, como si le hubieran quitado una cáscara que le cubriera; ahora su piel era sensible para todo, y le parecía que una brizna de aire bastaría para hacerle arder, avivando la llama que no había dejado de agitarse dentro de su estómago.
Arrastrando los pies se dirigió a la cocina. Al cruzar el pasillo miró el reloj de pared que había frente a la puerta del salón: joder, las doce del mediodía.
—Ey, ¿Qué coño te pasó ayer?
La voz de Inti sonó demasiado elevada en sus oídos cuando atravesó la puerta de la cocina.
—¿Qué me pasó?—inquirió Kido, sin saber muy bien a qué se refería su hermano.
Oh, dios. Realmente temió que Inti, con su mirada detectivesca que a veces parecía tener rayos X, pudiera perforarle y leer el encuentro con Taylor sólo con mirarle a la cara. Se dio la vuelta para evitar hacer contacto visual y fingió buscar algo en un estante.
—No, nada…—el tono de Inti era alterado, pero en cierta manera divertido como a punto de escapársele una carcajada—nada, Kido… te pones a hacer magdalenas como un loco a las nueve de la noche, sales a las diez diciendo que vas a casa de Taylor y vuelves a las cinco de la mañana, dando tumbos con la camiseta en la cabeza… salvo eso, no ha pasado nada.
Oh ¿A las cinco?¿camiseta en...?¿qué coño...?
—¿En serio?
Kido no había podido evitar volverse, más blanco de lo que ya era a causa de la impresión.
—Joder… ¿me lo estás preguntando? No pegué ojo hasta que llegaste, y cuando te oí salí al pasillo y vi la pinta que traías, pero no quisiste decirme nada y me dijiste que te dejara en paz.
—¿De verdad?
Kido no podía dar crédito a lo que estaba oyendo. ¿Le había hablado a su hermano? Es más… no recordaba haber visto a Inti desde aquella noche en la cocina, antes de salir.
—¿No lo recuerdas?
—No…
Inti sacudió la cabeza y se mordió el labio.
—Un día vas a matarme de un susto, lo sabes, ¿no?
Otra vez la eterna gresca diaria.
—No eres mi madre, joder.
—Claro que no, ya sé que no—respondió Inti, tenso de repente como si se hubiera tragado un palo.
Kido se arrepintió inmediatamente de haber dicho aquello. Había sonado como un golpe bajo, y lo había dicho sin pensar, sin intención de herir. Simplemente le había salido.
Por fortuna, Inti hizo oídos sordos y exhaló con fuerza, sin querer entrar en discusiones.
—¿Y qué se supone que estuviste haciendo?—preguntó, clavando los ojos en Kido.
Éste avanzó hacia la encimera, cogió el bote de cacao en polvo y lo dejó en la mesa junto con la botella de leche. Se sentó y comenzó a llenar un vaso vacío distraídamente.
—Nada…
—¿Nada?
—Es mi vida privada, Inti—murmuró.
Su hermano golpeó la pared súbitamente con el puño cerrado. A pesar de no haber descargado toda su fuerza, el golpe resonó en el alicatado.
—Ya, tu vida privada. Joder, ¿cómo puedes ser tan egoísta?
“Por favor, no me montes un pollo ahora”, pensó Kido. Las broncas continuadas de Inti eran erosivas, estaba fatigado ya del tema. Dejó la cuchara con fuerza sobre la mesa y se levantó, echando la silla bruscamente hacia atrás. A tomar por culo la bicicleta.
—Estuve follando—le respondió. Su voz fue apenas un susurro, gélida—Toda la puta noche. Es mi vida privada, Inti.
El aludido abrió mucho los ojos y apretó los labios. Retrocedió un paso.
—¿Follando?—inquirió—¿qué dices?
—¿Te pregunto yo a quién te follas y cómo te lo follas?
Inti retrocedió otro paso, como empujado por una mano invisible.
—No…
—¡Claro que no!—murmuró Kido--porque es tu vida, tu jodida vida privada¿Ahora vas a amargarme el desayuno o vas a dejarme en paz?
Kido volvió a sentarse a la mesa de la cocina. Necesitaba beber algo para pasar la medicación que ya tenía preparada allí, junto al vaso.
Inti frunció el ceño. Sus ojos se perdieron en el infinito y él quedó pensando, atando cabos en su cabeza. Lentamente echó hacia atrás una silla y se dejó caer sobre ella para sentarse frente a Kido.
--¡Eh!—exclamó de pronto, enarbolando un dedo acusador—Pero entonces me has mentido. No fuiste a casa de Taylor, ¿dónde fuiste? ¿Y qué tienen que ver las magdalenas? No entiendo nada...
—Fui a casa de Taylor—replicó Kido, sin inmutarse.
Su hermano sacudió la cabeza.
—Pero…
—¿Qué?
Inti se resistía a creer la deducción que estaba a punto de exteriorizar.
—¿Te follaste a Taylor?
—No vas a dejarme tranquilo, ¿verdad?—murmuró Kido, resignado—Sí. Me he follado a Taylor. Pero no es asunto tuyo.
—¿Me estás tomando el pelo?
Kido soltó una carcajada.
—¿Eso crees? ¿Tan increíble te parece?
—Imposible… me parece imposible. Además yo… yo creía que tú…que tú eras...
Kido se metió la pastilla en la boca y la empujó garganta abajo con un trago de agua.
—¿Que yo era qué?—masculló después de tragar.
—Pues… ¿Tú no eres gay, Kido?
Gay. Claro.
—¡No!—elevó el tono de voz sin darse cuenta-- No, joder, no. No soy gay, Inti.
—Eh, tampoco es nada malo.
—¡No digo que lo sea!—esta vez fue Kido quien dio un fuerte golpe, en la superficie de la mesa con la palma de la mano—Pero yo no lo soy… y además, es que no tengo por qué explicarte nada… ¡es mi puta vida privada, cuántas veces lo tengo que decir!
—No, en eso tienes razón. Perdóname, yo creía que… te habías ido por ahí, no imaginé que…
—Soy mayorcito ya, Inti. Además ya han pasado veinticuatro horas desde la caída, así que no tienes que observarme. Relájate un poco, ¿vale?
Consiguió tomarse un vaso de leche sin más sobresaltos, y sin mediar palabra salió hacia la ducha. Ojalá su hermano no pensara que tenía el deber de entrometerse en su vida; Kido no se sentía con ganas ni con fuerzas de bregar con eso por más tiempo.
Se duchó y, aún con el pelo mojado, salió a la calle para estirar las piernas. Su último argumento había bastado para cerrarle la boca a Inti de momento, aunque Kido sabía— le conocía muy bien—que tarde o temprano volvería a la carga. Tenía que aprovechar esas pocas horas de duda y latencia en las que su hermano se mantendría al margen, rumiando en su mente aquello que le corroyera.
Al bajar por las escaleras se dijo que iría al refugio de la protectora de animales donde Inti y él ayudaban como voluntarios. Solían ir allí a menudo, tanto es así que años después Inti hizo sus prácticas de primer año de veterinaria en este mismo lugar. El centro estaba algo apartado del barrio, a una hora de camino a pie más o menos, tras una lengua de descampado donde la gente hacía botellón los fines de semana.
A Kido, estar allí le daba un tipo de paz que le permitía liberar la mente. La presencia de los animales le tranquilizaba y allí había todo tipo de criaturas, desde perros abandonados y gatos hasta iguanas, tortugas de Florida y demás fauna exótica encontradas en las cloacas y otros lugares. Le daba pena ver a algunos animales encerrados, pero al menos en ese lugar les alimentaban y les cuidaban bien.
También le encantaba el acuario que había en el centro de la ciudad. Uno de los motivos de desear cumplir dieciocho era sacarse el carné de conducir para poder ir allí a menudo sin preocuparse de autobuses y transbordos. El acuario era un palacio de agua: bajo su gigantesca bóveda, Kido se sentía inmerso en el mismo océano, sobrevolado por gigantes marinos.
Era poco más de la una cuando llegó al refugio de la protectora. La veterinaria que estaba allí en ese momento -en prácticas- era una chica joven, llamada Marta, que ya conocía a Kido. Probablemente se había quedado sola durante un par de horas porque el resto de los trabajadores se habrían ido a comer; la vida de becario era de hecho dura.
—¡Hola!—le saludó ella amablemente, dejando por un momento de apilar unas cajas junto a la verja principal.
Kido sonrió a Marta y respondió al saludo.
—¿Has visto la pitón albina que nos han traído?—La chica señaló con la barbilla hacia la caseta donde se encontraban los terrarios, adosada al edificio principal.
—¿Una pitón albina?
—¡Sí! la encontraron saliendo de una boca de riego...
—Increíble.
Marta era entusiasta de las serpientes, y Kido la entendía muy bien. A él también le gustaban: esos reptiles de sangre fría podían ser de alguna manera cálidos, e incluso llegar a trazar un cierto tipo de relación con una persona, le parecía. A veces, la clave del entendimiento podía estar en las diferencias, quizá, más que en las similitudes.
—Una mansedumbre ejemplar—le explicaba Marta, embelesada—calculo que tiene unos cinco años; mide tres metros y pesa treinta kilos…
—Uaf… vaya bicho ¿la abandonaron?¿se escapó?
—No lo sé, alguien la encontró atrapada en la boca de riego y nos avisó—alguien que se tenía que haber pegado un susto de cojones, está claro, a menos que fuera como Marta—No está muy bien cuidada. Es macho, le llamo Tigris.
—Oh… ¿por qué no te lo quedas?
—Ojalá pudiera, pero no creo que el resto de mis "amigos" la aceptara…—Marta rio y negó con la cabeza. Tenía tres gatos, dos perros, un hamster y un loro. Bien pensado, no era tampoco la mejor idea meter una pitón en esa casa— Y de todas formas, hay que regular todo el tema de tráfico ilegal de animales exóticos, ya sabes.
Kido asintió.
—Voy a verla.
Caminó entre las hileras de cheniles vacíos, pasó de largo los sacos de pienso apilados contra la pared exterior y se dirigió directo hacia la caseta prefabricada donde estaba el terrario.
—Vaya, Tigris…--susurró cuando vio a la pitón—eres enorme…
La gruesa serpiente le contempló enroscada desde una esquina del habitáculo. Por un segundo fijó en Kido sus ojos como ámbar de fuego, o eso le pareció a éste… y entonces él tuvo que apartarse. La mirada de la serpiente se había tornado oscura al mover ésta la cabeza por la incidencia de la luz, y a Kido le había recordado por un instante a…
(jodido Ballesta). Recordaba perfectamente que a las siete de la tarde había quedado en verse con él, pero no había querido pensar en ello. Cuando estuvo frente a la serpiente, sin embargo, la mirada de ésta había quebrado de pronto la fina membrana que protegía su mente de tales pensamientos.
Kido tembló y rompió a sudar en cuestión de segundos delante del terrario. Avanzó un par de pasos hacia atrás sin poder apartar la mirada de los ojos de Tigris, ahora de color rojo sangre.
Era como mirar al mismísimo Satán.
Respiró hondo. No quería verle. Tenía que verle. Temía sinceramente sufrir un nuevo cortocircuito aquella tarde, cuando se hallara frente al profesor y este se irguiera sobre él como una gigantesca serpiente. Una serpiente oscura, misteriosa… de mirada atrayente como el vacío mismo.
Se apartó del terrario y caminó hacia la salida de la caseta. El corazón saltaba y le golpeaba furioso dentro del pecho, haciendo que las sienes le palpitaran. Cerró fuerte los ojos: tenía que volver a construir aquella membrana rápidamente, por quebradiza que fuera; tenía que separar de él aquella llama, sofocarla para que su cuerpo no reaccionara por su cuenta.
“Deseo que me atrape” pensó con súbito horror “deseo que me tenga en su punto de mira igual que Tigris tendría a un roedor”.
Abandonó el área de los cheniles con el estómago revuelto.
Para esquivar aquellos pensamientos, tratando de olvidarse un poco de Ballesta y de Taylor (sí, aquel ejemplar colosal de ofidio también podía tratarse de la señorita, aunque ésta no tuviera ese brillo en los ojos), se concentró en mirar un grupo de conejos que dormían apretados unos contra otros en un corralito junto al muro de piedra. Apartado de ellos, en una esquina de la alambrada que delimitaba el corral, observó un conejo más grande, ya adulto. Estaba hecho una bola; el pelo, suavemente jaspeado en tonos grises y algo largo, le caía a la altura del rabo como si fuera el bajo de una falda de lana. Kido sonrió. El animalito movió la naricilla y su morro se agitó como rumiando algo. Los largos bigotes blancos temblaron. En esa postura, a Kido le pareció un enorme huevo de gallina peludo.
—¿Has visto a Tigris?—Marta se había colocado detrás de él. Kido ni la había oído acercarse, absorto como estaba en sus pensamientos--¿Qué te ha parecido?
—Muy grande…--respondió sin volverse hacia ella, evitando recordar aquellos iris que le habían perforado—Este conejo parece simpático, ¿no?
Marta frunció levemente el ceño. ¿Muy grande? Hubiera esperado otro tipo de palabra, como “alucinante” o “increíble”…
—¿Qué?… Ah, sí… pobrecillo. Está en las últimas.
--Anda, ¿y eso?—Kido se agarró a aquello más que nada por cambiar de tema.
Marta se encogió de hombros.
--Es ya adulto. Le encontramos vagando por ahí y es un conejo doméstico, bastante ha sobrevivido ya. No creo que vaya a cogerlo nadie, y tiene un problema en los dientes que le impide comer bien; podría morir de inanición sólo por eso si nadie está pendiente de él.
--Oh. Es bonito…--replicó Kido-- yo le cogería.
Marta soltó una carcajada.
--¡Llévatelo, si lo quieres!
--¿Qué?... –Kido negó con la cabeza—No… no, quiero decir que yo lo veo… bonito, no que lo quiera.
--Ah.
--Lo siento...
--Además, desde hace días ha empezado a perder pelo en la espalda… he comprobado que no es tiña, pero fíjate…--se situó unos pasos hacia un lado, desde donde podía ver mejor el lomo del conejito—quién sabe, tal vez haya sido por stress. Estos animales son tan sensibles…
¿Por stress? Pobre animal. Kido se acercó más. Observó que tenía las uñas larguísimas, igual que esos dientes que al parecer le crecían demasiado impidiéndole cerrar bien la boca.
—¿Quieres cogerlo?
Marta iba lanzada. Sin esperar respuesta metió ambas manos en el corralito y, no sin esfuerzo, sacó al conejo pasando rápidamente un brazo por debajo de sus patas traseras, como para sentarle en la flexura de su codo. El animal se revolvió un poco pero finalmente se dejó coger; parecía gordito, pero en realidad era la capa de pelo lanoso lo que le daba volumen a su cuerpo. Se notaba en que, como Marta dijo, había perdido pelo ya por algunas zonas.
—Nunca levantes a un conejo en vilo sin agarrarle del culo…--sonrió Marta—se sentiría inseguro lejos del suelo y te patearía… tiene tanta fuerza en las patas de atrás que se podría hacer daño en la columna si patea en el aire y no le sostienes.
Kido no pudo hacer nada para evitar que la chica le colocara aquel bicho peludo entre las manos. Oh, era mucho más suave de lo que había creído en un principio…
La criaturita se agitó y Kido la apretó contra su cuerpo instintivamente.
--¡Muy bien!—asintió Marta—si lo mantienes en contacto contigo no tendrá miedo a caerse. Parece que le gustas…
Kido sonrió al notar que el animalito mordisqueaba suavemente el cuello de su camiseta. Las orejas del conejo, largas y caídas, y los largos pelos como pestañas blancas le hacían cosquillas bajo la barbilla.
—Es un encanto, la verdad--murmuró—pero no puedo quedármelo.
Marta se distanció un paso como para contemplar la escena en conjunto y sonrió con aprobación.
--Se os ve genial juntos, tienes que quedártelo.
Kido rió. Verdaderamente, el animal era adorable. Ya se había calmado contra su pecho y respiraba tranquilo, con los ojos cerrados, dándole un suave calorcito junto al corazón.
—No…--meneó la cabeza aunque ya se veía que no las tenía todas consigo—en serio…
—Te regalo una jaula si quieres.
—¡No lo tendría encerrado!—exclamó Kido inmediatamente.
—Bueno, pues mejor me lo pones…
Él suspiró y volvió a negar. No podía engañar a Marta: era tentador llevarse a aquel amigo peludo consigo. Pero no podía, ¿verdad? Inti se echaría las manos a la cabeza…
—Además no tengo ni idea de qué comen, ni de cómo cuidar a estos bichos.
—¡Oh, eso es fácil!—replicó Marta--¿Nunca has tenido un conejo?
Kido se sonrió levemente y temió enrojecer. "Tenía" uno, sí… pero no ese tipo de conejo al que se refería la chica.
—No—respondió—nunca.
—Oh, entonces tienes que llevártelo, por favor…
Marta hizo un gesto de súplica frunciendo las cejas y levantando las palmas de las manos hacia arriba.
—El conejo es un animal que trae suerte—continuó—te lo digo en serio… ¡descarga las energías negativas del ambiente!
—Menuda chorrada.
Marta soltó una carcajada.
—¡En serio! Además… este es muy tranquilo, no te creas que todos se dejan coger así… no dará nada de guerra. Sólo necesitas ponerle un cajoncito con arena, agua suficiente, y heno fresco. Para comer podría darte pienso especial, pero les encantan los vegetales frescos… yo tuve uno al que le encantaban las manzanas.
—Marta, pero yo…
—También es conveniente dejarle algo de madera para que muerda… creo que tengo por aquí algo que podría servirte…
Antes de que Kido pudiera reaccionar, Marta caminó los pasos que la separaban del edificio principal; salió de allí en medio minuto mostrándole una especie de balsa de tronquitos de madera.
--Algo como esto…
A diez minutos de las dos de la tarde, Kido salió del refugio con el conejo en un transportín prestado, una bolsa de arena y un saquito de heno que afortunadamente no pesaba nada. Marta le había dado también una bolsa donde había guardado el rascador de madera y un par de puñados simbólicos de alimento para pequeños mamíferos.
Se rio cuando imaginó la cara que pondría Inti al verle entrar en casa Joder, ¿cómo había podido dejarse liar así?
Pero se sentía contento. Realmente le había caído simpático el animalito, y le hacía ilusión atenderlo, cuidarlo, compartir tiempo con él. Tenía curiosidad por qué tipo de vínculo podría formarse entre un humano y un conejo… muy diferente al que habría entre un humano y Tigris, o quizá no tanto.
—Estoy preocupado, Kido, muy preocupado—Inti no podía contener su pasmo—estás haciendo cosas muy raras. Te desmayas con Ballesta, me dices que has follado con Taylor, y ahora vienes con un conejo viejo y tiñoso…
—Eh, no tiene tiña, sólo está estresado—respondió Kido, como una bala-- Además, se lo iban a cargar. Tiene un problema genético en los dientes.
—Oh, joder, lo que faltaba… ¿qué le pasa?
—Le crecen demasiado…
—¡Joder! ¡Es un puto alien!
—Ya ves, los muy nazis iban a matarle por eso…
—Tú, como siempre, abogado de causas perdidas.
—Me gusta--Kido dejó en el suelo un trozo de manzana al alcance del animal—a ver si conseguimos que coma...
El conejito olisqueó el pedazo de fruta con desconfianza, pero a los pocos segundos se lanzó a él con avidez, tratando de capturarlo con las patas delanteras y empujándolo por toda la cocina.
—No me digas que no es una monada…
Inti rio sin poder evitarlo.
—Es un poco tonto, ¿no?
—Tal vez si se le sujetas la manzana, pueda comérsela.
—A ver…
Inti avanzó los pasos que le separaban del animal y se agachó frente a él. El conejo se alejó un poco, aunque no quiso perder de vista su trocito de manzana. Inti sostuvo el pedazo de fruta entre sus dedos y esperó con paciencia. El animal no tardó mucho en ir hacia él y en comenzar a morder el alimento con comodidad.
—Habrá que buscar un recipiente para que coma, y otro para ponerle agua. ¿No has pensado en eso? Es sábado, esta tarde no abren las tiendas…
Buah, qué ironía. Ahora iba a resultar que tal vez el conejo serviría para que Inti canalizara su jodido instinto materna. A lo mejor incluso servía para que se relajara y le dejara a Kido un poco en paz.
—Podemos ponerle un cuenco normal—respondió Kido—uno como ese de barro que es como una pequeña cazuela, ¿sabes cuál te digo?
—Ah, sí, sí…
Inti echó a andar hacia el aparador del salón. Sabía de qué cuenco hablaba su hermano y creía saber dónde estaba.
—Por cierto, Kido—le dijo mientras se alejaba de la cocina—esta mañana tenías una carta en el buzón. Está encima de la mesa.
¿Una carta?
Kido dejó de mirar al conejo por un momento y levantó la vista. Entre la propaganda y las revistas que había sobre la mesa le pareció ver un sobre blanco de tamaño cuartilla. Alargó el brazo para lo cogerlo, le dio la vuelta y lo sostuvo ante sus ojos. “Kido Katai” podía leerse en la parte trasera del sobre, escrito con letra algo enrevesada.
Sin imaginar quién podría escribirle, abrió el sobre con cuidado, procurando no romperlo. Sus ojos se abrieron como platos al leer la pequeña tarjeta que había dentro.
<<He fumado cinco cigarros esta mañana. ¿Crees que mi Dueño debería castigarme?>>
Leyó la nota una y otra vez, enrojeciendo hasta las orejas. Estaba firmada como “A. Taylor”. Un escalofrío recorrió la parte inferior de su columna vertebral y su cuerpo entero reaccionó al momento -su corazón, su piel y su polla- cuando imaginó a la señorita escribiendo aquellas palabras.
9-Usted pide y yo doy
Después de comer, Kido no fue capaz de aguantar más. Arrugó el sobre blanco en su mano y cruzó rápidamente la cocina una vez recogió la mesa, farfullando una excusa ante el estupefacto Inti.
—¿Adónde vas?—había preguntado éste.
—A ver a Taylor.
Inti no había hecho comentario alguno ni había opuesto resistencia. Kido le dejó ahí con el conejo-al que había decidido llamar “Iggy” por alguna razón—, salió al vestíbulo común con el resto de viviendas del tercer piso y cerró la puerta tras de sí.
Sin querer coger el ascensor, subió a zancadas de gigante los tramos de escalera que le separaban del sexto piso, lo más deprisa que pudo. Una vez arriba, jadeando por el esfuerzo, pulsó el timbre de la puerta de la señorita Taylor sin saber muy bien qué iba a decirle, ni para qué exactamente se presentaba allí. Aunque, ja, la verdad era que estaba abierto a todo.
Sólo tuvo que llamar una vez y ella le abrió a los pocos segundos. Estaba mucho más guapa que el día anterior, con el cabello delicadamente peinado hacia atrás dejando ver sus bonitos ojos. Llevaba una bata de color negro cerrada a la cintura, de suave tejido que tal vez fuera seda, con unos discretos dibujos de flores rojas en torno a las mangas ribeteadas que se arrugaban bajo sus codos. En lugar de saludarle alegremente o abrazarle, como solía hacer, Taylor sonrió a Kido enigmáticamente sin decir nada.
Él la observó y sintió como si allí, en el umbral frente a ella, su propia altura aumentara diez centímetros de golpe. El corazón le galopaba en el pecho en respuesta a la mirada ardiente de esos ojos por debajo de los suyos; se sentía atacado de los nervios, pero a la vez seguro de sí mismo. Seguro de lo que quería, al menos… y sin entrar en detalle quería contacto, quería miradas, besos como la noche anterior… y más cosas que tan sólo podía intuir.
En los ojos de Agnes creyó ver algo que ella le ofrecía, y eso le aceleró la respiración. También lo quiso, desde luego. Se trataba de algo oscuro y excepcional, un destello con el que Kido jamás hubiera podido imaginar ser obsequiado.
Sin embargo, acto seguido se sintió idiota (¿engañado?) cuando ella curvó la boca hacia la derecha en un deje burlón. Por un momento había creído ver una chispa en sus ojos… pero, al parecer, Taylor le seguía considerando un niño. Quizá se estaba riendo de él y de su inexperiencia en algunas cosas; al fin y al cabo, ella iba muy por delante de él en ciertos temas, lo bastante al menos para agarrar la sartén por el mango.
—Creo que esto es suyo—le mostró el sobre un tanto fríamente. No tenía intención de ser distante pero la voz le había salido seca como la lija del cero—se lo ha dejado en mi buzón.
—No—ella sonrió y dio un paso atrás, algo azorada—no es mío, es tuyo. Pone tu nombre, míralo.
Kido clavó los ojos en los de Taylor, frunciendo levemente el ceño.
—¿Puedo pasar?—preguntó.
—Claro…
La señorita se hizo a un lado y abrió la puerta del todo para que él entrara al recibidor. Una vez en la casa, ya a puerta cerrada, Kido levantó de nuevo los ojos hacia ella.
—Así que ha vuelto a fumar, ¿eh?—le soltó.
Ella bajó la cabeza enrojeciendo visiblemente.
—Sí, así es…
—Y seguro que no han sido sólo cinco, ¿verdad?—inquirió él—han sido más.
Taylor pareció encogerse sobre sí misma. Después de unos segundos de silencio asintió con la cabeza, sin querer mirarle.
—Deje de hacer teatro. ¿Cuántos han sido?
Oh, un blando, un niño. Taylor se iba a enterar. Desde luego no iba a hacerla daño—no se imaginaba a sí mismo castigándola, en realidad, como ella misma había anotado en la cartita aquella--, pero tenía tentaciones de hacerla pasar por lo menos un poquito mal.
--No… no recuerdo cuántos, Señor…
¿“Señor”? Al oír esta palabra, Kido sintió que su corazón daba un salto hasta su garganta. Mierda, ¿por qué le gustaba tanto y le atrapaba aquel juego?
--¿No?—Su voz le sonó ronca, diferente—enséñeme los ceniceros. Seguro que es usted una puerca y aún los conserva llenos.
¡“Una puerca”!¿de dónde coño había sacado esa palabra?
Taylor asintió y a Kido le pareció que reprimía una sonrisa.
—Tiene toda la razón, Señor, soy una puerca y ya era hora de que alguien me lo dijera. Aún tengo el cenicero, ahora mismo se lo enseño, si quiere verlo.
Kido se revolvió inquieto pasando el peso de un pie a otro, ya con más que un simple cosquilleo entre las piernas.
—Venga—gruñó—enséñemelo.
Taylor se encaminó al salón, indicándole que la siguiera.
—Lo tengo aquí, Señor…--musito, agachándose para estirar un brazo por debajo de la mesita de café.
—¿Debajo de la mesa? ¿Por qué lo guarda ahí?
La señorita contrajo el rostro en un mohín de disgusto.
—No quiero ver las colillas, Señor. Me hace daño verlas, por eso las escondo. Me hace daño ver lo débil que soy—añadió en un hilo de voz.
Kido se acercó al cenicero para ver su contenido.
—Válgame dios—dijo, arrugando la nariz—esto es una barbaridad, señorita… una, dos, tres…
Empezó a contar las colillas sin tocarlas hasta llegar a un total de quince.
—Señor, eran cinco cuando le escribí…--murmuró ella—pero… desde ese momento hasta ahora…
—Ya, ya lo veo, no ha perdido el tiempo--le espetó Kido, concentrándose deliberadamente en poner un gesto de repugnancia ante los cigarros apagados.
—Lo siento, Señor.
Por un momento pareció que ella lo decía en serio, que lo sentía de verdad. Incluso su voz había sonado triste además de arrepentida, lo que le hizo a Kido levantar la mirada hacia ella súbitamente conmovido. Era un juego toda esa mierda, ¿verdad?
—No lo sienta por mí—respondió, tratando de relajarse—siéntalo por usted. Fumar le hace daño.
Taylor suspiró largamente. Juntó las manos y entrelazó los dedos, sin despegar los ojos del suelo.
—Señor, usted me dijo ayer…—murmuró—que cuando tuviera ganas de meterme algo dañino en la boca le llamara, por eso le he escrito.
Kido sonrió con cierto alivio. Le encantaba Agnes, y aquella nueva faceta que estaba descubriendo en ella le tenía fascinado. Estimulaba algo en él que nunca había sentido, una especie de pulsión enérgica y caliente. Era raro, y le daba un poco de miedo… pero qué demonios, le encendía sobremanera.
—Ya—repuso—y ¿no será que usted ha hecho lo contrario?
—¿Lo contrario, Señor?
—Sí. Usted ha fumado para poder escribirme, me temo…
Ella sonrió de oreja a oreja.
—¡Eso es mucho suponer, Señor! No, yo no haría algo como eso…
—No tendría que hacerlo—replicó Kido—con decirme que quiere que la folle y la castigue o la azote ya es suficiente, no tiene que fumar.
Taylor retrocedió unos milímetros sobre el asiento del sofá, anonadada.
—Señor, ¿va a azotarme?
—Es lo que quiere usted, ¿no?
Ella cerró los ojos y se reclinó contra el respaldo del sofá.
—Lo merezco, Señor. Por fumar… y por muchas más cosas.
—No me utilice para sentirse culpable, por favor, eso me molesta. Le he preguntado que si es eso lo que quiere, no si cree que lo merece.
Taylor asintió con la mirada baja.
—Tiene razón, Señor, lo siento. Claro que quiero, Señor.
—¿Qué es lo que quiere? Vamos, dígamelo—la apremió Kido. Estaba exaltado. Se notaba exaltado, temía perder el control o decir algo inapropiado, interpretar algo de forma incorrecta dentro de aquella nube de energía.
—Quiero que me dé fuerte, Señor—respondió ella—quiero ser suya, su puta, que me haga disfrutar como la puta que soy. Pero sobre todo necesito que me azote, porque he sido débil, Señor.
—Pero todos lo somos alguna vez...
—Señor, yo no soporto ser débil.
Kido extendió la mano y acarició la mejilla de Taylor lo más dulcemente que fue capaz.
—¿Quiere que la azote como a una niña mala, entonces? ¿Es lo que me está diciendo?
Al decir esto recordó a Loles, la madre de Berti, que vivía en el primero. Un par de veces la había visto en el descansillo sujetando a su hijo entre la pared y su pierna—éste tenía unos cinco años—y zurrándole en el culo, perdiendo los nervios, rodeada de bolsas abiertas de la compra. No le había gustado nada ver aquello. Apreciaba a Loles; sabía que estaba sola y que era buena persona, pero le horrorizaba verla tratar así a Berti. Nunca le dijo nada, porque en las dos ocasiones en las que eso había ocurrido ella había parado de golpear a su hijo cuando Kido había aparecido, de pronto abochornada. Pero aun así él recordaba que se había sentido muy violento, y que lo había lamentado mucho por el niño, fuera lo que fuera lo que éste hubiera hecho.
Desde ese punto de vista le parecía inconcebible lo que Agnes le pedía. Pero claro, aunque el acto fuera el mismo, la esencia era muy diferente.
A Kido no le pasó desapercibido el sutil movimiento de Taylor, refregando las caderas en círculos sobre el asiento del sofá como sofocando un picor de coño. Ni tampoco el gemido que se le escapó justo antes de responderle.
—Sí, Señor. Eso es lo que quiero.
—De acuerdo—concedió Kido—la azotaré para disciplinarla. Quince veces, una por cada cigarro que se ha fumado. ¿O tiene más ceniceros escondidos por la casa, señorita?
Ella tembló levemente durante un instante.
—No, Señor. Sólo ese, se lo prometo.
—Bien.
Kido se acomodó sobre el sofá y le hizo un gesto invitador a Taylor con la mano.
—¿Puede acercarse, por favor?
Ella avanzó hacia él y entonces él la abrazó por la cintura, atrayéndola hacia sí sin demasiada suavidad para sentarla en su regazo.
—Oh, Señor…--murmuró ella.
El suspiro que Taylor lanzó a continuación le dio a Kido en plena cara. Él cerró los ojos y la besó delicadamente en la nariz, bajo la ceja que le quedaba más cerca y en las pestañas.
—Si quiere ser una puta conmigo, haré que lo sea.
Ella se estremeció.
—No, Señor, no una puta cualquiera. Su puta, Señor… sólo suya.
—Mi puta—masculló Kido. La abrazó más fuerte y la besó en el cuello, cada vez más lejos de poder razonar y expresarse con claridad. De nuevo el olor de la señorita le estaba volviendo loco.
—Su puta, Señor…
—Cuando termine de azotarla, quiero follarla—gimió Kido, clavándole los dientes en el hombro--¿Le importa?
Taylor se retorció sobre él y gimió.
—Oh, Señor, eso es un regalo para esta puerca. Gracias, Señor.
—Venga aquí.
Kido se tumbó boca arriba en el sofá y tiró de Taylor hasta colocarla tumbada sobre él, quedando ambos frente a frente. La señorita pesaba muy poco y no le resultó difícil moverla a su antojo, maniobrar y colocarla como le pareció más adecuado. Deslizó una pierna entre las rodillas de ella, inmovilizándola. Taylor se puso tensa al notar el súbito cepo humano.
—Oh, su culo va a cobrar…—rió Kido al notar que ella se revolvía un poco entre sus brazos.
Levantó la parte de debajo de la bata de Taylor (incomparable al albornoz gris de la noche anterior) y descubrió que, bajo ella, la señorita llevaba tan sólo unas bragas mínimas de encaje negro.
—Vaya, usted sabía que vendría, ¿verdad?
—No, Señor--rezongó ella, culebreando contra el cuerpo de él—En realidad no sabía si vendría, pero quería estar preparada por si se decidía a hacerlo…
Kido sonrió y le besó la coronilla. ¿Por qué tenía tanta suerte? ¿Por qué le había elegido aquella maravillosa mujer para hacer realidad sus fantasías, precisamente a él?
—Me imagino que también querrá que le baje las bragas…--murmuró, acariciando las redondeces de Taylor por encima del encaje.
Ella separó las piernas y la habitación se llenó de olor a sexo.
—Sí, Señor… por favor…
Kido se mordió el labio inferior y soltó a la señorita por un momento para tirar con brusquedad de las bragas de encaje. Se las bajó hasta la mitad del muslo y frotó la nalga derecha de Taylor con la palma de su mano, con ansia. La notó fría contra la temperatura de su propia piel.
—¡Me utiliza para expiar sus pecados!—sonrió, apretando la carne blanca entre sus dedos. La soltó y le dio una suave palmada—Está bien. Pero me gustaría más que me utilizara por vicio.
Taylor rio con la cabeza sepultada contra el cuello de Kido.
—Oh, pero Señor, por vicio también es.
Él volvió a cerrar los dedos en torno a la nalga de ella con glotonería. No pudo evitar moverse contra sus caderas desde debajo de ella.
—Pero no quiero que se haga daño—murmuró en su oído—Debería darle fuerte… para quitarle las ganas de destruirse.
Y entonces, contra todo lo esperado en primer lugar por él mismo, azotó a Taylor con fuerza en mitad de las nalgas desnudas. Ella se encabritó, sofocó un gritito y dio un pequeño salto encima de él, levantando la pelvis por unos segundos y luego apretándose fuerte contra su cuerpo.
—Señorita, ¿voy a tener que amordazarla como anoche?
Kido temblaba. Sentía los vaqueros empapados a la altura del inicio del muslo, muy cerca de su polla que ya casi palpitaba, allí donde Taylor había frotado su entrepierna al botar sobre él.
—Señor, creo que sí…—gimió ésta, volviendo a restregarse.
Él se apretó contra su vientre. Como no podía ser de otra manera, estaba insoportablemente duro. Centró las caderas desnudas de Taylor sobre él para colocar la humedad de ella contra su erección y se la clavó por unos segundos, presionando con las manos sobre la zona lumbar ajena.
—Está cachondo, Señor—jadeó ella.
—Mucho.
Kido volvió a golpear con las caderas, apretando los dientes. Era una gozada clavarse en ese coño incluso con los vaqueros puestos, pensó.
—Señor… —murmuró Taylor—¿Le parece si vamos al dormitorio, Usted me amordaza y me azota… y luego me folla?
Dios.
El cuerpo de Kido convulsionó en un estremecimiento. Liberó las piernas de Taylor y la instó a levantarse.
—Vamos—jadeó--Si eso es lo que quiere, lo haré.
Taylor se movió contra él y gimió.
—Sí, Señor… por favor…
—Venga…--masculló Kido, tratando él mismo de ponerse en pie. El roce de la ropa en su polla a reventar le provocó otro escalofrío—entonces vayamos a la cama y demuéstreme lo puta que es.
Sin dejar de mirarle a los ojos, Taylor se irguió y se despojó de la bata. Completamente desnuda ante Kido, se arrodilló frente a él despacio y colocó las palmas de las manos en el suelo. Una vez en esa postura, a cuatro patas, le hizo un gesto de asentimiento, le sonrió y se giró, dirigiéndose a gatas hacia el dormitorio. Kido fue tras ella como hipnotizado, agarrándose con la mano la molesta erección.
Las persianas del dormitorio estaban bajadas hasta más de la mitad, por lo que la habitación se veía tan sólo débilmente iluminada. Kido se introdujo en la alcoba tras Taylor y cerró la puerta.
—En el cajón de la cómoda está la mordaza—musitó ella—y también algo que podrá usar si le gusta, Señor.
Tras decir esto, Taylor se cuadró frente a la cama—continuaba a cuatro patas, disfrutando de esa posición--, ofreciéndole a Kido la desnudez de su culo en pleno.
Oh, por favor…
Él se secó el sudor que perlaba su frente. Se dirigió hacia la cómoda de madera oscura y abrió el cajón; no tuvo que rebuscar mucho entre su contenido para localizar la mordaza, que cogió de inmediato. Revisó durante un segundo el resto de enseres que había en aquel cajón, y después, sin cerrar éste, se dirigió junto a Taylor mordaza en mano.
Más calmado porque ella al menos no podía verle la cara desde su posición, se inclinó sobre su coronilla para hablarle de cerca.
—Señorita… usted sabe que todo esto es un juego, ¿verdad?—le dijo, tratando de que su voz sonara medianamente calmada.
Ella mantenía el rostro oculto entre los brazos, pero por el movimiento de sus hombros a Kido le pareció que sonreía.
—¿Un juego, Señor?
—Sí—respondió él—¿Cómo sabré si algo de lo que le hago no le gusta? Estará amordazada, no podrá decírmelo.
—Tranquilo, Señor, todo lo que me haga me gustará, no se preocupe…
La ternura de Kido tocaba a Agnes profundamente. Conocía a su vecino del tercero y, aparte de ponerse como una moto cuando le tenía cerca, pensaba de él que era poco menos que un ángel en la tierra. A su entender, Kido no era del todo consciente de su resplandor como ser humano. Ella sí lo veía; podía verlo y sentirlo a cada momento, desde antes incluso de aquella vez que habían hablado frente a sendas tazas de chocolate. De manera que la palabra confiar, en este sentido, se quedaba corta. Taylor creía firmemente que Kido era completamente incapaz de hacer daño a nadie intencionadamente.
—Pero aun así debería poder darme un señal—reflexionó Kido, pensativo—no he hecho esto nunca, señorita, podría equivocarme.
Ella levantó la cabeza, se irguió sobre las rodillas y se giró hacia él. Alargó la mano hasta su rostro y le acarició los rasgos tensos, siguiendo la línea de su mandíbula con las puntas de los dedos.
—Puedo levantar una mano si quiere, Señor—murmuró, mirando a Kido con intensidad— porque no va a atarme hoy, ¿verdad?
Kido se pasó la lengua por los labios. Los sentía resecos. Las manos de Taylor eran pétalos de rosa sobre su mejilla, refrescándole la piel caliente.
—No, señorita—respondió, insinuando algo parecido a una sonrisa, buscando la palma de su mano con los labios—hoy no.
—Bien, Señor—asintió ella—levantaré la mano derecha, entonces, si algo no me gusta.
—De acuerdo.
Taylor apartó con suavidad las manos del rostro de Kido y volvió a girarse, apoyando de nuevo los antebrazos sobre el colchón y escondiendo la cabeza contra ellos.
—Por cierto, señorita, con el instrumento que quiere que use…--aventuró Kido—porque quiere que lo use, eso está claro… ¿se refiere a esa cosa con tentáculos que tiene en el cajón?
La señorita rompió a reír. Su carcajada sonó ahogada contra la colcha. Probablemente Kido hablaba de su látigo corto de cuero, cuyas múltiples trallas enceradas y brillantes podían resultar parecidas a “tentáculos” contempladas con imaginación.
—Sí, Señor… me refiero al látigo corto de varias colas. Está a su disposición si quiere usarlo.
Kido se incorporó.
—¿Y usted quiere que lo use?—preguntó, antes de volver sobre sus pasos hacia la cómoda.
—Sí, Señor, lo quiero. Pero tendrá que amordazarme.
El chico se dirigió hacia la cómoda caminando despacio. Sus dedos se cerraron en torno al mango del látigo con cuidado, casi con respeto, cuando por fin lo sacó del cajón. Contempló durante unos segundos las colas cayendo inertes sobre su mano y deslizó los dedos sobre ellas, notando el tacto de la piel curtida. Nunca había empuñado nada como eso, y se sentía increíblemente extraño al hacerlo. Pero, contra lo que había temido, no era una mala sensación.
Movió la mano, observando cómo las trallas retozaban lánguidas al menear el látigo bajo la débil luz. Taylor deseaba sentir eso en su piel… en realidad no era más que otro tipo de caricia. Y él podía dárselo.
Se acercó a la señorita y dejó el látigo sin ruido en el suelo para colocarle la mordaza.
—¿Luego me dejará que se la coma, Señor?—jadeó esta, justo antes de cerrar los labios en torno a la bola.
Kido sonrió nervioso, le dio un azote suave a la altura de la cadera y terminó de taparle la boca.
—Es mala, señorita, verdaderamente mala…
Pego el rostro a su mejilla y la besó, manteniendo los labios unos segundos presionando la suave piel.
—MMMMmmm…
Ya no podía entenderla. Pero notaba su excitación de una forma clara hasta el punto de parecerle que podía palparla.
Alargó el brazo hacia atrás para coger el látigo y volvió a abrazarla desde atrás pegándose a ella.
—Señorita, la quiero mucho…--le dijo al oído, rodeándole la cintura sin soltar el instrumento—lo sabe, ¿verdad?
Ella emitió un murmullo de asentimiento y tembló cuando el mango de cuero se apretó contra su estómago.
—Hago esto porque usted me lo pide, y será un placer… pero, por favor, si algo va mal levante el brazo.
De nuevo un murmullo y un movimiento afirmativo de cabeza.
—Confío en usted.
Se situó unos pasos hacia atrás, preguntándose dubitativo cómo manejar aquella cosa. Para no arriesgarse, decidió practicar en una esquina de la cama: necesitaba ver el alcance de las colas, y la contundencia con la que se estrellarían dependiendo de la fuerza imprimida. Levantó el brazo y blandió el látigo sobre el colchón con cierta inseguridad. Las trallas silbaron en el aire y rebotaron en la cama con un ruido sordo.
Taylor dio un respingo al sentir el golpe en el colchón, tan cerca.
—No se preocupe, estoy practicando…—le dijo Kido.
A él le estaban dando escalofríos. El brazo con el que había descargado el golpe le ardía y podía sentir en él cada latido del corazón. Volvió a blandir el látigo, esta vez más resuelto. El silbido de las colas en el aire fue más rápido y potente, y el golpe más refinado y decidido, no tan caótico como el primero. Guau.
Golpeó el colchón una tercera vez, tratando de incidir con puntería sobre un área determinada. Las trallas le obedecieron, besando aquel punto imaginario con asombrosa precisión casi a la vez. No sabía cuántas colas había, pero comprendió que manejadas así actuaban como una sola.
La fina tela de la camiseta empezó a darle calor a causa del movimiento, así que se sacó la prenda y la dejó a los pies de la cama.
—Vale… --respiró hondo y se situó detrás de Taylor, a la distancia perfecta de su trasero para comenzar a azotarla—Voy.
Buscó un lugar castigable en aquellas hermosas nalgas. Eligió mentalmente la parte baja, la más expuesta y carnosa, cerca del sexo de Taylor.
—Uno…—Murmuró, justo antes de que su brazo se alzara y descendiera descargando las trallas con fuerza moderada.
El cuero se estrelló blando contra las nalgas de Taylor, dejando no obstante un grueso de líneas rojas sobre la blanca piel. Ella no pareció inmutarse.
Vaya por dios, tendría que darla más fuerte, se dijo Kido. ¿Pero cómo de fuerte? ¿qué sería lo que ella esperaba?
Se concentró en los actos de destrucción, en la forma de boicotearse a sí misma que Taylor le había demostrado que tenía. Ella dijo que no soportaba ser débil...
—No quiero que se haga daño, ¿me entiende?—le dijo—usted se merece estar bien. Cuando se sienta mal, hable conmigo. Yo hablé con usted, y usted me ayudó—añadió—piense en ello, por favor. Cuando se sienta mal, quiero que se cuide. Si no lo hace, volverá a pedirme esto, y yo se lo daré.
ZiuMmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm.
Las colas del látigo silbaron de nuevo y se estrellaron contra las posaderas de Taylor, esta vez con más contundencia. La señorita dio un pequeño bote sobre el colchón.
—Habíamos quedado en que serían quince…—masculló Kido—Contando el de la mano en el salón ya llevamos tres… vigile la cuenta y levante el brazo si me equivoco, por favor.
A la altura del quinto latigazo—el sexto en total—Kido ya le había cogido el truco al asunto.Azotaba a Taylor con la intensidad justa, a la distancia precisa para hacerla gemir y retorcerse con cada trallazo. En un par de ocasiones le hizo dar un brinco sobre el colchón, cuando la había pegado deliberadamente con más fuerza tras reprenderla por enésima vez. Incluso en aquellas ocasiones había visto las caderas de Taylor moverse en círculos, y la humedad que se insinuaba bajo la hendidura entre sus nalgas, agitándose trémula tras el azote más fuerte. “Realmente le pone” se dijo, excitándose más según lo pensaba “realmente se está volviendo loca con esto.”
Volvió a la carga, asegurándose de retomar la cuenta donde se había quedado. Cuando por fin acabó, el hermoso trasero de Taylor se veía cruzado por oleadas de marcas en diferentes tonos de rojo y malva como dulces zarpazos.
Kido dejó el látigo sobre la cómoda y con manos temblorosas buscó un condón en el revuelto cajón. La visión de las piernas separadas de Taylor, quien había elevado las caderas para ofrecerse plenamente y mostrarle su coño abierto y anhelante, había sido demasiado.
—Voy a follarla, señorita.
Ella murmuró algo ininteligible contra la bola de la mordaza. Kido se sacó los pantalones y los calzoncillos y se aproximó de nuevo a ella.
—Vamos, demuéstreme ahora lo puerca que es.
Tuvo que hacer un verdadero esfuerzo de concentración para ponerse el condón. Temblaba de la cabeza a los pies cuando por fin lo consiguió.
Sujetándole las caderas a Taylor con una mano, se agarró la polla con la otra y la introdujo de golpe en aquella cueva húmeda y caliente. El pasillo estaba estrecho, lo que le hizo a Kido gruñir de placer mientras se abría paso hacia las profundidades del cuerpo de ella. Taylor estaba empapada, más que lubricada, de manera que la estrechez de las paredes de su vagina fue un placer absoluto para él. Le absorbía como si quisiera devorarle, grabando dentro de su cuerpo cada contorno y cada vena de su polla.
Kido comprobó que la piel tenía memoria al reconocer esa cálida estrechez. Cuando la penetró hasta el fondo comenzó a moverse dentro de ella, bombeándola con suavidad, acoplándola a sus propias caderas sin poder evitar gemir de gusto. Taylor babeaba sobre la cama, separando más las piernas cuanto podía y pegándose a él para acogerle en todo su tamaño. A medida que su coño se dilataba, Kido fue aumentando el ritmo de la follada, luchando por no dejarse ir.
Intentó concentrarse en el placer de ella, llegarle dentro sin pasarse, moderarse… pero pasados unos minutos apenas tenía control de sus movimientos.
No quería hacer daño a Agnes. Quizá ella no quería que la diese tan duro… pero Taylor se movía absorbiendo las profundas y rápidas estocadas, clavándose en él, chillando con la boca llena cada vez que él se hundía en su cuerpo. Estaba disfrutando…
Justo cuando Kido pensaba esto mientras la taladraba con todas sus ganas, la señorita comenzó a correrse. Empezó a moverse sin control cada vez con más fuerza, totalmente despatarrada, sintiendo como aquel pollón le golpeaba el clítoris en cada acometida una y otra vez.
Kido deseó que el grito ahogado de la señorita no terminase nunca. Se dijo que lo guardaría en la memoria hasta el último de sus días, para siempre. Ese fue el último pensamiento con sentido que articuló antes de dejarse ir dentro de ella, follándola con una intensidad salvaje desconocida para él. Ignoraba que fuera capaz de moverse tan rápido y tan fuerte sin apenas notarlo, sin fatigarse, solo sintiendo placer en los huevos y en la polla.
--Me voy a correr…--murmuró con la voz quebrada.
Y Taylor arqueó la espalda encantada de recibirle, moviendo las caderas contra él, sin dejar de gemir.
—¿Adónde vas?—había preguntado éste.
—A ver a Taylor.
Inti no había hecho comentario alguno ni había opuesto resistencia. Kido le dejó ahí con el conejo-al que había decidido llamar “Iggy” por alguna razón—, salió al vestíbulo común con el resto de viviendas del tercer piso y cerró la puerta tras de sí.
Sin querer coger el ascensor, subió a zancadas de gigante los tramos de escalera que le separaban del sexto piso, lo más deprisa que pudo. Una vez arriba, jadeando por el esfuerzo, pulsó el timbre de la puerta de la señorita Taylor sin saber muy bien qué iba a decirle, ni para qué exactamente se presentaba allí. Aunque, ja, la verdad era que estaba abierto a todo.
Sólo tuvo que llamar una vez y ella le abrió a los pocos segundos. Estaba mucho más guapa que el día anterior, con el cabello delicadamente peinado hacia atrás dejando ver sus bonitos ojos. Llevaba una bata de color negro cerrada a la cintura, de suave tejido que tal vez fuera seda, con unos discretos dibujos de flores rojas en torno a las mangas ribeteadas que se arrugaban bajo sus codos. En lugar de saludarle alegremente o abrazarle, como solía hacer, Taylor sonrió a Kido enigmáticamente sin decir nada.
Él la observó y sintió como si allí, en el umbral frente a ella, su propia altura aumentara diez centímetros de golpe. El corazón le galopaba en el pecho en respuesta a la mirada ardiente de esos ojos por debajo de los suyos; se sentía atacado de los nervios, pero a la vez seguro de sí mismo. Seguro de lo que quería, al menos… y sin entrar en detalle quería contacto, quería miradas, besos como la noche anterior… y más cosas que tan sólo podía intuir.
En los ojos de Agnes creyó ver algo que ella le ofrecía, y eso le aceleró la respiración. También lo quiso, desde luego. Se trataba de algo oscuro y excepcional, un destello con el que Kido jamás hubiera podido imaginar ser obsequiado.
Sin embargo, acto seguido se sintió idiota (¿engañado?) cuando ella curvó la boca hacia la derecha en un deje burlón. Por un momento había creído ver una chispa en sus ojos… pero, al parecer, Taylor le seguía considerando un niño. Quizá se estaba riendo de él y de su inexperiencia en algunas cosas; al fin y al cabo, ella iba muy por delante de él en ciertos temas, lo bastante al menos para agarrar la sartén por el mango.
—Creo que esto es suyo—le mostró el sobre un tanto fríamente. No tenía intención de ser distante pero la voz le había salido seca como la lija del cero—se lo ha dejado en mi buzón.
—No—ella sonrió y dio un paso atrás, algo azorada—no es mío, es tuyo. Pone tu nombre, míralo.
Kido clavó los ojos en los de Taylor, frunciendo levemente el ceño.
—¿Puedo pasar?—preguntó.
—Claro…
La señorita se hizo a un lado y abrió la puerta del todo para que él entrara al recibidor. Una vez en la casa, ya a puerta cerrada, Kido levantó de nuevo los ojos hacia ella.
—Así que ha vuelto a fumar, ¿eh?—le soltó.
Ella bajó la cabeza enrojeciendo visiblemente.
—Sí, así es…
—Y seguro que no han sido sólo cinco, ¿verdad?—inquirió él—han sido más.
Taylor pareció encogerse sobre sí misma. Después de unos segundos de silencio asintió con la cabeza, sin querer mirarle.
—Deje de hacer teatro. ¿Cuántos han sido?
Oh, un blando, un niño. Taylor se iba a enterar. Desde luego no iba a hacerla daño—no se imaginaba a sí mismo castigándola, en realidad, como ella misma había anotado en la cartita aquella--, pero tenía tentaciones de hacerla pasar por lo menos un poquito mal.
--No… no recuerdo cuántos, Señor…
¿“Señor”? Al oír esta palabra, Kido sintió que su corazón daba un salto hasta su garganta. Mierda, ¿por qué le gustaba tanto y le atrapaba aquel juego?
--¿No?—Su voz le sonó ronca, diferente—enséñeme los ceniceros. Seguro que es usted una puerca y aún los conserva llenos.
¡“Una puerca”!¿de dónde coño había sacado esa palabra?
Taylor asintió y a Kido le pareció que reprimía una sonrisa.
—Tiene toda la razón, Señor, soy una puerca y ya era hora de que alguien me lo dijera. Aún tengo el cenicero, ahora mismo se lo enseño, si quiere verlo.
Kido se revolvió inquieto pasando el peso de un pie a otro, ya con más que un simple cosquilleo entre las piernas.
—Venga—gruñó—enséñemelo.
Taylor se encaminó al salón, indicándole que la siguiera.
—Lo tengo aquí, Señor…--musito, agachándose para estirar un brazo por debajo de la mesita de café.
—¿Debajo de la mesa? ¿Por qué lo guarda ahí?
La señorita contrajo el rostro en un mohín de disgusto.
—No quiero ver las colillas, Señor. Me hace daño verlas, por eso las escondo. Me hace daño ver lo débil que soy—añadió en un hilo de voz.
Kido se acercó al cenicero para ver su contenido.
—Válgame dios—dijo, arrugando la nariz—esto es una barbaridad, señorita… una, dos, tres…
Empezó a contar las colillas sin tocarlas hasta llegar a un total de quince.
—Señor, eran cinco cuando le escribí…--murmuró ella—pero… desde ese momento hasta ahora…
—Ya, ya lo veo, no ha perdido el tiempo--le espetó Kido, concentrándose deliberadamente en poner un gesto de repugnancia ante los cigarros apagados.
—Lo siento, Señor.
Por un momento pareció que ella lo decía en serio, que lo sentía de verdad. Incluso su voz había sonado triste además de arrepentida, lo que le hizo a Kido levantar la mirada hacia ella súbitamente conmovido. Era un juego toda esa mierda, ¿verdad?
—No lo sienta por mí—respondió, tratando de relajarse—siéntalo por usted. Fumar le hace daño.
Taylor suspiró largamente. Juntó las manos y entrelazó los dedos, sin despegar los ojos del suelo.
—Señor, usted me dijo ayer…—murmuró—que cuando tuviera ganas de meterme algo dañino en la boca le llamara, por eso le he escrito.
Kido sonrió con cierto alivio. Le encantaba Agnes, y aquella nueva faceta que estaba descubriendo en ella le tenía fascinado. Estimulaba algo en él que nunca había sentido, una especie de pulsión enérgica y caliente. Era raro, y le daba un poco de miedo… pero qué demonios, le encendía sobremanera.
—Ya—repuso—y ¿no será que usted ha hecho lo contrario?
—¿Lo contrario, Señor?
—Sí. Usted ha fumado para poder escribirme, me temo…
Ella sonrió de oreja a oreja.
—¡Eso es mucho suponer, Señor! No, yo no haría algo como eso…
—No tendría que hacerlo—replicó Kido—con decirme que quiere que la folle y la castigue o la azote ya es suficiente, no tiene que fumar.
Taylor retrocedió unos milímetros sobre el asiento del sofá, anonadada.
—Señor, ¿va a azotarme?
—Es lo que quiere usted, ¿no?
Ella cerró los ojos y se reclinó contra el respaldo del sofá.
—Lo merezco, Señor. Por fumar… y por muchas más cosas.
—No me utilice para sentirse culpable, por favor, eso me molesta. Le he preguntado que si es eso lo que quiere, no si cree que lo merece.
Taylor asintió con la mirada baja.
—Tiene razón, Señor, lo siento. Claro que quiero, Señor.
—¿Qué es lo que quiere? Vamos, dígamelo—la apremió Kido. Estaba exaltado. Se notaba exaltado, temía perder el control o decir algo inapropiado, interpretar algo de forma incorrecta dentro de aquella nube de energía.
—Quiero que me dé fuerte, Señor—respondió ella—quiero ser suya, su puta, que me haga disfrutar como la puta que soy. Pero sobre todo necesito que me azote, porque he sido débil, Señor.
—Pero todos lo somos alguna vez...
—Señor, yo no soporto ser débil.
Kido extendió la mano y acarició la mejilla de Taylor lo más dulcemente que fue capaz.
—¿Quiere que la azote como a una niña mala, entonces? ¿Es lo que me está diciendo?
Al decir esto recordó a Loles, la madre de Berti, que vivía en el primero. Un par de veces la había visto en el descansillo sujetando a su hijo entre la pared y su pierna—éste tenía unos cinco años—y zurrándole en el culo, perdiendo los nervios, rodeada de bolsas abiertas de la compra. No le había gustado nada ver aquello. Apreciaba a Loles; sabía que estaba sola y que era buena persona, pero le horrorizaba verla tratar así a Berti. Nunca le dijo nada, porque en las dos ocasiones en las que eso había ocurrido ella había parado de golpear a su hijo cuando Kido había aparecido, de pronto abochornada. Pero aun así él recordaba que se había sentido muy violento, y que lo había lamentado mucho por el niño, fuera lo que fuera lo que éste hubiera hecho.
Desde ese punto de vista le parecía inconcebible lo que Agnes le pedía. Pero claro, aunque el acto fuera el mismo, la esencia era muy diferente.
A Kido no le pasó desapercibido el sutil movimiento de Taylor, refregando las caderas en círculos sobre el asiento del sofá como sofocando un picor de coño. Ni tampoco el gemido que se le escapó justo antes de responderle.
—Sí, Señor. Eso es lo que quiero.
—De acuerdo—concedió Kido—la azotaré para disciplinarla. Quince veces, una por cada cigarro que se ha fumado. ¿O tiene más ceniceros escondidos por la casa, señorita?
Ella tembló levemente durante un instante.
—No, Señor. Sólo ese, se lo prometo.
—Bien.
Kido se acomodó sobre el sofá y le hizo un gesto invitador a Taylor con la mano.
—¿Puede acercarse, por favor?
Ella avanzó hacia él y entonces él la abrazó por la cintura, atrayéndola hacia sí sin demasiada suavidad para sentarla en su regazo.
—Oh, Señor…--murmuró ella.
El suspiro que Taylor lanzó a continuación le dio a Kido en plena cara. Él cerró los ojos y la besó delicadamente en la nariz, bajo la ceja que le quedaba más cerca y en las pestañas.
—Si quiere ser una puta conmigo, haré que lo sea.
Ella se estremeció.
—No, Señor, no una puta cualquiera. Su puta, Señor… sólo suya.
—Mi puta—masculló Kido. La abrazó más fuerte y la besó en el cuello, cada vez más lejos de poder razonar y expresarse con claridad. De nuevo el olor de la señorita le estaba volviendo loco.
—Su puta, Señor…
—Cuando termine de azotarla, quiero follarla—gimió Kido, clavándole los dientes en el hombro--¿Le importa?
Taylor se retorció sobre él y gimió.
—Oh, Señor, eso es un regalo para esta puerca. Gracias, Señor.
—Venga aquí.
Kido se tumbó boca arriba en el sofá y tiró de Taylor hasta colocarla tumbada sobre él, quedando ambos frente a frente. La señorita pesaba muy poco y no le resultó difícil moverla a su antojo, maniobrar y colocarla como le pareció más adecuado. Deslizó una pierna entre las rodillas de ella, inmovilizándola. Taylor se puso tensa al notar el súbito cepo humano.
—Oh, su culo va a cobrar…—rió Kido al notar que ella se revolvía un poco entre sus brazos.
Levantó la parte de debajo de la bata de Taylor (incomparable al albornoz gris de la noche anterior) y descubrió que, bajo ella, la señorita llevaba tan sólo unas bragas mínimas de encaje negro.
—Vaya, usted sabía que vendría, ¿verdad?
—No, Señor--rezongó ella, culebreando contra el cuerpo de él—En realidad no sabía si vendría, pero quería estar preparada por si se decidía a hacerlo…
Kido sonrió y le besó la coronilla. ¿Por qué tenía tanta suerte? ¿Por qué le había elegido aquella maravillosa mujer para hacer realidad sus fantasías, precisamente a él?
—Me imagino que también querrá que le baje las bragas…--murmuró, acariciando las redondeces de Taylor por encima del encaje.
Ella separó las piernas y la habitación se llenó de olor a sexo.
—Sí, Señor… por favor…
Kido se mordió el labio inferior y soltó a la señorita por un momento para tirar con brusquedad de las bragas de encaje. Se las bajó hasta la mitad del muslo y frotó la nalga derecha de Taylor con la palma de su mano, con ansia. La notó fría contra la temperatura de su propia piel.
—¡Me utiliza para expiar sus pecados!—sonrió, apretando la carne blanca entre sus dedos. La soltó y le dio una suave palmada—Está bien. Pero me gustaría más que me utilizara por vicio.
Taylor rio con la cabeza sepultada contra el cuello de Kido.
—Oh, pero Señor, por vicio también es.
Él volvió a cerrar los dedos en torno a la nalga de ella con glotonería. No pudo evitar moverse contra sus caderas desde debajo de ella.
—Pero no quiero que se haga daño—murmuró en su oído—Debería darle fuerte… para quitarle las ganas de destruirse.
Y entonces, contra todo lo esperado en primer lugar por él mismo, azotó a Taylor con fuerza en mitad de las nalgas desnudas. Ella se encabritó, sofocó un gritito y dio un pequeño salto encima de él, levantando la pelvis por unos segundos y luego apretándose fuerte contra su cuerpo.
—Señorita, ¿voy a tener que amordazarla como anoche?
Kido temblaba. Sentía los vaqueros empapados a la altura del inicio del muslo, muy cerca de su polla que ya casi palpitaba, allí donde Taylor había frotado su entrepierna al botar sobre él.
—Señor, creo que sí…—gimió ésta, volviendo a restregarse.
Él se apretó contra su vientre. Como no podía ser de otra manera, estaba insoportablemente duro. Centró las caderas desnudas de Taylor sobre él para colocar la humedad de ella contra su erección y se la clavó por unos segundos, presionando con las manos sobre la zona lumbar ajena.
—Está cachondo, Señor—jadeó ella.
—Mucho.
Kido volvió a golpear con las caderas, apretando los dientes. Era una gozada clavarse en ese coño incluso con los vaqueros puestos, pensó.
—Señor… —murmuró Taylor—¿Le parece si vamos al dormitorio, Usted me amordaza y me azota… y luego me folla?
Dios.
El cuerpo de Kido convulsionó en un estremecimiento. Liberó las piernas de Taylor y la instó a levantarse.
—Vamos—jadeó--Si eso es lo que quiere, lo haré.
Taylor se movió contra él y gimió.
—Sí, Señor… por favor…
—Venga…--masculló Kido, tratando él mismo de ponerse en pie. El roce de la ropa en su polla a reventar le provocó otro escalofrío—entonces vayamos a la cama y demuéstreme lo puta que es.
Sin dejar de mirarle a los ojos, Taylor se irguió y se despojó de la bata. Completamente desnuda ante Kido, se arrodilló frente a él despacio y colocó las palmas de las manos en el suelo. Una vez en esa postura, a cuatro patas, le hizo un gesto de asentimiento, le sonrió y se giró, dirigiéndose a gatas hacia el dormitorio. Kido fue tras ella como hipnotizado, agarrándose con la mano la molesta erección.
Las persianas del dormitorio estaban bajadas hasta más de la mitad, por lo que la habitación se veía tan sólo débilmente iluminada. Kido se introdujo en la alcoba tras Taylor y cerró la puerta.
—En el cajón de la cómoda está la mordaza—musitó ella—y también algo que podrá usar si le gusta, Señor.
Tras decir esto, Taylor se cuadró frente a la cama—continuaba a cuatro patas, disfrutando de esa posición--, ofreciéndole a Kido la desnudez de su culo en pleno.
Oh, por favor…
Él se secó el sudor que perlaba su frente. Se dirigió hacia la cómoda de madera oscura y abrió el cajón; no tuvo que rebuscar mucho entre su contenido para localizar la mordaza, que cogió de inmediato. Revisó durante un segundo el resto de enseres que había en aquel cajón, y después, sin cerrar éste, se dirigió junto a Taylor mordaza en mano.
Más calmado porque ella al menos no podía verle la cara desde su posición, se inclinó sobre su coronilla para hablarle de cerca.
—Señorita… usted sabe que todo esto es un juego, ¿verdad?—le dijo, tratando de que su voz sonara medianamente calmada.
Ella mantenía el rostro oculto entre los brazos, pero por el movimiento de sus hombros a Kido le pareció que sonreía.
—¿Un juego, Señor?
—Sí—respondió él—¿Cómo sabré si algo de lo que le hago no le gusta? Estará amordazada, no podrá decírmelo.
—Tranquilo, Señor, todo lo que me haga me gustará, no se preocupe…
La ternura de Kido tocaba a Agnes profundamente. Conocía a su vecino del tercero y, aparte de ponerse como una moto cuando le tenía cerca, pensaba de él que era poco menos que un ángel en la tierra. A su entender, Kido no era del todo consciente de su resplandor como ser humano. Ella sí lo veía; podía verlo y sentirlo a cada momento, desde antes incluso de aquella vez que habían hablado frente a sendas tazas de chocolate. De manera que la palabra confiar, en este sentido, se quedaba corta. Taylor creía firmemente que Kido era completamente incapaz de hacer daño a nadie intencionadamente.
—Pero aun así debería poder darme un señal—reflexionó Kido, pensativo—no he hecho esto nunca, señorita, podría equivocarme.
Ella levantó la cabeza, se irguió sobre las rodillas y se giró hacia él. Alargó la mano hasta su rostro y le acarició los rasgos tensos, siguiendo la línea de su mandíbula con las puntas de los dedos.
—Puedo levantar una mano si quiere, Señor—murmuró, mirando a Kido con intensidad— porque no va a atarme hoy, ¿verdad?
Kido se pasó la lengua por los labios. Los sentía resecos. Las manos de Taylor eran pétalos de rosa sobre su mejilla, refrescándole la piel caliente.
—No, señorita—respondió, insinuando algo parecido a una sonrisa, buscando la palma de su mano con los labios—hoy no.
—Bien, Señor—asintió ella—levantaré la mano derecha, entonces, si algo no me gusta.
—De acuerdo.
Taylor apartó con suavidad las manos del rostro de Kido y volvió a girarse, apoyando de nuevo los antebrazos sobre el colchón y escondiendo la cabeza contra ellos.
—Por cierto, señorita, con el instrumento que quiere que use…--aventuró Kido—porque quiere que lo use, eso está claro… ¿se refiere a esa cosa con tentáculos que tiene en el cajón?
La señorita rompió a reír. Su carcajada sonó ahogada contra la colcha. Probablemente Kido hablaba de su látigo corto de cuero, cuyas múltiples trallas enceradas y brillantes podían resultar parecidas a “tentáculos” contempladas con imaginación.
—Sí, Señor… me refiero al látigo corto de varias colas. Está a su disposición si quiere usarlo.
Kido se incorporó.
—¿Y usted quiere que lo use?—preguntó, antes de volver sobre sus pasos hacia la cómoda.
—Sí, Señor, lo quiero. Pero tendrá que amordazarme.
El chico se dirigió hacia la cómoda caminando despacio. Sus dedos se cerraron en torno al mango del látigo con cuidado, casi con respeto, cuando por fin lo sacó del cajón. Contempló durante unos segundos las colas cayendo inertes sobre su mano y deslizó los dedos sobre ellas, notando el tacto de la piel curtida. Nunca había empuñado nada como eso, y se sentía increíblemente extraño al hacerlo. Pero, contra lo que había temido, no era una mala sensación.
Movió la mano, observando cómo las trallas retozaban lánguidas al menear el látigo bajo la débil luz. Taylor deseaba sentir eso en su piel… en realidad no era más que otro tipo de caricia. Y él podía dárselo.
Se acercó a la señorita y dejó el látigo sin ruido en el suelo para colocarle la mordaza.
—¿Luego me dejará que se la coma, Señor?—jadeó esta, justo antes de cerrar los labios en torno a la bola.
Kido sonrió nervioso, le dio un azote suave a la altura de la cadera y terminó de taparle la boca.
—Es mala, señorita, verdaderamente mala…
Pego el rostro a su mejilla y la besó, manteniendo los labios unos segundos presionando la suave piel.
—MMMMmmm…
Ya no podía entenderla. Pero notaba su excitación de una forma clara hasta el punto de parecerle que podía palparla.
Alargó el brazo hacia atrás para coger el látigo y volvió a abrazarla desde atrás pegándose a ella.
—Señorita, la quiero mucho…--le dijo al oído, rodeándole la cintura sin soltar el instrumento—lo sabe, ¿verdad?
Ella emitió un murmullo de asentimiento y tembló cuando el mango de cuero se apretó contra su estómago.
—Hago esto porque usted me lo pide, y será un placer… pero, por favor, si algo va mal levante el brazo.
De nuevo un murmullo y un movimiento afirmativo de cabeza.
—Confío en usted.
Se situó unos pasos hacia atrás, preguntándose dubitativo cómo manejar aquella cosa. Para no arriesgarse, decidió practicar en una esquina de la cama: necesitaba ver el alcance de las colas, y la contundencia con la que se estrellarían dependiendo de la fuerza imprimida. Levantó el brazo y blandió el látigo sobre el colchón con cierta inseguridad. Las trallas silbaron en el aire y rebotaron en la cama con un ruido sordo.
Taylor dio un respingo al sentir el golpe en el colchón, tan cerca.
—No se preocupe, estoy practicando…—le dijo Kido.
A él le estaban dando escalofríos. El brazo con el que había descargado el golpe le ardía y podía sentir en él cada latido del corazón. Volvió a blandir el látigo, esta vez más resuelto. El silbido de las colas en el aire fue más rápido y potente, y el golpe más refinado y decidido, no tan caótico como el primero. Guau.
Golpeó el colchón una tercera vez, tratando de incidir con puntería sobre un área determinada. Las trallas le obedecieron, besando aquel punto imaginario con asombrosa precisión casi a la vez. No sabía cuántas colas había, pero comprendió que manejadas así actuaban como una sola.
La fina tela de la camiseta empezó a darle calor a causa del movimiento, así que se sacó la prenda y la dejó a los pies de la cama.
—Vale… --respiró hondo y se situó detrás de Taylor, a la distancia perfecta de su trasero para comenzar a azotarla—Voy.
Buscó un lugar castigable en aquellas hermosas nalgas. Eligió mentalmente la parte baja, la más expuesta y carnosa, cerca del sexo de Taylor.
—Uno…—Murmuró, justo antes de que su brazo se alzara y descendiera descargando las trallas con fuerza moderada.
El cuero se estrelló blando contra las nalgas de Taylor, dejando no obstante un grueso de líneas rojas sobre la blanca piel. Ella no pareció inmutarse.
Vaya por dios, tendría que darla más fuerte, se dijo Kido. ¿Pero cómo de fuerte? ¿qué sería lo que ella esperaba?
Se concentró en los actos de destrucción, en la forma de boicotearse a sí misma que Taylor le había demostrado que tenía. Ella dijo que no soportaba ser débil...
—No quiero que se haga daño, ¿me entiende?—le dijo—usted se merece estar bien. Cuando se sienta mal, hable conmigo. Yo hablé con usted, y usted me ayudó—añadió—piense en ello, por favor. Cuando se sienta mal, quiero que se cuide. Si no lo hace, volverá a pedirme esto, y yo se lo daré.
ZiuMmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm.
Las colas del látigo silbaron de nuevo y se estrellaron contra las posaderas de Taylor, esta vez con más contundencia. La señorita dio un pequeño bote sobre el colchón.
—Habíamos quedado en que serían quince…—masculló Kido—Contando el de la mano en el salón ya llevamos tres… vigile la cuenta y levante el brazo si me equivoco, por favor.
A la altura del quinto latigazo—el sexto en total—Kido ya le había cogido el truco al asunto.Azotaba a Taylor con la intensidad justa, a la distancia precisa para hacerla gemir y retorcerse con cada trallazo. En un par de ocasiones le hizo dar un brinco sobre el colchón, cuando la había pegado deliberadamente con más fuerza tras reprenderla por enésima vez. Incluso en aquellas ocasiones había visto las caderas de Taylor moverse en círculos, y la humedad que se insinuaba bajo la hendidura entre sus nalgas, agitándose trémula tras el azote más fuerte. “Realmente le pone” se dijo, excitándose más según lo pensaba “realmente se está volviendo loca con esto.”
Volvió a la carga, asegurándose de retomar la cuenta donde se había quedado. Cuando por fin acabó, el hermoso trasero de Taylor se veía cruzado por oleadas de marcas en diferentes tonos de rojo y malva como dulces zarpazos.
Kido dejó el látigo sobre la cómoda y con manos temblorosas buscó un condón en el revuelto cajón. La visión de las piernas separadas de Taylor, quien había elevado las caderas para ofrecerse plenamente y mostrarle su coño abierto y anhelante, había sido demasiado.
—Voy a follarla, señorita.
Ella murmuró algo ininteligible contra la bola de la mordaza. Kido se sacó los pantalones y los calzoncillos y se aproximó de nuevo a ella.
—Vamos, demuéstreme ahora lo puerca que es.
Tuvo que hacer un verdadero esfuerzo de concentración para ponerse el condón. Temblaba de la cabeza a los pies cuando por fin lo consiguió.
Sujetándole las caderas a Taylor con una mano, se agarró la polla con la otra y la introdujo de golpe en aquella cueva húmeda y caliente. El pasillo estaba estrecho, lo que le hizo a Kido gruñir de placer mientras se abría paso hacia las profundidades del cuerpo de ella. Taylor estaba empapada, más que lubricada, de manera que la estrechez de las paredes de su vagina fue un placer absoluto para él. Le absorbía como si quisiera devorarle, grabando dentro de su cuerpo cada contorno y cada vena de su polla.
Kido comprobó que la piel tenía memoria al reconocer esa cálida estrechez. Cuando la penetró hasta el fondo comenzó a moverse dentro de ella, bombeándola con suavidad, acoplándola a sus propias caderas sin poder evitar gemir de gusto. Taylor babeaba sobre la cama, separando más las piernas cuanto podía y pegándose a él para acogerle en todo su tamaño. A medida que su coño se dilataba, Kido fue aumentando el ritmo de la follada, luchando por no dejarse ir.
Intentó concentrarse en el placer de ella, llegarle dentro sin pasarse, moderarse… pero pasados unos minutos apenas tenía control de sus movimientos.
No quería hacer daño a Agnes. Quizá ella no quería que la diese tan duro… pero Taylor se movía absorbiendo las profundas y rápidas estocadas, clavándose en él, chillando con la boca llena cada vez que él se hundía en su cuerpo. Estaba disfrutando…
Justo cuando Kido pensaba esto mientras la taladraba con todas sus ganas, la señorita comenzó a correrse. Empezó a moverse sin control cada vez con más fuerza, totalmente despatarrada, sintiendo como aquel pollón le golpeaba el clítoris en cada acometida una y otra vez.
Kido deseó que el grito ahogado de la señorita no terminase nunca. Se dijo que lo guardaría en la memoria hasta el último de sus días, para siempre. Ese fue el último pensamiento con sentido que articuló antes de dejarse ir dentro de ella, follándola con una intensidad salvaje desconocida para él. Ignoraba que fuera capaz de moverse tan rápido y tan fuerte sin apenas notarlo, sin fatigarse, solo sintiendo placer en los huevos y en la polla.
--Me voy a correr…--murmuró con la voz quebrada.
Y Taylor arqueó la espalda encantada de recibirle, moviendo las caderas contra él, sin dejar de gemir.
10-Yo-Mi-Me-Contigo-Usted.
—No entiendo nada de lo que pasa, te lo aseguro. Entre unos y otros me van a volver loco. Hace tres días mi vida era normal, no tenía ningún quebradero de cabeza importante, pero ahora… Nunca me he sentido así. Encima esta tarde… oh, joder, voy a explotar. ¿Y por qué no puedo dejar de pensar en meterle cosas a Taylor? Claro que si yo no lo sé, cómo lo vas a saber tú…
—Si ese animal le contesta, señor Catai, por fin podré creer en dios.
La voz había irrumpido a su espalda sin previo aviso, burlona y clara como el cristal, quebrando de golpe y porrazo la intimidad de su habitación. Al oírla, Kido se quedó helado.
--¿Y quién es ese Taylor al que quiere “meter cosas”? Por dios santo, ¿qué quiere meter y dónde?
El chico se giró visiblemente alterado, dándole la espalda a Iggy, con quien charlaba hacía un instante en una esquina de su habitación. Se había ruborizado hasta las orejas y los ojos le brillaban cuando dirigió la vista fugazmente al reloj que había en la mesilla de noche.
—Son las seis y cinco—masculló—Creía que habíamos quedado a las siete.
Ballesta retrocedió un par de pasos. Le había resultado un tanto intimidante la mirada de su alumno. No había sido su intención pillarle in-fraganti en una conversación íntima con aquel bicho; simplemente había seguido las instrucciones de Inti para llegar a su dormitorio, pensando que Kido habría oído el timbre de la puerta y estaría sobre aviso. No había pretendido violentarle, y no pensó que eso de meter cosas fuera nada extraño; había imaginado que sería algo en un contexto específico que solo entendería el propio Kido -y tal vez el conejo-, aunque a él le sonara a disparate.
—Yo también me alegro de verle, señor Catai—sonrió abiertamente—me adelanté un poco, pensé que podríamos tomar un café antes. Si es que le apetece, claro.
Joder. La vida era la leche. Kido acababa de echar un polvo hacía menos de treinta minutos, y no un polvo cualquiera, y ahora de nuevo su corazón volvía a estar a más de cien, literalmente a punto de estallarle en el pecho. No tenía un respiro.
—Conozco una cafetería agradable cerca de aquí, quizá le guste.
La cafetería a la que se había referido Ballesta era un pequeño local en la zona antigua de la ciudad, cerca de donde la exposición de astronomía tendría lugar. Se sentaron frente a frente en una mesita junto a la ventana y fueron atendidos rápidamente.
Cuando tuvo ante sí en la mesa lo que había pedido, sin mediar palabra, Kido se metió en la boca un buen trozo de pastel de fresas. Necesitaba reponer energías, se lo pedía el cuerpo. Aún no se había recuperado del polvazo que había echado con Taylor, ni mucho menos de la impresión que le había causado ver a Ballesta en su cuarto; se sentía desfallecido y la tarde no había hecho más que empezar. Contraviniendo sus “normas” de vida, se había pedido un café a secas-sin “descafeinar”- porque temía caer rendido o que le diera un cortocircuito mental en cualquier momento.
--Vaya, ¿le hinca el diente a todo lo que le gusta de esa forma?—inquirió de pronto Ballesta, señalando con la barbilla el pastel a medio comer. Kido le miró con gesto interrogante. ¿Qué demonios quería decir con esa pregunta? --Qué envidia me da. Esa pulsión vital es sólo un recuerdo lejano para mí.
¿Pulsión vital? Por dios, ¿no estaba hablando de comerse un pastel?
--Claro que…--continuaba Ballesta, con la mirada perdida como si reflexionara en voz alta—cierta libertad ha vuelto a mi vida desde que me divorcié de la que ahora es mi exmujer, he de admitirlo.
A Kido se le escapó de entre los dedos la cuchara que sostenía. El cubierto se estrelló contra el plato con un tintineo.
--¿Se divorció?
El profesor asintió.
--Sí, el año pasado.
Kido cogió de nuevo la cuchara y la sumergió en la taza de café, removiendo la gran cantidad de azúcar que se podía sentir en el fondo, terriblemente confuso.
--No sabía que hubiera estado usted casado…
--Si lo hubiera sabido me preocuparía—sonrió el profesor, por una vez sin petulancia— extremé cuidado para que nadie de mi entorno laboral se enterase.
--Vaya, lo siento…
--Oh, no, no lo sienta. Desde que tomé esa decisión, estoy mucho más tranquilo.
--¿Tranquilo?—inmediatamente Kido se arrepintió de decir aquello. Pero no le quedó más remedio que seguir—Señor, no se ofenda… pero tranquilo no parece, por lo menos en clase.
El rostro de Ballesta se ensombreció por un momento. Desvió la mirada hasta su taza de café y removió su contenido.
--Supongo—admitió, de mala gana.
--¿Por qué está siempre de mal humor?—preguntó Kido a media voz. Verdaderamente tenía curiosidad por saber aquello y desde luego nunca había tenido ocasión de preguntarlo.
El profesor frunció el ceño.
--No fastidie, siempre no…
Kido tragó y se limpió la boca. Sonrió un poco detrás de la servilleta.
--Vale—concedió—no sé si siempre… pero la mayor parte del tiempo parece enfadado. ¿Qué le pasa?
El profesor sacudió la cabeza e hizo un ademán de rechazo con la mano, echándose a reír.
--No pretendo molestarle diciendo esto, señor Katai… pero la pregunta que plantea no es algo que pueda contestarle sin más, alegremente, ante una taza de café en un sitio abarrotado. Suponiendo que fuera a contestarle, claro.
Kido respiró con fuerza y apretó los labios. Asintió.
--Bien, lo siento. No es de mi incumbencia.
--No, no se preocupe...
Sin saber cómo cambiar de tema, Kido bebió un sorbo de su café y saboreó en la lengua el dulce líquido caliente.
--Oiga, profesor… --preguntó--¿Va a seguir tratándome de usted mucho tiempo? La verdad es que me resulta raro fuera de clase.
Ballesta lanzó una carcajada al aire.
--¿Y usted es quien me lo pregunta?, ¿el que sigue tratándome como su profesor?—respondió, enarcando las cejas-- Está bien, no digo que no, eso es lo que soy; y si soy su profesor, usted es mi alumno, ¿no es así?
Kido frunció las cejas. No le hizo mucha gracia la respuesta, pero no supo qué decir.
--Responda, señor Catai, eso es lo que usted es, ¿no es cierto?
--Supongo que sí.
El profesor mostró una amplia sonrisa.
--Pues como tal le trataré, entonces.
-~~(,, ,,ºº>
La tormenta se les vino encima cuando bajaron del autobús 72 volviendo de la exposición. No acababan de poner los pies en la acera cuando Kido sintió un fuerte goterón cayéndole en la coronilla: ese fue el único indicio previo al inminente chaparrón. Sólo tuvo tiempo de mirar al cielo preñado de plomo por encima de su cabeza y, al instante siguiente, sin más preludio, comenzó a jarrear sobre la ciudad. Las gotas caían con tanta fuerza que repiqueteaban contra el suelo como perdigones. Se levantó de pronto una cortina de viento que combó las copas de los árboles sobre la calle desierta, ululando furiosamente a través de las ramas y removiendo el polvo en el adoquinado.
--Vayamos a mi casa—voceó Ballesta para hacerse oír sobre el estruendo del aire en sus oídos—está aquí al lado…
Kido le escuchó perfectamente, pues se hallaba cerca de él, pero se negó a moverse manteniendo los pies firmemente clavados en el suelo.
--Señor Katai—el profesor le tomó del brazo y tiró de él—se va a empapar, por favor… cuando cese la tormenta yo mismo le acompañaré a casa o a la estación de metro.
Kido no trató de zafarse de su mano, pero continuó quieto.
--No…--murmuró. De pronto tenía miedo. La batería de excusas que tenía preparada afloró a sus labios con el mismo caos de la tormenta que se estaba desatando en aquel mismo momento—son más de las diez, profesor, tengo que irme a casa. La boca de metro está solo a un par de calles de aquí, puedo ir hasta allí corriendo y no tardaré más de diez minutos…
--Oh, por favor, ¿usted sabe cómo va a ponerse si corre diez minutos bajo esta lluvia?
Kido contrajo la boca. La lluvia, de hecho, era lo único que parecía real en aquel escenario. Todo lo demás—las farolas como gigantescas duchas, los edificios que le rodeaban, el recuerdo de haber caminado entre estrellas, las atenciones de Ballesta a cada momento, sus ojos—parecían los elementos de un sueño. No podía pensar. Tenía miedo de romperse por dentro si se enfrentaba a lo que deseaba, a lo que sentía, si le otorgaba la solidez de la palabra. Por otro lado no sabía cuánto tiempo más podía continuar contenido, engañándose a sí mismo, más aún cuando aquel ser extraño se empeñaba en insistir una y otra vez para seguir a su lado y hasta tiraba de él. Antes de ver a Ballesta, aquella misma tarde, le preocupaba lo que el profesor pudiera querer; pero en aquel momento lo que preocupaba a Kido era qué quería él mismo. No pudo soportar estar tan extasiado y aterrorizado al mismo tiempo y se bloqueó: deseaba y temía, temblaba.
--Vamos, por favor, nos estamos calando…
--Pero… no sé si…
--Oh, venga ya.
Ballesta tiró con fuerza del brazo de Kido y echó a andar, arrastrándole tras de sí, ignorando las protestas de éste y sus intentos de soltarse. Recorrió la avenida a paso rápido hasta llegar a un portal acristalado sobre el que se leía en dorado el número “21”, frente al que se detuvo.
Sin dejar de aferrar el brazo de Kido, metió la mano que le quedaba libre en el bolsillo de su cazadora y sacó un voluminoso manojo de llaves. Escogió una de ellas, maniobró con cierto esfuerzo en la cerradura y finalmente la puerta cedió ante su empujón.
Ballesta cruzó al otro lado del portal y arrastró a Kido al interior del edificio. El estruendo de la tormenta se amortiguó de inmediato cuando el portón de cristal se cerró tras ellos con un chasquido. Al instante, un plafón encastrado en el techo zumbó y se encendió de forma automática, iluminando las paredes algo desconchadas con una luz débil y pulsante, amarillenta.
--Profesor…
A la luz mortecina de la bombilla, el rostro de Kido parecía aún más pálido. Bajo sus ojos se imprimía la fatiga en forma de oscuros surcos, y la línea de una sombra marcaba sus labios apretados. Su mirada era difícil de descifrar: por un lado se le antojó a Ballesta suplicante, por otro lado simplemente desencajada. Además… no estaba seguro pero le pareció detectar por un segundo un brillo en los ojos de Kido… ¿un matiz de esperanza en el fondo de la oscuridad? ¿Qué era ese brillo, qué significaba? Fuera lo que fuera, era suficiente razón para insistir en llevarle con él.
Kido dio un paso hacia atrás y se abrazó a sí mismo. Ofrecía un espectáculo curioso allí, encogido entre sombras, con el pelo pegado a la cara, el agua formando un charco a sus pies y los dientes castañeteándole con fuerza. Ballesta meneó la cabeza y rió.
--Señor Katai, ¿qué le pasa?—inquirió, dando un paso hacia él--¿Piensa que voy a devorarle, como el lobo feroz?
El aludido se lamió los labios y retrocedió por puro reflejo. El profesor clavó los ojos en él y se mordió el labio inferior con una perversidad de la que su alumno carecía, sin dejar de sonreír.
--Quizá sea cierto, en parte soy un lobo solitario--murmuró apartando los ojos, como hablando para sí—realmente traigo a muy pocas personas a mi refugio; usted es uno de los pocos elegidos, señor Catai. Venga, subamos.
Kido se dejó conducir hasta el ascensor sin oponer resistencia. Le parecía que ya estaba todo perdido: había elegido dejarse llevar, llegados a ese punto no se le ocurrió qué otra cosa podía hacer. Vagamente le tranquilizaba pensar que en cualquier momento podía reaccionar y salir corriendo… porque realmente podría, ¿no?
El ascensor se detuvo en el séptimo piso. Ballesta abrió la puerta, empujó suavemente a Kido fuera de la cabina y luego se adelantó hacia una puerta señalada con la letra “A”, la más cercana al ascensor. Abrió la puerta con la llave correspondiednte y le hizo a Kido un gesto para que pasara a la vivienda.
--Aquí está el refugio…--dijo con una sonrisa sibilina, impostando la voz—la guarida del lobo.
Le guiñó un ojo a Kido antes de entrar a su vez en la casa, gesto que a éste le resulto muy poco tranquilizador. Pero a pesar de la amenaza implícita en la broma, del peligro subyacente bajo aquellos ojos, Kido obedeció esa petición silenciosa. De alguna manera quería entenderlos, formar parte de ellos; se moría por saber qué necesitaban—algo, algo grande, pero ¿qué podía ser? ¿Qué echaban en falta?-, y qué se sentía al encenderlos y al llenarlos de algo que no fuera ira. Porque él podía encenderlos y llenarlos de otro modo, eso lo supo de golpe, aunque no tenía ni idea de por qué el profesor le otorgaba ese poder. Kido se dio cuenta de que eso era lo que el profesor le había estado pidiendo que hiciera desde el principio: que le llenara, que le diera algo que aún no sabía qué era. ¿Por qué? ¿O acaso era todo tan sólo una paja mental de su propia cosecha y estaba fabulando?
Las miradas de ambos se sostuvieron la una a la otra durante un segundo en el umbral. Un cruce rápido de sombras, fuego, hielo, temores y calor. Fue tan fuerte que cada uno tuvo que apartar la vista hacia el lado contrario.
--Pase, no se prive…
Kido entró en la casa después de Balle y cerró la puerta tras de sí.
--Está empapado, se va a resfriar. Debería cambiarse de ropa pero supongo que no querrá.
--No es necesario…--musitó Kido.
Ballesta se quitó la cazadora, la colgó en un perchero cercano a la puerta y se encogió de hombros.
--Una pena. Podría prestarle algo si quiere.
Kido reflexionó durante un instante. Por mucho que cualquier cosa sonara lasciva en su voz, Ballesta tenía razón: estaba empapado. Tenía un frío corrosivo metido hasta los huesos; no sabía cuándo cesaría el chaparrón y cuándo podría llegar a casa, pero se daba cuenta de que si pasaba mucho más tiempo así, con la ropa mojada pegada al cuerpo, terminaría pescando una pulmonía. Oh, Inti le mataría si eso llegase a suceder...
--La… la verdad es que tiene razón—murmuró—le agradecería si… me deja algo de ropa.
El rostro de Ballesta se iluminó por un segundo.
--¡Claro! Por fin dice algo con sentido. Espere aquí, le buscaré algo y traeré toallas.
Dicho esto se alejó silbando por el pasillo, dejando a un tambaleante Kido en el recibidor.
--Pase, por favor, siéntese…--Le gritó por encima del ruido que hacía al abrir y cerrar armarios con su ímpetu característico—póngase cómodo.
Kido se aventuró unos pasos, inseguro, hacia el salón de la casa. Tanteó en la pared y pulsó un interruptor: la estancia se iluminó al momento con una cálida luz tenue, procedente de una lamparita de cristal emplomado que pendía de una cadena en el techo. Se adelantó hacia la habitación y sus ojos se posaron en el sofá de tres plazas que había en el centro, tapizado en tonos ocre, frente a una mesa baja de madera. No, no iba a echar a perder la tapicería sentándose ahí con la ropa empapada, de ninguna manera.
Sin querer moverse, esperó la llegada de Ballesta en el centro del salón, con las manos en los bolsillos y las piernas ligeramente separadas como un pistolero del oeste. El profesor volvió en pocos minutos con un montón de ropa entre las manos y una gran toalla de rizo de un violento color naranja colgando del brazo.
--Algo de esto le valdrá—le indicó el montón de ropa y se lo pasó—no tenemos un cuerpo muy diferente, ¿no le parece? Aunque usted está muy delgado… mírese, pálido y flaco, huesudo como un espectro—reflexionó mirando a Kido de arriba abajo-- apenas se le ve la cara con ese pelo que tiene, sólo esos ojos negros enormes cuyas pupilas tienen una marcada tendencia a dilatarse…
Kido se sintió cohibido bruscamente ante las francas referencias a su físico, por subjetivas que éstas fueran. Mierda, sabía muy bien que su rostro era transparente, le resultaba muy difícil disimular ese tipo de cosas así que Ballesta se daría cuenta de su emoción, sin duda.
--Por no hablar de su espíritu: fuego fatuo que me esquiva, ¿no es así?
¿Fuego fatuo? Por un momento Kido casi se echa a reír. ¿Ahora le venía Ballesta con su faceta poética?
--No sé de lo que está hablando--Apartó la mirada y cogió la ropa que le tendía el profesor--¿Hay algún sitio donde pueda cambiarme?—preguntó educadamente.
--Claro—respondió Ballesta—el baño está al final del pasillo, a la derecha.
Como no. Kido se sonrió levemente y echó a andar hacia allí, tiritando de frío.
Le costó desprenderse de la ropa mojada en la intimidad del cuarto de baño. Los dedos no le obedecían y los sentía acolchados y entumecidos, tanto era así que no acertaba a desabrocharse los botones de los vaqueros, prenda que por otra parte parecía pesarle una tonelada. La lluvia le había calado hasta los calzoncillos, así que lamentablemente tuvo que quitárselos también, escurrirlos incluso, y dejarlos discretamente arrugados junto a los calcetines y a las zapatillas.
Cuando se hubo desvestido colgó la ropa en un radiador detrás de la puerta y se puso lo que le había prestado ballesta: unos pantalones de tela con elástico a la cintura--¿pijama o chándal? No lo sabía-- y una sencilla camiseta de color gris desvaído. La ropa le quedaba bien, algo amplia como había vaticinado su dueño, pero era un alivio sentir algo seco por fin sobre su piel. Y era francamente cómoda.
Se miró en el espejo que había frente al lavabo. Verdaderamente Ballesta tenía razón: tenía pinta de zombi, más aún con el apósito en la frente y el hematoma que casi le rozaba ya el ojo. Parecía una especie de duende oscuro, una criatura de la noche o un pringado disfrazado a lo “emo”, con una extraña pintura de ojos asimétrica sobre su rostro blanco como la leche.
Sintió vértigo al pensar que tenía que salir de allí y volver a dejarse ver. Era la presa, lo había tenido claro desde el principio, desde antes incluso de cruzar la puerta de la casa. Pensaba en Ballesta y se daba cuenta de que estaba muy cerca, ahí al lado; aquel depredador le tenía en su punto de mira y él había acudido a su territorio, como un cordero, como una res; ¡por dios!, el corazón le saltaba en el pecho cada vez que lo pensaba.
Las piernas le temblaban cuando asió el picaporte y salió por fin al pasillo, pero ¿qué otra cosa podía hacer? Una vez allí, se encaminó hacia el salón con paso vacilante.
--Oh, Señor Katai, estupendo… --Ballesta le saludó desde el sofá y le hizo una seña para que se acercara. Él también había sustituido su traje por ropa seca: unos sencillos vaqueros oscuros y una camisa blanca que al parecer no se había molestado en abrochar--¿quiere tomar algo? ¿Un poco de licor tal vez? Eso calienta el cuerpo.
Kido se adelantó sin saber muy bien qué contestar. Sin esperar respuesta, Ballesta llenó un vaso ancho hasta la mitad de un líquido dorado y se lo tendió.
--Tome—le dijo—siéntese y pruébelo… es dulce, le gustará. He observado que le gusta el dulce…
Kido se sentó junto al profesor, tratando de no mirar su torso desnudo sin un solo pelo, y tomó el vasito de entre sus dedos. El fugaz contacto con la piel de Ballesta le hizo estremecer. Acercó los labios al borde del vaso y se dejó besar por el líquido denso y cálido mientras fuera, al otro lado de los muros, los truenos se desataban sobre el edificio hasta el punto de hacerlo temblar, signo de que la tormenta estaba justamente encima de ellos ahora.
--Está bueno…--musitó apartando el vaso y lamiéndose los labios. Había cerrado los ojos al saborear el licor—sabe a…
Ballesta esbozó una sonrisa apretada. Aquel movimiento que Kido acababa de hacer con la lengua, involuntario seguramente, le había encendido de golpe de una manera brutal. No pudo evitar acercarse más para olfatear con disimulo el cuello de Kido y las aletas de su nariz temblaron por un momento.
--Si adivina de qué es, seré su esclavo por una noche, señor Katai.
El aludido no pudo evitar dar un pequeño bote sobre el asiento. Meneando la cabeza, Ballesta estiró el brazo sobre él y cogió la gran toalla que había traído, que yacía colgada en el respaldo del sofá. La tomó entre las manos y se precipitó a los pies descalzos de Kido sin previo aviso.
--Eh, ¿qué hace?
Vaya… había dicho esa misma frase no hacía mucho tiempo, ¿verdad?
Kido trató de apartarse, pero Ballesta le sostuvo el pie derecho entre sus manos, cubriéndolo al instante con la gruesa y suave toalla.
--Secarle bien los pies—replicó—va a cogerse un resfriado.
Kido jadeó. Sintió las caricias decididas del profesor a través de la toalla; no le tocaba directamente con las manos, sino que sus dedos eran como inquietos gusanos de arena bajo la tela de rizo rodando contra su piel, recorriendo su empeine, cerrándose en torno a su tobillo. Kido dejó de resistirse y reprimió una exclamación cuando sintió una suave invasión entre los dedos del pie que Ballesta se afanaba en secarle.
--Relájese…--murmuró el profesor. Se inclinó para frotar con más dedicación, separándole suavemente los dedos despacio. Una gota de agua que prendía de su pelo se estrelló contra el tobillo de Kido, y después otra y otra. El cabello del profesor chorreaba; los mechones empapados se le pegaban al cuello.
Sin pensarlo demasiado, Kido alargó la mano y buscó un pico de la gran toalla con la que le secaba el profesor. Se inclinó hacia él y trató de retirarle la humedad del pelo con el trozo de tela rizada.
--Usted también está chorreando…
Colocó las manos sobre la cabeza de Ballesta y comenzó a revolverle el cabello con la porción de toalla. No sabía muy bien de dónde había sacado el arrojo para hacer aquello, simplemente seguía los dictados de su instinto.
La espalda del profesor se tensó bajo aquellas inesperadas caricias, pero éste no pronunció palabra alguna.
--Va a pescar un resfriado usted también…
Kido no tuvo tiempo de decir nada más. La toalla se le escapó de las manos cuando Ballesta se abalanzó sobre él, de un salto, y le cerró la boca con un beso apretado y seco. Rígido por la sorpresa, fue incapaz de reaccionar y cayó hacia atrás bajo el peso del profesor sobre el sofá.
--Señor, ¿qué hace? ¿Qué… qué es esto?…--jadeo cuando Ballesta se separó de su rostro apenas unos milímetros. El interpelado rió por lo bajo.
--Es un beso, señor Katai.
--¡Eso ya lo sé!—exclamó Kido—pero verá… yo… a mí no…
--¿A ti no qué, Kido?
Escucharle decir su nombre fue como un portazo en el infierno. Ballesta lo había pronunciado con glotonería, con intención. Sonreía.
--¿No te gustan los chicos, quieres decir?
Antes de que Kido pudiera articular respuesta, se precipitó de nuevo sobre él y volvió a besarle, esta vez de manera más osada. Sin embargo, no quería irrumpir sin más en esa boca dulce y sensible como si su lengua fuera un ariete, de manera que pidió permiso de manera sutil lamiéndole los labios. Kido entreabrió la boca para respirar y Ballesta sintió entonces la leve caricia de su aliento, y más adentro, su lengua que se movía indecisa.
--A mí tampoco me gustan…--murmuró antes de lanzarse a darle otro beso. Penetró suavemente en su boca, lamiéndole con respeto al principio y tratando de ser delicado, pero desbaratándose de golpe a los pocos segundos hasta terminar como si quisiera erosionar una roca a morreo limpio. Aquella pelea húmeda que había comenzado como un dulce tanteo dejó a ambos sin respiración.
--Profesor…
--Me gusta el sabor de tu boca--gruñó Ballesta, acariciándole el rostro con la palma de la mano. De nuevo el “tú”.
Tras decir aquello le abrazó y le besó otra vez. Kido expandió su pecho mientras se sentía lleno de él, y se dejó explorar probando a su vez cada rincón de aquella boca que le invadía. Rincones prohibidos llenos de secretos y alguna que otra promesa; aliento triste y revuelto que giraba en mil volutas de ansiedad, tan perverso pero a la vez tan necesitado. ¿Qué más daba si Ballesta era un hombre, como él? Quería saborear de nuevo aquella boca tensa y no parar nunca, devorar su humedad, su dulzura, su calor. Le parecía que no deseaba otra cosa en el mundo. Cuando más necesitado de esos besos estaba, sin embargo, el profesor se apartó.
--Quiero sentirte, Kido.
El aludido se incorporó. Por un momento se sintió como un niño al que le hubieran arrebatado un caramelo, extrañando los cálidos lengüetazos; pero no tuvo mucho tiempo para asumir esta sensación, porque al instante Ballesta presionó con su cuerpo sobre él obligándole de nuevo a tumbarse.
Con los ojos como platos, Kido contempló al profesor caminando con las rodillas sobre el sofá hasta situarse entre sus piernas. Sin mediar palabra, Ballesta alargó ambas manos hacia él y le levantó la camiseta prestada hasta la línea de las clavículas; Kido boqueó, su abdomen descubierto se contrajo y tembló justo antes de que los labios de Ballesta se posaran debajo de su ombligo. Oh, qué demonios… colocó las manos en la cabeza de él y cerró los dedos entre los mechones de cabello húmedo, tirándole del pelo.
--Quiero probarte…—jadeó el profesor.
Tras aquella última declaración, tomó aire y se inclinó aún más sobre Kido para lamerle el estómago. Su lengua rodeó el ombligo del chico y sus dientes rozaron la cintura elástica del pantalón.
Kido cerró fuerte los ojos, arqueó la espalda y gimió, apretando el abdomen contra la boca de Ballesta. Las manos de éste tiraban hacia abajo de la goma de sus pantalones, y su lengua se movía con ellas, descendiendo por su piel, describiendo sinuosos caminos húmedos.
--Profesor...
La tenía dura desde hacía rato, claro que sí.
--Sólo estate quieto…--murmuró Ballesta, deslizando la mano entre las piernas del chico para agarrar su insolente erección—Oh, sí que te gusta…
El cuerpo de Kido obedeció con independencia de su cerebro. El profesor le sacó los pantalones con un brusco tirón y sin más volvió a agarrar la polla de Kido, le dio un par de húmedos meneos y se la metió en la boca.
--Auuf…
Kido no pudo reprimir una exclamación de sorpresa y de súbito placer cuando sintió esa boca caliente que le succionaba, esa lengua insalivando el tronco de su polla y jugando con su glande.
--Tenía muchas ganas de hacerle esto, señor Katai—sonrió Ballesta, abandonando su tarea por un momento para mirar a Kido desde el lugar entre las piernas de éste. Comprobó satisfecho que el chico no acertaba a responderle, y hundió de nuevo aquella polla a estallar dentro de su boca. Se la clavó hasta el fondo y apretó los labios en torno a la base junto al nacimiento de las pelotas. Kido se retorció y gimió con los dientes apretados.
--Oh, joder…
--Disfruta… Ballesta se irguió, escupió sobre su glande y le pajeó con salvajismo. Kido aulló, nunca le habían acariciado de esa forma, tan fuerte, tan rápido.
--Me va a romper la polla…--jadeó.
El profesor se detuvo un momento y se secó los labios con el dorso de la mano.
--No, tranquilo—sonrió—pretendo justo lo contrario, señor Catai…quiero que sea usted quien me rompa a mí.
Acto seguido, se levantó de un salto para quitarse los pantalones y sin más preámbulo montó a horcajadas sobre los muslos de Kido. Éste fue incapaz de moverse y estuvo a punto de decir algo, pero Ballesta volvió a silenciarle con un beso largo y hambriento.
--Vamos, fólleme.
Jadeó la petición casi en tono de súplica. Acto seguido elevó las caderas, agarró el rabo duro de Kido y lo colocó con suavidad en la abertura entre sus nalgas. Jugó un poco con el grueso capullo entre ambos cachetes, insinuando una pequeña presión hacia abajo para marcarle el camino. Al instante siguiente respiró hondo y se sentó sobre Kido, engullendo de golpe su miembro hasta el fondo.
Kido sofocó un grito cuando sintió que ese pasillo estrecho le atenazaba y tiraba de él. Nunca había sentido una presión semejante, tan intensa, dentro de un lugar tan profundo. Miro a Ballesta con los ojos desorbitados y éste le respondió tratando de sonreír; tenía el ceño fruncido mientras continuaba empujando, tratando de acogerle dentro en toda su plenitud, ensanchándose a marchas forzadas.
--Oh, joder, está muy grande...
Los labios de Ballesta se curvaron al fin en una sonrisa distinta a todas las anteriores, y Kido recordó entonces por qué estaba allí: para llenarle, para resquebrajar su silencio a pollazos. Para invadir la oscuridad tan lóbrega y solitaria. Kido tenía una isla desierta en su mente donde iba a menudo, pero no tenía nada que ver con el lugar donde el profesor estaba encerrado. Invadido por un fuerte sentimiento, extendió una mano para acariciarle a éste la cara contraída por el dolor.
--Señor, esto que está haciendo le tiene que estar destrozando…--consiguió articular.
Ballesta tomo la mano con la que Kido acariciaba su mejilla.
--Siempre que no le haga daño a usted…—murmuró, empujando con más ahínco, moviendo las caderas adelante y atrás—A mí se pasará pronto, no se preocupe. El dolor es placentero con usted.
Kido jadeó y cerró los ojos con fuerza. Joder. Qué tirones en la polla. Sentía como un millar de estrechos anillos abrazándole y estrangulándole.
--Le gusta, ¿no es así?—Ballesta se movió más duro sobre él, contemplándole con ojos brillantes—Dígamelo, por favor…
--Ah-aaah…
--No sabe cuántas veces he soñado con sentirle…
Kido no pudo evitar comenzar a moverse él también. Ballesta ya danzaba con relativa libertad sobre sus caderas, con su miembro enrojecido y grueso como mástil rozándole el estómago. Kido alargó la mano ante aquel miembro palpitante y lo apretó en su puño con ansia. Ballesta gimió presionando las potentes nalgas contra las ingles del chico, clavándose su polla ya con furia.
--Me gusta…--gimió Kido. Aquella bestia que había conocido junto a Taylor abría los ojos, despertando por fin dentro de él—-aunque yo cambiaría una cosa.
Colocó las manos sobre el pecho de Ballesta y le empujó hacia atrás, cuidando de salir de él mientras éste caía de espaldas sobre el sofá.
--Túmbese, joder.
Ballesta se relamió con una sonrisa diabólica.
--¿Qué va a hacer?—preguntó, echándose boca arriba tal y como Kido le había ordenado. Respiraba rápidamente y mantenía la boca entreabierta como un sabueso del infierno.
--Voy a follarle hasta dejarle satisfecho—-murmuró Kido, acariciando lentamente la mejilla del profesor—-si usted me deja, claro…
Ballesta se tensó de repente y clavó los ojos en algún punto de la habitación, sin querer mirarle.
--¿Qué le pasa, se ha vuelto cobarde de repente?
Kido apretó la mandíbula y se cargó a los hombros los tobillos del profesor. Buscó con el dedo aquel agujero que hacía escasos minutos le había acogido con tanto gusto, encontrándolo al momento, todavía bien abierto. Tomó con la mano izquierda la polla del profesor, igual de rígida y caliente que hacía un minuto, y empezó a darle un bombeo rítmico sin ninguna piedad. Comprobó con satisfacción que Ballesta se endureció aún más dentro de su mano cuando comenzó a jugar con el dedo que tenía metido en su culo.
--Sólo le estoy tocando y ya vuelve a gemir…
Ballesta se debatía debajo de él moviendo las caderas, absorbiendo las largas caricias de Kido en su polla y tratando de clavarse en sus dedos.
--Fóllame, vamos—volvía a llamarle de tú, aún sin mirarle y apretando los dientes— Hazlo ya…
Kido tomó las caderas del profesor con ambas manos, las levantó en vilo y las acopló a las suyas.
--No quiero hacerle daño--gruñó. Nunca había penetrado a un hombre. Lo de antes no contaba porque había sido Ballesta quien se había clavado en él.
El profesor rió.
--Mientras no te lo hagas tú…
Kido sacudió la cabeza y rio también.
--Me está volviendo loco—le dijo-- Llámeme Kido o Katai, de tú o de usted, pero por favor… decántese por una sola cosa…
Retrocedió un poco preparándose para entrar de nuevo en él, agarrando por encima de la cabeza de Ballesta el brazo del sofá para poder medir la fuerza del empujón.
--A veces eres Kido—gimió Ballesta, sintiéndose de nuevo penetrado poco a poco—y a veces el Señor Katai…
Se revolvió bajo él. Ya le tenía dentro del todo, podía sentir el calor de sus pelotas golpeándole suavemente entre las nalgas con cada insinuación.
--¿Y quién soy ahora?—preguntó Kido, inclinándose para hablarle al oído--¿Quién es el que le folla, Kido? ¿o el señor Katai, su alumno, a quien no le importa lo que le pase?
Ballesta echó la cabeza hacia atrás y reprimió un grito. Las acometidas de su alumno ya eran fuertes y seguidas; las caderas del chico se estrellaban contra él conteniendo el deseo de cabalgarle. Se esforzó por confrontar la mirada de aquel fantasma que ya no era tan tímido, y sin apenas voz murmuró un nombre.
--Kido…
—Si ese animal le contesta, señor Catai, por fin podré creer en dios.
La voz había irrumpido a su espalda sin previo aviso, burlona y clara como el cristal, quebrando de golpe y porrazo la intimidad de su habitación. Al oírla, Kido se quedó helado.
--¿Y quién es ese Taylor al que quiere “meter cosas”? Por dios santo, ¿qué quiere meter y dónde?
El chico se giró visiblemente alterado, dándole la espalda a Iggy, con quien charlaba hacía un instante en una esquina de su habitación. Se había ruborizado hasta las orejas y los ojos le brillaban cuando dirigió la vista fugazmente al reloj que había en la mesilla de noche.
—Son las seis y cinco—masculló—Creía que habíamos quedado a las siete.
Ballesta retrocedió un par de pasos. Le había resultado un tanto intimidante la mirada de su alumno. No había sido su intención pillarle in-fraganti en una conversación íntima con aquel bicho; simplemente había seguido las instrucciones de Inti para llegar a su dormitorio, pensando que Kido habría oído el timbre de la puerta y estaría sobre aviso. No había pretendido violentarle, y no pensó que eso de meter cosas fuera nada extraño; había imaginado que sería algo en un contexto específico que solo entendería el propio Kido -y tal vez el conejo-, aunque a él le sonara a disparate.
—Yo también me alegro de verle, señor Catai—sonrió abiertamente—me adelanté un poco, pensé que podríamos tomar un café antes. Si es que le apetece, claro.
Joder. La vida era la leche. Kido acababa de echar un polvo hacía menos de treinta minutos, y no un polvo cualquiera, y ahora de nuevo su corazón volvía a estar a más de cien, literalmente a punto de estallarle en el pecho. No tenía un respiro.
—Conozco una cafetería agradable cerca de aquí, quizá le guste.
La cafetería a la que se había referido Ballesta era un pequeño local en la zona antigua de la ciudad, cerca de donde la exposición de astronomía tendría lugar. Se sentaron frente a frente en una mesita junto a la ventana y fueron atendidos rápidamente.
Cuando tuvo ante sí en la mesa lo que había pedido, sin mediar palabra, Kido se metió en la boca un buen trozo de pastel de fresas. Necesitaba reponer energías, se lo pedía el cuerpo. Aún no se había recuperado del polvazo que había echado con Taylor, ni mucho menos de la impresión que le había causado ver a Ballesta en su cuarto; se sentía desfallecido y la tarde no había hecho más que empezar. Contraviniendo sus “normas” de vida, se había pedido un café a secas-sin “descafeinar”- porque temía caer rendido o que le diera un cortocircuito mental en cualquier momento.
--Vaya, ¿le hinca el diente a todo lo que le gusta de esa forma?—inquirió de pronto Ballesta, señalando con la barbilla el pastel a medio comer. Kido le miró con gesto interrogante. ¿Qué demonios quería decir con esa pregunta? --Qué envidia me da. Esa pulsión vital es sólo un recuerdo lejano para mí.
¿Pulsión vital? Por dios, ¿no estaba hablando de comerse un pastel?
--Claro que…--continuaba Ballesta, con la mirada perdida como si reflexionara en voz alta—cierta libertad ha vuelto a mi vida desde que me divorcié de la que ahora es mi exmujer, he de admitirlo.
A Kido se le escapó de entre los dedos la cuchara que sostenía. El cubierto se estrelló contra el plato con un tintineo.
--¿Se divorció?
El profesor asintió.
--Sí, el año pasado.
Kido cogió de nuevo la cuchara y la sumergió en la taza de café, removiendo la gran cantidad de azúcar que se podía sentir en el fondo, terriblemente confuso.
--No sabía que hubiera estado usted casado…
--Si lo hubiera sabido me preocuparía—sonrió el profesor, por una vez sin petulancia— extremé cuidado para que nadie de mi entorno laboral se enterase.
--Vaya, lo siento…
--Oh, no, no lo sienta. Desde que tomé esa decisión, estoy mucho más tranquilo.
--¿Tranquilo?—inmediatamente Kido se arrepintió de decir aquello. Pero no le quedó más remedio que seguir—Señor, no se ofenda… pero tranquilo no parece, por lo menos en clase.
El rostro de Ballesta se ensombreció por un momento. Desvió la mirada hasta su taza de café y removió su contenido.
--Supongo—admitió, de mala gana.
--¿Por qué está siempre de mal humor?—preguntó Kido a media voz. Verdaderamente tenía curiosidad por saber aquello y desde luego nunca había tenido ocasión de preguntarlo.
El profesor frunció el ceño.
--No fastidie, siempre no…
Kido tragó y se limpió la boca. Sonrió un poco detrás de la servilleta.
--Vale—concedió—no sé si siempre… pero la mayor parte del tiempo parece enfadado. ¿Qué le pasa?
El profesor sacudió la cabeza e hizo un ademán de rechazo con la mano, echándose a reír.
--No pretendo molestarle diciendo esto, señor Katai… pero la pregunta que plantea no es algo que pueda contestarle sin más, alegremente, ante una taza de café en un sitio abarrotado. Suponiendo que fuera a contestarle, claro.
Kido respiró con fuerza y apretó los labios. Asintió.
--Bien, lo siento. No es de mi incumbencia.
--No, no se preocupe...
Sin saber cómo cambiar de tema, Kido bebió un sorbo de su café y saboreó en la lengua el dulce líquido caliente.
--Oiga, profesor… --preguntó--¿Va a seguir tratándome de usted mucho tiempo? La verdad es que me resulta raro fuera de clase.
Ballesta lanzó una carcajada al aire.
--¿Y usted es quien me lo pregunta?, ¿el que sigue tratándome como su profesor?—respondió, enarcando las cejas-- Está bien, no digo que no, eso es lo que soy; y si soy su profesor, usted es mi alumno, ¿no es así?
Kido frunció las cejas. No le hizo mucha gracia la respuesta, pero no supo qué decir.
--Responda, señor Catai, eso es lo que usted es, ¿no es cierto?
--Supongo que sí.
El profesor mostró una amplia sonrisa.
--Pues como tal le trataré, entonces.
-~~(,, ,,ºº>
La tormenta se les vino encima cuando bajaron del autobús 72 volviendo de la exposición. No acababan de poner los pies en la acera cuando Kido sintió un fuerte goterón cayéndole en la coronilla: ese fue el único indicio previo al inminente chaparrón. Sólo tuvo tiempo de mirar al cielo preñado de plomo por encima de su cabeza y, al instante siguiente, sin más preludio, comenzó a jarrear sobre la ciudad. Las gotas caían con tanta fuerza que repiqueteaban contra el suelo como perdigones. Se levantó de pronto una cortina de viento que combó las copas de los árboles sobre la calle desierta, ululando furiosamente a través de las ramas y removiendo el polvo en el adoquinado.
--Vayamos a mi casa—voceó Ballesta para hacerse oír sobre el estruendo del aire en sus oídos—está aquí al lado…
Kido le escuchó perfectamente, pues se hallaba cerca de él, pero se negó a moverse manteniendo los pies firmemente clavados en el suelo.
--Señor Katai—el profesor le tomó del brazo y tiró de él—se va a empapar, por favor… cuando cese la tormenta yo mismo le acompañaré a casa o a la estación de metro.
Kido no trató de zafarse de su mano, pero continuó quieto.
--No…--murmuró. De pronto tenía miedo. La batería de excusas que tenía preparada afloró a sus labios con el mismo caos de la tormenta que se estaba desatando en aquel mismo momento—son más de las diez, profesor, tengo que irme a casa. La boca de metro está solo a un par de calles de aquí, puedo ir hasta allí corriendo y no tardaré más de diez minutos…
--Oh, por favor, ¿usted sabe cómo va a ponerse si corre diez minutos bajo esta lluvia?
Kido contrajo la boca. La lluvia, de hecho, era lo único que parecía real en aquel escenario. Todo lo demás—las farolas como gigantescas duchas, los edificios que le rodeaban, el recuerdo de haber caminado entre estrellas, las atenciones de Ballesta a cada momento, sus ojos—parecían los elementos de un sueño. No podía pensar. Tenía miedo de romperse por dentro si se enfrentaba a lo que deseaba, a lo que sentía, si le otorgaba la solidez de la palabra. Por otro lado no sabía cuánto tiempo más podía continuar contenido, engañándose a sí mismo, más aún cuando aquel ser extraño se empeñaba en insistir una y otra vez para seguir a su lado y hasta tiraba de él. Antes de ver a Ballesta, aquella misma tarde, le preocupaba lo que el profesor pudiera querer; pero en aquel momento lo que preocupaba a Kido era qué quería él mismo. No pudo soportar estar tan extasiado y aterrorizado al mismo tiempo y se bloqueó: deseaba y temía, temblaba.
--Vamos, por favor, nos estamos calando…
--Pero… no sé si…
--Oh, venga ya.
Ballesta tiró con fuerza del brazo de Kido y echó a andar, arrastrándole tras de sí, ignorando las protestas de éste y sus intentos de soltarse. Recorrió la avenida a paso rápido hasta llegar a un portal acristalado sobre el que se leía en dorado el número “21”, frente al que se detuvo.
Sin dejar de aferrar el brazo de Kido, metió la mano que le quedaba libre en el bolsillo de su cazadora y sacó un voluminoso manojo de llaves. Escogió una de ellas, maniobró con cierto esfuerzo en la cerradura y finalmente la puerta cedió ante su empujón.
Ballesta cruzó al otro lado del portal y arrastró a Kido al interior del edificio. El estruendo de la tormenta se amortiguó de inmediato cuando el portón de cristal se cerró tras ellos con un chasquido. Al instante, un plafón encastrado en el techo zumbó y se encendió de forma automática, iluminando las paredes algo desconchadas con una luz débil y pulsante, amarillenta.
--Profesor…
A la luz mortecina de la bombilla, el rostro de Kido parecía aún más pálido. Bajo sus ojos se imprimía la fatiga en forma de oscuros surcos, y la línea de una sombra marcaba sus labios apretados. Su mirada era difícil de descifrar: por un lado se le antojó a Ballesta suplicante, por otro lado simplemente desencajada. Además… no estaba seguro pero le pareció detectar por un segundo un brillo en los ojos de Kido… ¿un matiz de esperanza en el fondo de la oscuridad? ¿Qué era ese brillo, qué significaba? Fuera lo que fuera, era suficiente razón para insistir en llevarle con él.
Kido dio un paso hacia atrás y se abrazó a sí mismo. Ofrecía un espectáculo curioso allí, encogido entre sombras, con el pelo pegado a la cara, el agua formando un charco a sus pies y los dientes castañeteándole con fuerza. Ballesta meneó la cabeza y rió.
--Señor Katai, ¿qué le pasa?—inquirió, dando un paso hacia él--¿Piensa que voy a devorarle, como el lobo feroz?
El aludido se lamió los labios y retrocedió por puro reflejo. El profesor clavó los ojos en él y se mordió el labio inferior con una perversidad de la que su alumno carecía, sin dejar de sonreír.
--Quizá sea cierto, en parte soy un lobo solitario--murmuró apartando los ojos, como hablando para sí—realmente traigo a muy pocas personas a mi refugio; usted es uno de los pocos elegidos, señor Catai. Venga, subamos.
Kido se dejó conducir hasta el ascensor sin oponer resistencia. Le parecía que ya estaba todo perdido: había elegido dejarse llevar, llegados a ese punto no se le ocurrió qué otra cosa podía hacer. Vagamente le tranquilizaba pensar que en cualquier momento podía reaccionar y salir corriendo… porque realmente podría, ¿no?
El ascensor se detuvo en el séptimo piso. Ballesta abrió la puerta, empujó suavemente a Kido fuera de la cabina y luego se adelantó hacia una puerta señalada con la letra “A”, la más cercana al ascensor. Abrió la puerta con la llave correspondiednte y le hizo a Kido un gesto para que pasara a la vivienda.
--Aquí está el refugio…--dijo con una sonrisa sibilina, impostando la voz—la guarida del lobo.
Le guiñó un ojo a Kido antes de entrar a su vez en la casa, gesto que a éste le resulto muy poco tranquilizador. Pero a pesar de la amenaza implícita en la broma, del peligro subyacente bajo aquellos ojos, Kido obedeció esa petición silenciosa. De alguna manera quería entenderlos, formar parte de ellos; se moría por saber qué necesitaban—algo, algo grande, pero ¿qué podía ser? ¿Qué echaban en falta?-, y qué se sentía al encenderlos y al llenarlos de algo que no fuera ira. Porque él podía encenderlos y llenarlos de otro modo, eso lo supo de golpe, aunque no tenía ni idea de por qué el profesor le otorgaba ese poder. Kido se dio cuenta de que eso era lo que el profesor le había estado pidiendo que hiciera desde el principio: que le llenara, que le diera algo que aún no sabía qué era. ¿Por qué? ¿O acaso era todo tan sólo una paja mental de su propia cosecha y estaba fabulando?
Las miradas de ambos se sostuvieron la una a la otra durante un segundo en el umbral. Un cruce rápido de sombras, fuego, hielo, temores y calor. Fue tan fuerte que cada uno tuvo que apartar la vista hacia el lado contrario.
--Pase, no se prive…
Kido entró en la casa después de Balle y cerró la puerta tras de sí.
--Está empapado, se va a resfriar. Debería cambiarse de ropa pero supongo que no querrá.
--No es necesario…--musitó Kido.
Ballesta se quitó la cazadora, la colgó en un perchero cercano a la puerta y se encogió de hombros.
--Una pena. Podría prestarle algo si quiere.
Kido reflexionó durante un instante. Por mucho que cualquier cosa sonara lasciva en su voz, Ballesta tenía razón: estaba empapado. Tenía un frío corrosivo metido hasta los huesos; no sabía cuándo cesaría el chaparrón y cuándo podría llegar a casa, pero se daba cuenta de que si pasaba mucho más tiempo así, con la ropa mojada pegada al cuerpo, terminaría pescando una pulmonía. Oh, Inti le mataría si eso llegase a suceder...
--La… la verdad es que tiene razón—murmuró—le agradecería si… me deja algo de ropa.
El rostro de Ballesta se iluminó por un segundo.
--¡Claro! Por fin dice algo con sentido. Espere aquí, le buscaré algo y traeré toallas.
Dicho esto se alejó silbando por el pasillo, dejando a un tambaleante Kido en el recibidor.
--Pase, por favor, siéntese…--Le gritó por encima del ruido que hacía al abrir y cerrar armarios con su ímpetu característico—póngase cómodo.
Kido se aventuró unos pasos, inseguro, hacia el salón de la casa. Tanteó en la pared y pulsó un interruptor: la estancia se iluminó al momento con una cálida luz tenue, procedente de una lamparita de cristal emplomado que pendía de una cadena en el techo. Se adelantó hacia la habitación y sus ojos se posaron en el sofá de tres plazas que había en el centro, tapizado en tonos ocre, frente a una mesa baja de madera. No, no iba a echar a perder la tapicería sentándose ahí con la ropa empapada, de ninguna manera.
Sin querer moverse, esperó la llegada de Ballesta en el centro del salón, con las manos en los bolsillos y las piernas ligeramente separadas como un pistolero del oeste. El profesor volvió en pocos minutos con un montón de ropa entre las manos y una gran toalla de rizo de un violento color naranja colgando del brazo.
--Algo de esto le valdrá—le indicó el montón de ropa y se lo pasó—no tenemos un cuerpo muy diferente, ¿no le parece? Aunque usted está muy delgado… mírese, pálido y flaco, huesudo como un espectro—reflexionó mirando a Kido de arriba abajo-- apenas se le ve la cara con ese pelo que tiene, sólo esos ojos negros enormes cuyas pupilas tienen una marcada tendencia a dilatarse…
Kido se sintió cohibido bruscamente ante las francas referencias a su físico, por subjetivas que éstas fueran. Mierda, sabía muy bien que su rostro era transparente, le resultaba muy difícil disimular ese tipo de cosas así que Ballesta se daría cuenta de su emoción, sin duda.
--Por no hablar de su espíritu: fuego fatuo que me esquiva, ¿no es así?
¿Fuego fatuo? Por un momento Kido casi se echa a reír. ¿Ahora le venía Ballesta con su faceta poética?
--No sé de lo que está hablando--Apartó la mirada y cogió la ropa que le tendía el profesor--¿Hay algún sitio donde pueda cambiarme?—preguntó educadamente.
--Claro—respondió Ballesta—el baño está al final del pasillo, a la derecha.
Como no. Kido se sonrió levemente y echó a andar hacia allí, tiritando de frío.
Le costó desprenderse de la ropa mojada en la intimidad del cuarto de baño. Los dedos no le obedecían y los sentía acolchados y entumecidos, tanto era así que no acertaba a desabrocharse los botones de los vaqueros, prenda que por otra parte parecía pesarle una tonelada. La lluvia le había calado hasta los calzoncillos, así que lamentablemente tuvo que quitárselos también, escurrirlos incluso, y dejarlos discretamente arrugados junto a los calcetines y a las zapatillas.
Cuando se hubo desvestido colgó la ropa en un radiador detrás de la puerta y se puso lo que le había prestado ballesta: unos pantalones de tela con elástico a la cintura--¿pijama o chándal? No lo sabía-- y una sencilla camiseta de color gris desvaído. La ropa le quedaba bien, algo amplia como había vaticinado su dueño, pero era un alivio sentir algo seco por fin sobre su piel. Y era francamente cómoda.
Se miró en el espejo que había frente al lavabo. Verdaderamente Ballesta tenía razón: tenía pinta de zombi, más aún con el apósito en la frente y el hematoma que casi le rozaba ya el ojo. Parecía una especie de duende oscuro, una criatura de la noche o un pringado disfrazado a lo “emo”, con una extraña pintura de ojos asimétrica sobre su rostro blanco como la leche.
Sintió vértigo al pensar que tenía que salir de allí y volver a dejarse ver. Era la presa, lo había tenido claro desde el principio, desde antes incluso de cruzar la puerta de la casa. Pensaba en Ballesta y se daba cuenta de que estaba muy cerca, ahí al lado; aquel depredador le tenía en su punto de mira y él había acudido a su territorio, como un cordero, como una res; ¡por dios!, el corazón le saltaba en el pecho cada vez que lo pensaba.
Las piernas le temblaban cuando asió el picaporte y salió por fin al pasillo, pero ¿qué otra cosa podía hacer? Una vez allí, se encaminó hacia el salón con paso vacilante.
--Oh, Señor Katai, estupendo… --Ballesta le saludó desde el sofá y le hizo una seña para que se acercara. Él también había sustituido su traje por ropa seca: unos sencillos vaqueros oscuros y una camisa blanca que al parecer no se había molestado en abrochar--¿quiere tomar algo? ¿Un poco de licor tal vez? Eso calienta el cuerpo.
Kido se adelantó sin saber muy bien qué contestar. Sin esperar respuesta, Ballesta llenó un vaso ancho hasta la mitad de un líquido dorado y se lo tendió.
--Tome—le dijo—siéntese y pruébelo… es dulce, le gustará. He observado que le gusta el dulce…
Kido se sentó junto al profesor, tratando de no mirar su torso desnudo sin un solo pelo, y tomó el vasito de entre sus dedos. El fugaz contacto con la piel de Ballesta le hizo estremecer. Acercó los labios al borde del vaso y se dejó besar por el líquido denso y cálido mientras fuera, al otro lado de los muros, los truenos se desataban sobre el edificio hasta el punto de hacerlo temblar, signo de que la tormenta estaba justamente encima de ellos ahora.
--Está bueno…--musitó apartando el vaso y lamiéndose los labios. Había cerrado los ojos al saborear el licor—sabe a…
Ballesta esbozó una sonrisa apretada. Aquel movimiento que Kido acababa de hacer con la lengua, involuntario seguramente, le había encendido de golpe de una manera brutal. No pudo evitar acercarse más para olfatear con disimulo el cuello de Kido y las aletas de su nariz temblaron por un momento.
--Si adivina de qué es, seré su esclavo por una noche, señor Katai.
El aludido no pudo evitar dar un pequeño bote sobre el asiento. Meneando la cabeza, Ballesta estiró el brazo sobre él y cogió la gran toalla que había traído, que yacía colgada en el respaldo del sofá. La tomó entre las manos y se precipitó a los pies descalzos de Kido sin previo aviso.
--Eh, ¿qué hace?
Vaya… había dicho esa misma frase no hacía mucho tiempo, ¿verdad?
Kido trató de apartarse, pero Ballesta le sostuvo el pie derecho entre sus manos, cubriéndolo al instante con la gruesa y suave toalla.
--Secarle bien los pies—replicó—va a cogerse un resfriado.
Kido jadeó. Sintió las caricias decididas del profesor a través de la toalla; no le tocaba directamente con las manos, sino que sus dedos eran como inquietos gusanos de arena bajo la tela de rizo rodando contra su piel, recorriendo su empeine, cerrándose en torno a su tobillo. Kido dejó de resistirse y reprimió una exclamación cuando sintió una suave invasión entre los dedos del pie que Ballesta se afanaba en secarle.
--Relájese…--murmuró el profesor. Se inclinó para frotar con más dedicación, separándole suavemente los dedos despacio. Una gota de agua que prendía de su pelo se estrelló contra el tobillo de Kido, y después otra y otra. El cabello del profesor chorreaba; los mechones empapados se le pegaban al cuello.
Sin pensarlo demasiado, Kido alargó la mano y buscó un pico de la gran toalla con la que le secaba el profesor. Se inclinó hacia él y trató de retirarle la humedad del pelo con el trozo de tela rizada.
--Usted también está chorreando…
Colocó las manos sobre la cabeza de Ballesta y comenzó a revolverle el cabello con la porción de toalla. No sabía muy bien de dónde había sacado el arrojo para hacer aquello, simplemente seguía los dictados de su instinto.
La espalda del profesor se tensó bajo aquellas inesperadas caricias, pero éste no pronunció palabra alguna.
--Va a pescar un resfriado usted también…
Kido no tuvo tiempo de decir nada más. La toalla se le escapó de las manos cuando Ballesta se abalanzó sobre él, de un salto, y le cerró la boca con un beso apretado y seco. Rígido por la sorpresa, fue incapaz de reaccionar y cayó hacia atrás bajo el peso del profesor sobre el sofá.
--Señor, ¿qué hace? ¿Qué… qué es esto?…--jadeo cuando Ballesta se separó de su rostro apenas unos milímetros. El interpelado rió por lo bajo.
--Es un beso, señor Katai.
--¡Eso ya lo sé!—exclamó Kido—pero verá… yo… a mí no…
--¿A ti no qué, Kido?
Escucharle decir su nombre fue como un portazo en el infierno. Ballesta lo había pronunciado con glotonería, con intención. Sonreía.
--¿No te gustan los chicos, quieres decir?
Antes de que Kido pudiera articular respuesta, se precipitó de nuevo sobre él y volvió a besarle, esta vez de manera más osada. Sin embargo, no quería irrumpir sin más en esa boca dulce y sensible como si su lengua fuera un ariete, de manera que pidió permiso de manera sutil lamiéndole los labios. Kido entreabrió la boca para respirar y Ballesta sintió entonces la leve caricia de su aliento, y más adentro, su lengua que se movía indecisa.
--A mí tampoco me gustan…--murmuró antes de lanzarse a darle otro beso. Penetró suavemente en su boca, lamiéndole con respeto al principio y tratando de ser delicado, pero desbaratándose de golpe a los pocos segundos hasta terminar como si quisiera erosionar una roca a morreo limpio. Aquella pelea húmeda que había comenzado como un dulce tanteo dejó a ambos sin respiración.
--Profesor…
--Me gusta el sabor de tu boca--gruñó Ballesta, acariciándole el rostro con la palma de la mano. De nuevo el “tú”.
Tras decir aquello le abrazó y le besó otra vez. Kido expandió su pecho mientras se sentía lleno de él, y se dejó explorar probando a su vez cada rincón de aquella boca que le invadía. Rincones prohibidos llenos de secretos y alguna que otra promesa; aliento triste y revuelto que giraba en mil volutas de ansiedad, tan perverso pero a la vez tan necesitado. ¿Qué más daba si Ballesta era un hombre, como él? Quería saborear de nuevo aquella boca tensa y no parar nunca, devorar su humedad, su dulzura, su calor. Le parecía que no deseaba otra cosa en el mundo. Cuando más necesitado de esos besos estaba, sin embargo, el profesor se apartó.
--Quiero sentirte, Kido.
El aludido se incorporó. Por un momento se sintió como un niño al que le hubieran arrebatado un caramelo, extrañando los cálidos lengüetazos; pero no tuvo mucho tiempo para asumir esta sensación, porque al instante Ballesta presionó con su cuerpo sobre él obligándole de nuevo a tumbarse.
Con los ojos como platos, Kido contempló al profesor caminando con las rodillas sobre el sofá hasta situarse entre sus piernas. Sin mediar palabra, Ballesta alargó ambas manos hacia él y le levantó la camiseta prestada hasta la línea de las clavículas; Kido boqueó, su abdomen descubierto se contrajo y tembló justo antes de que los labios de Ballesta se posaran debajo de su ombligo. Oh, qué demonios… colocó las manos en la cabeza de él y cerró los dedos entre los mechones de cabello húmedo, tirándole del pelo.
--Quiero probarte…—jadeó el profesor.
Tras aquella última declaración, tomó aire y se inclinó aún más sobre Kido para lamerle el estómago. Su lengua rodeó el ombligo del chico y sus dientes rozaron la cintura elástica del pantalón.
Kido cerró fuerte los ojos, arqueó la espalda y gimió, apretando el abdomen contra la boca de Ballesta. Las manos de éste tiraban hacia abajo de la goma de sus pantalones, y su lengua se movía con ellas, descendiendo por su piel, describiendo sinuosos caminos húmedos.
--Profesor...
La tenía dura desde hacía rato, claro que sí.
--Sólo estate quieto…--murmuró Ballesta, deslizando la mano entre las piernas del chico para agarrar su insolente erección—Oh, sí que te gusta…
El cuerpo de Kido obedeció con independencia de su cerebro. El profesor le sacó los pantalones con un brusco tirón y sin más volvió a agarrar la polla de Kido, le dio un par de húmedos meneos y se la metió en la boca.
--Auuf…
Kido no pudo reprimir una exclamación de sorpresa y de súbito placer cuando sintió esa boca caliente que le succionaba, esa lengua insalivando el tronco de su polla y jugando con su glande.
--Tenía muchas ganas de hacerle esto, señor Katai—sonrió Ballesta, abandonando su tarea por un momento para mirar a Kido desde el lugar entre las piernas de éste. Comprobó satisfecho que el chico no acertaba a responderle, y hundió de nuevo aquella polla a estallar dentro de su boca. Se la clavó hasta el fondo y apretó los labios en torno a la base junto al nacimiento de las pelotas. Kido se retorció y gimió con los dientes apretados.
--Oh, joder…
--Disfruta… Ballesta se irguió, escupió sobre su glande y le pajeó con salvajismo. Kido aulló, nunca le habían acariciado de esa forma, tan fuerte, tan rápido.
--Me va a romper la polla…--jadeó.
El profesor se detuvo un momento y se secó los labios con el dorso de la mano.
--No, tranquilo—sonrió—pretendo justo lo contrario, señor Catai…quiero que sea usted quien me rompa a mí.
Acto seguido, se levantó de un salto para quitarse los pantalones y sin más preámbulo montó a horcajadas sobre los muslos de Kido. Éste fue incapaz de moverse y estuvo a punto de decir algo, pero Ballesta volvió a silenciarle con un beso largo y hambriento.
--Vamos, fólleme.
Jadeó la petición casi en tono de súplica. Acto seguido elevó las caderas, agarró el rabo duro de Kido y lo colocó con suavidad en la abertura entre sus nalgas. Jugó un poco con el grueso capullo entre ambos cachetes, insinuando una pequeña presión hacia abajo para marcarle el camino. Al instante siguiente respiró hondo y se sentó sobre Kido, engullendo de golpe su miembro hasta el fondo.
Kido sofocó un grito cuando sintió que ese pasillo estrecho le atenazaba y tiraba de él. Nunca había sentido una presión semejante, tan intensa, dentro de un lugar tan profundo. Miro a Ballesta con los ojos desorbitados y éste le respondió tratando de sonreír; tenía el ceño fruncido mientras continuaba empujando, tratando de acogerle dentro en toda su plenitud, ensanchándose a marchas forzadas.
--Oh, joder, está muy grande...
Los labios de Ballesta se curvaron al fin en una sonrisa distinta a todas las anteriores, y Kido recordó entonces por qué estaba allí: para llenarle, para resquebrajar su silencio a pollazos. Para invadir la oscuridad tan lóbrega y solitaria. Kido tenía una isla desierta en su mente donde iba a menudo, pero no tenía nada que ver con el lugar donde el profesor estaba encerrado. Invadido por un fuerte sentimiento, extendió una mano para acariciarle a éste la cara contraída por el dolor.
--Señor, esto que está haciendo le tiene que estar destrozando…--consiguió articular.
Ballesta tomo la mano con la que Kido acariciaba su mejilla.
--Siempre que no le haga daño a usted…—murmuró, empujando con más ahínco, moviendo las caderas adelante y atrás—A mí se pasará pronto, no se preocupe. El dolor es placentero con usted.
Kido jadeó y cerró los ojos con fuerza. Joder. Qué tirones en la polla. Sentía como un millar de estrechos anillos abrazándole y estrangulándole.
--Le gusta, ¿no es así?—Ballesta se movió más duro sobre él, contemplándole con ojos brillantes—Dígamelo, por favor…
--Ah-aaah…
--No sabe cuántas veces he soñado con sentirle…
Kido no pudo evitar comenzar a moverse él también. Ballesta ya danzaba con relativa libertad sobre sus caderas, con su miembro enrojecido y grueso como mástil rozándole el estómago. Kido alargó la mano ante aquel miembro palpitante y lo apretó en su puño con ansia. Ballesta gimió presionando las potentes nalgas contra las ingles del chico, clavándose su polla ya con furia.
--Me gusta…--gimió Kido. Aquella bestia que había conocido junto a Taylor abría los ojos, despertando por fin dentro de él—-aunque yo cambiaría una cosa.
Colocó las manos sobre el pecho de Ballesta y le empujó hacia atrás, cuidando de salir de él mientras éste caía de espaldas sobre el sofá.
--Túmbese, joder.
Ballesta se relamió con una sonrisa diabólica.
--¿Qué va a hacer?—preguntó, echándose boca arriba tal y como Kido le había ordenado. Respiraba rápidamente y mantenía la boca entreabierta como un sabueso del infierno.
--Voy a follarle hasta dejarle satisfecho—-murmuró Kido, acariciando lentamente la mejilla del profesor—-si usted me deja, claro…
Ballesta se tensó de repente y clavó los ojos en algún punto de la habitación, sin querer mirarle.
--¿Qué le pasa, se ha vuelto cobarde de repente?
Kido apretó la mandíbula y se cargó a los hombros los tobillos del profesor. Buscó con el dedo aquel agujero que hacía escasos minutos le había acogido con tanto gusto, encontrándolo al momento, todavía bien abierto. Tomó con la mano izquierda la polla del profesor, igual de rígida y caliente que hacía un minuto, y empezó a darle un bombeo rítmico sin ninguna piedad. Comprobó con satisfacción que Ballesta se endureció aún más dentro de su mano cuando comenzó a jugar con el dedo que tenía metido en su culo.
--Sólo le estoy tocando y ya vuelve a gemir…
Ballesta se debatía debajo de él moviendo las caderas, absorbiendo las largas caricias de Kido en su polla y tratando de clavarse en sus dedos.
--Fóllame, vamos—volvía a llamarle de tú, aún sin mirarle y apretando los dientes— Hazlo ya…
Kido tomó las caderas del profesor con ambas manos, las levantó en vilo y las acopló a las suyas.
--No quiero hacerle daño--gruñó. Nunca había penetrado a un hombre. Lo de antes no contaba porque había sido Ballesta quien se había clavado en él.
El profesor rió.
--Mientras no te lo hagas tú…
Kido sacudió la cabeza y rio también.
--Me está volviendo loco—le dijo-- Llámeme Kido o Katai, de tú o de usted, pero por favor… decántese por una sola cosa…
Retrocedió un poco preparándose para entrar de nuevo en él, agarrando por encima de la cabeza de Ballesta el brazo del sofá para poder medir la fuerza del empujón.
--A veces eres Kido—gimió Ballesta, sintiéndose de nuevo penetrado poco a poco—y a veces el Señor Katai…
Se revolvió bajo él. Ya le tenía dentro del todo, podía sentir el calor de sus pelotas golpeándole suavemente entre las nalgas con cada insinuación.
--¿Y quién soy ahora?—preguntó Kido, inclinándose para hablarle al oído--¿Quién es el que le folla, Kido? ¿o el señor Katai, su alumno, a quien no le importa lo que le pase?
Ballesta echó la cabeza hacia atrás y reprimió un grito. Las acometidas de su alumno ya eran fuertes y seguidas; las caderas del chico se estrellaban contra él conteniendo el deseo de cabalgarle. Se esforzó por confrontar la mirada de aquel fantasma que ya no era tan tímido, y sin apenas voz murmuró un nombre.
--Kido…
11-Ballenas
--¿Le gustan las ballenas, señor Katai?--Preguntó Ballesta después de pasar minutos contemplando a Kido en silencio, tumbado a su lado en el sofá.
Kido se encontraba junto a él, echado boca arriba y ligeramente incorporado, con los ojos fijos sin apenas pestañear en la imagen ampliada que adornaba la pared de enfrente: una gigantesca cola de ballena emergiendo del mar, levantando una ola de espuma. Al oír la pregunta se giró hacia el profesor.
--¿Tendré que volver a follarle cada vez que quiera que me llame por mi nombre?—soltó sin pensar.
No había habido un tono especial en la pregunta, ni hastío ni nada semejante, tan sólo simple curiosidad. Pero Ballesta retrocedió como si le hubieran pegado un puñetazo, súbitamente descolocado.
--No pretendía molestar…
¿Molestar? Kido meneó la cabeza. Ese no era el problema. Volvió la vista al cuadro y sonrió.
--No lo hace—respondió, recorriendo con los ojos la imagen—y sí, me gustan las ballenas… me gustan los animales en general. Me gusta estar cerca de ellos, aunque ahora que lo pienso nunca he estado cerca de una ballena en el agua.
--No lo jure, eso de que le gustan los animales--Ballesta resopló—saltaba a la vista que se entendía a la perfección con ese… conejo… porque era un conejo, ¿verdad?
--¡Claro! Claro que es un conejo, ya lo ha visto esta tarde.
--Sí—replicó Ballesta—pero yo no tengo ni idea de animales, señor Katai, podría ser una rata…
--¿Una rata?
Kido se giró hacia el profesor y se incorporó. Los ojos le brillaban como si rieran y se mordía los labios reprimiendo una carcajada.
--No hay otra manera de que me llame Kido, ¿verdad?—masculló—incluso para decir una gilipollez como esa de la rata me llama “señor Katai”, y sin embargo follando me llama por mi nombre, ¿por qué?
En lugar de responder desabridamente, como Kido hubiera esperado, Ballesta apartó la mirada y fijó los ojos en la tapicería del sofá.
--Follando es diferente—dijo en voz baja, como si le costara admitirlo.
--¿Por qué?—inquirió el chico—yo soy Kido todo el tiempo.
Extendió la mano para rozar el cabello de Ballesta, pero este le esquivó moviendo la cabeza.
--No para mí—replicó.
Kido frunció el ceño, extrañado. Se incorporó un poco más para abrazarse las rodillas y reflexionó durante unos segundos.
--Bueno…--murmuró-- ahora estoy desnudo, en el sofá de su casa, a su lado, y acabamos de pegar un polvo de puta madre, sin que se me ocurra mejor expresión, al menos para mí. No quiere decirme su nombre y me parece bien; si usted prefiere que le trate de usted así lo haré, pero no me diga que soy el mismo “señor Katai” que asiste a su clase porque no es cierto.
--Ya sé que no—respondió Ballesta—y no he dicho que no quiera decirle mi nombre…
--Bueno, sí, como sea—le cortó Kido—que no era el momento adecuado de decírmelo, fue lo que dijo en la exposición.
--Eso es.
--Otra cosa que no entiendo muy bien, pero bueno, como usted quiera.
Ballesta meneó la cabeza.
--No me siento seguro como para decírtelo--dijo al fin con cierto esfuerzo.
Le había temblado ligeramente la voz. Kido le buscó los ojos con la mirada pero Ballesta le rehuyó.
--No se preocupe, está bien. Son barreras, ¿verdad?
--¿Barreras?
Kido asintió, inclinándose hacia delante para oprimir la mano del profesor brevemente. Éste continuaba obcecado en no mirarle.
--Sí—respondió—el “usted” y el no decir su nombre. Son barreras que pone entre usted mismo y otras personas cuando se le acercan demasiado, ¿verdad?
El profesor caviló unos segundos sin saber que responder. No esperaba que Kido fuera a decir algo como eso.
--No pasa nada, le respeto—el chico se encogió de hombros y sonrió levemente—pero… debería decirme algún nombre para que me refiera a usted, porque me niego a seguir llamándole “profesor”, lo siento. Al menos aquí.
Ballesta dejó escapar una risita.
--Es cierto, poco te estoy enseñando ahora.
--¿Le parece que le llame por el alias que tiene en la comunidad científica?—inquirió Kido, obviando la observación—le seguiré tratando de usted aun así, y llamándole “señor” (no profesor) si es lo que quiere, pero necesito un nombre. Por favor.
--¿Halley? Está bien—asintió Ballesta—aunque me resulta muy…
--Déjelo—rio Kido—no se preocupe. Ya veré como demonios le llamo. Joder, es usted complicado de cojones.
--Eso ya lo sabías.
Kido asintió y frunció los labios.
--Sí. Como también sé que es explosivo, se comporta de forma hiriente y gasta una mala hostia del quince.
--Ah—Ballesta miró a Kido como si quisiera taladrarle—Y, ¿se puede saber por qué eso le hace tanta gracia?
Kido estalló en carcajadas. Llevaba aguantándose ya un rato.
--¡Por dios!—exclamó--¡Lo vuelve a hacer!
--¿Pero por qué se ríe?
El interpelado se secó las lágrimas que habían aflorado a sus ojos. Era de lágrima fácil cuando reía a carcajadas.
--Porque todo eso… no quiere decir nada. No me mire así, por favor, es la misma cara que pone en clase antes de tirarle algo a alguien…
Ballesta se quedó como congelado por un segundo. Al instante siguiente explotó en sonoras carcajadas.
--Menos mal. Pensé que nunca se iba a reír…--murmuró Kido, dándole un codazo.
--No es posible que a nadie le guste eso--dijo el profesor cuando por fin recuperó la compostura—eso… que ha dicho de mí.
Kido miró a aquel hombre y se dio cuenta de lo indefenso que parecía. Ballesta se había quedado súbitamente relajado tras el acceso de risa; hablaba en susurros, con la mirada baja, el cuerpo ligeramente ladeado hacia Kido sobre el sofá. Todo su repertorio de máscaras—la de la ironía, la del cabreo, la de la suficiencia—se habían caído dejando al descubierto su verdadero rostro que él se afanaba siempre en esconder. Kido sintió el impulso de abrazarle, de transmitirle calor y presencia, pero a la vez tuvo miedo de invadir su espacio si el profesor no quería ser molestado, así que se quedó quieto. “Le veo” se dijo “hay algo sensible bajo todos esos disfraces”.
--Bueno…--buscó en su mente las palabras adecuadas—a mí me gusta. Porque, a pesar de actuar así, usted es generoso, inteligente… y buena persona. Hasta es amable a su manera, y se preocupa por otros. Al principio tenía miedo de quedar con usted, pero me ha hecho pasar una tarde estupenda, y no lo digo por el sexo.
Ballesta le lanzó una mirada de soslayo.
--¿No le ha gustado el sexo?—inquirió, enarcando las cejas-- Yo le he visto muy entusiasmado con el tema, casi tanto como yo mismo…
Kido sonrió.
--He disfrutado mucho, señor, si se refiere a eso.
Ballesta pareció relajarse.
--Me alegro… y en cuanto a lo demás, no vuelva a halagarme, por favor. No me gusta. Prefiero que me insulte.
--De acuerdo—murmuró Kido—Y Si en lugar de insultarle… intento tocarle—se arriesgó a decir-- ¿se apartará o me dejará hacerlo?
El profesor levantó la mirada hacia él, despacio, como si los ojos le pesaran. Vaciló unos segundos antes de responder.
--Depende—dijo en tono gélido.
--Vale, no quiero incomodarle, lo siento.
Kido retiró la mano que había estado a punto de acercar a la mejilla de Ballesta.
--No lo sienta, por favor. Hágalo.
--¿Qué?
--Hágalo—repitió el profesor—tóqueme. Por favor.
--No tiene por qué…
Ballesta se incorporó y tomó la mano del chico.
--Por favor…
Kido acercó los dedos al rostro del profesor. Se aproximó más, inclinándose ligeramente sobre él, y se dio cuenta con asombro de que éste se había echado a llorar. Le chocó mucho ver aquellas lágrimas: si el día anterior alguien le hubiera dicho que Ballesta era capaz de ponerse a llorar en cuestión de segundos sin previo aviso, le hubiera costado imaginarlo.
--Señor…
El profesor meneó la cabeza.
--Su piel me hace daño… --sollozó como un niño--estaba tan solo, señor Katai… no tiene ni la más remota idea.
Kido sintió un fuerte nudo en el estómago. Trató de secar las lágrimas del profesor, que manaban como ríos.
--Viviendo día a día, solo, durante mucho tiempo. Sobreviviendo hasta que apareció usted.
--Señor, cálmese…--murmuró Kido, afanado en secarle el rostro con los dedos—tranquilo… no está solo ahora, ¿verdad?
De todo lo que podía pasar, lo último que hubiera pensado era que el profesor fuera a desmoronarse.
Ballesta apretó los labios y negó con la cabeza. Las lágrimas seguían fluyendo de sus ojos, como un torrente calmado, lento e inagotable.
--No sé qué tiene su cara… no sé qué tiene su mirada. Me he fijado en su forma de ser, en cómo es dentro de clase y fuera. No sé qué es lo que ha hecho, señor katai…--musitó—no lo sé… pero me ha atrapado.
Kido abrazó al profesor. Al principio, Ballesta se tensó y trató de zafarse, pero tras unos pocos segundos de firmeza por parte de Kido cayó sobre su pecho, permitiéndole al chico estrecharle contra sí. Éste sintió inmediatamente el torso y el cuello húmedos de lágrimas.
--Señor, no se preocupe, no tiene que protegerse de mí… no voy a hacerle daño…
Le besó la coronilla mientras decía estas palabras. El profesor se estremeció.
--Ya me lo hace…--murmuró contra la piel de Kido, en un tono de voz apenas audible—pero… quiero más.
El chico se retiró unos centímetros, tomó la barbilla del profesor con suavidad y la levantó para mirarle a los ojos. Ballesta chasqueó la lengua con profundo desagrado y desvió la mirada.
--¿Qué es lo que ha dicho?—preguntó Kido—disculpe, no sé si le he oído bien…
Podía ver que el profesor seguía llorando, sin sollozar pero con aquellas lágrimas calientes sin cesar de brotar de sus ojos.
--No…
--Profesor… ¿Ha dicho “quiero más”?
Ballesta contrajo el rostro por un instante y tras unos segundos de tensión asintió. Temblaba de los pies a la cabeza.
Kido le besó suavemente la mejilla y volvió a acomodarle la cabeza contra su torso. Un sentimiento de empatía y cariño le desbordaba, pero había algo más, una nota ardiente que le hacía hervir la sangre.
--¿Y qué es lo que quiere? ¿Más de qué, señor? Dígamelo, no tenga miedo…
“Me encantaría dárselo si puedo”, pensó.
Kido se encontraba junto a él, echado boca arriba y ligeramente incorporado, con los ojos fijos sin apenas pestañear en la imagen ampliada que adornaba la pared de enfrente: una gigantesca cola de ballena emergiendo del mar, levantando una ola de espuma. Al oír la pregunta se giró hacia el profesor.
--¿Tendré que volver a follarle cada vez que quiera que me llame por mi nombre?—soltó sin pensar.
No había habido un tono especial en la pregunta, ni hastío ni nada semejante, tan sólo simple curiosidad. Pero Ballesta retrocedió como si le hubieran pegado un puñetazo, súbitamente descolocado.
--No pretendía molestar…
¿Molestar? Kido meneó la cabeza. Ese no era el problema. Volvió la vista al cuadro y sonrió.
--No lo hace—respondió, recorriendo con los ojos la imagen—y sí, me gustan las ballenas… me gustan los animales en general. Me gusta estar cerca de ellos, aunque ahora que lo pienso nunca he estado cerca de una ballena en el agua.
--No lo jure, eso de que le gustan los animales--Ballesta resopló—saltaba a la vista que se entendía a la perfección con ese… conejo… porque era un conejo, ¿verdad?
--¡Claro! Claro que es un conejo, ya lo ha visto esta tarde.
--Sí—replicó Ballesta—pero yo no tengo ni idea de animales, señor Katai, podría ser una rata…
--¿Una rata?
Kido se giró hacia el profesor y se incorporó. Los ojos le brillaban como si rieran y se mordía los labios reprimiendo una carcajada.
--No hay otra manera de que me llame Kido, ¿verdad?—masculló—incluso para decir una gilipollez como esa de la rata me llama “señor Katai”, y sin embargo follando me llama por mi nombre, ¿por qué?
En lugar de responder desabridamente, como Kido hubiera esperado, Ballesta apartó la mirada y fijó los ojos en la tapicería del sofá.
--Follando es diferente—dijo en voz baja, como si le costara admitirlo.
--¿Por qué?—inquirió el chico—yo soy Kido todo el tiempo.
Extendió la mano para rozar el cabello de Ballesta, pero este le esquivó moviendo la cabeza.
--No para mí—replicó.
Kido frunció el ceño, extrañado. Se incorporó un poco más para abrazarse las rodillas y reflexionó durante unos segundos.
--Bueno…--murmuró-- ahora estoy desnudo, en el sofá de su casa, a su lado, y acabamos de pegar un polvo de puta madre, sin que se me ocurra mejor expresión, al menos para mí. No quiere decirme su nombre y me parece bien; si usted prefiere que le trate de usted así lo haré, pero no me diga que soy el mismo “señor Katai” que asiste a su clase porque no es cierto.
--Ya sé que no—respondió Ballesta—y no he dicho que no quiera decirle mi nombre…
--Bueno, sí, como sea—le cortó Kido—que no era el momento adecuado de decírmelo, fue lo que dijo en la exposición.
--Eso es.
--Otra cosa que no entiendo muy bien, pero bueno, como usted quiera.
Ballesta meneó la cabeza.
--No me siento seguro como para decírtelo--dijo al fin con cierto esfuerzo.
Le había temblado ligeramente la voz. Kido le buscó los ojos con la mirada pero Ballesta le rehuyó.
--No se preocupe, está bien. Son barreras, ¿verdad?
--¿Barreras?
Kido asintió, inclinándose hacia delante para oprimir la mano del profesor brevemente. Éste continuaba obcecado en no mirarle.
--Sí—respondió—el “usted” y el no decir su nombre. Son barreras que pone entre usted mismo y otras personas cuando se le acercan demasiado, ¿verdad?
El profesor caviló unos segundos sin saber que responder. No esperaba que Kido fuera a decir algo como eso.
--No pasa nada, le respeto—el chico se encogió de hombros y sonrió levemente—pero… debería decirme algún nombre para que me refiera a usted, porque me niego a seguir llamándole “profesor”, lo siento. Al menos aquí.
Ballesta dejó escapar una risita.
--Es cierto, poco te estoy enseñando ahora.
--¿Le parece que le llame por el alias que tiene en la comunidad científica?—inquirió Kido, obviando la observación—le seguiré tratando de usted aun así, y llamándole “señor” (no profesor) si es lo que quiere, pero necesito un nombre. Por favor.
--¿Halley? Está bien—asintió Ballesta—aunque me resulta muy…
--Déjelo—rio Kido—no se preocupe. Ya veré como demonios le llamo. Joder, es usted complicado de cojones.
--Eso ya lo sabías.
Kido asintió y frunció los labios.
--Sí. Como también sé que es explosivo, se comporta de forma hiriente y gasta una mala hostia del quince.
--Ah—Ballesta miró a Kido como si quisiera taladrarle—Y, ¿se puede saber por qué eso le hace tanta gracia?
Kido estalló en carcajadas. Llevaba aguantándose ya un rato.
--¡Por dios!—exclamó--¡Lo vuelve a hacer!
--¿Pero por qué se ríe?
El interpelado se secó las lágrimas que habían aflorado a sus ojos. Era de lágrima fácil cuando reía a carcajadas.
--Porque todo eso… no quiere decir nada. No me mire así, por favor, es la misma cara que pone en clase antes de tirarle algo a alguien…
Ballesta se quedó como congelado por un segundo. Al instante siguiente explotó en sonoras carcajadas.
--Menos mal. Pensé que nunca se iba a reír…--murmuró Kido, dándole un codazo.
--No es posible que a nadie le guste eso--dijo el profesor cuando por fin recuperó la compostura—eso… que ha dicho de mí.
Kido miró a aquel hombre y se dio cuenta de lo indefenso que parecía. Ballesta se había quedado súbitamente relajado tras el acceso de risa; hablaba en susurros, con la mirada baja, el cuerpo ligeramente ladeado hacia Kido sobre el sofá. Todo su repertorio de máscaras—la de la ironía, la del cabreo, la de la suficiencia—se habían caído dejando al descubierto su verdadero rostro que él se afanaba siempre en esconder. Kido sintió el impulso de abrazarle, de transmitirle calor y presencia, pero a la vez tuvo miedo de invadir su espacio si el profesor no quería ser molestado, así que se quedó quieto. “Le veo” se dijo “hay algo sensible bajo todos esos disfraces”.
--Bueno…--buscó en su mente las palabras adecuadas—a mí me gusta. Porque, a pesar de actuar así, usted es generoso, inteligente… y buena persona. Hasta es amable a su manera, y se preocupa por otros. Al principio tenía miedo de quedar con usted, pero me ha hecho pasar una tarde estupenda, y no lo digo por el sexo.
Ballesta le lanzó una mirada de soslayo.
--¿No le ha gustado el sexo?—inquirió, enarcando las cejas-- Yo le he visto muy entusiasmado con el tema, casi tanto como yo mismo…
Kido sonrió.
--He disfrutado mucho, señor, si se refiere a eso.
Ballesta pareció relajarse.
--Me alegro… y en cuanto a lo demás, no vuelva a halagarme, por favor. No me gusta. Prefiero que me insulte.
--De acuerdo—murmuró Kido—Y Si en lugar de insultarle… intento tocarle—se arriesgó a decir-- ¿se apartará o me dejará hacerlo?
El profesor levantó la mirada hacia él, despacio, como si los ojos le pesaran. Vaciló unos segundos antes de responder.
--Depende—dijo en tono gélido.
--Vale, no quiero incomodarle, lo siento.
Kido retiró la mano que había estado a punto de acercar a la mejilla de Ballesta.
--No lo sienta, por favor. Hágalo.
--¿Qué?
--Hágalo—repitió el profesor—tóqueme. Por favor.
--No tiene por qué…
Ballesta se incorporó y tomó la mano del chico.
--Por favor…
Kido acercó los dedos al rostro del profesor. Se aproximó más, inclinándose ligeramente sobre él, y se dio cuenta con asombro de que éste se había echado a llorar. Le chocó mucho ver aquellas lágrimas: si el día anterior alguien le hubiera dicho que Ballesta era capaz de ponerse a llorar en cuestión de segundos sin previo aviso, le hubiera costado imaginarlo.
--Señor…
El profesor meneó la cabeza.
--Su piel me hace daño… --sollozó como un niño--estaba tan solo, señor Katai… no tiene ni la más remota idea.
Kido sintió un fuerte nudo en el estómago. Trató de secar las lágrimas del profesor, que manaban como ríos.
--Viviendo día a día, solo, durante mucho tiempo. Sobreviviendo hasta que apareció usted.
--Señor, cálmese…--murmuró Kido, afanado en secarle el rostro con los dedos—tranquilo… no está solo ahora, ¿verdad?
De todo lo que podía pasar, lo último que hubiera pensado era que el profesor fuera a desmoronarse.
Ballesta apretó los labios y negó con la cabeza. Las lágrimas seguían fluyendo de sus ojos, como un torrente calmado, lento e inagotable.
--No sé qué tiene su cara… no sé qué tiene su mirada. Me he fijado en su forma de ser, en cómo es dentro de clase y fuera. No sé qué es lo que ha hecho, señor katai…--musitó—no lo sé… pero me ha atrapado.
Kido abrazó al profesor. Al principio, Ballesta se tensó y trató de zafarse, pero tras unos pocos segundos de firmeza por parte de Kido cayó sobre su pecho, permitiéndole al chico estrecharle contra sí. Éste sintió inmediatamente el torso y el cuello húmedos de lágrimas.
--Señor, no se preocupe, no tiene que protegerse de mí… no voy a hacerle daño…
Le besó la coronilla mientras decía estas palabras. El profesor se estremeció.
--Ya me lo hace…--murmuró contra la piel de Kido, en un tono de voz apenas audible—pero… quiero más.
El chico se retiró unos centímetros, tomó la barbilla del profesor con suavidad y la levantó para mirarle a los ojos. Ballesta chasqueó la lengua con profundo desagrado y desvió la mirada.
--¿Qué es lo que ha dicho?—preguntó Kido—disculpe, no sé si le he oído bien…
Podía ver que el profesor seguía llorando, sin sollozar pero con aquellas lágrimas calientes sin cesar de brotar de sus ojos.
--No…
--Profesor… ¿Ha dicho “quiero más”?
Ballesta contrajo el rostro por un instante y tras unos segundos de tensión asintió. Temblaba de los pies a la cabeza.
Kido le besó suavemente la mejilla y volvió a acomodarle la cabeza contra su torso. Un sentimiento de empatía y cariño le desbordaba, pero había algo más, una nota ardiente que le hacía hervir la sangre.
--¿Y qué es lo que quiere? ¿Más de qué, señor? Dígamelo, no tenga miedo…
“Me encantaría dárselo si puedo”, pensó.
12-No me dejes
El lunes por la tarde, aproximadamente a las cuatro, Taylor hizo una visita a Inti y a Kido después de las clases.
Se presentó en su casa de improviso, con una sonrisa que le cruzaba el rostro y un cargamento de pasteles para tomar en la sobremesa. Kido conocía bien los dulces: eran los que vendían en la pastelería de enfrente y le encantaban. La sola visión de los bocaditos de nata y moca, cubiertos de una doble capa de azúcar brillante, le bastó para lamentar haberse llenado durante la comida.
A pesar de que se encontraba fatigado—había dormido poco tras el encuentro con Ballesta la noche anterior, había llegado muy tarde a casa y se había comido una bronca de Inti--, Kido se alegró de ver a la señorita. Se alegró, pero a la vez se sintió inquieto, turbado. Inti estaba allí… su hermano sabía que Taylor y él habían tenido sexo, y eso otorgaba un componente francamente violento a la situación.
Por otra parte, aún le zumbaba en los oídos la voz de Ballesta al decir su nombre, y sentía muy vivo el recuerdo de su olor, de sus lágrimas, así como la huella de su aliento en la piel… todo eso era demasiado caótico, demasiado fuerte para quedarse como si tal cosa. Para colmo, acababa de ver al profesor en clase y éste no le había hecho el menor caso, ni siquiera le había mirado diferente. Kido tenía de nuevo la sensación de no entender nada.
--Vaya, qué de cosas ha traído… y eso que usted no tiene pinta de comer mucho, se la ve más delgada de lo que ya estaba, señorita—comentó Inti, observando a Taylor de arriba abajo.
Ésta sonrió y se encogió de hombros.
--Sí, tienes razón, pero no es por no comer. Me he movido más últimamente—dijo, y añadió, mirando a Kido sin reservas—necesito un chute de proteínas…
Inti se puso rígido al escucharla y al ver su gesto de comerse a Kido con los ojos. Taylor estaba resultando ser una verdadera devora hombres, quién lo hubiera pensado.
Kido dio un respingo en la silla. Sus ojos se cruzaron por un instante con los de Taylor (fuego, llamas), y rápidamente fijó la vista en un bote de galletas, conteniendo un acceso de risa nerviosa. ¿Un chute de proteínas? Ya… Se mordió los labios; el trallazo de la mirada de Inti, de medio segundo de duración pero incisivo, no le había pasado inadvertido. En aquel momento, Kido se arrepintió de haberle confesado a su hermano sus encuentros carnales con Taylor en un instante de debilidad. Pero qué demonios, al cuerno: él podía hacer lo que le diese la gana con su vida, ¿no?
--Vaya, señorita—replicó con una sonrisa juguetona—yo puedo recomendarle algún “chute” si quiere…
--¿Sí?
Kido asintió ante el momentáneo desconcierto de Agnes, sin poder evitar echarse a reír, y cogió un pastel de la bandeja de Taylor.
--Antes de que el cabrón este me obligara a borrarme del equipo—explicó señalando a Inti con la cabeza--había unos batidos que…
--Ah, tienes razón—replicó éste—los recuerdo.
--Creo que sé de lo que me hablas—sonrió Taylor ladinamente—hace poco un amigo me dio a probar uno.
--¿Ah, sí?
--Sí… pero no sé si será como los que tú dices, Kid. Era blanco como leche, para tomar caliente.
Kido enrojeció de forma violenta con el pastel en la garganta y fingió agacharse para recoger algo del suelo, metiendo la cabeza bajo la mesa. Oh, qué puta, joder. Le estaba poniendo en jaque y a cien al mismo tiempo. Tragó el condenado dulce de amianto.
--¿Y el sabor?—inquirió Inti, interesándose por el tema con un morbo descarado—tengo entendido que la mayoría saben fatal…
--Ah…--sonrió la señorita, cerrando los ojos con gesto evocador—pues este está de muerte, a mí me gustó mucho.
Inti resopló. Joder, ¿realmente se estaba refiriendo a…? ¿O era que él veía cosas donde no las había?
Kido emergió de debajo de la mesa sin querer mirar a su hermano, y le asestó a Taylor un pequeño puntapié sin que éste lo viera.
--Tiene un gusto…--continuaba ella, sin parecer darse cuenta—concentrado, fuerte… pero la verdad es que me encanta el sabor: ha sido probarlo y ya tengo ganas de más, creo que me voy a volver adicta.
--Vaya--refunfuñó Inti. Le resultaba más que raro imaginarse a Taylor y a su hermano en plena faena, y no podía evitar hacerlo—tenga cuidado con esos mejunjes.
“No se vaya a atragantar” le hubiera gustado concluir. Agnes asintió y por un momento frunció los labios e hinchó los carrillos, desviando la mirada, como si temiera romper a reír. Kido no sabía dónde meterse.
--Quizá mi amigo vuelva esta tarde—musitó ella, serenándose al momento como un auténtico camaleón—ha prometido traerme más…
--¿Esta tarde?—inquirió Inti, mirando a continuación a Kido.
--Sí… no sé a qué hora vendrá, supongo que cuando le parezca bien… lo ideal sería que viniera sobre las siete o así, pero con él nunca se sabe.
Kido contrajo y la boca y sacudió la cabeza. ¿Cómo podía tener Taylor tanto morro?
--¿No le ha dicho… a su amigo… a qué hora quiere que vaya?—preguntó, esforzándose por parecer tranquilo. Taylor se encogió de hombros.
--En realidad no. Qué tontería, ¿verdad?
Súbitamente, se escuchó el sonido del teléfono fijo que estaba en el salón. Salvado por la campana, literalmente, Inti aprovechó para salir de la cocina -donde ya se mascaba una tensión que podría cortarse con cuchillo- y fue a contestar. A los pocos minutos regresó y llamó a Kido.
--Es para ti—le dijo—Es Balle…
--¿Qué?
Kido apartó los ojos de Taylor, a la que deseaba con todas sus fuerzas taladrar, en principio con la mirada. Joder. El corazón acababa de darle un brinco descomunal en el pecho. Le costó levantarse de la silla. Tuvo la impresión de flotar por encima del suelo cuando recorría el pasillo hasta el salón para coger el teléfono.
--¿Sí?—murmuró al auricular.
--Señor Katai, le he visto muy callado en clase…
Oh, su voz. Kido respiró hondo. No sabía si tendría fuerzas para aguantar una conversación así, en “modo señor” durante mucho tiempo.
--Buenas tardes, profesor. Suelo estar callado en su clase por la cuenta que nos trae a todos los alumnos, ya sabe.
Ballesta reflexionó unos segundos al otro lado.
--Está bien—replicó—Buenas tardes, señor Katai. Le llamo por dos cosas… la primera: veo que no tiene dudas del examen de mañana, porque no ha venido a mi despacho después de clase… espero que le salga bien.
Kido sonrió. No había estudiado en condiciones aún, pero había seguido la materia al día y recordaba perfectamente el examen del martes.
--No lo sé, señor, espero que sí.
--Vaya, ¿lo pone en manos de dios?
Kido rio.
--¿Y la segunda cosa, profesor?—preguntó en un tono de voz más relajado, no tan áspero como al principio.
--La segunda cosa…--Ballesta hizo una pausa, estructurando en su mente cómo decir lo que estaba pensando--¿Tiene planes para este fin de semana, señor Katai?—preguntó de carrerilla.
A Kido la pregunta le pilló de sopetón.
--No, no tengo, la verdad… no lo sé.
--Pues si no los tiene, no los haga.
--¿Por qué?
Ballesta sonrió al otro lado del teléfono.
--Me gustaría darle una sorpresa, si le parece bien…
¿Una sorpresa? Kido se quedó sin habla durante unos instantes, incapaz de responder.
--No haga planes, entonces—concluyó el profesor—siempre y cuando le apetezca que nos veamos, claro.
--Pero… profesor…
--Le veré mañana—se despidió Ballesta-- hasta entonces cuídese, por favor; duerma bien esta noche, estudie, y aliméntese un poco… lo digo en serio, señor Katai.
Kido exhaló y comenzó a soltar excusas atropelladamente-¿planes para el fin de semana? ¿Qué se proponía aquel hombre salido del infierno?-, pero el profesor ya había colgado. Mierda. Colgó el teléfono y se dirigió de vuelta a la cocina, arrastrando los pies.
Inti y Taylor charlaban sobre música, sentados frente a la mesa.
--Necesito dormir un rato—pensó en voz alta, dejándose caer sobre una silla. La señorita se inclinó hacia él y le observó con gesto preocupado.
--Oh, tienes cara de estar muy cansado.
--Es lo que tiene la juerga de domingo…--masculló Inti, mordaz. Kido frunció el ceño. ¿Por qué tenía su hermano que decir nada?
--¿Juerga? ¿Tuviste juerga el domingo, Kid?—Taylor reía.
El aludido se revolvió en su asiento.
--Se me hizo tarde—replicó.
--¿Qué hiciste? ¿Dónde fuiste?
Taylor miraba a Kido divertida, con sincera curiosidad. Éste bajó los ojos cohibido.
--A ver una exposición de astronomía con mi profesor de física.
No quería decir aquello en ese momento. Quería hablarle a Taylor de Ballesta, sí, quería poder seguir contando con el punto de vista de ella, más aún ahora que la relación con el profesor se había vuelto tan…-se había vuelto tan… ¿qué?-. Pero quería hacerlo con tranquilidad y a solas con ella, no de golpe y porrazo en la cocina de casa, delante de su hermano.
--Vaya… ¿y la exposición terminó muy tarde?
Inti rio con ganas.
--Terminó al día siguiente—repuso con sorna—A las ocho de la mañana apareció por la puerta.
--¡Vaya!
Taylor sonrió abriendo mucho los ojos, y Kido le lanzó una mirada asesina a Inti.
--¿Lo pasaste bien, Kid?—preguntó ella dulcemente.
Él asintió brevemente y se levantó de la silla. Estaba empezando a sentirse realmente incómodo en aquella situación.
--Necesito dormir algo, lo siento…—dijo, apretándole la mano a Agnes para despedirse de ella— después tengo que estudiar para un examen.
--Claro…--sonrió la señorita—debes descansar…yo debería ir subiendo a casa, no sea que mi amigo llegue.
Taylor le guiñó un ojo a Kido. El chico no pudo resistirse a ese gesto de complicidad.
--Tal vez no debería hablar más de su amigo aquí—murmuró, guiñándole a su vez—el mundo es muy pequeño, señorita…--añadió señalando con la cabeza a Inti, quien se había girado para apilar los platos limpios.
Ella asintió imperceptiblemente, poniéndose seria de pronto.
--Tienes razón…
--Seguro que su amigo va a verla hacia las nueve—le dijo Kido en un tono de voz más alta—tengo la impresión de que se va a retrasar.
--¿Ah sí?—inquirió Taylor. A Kido le pareció que ella Jadeó. Por un instante la distancia entre ellos dejó de existir; casi se fundieron sin tocarse, si acaso eso era posible.
--Sí—asintió—ya me contará.
Se alejó por el pasillo hasta su dormitorio y se dejó caer sobre la cama. Poco después escuchó el ruido de la puerta principal al cerrarse y se dijo que Taylor ya se había marchado. Cerró los ojos, tratando de relajarse y de serenar el mar encrespado de sus pensamientos, pero de pronto el silencio se quebró por culpa de unos pasos que se acercaban. Kido abrió los ojos y se incorporó, justo a tiempo de ver abrirse la puerta y entrar a su hermano en la habitación como una bala.
--Eh…—le espetó Inti, acercándose a la cama—Kido, ¿qué demonios estás haciendo?
--¿Qué estoy haciendo?—replicó el aludido--¿a qué te refieres?
Inti se sentó sobre la cama y respiró profundamente.
--Pues a qué va a ser. ¿Se puede saber qué líos te traes?
--¿Líos?
Oh, joder, no podía creerlo. ¿Es que no había sido suficiente con la bronca de aquella mañana? ¿Es que su hermano nunca iba a parar de darle el coñazo?
--¡Sí!—exclamó Inti—Primero me sueltas que te follas a Taylor… lo que todavía me mantiene boquiabierto, te lo tengo que decir…
--¿Qué pasa, te parece mal?
--¡No!—replicó Inti—no, no sé… tienes diecisiete años, Kido, ella es Tutankamon…
Kido soltó una carcajada.
--¿Tutankamon? Tú lo que tienes es envidia.
--Ya, lo que tú digas—masculló Inti—pero bueno, te follas a Taylor, vale… luego vas con El Loco a ver no sé qué movida y vuelves a las ocho de la mañana… supongo que no habréis estado mirando “estrellas” toda la noche, ¿o a lo mejor sí?
--¡Inti!—gritó Kido sin poderse contener— ¡Lo que yo haga no te importa! ¡No es asunto tuyo! ¿Entiendes?
El aludido se echó unos centímetros hacia atrás.
--Kido, es que…
--¿Qué?
Inti cerró los ojos durante un segundo. Cuando los abrió, Kido quedó sobrecogido al mirarlos. Creyó ver en ellos una sombra, y un velo de dolor. ¿Su hermano estaba dolido? ¿Por qué?
--Estoy un poco preocupado, Kido. Antes me contabas las cosas.
--Te lo he contado…--musitó éste.
--No, sólo me lo mencionaste…lo de Taylor.
--¿Te tengo que dar detalles o explicaciones?
Inti sacudió la cabeza.
--No, Kido… no es eso. No tienes que hacerlo, pero… bueno, estoy un poco preocupado.
Kido le buscó la mirada con los ojos.
--Ya no somos niños, Inti…
Éste negó con la cabeza, como obcecado en rechazar una idea.
--¿Pero en serio estás… con dos personas?
Kido apretó los labios y se abstuvo de contestar.
--¿Con un hombre y con una mujer?—insistió su hermano.
--¿Eso sería algo malo? ¿Está prohibido?
Inti chasqueó la lengua.
--No… no es eso, Kido…
--¿Es ilegal?
--No, joder.
--¿Entonces qué problema tienes, estás celoso o algo así?—inquirió Kido con cierto cachondeo.
Inti le miró, de pronto rojo de rabia.
--¡No!
--¿Y qué si no?
--No sé… me resulta raro pensar que son Taylor y Ballesta, precisamente, las personas con las que estás.
--Son dos personas increíbles—replicó Kido—además, ¿qué te hace pensar que me tiro a Ballesta?
Inti le miró fijamente.
--Vale—concedió Kido—Confío en ti, no me vuelvas a liar una como la de esta tarde, por favor. Hemos follado, sí. Igual que con Taylor, pero te equivocas en una cosa…
Su hermano le contemplaba boquiabierto, conteniendo la respiración.
--¿En cuál?—soltó el aire y se relajó visiblemente.
Kido le puso una mano en el hombro.
--No estoy con ellos, no sé si estoy con ellos, Inti.
--¿Sólo tienes sexo, quieres decir?
Kido reflexionó durante unos instantes.
--No, tampoco. No solamente sexo. Hay algo más.
--Ahá.
--Pero no sé si estoy con ellos…
Inti le miró sin entender.
--¿Qué quieres decir?—le preguntó.
--Pues…--respondió Kido—que cada uno tiene su vida. Ambos están con muchas cosas, no sé aun lo que pinto yo en sus vidas… no sé muy bien lo que quieren de mí.
--Y tú… ¿qué quieres?
Kido se encogió de hombros.
--Yo estoy bien así. Me gusta pasar tiempo con ellos—musitó—son dos personas increíbles, ya te lo he dicho.
--No conozco mucho al Loco—dijo Inti—pero intuyo que es muy diferente a Taylor…
su hermano sonrió y asintió vehemente.
--Sí, ambos son muy diferentes. Pero en cierto sentido se parecen—reflexionó—ambos tienen… algo en común. Algo que no sé bien qué es, pero intuyo qué forma tiene.
Inti resopló.
--Kido… yo… te quiero mucho, ¿sabes?—pareció haberse tragado un palo al decir esto. Volvió a enrojecer de la cabeza a los pies y desvió la vista rápidamente.
--Inti…
--Para mí eres muy importante, Kido… me importa lo que te pase. Te quiero.
Otra vez.
--Eh, Inti…--Kido rodeó a su hermano con los brazos y lo estrechó contra sí—joder, yo a ti también te quiero.
--No es que no quiera que vayas con ellos… es que… me da miedo no saber dónde estás… me da miedo que te pase algo…
Inti susurraba contra el cuello de Kido.
--Puedo pillar un teléfono móvil de esos que acaban de salir, si quieres--murmuró éste, estrechándole más fuerte.
--Pero los odias…
Kido rio.
--Es cierto, los odio. Pero si es para que estés más tranquilo, conseguiré uno. De todas maneras… ¿qué va a pasarme, Inti?
--Kido…
--Inti, a mí puede pasarme lo que a cualquier persona… lo que a ti, lo que a cualquiera. No tengo más riesgo que otros.
--Oh, joder, sí. Kido, sí lo tienes…
--¡No! Todo está en orden, Inti, todo está bien. Llevo años bien, me controlo los niveles de medicación con puntualidad, visito al médico, está todo perfecto.
--Kido, tú no eres como…
--¡Cállate!—Kido colocó un dedo sobre los labios de su hermano—No digas eso, Inti, no lo digas… yo soy igual que cualquier persona, ¿vale? Igual que tú, igual que cualquiera.
--Tienes que cuidarte…
--Lo hago.
--No lo suficiente. Tanto sexo en tan poco tiempo no puede ser bueno.
--¡Eh!—Kido empujó a Inti hacia atrás sobre la cama—eso sí que es envidia pura y verdosa, ¡Ja,ja!
Quedó unos minutos sobre Inti, con la rodilla flexionada entre las piernas de éste, quien había rodado hacia atrás sobre el colchón. Inti le contemplaba desde abajo con una mirada extraña. Frunció el ceño por un instante y por un momento pareció como si fuera a decir algo, pero en el último momento cerró la boca de golpe.
--¿Hace tiempo que no follas o qué?—le soltó Kido en tono socarrón.
--¿Qué?
--Digo… por esa envidia que te carcome…
Inti meneó la cabeza y rio.
--Estúpido hermano—murmuró, rehuyéndole la mirada—me da miedo que te de un ataque al corazón, joder…
Kido echó la cabeza hacia atrás y rió tan fuerte como quiso.
--No es para reírse a carcajadas, niñato de mierda—se defendió Inti, tratando de incorporarse.
--Tú… ¿tienes miedo a que me dé un ataque… follando?—Kido no podía dejar de reír-¡Bendita muerte!
--¿Qué dices, imbécil?
Inti trataba de zafarse de las manos de Kido, que le empujaban de nuevo hacia el colchón para hacerle caer de nuevo por el simple placer de chicharle.
--Déjame moverme…
Kido se mordió los labios y, lejos de retirarse, se lanzó sobre su hermano. Inti estiró el brazo para apartarle pero Kido fue más rápido: le agarró por la muñeca y sujetó ésta firmemente contra el colchón, por encima de la cabeza de Inti.
--¿Qué haces?—susurró éste, esquivando la mirada de Kido que se había acercado hasta límites del todo inaceptables.
--Inti…
--Suéltame…
Kido movió las piernas un instante, apuntalando las rodillas sobre el colchón. Sus muslos flanqueaban los de Inti, quedando sus rodillas a la altura de las caderas de éste.
--Puedo cerrarte las piernas si quiero, tengo más fuerza que tú—rio Kido—yo que tú no intentaría levantarme…
--¿Pero qué quieres? ¿Qué haces, joder?
Kido afianzó la mano derecha sobre la muñeca de Inti, y alargó la izquierda hacia el pecho de éste, colocándola a la altura de su corazón.
--No me voy a morir, Inti… ¿vale?
Su hermano retrocedió.
--No me dejes… por favor…-- dijo sin apenas voz. Kido le besó suavemente la mejilla y le soltó la mano.
--Claro que no, joder. Estás empeñado, eh.
Inti apretó los labios y cerró los ojos. Sin embargo sonrió.
--Por favor, Kido… me da igual lo que hagas… pero por favor, ten cuidado…
Kido se apartó de su hermano de un salto y se tumbó junto a él en la cama.
--Tranquilo… follaré hasta que me desmaye.
Inti le dio un empujón.
--¡Por favor!
--¿Qué pasa?—rio Kido--¿no querías que te contase las cosas? Pues ahora te vas a cagar…
Bromearon durante un rato, el uno junto al otro, relajados sobre la cama. Poco a poco Kido se dejó vencer por el cansancio y sus ojos se cerraron; cayó en un sueño ligero, una especie de sopor en el que todavía era consciente de la presencia de Inti a su lado. Inti no se movió, completamente despierto, hasta que Kido abrió los ojos cuando sonó la alarma del despertador, más o menos una hora después. Su hermano le miró, bostezó y soltó un gruñido.
--Qué pereza, por dios… tengo que ponerme a estudiar.
--¿Quieres un café?—le preguntó Inti, levantándose. Era descafeinado, pero al menos estaba dulce y entonaría a su hermano.
--Ah… tranquilo, no te preocupes… voy a lavarme la cara.
Inti echó a andar hacia la cocina.
--Te lo llevo ahora…
Kido entró en el cuarto de baño. El hematoma de su ceja y el apósito—tenía que ir a quitarse los puntos el miércoles—le saludaron desde el espejo. Jo, qué destrozo… y todo había sido por… en fin. Se lavó la cara, se echó un poco de agua por el cabello revuelto y volvió a su habitación. Abrió la mochila para sacar el material de estudio, y al levantar la carpeta clasificadora, algo que había entre ella y los libros se deslizó hasta caer al suelo con un sonoro “clack”.
Kido se quedó mirando el objeto, confuso. Era una cinta de música. La cogió. No recordaba haber metido una cinta en la mochila, pero todo podía ser. Sostuvo la cinta ante sus ojos y la examinó. Al abrir la funda, una pequeña tarjeta se deslizó hacia fuera; Kido tuvo tiempo de atraparla justo antes de que cayera al suelo.
“Espero que tenga un dispositivo portátil para escuchar esta cinta, Señor Katai. Le será muy útil este fin de semana. Halley”
Eso era lo que se podía leer en la tarjeta, escrito con la elegante letra del profesor. Curiosamente, en la tira de papel pegada a la cinta podía leerse, escrito con tinta negra: "KIDO".
Se presentó en su casa de improviso, con una sonrisa que le cruzaba el rostro y un cargamento de pasteles para tomar en la sobremesa. Kido conocía bien los dulces: eran los que vendían en la pastelería de enfrente y le encantaban. La sola visión de los bocaditos de nata y moca, cubiertos de una doble capa de azúcar brillante, le bastó para lamentar haberse llenado durante la comida.
A pesar de que se encontraba fatigado—había dormido poco tras el encuentro con Ballesta la noche anterior, había llegado muy tarde a casa y se había comido una bronca de Inti--, Kido se alegró de ver a la señorita. Se alegró, pero a la vez se sintió inquieto, turbado. Inti estaba allí… su hermano sabía que Taylor y él habían tenido sexo, y eso otorgaba un componente francamente violento a la situación.
Por otra parte, aún le zumbaba en los oídos la voz de Ballesta al decir su nombre, y sentía muy vivo el recuerdo de su olor, de sus lágrimas, así como la huella de su aliento en la piel… todo eso era demasiado caótico, demasiado fuerte para quedarse como si tal cosa. Para colmo, acababa de ver al profesor en clase y éste no le había hecho el menor caso, ni siquiera le había mirado diferente. Kido tenía de nuevo la sensación de no entender nada.
--Vaya, qué de cosas ha traído… y eso que usted no tiene pinta de comer mucho, se la ve más delgada de lo que ya estaba, señorita—comentó Inti, observando a Taylor de arriba abajo.
Ésta sonrió y se encogió de hombros.
--Sí, tienes razón, pero no es por no comer. Me he movido más últimamente—dijo, y añadió, mirando a Kido sin reservas—necesito un chute de proteínas…
Inti se puso rígido al escucharla y al ver su gesto de comerse a Kido con los ojos. Taylor estaba resultando ser una verdadera devora hombres, quién lo hubiera pensado.
Kido dio un respingo en la silla. Sus ojos se cruzaron por un instante con los de Taylor (fuego, llamas), y rápidamente fijó la vista en un bote de galletas, conteniendo un acceso de risa nerviosa. ¿Un chute de proteínas? Ya… Se mordió los labios; el trallazo de la mirada de Inti, de medio segundo de duración pero incisivo, no le había pasado inadvertido. En aquel momento, Kido se arrepintió de haberle confesado a su hermano sus encuentros carnales con Taylor en un instante de debilidad. Pero qué demonios, al cuerno: él podía hacer lo que le diese la gana con su vida, ¿no?
--Vaya, señorita—replicó con una sonrisa juguetona—yo puedo recomendarle algún “chute” si quiere…
--¿Sí?
Kido asintió ante el momentáneo desconcierto de Agnes, sin poder evitar echarse a reír, y cogió un pastel de la bandeja de Taylor.
--Antes de que el cabrón este me obligara a borrarme del equipo—explicó señalando a Inti con la cabeza--había unos batidos que…
--Ah, tienes razón—replicó éste—los recuerdo.
--Creo que sé de lo que me hablas—sonrió Taylor ladinamente—hace poco un amigo me dio a probar uno.
--¿Ah, sí?
--Sí… pero no sé si será como los que tú dices, Kid. Era blanco como leche, para tomar caliente.
Kido enrojeció de forma violenta con el pastel en la garganta y fingió agacharse para recoger algo del suelo, metiendo la cabeza bajo la mesa. Oh, qué puta, joder. Le estaba poniendo en jaque y a cien al mismo tiempo. Tragó el condenado dulce de amianto.
--¿Y el sabor?—inquirió Inti, interesándose por el tema con un morbo descarado—tengo entendido que la mayoría saben fatal…
--Ah…--sonrió la señorita, cerrando los ojos con gesto evocador—pues este está de muerte, a mí me gustó mucho.
Inti resopló. Joder, ¿realmente se estaba refiriendo a…? ¿O era que él veía cosas donde no las había?
Kido emergió de debajo de la mesa sin querer mirar a su hermano, y le asestó a Taylor un pequeño puntapié sin que éste lo viera.
--Tiene un gusto…--continuaba ella, sin parecer darse cuenta—concentrado, fuerte… pero la verdad es que me encanta el sabor: ha sido probarlo y ya tengo ganas de más, creo que me voy a volver adicta.
--Vaya--refunfuñó Inti. Le resultaba más que raro imaginarse a Taylor y a su hermano en plena faena, y no podía evitar hacerlo—tenga cuidado con esos mejunjes.
“No se vaya a atragantar” le hubiera gustado concluir. Agnes asintió y por un momento frunció los labios e hinchó los carrillos, desviando la mirada, como si temiera romper a reír. Kido no sabía dónde meterse.
--Quizá mi amigo vuelva esta tarde—musitó ella, serenándose al momento como un auténtico camaleón—ha prometido traerme más…
--¿Esta tarde?—inquirió Inti, mirando a continuación a Kido.
--Sí… no sé a qué hora vendrá, supongo que cuando le parezca bien… lo ideal sería que viniera sobre las siete o así, pero con él nunca se sabe.
Kido contrajo y la boca y sacudió la cabeza. ¿Cómo podía tener Taylor tanto morro?
--¿No le ha dicho… a su amigo… a qué hora quiere que vaya?—preguntó, esforzándose por parecer tranquilo. Taylor se encogió de hombros.
--En realidad no. Qué tontería, ¿verdad?
Súbitamente, se escuchó el sonido del teléfono fijo que estaba en el salón. Salvado por la campana, literalmente, Inti aprovechó para salir de la cocina -donde ya se mascaba una tensión que podría cortarse con cuchillo- y fue a contestar. A los pocos minutos regresó y llamó a Kido.
--Es para ti—le dijo—Es Balle…
--¿Qué?
Kido apartó los ojos de Taylor, a la que deseaba con todas sus fuerzas taladrar, en principio con la mirada. Joder. El corazón acababa de darle un brinco descomunal en el pecho. Le costó levantarse de la silla. Tuvo la impresión de flotar por encima del suelo cuando recorría el pasillo hasta el salón para coger el teléfono.
--¿Sí?—murmuró al auricular.
--Señor Katai, le he visto muy callado en clase…
Oh, su voz. Kido respiró hondo. No sabía si tendría fuerzas para aguantar una conversación así, en “modo señor” durante mucho tiempo.
--Buenas tardes, profesor. Suelo estar callado en su clase por la cuenta que nos trae a todos los alumnos, ya sabe.
Ballesta reflexionó unos segundos al otro lado.
--Está bien—replicó—Buenas tardes, señor Katai. Le llamo por dos cosas… la primera: veo que no tiene dudas del examen de mañana, porque no ha venido a mi despacho después de clase… espero que le salga bien.
Kido sonrió. No había estudiado en condiciones aún, pero había seguido la materia al día y recordaba perfectamente el examen del martes.
--No lo sé, señor, espero que sí.
--Vaya, ¿lo pone en manos de dios?
Kido rio.
--¿Y la segunda cosa, profesor?—preguntó en un tono de voz más relajado, no tan áspero como al principio.
--La segunda cosa…--Ballesta hizo una pausa, estructurando en su mente cómo decir lo que estaba pensando--¿Tiene planes para este fin de semana, señor Katai?—preguntó de carrerilla.
A Kido la pregunta le pilló de sopetón.
--No, no tengo, la verdad… no lo sé.
--Pues si no los tiene, no los haga.
--¿Por qué?
Ballesta sonrió al otro lado del teléfono.
--Me gustaría darle una sorpresa, si le parece bien…
¿Una sorpresa? Kido se quedó sin habla durante unos instantes, incapaz de responder.
--No haga planes, entonces—concluyó el profesor—siempre y cuando le apetezca que nos veamos, claro.
--Pero… profesor…
--Le veré mañana—se despidió Ballesta-- hasta entonces cuídese, por favor; duerma bien esta noche, estudie, y aliméntese un poco… lo digo en serio, señor Katai.
Kido exhaló y comenzó a soltar excusas atropelladamente-¿planes para el fin de semana? ¿Qué se proponía aquel hombre salido del infierno?-, pero el profesor ya había colgado. Mierda. Colgó el teléfono y se dirigió de vuelta a la cocina, arrastrando los pies.
Inti y Taylor charlaban sobre música, sentados frente a la mesa.
--Necesito dormir un rato—pensó en voz alta, dejándose caer sobre una silla. La señorita se inclinó hacia él y le observó con gesto preocupado.
--Oh, tienes cara de estar muy cansado.
--Es lo que tiene la juerga de domingo…--masculló Inti, mordaz. Kido frunció el ceño. ¿Por qué tenía su hermano que decir nada?
--¿Juerga? ¿Tuviste juerga el domingo, Kid?—Taylor reía.
El aludido se revolvió en su asiento.
--Se me hizo tarde—replicó.
--¿Qué hiciste? ¿Dónde fuiste?
Taylor miraba a Kido divertida, con sincera curiosidad. Éste bajó los ojos cohibido.
--A ver una exposición de astronomía con mi profesor de física.
No quería decir aquello en ese momento. Quería hablarle a Taylor de Ballesta, sí, quería poder seguir contando con el punto de vista de ella, más aún ahora que la relación con el profesor se había vuelto tan…-se había vuelto tan… ¿qué?-. Pero quería hacerlo con tranquilidad y a solas con ella, no de golpe y porrazo en la cocina de casa, delante de su hermano.
--Vaya… ¿y la exposición terminó muy tarde?
Inti rio con ganas.
--Terminó al día siguiente—repuso con sorna—A las ocho de la mañana apareció por la puerta.
--¡Vaya!
Taylor sonrió abriendo mucho los ojos, y Kido le lanzó una mirada asesina a Inti.
--¿Lo pasaste bien, Kid?—preguntó ella dulcemente.
Él asintió brevemente y se levantó de la silla. Estaba empezando a sentirse realmente incómodo en aquella situación.
--Necesito dormir algo, lo siento…—dijo, apretándole la mano a Agnes para despedirse de ella— después tengo que estudiar para un examen.
--Claro…--sonrió la señorita—debes descansar…yo debería ir subiendo a casa, no sea que mi amigo llegue.
Taylor le guiñó un ojo a Kido. El chico no pudo resistirse a ese gesto de complicidad.
--Tal vez no debería hablar más de su amigo aquí—murmuró, guiñándole a su vez—el mundo es muy pequeño, señorita…--añadió señalando con la cabeza a Inti, quien se había girado para apilar los platos limpios.
Ella asintió imperceptiblemente, poniéndose seria de pronto.
--Tienes razón…
--Seguro que su amigo va a verla hacia las nueve—le dijo Kido en un tono de voz más alta—tengo la impresión de que se va a retrasar.
--¿Ah sí?—inquirió Taylor. A Kido le pareció que ella Jadeó. Por un instante la distancia entre ellos dejó de existir; casi se fundieron sin tocarse, si acaso eso era posible.
--Sí—asintió—ya me contará.
Se alejó por el pasillo hasta su dormitorio y se dejó caer sobre la cama. Poco después escuchó el ruido de la puerta principal al cerrarse y se dijo que Taylor ya se había marchado. Cerró los ojos, tratando de relajarse y de serenar el mar encrespado de sus pensamientos, pero de pronto el silencio se quebró por culpa de unos pasos que se acercaban. Kido abrió los ojos y se incorporó, justo a tiempo de ver abrirse la puerta y entrar a su hermano en la habitación como una bala.
--Eh…—le espetó Inti, acercándose a la cama—Kido, ¿qué demonios estás haciendo?
--¿Qué estoy haciendo?—replicó el aludido--¿a qué te refieres?
Inti se sentó sobre la cama y respiró profundamente.
--Pues a qué va a ser. ¿Se puede saber qué líos te traes?
--¿Líos?
Oh, joder, no podía creerlo. ¿Es que no había sido suficiente con la bronca de aquella mañana? ¿Es que su hermano nunca iba a parar de darle el coñazo?
--¡Sí!—exclamó Inti—Primero me sueltas que te follas a Taylor… lo que todavía me mantiene boquiabierto, te lo tengo que decir…
--¿Qué pasa, te parece mal?
--¡No!—replicó Inti—no, no sé… tienes diecisiete años, Kido, ella es Tutankamon…
Kido soltó una carcajada.
--¿Tutankamon? Tú lo que tienes es envidia.
--Ya, lo que tú digas—masculló Inti—pero bueno, te follas a Taylor, vale… luego vas con El Loco a ver no sé qué movida y vuelves a las ocho de la mañana… supongo que no habréis estado mirando “estrellas” toda la noche, ¿o a lo mejor sí?
--¡Inti!—gritó Kido sin poderse contener— ¡Lo que yo haga no te importa! ¡No es asunto tuyo! ¿Entiendes?
El aludido se echó unos centímetros hacia atrás.
--Kido, es que…
--¿Qué?
Inti cerró los ojos durante un segundo. Cuando los abrió, Kido quedó sobrecogido al mirarlos. Creyó ver en ellos una sombra, y un velo de dolor. ¿Su hermano estaba dolido? ¿Por qué?
--Estoy un poco preocupado, Kido. Antes me contabas las cosas.
--Te lo he contado…--musitó éste.
--No, sólo me lo mencionaste…lo de Taylor.
--¿Te tengo que dar detalles o explicaciones?
Inti sacudió la cabeza.
--No, Kido… no es eso. No tienes que hacerlo, pero… bueno, estoy un poco preocupado.
Kido le buscó la mirada con los ojos.
--Ya no somos niños, Inti…
Éste negó con la cabeza, como obcecado en rechazar una idea.
--¿Pero en serio estás… con dos personas?
Kido apretó los labios y se abstuvo de contestar.
--¿Con un hombre y con una mujer?—insistió su hermano.
--¿Eso sería algo malo? ¿Está prohibido?
Inti chasqueó la lengua.
--No… no es eso, Kido…
--¿Es ilegal?
--No, joder.
--¿Entonces qué problema tienes, estás celoso o algo así?—inquirió Kido con cierto cachondeo.
Inti le miró, de pronto rojo de rabia.
--¡No!
--¿Y qué si no?
--No sé… me resulta raro pensar que son Taylor y Ballesta, precisamente, las personas con las que estás.
--Son dos personas increíbles—replicó Kido—además, ¿qué te hace pensar que me tiro a Ballesta?
Inti le miró fijamente.
--Vale—concedió Kido—Confío en ti, no me vuelvas a liar una como la de esta tarde, por favor. Hemos follado, sí. Igual que con Taylor, pero te equivocas en una cosa…
Su hermano le contemplaba boquiabierto, conteniendo la respiración.
--¿En cuál?—soltó el aire y se relajó visiblemente.
Kido le puso una mano en el hombro.
--No estoy con ellos, no sé si estoy con ellos, Inti.
--¿Sólo tienes sexo, quieres decir?
Kido reflexionó durante unos instantes.
--No, tampoco. No solamente sexo. Hay algo más.
--Ahá.
--Pero no sé si estoy con ellos…
Inti le miró sin entender.
--¿Qué quieres decir?—le preguntó.
--Pues…--respondió Kido—que cada uno tiene su vida. Ambos están con muchas cosas, no sé aun lo que pinto yo en sus vidas… no sé muy bien lo que quieren de mí.
--Y tú… ¿qué quieres?
Kido se encogió de hombros.
--Yo estoy bien así. Me gusta pasar tiempo con ellos—musitó—son dos personas increíbles, ya te lo he dicho.
--No conozco mucho al Loco—dijo Inti—pero intuyo que es muy diferente a Taylor…
su hermano sonrió y asintió vehemente.
--Sí, ambos son muy diferentes. Pero en cierto sentido se parecen—reflexionó—ambos tienen… algo en común. Algo que no sé bien qué es, pero intuyo qué forma tiene.
Inti resopló.
--Kido… yo… te quiero mucho, ¿sabes?—pareció haberse tragado un palo al decir esto. Volvió a enrojecer de la cabeza a los pies y desvió la vista rápidamente.
--Inti…
--Para mí eres muy importante, Kido… me importa lo que te pase. Te quiero.
Otra vez.
--Eh, Inti…--Kido rodeó a su hermano con los brazos y lo estrechó contra sí—joder, yo a ti también te quiero.
--No es que no quiera que vayas con ellos… es que… me da miedo no saber dónde estás… me da miedo que te pase algo…
Inti susurraba contra el cuello de Kido.
--Puedo pillar un teléfono móvil de esos que acaban de salir, si quieres--murmuró éste, estrechándole más fuerte.
--Pero los odias…
Kido rio.
--Es cierto, los odio. Pero si es para que estés más tranquilo, conseguiré uno. De todas maneras… ¿qué va a pasarme, Inti?
--Kido…
--Inti, a mí puede pasarme lo que a cualquier persona… lo que a ti, lo que a cualquiera. No tengo más riesgo que otros.
--Oh, joder, sí. Kido, sí lo tienes…
--¡No! Todo está en orden, Inti, todo está bien. Llevo años bien, me controlo los niveles de medicación con puntualidad, visito al médico, está todo perfecto.
--Kido, tú no eres como…
--¡Cállate!—Kido colocó un dedo sobre los labios de su hermano—No digas eso, Inti, no lo digas… yo soy igual que cualquier persona, ¿vale? Igual que tú, igual que cualquiera.
--Tienes que cuidarte…
--Lo hago.
--No lo suficiente. Tanto sexo en tan poco tiempo no puede ser bueno.
--¡Eh!—Kido empujó a Inti hacia atrás sobre la cama—eso sí que es envidia pura y verdosa, ¡Ja,ja!
Quedó unos minutos sobre Inti, con la rodilla flexionada entre las piernas de éste, quien había rodado hacia atrás sobre el colchón. Inti le contemplaba desde abajo con una mirada extraña. Frunció el ceño por un instante y por un momento pareció como si fuera a decir algo, pero en el último momento cerró la boca de golpe.
--¿Hace tiempo que no follas o qué?—le soltó Kido en tono socarrón.
--¿Qué?
--Digo… por esa envidia que te carcome…
Inti meneó la cabeza y rio.
--Estúpido hermano—murmuró, rehuyéndole la mirada—me da miedo que te de un ataque al corazón, joder…
Kido echó la cabeza hacia atrás y rió tan fuerte como quiso.
--No es para reírse a carcajadas, niñato de mierda—se defendió Inti, tratando de incorporarse.
--Tú… ¿tienes miedo a que me dé un ataque… follando?—Kido no podía dejar de reír-¡Bendita muerte!
--¿Qué dices, imbécil?
Inti trataba de zafarse de las manos de Kido, que le empujaban de nuevo hacia el colchón para hacerle caer de nuevo por el simple placer de chicharle.
--Déjame moverme…
Kido se mordió los labios y, lejos de retirarse, se lanzó sobre su hermano. Inti estiró el brazo para apartarle pero Kido fue más rápido: le agarró por la muñeca y sujetó ésta firmemente contra el colchón, por encima de la cabeza de Inti.
--¿Qué haces?—susurró éste, esquivando la mirada de Kido que se había acercado hasta límites del todo inaceptables.
--Inti…
--Suéltame…
Kido movió las piernas un instante, apuntalando las rodillas sobre el colchón. Sus muslos flanqueaban los de Inti, quedando sus rodillas a la altura de las caderas de éste.
--Puedo cerrarte las piernas si quiero, tengo más fuerza que tú—rio Kido—yo que tú no intentaría levantarme…
--¿Pero qué quieres? ¿Qué haces, joder?
Kido afianzó la mano derecha sobre la muñeca de Inti, y alargó la izquierda hacia el pecho de éste, colocándola a la altura de su corazón.
--No me voy a morir, Inti… ¿vale?
Su hermano retrocedió.
--No me dejes… por favor…-- dijo sin apenas voz. Kido le besó suavemente la mejilla y le soltó la mano.
--Claro que no, joder. Estás empeñado, eh.
Inti apretó los labios y cerró los ojos. Sin embargo sonrió.
--Por favor, Kido… me da igual lo que hagas… pero por favor, ten cuidado…
Kido se apartó de su hermano de un salto y se tumbó junto a él en la cama.
--Tranquilo… follaré hasta que me desmaye.
Inti le dio un empujón.
--¡Por favor!
--¿Qué pasa?—rio Kido--¿no querías que te contase las cosas? Pues ahora te vas a cagar…
Bromearon durante un rato, el uno junto al otro, relajados sobre la cama. Poco a poco Kido se dejó vencer por el cansancio y sus ojos se cerraron; cayó en un sueño ligero, una especie de sopor en el que todavía era consciente de la presencia de Inti a su lado. Inti no se movió, completamente despierto, hasta que Kido abrió los ojos cuando sonó la alarma del despertador, más o menos una hora después. Su hermano le miró, bostezó y soltó un gruñido.
--Qué pereza, por dios… tengo que ponerme a estudiar.
--¿Quieres un café?—le preguntó Inti, levantándose. Era descafeinado, pero al menos estaba dulce y entonaría a su hermano.
--Ah… tranquilo, no te preocupes… voy a lavarme la cara.
Inti echó a andar hacia la cocina.
--Te lo llevo ahora…
Kido entró en el cuarto de baño. El hematoma de su ceja y el apósito—tenía que ir a quitarse los puntos el miércoles—le saludaron desde el espejo. Jo, qué destrozo… y todo había sido por… en fin. Se lavó la cara, se echó un poco de agua por el cabello revuelto y volvió a su habitación. Abrió la mochila para sacar el material de estudio, y al levantar la carpeta clasificadora, algo que había entre ella y los libros se deslizó hasta caer al suelo con un sonoro “clack”.
Kido se quedó mirando el objeto, confuso. Era una cinta de música. La cogió. No recordaba haber metido una cinta en la mochila, pero todo podía ser. Sostuvo la cinta ante sus ojos y la examinó. Al abrir la funda, una pequeña tarjeta se deslizó hacia fuera; Kido tuvo tiempo de atraparla justo antes de que cayera al suelo.
“Espero que tenga un dispositivo portátil para escuchar esta cinta, Señor Katai. Le será muy útil este fin de semana. Halley”
Eso era lo que se podía leer en la tarjeta, escrito con la elegante letra del profesor. Curiosamente, en la tira de papel pegada a la cinta podía leerse, escrito con tinta negra: "KIDO".
13-Encuentros
Llamó a la puerta de Taylor exactamente a las nueve de la noche, tal como habían quedado tras aquel cruce de palabras en clave que tuvieron en la cocina. Instantes después de haber pulsado el timbre, escuchó como ella acudía con paso rápido a abrir.
—Hola…—la señorita le saludó con alegría, aunque parecía no atreverse a sonreír— siento lo de esta tarde Kid…
Le hizo una seña para que pasara y cerró la puerta de la vivienda.
—¿Sentir?—inquirió él sin comprender muy bien a qué se refería exactamente—¿qué siente?
Ella sacudió la cabeza, avergonzada.
—Pues… el comportamiento que he tenido en tu casa antes, ha sido…
Kido sonrió.
—Ah, sí. No se preocupe—respondió— supongo que intentó hacerme una broma… y bueno, no pasa nada, pero… mi hermano…
—Él sabe—murmuró Taylor.
—Sí—asintió Kido tras un instante de vacilación—Tuve que decírselo para que me dejara en paz, lo siento. No quería hacerlo, pero usted no sabe lo pesado que puede llegar a ponerse…
Agnes soltó una risita como el trino de un pájaro.
—Tranquilo, no pasa nada ¿Le dijiste que estuvimos juntos?
—Qué tuvimos sexo—matizó él en voz baja, enrojeciendo ligeramente—pero no le conté nada más…
—No pasa nada—insistió ella. Sonrió.
La señorita contempló a Kido de arriba abajo y se mordió el labio inferior sin darse cuenta. Sus ojos se deleitaron en el cabello oscuro del chico, revuelto como siempre cayendo a ambos lados de su cara; en su rostro de suaves facciones, en la firme determinación que se pintaba en sus rasgos a pesar de su juventud, en sus ojos enormes.
—Estás muy guapo, Kid…
¿Guapo? Él se rió. Estaba como siempre, si no peor. Aún notaba el cuerpo amodorrado después de la siesta y del rato de estudio en el que apenas había podido concentrarse; le pesaban los brazos y las piernas, se sentía más lento de lo habitual, y seguramente tenía cara de idiota. Se estremeció cuando sintió el calor de la mirada de Taylor bajando por su cuello, como un líquido cálido derramándose hacia su pecho. Los ojos de ella se prendieron en la tela de su camiseta durante un instante.
—Te sienta bien el color azul…—musitó—Tenía ganas de verte.
Kido se adelantó y le dio un apretón en el brazo, acompañado de un fugaz beso en la mejilla. Una vaharada de notas a vainilla y pachuli le golpeó cuando lo hizo, e inexplicablemente le sonaron las tripas.
—Yo también tenía ganas de verla, señorita…
Ella miró al suelo en un súbito acceso de vergüenza.
—Gracias por venir a verme…
—No me las dé—sonrió Kido—es un placer.
Despacio, pasaron al salón y se sentaron, como el primer día de su encuentro, en el sofá frente a la mesita de café.
—¿Quieres tomar algo?—preguntó Taylor.
—Lo que vaya a tomar usted…
La señorita sonrió enigmáticamente, se levantó y se arrodilló frente a Kido, en el pequeño espacio de suelo que quedaba entre la mesita de café y el sofá. El corazón del chico se aceleró cuando ella se inclinó y apoyó la frente contra su pierna.
—Yo te quiero a ti…—musitó, sin despegar la cabeza de donde la tenía, respirando contra el muslo del chico—a Usted, Señor… si lo prefiere.
Él alargó la mano hacia ella y comenzó a acariciarle el pelo, aturdido.
—Me tiene.
Taylor se estremeció.
—¿Sí?
—Claro… ¿no lo ve?—asintió Kido. Tomó suavemente la barbilla de ella y la levantó, hasta que los ojos de la señorita quedaron a la altura de los suyos—¿Me deja darle un beso?
Taylor sonrió por toda respuesta, arrebolada, con los ojos brillantes, y Kido se inclinó hacia ella todo lo que pudo hasta alcanzar su boca. De nuevo sentía aquella pulsión, aquel deseo irrefrenable que se ponía de manifiesto cuando la señorita estaba cerca. La besó haciendo presión contra sus labios húmedos, lo más dulcemente que fue capaz: algo le decía que tenía que extremar el cuidado, no irrumpir en aquella inmensa sensibilidad como un elefante en una cacharrería. Se apartó y volvió a besarla con delicadeza, esta vez en la mejilla, en la frente, en la nariz. No quería ir demasiado fuerte ni demasiado rápido, no quería asustarla. La piel de Taylor se sentía realmente suave contra los labios; Kido cerró los ojos, embebiéndose de su olor, tratando de capturar ese instante en su memoria y grabarlo para siempre.
—Señorita…—jadeó.
—Señor…
—No…—le puso un dedo en los labios—jugaremos a lo que quiera, pero no me llame señor, por favor, hoy no.
Taylor resopló y asintió.
—¿Cómo te gusta que te llame, Kid?—preguntó, entreabriendo los labios y pasando la lengua por la punta de su dedo.
Kido resolló. Tuvo que moverse sobre el asiento para absorber el cosquilleo que sentía entre las piernas. Al sentir la saliva de Taylor en la yema de su dedo se le había puesto de golpe más que dura.
—Así, como acaba de hacerlo—repuso con voz ronca— De tú y por mi nombre…
—Soy tuya, Kid…
Él acarició los labios de Taylor e introdujo un poco más la punta del dedo en aquella boca anhelante. Al momento sintió el calor húmedo de la lengua de ella empapándole, atrayéndole hacia dentro; sus labios eran dos globos gomosos de caramelo, succionando suavemente con la misma dedicación que si su dedo fuera otra parte de su cuerpo. Apretó los dientes, moviendo el dedo en círculos más amplios, introduciéndose más en aquella blanda humedad. Oh, dios.
—Señorita…—rezongó, insinuando otro dedo entre sus labios. Ella acogió los dos dedos en su boca y los mojó, moviendo descaradamente la lengua contra ellos. Mordisqueó con suavidad las uñas de Kido y volvió a succionar, esta vez con más fuerza. Con más hambre.—Oh… señorita…
El chico sacó los dedos de la boca de ella para besarla furiosamente, con ansia. La estrechó entre sus brazos, levantándola unos centímetros del suelo, mientras le taladraba la boca con la lengua— ¡por fin!—como si quisiera explorarla hasta la garganta.
Taylor gimió dentro de la boca de él, yendo a su encuentro, respondiéndole con igual fiereza. Kido se dejó caer entonces hacia delante, puso una mano detrás de la cabeza de ella para prevenir daños colaterales y la derribó, quedando sobre ella en el suelo, aplastándola con su peso. Empujó una de las patas de la mesa para moverla y así tener más sitio; quizá aquel no era el lugar más adecuado para lanzarse sobre la señorita, ese pequeño trozo de suelo entre el sofá y la mesita de café, pero le hervía la sangre y sentía que no podía esperar. Se giró un segundo para darle el empujón definitivo a la mesa, apartándola del todo para estar a sus anchas y moverse libremente encima de Taylor. Golpeó tres veces con las caderas contra la pelvis de ésta, para demostrarle lo excitado que estaba.
—Oh, Kid…
Taylor le había abrazado las caderas con las piernas y presionaba con los talones las nalgas de él, absorbiendo sus estocadas. Su falda tableada de color negro era un trozo de tela simbólico que alguna vez tapó algo, hecho un higo ahora en torno a su cintura.
—Tiene las bragas empapadas…—jadeó Kido, deslizando la mano entre las temblorosas piernas de ella y presionando con la palma aquel reducto húmedo y caliente.
La señorita tembló, gimió y se movió contra él.
—¿Y tú qué, Kid?—jadeó, rompiéndole el aliento en la oreja— ¿estás excitado?
Él no pudo evitar reír a carcajadas contra el cuello de ella.
—¿Excitado?—inquirió con un gruñido— Me están dando espasmos en la polla…
Gruñó, y sin previo aviso clavó los dientes en la curva del hombro de Taylor al tiempo que volvía a sacudir las caderas sobre ella, como si quisiera tomarla con la ropa puesta.
--Oooh… Kid…
Él quería haberle hablado antes con serenidad, y si Taylor no se hubiera arrodillado delante de él lo hubiera hecho. Pero no había contado con el efecto que le causaba el deseo de ella en la intimidad, sentirlo tan acuciante, tan cercano que le parecía que podía palparlo. No sabía por qué, pero ese deseo de Taylor—primo carnal de la desesperación—encendía en él una respuesta inmediata: quería estar dentro de su cuerpo, llenarla físicamente y también llenar “eso”… ese “agujero”. No comprendía por qué; aquello estaba más allá de su entendimiento, pero la pulsión por hacerlo, la fantasía de llenarla, era salvaje.
Recordó vagamente lo que le había dicho a Inti sobre Ballesta y Taylor, apenas sin pensar y tal como lo sintió: “tienen algo en común y no sé lo que es, pero puedo intuir qué forma tiene”. Ahora lo veía con toda claridad: “eso” que tenían en común uno y otra, en Taylor tenía forma de agujero, de oquedad en la tierra, de pasillo con olor a cerrado cubierto de telarañas. El desván de Taylor, donde la madera crujía al volver a sentir vida y pisadas por primera vez en mucho tiempo. La besó en la mandíbula, en la comisura de la boca y detrás de la oreja. Con la mano que mantenía entre las piernas de ella, apartó a un lado las bragas y tiró de ellas con fuerza, dejando al descubierto los palpitantes e inflamados pétalos.
—La quiero mucho, señorita—murmuró en su oído, antes de estirar los dedos para tocarla—quiero que disfrute…
Ella arqueó la espalda y abrió las piernas más aún debajo de él, como si su cuerpo quisiera ir en su busca. Aparte del deseo que la invadía y la socavaba, sentía de nuevo esa familiar sensación que sólo tenía cuando estaba con Kido: la energía de él era tan dulce, tan auténtica, que aparte de excitarla sin medida la tranquilizaba. La golpeaba en pleno corazón, pero no sentía dolor sino todo lo contrario, sentía plenitud. Esto era algo que jamás le había ocurrido antes; no creía que esas dos sensaciones—deseo exacerbado como nunca y calma total—fueran compatibles dentro de su cuerpo. No creía posible perder la cabeza sintiéndose serena, realmente fundida con otro ser humano, en lo alto de un faro bajo el cual rompían las olas. Aquello que sentía era tan mágico como real…
—Soy tuya, Kid…—repitió, incapaz de hallar una forma más certera de expresar todo aquello. Se sentía profundamente anclada a él, encadenada a su piel por acero invisible.
Levantó la camiseta del chico hasta debajo de sus brazos y metió las manos debajo de la tela para acariciarle la parte superior de la espalda, los flancos, el pecho. Él se irguió sobre ella un momento para sacarse la prenda y arrojarla al sofá.
—Señorita… antes de nada…—se agarró al último resquicio de lucidez que le ataba al mundo real—quiero que sepa que…
Taylor le abrazó y presionó su espalda, atrayéndole de nuevo hacia ella.
—¿Qué?—murmuró, pegándose a él.
El chico gimió y se movió contra su cuerpo; Taylor se replegó bajo él como si fuera de barro, adaptándose a cada protuberancia de su geografía.
—Que yo… también tengo… encuentros…—bufó junto a su oreja. Tenía que decírselo, de alguna manera se sentía obligado—con…
—¿Con el hombre de quien me hablaste?
Ella le abrazó más fuerte.
—Sí…--musitó Kido—yo… yo nunca…
Casi no podía ordenar las palabras en su mente para expresarse. Ni siquiera sabía lo que quería decirle a Taylor. Ella sonrió y le besó el cuello, enredando los dedos en su pelo, sin dejar que la más leve brizna de aire corriera entre ambos.
—No tienes que explicarme nada, Kid… —le dijo, y volvió a besarle.
—Pero…
—Me hace feliz pensar que disfrutas de buenos momentos—murmuró, peinándole con los dedos—con quien sea… y, si me permites a mí participar en alguno de esos momentos, eso me hace aún más feliz…
Kido había comenzado a jugar con los dedos entre los pétalos abiertos de Taylor, casi sin darse cuenta, por debajo de sus bragas.
—Es usted una mujer increíble…
Ella gimió y movió las caderas con fuerza, elevando el trasero y buscando las caricias de aquellos dedos para sentirlos más.
—Hazme tuya, por favor…
Estiró la mano hacia la parte inferior de la mesa, donde había una superficie para poner libros, revistas y objetos decorativos. Tanteó y abrió una pequeña cajita de madera.
—Traje algunos de estos aquí por si acaso…—dijo mientras le cogía la mano a Kido y le daba un condón—en realidad los he diseminado por toda la casa…
La voz de Taylor aleteaba nerviosa, teñida de urgencia.
—Oh…
Kido se arrodilló como pudo entre las piernas de ella y rasgo el envoltorio de la goma con los dientes. Cómo deseaba penetrarla, darle lo que quería allí mismo, en ese preciso momento. Se desabrochó los pantalones y se los bajó junto con los calzoncillos hasta la mitad del muslo, agarrándose a continuación su miembro palpitante para forrarlo de plástico.
—Oh, Kid…
La señorita gimió cuando él tiró fuerte hacia un lado de sus bragas, de nuevo, para apartarlas. No pudo evitar un grito cuando Kido se hundió en ella de golpe.
—Señorita…
Éste gimió a su vez: qué bien entraba, por dios bendito, cuando Taylor le recibía ansiosa abrazándole en sus profundidades. Cuadró las caderas contra las de ella y volvió a embestirla, ya completamente dentro. Ella gimió y se movió con él, agarrándole fuerte por el pelo con la mano derecha y con la izquierda presionando su culo.
—Dame duro, por favor…—la voz se le quebró en la garganta a Taylor, pero Kido pudo oírla perfectamente.
—La quiero mucho…—jadeó, lamiendo su cuello, bombeándola ya como un animal.
—Oh, y yo a ti.
—Si sigo a este ritmo me voy a correr en seguida...
Kido frenó en seco y se apartó unos centímetros, volviendo a meterle los dedos en la boca a la señorita. Sonrió mientras trataba de apaciguar su respiración y el tambor loco de su corazón.
—Kid…
Taylor volvió a lamer sus dedos, los dedos de aquel chico que ella transformaba en esa figura especial, en el “dueño” de aquella parte de su alma y su cuerpo donde más profundamente sentía el arañazo de la soledad.
—Me gustaría dárselo todo…—murmuró él, contemplándola desde arriba.
—Nadie puede ni debe dar todo a nadie, Kid…
El chico sonrió, acariciando los labios de ella.
—Me refiero a placer—aclaró—me gustaría darle tanto placer como pudiera soportar…
—Oh…
Descendió con la mano humedecida de saliva de nuevo hasta el sexo de Taylor que aún le contenía, separó suavemente sus labios y volvió a jugar allí, moviendo los dedos despacio, recorriéndola. Buscó su clítoris y ejerció una delicada presión sobre él. Ella ahogó un grito.
—Kido… por favor…
—Córrase—la espoleó él entre dientes, inclinándose para hablarla al oído—córrase antes que yo…
Sin mover las caderas un ápice, luchando por controlarse, la acarició más fuerte, trazando círculos directamente sobre su inflamado centro de placer.
—Kid, Kid… Ohh, Kid…
Ella estalló en cuestión de instantes, levantando las piernas que aún mantenía abrazadas a los muslos de él, gritando su nombre contra su oído. Convulsionó en la cresta de la ola, tirando de la polla de Kido hacia dentro como si quisiera exprimirle hasta dejarle seco, hasta la última gota. El chico no pudo evitar arrancar a moverse de nuevo sobre ella con todas sus ganas hasta liberarse a su vez dentro del condón en cuestión de instantes.
14-Agujeros, felicidad y gemidos lastimeros
—Es usted una mujer increíble—murmuró Kido cuando se repuso del fuerte orgasmo. Estaba aún tumbado sobre Taylor en el suelo, en el pequeño espacio que quedaba entre el sofá y la mesa de café, en el salón de la señorita. Le parecía estar sumido en brumas de ensoñación: estaba relajado, laxo, pero con el suficiente dominio de su cuerpo para acariciar lentamente el muslo de ella, dibujando formas temblorosas con las puntas de los dedos. Le llegaba su olor limpio y humano a través del piel contra piel: a sudor sexual, a cama sin estar en ella, a crema hidratante de leche y flores. Y por debajo de todo esto, unificando todas estas notas, el olor de su Taylor, el que se le metía a Kido hasta la médula de los huesos.
—¿Increíble?—ella soltó una risita y negó con la cabeza—por dios, Kid. Soy un queso lleno de agujeros…
El chico sonrió y se apretó contra ella, frotando la mejilla contra la mandíbula tensa de la señorita. ¿Un queso lleno de agujeros? Sólo a ella podía ocurrírsele algo así.
—Un queso increíble, entonces…—respondió.
Ella rio y torció la cara unos centímetros, como si hubiera algo que la avergonzara en esa caricia directa y natural.
—Sí, claro…
—Señorita, usted es… muy grande—suspiró Kido—es curioso lo claro que tiene las cosas de cara a los demás, y sin embargo se mira a usted misma con una especie de gafas deformantes…
—¿Gafas deformantes?—inquirió ella revolviéndose bajo él—ojalá fuera verdad eso, Kid.
Él se movió sobre ella, inmovilizándola bajo su peso.
—Eh…sé muy bien lo que digo—le espetó—¿Recuerda lo que me dijo usted cuando hablamos sobre mi profesor? “Tanta tristeza, y enfadado todo el tiempo… tal vez tenga algún dolor”. Pero usted me dijo que eso no tenía nada que ver con qué tipo de persona es él, ¿lo recuerda?
Taylor asintió bajando los ojos y parpadeó.
—Me va a sacar un ojo con esas pestañas que tiene—rió Kido, prendado de la gruesa cortina negra que aleteó con el movimiento—Mata dragones con ellas, ¿verdad?
La señorita soltó una carcajada.
—Todos los días mato dragones, Kid…
Él la estrechó más fuerte y se colocó sobre ella para darle un suave beso en cada ojo cerrado.
—Pues eso. Una cosa es lo que a usted le ocurre y su actitud, y otra lo que usted es —murmuró, volviendo a besarla, esta vez en la mejilla—aunque están relacionadas, son dos cosas diferentes. Eso me lo enseñó usted misma, no me diga que se lo estoy descubriendo…
—¿Y qué soy yo, Kid?—preguntó ella en un tono ligeramente más alto. La voz le tembló sensiblemente al preguntarse esto en voz alta—Sólo una mujer o algo parecido. Demasiado mayor para algunas cosas y demasiado joven para otras, o demasiado tonta tal vez. Una mujer que ha perdido muchas cosas, entre ellas tiempo… y eso ya no vuelve Kid. No se puede desandar lo andado, el tiempo no perdona: ahora estoy vacía.
Aterida de frío por dentro, así era como se sentía Taylor, a decir verdad. Kido sonrió, negando con la cabeza por encima de su hombro.
—Señorita, por favor. Habla usted como si tuviera noventa años…
—Pero Kid… eso es lo que soy.
Qué barbaridad. A Kido le costaba entender que Agnes no fuera capaz de ver lo dulce, sensible, inteligente y buena persona que era. Eso sin entrar en detalles…
—Ojalá usted pudiera verse como yo la veo…—murmuró al oído de Taylor. Ella pareció reaccionar y le abrazó la cintura, atrayéndole más hacia sí a pesar de que ya estaban pegados.
—Tú me miras con buenos ojos—repuso, cruzando las manos sobre la parte baja de la espalda de él.
—Si se viera como yo la veo—continuó Kido, desoyendo este último comentario—no tendría más remedio que quererse un poco más…
Torció un poco la cabeza para quedar con los labios a la altura de la boca de Taylor y la besó. Fue un beso suave, apenas un roce cálido, seguido de otro igual de fugaz en la comisura de la boca.
—Kid…
—Igual lo consigo…—susurró éste a los labios entreabiertos de ella—a lo mejor con el paso del tiempo puedo demostrarle lo mucho que se equivoca… es muy dura con usted.
Taylor cerró los ojos y pareció descansar por un momento entre los brazos de él.
—¿Sabes?—murmuró, directamente en su cuello—Hace tiempo… hubo una persona…
—Aha…
Kido escuchaba, con la barbilla apoyada sobre el hombro de la señorita, sin mirarla.
—Una persona que… bueno, verás. Cuando yo le conocí él era muy amable—se veía que le costaba explicarse. Quizá pocas veces se había visto en la tesitura de tener que poner eso en palabras—pero a medida que pasó el tiempo… se fue dando cuenta de mis... debilidades.
—¿Y qué pasó?—inquirió Kido—No me diga que la dejó…
Ella sonrió contra la pálida piel del cuello del chico.
—No, no me dejó. Al contrario… se acercó más, se volcó en mí. Y… un día… una noche, mejor dicho, me pidió permiso…
—¿Para qué?—musitó Kido.
—Para ser duro conmigo—repuso ella—Muy duro.
¿Duro?
—¿Duro con usted?
Kido no estaba muy seguro de comprender a qué se estaba refiriendo Taylor exactamente, aunque vagamente imaginaba por donde iba. Ella asintió.
—Sí. Él empezó a ser duro conmigo… yo le dejé hacerlo. Empezó a castigarme y entonces yo… dejé de castigarme a mí.
—Vaya…
—Fue mi amante mucho tiempo—murmuró la señorita—Me enseñó muchas cosas…
—¿Qué fue de él?—preguntó Kido.
—Eso es lo más doloroso de explicar—sonrió ella, pero fue una sonrisa empañada, sin asomo de alegría—Él está bien, lejos de aquí.
—¿En Londres?
Taylor movió la cabeza en señal de afirmación.
—Así es—respondió—en Londres es donde vive. Vivimos juntos allí durante dos años, y luego cuando nos separamos yo me vine a España.
—Vaya, ¿así que fue entonces cuando vino aquí? ¿Tenía familia o amigos aquí?— inquirió Kido—Nunca me había hablado de esto…
Taylor negó vehemente.
—No, por suerte no, ni familia ni amigos. No soportaba ni el dolor ni mi misma existencia; buscaba un lugar apartado, donde no pudiera molestar ni ser presa de nadie, sólo me sentía capaz de estar sola. De hecho…—murmuró, enfocando a Kido directamente con sus ojos claros como dos lámparas—no había vuelto a relacionarme de manera tan estrecha con nadie… hasta que apareciste tú, Kid.
El chico escuchaba con toda su atención, asimilando velozmente todo lo que ella le contaba.
—¿Por qué se separaron?—quiso saber tras un instante de vacilación, en el que se recompuso tras lo último que ella dijo y estructuró todas las preguntas que quería hacerle.
—Nos separamos por mi causa—respondió Taylor. Dijo aquello con voz muy triste, reviviendo el recuerdo a través de las palabras—Poco después de cumplir tres años juntos él y yo, mi padre falleció de un ataque al corazón. Eso fue un terrible golpe para mí. Todo ocurrió… en minutos, cuando físicamente mi padre y yo no estábamos cerca. No pude despedirme de él… no pude asimilarlo. Entré en un estado parecido al “shock”, pero sólo emocional, porque físicamente tenía que hacer cosas…
—Vaya, lo siento mucho, señorita.
—Gracias, Kid. Creo que nunca lo superaré del todo, pero estoy mucho mejor que hace años…
—Le echa de menos—murmuró él—A su padre, quiero decir.
—Sí. Mucho—contestó ella—Cuando mi padre murió, yo vivía con este hombre una relación en la que yo le servía y le satisfacía a él. No lo hacía por obligación sino todo lo contrario: deseaba hacerlo, era feliz haciéndolo. Pero cuando murió mi padre me sentí tan sola, tan triste, sentí tanto dolor… que me di cuenta de que no podía seguir haciéndolo.
Kido frunció el ceño.
—¿Qué ya no podía “servir y satisfacer” a este hombre, quiere decir?—preguntó.
—Eso es.
—Normal, señorita… normal que no pudiera. ¿Él no quería otro tipo de relación o qué? Lo digo porque yo no me separaría de usted por eso…
Ella se mordió el labio inferior.
—Sí quería—respondió—Él habló conmigo varias veces, intentando retenerme a su manera. Se ofreció incluso a seguir siendo mi “Amo” dejando de lado lo que esto conlleva, dándome todo el tiempo que yo necesitara.
—¿Entonces?
—No pude avenirme a eso, Kid—rio ella, nerviosa—no hubiera soportado que él renunciara a sus gustos por mí.
—Pero él quería hacerlo a cambio de estar con usted, ¡al marcharse le dejó sin su presencia! Y sin su compañía…
—En parte es egoísta lo que hice…—dijo ella.
—¿Egoísta? Señorita, con todos mis respetos, como siga echándose mierda encima me voy a cabrear…
Ella sonrió y negó con la cabeza.
—Sí, es egoísta lo que hice porque… él no tenía problema: era yo la que necesitaba ese tipo de relación, y era yo la que no podía darme. No sabes cuánto sufrí al marcharme; pero estar a su lado así, de esa manera, con todas las maravillas que vivimos fuera de mi alcance, fue mucho peor.
Kido reflexionó un momento, tratando de ensamblar con lógica aquellas cosas que Taylor le decía. Eran palabras certeras pero describían un universo interior complejo, del que sólo se adivinaba la punta del iceberg. Tras darle algunas vueltas, le pareció que surgía en él una pequeña chispa de entendimiento.
—Y… ¿hace cuánto tiempo de esto, señorita?—Inquirió. Se preguntaba cómo estaría Agnes ahora, si su cicatriz era vieja o por el contrario reciente. Al parecer aún le dolía a ella “tocar” ahí. La señorita reflexionó unos segundos, cerrando los ojos.
—Vine a vivir a España hace diez años, cuando tenía veintiséis. Justo cuando le dejé.
—Diez años…--murmuró Kido—eso es mucho tiempo…
—Depende de cómo lo mires—sonrió ella con tristeza—para algunas cosas ha sido mucho tiempo, sí, eterno y agónico, pero para otras cosas ha sido insuficiente.
Kido la abrazó fuerte nuevamente. Quería saber sobre ella, lo encontraba necesario, se estaba volviendo adicto a conocerla, pero no quería entristecerla.
—Señorita…—le dijo una vez más—la quiero mucho…
—Ya lo sé—sonrió ella.
—Se lo digo mucho, ¿verdad?
Los labios de Taylor se expandieron aún más en su rostro.
—Sí—afirmó—y yo te lo agradezco…
Estiró un poco el cuello para dar un suave beso a Kido en la mandíbula.
—¿Le gusta oírlo?—murmuró él, sonriendo junto a su oído.
—Sí…
—La quiero—dijo él, besándola en cada hoyuelo del rostro, en los pómulos, en la barbilla—la quiero mucho, mucho. No está sola.
—Oh, Kid…
Comenzaron a besarse con discreta ansiedad y terminaron por comerse, mordiéndose las bocas, metiéndose las lenguas profundamente como si quisieran llegar a la campanilla del otro.
—Yo no sé si podría ser duro con usted…--jadeó Kido, apartándose de ella para tomar aire--¿Me dejará entrar, aun así?
Taylor separó más las piernas debajo de él para sentir la presión de todo su cuerpo.
—¿Entrar?—preguntó. ¿Qué había querido decir Kido? ¿Se refería a penetrarla, acaso? ¿o hablaba de otra cosa?
—Sí—él respiró profundamente y lamió la piel de su escote—entrar en su mundo, en usted…
Agnes se sonrió. De modo que era eso…
—Ya te he dejado entrar, amor—murmuró.
Le buscó la boca y le lamió los labios.
—Kid, por favor…
Él la besó furiosamente al escuchar aquella palabra, “amor”.
Taylor también le quería, podía sentirlo. La devoró como el fuego lame madera seca, como si quisiera desgastarse los labios y la lengua contra su boca.
—¿Qué quiere?—jadeó, restallándole el aliento en los labios. Había empezado a empujar con las caderas desde hacía rato, sin darse apenas cuenta.
—Hacer el amor, Kid…
—¿Le da tiempo a llegar a la cama?—preguntó, empujando con más fuerza.
Taylor le lamió la oreja y el cuello, haciéndole bufar como un animal.
—Creo que no…
—Me está volviendo loco, ¿lo sabe?
—Por favor, Kido… por favor, métemela…
-¿Aquí?
—Sí… ahora... por favor…
Kido no se hizo de rogar. Metió la mano entre sus piernas para recolocarse y tanteó en la parte inferior de la mesa, donde había visto que Taylor guardaba las gomas. Apoyándose en el suelo en vilo sobre ella con la mano izquierda, rasgó el envoltorio del condón con la boca y se lo colocó, rápidamente, con la mano derecha. No le costó nada: en sólo segundos se había vuelto a encender; la polla se le había puesto como un ladrillo de dura y hasta se había humedecido.
—Métemela, por favor…
Kido la contempló por un segundo: la señorita tenía la cabeza echada hacia atrás, el cuello estirado y los ojos fuertemente cerrados. Un suave rubor teñía sus mejillas temblorosas en cada respiración; a través de sus labios entreabiertos se leía una súplica silenciosa con cada golpe de aliento.
—Oh, sí…—musitó el chico. La tocó por dentro para abrirse camino, se colocó a la altura adecuada y le clavó la polla de golpe. Ella contrajo y el rostro y sollozó de placer, moviéndose para adaptarse a él, a aquella cosa palpitante que la rompía, que la llenaba por completo. Hicieron el amor con hambre, con muchas ganas—con “agujeros” como diría Taylor, incluso—pero sin prisa.
—Despacio, Kid—le había dicho ella, apretándose contra él—quiero sentirte…
Él se había dejado llevar por los suaves gemidos desflecados de Taylor, moviéndose dentro de ella lenta y profundamente. Estaba seguro de aguantar todo el tiempo que hiciera falta: acababa prácticamente de correrse hacía tan sólo minutos…
Taylor llegó al orgasmo antes que él, y cuando estalló Kido alcanzó el clímax por segunda vez, mordiéndole el hombro con fuerza.
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Kido salió de casa de Taylor cuando ya oscurecía, bastante más tarde de lo que había previsto. El azul del cielo se apagaba tras las ventanas del descansillo, tachonado por las primeras estrellas, cuando él bajó a saltos las escaleras hasta su casa. Se sentía resplandecer de felicidad, sencillamente. No encontraba otra palabra para describir su estado, y no quería otra. “Deja de flotar” , se increpó a sí mismo, siendo consciente de la estúpida sonrisa que no podía borrar de su rostro. Tenía que hacer cosas, tenía que seguir estudiando para el examen del día siguiente—oh, se echó a reír sin poder evitarlo al pensar en Ballesta. ¡le echaba de menos!—tenía que… ¡Oh! ¡Por favor!
¿Era eso felicidad, esa brutal emoción que amenazaba con romperle desde dentro, por debajo de la piel? Ardía. Amaba a Taylor, comprendió. También a Halley. Dios. Cada manera de amar era tan diferente… Tenía que borrar esa sonrisa cuanto antes; si no lo hacía, Inti se daría cuenta de la cara de gilipollas que traía y le sometería al tercer grado, para variar.
Trató de ser silencioso con la llave en la cerradura, pero inmediatamente escuchó la voz de su hermano saludándole.
El intento de Kido de pasar inadvertido estaba condenado al fracaso desde el principio, porque Inti le estaba esperando en el recibidor, dando pequeños paseos en círculos como un buitre leonado. Kido se preguntó cuánto tiempo llevaría su hermano ahí; se dijo que Inti estaba comenzando a hacer cosas un poco raras desde que él se había dado el porrazo en la cabeza.
—Vaya escándalo has montado por las escaleras, ¿no?—le dijo Inti.
Ah, era eso. Seguramente la alcahueta de su hermano estaba pendiente para escuchar el ruido del ascensor, aguzando los sentidos, y le había oído bajando a saltos. Kido había salvado los escalones aferrado a la barandilla, impulsándose por encima de ellos como tentado de echar a volar, pero tampoco era consciente de haber hecho tanto ruido.
—¿Qué tal con Taylor?
Kido le hizo un gesto de saludo a su hermano y cerró la puerta tras de sí. Dejó la sudadera en el perchero del recibidor—no se la había puesto después de estar con Taylor, aún tenía calor en el cuerpo—y avanzó hacia la cocina. Quería cenar algo antes de volver a ponerse a estudiar.
—Bien…—respondió mientras se alejaba de Inti, sin querer dar más pistas. Su hermano le siguió hasta la cocina.
—¿Habéis vuelto a…? Le hablaba desde la puerta, sin atreverse a entrar, con voz exenta de todo reproche. La pregunta había sido básica, curiosa. Cotilla. Kido revisó el contenido del armario que hacía las veces de despensa, fingiendo no haber oído a Inti.—Kido…
—¿Qué pasa?—repuso despacio, girándose con resignación. Sonrió levemente a Inti. “Ten piedad” pensó “ahora tengo que estudiar…”
—Taylor y tú… ¿habéis vuelto a follar?—preguntó este, soltando por fin la duda cruel.
El interpelado se metió una magdalena—entera—en la boca y resopló por la nariz con impaciencia. Masticó, tragó y asintió.
—Sí, Inti.
—Oh, joder…
—Dos veces.
Sin querer darle más cancha a su hermano, cogió otras dos magdalenas y pasó junto a él, atravesando la puerta de la cocina y enfilando el pasillo rumbo hacia su habitación sin mirar atrás.
—Kido… ¡pero cuéntamelo!
El aludido se rio. Inti era una maruja, ¡no podía remediarlo!
—Tengo que estudiar, Inti…
—¿Estudiar? vamos, no me jodas…
Kido entró en su habitación y cerró la puerta, algo agobiado. Se dejó caer en la silla que tenía frente al escritorio, comprobando con alivio que no se oían pasos acercándose; al parecer su hermano le iba a evitar la escena de la persecución en la película. Menos mal.
Acercó la silla al escritorio, encendió el flexo y abrió su libro de física bajo la tenue luz azul. Entre las páginas del libro, justo marcando el punto donde Kido se había quedado estudiando, estaba la cinta grabada que le había dado Ballesta. Kido la había escuchado ya, al menos una parte; en realidad la cinta no tenía nada de especial: había música, música que no era mucho de su estilo tampoco, pero era hermosa. “¿Y qué te esperabas que hubiera?” se había preguntado Kido, al sentirse levemente desanimado cuando la oyó por primera vez.Se había extrañado al reconocer la primera pieza: “Tristeza de amor”, de Chopin. Supuso que el profesor había grabado una selección de canciones de su gusto pero, ¿por qué? ¿Era un regalo, simplemente? En la nota decía… que la cinta le sería de “utilidad” durante fin de semana, si es que al final llegaban a pasar ese fin de semana juntos. Uf, Kido no entendía nada. Ballesta le tenía en jaque continuo, y lo peor era que eso no le desagradaba en absoluto.
Sonriendo como un tonto, recordando por un lado el olor dulce de Taylor y acalambrado de incertidumbre a causa de Halley, abrió el cajón del escritorio y sacó su walkman. Metió la cinta, se puso los cascos y le dio al play.
Empezó a sonar una música dulce, tibia. Otra pieza clásica, con piano, ¿Mozart, tal vez? Kido dejó que la música se introdujera en su cerebro y comenzó a fijar los ojos en las páginas del libro, tratando de empaparse de su contenido. Le parecía imposible concentrarse, huelga decirlo. No sabía cuánto tiempo llevaba así, integrando las piezas clásicas en su mente mientras intentaba repasar, pero de pronto, tras la última nota, se hizo el silencio.
Fue a dar al stop, pero comprobó que aún quedaba cinta, así que dejó de leer y siguió escuchando. "Solo unos segundos", se dijo. Y entonces, de pronto, su curiosidad se vio recompensada con algo que no supo muy bien qué era. Empezó a escuchar, a través de los auriculares, un sonido lastimero, intermitente, cada vez más cercano. No era uno solo: había más, había muchos. Y por debajo de ellos un sordo vaivén, un bajo continuo que iba y venía como una ola.
Cada vez se oían más los ruidos, sonaban juntos, de pronto callaban. Era como un coro de pequeños gorjeos lastimeros, cada vez más potentes. Kido cerró los ojos, concentrándose en escuchar. ¿Qué demonios era eso? ¿Niños llorando? ¿algún animal?
Después de unos minutos reproduciendo este sonido, el botón del stop saltó solo al acabarse la cinta. Kido contempló unos segundos el walkman con cara de idiota, preguntándose qué sería aquello que acababa de escuchar, ¿qué podría ser?
—¿Increíble?—ella soltó una risita y negó con la cabeza—por dios, Kid. Soy un queso lleno de agujeros…
El chico sonrió y se apretó contra ella, frotando la mejilla contra la mandíbula tensa de la señorita. ¿Un queso lleno de agujeros? Sólo a ella podía ocurrírsele algo así.
—Un queso increíble, entonces…—respondió.
Ella rio y torció la cara unos centímetros, como si hubiera algo que la avergonzara en esa caricia directa y natural.
—Sí, claro…
—Señorita, usted es… muy grande—suspiró Kido—es curioso lo claro que tiene las cosas de cara a los demás, y sin embargo se mira a usted misma con una especie de gafas deformantes…
—¿Gafas deformantes?—inquirió ella revolviéndose bajo él—ojalá fuera verdad eso, Kid.
Él se movió sobre ella, inmovilizándola bajo su peso.
—Eh…sé muy bien lo que digo—le espetó—¿Recuerda lo que me dijo usted cuando hablamos sobre mi profesor? “Tanta tristeza, y enfadado todo el tiempo… tal vez tenga algún dolor”. Pero usted me dijo que eso no tenía nada que ver con qué tipo de persona es él, ¿lo recuerda?
Taylor asintió bajando los ojos y parpadeó.
—Me va a sacar un ojo con esas pestañas que tiene—rió Kido, prendado de la gruesa cortina negra que aleteó con el movimiento—Mata dragones con ellas, ¿verdad?
La señorita soltó una carcajada.
—Todos los días mato dragones, Kid…
Él la estrechó más fuerte y se colocó sobre ella para darle un suave beso en cada ojo cerrado.
—Pues eso. Una cosa es lo que a usted le ocurre y su actitud, y otra lo que usted es —murmuró, volviendo a besarla, esta vez en la mejilla—aunque están relacionadas, son dos cosas diferentes. Eso me lo enseñó usted misma, no me diga que se lo estoy descubriendo…
—¿Y qué soy yo, Kid?—preguntó ella en un tono ligeramente más alto. La voz le tembló sensiblemente al preguntarse esto en voz alta—Sólo una mujer o algo parecido. Demasiado mayor para algunas cosas y demasiado joven para otras, o demasiado tonta tal vez. Una mujer que ha perdido muchas cosas, entre ellas tiempo… y eso ya no vuelve Kid. No se puede desandar lo andado, el tiempo no perdona: ahora estoy vacía.
Aterida de frío por dentro, así era como se sentía Taylor, a decir verdad. Kido sonrió, negando con la cabeza por encima de su hombro.
—Señorita, por favor. Habla usted como si tuviera noventa años…
—Pero Kid… eso es lo que soy.
Qué barbaridad. A Kido le costaba entender que Agnes no fuera capaz de ver lo dulce, sensible, inteligente y buena persona que era. Eso sin entrar en detalles…
—Ojalá usted pudiera verse como yo la veo…—murmuró al oído de Taylor. Ella pareció reaccionar y le abrazó la cintura, atrayéndole más hacia sí a pesar de que ya estaban pegados.
—Tú me miras con buenos ojos—repuso, cruzando las manos sobre la parte baja de la espalda de él.
—Si se viera como yo la veo—continuó Kido, desoyendo este último comentario—no tendría más remedio que quererse un poco más…
Torció un poco la cabeza para quedar con los labios a la altura de la boca de Taylor y la besó. Fue un beso suave, apenas un roce cálido, seguido de otro igual de fugaz en la comisura de la boca.
—Kid…
—Igual lo consigo…—susurró éste a los labios entreabiertos de ella—a lo mejor con el paso del tiempo puedo demostrarle lo mucho que se equivoca… es muy dura con usted.
Taylor cerró los ojos y pareció descansar por un momento entre los brazos de él.
—¿Sabes?—murmuró, directamente en su cuello—Hace tiempo… hubo una persona…
—Aha…
Kido escuchaba, con la barbilla apoyada sobre el hombro de la señorita, sin mirarla.
—Una persona que… bueno, verás. Cuando yo le conocí él era muy amable—se veía que le costaba explicarse. Quizá pocas veces se había visto en la tesitura de tener que poner eso en palabras—pero a medida que pasó el tiempo… se fue dando cuenta de mis... debilidades.
—¿Y qué pasó?—inquirió Kido—No me diga que la dejó…
Ella sonrió contra la pálida piel del cuello del chico.
—No, no me dejó. Al contrario… se acercó más, se volcó en mí. Y… un día… una noche, mejor dicho, me pidió permiso…
—¿Para qué?—musitó Kido.
—Para ser duro conmigo—repuso ella—Muy duro.
¿Duro?
—¿Duro con usted?
Kido no estaba muy seguro de comprender a qué se estaba refiriendo Taylor exactamente, aunque vagamente imaginaba por donde iba. Ella asintió.
—Sí. Él empezó a ser duro conmigo… yo le dejé hacerlo. Empezó a castigarme y entonces yo… dejé de castigarme a mí.
—Vaya…
—Fue mi amante mucho tiempo—murmuró la señorita—Me enseñó muchas cosas…
—¿Qué fue de él?—preguntó Kido.
—Eso es lo más doloroso de explicar—sonrió ella, pero fue una sonrisa empañada, sin asomo de alegría—Él está bien, lejos de aquí.
—¿En Londres?
Taylor movió la cabeza en señal de afirmación.
—Así es—respondió—en Londres es donde vive. Vivimos juntos allí durante dos años, y luego cuando nos separamos yo me vine a España.
—Vaya, ¿así que fue entonces cuando vino aquí? ¿Tenía familia o amigos aquí?— inquirió Kido—Nunca me había hablado de esto…
Taylor negó vehemente.
—No, por suerte no, ni familia ni amigos. No soportaba ni el dolor ni mi misma existencia; buscaba un lugar apartado, donde no pudiera molestar ni ser presa de nadie, sólo me sentía capaz de estar sola. De hecho…—murmuró, enfocando a Kido directamente con sus ojos claros como dos lámparas—no había vuelto a relacionarme de manera tan estrecha con nadie… hasta que apareciste tú, Kid.
El chico escuchaba con toda su atención, asimilando velozmente todo lo que ella le contaba.
—¿Por qué se separaron?—quiso saber tras un instante de vacilación, en el que se recompuso tras lo último que ella dijo y estructuró todas las preguntas que quería hacerle.
—Nos separamos por mi causa—respondió Taylor. Dijo aquello con voz muy triste, reviviendo el recuerdo a través de las palabras—Poco después de cumplir tres años juntos él y yo, mi padre falleció de un ataque al corazón. Eso fue un terrible golpe para mí. Todo ocurrió… en minutos, cuando físicamente mi padre y yo no estábamos cerca. No pude despedirme de él… no pude asimilarlo. Entré en un estado parecido al “shock”, pero sólo emocional, porque físicamente tenía que hacer cosas…
—Vaya, lo siento mucho, señorita.
—Gracias, Kid. Creo que nunca lo superaré del todo, pero estoy mucho mejor que hace años…
—Le echa de menos—murmuró él—A su padre, quiero decir.
—Sí. Mucho—contestó ella—Cuando mi padre murió, yo vivía con este hombre una relación en la que yo le servía y le satisfacía a él. No lo hacía por obligación sino todo lo contrario: deseaba hacerlo, era feliz haciéndolo. Pero cuando murió mi padre me sentí tan sola, tan triste, sentí tanto dolor… que me di cuenta de que no podía seguir haciéndolo.
Kido frunció el ceño.
—¿Qué ya no podía “servir y satisfacer” a este hombre, quiere decir?—preguntó.
—Eso es.
—Normal, señorita… normal que no pudiera. ¿Él no quería otro tipo de relación o qué? Lo digo porque yo no me separaría de usted por eso…
Ella se mordió el labio inferior.
—Sí quería—respondió—Él habló conmigo varias veces, intentando retenerme a su manera. Se ofreció incluso a seguir siendo mi “Amo” dejando de lado lo que esto conlleva, dándome todo el tiempo que yo necesitara.
—¿Entonces?
—No pude avenirme a eso, Kid—rio ella, nerviosa—no hubiera soportado que él renunciara a sus gustos por mí.
—Pero él quería hacerlo a cambio de estar con usted, ¡al marcharse le dejó sin su presencia! Y sin su compañía…
—En parte es egoísta lo que hice…—dijo ella.
—¿Egoísta? Señorita, con todos mis respetos, como siga echándose mierda encima me voy a cabrear…
Ella sonrió y negó con la cabeza.
—Sí, es egoísta lo que hice porque… él no tenía problema: era yo la que necesitaba ese tipo de relación, y era yo la que no podía darme. No sabes cuánto sufrí al marcharme; pero estar a su lado así, de esa manera, con todas las maravillas que vivimos fuera de mi alcance, fue mucho peor.
Kido reflexionó un momento, tratando de ensamblar con lógica aquellas cosas que Taylor le decía. Eran palabras certeras pero describían un universo interior complejo, del que sólo se adivinaba la punta del iceberg. Tras darle algunas vueltas, le pareció que surgía en él una pequeña chispa de entendimiento.
—Y… ¿hace cuánto tiempo de esto, señorita?—Inquirió. Se preguntaba cómo estaría Agnes ahora, si su cicatriz era vieja o por el contrario reciente. Al parecer aún le dolía a ella “tocar” ahí. La señorita reflexionó unos segundos, cerrando los ojos.
—Vine a vivir a España hace diez años, cuando tenía veintiséis. Justo cuando le dejé.
—Diez años…--murmuró Kido—eso es mucho tiempo…
—Depende de cómo lo mires—sonrió ella con tristeza—para algunas cosas ha sido mucho tiempo, sí, eterno y agónico, pero para otras cosas ha sido insuficiente.
Kido la abrazó fuerte nuevamente. Quería saber sobre ella, lo encontraba necesario, se estaba volviendo adicto a conocerla, pero no quería entristecerla.
—Señorita…—le dijo una vez más—la quiero mucho…
—Ya lo sé—sonrió ella.
—Se lo digo mucho, ¿verdad?
Los labios de Taylor se expandieron aún más en su rostro.
—Sí—afirmó—y yo te lo agradezco…
Estiró un poco el cuello para dar un suave beso a Kido en la mandíbula.
—¿Le gusta oírlo?—murmuró él, sonriendo junto a su oído.
—Sí…
—La quiero—dijo él, besándola en cada hoyuelo del rostro, en los pómulos, en la barbilla—la quiero mucho, mucho. No está sola.
—Oh, Kid…
Comenzaron a besarse con discreta ansiedad y terminaron por comerse, mordiéndose las bocas, metiéndose las lenguas profundamente como si quisieran llegar a la campanilla del otro.
—Yo no sé si podría ser duro con usted…--jadeó Kido, apartándose de ella para tomar aire--¿Me dejará entrar, aun así?
Taylor separó más las piernas debajo de él para sentir la presión de todo su cuerpo.
—¿Entrar?—preguntó. ¿Qué había querido decir Kido? ¿Se refería a penetrarla, acaso? ¿o hablaba de otra cosa?
—Sí—él respiró profundamente y lamió la piel de su escote—entrar en su mundo, en usted…
Agnes se sonrió. De modo que era eso…
—Ya te he dejado entrar, amor—murmuró.
Le buscó la boca y le lamió los labios.
—Kid, por favor…
Él la besó furiosamente al escuchar aquella palabra, “amor”.
Taylor también le quería, podía sentirlo. La devoró como el fuego lame madera seca, como si quisiera desgastarse los labios y la lengua contra su boca.
—¿Qué quiere?—jadeó, restallándole el aliento en los labios. Había empezado a empujar con las caderas desde hacía rato, sin darse apenas cuenta.
—Hacer el amor, Kid…
—¿Le da tiempo a llegar a la cama?—preguntó, empujando con más fuerza.
Taylor le lamió la oreja y el cuello, haciéndole bufar como un animal.
—Creo que no…
—Me está volviendo loco, ¿lo sabe?
—Por favor, Kido… por favor, métemela…
-¿Aquí?
—Sí… ahora... por favor…
Kido no se hizo de rogar. Metió la mano entre sus piernas para recolocarse y tanteó en la parte inferior de la mesa, donde había visto que Taylor guardaba las gomas. Apoyándose en el suelo en vilo sobre ella con la mano izquierda, rasgó el envoltorio del condón con la boca y se lo colocó, rápidamente, con la mano derecha. No le costó nada: en sólo segundos se había vuelto a encender; la polla se le había puesto como un ladrillo de dura y hasta se había humedecido.
—Métemela, por favor…
Kido la contempló por un segundo: la señorita tenía la cabeza echada hacia atrás, el cuello estirado y los ojos fuertemente cerrados. Un suave rubor teñía sus mejillas temblorosas en cada respiración; a través de sus labios entreabiertos se leía una súplica silenciosa con cada golpe de aliento.
—Oh, sí…—musitó el chico. La tocó por dentro para abrirse camino, se colocó a la altura adecuada y le clavó la polla de golpe. Ella contrajo y el rostro y sollozó de placer, moviéndose para adaptarse a él, a aquella cosa palpitante que la rompía, que la llenaba por completo. Hicieron el amor con hambre, con muchas ganas—con “agujeros” como diría Taylor, incluso—pero sin prisa.
—Despacio, Kid—le había dicho ella, apretándose contra él—quiero sentirte…
Él se había dejado llevar por los suaves gemidos desflecados de Taylor, moviéndose dentro de ella lenta y profundamente. Estaba seguro de aguantar todo el tiempo que hiciera falta: acababa prácticamente de correrse hacía tan sólo minutos…
Taylor llegó al orgasmo antes que él, y cuando estalló Kido alcanzó el clímax por segunda vez, mordiéndole el hombro con fuerza.
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Kido salió de casa de Taylor cuando ya oscurecía, bastante más tarde de lo que había previsto. El azul del cielo se apagaba tras las ventanas del descansillo, tachonado por las primeras estrellas, cuando él bajó a saltos las escaleras hasta su casa. Se sentía resplandecer de felicidad, sencillamente. No encontraba otra palabra para describir su estado, y no quería otra. “Deja de flotar” , se increpó a sí mismo, siendo consciente de la estúpida sonrisa que no podía borrar de su rostro. Tenía que hacer cosas, tenía que seguir estudiando para el examen del día siguiente—oh, se echó a reír sin poder evitarlo al pensar en Ballesta. ¡le echaba de menos!—tenía que… ¡Oh! ¡Por favor!
¿Era eso felicidad, esa brutal emoción que amenazaba con romperle desde dentro, por debajo de la piel? Ardía. Amaba a Taylor, comprendió. También a Halley. Dios. Cada manera de amar era tan diferente… Tenía que borrar esa sonrisa cuanto antes; si no lo hacía, Inti se daría cuenta de la cara de gilipollas que traía y le sometería al tercer grado, para variar.
Trató de ser silencioso con la llave en la cerradura, pero inmediatamente escuchó la voz de su hermano saludándole.
El intento de Kido de pasar inadvertido estaba condenado al fracaso desde el principio, porque Inti le estaba esperando en el recibidor, dando pequeños paseos en círculos como un buitre leonado. Kido se preguntó cuánto tiempo llevaría su hermano ahí; se dijo que Inti estaba comenzando a hacer cosas un poco raras desde que él se había dado el porrazo en la cabeza.
—Vaya escándalo has montado por las escaleras, ¿no?—le dijo Inti.
Ah, era eso. Seguramente la alcahueta de su hermano estaba pendiente para escuchar el ruido del ascensor, aguzando los sentidos, y le había oído bajando a saltos. Kido había salvado los escalones aferrado a la barandilla, impulsándose por encima de ellos como tentado de echar a volar, pero tampoco era consciente de haber hecho tanto ruido.
—¿Qué tal con Taylor?
Kido le hizo un gesto de saludo a su hermano y cerró la puerta tras de sí. Dejó la sudadera en el perchero del recibidor—no se la había puesto después de estar con Taylor, aún tenía calor en el cuerpo—y avanzó hacia la cocina. Quería cenar algo antes de volver a ponerse a estudiar.
—Bien…—respondió mientras se alejaba de Inti, sin querer dar más pistas. Su hermano le siguió hasta la cocina.
—¿Habéis vuelto a…? Le hablaba desde la puerta, sin atreverse a entrar, con voz exenta de todo reproche. La pregunta había sido básica, curiosa. Cotilla. Kido revisó el contenido del armario que hacía las veces de despensa, fingiendo no haber oído a Inti.—Kido…
—¿Qué pasa?—repuso despacio, girándose con resignación. Sonrió levemente a Inti. “Ten piedad” pensó “ahora tengo que estudiar…”
—Taylor y tú… ¿habéis vuelto a follar?—preguntó este, soltando por fin la duda cruel.
El interpelado se metió una magdalena—entera—en la boca y resopló por la nariz con impaciencia. Masticó, tragó y asintió.
—Sí, Inti.
—Oh, joder…
—Dos veces.
Sin querer darle más cancha a su hermano, cogió otras dos magdalenas y pasó junto a él, atravesando la puerta de la cocina y enfilando el pasillo rumbo hacia su habitación sin mirar atrás.
—Kido… ¡pero cuéntamelo!
El aludido se rio. Inti era una maruja, ¡no podía remediarlo!
—Tengo que estudiar, Inti…
—¿Estudiar? vamos, no me jodas…
Kido entró en su habitación y cerró la puerta, algo agobiado. Se dejó caer en la silla que tenía frente al escritorio, comprobando con alivio que no se oían pasos acercándose; al parecer su hermano le iba a evitar la escena de la persecución en la película. Menos mal.
Acercó la silla al escritorio, encendió el flexo y abrió su libro de física bajo la tenue luz azul. Entre las páginas del libro, justo marcando el punto donde Kido se había quedado estudiando, estaba la cinta grabada que le había dado Ballesta. Kido la había escuchado ya, al menos una parte; en realidad la cinta no tenía nada de especial: había música, música que no era mucho de su estilo tampoco, pero era hermosa. “¿Y qué te esperabas que hubiera?” se había preguntado Kido, al sentirse levemente desanimado cuando la oyó por primera vez.Se había extrañado al reconocer la primera pieza: “Tristeza de amor”, de Chopin. Supuso que el profesor había grabado una selección de canciones de su gusto pero, ¿por qué? ¿Era un regalo, simplemente? En la nota decía… que la cinta le sería de “utilidad” durante fin de semana, si es que al final llegaban a pasar ese fin de semana juntos. Uf, Kido no entendía nada. Ballesta le tenía en jaque continuo, y lo peor era que eso no le desagradaba en absoluto.
Sonriendo como un tonto, recordando por un lado el olor dulce de Taylor y acalambrado de incertidumbre a causa de Halley, abrió el cajón del escritorio y sacó su walkman. Metió la cinta, se puso los cascos y le dio al play.
Empezó a sonar una música dulce, tibia. Otra pieza clásica, con piano, ¿Mozart, tal vez? Kido dejó que la música se introdujera en su cerebro y comenzó a fijar los ojos en las páginas del libro, tratando de empaparse de su contenido. Le parecía imposible concentrarse, huelga decirlo. No sabía cuánto tiempo llevaba así, integrando las piezas clásicas en su mente mientras intentaba repasar, pero de pronto, tras la última nota, se hizo el silencio.
Fue a dar al stop, pero comprobó que aún quedaba cinta, así que dejó de leer y siguió escuchando. "Solo unos segundos", se dijo. Y entonces, de pronto, su curiosidad se vio recompensada con algo que no supo muy bien qué era. Empezó a escuchar, a través de los auriculares, un sonido lastimero, intermitente, cada vez más cercano. No era uno solo: había más, había muchos. Y por debajo de ellos un sordo vaivén, un bajo continuo que iba y venía como una ola.
Cada vez se oían más los ruidos, sonaban juntos, de pronto callaban. Era como un coro de pequeños gorjeos lastimeros, cada vez más potentes. Kido cerró los ojos, concentrándose en escuchar. ¿Qué demonios era eso? ¿Niños llorando? ¿algún animal?
Después de unos minutos reproduciendo este sonido, el botón del stop saltó solo al acabarse la cinta. Kido contempló unos segundos el walkman con cara de idiota, preguntándose qué sería aquello que acababa de escuchar, ¿qué podría ser?
15-En el baúl de la abuela
Las horas que los chicos pasaron jugando rol en casa de Inti y Kido transcurrieron rápidas. Aproximadamente a las diez de la noche decidieron parar de jugar. Se habían dado un buen maratón; ahora tocaba relajarse—“emborracharse no es un fin, es un medio” solía decir Marcos-, pasar por el hiper-chino a por un par de botellas y algo de comer, e ir un rato al parque. Quizá después tuvieran ánimo de continuar jugando, si la cogorza no había sido muy gorda: no sería la primera vez que una sesión de rol se prolongaba hasta altas horas de la madrugada, o incluso hasta bien entrado el día siguiente.
Era difícil mantenerse despierto tanto tiempo… siempre y cuando no fuera jugando rol. Cada partida tenía algo que a ellos, juntos, les volvía infatigables; podían pasarse horas metidos en una historia común sin darse cuenta.
Ni que decir tiene que hacía frío para estar a la intemperie, por lo cual el alcohol no tardó en correr por las gargantas de los chicos una vez éstos se hubieron instalado en un banco del parque.
—En el baúl de la abuela hay una medusa—dijo Kido, dejando en el suelo la botella de calimocho que acababa de preparar. Le encantaba ese juego, nunca perdía. Y se alegraba en su fuero interno de tener la ingesta de alcohol restringida: en efecto, Inti ya le contemplaba como un perro guardián desde el otro extremo del banco, atento a cualquier mínima insinuación por parte de Kido de que éste iba a sobrepasarse. “No te preocupes, Inti” le hubiera gustado decirle con lengua de cuchillo “tengo la intención de mantenerme sobrio esta noche”.
Y es que pocas veces en su vida había tenido Kido un lío en la cabeza como el que tenía en aquel momento: sencillamente temía cogerse una borrachera en ese estado, le aterraba lo que pudiera llegar a decir o a hacer si se desinhibía, y se desinhibiría casi al primer trago porque bebía de pascuas a ramos.
—En el baúl de la abuela hay una medusa y un destornillador—sonrió Silver, que era el siguiente en el juego.
Vaya, un destornillador. Silver parecía relajado, reflexionó Kido. Llevaba unos días tranquilos en los que su viejo parecía haberse calmado un poco. Kido se alegró de ver serenidad en los opacos ojos de su amigo; podía entenderle muy bien: también él había pasado miedo—verdadero miedo, no miedo sin más-- a causa de un “padre”, aunque en este caso había sido su padrastro… o algo parecido. Kido era hijo de una relación extramarital de su madre, un desliz, un error que el monstruo de su marido, el padre de Inti, nunca supo perdonar. Quizá por eso precisamente… quizá por ese “error” de carne y hueso, él había… Claro.
En el fondo, Kido siempre lo había pensado—lo había “sabido”, o al menos lo sentía así--. Pero aquella idea era tan horrible que la había sepultado bajo capas de sedimento y recuerdos, enquistándola como una certeza, como una norma extensible a todas las áreas de su vida. Esa era su herida, el ancla que se había tragado y ahora pesaba en su corazón: todo había ocurrido por él, por causa de él. Todo había ocurrido así porque él estaba vivo en el mundo, daba igual lo que Taylor dijera. Taylor había calmado su alma con cariño y entendimiento en un momento dado, pero no podía deshacer lo sucedido ni despojar a las acciones de su causa real.
La madre de Kido e Inti había muerto en la UCI de un gran hospital, después de que su marido—el padre de Inti-- le atravesara diversos órganos con un cuchillo, una mañana de un día cualquiera. La había agredido ya otras veces, claro que sí. También a Inti, aunque nunca con un arma blanca; casi siempre con amenazas y algún que otro golpe o destrozo en el hogar. Era curioso por otra parte que, siendo Kido el error, el padre de Inti cargara contra su propio hijo. Las pocas veces que había intentado acercarse a Kido con intenciones dudosas, Inti se había interpuesto entre ambos y se había llevado como de costumbre la peor parte. El rubito era duro, sólo Kido sabía cuánto, y tenía los cojones cuadrados desde que era pequeño. Siempre le había protegido con su cuerpo sin pensar, sin dudarlo, sin planteárselo, daba igual cuál fuera la amenaza. Y psíquicamente trataba de hacer lo mismo, envolverle como una especie de membrana-escudo; pero por mucho que se empeñara no podía vivir por él: la vida de uno sólo la vive uno.
A veces a Kido le parecía que no era tan descabellado que su medio-hermano usara tanto esa palabra con él: egoísta. Sí, la vida de uno sólo la vive uno… pero de hecho, precisamente, le aterrorizaba hacerse una pregunta que a veces era incapaz de eludir: ¿tenía realmente él derecho a estar ahí, vivo, mientras su madre…?
Esta pregunta, dentro de su alma no estaba hecha de palabras. Era un aliento de sed, pura desesperación, cristales rotos. Era un grito de dolor intraducible, un nudo que no tenía nada que ver con letras y cuyo único sonido era el rugir del silencio.
Una punzada de hielo atravesó el pecho de Kido. Sí. Tenía la culpa de muchas cosas. Si él no hubiera existido, su madre no habría muerto, ¿verdad? Lanzó una carcajada al aire, invadido por una ráfaga de profunda tristeza, y subió las piernas al banco para abrazarse las rodillas: hacía frío de verdad.
—En el baúl de la abuela hay una medusa, un destornillador y un zurullo—sentenció Marcos.
—Ja,ja,ja…
—¿Qué pasa, que vosotros no cagáis? Pues la abuela también…
Kido agradeció con creces la carcajada que le contagiaron Silver y Marcos. Realmente, era bueno no estar solo cuando ese tipo de pensamientos asolaban su cabeza. Una palabra le vino a la mente y se sintió algo extrañado cuando pensó en ella: “aliados”. Después de Marcos le tocaba el turno a Inti, que ya estaba empezando a ponerse nerviosito por no poder intervenir.
—En el baúl de la abuela—carraspeó, agitando los pulgares para concentrarse—hay una medusa, un destornillador, un zurullo, y… y… un muerto.
Joder. Kido se mordió los labios, ¿qué coño tenía su hermano en la cabeza?
—¿Un muerto?
—¡Joder con la abuela!...
—Venga Kido, te toca otra vez.
El aludido asintió. Sin duda, lo mejor era concentrarse en el juego. Le lanzó a Inti una mirada desafiante y soltó de carrerilla:
—En el baúl de la abuela hay una medusa, un destornillador, un zurullo, un muerto (qué fuerte), y… un disco de Manolo Escobar.
Toma cabronada, de ese no se iban a acordar…
—Joder, me cago en la puta—musitó Silver—A ver… en el baúl de la abuela hay… una jodida medusa, un destornillador, un zurullo, un muerto… un disco de Manolo Escobar… y… una bomba de relojería.
—Silver…—le increpó Marcos soltando una risotada. Ya se notaba que empezaba a ir achispado: se había pimplado por su cuenta un par de latas de cerveza.
—¿Qué?
—Eres un terrorista…
—Yo no—respondió el aludido—es la abuela…
—Vale, me toca—Marcos tomó aire— En el baúl de la abuela hay… uf, ¿qué era lo primero? Mierda… ah, sí, una medusa. Hay una medusa, un…destornillador… un… zurullo, un disco de Manolo Escobar…
—¡Meec!—dijo Inti, quien había permanecido bien atento en la sombra—se te ha olvidado el muerto…
—Coño, el muerto…
Inti le pasó a Marcos la botella de refresco marca “nisu” (ni su puta madre la conoce)donde Kido había hecho la mezcla del calimocho.
—Venga, pégale duro que ahora jugamos al reloj.
Oh, el reloj. Ese juego era verdaderamente brutal. Consistía en pasarse la botella de uno a otro, sentados en círculo: el primero que la cogía bebía un trago, el segundo dos, el tercero tres, el cuarto cuatro; luego volvía de nuevo al primero y éste bebía cinco, el siguiente seis, y así sucesivamente hasta llegar a doce tragos seguidos.
Había varias oportunidades de morir jugando a ese juego: una de ellas era ahogado. Estaban a punto de pasar a esta ruleta del infierno, después de varias rondas metiendo artilugios en el baúl de la abuela (artilugios como consoladores, muñecas hinchables, la sagrada biblia “apostólica y romántica”, unas bragas de Michael Jackson (¿?), el coño de la Bernarda y no sé cuántas cosas más), cuando de pronto sucedió algo.
—Ey, tío—dijo Inti, dándole un codazo a Marcos—¿Esa chica de ahí no es tu hermana?
El interpelado forzó la vista para distinguir con más detalle a la figura que se acercaba corriendo en la oscuridad. Reconoció sin asomo de duda el abrigo de su hermana, de llamativo color rosa, como de peluche.
—¡Eh, Male!—exclamó, levantándose.
Silver también se levantó. Había reconocido el abrigo igual que Marcos, pero a diferencia de éste se había dado cuenta de que algo no iba bien. El paso de Malena era apresurado, deslavazado, como si huyera de algo que le diese mucho miedo. Observó que la chica se había girado un par de veces sin detenerse, como para comprobar si la seguían. Inquieto, dio un paso al frente.
—Marcos…—murmuró en tono de advertencia. Pero su amigo vociferaba sin escucharle, dispuesto a echar a correr hacia su hermana si ésta no le oía.
—¡Eh, Malena!—gritaba—¡Ey, Male, aquí!
La chica, ya bastante cerca de ellos, se quedó parada al oír a Marcos, como clavada en el suelo. Era ella; a pesar de la oscuridad de la noche ya no había duda.
—¡Malena!
Por un momento pareció que ella fuera a salir corriendo pasando de largo, ignorando a su hermano. Pero finalmente, dudosa, dio un pequeño paso hacia ellos y agachó hacia un lado la cabeza.
—¿Qué le pasa?—murmuró Kido. También él se había percatado de la descoordinada carrera de la chica y de su mirada huidiza. Le buscó los ojos y adivinó un brillo acuoso en ellos, aunque apenas pudo verlos porque ella se obcecaba en girar la cara a medida que se aproximaba.
Marcos, que era el que más cerca de ella estaba, fue el primero que la vio con claridad.
—¡Eh!—gritó, descompensado de pronto—¿Pero qué te ha pasado?
La chica se detuvo a unos pasos del banco donde ellos estaban sentados. Agachó aún más la cabeza y de pronto sus hombros empezaron a agitarse. Al instante comenzó a sollozar sin control; de su nariz y boca brotaba una especie de tocata en fuga de sorbetones que se perseguían unos a otros sin alcanzarse nunca, cada vez más rápido, después de haber estado reprimidos aunque sólo hubiera sido por unos segundos.
A Kido el corazón le dio un salto en el pecho, ¿qué podía llevar a alguien a llorar de esa manera? Observó que la ropa que la chica llevaba estaba sucia, con manchas espurreadas como si algo se hubiera estrellado en ella. ¿Qué demonios había pasado? Sintió una respiración rota a su lado, como un jadeo quebrado, medio reprimido con un apretar de dientes. Se giró y vio a Silver detrás de él, tenso como pocas veces le había visto: la boca de Melenas era una fina línea cincelada en el rostro, los labios tan apretados que habían palidecido, los brazos como dos vigas flanqueando su cuerpo, terminadas en los puños fuertemente cerrados.
—¡MALENA!—Marcos gritaba a pesar de estar a menos de medio metro de distancia-¿Qué ha pasado? ¿¿Qué te pasa??
Prácticamente se estaba echando encima de ella. No, claro. Así ella no podría responder. Ya estaba bastante nerviosa como para sobreponerse a los gritos de Marcos. Kido no se equivocaba al pensar esto: el llanto de Malena creció como un río de aguas turbulentas, de hecho le hubiera impedido hablar aunque ella hubiera querido. Kido sólo la conocía de vista, pero en ese momento sintió por ella una compasión tremenda.
—¿Te han hecho algo?—le voceaba Marcos a su hermana en la cara—MALENA, ¿QUIÉN?
Extendió los brazos y examinó la ropa de ella, apartando de su hombro algo de color naranja. Comprobó con asombro al tocarlo y tirarlo que se trataba de una monda de mandarina.
—¿Pero qué…?
Vaciló unos segundos, tratando de asimilar lo que aquello podía significar.
—Marcos…--Inti abrió por primera vez la boca, pero el aludido no le escuchó.
—¡MALENA!—volvió a gritar, fuera de sus casillas— ¿Qué es esto? ¿Quién te ha…?
La chica se tapó la cara con las manos y gimió. Aquello estaba resultando una verdadera tortura para ella, no cabía duda.
—¡¡Dime!!— Marcos continuaba acorralándola, con la mejor de las intenciones—¡¡Te juro que le arranco la cabeza!!
Kido vio como Melenas se adelantaba. Menos mal, ya era hora de que alguien pusiera un poco de paz. Silver se aproximó a Malena con cautela, como quien se dispone a rozarle la cabeza con los dedos a un cachorro asustado. Apartó ligeramente a Marcos para situarse más cerca de ella, la tocó el brazo y le dijo algo al oído. La chica cerró los ojos y trató de respirar hondo. Kido observó cómo Silver la cogía de la mano y suavemente la llevaba hasta el banco, guiándola para recorrer los pasos que distaban de éste y ayudándola a sentarse.
—Oh, Silver—sollozó por fin Malena en un hilo de voz, una vez se hubo sentado— Silver…
Mantenía la cara oculta entre las manos, como si quisiera ahogar los sollozos que continuaba sin poder controlar. Su cuerpo tenso daba sacudidas, hecho un ovillo.
—Eh…—él se agachó frente a ella, y apartó suavemente las manos para limpiarle la cara con los dedos—¿Qué pasa, pequeña?
—Yo…
Kido se estremeció. Pobre chica. Tenía que estar sintiéndose fatal.
—¡Malena, por favor!—volvió a gritar Marcos, haciendo un aspaviento.
—¡Marcos! ¿Te quieres callar?—Kido no había podido contenerse—ya está bien, ¿no? Déjala.
—¿Qué?—Marcos se había girado y contemplaba a Kido: la voz de éste, súbitamente cabreada, le había dejado atónito.
—La estás aturdiendo, ¿no lo ves?—volvió a increparle éste—no la estás dejando sitio ni para respirar, ¡apártate!
—Puto enano…--farfulló Marcos. Pero debió pensar que Kido tenía algo de razón, porque dio un paso atrás para dejar espacio a su hermana.
—Es igual…—musitó ésta. Había vuelto a colocar las manos contra su cara, incapaz de contener la vergüenza—yo sólo…
Rompió de nuevo a llorar. Parecía destrozada.
—Yo sólo escribí una carta…
—¿Una carta?—murmuró Silver--¿A quién?
Malena tragó saliva y sorbió fuerte por la nariz para tomar aire.
—A un... chico…
—Oh…
—No entiendo nada—masculló Marcos desde el otro extremo del banco. No quería atosigar a su hermana, pero verla en ese estado le estaba literalmente descomponiendo.
—¿Y qué ha pasado?—preguntó Silver en voz baja, sin dejar de mirar a Malena.
—Ha sido… horrible…—sollozó ella.
—¿El qué?
—Insultos, risas… y esto…—la chica explotó de nuevo en sollozos y señaló las manchas que habían dejado los objetos estampándose en su ropa.
—¿Pero quienes?—inquirió Silver.
Malena sacudió la cabeza y cerró con fuerza los ojos.
—Ese chico… y unos amigos suyos.
—Vaya, qué valientes—se le escapó a Kido—podían haber venido hasta aquí, para equilibrar condiciones…
—No—murmuró Marcos. Estaba rígido de rabia, como el hierro candente que ha sobrepasado el color rojo—voy a ir yo a por ellos… Ha sido ahora mismo, ¿no?—le preguntó a Malena, dispuesto de pronto a echar a correr. Ella asintió. Realmente acababa de ocurrir.
—¡Hijos de puta, malditos hijos de puta!—escupió Marcos—se van a cagar… ¿Quién es, Malena?
Silver acarició el dorso de la mano derecha de la chica, quien se obstinaba en seguir tapándose la cara.
—No deberías esconder la cara por esto—musitó—son ellos los que deberían avergonzarse. Tú no has hecho nada malo.
—Malena, por el amor de dios, por favor… ¿Quién es ese capullo?
—Guillermo—soltó ella por fin—Guillermo Tutor.
—¿Guillermo Tutor? ¿El hermano de Carlufos? ¿Ese niñato de mierda? ¿Ese chulo engreído?
Marcos contemplaba a su hermana con los ojos desencajados, incrédulo.
—Sí…
—Oh, le conozco—sonrió Inti de medio lado—Qué ganas le tengo…
—No me lo puedo creer—Marcos negaba con la cabeza—Vamos a por él, venga. Joder, hijo de la gran puta.
Inti se levantó del respaldo del banco donde estaba encaramado.
—Sí, vamos. Seguro que sigue por aquí.
—¿Cuántos eran, Male?—preguntó Silver.
—No lo sé… —repuso ella con la voz temblando—cinco, seis tal vez.
—Qué barbaridad—Kido no podía creerlo. ¿Cinco o seis personas metiéndose con una sola? Jodido mundo de locos—voy con vosotros, Marcos.
—No, ni de coña—le espetó Inti—solo falta que ahora que te acaban de quitar los puntos te aporreen la cabeza. Ya vamos Marcos y yo, podemos de sobra con cinco críos.
—Sí—asintió Marcos, echando a andar hacia el lugar por donde había venido Malena— además ese mierda de Tutor no tiene ni media hostia…
Marcos no tardó en perderse en la oscuridad calle arriba, seguido de cerca por Inti.
—Oye, Kido…—murmuró Silver, separándose un instante de Malena para acercarse a él—escucha… quiero acompañar a Malena a su casa, ¿vale?
El aludido pestañeó un par de veces.
—Sí, claro…
—Lo mejor es que vuelvas a casa. Cuando deje a Malena, si quieres voy a veros.
—Ah, genial, claro. Estupendo.
—Bien…
Kido apretó los labios y sonrió. Le fastidiaba quedarse fuera, pero entendía que Melenas quisiera acompañar a la aterrorizada muchacha a su casa. Sabía que ambos se tenían afecto y había comprobado que con quien ella mejor se comunicaba era con él.
—Bueno, pues me marcho a casa, entonces…
Desde luego, no iba a quedarse solo en aquel banco.
—Vale, Kido. No tardaré mucho.
—Tranquilo… tarda lo que tengas que tardar—respondió éste. Se adelantó un paso hacia Malena, sin querer invadirla, y se despidió de ella con la mano—-Adiós, Malena…
Ella le respondió con un agitar de dedos tembloroso y rápidamente volvió a mirar al suelo. Era evidente que se sentía humillada. Humillada… por haber escrito una carta—estaba claro que relacionada con los sentimientos—a un retrasado emocional. Qué asco daba el mundo a veces, joder. Suspirando, Kido se dio la vuelta y echó a andar hacia su casa, a tan solo un cruce de calle de distancia.
16-Criterio de exclusión
--No les hemos encontrado—resopló Inti, dejándose caer a plomo sobre una silla frente a la mesa de la cocina.
Acababa de llegar a casa; Silver y Kido le miraban expectantes desde que había entrado por la puerta, también acomodados en sendas sillas frente a la mesa.
--¿No?—Silver frunció el ceño—vaya, qué putada…
--Y tanto. No sabes las ganas que tenía de verles… y Marcos ni te cuento. La ha emprendido a hostias con una papelera…
--Qué dices…
--Lo que oyes. La ha arrancado de donde estaba y luego la ha destrozado a patadas.
--Joder…
A Kido le resultó violento sólo imaginar lo que Inti acababa de decir. Menuda mula era Marcos, y eso que sólo le había visto cabreado a un nivel razonable, cuando su equipo de fútbol perdía.
--Oye, y a todo esto…--inquirió Silver, dirigiéndose a Inti--¿Tú sabes donde vive ese cretino de Tutor?
--Sí, claro—repuso éste—Bueno, sé en qué edificio vive, no en qué piso… pero vamos, sabiendo su nombre y apellido eso se puede buscar.
--¿Es que vas a ir a su casa para darle una paliza o qué?—le preguntó Kido a Silver. No era tan descabellado, después de todo; Melenas era capaz de eso y de más.
--Para darle una paliza no—le corrigió el interpelado—para matarlo.
Lo dijo pausadamente, con un tono de voz plano y absolutamente neutral, como si hablara de algo obvio.
--¡Ja! Lo dirás de broma, espero…
Silver apretó los labios y no dijo nada.
--La verdad es que dan ganas—murmuró Inti, sirviéndose un trago de refresco que había sobre la mesa. Eran casi las tres de la madrugada; aún sobraba calimocho pero tras lo ocurrido no había cuerpo para más alcohol. Kido y Silver habían preparado una pequeña re-cena tardía sobre la mesa--aceitunas, patatas fritas y mini bollitos de chocolate-- para “acompañar” a la media botella de refresco sin gas que quedaba en la nevera. Inti arrugó el entrecejo. Puag.
--Ha sido fuerte lo que han hecho, sí—asintió Kido—por más que lo pienso no lo comprendo.
Lo ocurrido le había espantado en un primer momento. El sufrimiento de Malena había sido muy claro, evidente; el stress casi agónico que le atenazaba la garganta, el miedo metido en el cuerpo… por no hablar del dolor psíquico. Si lo que Malena había escrito era una carta de amor, como Kido sospechaba, lo ocurrido aquella noche era una confirmación más de que el mundo estaba al revés. ¿Cómo podía algo tan limpio… tan valiente, también, desencadenar una humillación de ese calibre? ¿Qué coño había en la cabeza de la gente para, a partir de la declaración de un sentimiento, desatar el deseo de reducir y dañar? Le había desconcertado ver aquello. Le había dolido. Kido no era tonto, sabía perfectamente que había personas con mala leche en el mundo, pero lo que le habían hecho esos tíos a Malena no era mala leche, era… ¿qué palabra podría emplear? Y sobre todo, ¿por qué? Sencillamente, no podía entenderlo.
--Malena es de las personas que más me importan—musitó Silver, despacio, como si se le encasquillara cada palabra. Se echó hacia atrás en el respaldo de la silla y se encendió un cigarro. Melenas no solía fumar; a Kido le extrañó que lo hiciera y se preguntó si ese acto sería un indicio de lo alterado que se encontraba. Por fuera, a simple vista, a Silver no se le veía especialmente tenso ni se le notaba nada raro, salvo ese cigarro y un leve temblor en los dedos que lo mantenían sujeto.
Era evidente que Silver sentía algo más que simple cariño por la hermana de Marcos. Marcos y él ya se conocían antes de ir al instituto, por lo cual Malena formaba parte de la vida de Silver desde hacía ya tiempo. Y, curiosamente, Melenas tenía suerte… dentro de un orden. Era un perro callejero con suerte, por decirlo de alguna forma. No tenía hogar—al lugar donde supuestamente vivía no podía llamársele así—pero se rodeaba de buena gente con tendencia a adoptarle. Era curioso también que después de conocer a Marcos, cuya familia era modélica en apariencia al menos, Silver hubiera ido a dar precisamente con Inti y con Kido, quienes tampoco tuvieron hogar hasta que ellos mismos se lo construyeron, tras quedarse huérfanos de golpe. Huérfanos de madre, claro; el padre de Inti llevaba tiempo chupando cárcel.
Era curioso que siendo callejero, solitario y tan abrupto y laberíntico en su forma de ser, Silver hubiera llegado a tener más de un hogar, aunque sólo fuera a modo de refugio transitorio. Desde luego, a Kido no le molestaba que Melenas pasara días y noches en casa; todo lo contrario, le agradaba su compañía. Silver respetaba lo que tenía delante, dejaba espacio sin que hubiera que pedírselo; era muy suyo pero se guardaba sus rarezas para sí, la mayoría de las veces. Y, por su parte, Kido tenía tendencia a querer a las personas a las que consideraba “buena gente”, así que le tenía afecto.
--Malena me importa mucho—continuó Silver—me importa muchísimo.
--Ya se te nota—sonrió Inti de oreja a oreja—pero… es una cría, ¿no?
Silver resopló sonoramente.
--He dicho que me importa, Inti, no que me la quiera follar…
El aludido soltó una carcajada.
--Vale, vale…--dijo—yo no he dicho esa palabra… tiene dos años menos que Kido, por favor…
--Joder—saltó el mencionado--¿Por qué la comparas conmigo?
--¿Qué?
--Di que tiene tres menos que Silver o tú y ya está, ¿por qué me pones a mí de ejemplo para decir que ella es una cría?
--Ja,ja,ja…--rio Inti--¡No pretendía que te picaras!
--Tiene razón—sonrió Silver—le has puesto de referencia…
--Pero bueno, ahora en serio—Inti se volvió hacia Melenas para hablarle a él directamente—Vale que te importa y todo eso, pero ¿qué vas a hacer? ¿Por qué me has preguntado dónde vive el gilipollas éste?
Silver cruzó los brazos sobre la mesa y desvió la mirada.
--Nada…--murmuró—simplemente quería saberlo.
--Ya. Silver, escucha—Inti se aclaró la voz y se acercó más a él—no hagas ninguna locura, no merece la pena.
--Me dirás qué edificio es, ¿verdad?—respondió el aludido.
--No, no me estás haciendo caso…
Silver chasqueó la lengua con incomodidad.
--A ver, no tengo pensado hacer ninguna locura. Pero me dirás donde vive, Inti, eso tienes que decírmelo.
Inti observaba a Silver tratando de desentrañar la expresión pétrea de sus rasgos.
--A ver, no te digo que lo dejes correr…--comenzó a decirle.
--Exacto—le cortó Silver—lo que ha pasado no puede quedar así. Es eso exactamente. El tiempo pondrá en su sitio a esos hijos de puta, seguro, pero entre tanto, yo lo haré.
Tras esta última frase lapidaria, Inti asintió.
--Entiendo—dijo—a mí también me parecen unos mamones. Pero no te conviene hacer ninguna locura, Sil.
--Descuida—respondió éste secamente—sé perfectamente lo que hago y dónde está el límite.
--Bueno… a mí esos tíos me la traen floja, yo lo digo por ti. No quiero que tengas problemas.
--Tranquilo…--Silver sonrió por primera vez desde que había entrado Inti, y lo hizo apretando los dientes—correré riesgos asumibles, nada más.
Guardaron silencio durante unos instantes.
--Ah, una cosa, Inti… --recordó de pronto Kido—este fin de semana tengo planes. Voy a salir de viaje.
No le había dicho nada a su hermano aún de lo acordado con Ballesta, y cuando cayó en la cuenta pensó que quizá vendría bien sacar el tema para desviar durante un momento la conversación. El ambiente se había ido cargando y comenzaba a notar una tensión casi palpable flotando en el aire.
--¿De viaje?—Inti miró a Kido, sorprendido--¿Cómo que de viaje?
--Pues de viaje, Inti…
--Pero ¿adónde?
Vaya. Eso iba a ser más complicado de explicar.
--No lo sé—dijo Kido tras cavilar unos segundos, encogiéndose de hombros.
--¿Pero tú eres gilipollas o qué?—barbotó Inti--¿cómo que no lo sabes?
Kido se echó a reír.
--A ver, imbécil… es una sorpresa…
Silver elevó una ceja, súbitamente interesado.
--¿Van a darte una sorpresa?—inquirió.
--Sí—asintió Kido.
--Uy, uy, uy…--Melenas frunció el ceño y puso cara de investigador privado--¿Quién, si puede saberse?—preguntó con una sonrisa insinuante.
--Eso—graznó Inti--¿Quién?
Oh, joder. Kido no había contado con que tendría que explicarlo. No tenía sentido mentir, evidentemente; además ¿por qué iba a mentir, demonios?
--Ballesta—dijo, elevando el tono de voz sensiblemente, casi con orgullo. Silver dio un salto en la silla como si le hubieran pinchado.
--¿Ballesta?—preguntó con incredulidad--¿Qué Ballesta?
--Pffff…—resopló Inti—El profesor.
--¿El profesor?—Silver seguía con ojos abiertos de par en par, la cara desencajada--¿El Loco?
--No le llames así—gruño Kido. Ballesta estaba loco, sí, pero no en el sentido que Silver e Inti pensaban.
--¿Te vas de viaje con El Loco?
--No sales de tu asombro, eh…--se carcajeó Inti, dándole un codazo a Silver—Sí, tío. Ya sé que parece una broma de cámara oculta…
--Pero bueno, qué pasa—Kido habló calmadamente. No tenía ganas ni energías para enfadarse, incluso aunque percibía que le estaban faltando al respeto--¿qué hay de malo en que vaya con él?
--No, no—se apresuró a decir Silver—perdona. No, malo no. Es que… era la última persona que podía esperar que me dijeras…
--¿Por qué?
--Joder. Pues no sé… porque está loco, porque es tu profesor… pensé que te irías con una chica, o con algún colega. --Él es un colega—replicó Kido—Bueno, un amigo.
--Entiendo…
Pareció que Inti fuera a decir algo y, por si acaso, Kido le taladró con una mirada del tipo “muérdete la lengua”.. --Saldré el viernes por la tarde—continuó Kido—vendrá a recogerme a las siete. Supongo que podré llamarte al llegar, Inti, y entonces te podré decir dónde estoy. Sonrió. Su hermano se comportaba como una auténtica madre preocupada en ese tipo de situaciones como viajes de última hora, era preferible anticiparse a la reacción que a buen seguro tendría. En el fondo, Kido podía entender esos arranques de proteccionismo; respetaba profundamente la idea de lo que era una madre, así que de alguna manera los valoraba. Aunque, por otro lado, no le hacía nada de gracia que Inti tratara de asumir ese papel.
--Ya… bueno—replicó Inti, de pronto desconcertado. La promesa de la llamada había funcionado, había neutralizado por un instante su afán. Había dejado a Inti sin réplica por un momento, lo que le permitía a Kido una reafirmación a modo de “feed-back”.
--Pues eso—concluyó—saldré el viernes por la tarde, y cuando llegue a donde quiera que sea te llamaré. Supongo que será un viaje de interés científico—añadió. En realidad lo pensaba—a contemplar estrellas o algo de eso…
--Oh, eso suena romántico—sonrió Silver. Y a continuación, para desgracia de Kido, le hizo una pregunta directa como un venablo—Pero, Kido, ¿vosotros tenéis algo?
--¿Qué? El interpelado retrocedió en la silla. Por un momento no supo qué decir. Maldijo cuando se dio cuenta de que había enrojecido violentamente: sentía las orejas ardiendo, seguro que se le notaba. Escuchó lo que parecía una risita solapada procedente de Inti y frunció el ceño.
--Ballesta y tú—murmuró Silver--¿Tenéis algo?
--¿Algo como qué?
--Se lo folla—cortó Inti—ya está. "También se folla a la vecina del quinto", le hubiera gustado decir, pero en el último momento se contuvo.
--¡Inti!--Kido dio un golpe en la mesa y se levantó de la silla.
--¿Qué más da que lo sepa Silver, Kido?, te he ahorrado el trago de explicarlo…
--¿Pero tú eres imbécil o qué te pasa?
Kido gritaba, contemplando a su hermano fijamente, echando fuego por los ojos.
--Interesante—sonrió Silver—nunca lo hubiera imaginado…
--Ya—musitó Inti—yo tampoco…
--No sabía que eras gay, Kido…
--No lo soy—respondió el aludido. Se desplomó sobre la silla, desinflado de pronto.
--No tiene nada de malo…
--Ya lo sé, joder.
--No tienes que defenderte…
Kido respiró hondo y contó hasta diez. Joder, hacía tiempo que nadie le tocaba tanto los cojones. Trató de pensar con frialdad cómo estructurar su respuesta y qué palabras emplearía para contestar.
--Voy a explicar una cosa, y solo lo voy a hacer una vez—dijo, despacio—no volveré a hablar de esto. Es mi vida privada.
--Claro…
--Me he dado cuenta de que si una persona me gusta no me importa su género— continuó—ni su edad. Eso es lo que pasa.
En cierto sentido, verbalizar aquello le ayudó. Utilizar palabras acotaba las ideas, y había palabras que sólo surgían durante la comunicación con otros. Kido había estado muy confuso, pero le parecía que poco a poco iba subiendo escalones, comprendiendo cosas, tanteando entre tinieblas. A aquellas alturas tenía claro que el género de una persona no podía representar un criterio de exclusión. Se alegró de ser capaz de sentir eso, ya que entendió que, de esa forma, las posibilidades de ser feliz y los buenos momentos se duplicaban.
Ser feliz. Buenos momentos. Atracción, ilusión, pasión. Placer. Era tan simple todo, y a la vez significaba tanto…
Silver e Inti se miraron por un instante y luego volvieron a poner los ojos en Kido.
--Eso es algo muy inteligente…--aventuró Melenas.
--Bueno. Eso es lo que pasa—reiteró Kido-- No voy a hablar más de ello. Saldré el viernes por la tarde, Inti, ¿te parece bien?
--Sí…--repuso éste—vale…
Acababa de llegar a casa; Silver y Kido le miraban expectantes desde que había entrado por la puerta, también acomodados en sendas sillas frente a la mesa.
--¿No?—Silver frunció el ceño—vaya, qué putada…
--Y tanto. No sabes las ganas que tenía de verles… y Marcos ni te cuento. La ha emprendido a hostias con una papelera…
--Qué dices…
--Lo que oyes. La ha arrancado de donde estaba y luego la ha destrozado a patadas.
--Joder…
A Kido le resultó violento sólo imaginar lo que Inti acababa de decir. Menuda mula era Marcos, y eso que sólo le había visto cabreado a un nivel razonable, cuando su equipo de fútbol perdía.
--Oye, y a todo esto…--inquirió Silver, dirigiéndose a Inti--¿Tú sabes donde vive ese cretino de Tutor?
--Sí, claro—repuso éste—Bueno, sé en qué edificio vive, no en qué piso… pero vamos, sabiendo su nombre y apellido eso se puede buscar.
--¿Es que vas a ir a su casa para darle una paliza o qué?—le preguntó Kido a Silver. No era tan descabellado, después de todo; Melenas era capaz de eso y de más.
--Para darle una paliza no—le corrigió el interpelado—para matarlo.
Lo dijo pausadamente, con un tono de voz plano y absolutamente neutral, como si hablara de algo obvio.
--¡Ja! Lo dirás de broma, espero…
Silver apretó los labios y no dijo nada.
--La verdad es que dan ganas—murmuró Inti, sirviéndose un trago de refresco que había sobre la mesa. Eran casi las tres de la madrugada; aún sobraba calimocho pero tras lo ocurrido no había cuerpo para más alcohol. Kido y Silver habían preparado una pequeña re-cena tardía sobre la mesa--aceitunas, patatas fritas y mini bollitos de chocolate-- para “acompañar” a la media botella de refresco sin gas que quedaba en la nevera. Inti arrugó el entrecejo. Puag.
--Ha sido fuerte lo que han hecho, sí—asintió Kido—por más que lo pienso no lo comprendo.
Lo ocurrido le había espantado en un primer momento. El sufrimiento de Malena había sido muy claro, evidente; el stress casi agónico que le atenazaba la garganta, el miedo metido en el cuerpo… por no hablar del dolor psíquico. Si lo que Malena había escrito era una carta de amor, como Kido sospechaba, lo ocurrido aquella noche era una confirmación más de que el mundo estaba al revés. ¿Cómo podía algo tan limpio… tan valiente, también, desencadenar una humillación de ese calibre? ¿Qué coño había en la cabeza de la gente para, a partir de la declaración de un sentimiento, desatar el deseo de reducir y dañar? Le había desconcertado ver aquello. Le había dolido. Kido no era tonto, sabía perfectamente que había personas con mala leche en el mundo, pero lo que le habían hecho esos tíos a Malena no era mala leche, era… ¿qué palabra podría emplear? Y sobre todo, ¿por qué? Sencillamente, no podía entenderlo.
--Malena es de las personas que más me importan—musitó Silver, despacio, como si se le encasquillara cada palabra. Se echó hacia atrás en el respaldo de la silla y se encendió un cigarro. Melenas no solía fumar; a Kido le extrañó que lo hiciera y se preguntó si ese acto sería un indicio de lo alterado que se encontraba. Por fuera, a simple vista, a Silver no se le veía especialmente tenso ni se le notaba nada raro, salvo ese cigarro y un leve temblor en los dedos que lo mantenían sujeto.
Era evidente que Silver sentía algo más que simple cariño por la hermana de Marcos. Marcos y él ya se conocían antes de ir al instituto, por lo cual Malena formaba parte de la vida de Silver desde hacía ya tiempo. Y, curiosamente, Melenas tenía suerte… dentro de un orden. Era un perro callejero con suerte, por decirlo de alguna forma. No tenía hogar—al lugar donde supuestamente vivía no podía llamársele así—pero se rodeaba de buena gente con tendencia a adoptarle. Era curioso también que después de conocer a Marcos, cuya familia era modélica en apariencia al menos, Silver hubiera ido a dar precisamente con Inti y con Kido, quienes tampoco tuvieron hogar hasta que ellos mismos se lo construyeron, tras quedarse huérfanos de golpe. Huérfanos de madre, claro; el padre de Inti llevaba tiempo chupando cárcel.
Era curioso que siendo callejero, solitario y tan abrupto y laberíntico en su forma de ser, Silver hubiera llegado a tener más de un hogar, aunque sólo fuera a modo de refugio transitorio. Desde luego, a Kido no le molestaba que Melenas pasara días y noches en casa; todo lo contrario, le agradaba su compañía. Silver respetaba lo que tenía delante, dejaba espacio sin que hubiera que pedírselo; era muy suyo pero se guardaba sus rarezas para sí, la mayoría de las veces. Y, por su parte, Kido tenía tendencia a querer a las personas a las que consideraba “buena gente”, así que le tenía afecto.
--Malena me importa mucho—continuó Silver—me importa muchísimo.
--Ya se te nota—sonrió Inti de oreja a oreja—pero… es una cría, ¿no?
Silver resopló sonoramente.
--He dicho que me importa, Inti, no que me la quiera follar…
El aludido soltó una carcajada.
--Vale, vale…--dijo—yo no he dicho esa palabra… tiene dos años menos que Kido, por favor…
--Joder—saltó el mencionado--¿Por qué la comparas conmigo?
--¿Qué?
--Di que tiene tres menos que Silver o tú y ya está, ¿por qué me pones a mí de ejemplo para decir que ella es una cría?
--Ja,ja,ja…--rio Inti--¡No pretendía que te picaras!
--Tiene razón—sonrió Silver—le has puesto de referencia…
--Pero bueno, ahora en serio—Inti se volvió hacia Melenas para hablarle a él directamente—Vale que te importa y todo eso, pero ¿qué vas a hacer? ¿Por qué me has preguntado dónde vive el gilipollas éste?
Silver cruzó los brazos sobre la mesa y desvió la mirada.
--Nada…--murmuró—simplemente quería saberlo.
--Ya. Silver, escucha—Inti se aclaró la voz y se acercó más a él—no hagas ninguna locura, no merece la pena.
--Me dirás qué edificio es, ¿verdad?—respondió el aludido.
--No, no me estás haciendo caso…
Silver chasqueó la lengua con incomodidad.
--A ver, no tengo pensado hacer ninguna locura. Pero me dirás donde vive, Inti, eso tienes que decírmelo.
Inti observaba a Silver tratando de desentrañar la expresión pétrea de sus rasgos.
--A ver, no te digo que lo dejes correr…--comenzó a decirle.
--Exacto—le cortó Silver—lo que ha pasado no puede quedar así. Es eso exactamente. El tiempo pondrá en su sitio a esos hijos de puta, seguro, pero entre tanto, yo lo haré.
Tras esta última frase lapidaria, Inti asintió.
--Entiendo—dijo—a mí también me parecen unos mamones. Pero no te conviene hacer ninguna locura, Sil.
--Descuida—respondió éste secamente—sé perfectamente lo que hago y dónde está el límite.
--Bueno… a mí esos tíos me la traen floja, yo lo digo por ti. No quiero que tengas problemas.
--Tranquilo…--Silver sonrió por primera vez desde que había entrado Inti, y lo hizo apretando los dientes—correré riesgos asumibles, nada más.
Guardaron silencio durante unos instantes.
--Ah, una cosa, Inti… --recordó de pronto Kido—este fin de semana tengo planes. Voy a salir de viaje.
No le había dicho nada a su hermano aún de lo acordado con Ballesta, y cuando cayó en la cuenta pensó que quizá vendría bien sacar el tema para desviar durante un momento la conversación. El ambiente se había ido cargando y comenzaba a notar una tensión casi palpable flotando en el aire.
--¿De viaje?—Inti miró a Kido, sorprendido--¿Cómo que de viaje?
--Pues de viaje, Inti…
--Pero ¿adónde?
Vaya. Eso iba a ser más complicado de explicar.
--No lo sé—dijo Kido tras cavilar unos segundos, encogiéndose de hombros.
--¿Pero tú eres gilipollas o qué?—barbotó Inti--¿cómo que no lo sabes?
Kido se echó a reír.
--A ver, imbécil… es una sorpresa…
Silver elevó una ceja, súbitamente interesado.
--¿Van a darte una sorpresa?—inquirió.
--Sí—asintió Kido.
--Uy, uy, uy…--Melenas frunció el ceño y puso cara de investigador privado--¿Quién, si puede saberse?—preguntó con una sonrisa insinuante.
--Eso—graznó Inti--¿Quién?
Oh, joder. Kido no había contado con que tendría que explicarlo. No tenía sentido mentir, evidentemente; además ¿por qué iba a mentir, demonios?
--Ballesta—dijo, elevando el tono de voz sensiblemente, casi con orgullo. Silver dio un salto en la silla como si le hubieran pinchado.
--¿Ballesta?—preguntó con incredulidad--¿Qué Ballesta?
--Pffff…—resopló Inti—El profesor.
--¿El profesor?—Silver seguía con ojos abiertos de par en par, la cara desencajada--¿El Loco?
--No le llames así—gruño Kido. Ballesta estaba loco, sí, pero no en el sentido que Silver e Inti pensaban.
--¿Te vas de viaje con El Loco?
--No sales de tu asombro, eh…--se carcajeó Inti, dándole un codazo a Silver—Sí, tío. Ya sé que parece una broma de cámara oculta…
--Pero bueno, qué pasa—Kido habló calmadamente. No tenía ganas ni energías para enfadarse, incluso aunque percibía que le estaban faltando al respeto--¿qué hay de malo en que vaya con él?
--No, no—se apresuró a decir Silver—perdona. No, malo no. Es que… era la última persona que podía esperar que me dijeras…
--¿Por qué?
--Joder. Pues no sé… porque está loco, porque es tu profesor… pensé que te irías con una chica, o con algún colega. --Él es un colega—replicó Kido—Bueno, un amigo.
--Entiendo…
Pareció que Inti fuera a decir algo y, por si acaso, Kido le taladró con una mirada del tipo “muérdete la lengua”.. --Saldré el viernes por la tarde—continuó Kido—vendrá a recogerme a las siete. Supongo que podré llamarte al llegar, Inti, y entonces te podré decir dónde estoy. Sonrió. Su hermano se comportaba como una auténtica madre preocupada en ese tipo de situaciones como viajes de última hora, era preferible anticiparse a la reacción que a buen seguro tendría. En el fondo, Kido podía entender esos arranques de proteccionismo; respetaba profundamente la idea de lo que era una madre, así que de alguna manera los valoraba. Aunque, por otro lado, no le hacía nada de gracia que Inti tratara de asumir ese papel.
--Ya… bueno—replicó Inti, de pronto desconcertado. La promesa de la llamada había funcionado, había neutralizado por un instante su afán. Había dejado a Inti sin réplica por un momento, lo que le permitía a Kido una reafirmación a modo de “feed-back”.
--Pues eso—concluyó—saldré el viernes por la tarde, y cuando llegue a donde quiera que sea te llamaré. Supongo que será un viaje de interés científico—añadió. En realidad lo pensaba—a contemplar estrellas o algo de eso…
--Oh, eso suena romántico—sonrió Silver. Y a continuación, para desgracia de Kido, le hizo una pregunta directa como un venablo—Pero, Kido, ¿vosotros tenéis algo?
--¿Qué? El interpelado retrocedió en la silla. Por un momento no supo qué decir. Maldijo cuando se dio cuenta de que había enrojecido violentamente: sentía las orejas ardiendo, seguro que se le notaba. Escuchó lo que parecía una risita solapada procedente de Inti y frunció el ceño.
--Ballesta y tú—murmuró Silver--¿Tenéis algo?
--¿Algo como qué?
--Se lo folla—cortó Inti—ya está. "También se folla a la vecina del quinto", le hubiera gustado decir, pero en el último momento se contuvo.
--¡Inti!--Kido dio un golpe en la mesa y se levantó de la silla.
--¿Qué más da que lo sepa Silver, Kido?, te he ahorrado el trago de explicarlo…
--¿Pero tú eres imbécil o qué te pasa?
Kido gritaba, contemplando a su hermano fijamente, echando fuego por los ojos.
--Interesante—sonrió Silver—nunca lo hubiera imaginado…
--Ya—musitó Inti—yo tampoco…
--No sabía que eras gay, Kido…
--No lo soy—respondió el aludido. Se desplomó sobre la silla, desinflado de pronto.
--No tiene nada de malo…
--Ya lo sé, joder.
--No tienes que defenderte…
Kido respiró hondo y contó hasta diez. Joder, hacía tiempo que nadie le tocaba tanto los cojones. Trató de pensar con frialdad cómo estructurar su respuesta y qué palabras emplearía para contestar.
--Voy a explicar una cosa, y solo lo voy a hacer una vez—dijo, despacio—no volveré a hablar de esto. Es mi vida privada.
--Claro…
--Me he dado cuenta de que si una persona me gusta no me importa su género— continuó—ni su edad. Eso es lo que pasa.
En cierto sentido, verbalizar aquello le ayudó. Utilizar palabras acotaba las ideas, y había palabras que sólo surgían durante la comunicación con otros. Kido había estado muy confuso, pero le parecía que poco a poco iba subiendo escalones, comprendiendo cosas, tanteando entre tinieblas. A aquellas alturas tenía claro que el género de una persona no podía representar un criterio de exclusión. Se alegró de ser capaz de sentir eso, ya que entendió que, de esa forma, las posibilidades de ser feliz y los buenos momentos se duplicaban.
Ser feliz. Buenos momentos. Atracción, ilusión, pasión. Placer. Era tan simple todo, y a la vez significaba tanto…
Silver e Inti se miraron por un instante y luego volvieron a poner los ojos en Kido.
--Eso es algo muy inteligente…--aventuró Melenas.
--Bueno. Eso es lo que pasa—reiteró Kido-- No voy a hablar más de ello. Saldré el viernes por la tarde, Inti, ¿te parece bien?
--Sí…--repuso éste—vale…
17-Volando
A las seis y cincuenta de la tarde, diez minutos antes de lo acordado, sonó el timbre de la puerta de la casa de Kido. Éste, que esperaba en el recibidor ya preparado desde hacía quince minutos, accionó el pomo con mano temblorosa y abrió.
Al final había llegado el día; el día de la ilusión y la incertidumbre, el día en que Kido había intentado no pensar durante toda la semana sin conseguirlo. Su mente se debatía entre dos sentimientos contrarios; si eran contrarios, sólo uno podía ser auténtico, ¿no? En tal caso, Kido no era capaz de razonar cuál.
Por un lado tenía ganas de ver al profesor de nuevo—de verle y de sentirle cerca, de besarle, tocarle, escucharle…—, ganas irracionales y casi podría decir que instintivas; por otro lado tenía miedo: estaba a punto de hacer una especie de locura, algo que por fin rompería su monótona vida, y no tenía ni idea de qué iba a pasar, ni de cómo se iba a sentir.
Realmente, desde hacía tiempo, Kido tenía la fantasía de escapar; no para siempre, claro que no, pero sí durante cierto tiempo. A veces sentía que le faltaba aire, libertad para cosas necesarias que quería hacer por sí mismo. Había soñado muchas veces con volar —no había palabra más adecuada, ni él mismo sabía hasta qué punto-, pero nunca se le hubiera ocurrido que la oportunidad de hacerlo sería así, y vendría de la mano nada menos que de su profesor de física. De su impredecible, imbécil, creído y prepotente profesor de física, a quien a pesar de todo estaba comenzando a querer.
¿Se sentía bien? Sí, por supuesto, apasionado y bullente como nunca. ¿Se sentía “mal”? sí. También. Sentía el mismo nudo en el estómago que cuando, en la montaña rusa, el vagón donde iba quedaba suspendido en la cumbre más alta, a un instante de caer.
--Señor Katai…
¡Crack! Arrancón metálico de tuercas. A punto de caer…
Ballesta sonrió en el umbral. Había cambiado su traje y corbata habituales por una sencilla camisa de corte informal y unos vaqueros azul oscuro. Estaba guapo vestido así, el cabrón; era de esas personas que parecía tener una elegancia innata. Al verle ahí, parado en la puerta sujetando una pequeña mochila negra, Kido se quedó por un momento sin habla y tuvo que desviar los ojos, víctima de un auténtico deslumbramiento.
--Hola…--saludó, dubitativo. Una vez más, no sabía bien cómo dirigirse al profesor.
--¿Todo listo?—preguntó éste.
--Todo listo.
--Bien…--asintió Ballesta, sonriendo como un niño embelesado-- tengo el coche abajo.
Kido ya se había despedido de su hermano y de Taylor. Sin querer dilatar más la espera, cruzó la puerta y salió hacia las escaleras, seguido de cerca por el profesor.
El coche de Ballesta, un vehículo bastante cochambroso cuya carrocería oxidada se había comenzado a descascarillar, esperaba aparcado a unos metros del edificio.
--¿Lleva todo lo que le indiqué?—preguntó el profesor, una vez se sentó al volante.
--Sí—afirmó Kido. Lo había repasado varias veces incluso: la cinta, el walkman, la mochila, nada de botes…
--¿Y recuerda las frases que le pedí que memorizara?
El interpelado asintió.
--Escuchar—citó-- no acercarse de frente ni por detrás (no sé a qué o a quién), no hacer ruido, no tocar…
--Vale, vale… no hace falta que siga.
--¿Qué significan esas indicaciones, por cierto? ¿A qué se refieren?
El profesor sonrió y le miró por el rabillo del ojo.
--Si se lo dijera, señor Katai, arruinaría la sorpresa… me alegra que haya tenido interés en aprendérselas, en cualquier caso.
Satisfecho, alargó la mano hacia la guantera y para sorpresa de Kido sacó un antifaz de color negro, como esos que reparten en los aviones. Se giró hacia el asiento del copiloto y le lanzó a su ocupante una mirada cargada de intenciones ocultas.
--Guarde esto, por favor—dijo al tiempo que le tendía el antifaz.
Kido miró el objeto sin querer tocarlo, arrugando la nariz como si se tratara de algo repugnante.
--¿Para qué es?—preguntó.
El profesor sonrió enigmáticamente.
--Para ponérselo en los ojos, señor Katai.
--¿Y qué pretende con ello?
Ballesta dejó el antifaz sobre las rodillas de Kido, giró la llave de contacto y arrancó el motor.
--Que no pueda ver, evidentemente—dijo, agarrándose al asiento del copiloto para mirar hacia atrás por encima de su brazo y sacar el coche de culo--¿Qué si no?
--Ya…
--Es una sorpresa, ¿no lo entiende?—rió el profesor entre dientes—aún no tiene que ponérselo, ya le avisaré cuando llegue el momento.
Kido se guardó el antifaz en el bolsillo sin estar muy convencido. Se ajustó el cinturón de seguridad y a continuación se arrellanó en su asiento con gesto de resignación.
--Tampoco va a decirme adónde vamos, claro…--masculló.
Ballesta asintió con firmeza mientras se incorporaba a la circulación.
--Eso sí. No tendría sentido que no se lo dijera: vamos al aeropuerto.
--Oh…
Era una posibilidad como cualquier otra, estaba claro. Se iban de viaje. Sin embargo, Kido sintió un enjambre de mariposas furiosas en su estómago cuando supo que iba a volar. No era una mala sensación: lo malo era seguir aún sentado en el coche ahora que lo sabía; le parecía que desde su casa hasta el aeropuerto tardarían una eternidad, y de pronto no se sentía capaz de estarse quieto.
--¿Le da miedo volar, señor Katai?—inquirió Ballesta con súbita aprensión.
--No, no…--se apresuró a responder Kido—en absoluto.
--Tomaremos un avión—continuó el profesor—usted no sabrá cuál, ahí viene la sorpresa.
--Entiendo.
--Si le dijera el destino de ese avión, tal vez usted, con esa inteligencia retorcida que tiene, deduciría para qué le llevo allí… no debo subestimarle, ¿comprende?
Kido rio. En verdad se sentía a gusto con el profesor, ahora que se había acostumbrado a sus fintas. Después de haber compartido cama—o sofá-- y piel con él, lo que antes era una amenaza ahora era un juego de niños, un juego que se le antojaba flagrante y torpe, de hecho.
Incluso pasaba por alto el antifaz y otras rarezas, ¿es que acaso le gustaba que Halley le sorprendiera así, una vez tras otra? Se daba cuenta de que le gustaba la mente afilada del profesor, capaz de tener una respuesta inmediata en la recámara a cada momento. Algo en esas esquirlas de metralla que lanzaba al hablar le enternecía, después de haberle visto llorar. Ballesta actuaba como si se sintiera superior a otras personas, pero Kido había percibido la gran mentira y el despropósito en sus ojos hacía algunas noches, había visto la verdad. Comprendía y respetaba que el profesor quisiera —necesitara, tal vez— ponerse un disfraz, y no le importaba en absoluto porque, después de todo, eso no era más que un juego. Un juego particular y un poco raro, pero quizá, acceder a las entretelas de ese telón de fondo fuera la única manera de tocar al profesor. De tocarle… de la forma en la que Kido deseaba hacerlo.
--Vale. Y eso que se escucha en la cinta, esos sonidos… ¿Qué son?
Circulaban con fluidez, la carretera estaba despejada a aquella ahora en ese sentido. El motor del coche cochambroso rugía, y no se sentía como la seda precisamente, pero respondía a la velocidad imprimida por el profesor sin rechistar.
--Me sorprende que no le resulten familiares, señor Katai; pensé que los habría oído alguna vez…
Kido reflexionó unos segundos. No, claramente no. Había escuchado la cinta varias veces: esos sonidos no se parecían a nada que él… excepto…
Justo en ese momento pensó algo, pero lo desechó rápidamente por parecerle una gilipollez. Por la misma razón mantuvo la boca cerrada, no quería meter la pata y dar al traste con la sorpresa si decía algo improcedente.
--El caso es que algo en ellos me resulta… pero bueno, si los he oído antes no lo recuerdo— le dijo al profesor.
--En fin—se sonrió él—casi es mejor que no lo sepa. Más intriga añadida, ¿no cree?
Kido sonrió levemente y extendió la mano hacia la pierna de Halley. Lo hizo con un gesto distraído, sin mirarle, aunque el movimiento estaba extremadamente calculado. El profesor se tensó cuando sintió los dedos del chico sobre su muslo, pero no dijo nada. Fijó los ojos en la carretera y continuó conduciendo, al menos sin dar muestras de que aquello le molestara. Con los ojos fijos en el cristal del salpicadero, Kido comenzó a acariciar la rodilla del profesor con las puntas de los dedos.
--Muchas gracias…--murmuró, obcecado en mirar al frente.
--No tiene que darlas—respondió Ballesta inmediatamente.
--Claro que sí. Gracias por este viaje, por haberlo organizado y todo eso.
--¡Ja! Debería esperar a ver la sorpresa, antes de darme las gracias por ella…
--¡No!—Kido apartó la mano del muslo del profesor y le dio un empujón suave a su pierna—ha pensado en mí. A eso me refiero.
--A eso se refiere…--gruñó Ballesta—cállese ya.
--¡No le gusta que le den las gracias!
Kido rió y volvió a empujar la pierna del profesor con el puño, esta vez con más ahínco. Éste se hizo a un lado y protestó.
--No sé de donde se saca eso, señor Katai. Soy un borde sin más, no le dé más vueltas— replicó--¿Siempre se empeña en ver motivos y razones en todo lo que hace la gente?
--Vale, lo que tú digas, Halley. Desisto.
Kido le llamó de tú y se apoltronó en el asiento, mirándole triunfante: se había quedado más ancho que largo. El profesor se mordió los labios y reprimió una carcajada, sin dejar de mirar al frente.
--Estoy harto, voy a llamarte de tu. Si te molesta, te aguantas.
--Oh, de acuerdo… haga lo que quiera. Ballesta volvió a morderse los labios y resopló.
--Es que si no, me voy a volver loco.
--Claro… yo prefiero seguir llamándole de usted, si no le importa…
Ya. Fuera de la cama, claro.
--Como quiera—respondió Kido—en eso no puedo hacer nada.
Jodido loco. Pero le encantaba, lo tenía que admitir. Le gustaba que le descolocara. De pronto, sintió ganas de volver a arrancarle de la garganta su nombre otra vez--“Kido”—, entre bocanadas de ansiedad. Pronunciado por Halley, salido de sus labios, su nombre había sonado diferente la otra noche, desnudos en el sofá. De golpe, Kido se sintió excitado. Ballesta también lo estaba, podía notarlo; algo le había encendido bruscamente, aunque no sabía qué.
--No tiene que dar las gracias, ahora en serio—le dijo el profesor.
Alargó una mano vacilante y estrechó por un segundo los dedos de Kido, que habían vuelto a colocarse sobre su pierna—-lo he hecho encantado. Gracias a usted por haber accedido a venir.
--Es un placer.
Kido dijo esto casi para el cuello de su camiseta, en un tono de voz tan bajo que no supo si Halley le oyó. El profesor no hizo comentario alguno, desde luego; al contrario, sacó un tema banal de conversación, quizá para desviar la atención a otros derroteros. Continuaron hablando de cosas sin importancia durante el resto del viaje en coche, cruzando alguna mirada de vez en cuando, hasta que llegaron al aeropuerto. La noche caía cuando estacionaron por fin en un hueco glorioso del gigantesco parking. Al bajar del vehículo, Ballesta le abrió la puerta a Kido y le ofreció el brazo, como una especie de esposo bien avenido.
--En breve va a tener que ponerse el antifaz—le dijo—más vale que se vaya acostumbrando a que le guíe.
Salieron del parking por una puerta lateral que daba al exterior y echaron a andar hacia el edificio de la terminal, donde se observaba un constante ir y venir de gente en pequeños y grandes grupos, empujando carritos y maletas.
--No vamos a facturar—continuó explicándole Ballesta—y cuando nos acerquemos a la puerta de embarque tendré que colocarle los auriculares. No quisiera que escuchara nada relativo al vuelo, los tiene a mano, ¿verdad?
--Sí…
Kido buscó un momento en la mochila que llevaba y sacó su walkman. Dentro del cacharro aún estaba la cinta que le había grabado el profesor; no había vuelto a poner nada distinto desde la última vez que la escuchó. Se lo mostró a Ballesta.
--Estupendo… vamos, entonces.
Viendo que Kido no hacía ademán de tomar su brazo, Ballesta le agarró por el codo y tiró de él.
--Aún no estoy ciego, Halley…--protestó este.
--Da igual—respondió el profesor, avanzando a grandes zancadas.
--Vale…
Era inútil intentar oponerse a su voluntad de buena manera.
En el enorme vestíbulo del aeropuerto, el profesor avanzó sobre el suelo encerado hacia un gigantesco panel, con Kido a la zaga.
--Bien…--murmuró consultando el panel—no parece que haya ninguna incidencia, todo sigue según lo esperado. Me temo, señor Katai, que es hora de tapar sus bonitos ojos…
Vaya por dios. Kido suspiró. No le hacía ninguna gracia ponerse el antifaz, no porque no confiara en Ballesta—en ese aspecto se fiaba de él-, sino por el hecho de perder un sentido de golpe, precisamente el sentido del que más se depende.
Como no podía ser de otra manera, le sobrevino una sensación de desarraigo muy molesta cuando se colocó el antifaz. Los sonidos que le rodeaban se magnificaron y parecieron de pronto proceder de todos sitios, aturdiéndole, casi golpeándole. Se removió confundido, sin querer dar un paso pues de golpe había perdido la noción de donde estaba, e inmediatamente sintió los dedos de Halley cerrándose de nuevo en torno a su brazo.
--Tranquilo…--el profesor tiró suavemente de él—simplemente siga andando, no le pasará nada.
Kido agarró con firmeza la muñeca del profesor, y así enlazados continuaron moviéndose despacio por el aeropuerto.
--Con tantos controles que hay aquí, no creo que pase desapercibido que un tío lleve a otro con un antifaz puesto, prácticamente arrastrándolo…—rezongó Kido en voz baja, cerca de donde suponía que estaba el rostro de Halley. Le parecía que podía sentir los olores con más claridad desde que llevaba los ojos tapados, así que también podía guiarse por ellos.
--No se preocupe, lo tengo todo pensado… cuando tengamos que pasar un control, le avisaré.
Atravesar los controles fue mucho más rápido y fácil de lo que Kido imaginó. Apenas llevaban bultos, y Halley, haciendo gala de una inusitada sencillez, tan solo explicó la verdad cuando un hombre—Kido supuso que sería un trabajador de seguridad del aeropuerto, o quizá un policía—le preguntó algo acerca del antifaz. Iba a darle una sorpresa a un amigo, simplemente. Una sorpresa especial. Tenía lógica. Escuchar a ciegas como Ballesta hablaba con gente a la que Kido no podía ver, le puso a éste un poco nervioso. Se sentía un pardillo en medio de ninguna parte, expuesto por completo y sin poder enterarse de la mitad de las cosas.
--Creo que es momento de que le ponga los auriculares—musitó Ballesta cuando dejaron atrás el control—Nos acercamos a la línea de fuego. ¿Cree que se angustiará al perder también la capacidad de oír?
Kido vaciló unos segundos antes de contestar. Verdaderamente, esa era la palabra justa para lo que sentía al pensar en dejar de oír—angustia--, pero no iba a permitir que el profesor lo notara. La ilusión de Halley iba en aumento a medida que se desarrollaban los acontecimientos, Kido podía sentirlo; no quería negarse y jodérsela por una mala sensación que en definitiva no era importante y a buen seguro pasaría pronto.
--No, tranquilo…
--No olvide que, aunque no pueda oírme, yo sí puedo oírle a usted. Si en algún momento se siente mal, puede hablarme.
--Hagamos la locura hasta el final, Halley—sonrió Kido. La curva de su boca resultaba inocente bajo sus ojos tapado—no te preocupes, si me siento mal te lo diré.
Escuchó como el profesor sonreía.
--Bien… ¿Dónde tiene el cacharro? Kido soltó una carcajada. --El walkman, quiero decir… o lo que coño lleve.
--Está en la mochila…
Kido tanteó sumido en la oscuridad de sus ojos ciegos, palpó la mochila y extrajo rápidamente lo que buscaba de su interior. Había dejado el walkman justo arriba del todo, accesible, después de habérselo mostrado a Ballesta. Halley le ayudó a acomodar los cables de manera que no estuvieran tirantes al salir de la mochila, en la que volvió a guardar el walkman cuando le hubo colocado a Kido los auriculares.
--Voy a darle al play, señor Katai. No escuchará más que música a partir de ahora, al menos hasta que se acabe la cinta y le demos la vuelta.
--De acuerdo—musitó Kido—hágalo.
Y al instante siguiente, tras el chasquido de la tecla brotó de los auriculares la cascada de notas de “Tristeza”, de Chopin.
Fue muy complicado al principio moverse de esa manera. Pocas veces en su vida se había sentido Kido tan desorientado; diría que nunca, pensándolo mejor. Se forzó una y otra vez en recordar la primera imagen del vestíbulo del aeropuerto, por dónde habían entrado, y la dirección que habían seguido; no le servía de nada pero, por un momento, sintió que no podía soportar esa sensación de vértigo. Tenía que confiar en el profesor a ciegas, literalmente, comprendió.
Halley le guiaba con paso firme y elástico hacia donde sólo él sabía, con cuidado y paciencia pero sin pausa. De vez en cuando le avisaba de algo con un suave apretón en el brazo o un toque en el pecho.
Hacia la mitad de la pieza de Chopin el profesor se detuvo, frenando el avance de Kido con delicadeza. Éste sintió que le cogía de la mano y le conducía a palpar un objeto de plástico grande, con esquinas redondeadas… una silla, claro. Ballesta ayudó a Kido a tomar asiento, se sentó junto a él y volvió a cogerle la mano, aproximándose súbitamente como si el hecho de que su compañero de viaje estuviera ciego y sordo le envalentonara. Entrelazó los dedos con los de Kido y apretó ligeramente; éste sonrió y respondió al apretón.
--Eres un buen lazarillo, Halley…
No pudo escuchar el sonido de su propia voz al hablar, y eso fue algo muy desagradable; pero Ballesta volvió a apretarle la mano por lo cual supo que él sí le había oído. Kido sonrió: la sensibilidad con la que percibía que le trataba el profesor, la suavidad con la que cogía su mano y la consideración hacia él en cada movimiento, confirmaba una vez más que eso de lanzar objetos era un deporte de última hora aprendido vete a saber por qué.
Aguardaron allí sentados durante bastante tiempo. Kido no tenía ni idea de los minutos transcurridos, pero la espera se le hizo eterna.
Finalmente, cuando ya le parecía que no podía aguantar más entre aquel olor a friegasuelos, humanidad y colillas, sintió que Ballesta se levantaba. Como no podía ver ni oír nada que no fuera música, Kido había empezado a sentir de manera precisa la presencia de las personas que le rodeaban, así que hubiera notado inmediatamente el movimiento del profesor sin que este le hubiera tirado del brazo.
Ni que decir tiene que, desde que Ballesta le había puesto los auriculares, el mundo que rodeaba a Kido había cambiado. Al principio, éste sólo había notado claramente la presencia física del profesor, mientras él caminaba a su lado y cuando luego se sentó junto a él; pero cuando fue acostumbrándose a ese estado de privación empezó a notar la presencia otros, de un montón de personas de las que no podía percibir otra cosa que la cercanía y el olor. Al levantarse después de estar sentado, totalmente a oscuras, esa caótica “realidad” dio un vuelco; de pronto nada tenía sentido: ni la izquierda, ni la derecha, ni el arriba y el abajo. Kido sintió que el profesor le retiraba suavemente uno de los auriculares por un momento, y se estremeció al notar de pronto sus labios muy cerca, casi rozando su oreja derecha.
--Señor Katai, vamos a embarcar…-- dijo Halley en voz baja--¿Se encuentra bien?
--Sí…--murmuró Kido.
Esto no era del todo cierto: sentía calambres en las piernas y el estómago hecho un nudo, no sabía si por la tensión, por la postura o por la incertidumbre. Cuando escuchó la voz de Halley de nuevo después de tanto tiempo, se le contrajo la garganta y por un segundo temió vomitar.
--¿Seguro? Kido tragó saliva y tomó aire.
--Sí, sí… no te preocupes…
--De acuerdo…
El profesor se acercó más a Kido para volver a colocar el auricular en su sitio. Una vez lo hubo hecho, pareció dudar unos segundos antes de separarse de él, como si no quisiera apartarse; respiró profundamente junto a su piel y tras unos instantes de vacilación le dio un fugaz beso en el pómulo, cerca de donde comenzaba el antifaz. Al chico casi se le paró el corazón al sentir la respiración del profesor tan cerca y el súbito contacto de sus labios, cálidos y secos. Inmediatamente volvió a sentir que Ballesta tiraba de su brazo suavemente, y se movió para seguirle. No se había acostumbrado a la oscuridad, pero sí al ritmo de los pasos del profesor y a su manera de guiarle.
Sintió una variación de temperatura y una repentina sombra ante sus ojos tapados— oscuridad dentro de la propia oscuridad, ¿era eso posible?--, como si se sumergiera en algún tipo de túnel. También sentía las pisadas de otras personas que andaban cerca, muy cerca, haciendo vibrar el suelo aunque no podía oírlas. Caminaron un trecho sobre una especie de plataforma—parecía algo inestable bajo los pies, o al menos eso percibió Kido-- y nuevamente Halley volvió a retirarle el auricular para hablarle al oído.
--Estamos dentro--musitó—voy a guiarle hacia su asiento…
¿Ya habían entrado al avión? Kido escuchó voces por encima del susurro de Ballesta. El profesor le guiaba pacientemente dentro del avión, asiéndole por los hombros y pegándose a él para ayudarle a sortear obstáculos, moviéndose entre el río de gente que fluía gota a gota entre las hileras de asientos. Se hallaban inmersos en una especie de fila india, junto con el resto de viajeros que entraban en el avión conversando entre ellos y moviendo bultos mientras iban instalándose. Al llegar a un determinado punto, Halley oprimió el brazo de Kido—le había vuelto a colocar el auricular en la oreja—y ayudándole con las manos le indicó dónde sentarse. Kido tanteó el asiento y se sentó. Sintió que el profesor se acomodaba a su lado, y a continuación se inclinaba sobre él para abrocharle la hebilla metálica del cinturón de seguridad. Escuchó algunas risas apagadas a su alrededor, muy cerca de él; se dijo que probablemente debería tener un aspecto extraño, allí sentado con los ojos tapados como un participante de un concurso casposo de la tele. Nunca se había visto en una situación semejante.
--¿Se encuentra bien?—pregunto Halley, volviendo a retirarle el auricular, hablándole al oído. Su aliento caliente se estrelló contra la mejilla de Kido.
--Sí…--respondió éste.
Al menos ya se hallaban sentados en el avión: la parte de caminar ciego por los pasillos interminables de la terminal ya había pasado.
--Voy a subir un poco más el volumen hasta que despeguemos—le dijo el profesor— será poco tiempo… pero no quiero que escuche esas paridas del piloto y las azafatas, seguro que serían muy reveladoras…
Kido asintió.
--¿De acuerdo?
--De acuerdo…
Ballesta volvió a colocarle el auricular y acto seguido la “Sonata Facile” cobró dimensiones colosales en los oídos de Kido, como si éste estuviera sentado justo al lado del pianista que la interpretaba. No podía oír absolutamente nada que no fuera música de piano a todo trapo, y sin embargo podía sentirlo todo: su cerebro se había transformado en una especie de esponja de cara al exterior.
Pasó tiempo, bastante tiempo, durante el cual una quietud escalofriante parecía haberse adueñado del mundo que le rodeaba; pero finalmente sintió movimiento y una brusca sacudida en el estómago: rodaban hacia delante, cada vez a más velocidad. No escuchó pitidos por encima de la música, ni ecos ni rugir de motores como hubiera esperado, pero sí sintió una especie de temblor de tierra envolviéndole, bajo sus pies y sobre su cabeza, y la sombra de un zumbido sordo. Buscó con la mano izquierda el reposabrazos del asiento y se agarró a él con fuerza; todo lo que había en su cavidad abdominal amenazaba con subir hacia su boca. “Por fin nos movemos”, pensó.
Los dedos de Halley se cerraron sobre su mano derecha, una vez más. Tiempo después, sintió que el volumen del sonido de la música descendía a niveles todavía altos pero soportables. El temblor había cesado y todo parecía haberse estabilizado a su alrededor, aunque Kido continuaba sintiendo esa sensación de ingravidez en la boca del estómago.
Apretó la mano del profesor y sintió como éste se acercaba a él. Lo que sucedió a continuación ocurrió tan rápido que Kido fue incapaz de reaccionar en un primer momento. De pronto, los labios del profesor se estrellaron contra los suyos sin previo aviso, y la brusca vaharada de su aliento acalorado le golpeó en la boca. Rígido por el susto, Kido retrocedió en su asiento y colocó ambas manos de parapeto ante él, que fueron a dar contra el pecho del profesor.
Ballesta no pareció inmutarse; tan sólo apartó las manos de Kido suavemente y volvió a besarle en la boca, esta vez sonriendo. Kido lo notó en la curva rígida de sus labios, menudo cabrón.
--Halley…--balbuceó cuando el profesor se apartó unos centímetros. Por supuesto, no pudo oírse. Instintivamente se llevó las manos a los oídos, tentado de quitarse los auriculares, pero no lo hizo. En el último momento volvió a bajar las manos y las colocó sobre su estómago, entrelazando los dedos. Se obligó a respirar más despacio; ese beso inesperado, tan violento y dulce a la vez, tan indiscreto delante de un montón de desconocidos invisibles—aunque eso era lo de menos—le había subido las pulsaciones de setenta a ciento veinte en dos segundos. Sintió de nuevo que el profesor volvía a aproximarse. Horror. Oh, pero… deseaba aquellos labios…
Qué coño, qué más daba. Kido respiró hondo en la boca del profesor cuando éste volvió a la carga, se apoyó contra el respaldo del asiento y se dejó hacer, se dejó besar en condiciones. Sintió un hálito contra sus labios como un revoloteo cuando Ballesta rio quedamente, y a continuación la húmeda insinuación de la punta de su lengua tratando de entrar en él. Oh.
Se rindió y abrió los labios, dejando que Halley penetrara en ellos y los explorara a placer. Echó la cabeza hacia atrás, derrotado y feliz, y cerró los ojos debajo del antifaz. Qué coño importaba donde estaban: no les conocía nadie en aquel avión.
Cuando empezó a mover la lengua para jugar con la del profesor, sintió como si toneladas de adrenalina contenida se liberaran por fin. “Oh, sí, Halley… ayúdame a estar tranquilo…”
El profesor se giró hacia Kido completamente y le rodeó con un brazo atrayéndole hacia sí. Acercó la boca a su mandíbula y mordió el cable del auricular que colgaba por ese lado, tirando de él para retirárselo.
--Necesitaba besarle, señor Katai…--susurró jadeante cuando lo hizo, al oído de Kido-¿Le molesta?
El aludido se tragó un gemido y busco a tientas la mano derecha del profesor, que había trepado por su cuello hasta su mejilla y trazaba allí lentas caricias.
--No…--musitó mientras presionaba la palma de aquella mano, amplia y angulosa.
--Le he echado mucho de menos…
La mano que acariciaba la mejilla de Kido descendió hasta su barbilla y la sostuvo por un instante. Kido entreabrió los labios y jadeó: aún podía oír la respiración entre cortada de Ballesta, sobre el telón de fondo de las voces ahogadas de los pasajeros.
--¿Puedo seguir besándole?—murmuró el profesor, directamente en su oído.
--Sí…
Kido se humedeció los labios preparándose para recibirle de nuevo en la boca, pero, para su sorpresa, Halley le lamió la oreja y le mordió el cuello con fuerza.
--Ahh…
Al sentir aquello, Kido no pudo contener una exclamación a caballo entre el asombro, el susto y el placer. Ballesta lamió la mordida y continuó besándole en el cuello, apartando los mechones de cabello con súbita ansiedad, rozándole con los dientes en el nacimiento del pelo. Kido gimió sin poderse contener y se apretó contra el respaldo del asiento, estirando el cuello para ofrecérselo por entero al profesor. No sabía qué hacer con las manos; las
sentía agarrotadas, tensas como garras en el aire. Boqueó y juntó las rodillas: esos lengüetazos en su cuello, ese aliento caliente detrás de su oreja le estaban poniendo a cien.
--Halley…
El profesor aún no le había puesto el auricular. Kido se estremeció al oír la excitación de su propia voz, tan consistente y chorreante como un fluido que se derramara por entre sus labios. La mano de Ballesta descendió de nuevo hasta el pecho de Kido y presionó suavemente sobre su esternón.
--Le late el corazón muy deprisa…--murmuró--¿todo bien?
--Sí…--se obligó a responder éste, tratando de sonar sosegado.
--Está excitado…
Kido cerró con fuerza los ojos bajo el antifaz. Aún sentía la huella de los besos del profesor y la marca de la saliva caliente en su cuello.
--Sí…
Halley se le acercó aún más para poder hablarle en un tono todavía más bajo.
--¿Se le ha puesto dura?—inquirió, al tiempo que volvía a chuparle detrás de la oreja. El interpelado respiró hondo y sus labios se tensaron en un amago de sonrisa.
--Me la has puesto dura—le rectificó.
--Entiendo…
--¿Y tú?—preguntó Kido en un susurro. La mano de Halley ya estaba próxima a su paquete; las puntas de los dedos del profesor casi rozaban la brusca erección que le reventaba los pantalones--¿Estás excitado?
Ballesta rio y jadeó.
--Sí…--musitó contra su piel—y quiero…
--¿Qué quieres?
--Su boca… sus labios…
Kido bufó.
--¿Sólo eso?
El profesor volvió a reír contra la oreja de Kido.
--¿Qué quiere que le diga, señor Catai? ¿que deseo que vuelva a llenarme con su polla?
Oh, dios…
--¿Eso te gustaría?
Kido movió las caderas para ir al encuentro de la mano de Ballesta. Este no se hizo de rogar y, tapándole con su propio cuerpo, le agarró el rabo duro por encima de los pantalones y lo apretó durante un segundo.
--¿Eso quieres?—insistió Kido, tratando de contenerse para no comenzar a empujar la mano del profesor.
--Sí…
--Yo quiero hacerlo…
El profesor dio dos rudas pasadas con la palma de la mano frotando la erección de Kido. Éste se mordió el labio con fuerza para no gemir como un animal.
--¿Quiere follarme?—susurró Ballesta, volviendo a agarrarle la polla palpitante.
--Aquí no puedo follarte…--rezongó Kido en un hilo de voz.
--Sí que puede…
Llegaron al pequeño cubículo a trompicones. Kido seguía ciego—aunque continuaba escuchando lo que ocurría, al menos por un oído--, pero intuía dónde le llevaba el profesor, prácticamente a empujones. No pudo evitar una risa nerviosa cuando recordó que, en primero, durante un viaje de fin de curso, otros chicos de su clase y él habían apostado cuántas personas cabrían en el baño de un avión… y habían llegado a un total de siete según las cuentas estrictas, aunque alguno más entraba. Apretadísimos unos contra otros y sin apenas poder respirar, eso sí. Y allí era donde iban, claro. Al único lugar donde se podía tener intimidad para desahogarse a gusto en las alturas, entre nubes, metidos en un cacharro metálico lleno de gente.
--Aquí puede quitarse esto…--jadeó Ballesta una vez hubo cerrado de un portazo la puerta del cuchitril, despojando a Kido de los auriculares—el antifaz déjeselo, me da un morbo terrible verle así…
--Lo que pasa es que eres un cobarde—rio Kido, extendiendo los brazos hacia donde suponía que estaba el profesor—no quieres que te vea…
--Esas tretas no funcionan conmigo, señor Katai, así no conseguirá que se lo quite…
Volvió a besarle, esta vez con auténtica hambre, estampando a Kido contra la puerta del baño, mordiéndole la boca. Aferró su camiseta con ambas manos como si quisiera rompérsela y tiró de ella dejando al descubierto su abdomen y parte de su torso, metiendo hasta los codos debajo de la tela.
--Siempre me tocas muy fuerte…--jadeó Kido, apretándose contra el cuerpo del profesor. Empujó con las caderas y clavó su erección en lo que le pareció que era la ingle de Halley.
--¿Prefiere que sea más suave?—gruñó éste.
--No… está bien así…
--Le deseaba mucho…
--Está bien, no te preocupes…
Volvieron a besarse, más bien a pelearse a lengüetazo limpio, apretándose el uno contra el otro como si trataran de fundirse. El profesor se apartó bruscamente en un momento dado, tomó aire y de pronto Kido sintió que le agarraba la mano y se metía dos de sus dedos en la boca, sin su permiso. Halley cerró los labios en torno a sus dedos, succionó con fuerza y le clavo los dientes por encima de las uñas.
--Oh, ¡Por favor!—jadeó Kido, moviendo los dedos con fuerza hacia dentro.
--Tengo que mojarle…--bufó el profesor—quiero que entre en mí…
--Oh, sí…
Sin sacarse los dedos de Kido de la boca, mamando fuerte, Ballesta buscó el primer botón de los pantalones del chico. Lo desabrochó sin más ceremonia y volvió a frotarle tan fuerte que Kido pensó que saltarían chispas.
--Qué dura la tiene…--jadeó el profesor. Metió la mano por debajo de los vaqueros del chico y le agarró el agitado y caliente tronco que se recortaba contra los boxer—y qué caliente…
--No es para menos…
Kido buscó a tientas la entrepierna de Halley. La encontró también anhelante y pétrea dentro de sus pantalones, ardiendo al tacto a pesar de la tela. Luchó unos instantes contra el botón de éstos y finalmente logró desabrocharlo; bajar la cremallera fue mucho más fácil. Inexplicablemente, Halley trató de apartarle la mano, pero Kido no le dejó.
--Deja que te masturbe yo también—gruñó. No era un ruego, sino una declaración de intenciones formulada con educación.
--Hagámoslo bien, entonces…
Ballesta tiró con fuerza de los vaqueros de Kido hacia abajo, hasta dejárselos por las rodillas. Luego hizo lo mismo con los calzoncillos, dejando libre por fin el tenso miembro que tanto deseaba. Kido escuchó un rumor de ropa retirada y supuso que el profesor estaba desnudándose de cintura para abajo rápidamente, para colocarse en igualdad de condiciones.
--Métame los dedos—le urgió de pronto, separándose de él. El profesor se colocó contra la puerta del baño dándole la espalda a Kido, y le tomó de la mano para atraerle hacia sí y mostrarle su ubicación.
--Oh, Halley…--a Kido se le atragantaban las palabras. No acertaba a vocalizar, su cuerpo era un auténtico volcán en ebullición. --Métamelos, por favor…
Ballesta guio la mano de Kido entre sus nalgas y éste penetró de golpe su culo con un dedo lubricado de saliva. Encontró una resistencia razonable y movió el brazo hacia los lados para ensancharle; trató de hacerlo suavemente, pero percibía la ansiedad del profesor y eso le hacía arder.
--Si te hago daño dímelo…--rezongó, penetrándole más profundamente con el dedo, tocándole por dentro. El profesor apretó los dientes para no gritar cuando Kido le metió un segundo dedo en el culo. --¿Le duele?
--¡No!—gimió, moviendo las caderas.
Kido escuchó un chapoteo y comprendió que Halley había comenzado a masturbarse.
--Deja que te toque yo…--le dijo una vez más. Buscó con la mano que le quedaba libre entre las piernas del profesor y le agarró fuerte—mejor así, ¿verdad?
--Ohh…
--¿Lo quiere más fuerte?
Ballesta gimió de forma prolongada, desde algún lugar profundo en su garganta. Dios. Kido empujó con las caderas en el aire; su polla dura rebotó en la nalga derecha del profesor y él presionó ahí con todas sus ganas, aliviado de encontrar un lugar contra el que apretarse.
--Quiero más…--jadeó Halley—más adentro…
Kido movía ya frenéticamente el brazo, entrando y saliendo del profesor, metiendo y sacando dedos.
--Quiero follarte…--consiguió articular.
--Hágalo…
--No quiero hacerte daño… Halley rio entre jadeos.
--No me lo harás. Por favor, Kido—murmuró—por favor… hazlo…
No quería entrar de golpe, pero oír al profesor pronunciar su nombre en ese momento, justo cuando estaba prácticamente clavado entre sus nalgas, le hizo a Kido dar un violento empujón con las caderas que dio al traste con la suavidad premeditada. Halley sollozó cuando le sintió dentro, partiéndole en dos de una tacada, sin piedad. La polla la tenía a reventar, y Kido no dejaba de masajearle mientras empujaba dentro de él. Se sentía sensible y caliente, agitado como sólo había llegado a estarlo en soledad, cuando se había atrevido a fantasear con aquello que de verdad le excitaba.
--Tengo treinta y cinco años—jadeó—y de los orgasmos que tengo en mi memoria, los mejores llevan su nombre… tu nombre, Kido…
--Bueno--sonrió el chico, luchando por abrirse camino en el angosto túnel que le recibía sin trabas, absorbiéndole—añadamos otro orgasmo más a la lista, entonces…
Al final había llegado el día; el día de la ilusión y la incertidumbre, el día en que Kido había intentado no pensar durante toda la semana sin conseguirlo. Su mente se debatía entre dos sentimientos contrarios; si eran contrarios, sólo uno podía ser auténtico, ¿no? En tal caso, Kido no era capaz de razonar cuál.
Por un lado tenía ganas de ver al profesor de nuevo—de verle y de sentirle cerca, de besarle, tocarle, escucharle…—, ganas irracionales y casi podría decir que instintivas; por otro lado tenía miedo: estaba a punto de hacer una especie de locura, algo que por fin rompería su monótona vida, y no tenía ni idea de qué iba a pasar, ni de cómo se iba a sentir.
Realmente, desde hacía tiempo, Kido tenía la fantasía de escapar; no para siempre, claro que no, pero sí durante cierto tiempo. A veces sentía que le faltaba aire, libertad para cosas necesarias que quería hacer por sí mismo. Había soñado muchas veces con volar —no había palabra más adecuada, ni él mismo sabía hasta qué punto-, pero nunca se le hubiera ocurrido que la oportunidad de hacerlo sería así, y vendría de la mano nada menos que de su profesor de física. De su impredecible, imbécil, creído y prepotente profesor de física, a quien a pesar de todo estaba comenzando a querer.
¿Se sentía bien? Sí, por supuesto, apasionado y bullente como nunca. ¿Se sentía “mal”? sí. También. Sentía el mismo nudo en el estómago que cuando, en la montaña rusa, el vagón donde iba quedaba suspendido en la cumbre más alta, a un instante de caer.
--Señor Katai…
¡Crack! Arrancón metálico de tuercas. A punto de caer…
Ballesta sonrió en el umbral. Había cambiado su traje y corbata habituales por una sencilla camisa de corte informal y unos vaqueros azul oscuro. Estaba guapo vestido así, el cabrón; era de esas personas que parecía tener una elegancia innata. Al verle ahí, parado en la puerta sujetando una pequeña mochila negra, Kido se quedó por un momento sin habla y tuvo que desviar los ojos, víctima de un auténtico deslumbramiento.
--Hola…--saludó, dubitativo. Una vez más, no sabía bien cómo dirigirse al profesor.
--¿Todo listo?—preguntó éste.
--Todo listo.
--Bien…--asintió Ballesta, sonriendo como un niño embelesado-- tengo el coche abajo.
Kido ya se había despedido de su hermano y de Taylor. Sin querer dilatar más la espera, cruzó la puerta y salió hacia las escaleras, seguido de cerca por el profesor.
El coche de Ballesta, un vehículo bastante cochambroso cuya carrocería oxidada se había comenzado a descascarillar, esperaba aparcado a unos metros del edificio.
--¿Lleva todo lo que le indiqué?—preguntó el profesor, una vez se sentó al volante.
--Sí—afirmó Kido. Lo había repasado varias veces incluso: la cinta, el walkman, la mochila, nada de botes…
--¿Y recuerda las frases que le pedí que memorizara?
El interpelado asintió.
--Escuchar—citó-- no acercarse de frente ni por detrás (no sé a qué o a quién), no hacer ruido, no tocar…
--Vale, vale… no hace falta que siga.
--¿Qué significan esas indicaciones, por cierto? ¿A qué se refieren?
El profesor sonrió y le miró por el rabillo del ojo.
--Si se lo dijera, señor Katai, arruinaría la sorpresa… me alegra que haya tenido interés en aprendérselas, en cualquier caso.
Satisfecho, alargó la mano hacia la guantera y para sorpresa de Kido sacó un antifaz de color negro, como esos que reparten en los aviones. Se giró hacia el asiento del copiloto y le lanzó a su ocupante una mirada cargada de intenciones ocultas.
--Guarde esto, por favor—dijo al tiempo que le tendía el antifaz.
Kido miró el objeto sin querer tocarlo, arrugando la nariz como si se tratara de algo repugnante.
--¿Para qué es?—preguntó.
El profesor sonrió enigmáticamente.
--Para ponérselo en los ojos, señor Katai.
--¿Y qué pretende con ello?
Ballesta dejó el antifaz sobre las rodillas de Kido, giró la llave de contacto y arrancó el motor.
--Que no pueda ver, evidentemente—dijo, agarrándose al asiento del copiloto para mirar hacia atrás por encima de su brazo y sacar el coche de culo--¿Qué si no?
--Ya…
--Es una sorpresa, ¿no lo entiende?—rió el profesor entre dientes—aún no tiene que ponérselo, ya le avisaré cuando llegue el momento.
Kido se guardó el antifaz en el bolsillo sin estar muy convencido. Se ajustó el cinturón de seguridad y a continuación se arrellanó en su asiento con gesto de resignación.
--Tampoco va a decirme adónde vamos, claro…--masculló.
Ballesta asintió con firmeza mientras se incorporaba a la circulación.
--Eso sí. No tendría sentido que no se lo dijera: vamos al aeropuerto.
--Oh…
Era una posibilidad como cualquier otra, estaba claro. Se iban de viaje. Sin embargo, Kido sintió un enjambre de mariposas furiosas en su estómago cuando supo que iba a volar. No era una mala sensación: lo malo era seguir aún sentado en el coche ahora que lo sabía; le parecía que desde su casa hasta el aeropuerto tardarían una eternidad, y de pronto no se sentía capaz de estarse quieto.
--¿Le da miedo volar, señor Katai?—inquirió Ballesta con súbita aprensión.
--No, no…--se apresuró a responder Kido—en absoluto.
--Tomaremos un avión—continuó el profesor—usted no sabrá cuál, ahí viene la sorpresa.
--Entiendo.
--Si le dijera el destino de ese avión, tal vez usted, con esa inteligencia retorcida que tiene, deduciría para qué le llevo allí… no debo subestimarle, ¿comprende?
Kido rio. En verdad se sentía a gusto con el profesor, ahora que se había acostumbrado a sus fintas. Después de haber compartido cama—o sofá-- y piel con él, lo que antes era una amenaza ahora era un juego de niños, un juego que se le antojaba flagrante y torpe, de hecho.
Incluso pasaba por alto el antifaz y otras rarezas, ¿es que acaso le gustaba que Halley le sorprendiera así, una vez tras otra? Se daba cuenta de que le gustaba la mente afilada del profesor, capaz de tener una respuesta inmediata en la recámara a cada momento. Algo en esas esquirlas de metralla que lanzaba al hablar le enternecía, después de haberle visto llorar. Ballesta actuaba como si se sintiera superior a otras personas, pero Kido había percibido la gran mentira y el despropósito en sus ojos hacía algunas noches, había visto la verdad. Comprendía y respetaba que el profesor quisiera —necesitara, tal vez— ponerse un disfraz, y no le importaba en absoluto porque, después de todo, eso no era más que un juego. Un juego particular y un poco raro, pero quizá, acceder a las entretelas de ese telón de fondo fuera la única manera de tocar al profesor. De tocarle… de la forma en la que Kido deseaba hacerlo.
--Vale. Y eso que se escucha en la cinta, esos sonidos… ¿Qué son?
Circulaban con fluidez, la carretera estaba despejada a aquella ahora en ese sentido. El motor del coche cochambroso rugía, y no se sentía como la seda precisamente, pero respondía a la velocidad imprimida por el profesor sin rechistar.
--Me sorprende que no le resulten familiares, señor Katai; pensé que los habría oído alguna vez…
Kido reflexionó unos segundos. No, claramente no. Había escuchado la cinta varias veces: esos sonidos no se parecían a nada que él… excepto…
Justo en ese momento pensó algo, pero lo desechó rápidamente por parecerle una gilipollez. Por la misma razón mantuvo la boca cerrada, no quería meter la pata y dar al traste con la sorpresa si decía algo improcedente.
--El caso es que algo en ellos me resulta… pero bueno, si los he oído antes no lo recuerdo— le dijo al profesor.
--En fin—se sonrió él—casi es mejor que no lo sepa. Más intriga añadida, ¿no cree?
Kido sonrió levemente y extendió la mano hacia la pierna de Halley. Lo hizo con un gesto distraído, sin mirarle, aunque el movimiento estaba extremadamente calculado. El profesor se tensó cuando sintió los dedos del chico sobre su muslo, pero no dijo nada. Fijó los ojos en la carretera y continuó conduciendo, al menos sin dar muestras de que aquello le molestara. Con los ojos fijos en el cristal del salpicadero, Kido comenzó a acariciar la rodilla del profesor con las puntas de los dedos.
--Muchas gracias…--murmuró, obcecado en mirar al frente.
--No tiene que darlas—respondió Ballesta inmediatamente.
--Claro que sí. Gracias por este viaje, por haberlo organizado y todo eso.
--¡Ja! Debería esperar a ver la sorpresa, antes de darme las gracias por ella…
--¡No!—Kido apartó la mano del muslo del profesor y le dio un empujón suave a su pierna—ha pensado en mí. A eso me refiero.
--A eso se refiere…--gruñó Ballesta—cállese ya.
--¡No le gusta que le den las gracias!
Kido rió y volvió a empujar la pierna del profesor con el puño, esta vez con más ahínco. Éste se hizo a un lado y protestó.
--No sé de donde se saca eso, señor Katai. Soy un borde sin más, no le dé más vueltas— replicó--¿Siempre se empeña en ver motivos y razones en todo lo que hace la gente?
--Vale, lo que tú digas, Halley. Desisto.
Kido le llamó de tú y se apoltronó en el asiento, mirándole triunfante: se había quedado más ancho que largo. El profesor se mordió los labios y reprimió una carcajada, sin dejar de mirar al frente.
--Estoy harto, voy a llamarte de tu. Si te molesta, te aguantas.
--Oh, de acuerdo… haga lo que quiera. Ballesta volvió a morderse los labios y resopló.
--Es que si no, me voy a volver loco.
--Claro… yo prefiero seguir llamándole de usted, si no le importa…
Ya. Fuera de la cama, claro.
--Como quiera—respondió Kido—en eso no puedo hacer nada.
Jodido loco. Pero le encantaba, lo tenía que admitir. Le gustaba que le descolocara. De pronto, sintió ganas de volver a arrancarle de la garganta su nombre otra vez--“Kido”—, entre bocanadas de ansiedad. Pronunciado por Halley, salido de sus labios, su nombre había sonado diferente la otra noche, desnudos en el sofá. De golpe, Kido se sintió excitado. Ballesta también lo estaba, podía notarlo; algo le había encendido bruscamente, aunque no sabía qué.
--No tiene que dar las gracias, ahora en serio—le dijo el profesor.
Alargó una mano vacilante y estrechó por un segundo los dedos de Kido, que habían vuelto a colocarse sobre su pierna—-lo he hecho encantado. Gracias a usted por haber accedido a venir.
--Es un placer.
Kido dijo esto casi para el cuello de su camiseta, en un tono de voz tan bajo que no supo si Halley le oyó. El profesor no hizo comentario alguno, desde luego; al contrario, sacó un tema banal de conversación, quizá para desviar la atención a otros derroteros. Continuaron hablando de cosas sin importancia durante el resto del viaje en coche, cruzando alguna mirada de vez en cuando, hasta que llegaron al aeropuerto. La noche caía cuando estacionaron por fin en un hueco glorioso del gigantesco parking. Al bajar del vehículo, Ballesta le abrió la puerta a Kido y le ofreció el brazo, como una especie de esposo bien avenido.
--En breve va a tener que ponerse el antifaz—le dijo—más vale que se vaya acostumbrando a que le guíe.
Salieron del parking por una puerta lateral que daba al exterior y echaron a andar hacia el edificio de la terminal, donde se observaba un constante ir y venir de gente en pequeños y grandes grupos, empujando carritos y maletas.
--No vamos a facturar—continuó explicándole Ballesta—y cuando nos acerquemos a la puerta de embarque tendré que colocarle los auriculares. No quisiera que escuchara nada relativo al vuelo, los tiene a mano, ¿verdad?
--Sí…
Kido buscó un momento en la mochila que llevaba y sacó su walkman. Dentro del cacharro aún estaba la cinta que le había grabado el profesor; no había vuelto a poner nada distinto desde la última vez que la escuchó. Se lo mostró a Ballesta.
--Estupendo… vamos, entonces.
Viendo que Kido no hacía ademán de tomar su brazo, Ballesta le agarró por el codo y tiró de él.
--Aún no estoy ciego, Halley…--protestó este.
--Da igual—respondió el profesor, avanzando a grandes zancadas.
--Vale…
Era inútil intentar oponerse a su voluntad de buena manera.
En el enorme vestíbulo del aeropuerto, el profesor avanzó sobre el suelo encerado hacia un gigantesco panel, con Kido a la zaga.
--Bien…--murmuró consultando el panel—no parece que haya ninguna incidencia, todo sigue según lo esperado. Me temo, señor Katai, que es hora de tapar sus bonitos ojos…
Vaya por dios. Kido suspiró. No le hacía ninguna gracia ponerse el antifaz, no porque no confiara en Ballesta—en ese aspecto se fiaba de él-, sino por el hecho de perder un sentido de golpe, precisamente el sentido del que más se depende.
Como no podía ser de otra manera, le sobrevino una sensación de desarraigo muy molesta cuando se colocó el antifaz. Los sonidos que le rodeaban se magnificaron y parecieron de pronto proceder de todos sitios, aturdiéndole, casi golpeándole. Se removió confundido, sin querer dar un paso pues de golpe había perdido la noción de donde estaba, e inmediatamente sintió los dedos de Halley cerrándose de nuevo en torno a su brazo.
--Tranquilo…--el profesor tiró suavemente de él—simplemente siga andando, no le pasará nada.
Kido agarró con firmeza la muñeca del profesor, y así enlazados continuaron moviéndose despacio por el aeropuerto.
--Con tantos controles que hay aquí, no creo que pase desapercibido que un tío lleve a otro con un antifaz puesto, prácticamente arrastrándolo…—rezongó Kido en voz baja, cerca de donde suponía que estaba el rostro de Halley. Le parecía que podía sentir los olores con más claridad desde que llevaba los ojos tapados, así que también podía guiarse por ellos.
--No se preocupe, lo tengo todo pensado… cuando tengamos que pasar un control, le avisaré.
Atravesar los controles fue mucho más rápido y fácil de lo que Kido imaginó. Apenas llevaban bultos, y Halley, haciendo gala de una inusitada sencillez, tan solo explicó la verdad cuando un hombre—Kido supuso que sería un trabajador de seguridad del aeropuerto, o quizá un policía—le preguntó algo acerca del antifaz. Iba a darle una sorpresa a un amigo, simplemente. Una sorpresa especial. Tenía lógica. Escuchar a ciegas como Ballesta hablaba con gente a la que Kido no podía ver, le puso a éste un poco nervioso. Se sentía un pardillo en medio de ninguna parte, expuesto por completo y sin poder enterarse de la mitad de las cosas.
--Creo que es momento de que le ponga los auriculares—musitó Ballesta cuando dejaron atrás el control—Nos acercamos a la línea de fuego. ¿Cree que se angustiará al perder también la capacidad de oír?
Kido vaciló unos segundos antes de contestar. Verdaderamente, esa era la palabra justa para lo que sentía al pensar en dejar de oír—angustia--, pero no iba a permitir que el profesor lo notara. La ilusión de Halley iba en aumento a medida que se desarrollaban los acontecimientos, Kido podía sentirlo; no quería negarse y jodérsela por una mala sensación que en definitiva no era importante y a buen seguro pasaría pronto.
--No, tranquilo…
--No olvide que, aunque no pueda oírme, yo sí puedo oírle a usted. Si en algún momento se siente mal, puede hablarme.
--Hagamos la locura hasta el final, Halley—sonrió Kido. La curva de su boca resultaba inocente bajo sus ojos tapado—no te preocupes, si me siento mal te lo diré.
Escuchó como el profesor sonreía.
--Bien… ¿Dónde tiene el cacharro? Kido soltó una carcajada. --El walkman, quiero decir… o lo que coño lleve.
--Está en la mochila…
Kido tanteó sumido en la oscuridad de sus ojos ciegos, palpó la mochila y extrajo rápidamente lo que buscaba de su interior. Había dejado el walkman justo arriba del todo, accesible, después de habérselo mostrado a Ballesta. Halley le ayudó a acomodar los cables de manera que no estuvieran tirantes al salir de la mochila, en la que volvió a guardar el walkman cuando le hubo colocado a Kido los auriculares.
--Voy a darle al play, señor Katai. No escuchará más que música a partir de ahora, al menos hasta que se acabe la cinta y le demos la vuelta.
--De acuerdo—musitó Kido—hágalo.
Y al instante siguiente, tras el chasquido de la tecla brotó de los auriculares la cascada de notas de “Tristeza”, de Chopin.
Fue muy complicado al principio moverse de esa manera. Pocas veces en su vida se había sentido Kido tan desorientado; diría que nunca, pensándolo mejor. Se forzó una y otra vez en recordar la primera imagen del vestíbulo del aeropuerto, por dónde habían entrado, y la dirección que habían seguido; no le servía de nada pero, por un momento, sintió que no podía soportar esa sensación de vértigo. Tenía que confiar en el profesor a ciegas, literalmente, comprendió.
Halley le guiaba con paso firme y elástico hacia donde sólo él sabía, con cuidado y paciencia pero sin pausa. De vez en cuando le avisaba de algo con un suave apretón en el brazo o un toque en el pecho.
Hacia la mitad de la pieza de Chopin el profesor se detuvo, frenando el avance de Kido con delicadeza. Éste sintió que le cogía de la mano y le conducía a palpar un objeto de plástico grande, con esquinas redondeadas… una silla, claro. Ballesta ayudó a Kido a tomar asiento, se sentó junto a él y volvió a cogerle la mano, aproximándose súbitamente como si el hecho de que su compañero de viaje estuviera ciego y sordo le envalentonara. Entrelazó los dedos con los de Kido y apretó ligeramente; éste sonrió y respondió al apretón.
--Eres un buen lazarillo, Halley…
No pudo escuchar el sonido de su propia voz al hablar, y eso fue algo muy desagradable; pero Ballesta volvió a apretarle la mano por lo cual supo que él sí le había oído. Kido sonrió: la sensibilidad con la que percibía que le trataba el profesor, la suavidad con la que cogía su mano y la consideración hacia él en cada movimiento, confirmaba una vez más que eso de lanzar objetos era un deporte de última hora aprendido vete a saber por qué.
Aguardaron allí sentados durante bastante tiempo. Kido no tenía ni idea de los minutos transcurridos, pero la espera se le hizo eterna.
Finalmente, cuando ya le parecía que no podía aguantar más entre aquel olor a friegasuelos, humanidad y colillas, sintió que Ballesta se levantaba. Como no podía ver ni oír nada que no fuera música, Kido había empezado a sentir de manera precisa la presencia de las personas que le rodeaban, así que hubiera notado inmediatamente el movimiento del profesor sin que este le hubiera tirado del brazo.
Ni que decir tiene que, desde que Ballesta le había puesto los auriculares, el mundo que rodeaba a Kido había cambiado. Al principio, éste sólo había notado claramente la presencia física del profesor, mientras él caminaba a su lado y cuando luego se sentó junto a él; pero cuando fue acostumbrándose a ese estado de privación empezó a notar la presencia otros, de un montón de personas de las que no podía percibir otra cosa que la cercanía y el olor. Al levantarse después de estar sentado, totalmente a oscuras, esa caótica “realidad” dio un vuelco; de pronto nada tenía sentido: ni la izquierda, ni la derecha, ni el arriba y el abajo. Kido sintió que el profesor le retiraba suavemente uno de los auriculares por un momento, y se estremeció al notar de pronto sus labios muy cerca, casi rozando su oreja derecha.
--Señor Katai, vamos a embarcar…-- dijo Halley en voz baja--¿Se encuentra bien?
--Sí…--murmuró Kido.
Esto no era del todo cierto: sentía calambres en las piernas y el estómago hecho un nudo, no sabía si por la tensión, por la postura o por la incertidumbre. Cuando escuchó la voz de Halley de nuevo después de tanto tiempo, se le contrajo la garganta y por un segundo temió vomitar.
--¿Seguro? Kido tragó saliva y tomó aire.
--Sí, sí… no te preocupes…
--De acuerdo…
El profesor se acercó más a Kido para volver a colocar el auricular en su sitio. Una vez lo hubo hecho, pareció dudar unos segundos antes de separarse de él, como si no quisiera apartarse; respiró profundamente junto a su piel y tras unos instantes de vacilación le dio un fugaz beso en el pómulo, cerca de donde comenzaba el antifaz. Al chico casi se le paró el corazón al sentir la respiración del profesor tan cerca y el súbito contacto de sus labios, cálidos y secos. Inmediatamente volvió a sentir que Ballesta tiraba de su brazo suavemente, y se movió para seguirle. No se había acostumbrado a la oscuridad, pero sí al ritmo de los pasos del profesor y a su manera de guiarle.
Sintió una variación de temperatura y una repentina sombra ante sus ojos tapados— oscuridad dentro de la propia oscuridad, ¿era eso posible?--, como si se sumergiera en algún tipo de túnel. También sentía las pisadas de otras personas que andaban cerca, muy cerca, haciendo vibrar el suelo aunque no podía oírlas. Caminaron un trecho sobre una especie de plataforma—parecía algo inestable bajo los pies, o al menos eso percibió Kido-- y nuevamente Halley volvió a retirarle el auricular para hablarle al oído.
--Estamos dentro--musitó—voy a guiarle hacia su asiento…
¿Ya habían entrado al avión? Kido escuchó voces por encima del susurro de Ballesta. El profesor le guiaba pacientemente dentro del avión, asiéndole por los hombros y pegándose a él para ayudarle a sortear obstáculos, moviéndose entre el río de gente que fluía gota a gota entre las hileras de asientos. Se hallaban inmersos en una especie de fila india, junto con el resto de viajeros que entraban en el avión conversando entre ellos y moviendo bultos mientras iban instalándose. Al llegar a un determinado punto, Halley oprimió el brazo de Kido—le había vuelto a colocar el auricular en la oreja—y ayudándole con las manos le indicó dónde sentarse. Kido tanteó el asiento y se sentó. Sintió que el profesor se acomodaba a su lado, y a continuación se inclinaba sobre él para abrocharle la hebilla metálica del cinturón de seguridad. Escuchó algunas risas apagadas a su alrededor, muy cerca de él; se dijo que probablemente debería tener un aspecto extraño, allí sentado con los ojos tapados como un participante de un concurso casposo de la tele. Nunca se había visto en una situación semejante.
--¿Se encuentra bien?—pregunto Halley, volviendo a retirarle el auricular, hablándole al oído. Su aliento caliente se estrelló contra la mejilla de Kido.
--Sí…--respondió éste.
Al menos ya se hallaban sentados en el avión: la parte de caminar ciego por los pasillos interminables de la terminal ya había pasado.
--Voy a subir un poco más el volumen hasta que despeguemos—le dijo el profesor— será poco tiempo… pero no quiero que escuche esas paridas del piloto y las azafatas, seguro que serían muy reveladoras…
Kido asintió.
--¿De acuerdo?
--De acuerdo…
Ballesta volvió a colocarle el auricular y acto seguido la “Sonata Facile” cobró dimensiones colosales en los oídos de Kido, como si éste estuviera sentado justo al lado del pianista que la interpretaba. No podía oír absolutamente nada que no fuera música de piano a todo trapo, y sin embargo podía sentirlo todo: su cerebro se había transformado en una especie de esponja de cara al exterior.
Pasó tiempo, bastante tiempo, durante el cual una quietud escalofriante parecía haberse adueñado del mundo que le rodeaba; pero finalmente sintió movimiento y una brusca sacudida en el estómago: rodaban hacia delante, cada vez a más velocidad. No escuchó pitidos por encima de la música, ni ecos ni rugir de motores como hubiera esperado, pero sí sintió una especie de temblor de tierra envolviéndole, bajo sus pies y sobre su cabeza, y la sombra de un zumbido sordo. Buscó con la mano izquierda el reposabrazos del asiento y se agarró a él con fuerza; todo lo que había en su cavidad abdominal amenazaba con subir hacia su boca. “Por fin nos movemos”, pensó.
Los dedos de Halley se cerraron sobre su mano derecha, una vez más. Tiempo después, sintió que el volumen del sonido de la música descendía a niveles todavía altos pero soportables. El temblor había cesado y todo parecía haberse estabilizado a su alrededor, aunque Kido continuaba sintiendo esa sensación de ingravidez en la boca del estómago.
Apretó la mano del profesor y sintió como éste se acercaba a él. Lo que sucedió a continuación ocurrió tan rápido que Kido fue incapaz de reaccionar en un primer momento. De pronto, los labios del profesor se estrellaron contra los suyos sin previo aviso, y la brusca vaharada de su aliento acalorado le golpeó en la boca. Rígido por el susto, Kido retrocedió en su asiento y colocó ambas manos de parapeto ante él, que fueron a dar contra el pecho del profesor.
Ballesta no pareció inmutarse; tan sólo apartó las manos de Kido suavemente y volvió a besarle en la boca, esta vez sonriendo. Kido lo notó en la curva rígida de sus labios, menudo cabrón.
--Halley…--balbuceó cuando el profesor se apartó unos centímetros. Por supuesto, no pudo oírse. Instintivamente se llevó las manos a los oídos, tentado de quitarse los auriculares, pero no lo hizo. En el último momento volvió a bajar las manos y las colocó sobre su estómago, entrelazando los dedos. Se obligó a respirar más despacio; ese beso inesperado, tan violento y dulce a la vez, tan indiscreto delante de un montón de desconocidos invisibles—aunque eso era lo de menos—le había subido las pulsaciones de setenta a ciento veinte en dos segundos. Sintió de nuevo que el profesor volvía a aproximarse. Horror. Oh, pero… deseaba aquellos labios…
Qué coño, qué más daba. Kido respiró hondo en la boca del profesor cuando éste volvió a la carga, se apoyó contra el respaldo del asiento y se dejó hacer, se dejó besar en condiciones. Sintió un hálito contra sus labios como un revoloteo cuando Ballesta rio quedamente, y a continuación la húmeda insinuación de la punta de su lengua tratando de entrar en él. Oh.
Se rindió y abrió los labios, dejando que Halley penetrara en ellos y los explorara a placer. Echó la cabeza hacia atrás, derrotado y feliz, y cerró los ojos debajo del antifaz. Qué coño importaba donde estaban: no les conocía nadie en aquel avión.
Cuando empezó a mover la lengua para jugar con la del profesor, sintió como si toneladas de adrenalina contenida se liberaran por fin. “Oh, sí, Halley… ayúdame a estar tranquilo…”
El profesor se giró hacia Kido completamente y le rodeó con un brazo atrayéndole hacia sí. Acercó la boca a su mandíbula y mordió el cable del auricular que colgaba por ese lado, tirando de él para retirárselo.
--Necesitaba besarle, señor Katai…--susurró jadeante cuando lo hizo, al oído de Kido-¿Le molesta?
El aludido se tragó un gemido y busco a tientas la mano derecha del profesor, que había trepado por su cuello hasta su mejilla y trazaba allí lentas caricias.
--No…--musitó mientras presionaba la palma de aquella mano, amplia y angulosa.
--Le he echado mucho de menos…
La mano que acariciaba la mejilla de Kido descendió hasta su barbilla y la sostuvo por un instante. Kido entreabrió los labios y jadeó: aún podía oír la respiración entre cortada de Ballesta, sobre el telón de fondo de las voces ahogadas de los pasajeros.
--¿Puedo seguir besándole?—murmuró el profesor, directamente en su oído.
--Sí…
Kido se humedeció los labios preparándose para recibirle de nuevo en la boca, pero, para su sorpresa, Halley le lamió la oreja y le mordió el cuello con fuerza.
--Ahh…
Al sentir aquello, Kido no pudo contener una exclamación a caballo entre el asombro, el susto y el placer. Ballesta lamió la mordida y continuó besándole en el cuello, apartando los mechones de cabello con súbita ansiedad, rozándole con los dientes en el nacimiento del pelo. Kido gimió sin poderse contener y se apretó contra el respaldo del asiento, estirando el cuello para ofrecérselo por entero al profesor. No sabía qué hacer con las manos; las
sentía agarrotadas, tensas como garras en el aire. Boqueó y juntó las rodillas: esos lengüetazos en su cuello, ese aliento caliente detrás de su oreja le estaban poniendo a cien.
--Halley…
El profesor aún no le había puesto el auricular. Kido se estremeció al oír la excitación de su propia voz, tan consistente y chorreante como un fluido que se derramara por entre sus labios. La mano de Ballesta descendió de nuevo hasta el pecho de Kido y presionó suavemente sobre su esternón.
--Le late el corazón muy deprisa…--murmuró--¿todo bien?
--Sí…--se obligó a responder éste, tratando de sonar sosegado.
--Está excitado…
Kido cerró con fuerza los ojos bajo el antifaz. Aún sentía la huella de los besos del profesor y la marca de la saliva caliente en su cuello.
--Sí…
Halley se le acercó aún más para poder hablarle en un tono todavía más bajo.
--¿Se le ha puesto dura?—inquirió, al tiempo que volvía a chuparle detrás de la oreja. El interpelado respiró hondo y sus labios se tensaron en un amago de sonrisa.
--Me la has puesto dura—le rectificó.
--Entiendo…
--¿Y tú?—preguntó Kido en un susurro. La mano de Halley ya estaba próxima a su paquete; las puntas de los dedos del profesor casi rozaban la brusca erección que le reventaba los pantalones--¿Estás excitado?
Ballesta rio y jadeó.
--Sí…--musitó contra su piel—y quiero…
--¿Qué quieres?
--Su boca… sus labios…
Kido bufó.
--¿Sólo eso?
El profesor volvió a reír contra la oreja de Kido.
--¿Qué quiere que le diga, señor Catai? ¿que deseo que vuelva a llenarme con su polla?
Oh, dios…
--¿Eso te gustaría?
Kido movió las caderas para ir al encuentro de la mano de Ballesta. Este no se hizo de rogar y, tapándole con su propio cuerpo, le agarró el rabo duro por encima de los pantalones y lo apretó durante un segundo.
--¿Eso quieres?—insistió Kido, tratando de contenerse para no comenzar a empujar la mano del profesor.
--Sí…
--Yo quiero hacerlo…
El profesor dio dos rudas pasadas con la palma de la mano frotando la erección de Kido. Éste se mordió el labio con fuerza para no gemir como un animal.
--¿Quiere follarme?—susurró Ballesta, volviendo a agarrarle la polla palpitante.
--Aquí no puedo follarte…--rezongó Kido en un hilo de voz.
--Sí que puede…
Llegaron al pequeño cubículo a trompicones. Kido seguía ciego—aunque continuaba escuchando lo que ocurría, al menos por un oído--, pero intuía dónde le llevaba el profesor, prácticamente a empujones. No pudo evitar una risa nerviosa cuando recordó que, en primero, durante un viaje de fin de curso, otros chicos de su clase y él habían apostado cuántas personas cabrían en el baño de un avión… y habían llegado a un total de siete según las cuentas estrictas, aunque alguno más entraba. Apretadísimos unos contra otros y sin apenas poder respirar, eso sí. Y allí era donde iban, claro. Al único lugar donde se podía tener intimidad para desahogarse a gusto en las alturas, entre nubes, metidos en un cacharro metálico lleno de gente.
--Aquí puede quitarse esto…--jadeó Ballesta una vez hubo cerrado de un portazo la puerta del cuchitril, despojando a Kido de los auriculares—el antifaz déjeselo, me da un morbo terrible verle así…
--Lo que pasa es que eres un cobarde—rio Kido, extendiendo los brazos hacia donde suponía que estaba el profesor—no quieres que te vea…
--Esas tretas no funcionan conmigo, señor Katai, así no conseguirá que se lo quite…
Volvió a besarle, esta vez con auténtica hambre, estampando a Kido contra la puerta del baño, mordiéndole la boca. Aferró su camiseta con ambas manos como si quisiera rompérsela y tiró de ella dejando al descubierto su abdomen y parte de su torso, metiendo hasta los codos debajo de la tela.
--Siempre me tocas muy fuerte…--jadeó Kido, apretándose contra el cuerpo del profesor. Empujó con las caderas y clavó su erección en lo que le pareció que era la ingle de Halley.
--¿Prefiere que sea más suave?—gruñó éste.
--No… está bien así…
--Le deseaba mucho…
--Está bien, no te preocupes…
Volvieron a besarse, más bien a pelearse a lengüetazo limpio, apretándose el uno contra el otro como si trataran de fundirse. El profesor se apartó bruscamente en un momento dado, tomó aire y de pronto Kido sintió que le agarraba la mano y se metía dos de sus dedos en la boca, sin su permiso. Halley cerró los labios en torno a sus dedos, succionó con fuerza y le clavo los dientes por encima de las uñas.
--Oh, ¡Por favor!—jadeó Kido, moviendo los dedos con fuerza hacia dentro.
--Tengo que mojarle…--bufó el profesor—quiero que entre en mí…
--Oh, sí…
Sin sacarse los dedos de Kido de la boca, mamando fuerte, Ballesta buscó el primer botón de los pantalones del chico. Lo desabrochó sin más ceremonia y volvió a frotarle tan fuerte que Kido pensó que saltarían chispas.
--Qué dura la tiene…--jadeó el profesor. Metió la mano por debajo de los vaqueros del chico y le agarró el agitado y caliente tronco que se recortaba contra los boxer—y qué caliente…
--No es para menos…
Kido buscó a tientas la entrepierna de Halley. La encontró también anhelante y pétrea dentro de sus pantalones, ardiendo al tacto a pesar de la tela. Luchó unos instantes contra el botón de éstos y finalmente logró desabrocharlo; bajar la cremallera fue mucho más fácil. Inexplicablemente, Halley trató de apartarle la mano, pero Kido no le dejó.
--Deja que te masturbe yo también—gruñó. No era un ruego, sino una declaración de intenciones formulada con educación.
--Hagámoslo bien, entonces…
Ballesta tiró con fuerza de los vaqueros de Kido hacia abajo, hasta dejárselos por las rodillas. Luego hizo lo mismo con los calzoncillos, dejando libre por fin el tenso miembro que tanto deseaba. Kido escuchó un rumor de ropa retirada y supuso que el profesor estaba desnudándose de cintura para abajo rápidamente, para colocarse en igualdad de condiciones.
--Métame los dedos—le urgió de pronto, separándose de él. El profesor se colocó contra la puerta del baño dándole la espalda a Kido, y le tomó de la mano para atraerle hacia sí y mostrarle su ubicación.
--Oh, Halley…--a Kido se le atragantaban las palabras. No acertaba a vocalizar, su cuerpo era un auténtico volcán en ebullición. --Métamelos, por favor…
Ballesta guio la mano de Kido entre sus nalgas y éste penetró de golpe su culo con un dedo lubricado de saliva. Encontró una resistencia razonable y movió el brazo hacia los lados para ensancharle; trató de hacerlo suavemente, pero percibía la ansiedad del profesor y eso le hacía arder.
--Si te hago daño dímelo…--rezongó, penetrándole más profundamente con el dedo, tocándole por dentro. El profesor apretó los dientes para no gritar cuando Kido le metió un segundo dedo en el culo. --¿Le duele?
--¡No!—gimió, moviendo las caderas.
Kido escuchó un chapoteo y comprendió que Halley había comenzado a masturbarse.
--Deja que te toque yo…--le dijo una vez más. Buscó con la mano que le quedaba libre entre las piernas del profesor y le agarró fuerte—mejor así, ¿verdad?
--Ohh…
--¿Lo quiere más fuerte?
Ballesta gimió de forma prolongada, desde algún lugar profundo en su garganta. Dios. Kido empujó con las caderas en el aire; su polla dura rebotó en la nalga derecha del profesor y él presionó ahí con todas sus ganas, aliviado de encontrar un lugar contra el que apretarse.
--Quiero más…--jadeó Halley—más adentro…
Kido movía ya frenéticamente el brazo, entrando y saliendo del profesor, metiendo y sacando dedos.
--Quiero follarte…--consiguió articular.
--Hágalo…
--No quiero hacerte daño… Halley rio entre jadeos.
--No me lo harás. Por favor, Kido—murmuró—por favor… hazlo…
No quería entrar de golpe, pero oír al profesor pronunciar su nombre en ese momento, justo cuando estaba prácticamente clavado entre sus nalgas, le hizo a Kido dar un violento empujón con las caderas que dio al traste con la suavidad premeditada. Halley sollozó cuando le sintió dentro, partiéndole en dos de una tacada, sin piedad. La polla la tenía a reventar, y Kido no dejaba de masajearle mientras empujaba dentro de él. Se sentía sensible y caliente, agitado como sólo había llegado a estarlo en soledad, cuando se había atrevido a fantasear con aquello que de verdad le excitaba.
--Tengo treinta y cinco años—jadeó—y de los orgasmos que tengo en mi memoria, los mejores llevan su nombre… tu nombre, Kido…
--Bueno--sonrió el chico, luchando por abrirse camino en el angosto túnel que le recibía sin trabas, absorbiéndole—añadamos otro orgasmo más a la lista, entonces…
19-Alergia
--Tenía ganas de tenerte dentro—gimió el profesor, moviendo las caderas en círculos como si quisiera tragarle—te echaba de menos…
La voz se le deshizo en un jadeo ansioso. Kido le tenía firmemente agarrado por la cadera con la mano izquierda, manteniéndole inmovilizado contra sí para follarle hasta el fondo, al tiempo que le pajeaba a buen ritmo con la mano derecha. Se apoyaba con todo su peso sobre el profesor y la puerta para no caer; aún seguía sin ver nada, el antifaz no se había movido ni un centímetro a pesar de la brusca cabalgada. Funcionaba sin guía, a golpe de las dos únicas pulsiones que sentía en ese momento: darle placer a Halley y disfrutar.
--Oh, por favor… El profesor se retorcía contra la puerta del baño farfullando palabras ininteligibles, moviéndose para clavarse más en él, exprimiéndole la polla. Tenía las piernas separadas todo lo que los pantalones bajados le permitían, y la espalda arqueada para levantar el culo y acoplarse bien a las salvajes acometidas. --Por favor… Kido…
--Voy a correrme—masculló éste entre dientes, bombeándole con furia—no puedo aguantar más…
Los golpes de su vientre contra aquellas nalgas duras y compactas sonaban como violentas palmadas, chasquidos húmedos seguidos y cada vez más rápidos, ensordecedores dentro del reducido habitáculo. Ese sonido le estaba volviendo loco, lascivo, cada vez más salvaje.
--Sigue, Kido…
El chico jadeaba en busca de aire; el placer era tanto que se le iba de las manos. Ya sentía en sus entrañas ese familiar cosquilleo que le espoleaba a moverse más deprisa, y el retumbar interno que anunciaba la proximidad del clímax. Oleadas de intenso calor se expandían por sus venas a golpe de pollazo; en cuestión de instantes se derramaría, comprendió, y se sentía incapaz de parar en ese momento, no podía dejar de empujar…
--Sigue fuerte, por favor—suplicó Ballesta, danzando bajo él.
Oh, joder. Kido le sentía tanto… tan caliente, tan apretado… La polla dura del profesor temblaba y ardía dentro de su puño, húmeda y gorda a estallar. Podía oler el sudor del cuello de Halley romperse contra su nariz; sentía la tibieza de sus nalgas contra su estómago, los músculos de él contraerse fuerte bajo la piel, contra la suya propia. Y, quizá por estar ciego, sentía que todos los sonidos—voces, gemidos, respiraciones— llegaban amplificados a su cerebro, igual que sucedía con el olor a sexo.
--Lo siento, me corro…--gimió, traspasando la última barrera de contención. Al instante empezó a cabalgar a Halley propinándole violentas sacudidas, poseído por la fuerza del orgasmo. Cómo le succionaba aquel túnel, por dios; esos tirones le estaban desencajando la polla… le iban a…
Tuvo que clavar los dientes en la espalda Halley para no gritar mientras estallaba y se volcaba por fin dentro de su cuerpo, fuera de control. Sintió inmediatamente la descarga de semen del profesor, chorreando entre sus dedos como un río caliente y denso.
--Sí…--se escuchó decir a sí mismo con voz acartonada—córrete, Halley, vamos…
Le apretó la polla con más fuerza y le pajeó aún más rápido mientras le rompía el culo a conciencia en los últimos coletazos de su orgasmo. Al profesor le gustaba lo fuerte, y Kido iba a dárselo, llegando hasta lo más profundo de sus entrañas si hacía falta. Sentía que los dedos le ardían; tenía fuego en las manos. Escuchó con claridad el largo mugido que sofocó el profesor tras sus labios apretados.
--Oh, eso es… venga, Halley, vamos…
Tras la explosión mutua—agónica y trabada, liberada a oleadas pues no podían olvidar dónde se hallaban—ambos se dejaron caer contra la puerta metálica, exhaustos. Se mantuvieron unos segundos así, desplomados cuerpo a cuerpo el uno sobre el otro, aún Kido dentro de Halley.
--Espere un momento, por favor—musitó el profesor—no se mueva, no salga todavía…
Vaya. Volvíamos al usted.
--Tranquilo— sonrió Kido--Me gusta sentirte.
Halley gimió con la cabeza pegada a la puerta, la mejilla aplastada contra el frío metal.
--Esto no es solo sexo, ¿verdad?—inquirió de pronto--¿Por qué lo hace así?
--¿El qué?
Kido no tenía ni idea de a qué se refería el profesor.
--Cuando estoy con usted, siento—dijo éste en voz baja—es diferente.
El chico soltó una carcajada.
--¿Diferente a qué?—preguntó-- ¿Es que normalmente no sientes? ¿En treinta y cinco años que llevas en el mundo? No te creo.
Halley se encogió debajo de Kido como si quisiera mimetizarse con la pared.
--No me haga caso, estoy delirando.
Kido descendió con las manos y le abrazó la cintura desde atrás. Estrechó contra sí el fibrado cuerpo del profesor y sepultó la barbilla en su nuca. --¿Sí? ¿Te pasa a menudo?—inquirió con malicia.
--¡No!—rio el profesor-- Es culpa suya, señor Katai; los orgasmos que me provoca me dejan tonto.
--Vaya, ¿tendré que provocarte uno cada vez que quiera que seas sincero conmigo?
Halley volvió a reír, esta vez abiertamente.
--Me tienta responderle que sí, señor Katai, se lo aseguro…
--Me vas a dejar seco entonces…
Poco a poco, a medida que iba volviendo en sí del adormecimiento post-orgásmico, la conciencia de dónde se encontraban fue tomando realmente cuerpo en la mente de Kido. No era sólo que estuvieran en el baño de un avión, sino lo que eso significaba: estaban encerrados a cal y canto en el lugar donde estaba el único váter disponible para todos los pasajeros, con el único fin de echar un polvazo del que todavía cada músculo y hueso de su cuerpo se estaba reponiendo.
Kido rio. Pensó que quizá algún viajero hubiera sido víctima de un apretón inoportuno en el transcurso de la follada y eso le hizo descojonarse impunemente. La idea de que les sacaran de aquel baño a golpe de porrazos en la puerta no le importaba en absoluto: ¡que se jodieran todos! Después de todo, ya estaba bien: había que pensar en uno de vez en cuando. Si era cierto que la felicidad se medía en momentos, en aquel instante Kido era el ser más feliz del mundo.
--Halley…--murmuró, frotando la mejilla contra la espalda del profesor. El corazón se le expandía en el pecho, llenándole por dentro de una suave calidez.
--Dígame.
Kido sintió el deseo súbito de decirle aquello que le quemaba en la boca y no le dio más vueltas. Simplemente, no quería dejarse el as escondido en la manga en aquel juego.
--No te asustes—murmuró—pero ya te quiero.
El profesor se tensó debajo de él.
--¿Cómo ha dicho?
Kido sofocó una risita contra la parte superior de su espalda.
--Gracias por este momento, de verdad. Te quiero.
Halley se quedó rígido, helado por un momento.
--¿Qué quiere decir “te quiero” para usted exactamente, señor Katai?—musitó.
El chico reflexionó durante unos segundos.
--Me gusta estar aquí contigo—respondió al fin—me importa lo que te pase. Y hay algo… algo único y especial que siento hacia ti; al principio pensaba que sólo era afecto, pero es algo más intenso, algo que sólo siento contigo.
--¿Por qué?—inquirió el profesor tras un instante de silencio--¿Por qué conmigo? ¿Por qué yo?
Eran preguntas sencillas y la única respuesta también lo era, pero quizá resultaría complicado darlo a entender. Kido se sonrió.
--Precisamente por eso-- trató de explicarle-- porque eres tú…
--No sabe mucho de mí, señor Katai, apenas me he mostrado…
--Eso es lo que tú te crees—matizó Kido-- No se trata de lo que me quieras mostrar. Creo que he visto suficiente.
--¿Suficiente para qué?
--¿Y tú eres de ciencias?—soltó el chico—pues para qué va a ser… para quererte.
Kido sintió que los hombros del profesor se estremecían debajo de él; le pareció que este reía por lo bajo.
--Es usted inocente y joven…
--Es posible.
--Lo entiendo.
--No tienes que entender nada… --le espetó Kido--es así y punto, ¿no te lo crees o qué?
--Lo siento, pero le tengo alergia a esa palabra.
--¿A “querer"?
Halley asintió, aunque Kido no pudo verle.
--Sí—dijo.
--Vale—contestó el chico sucintamente— Yo también un poco, la verdad—suspiró. Realmente era una palabra usada a diestro y siniestro, con tantos significados que en realidad bien podría no tener ninguno—pero bueno… ya te he dicho lo que significa para mí.
--Se ha expresado con claridad, no hay duda. Y se lo agradezco…
Abandonaron el aseo apresuradamente cuando alguien llamó a la puerta para entrar, sin tener apenas tiempo para limpiarse. Kido se ahorró la vergüenza que quizá hubiera pasado al tener que mirar a quien fuera que hubiera llamado, saliendo del baño seguido por el profesor, con el cabello revuelto y la ropa descolocada. Se notaba que habían tenido sexo, le parecía que lo llevaba escrito en la cara; para colmo el antifaz venía de perlas en aquel contexto, pasando seguro por el artilugio fetichista que completaba el cuadro.
Halley volvió a guiarle hasta su asiento justo en el momento en el que las azafatas pasaban entre las hileras de pasajeros ofreciendo refrescos y sándwiches. Tomaron una cena ligera en el avión acompañada de abundante líquido. Kido hubiera podido beberse el agua a litros, después del esfuerzo realizado. Todo parecía tranquilo y no se oía ni una voz, pero aun así el profesor volvió a ponerle los auriculares. Envuelto de nuevo en el suave manto de la música, Kido se acomodó en su asiento, buscó la mano de Ballesta y se sumió en un estado de relajación casi total.
Aproximadamente una hora más tarde—no se trataba de un viaje muy largo—, según lo previsto, aterrizaron. Halley avisó a Kido retirándole por un momento el auricular más próximo y le ayudó a levantarse.
--Vamos, Señor Katai…hemos llegado…
Despacio, Kido apoyó las manos en la espalda del profesor y avanzó tras él arrastrando los pies, amodorrado. “El zombie ciego”, se dijo, vaya tela.
El olor a asfalto quemado, a motores y a metal le golpeó el rostro cuando salieron del avión. Soplaba una brisa húmeda y algo pegajosa que le agitaba el cabello, pero no se sentía frío. En ese momento, Ballesta le retiró a Kido ambos auriculares.
--Coja mi brazo—le indicó, guiándole la mano hasta su codo—tendrá que bajar unos escalones…
--¿No puedo quitarme ya esto?—inquirió Kido, refiriéndose al antifaz. Le parecía increíble haber aguantado todo el viaje con los ojos tapados; de pronto sentía que no podía aguantar un minuto más con el condenado lienzo negro ahí colocado. Escuchó la suave carcajada de Ballesta mientras éste le ayudaba a bajar los escalones.
--Oh, no, señor Catai… aún no, pero no se preocupe, ya falta muy poco.
Kido gruñó. Santa paciencia.
Tomaron un autobús desde la pista hasta la terminal, y una vez en ella, pasando de largo las cintas transportadoras de las maletas, Ballesta condujo al tambaleante Kido hasta el exterior.
--Por dios, qué alivio…--masculló el profesor, una vez atravesaron por fin las dobles puertas de cristal—detesto los aeropuertos, ¿usted no?-- Sin soltarle la mano a Kido, avanzó unos pasos hacia delante. --Falta muy poco, de verdad—le dijo—sólo quince minutos en taxi.
Quince minutos. Iban a ser los más largos de su vida.
Cuando el taxi se detuvo por fin después de lo que le pareció un sinfín de kilómetros, Kido casi no se lo podía creer.
--Hemos llegado—le dijo Ballesta, apretándole el brazo—pero no se quite el antifaz aún. Sólo serán unos minutos…
El profesor pagó al taxista y tomó la mano de Kido. Éste escuchó el motor del coche al alejarse, y a continuación una dulce quietud. La brisa agitaba su ropa y le traía olor a retama y hierba amarilla. Podía escuchar el rumor del viento entre las hojas de los árboles, una especie de susurro cuando éstas chocaban unas contra otras; también podía oír a los grillos—o chicharras, no sabía—frotando sus patas en un crescendo casi orquestal. Era como estar en pleno campo una noche de verano, salvo...
Salvo por el olor a sal, comprendió.
Aguzó el oído. Le pareció oír olas rompiendo a poca distancia, lamiendo arena.
--Venga conmigo…--murmuró el profesor, atrayéndole hacia sí—yo crecí aquí, señor Katai…
Le estrechó contra su cuerpo y le besó fugazmente la sien.
--¿Sí?
Halley apoyó la barbilla en la coronilla de Kido.
--Sí…--respondió—de niño solía ponerme aquí, en mitad de esta llanura, y cerrar los ojos para que el aire rompiera en mí. Pasaba tiempo así, como está usted ahora… sólo escuchando, y respirando.
Kido respondió al abrazo apoyándose contra el torso del profesor, presionando con su espalda.
--¿Hay mar aquí, verdad?—preguntó en voz baja.
--Oh, ya lo creo…--sonrió Ballesta—mucho. Estamos en una isla, señor Katai…
Una isla… ¿Cuál sería?
--Vamos…--murmuró el profesor instándole a avanzar, separándose de él—tengo que enseñarle algo…
Ballesta estaba tensionado, se le notaba, como un niño antes de abrir un regalo de cumpleaños. Prácticamente arrastraba a Kido por aquella extensión de suelo irregular, tirando de su brazo.
--Espere un momento…--masculló cuando al fin se detuvo. Kido escuchó como buscaba algo en su bolsillo—De acuerdo. Vamos…
El olor a mar se había hecho más intenso, inundándole a Kido las fosas nasales. Respiró profundamente tratando de capturarlo, de empaparse de él. Oh, por dios, necesitaba ver ya…
--Camine despacio…
Al dar el paso siguiente, Kido advirtió que la superficie bajo sus pies cambiaba. Sintió un suelo duro, regular, que sonaba bajo sus pisadas como tablas de madera. Un chapoteo sordo y constante se sentía bajo los pies; el olor a salitre y a madera humedecida le confirmó sus sospechas.
--Bien—Halley volvió a pararse—ahora deme la mano, y levante un poco la pierna derecha…
--¿Qué?
--Hágame caso… levante la pierna, señor Katai.
Kido hizo lo que el profesor le pidió, inseguro.
--Muy bien…--Halley le agarró por la cintura—Avance un poco. Eso es… notará movimiento, no se asuste…
Demasiado tarde. Kido sintió como de pronto el suelo se movía, como si hubiera aterrizado con el pie en una balsa. Comprendió que eso era exactamente lo que había pasado… justo antes de lanzarse de bruces contra el suelo.
--¡Eh!...
Ballesta le sujetó a tiempo, aunque casi se quedó con un jirón de su camiseta en la mano.
--Por favor, casi aterriza con la cabeza…
--Claro—farfulló Kido, recuperando como podía el equilibrio. Ya tenía ambos pies sobre aquella plataforma oscilante—como me avisas con tanta antelación…
Halley sofocó una carcajada.
--Perdone… tiene razón, debería habérselo dicho *un poco antes*…
--Bueno. ¿Va a dejar que me quite esto de los ojos o no?
--Adelante—rio Ballesta—quíteselo.
Por fin. Kido deslizó los dedos bajo la goma detrás de su cabeza y se despojó por fin del odioso antifaz. Cuando lo hizo, no pudo reprimir una exclamación de asombro. Se encontraban al borde mismo del océano, cerca de un pequeño embarcadero. La plataforma donde creía estar subido era en realidad la cubierta de una pequeña embarcación, aunque Kido no tenía ni idea de náutica para saber qué tipo de barco era ese.
--Vaya, ahora que caigo en la cuenta no le he preguntado si sabe nadar…
Kido lanzó una carcajada nerviosa. ¿Nadar?
--No te preocupes…—sonrió. Se sentía bajo un estado de shock en el que le costaba reaccionar.
--¿Sabe, o no?
El chico asintió. Claro que sabía. Había tenido un buen maestro.
--Sí…
--¿Ha buceado alguna vez?—inquirió el profesor.
--¡No!—exclamó Kido. Oh, ¿realmente iba a…? no podía creérselo. El corazón le daba saltos en el pecho--¿Tú buceas? ¿Este barco es tuyo?¿Sueles venir aquí?
Le salieron las preguntas como disparos, cuando al fin pudo volver en sí. Se giró hacia el profesor, y vio que éste sonreía con auténtica felicidad.
--Suelo venir, sí—respondió—un par de fines de semana al mes, como mínimo. En realidad, salvo que tenga algo importante que hacer, procuro escaparme a la primera ocasión…
--¿Y vienes a bucear?
Halley sonrió con cierta nostalgia, sentándose en un saliente de la cubierta. --Hace tiempo buceaba, sí. Ahora me dedico a evadirme, aunque a veces hago snorkel. ¿Sabe lo que es?
Kido asintió.
--Es eso del tubo, ¿no?
--Exacto. Bucear sin botella de oxígeno, básicamente.
--Vaya… eres una caja de sorpresas, Halley…
El aludido se encogió de hombros.
--Bueno—repuso—no tengo la imagen de una cola de ballena porque sí, colgada en mi salón, señor Katai. Me apasiona el océano tanto como el cielo… y al contarme usted que le gustan los acuarios… se me ocurrió que tal vez esto también le gustaría. Hay una colonia de ballenas piloto que se deja ver por aquí, ¿sabe?
Kido abrió los ojos de par en par.
--¿Me lo estás diciendo en serio?
El profesor asintió. --Completamente…
¡Claro! ¿Se referían a eso las indicaciones? ¿Y ese sonido que había en la cinta, era…? En el coche, de camino al aeropuerto, Kido había pensado en delfines cuando el profesor le preguntó. De pronto había recordado el sonido que emitían estos animales para orientarse dentro del agua y para comunicarse entre ellos, vagamente parecidos a los que había en la cinta. Ecolocación.
--El sonido de la grabación…--aventuró en un hilo de voz.
--Sí—asintió Ballesta—son cantos de ballenas piloto, señor Catai. Aunque no me gusta decirle esto, no grabé esa cinta para usted… recogí esos sonidos hace meses, llevo tiempo observando a estos animales. Son muy agradables si no se les molesta y están relativamente acostumbrados al contacto humano…
--“No acercarse bruscamente, ni de frente ni desde atrás”—cito Kido en voz baja.
--Exacto.
--¿Crees que podremos verlas?—pregunto en un susurro.
--¡Claro que sí!
--Quizá mañana…
--Mañana no—sonrió el profesor—ahora mismo, si quiere.
La voz se le deshizo en un jadeo ansioso. Kido le tenía firmemente agarrado por la cadera con la mano izquierda, manteniéndole inmovilizado contra sí para follarle hasta el fondo, al tiempo que le pajeaba a buen ritmo con la mano derecha. Se apoyaba con todo su peso sobre el profesor y la puerta para no caer; aún seguía sin ver nada, el antifaz no se había movido ni un centímetro a pesar de la brusca cabalgada. Funcionaba sin guía, a golpe de las dos únicas pulsiones que sentía en ese momento: darle placer a Halley y disfrutar.
--Oh, por favor… El profesor se retorcía contra la puerta del baño farfullando palabras ininteligibles, moviéndose para clavarse más en él, exprimiéndole la polla. Tenía las piernas separadas todo lo que los pantalones bajados le permitían, y la espalda arqueada para levantar el culo y acoplarse bien a las salvajes acometidas. --Por favor… Kido…
--Voy a correrme—masculló éste entre dientes, bombeándole con furia—no puedo aguantar más…
Los golpes de su vientre contra aquellas nalgas duras y compactas sonaban como violentas palmadas, chasquidos húmedos seguidos y cada vez más rápidos, ensordecedores dentro del reducido habitáculo. Ese sonido le estaba volviendo loco, lascivo, cada vez más salvaje.
--Sigue, Kido…
El chico jadeaba en busca de aire; el placer era tanto que se le iba de las manos. Ya sentía en sus entrañas ese familiar cosquilleo que le espoleaba a moverse más deprisa, y el retumbar interno que anunciaba la proximidad del clímax. Oleadas de intenso calor se expandían por sus venas a golpe de pollazo; en cuestión de instantes se derramaría, comprendió, y se sentía incapaz de parar en ese momento, no podía dejar de empujar…
--Sigue fuerte, por favor—suplicó Ballesta, danzando bajo él.
Oh, joder. Kido le sentía tanto… tan caliente, tan apretado… La polla dura del profesor temblaba y ardía dentro de su puño, húmeda y gorda a estallar. Podía oler el sudor del cuello de Halley romperse contra su nariz; sentía la tibieza de sus nalgas contra su estómago, los músculos de él contraerse fuerte bajo la piel, contra la suya propia. Y, quizá por estar ciego, sentía que todos los sonidos—voces, gemidos, respiraciones— llegaban amplificados a su cerebro, igual que sucedía con el olor a sexo.
--Lo siento, me corro…--gimió, traspasando la última barrera de contención. Al instante empezó a cabalgar a Halley propinándole violentas sacudidas, poseído por la fuerza del orgasmo. Cómo le succionaba aquel túnel, por dios; esos tirones le estaban desencajando la polla… le iban a…
Tuvo que clavar los dientes en la espalda Halley para no gritar mientras estallaba y se volcaba por fin dentro de su cuerpo, fuera de control. Sintió inmediatamente la descarga de semen del profesor, chorreando entre sus dedos como un río caliente y denso.
--Sí…--se escuchó decir a sí mismo con voz acartonada—córrete, Halley, vamos…
Le apretó la polla con más fuerza y le pajeó aún más rápido mientras le rompía el culo a conciencia en los últimos coletazos de su orgasmo. Al profesor le gustaba lo fuerte, y Kido iba a dárselo, llegando hasta lo más profundo de sus entrañas si hacía falta. Sentía que los dedos le ardían; tenía fuego en las manos. Escuchó con claridad el largo mugido que sofocó el profesor tras sus labios apretados.
--Oh, eso es… venga, Halley, vamos…
Tras la explosión mutua—agónica y trabada, liberada a oleadas pues no podían olvidar dónde se hallaban—ambos se dejaron caer contra la puerta metálica, exhaustos. Se mantuvieron unos segundos así, desplomados cuerpo a cuerpo el uno sobre el otro, aún Kido dentro de Halley.
--Espere un momento, por favor—musitó el profesor—no se mueva, no salga todavía…
Vaya. Volvíamos al usted.
--Tranquilo— sonrió Kido--Me gusta sentirte.
Halley gimió con la cabeza pegada a la puerta, la mejilla aplastada contra el frío metal.
--Esto no es solo sexo, ¿verdad?—inquirió de pronto--¿Por qué lo hace así?
--¿El qué?
Kido no tenía ni idea de a qué se refería el profesor.
--Cuando estoy con usted, siento—dijo éste en voz baja—es diferente.
El chico soltó una carcajada.
--¿Diferente a qué?—preguntó-- ¿Es que normalmente no sientes? ¿En treinta y cinco años que llevas en el mundo? No te creo.
Halley se encogió debajo de Kido como si quisiera mimetizarse con la pared.
--No me haga caso, estoy delirando.
Kido descendió con las manos y le abrazó la cintura desde atrás. Estrechó contra sí el fibrado cuerpo del profesor y sepultó la barbilla en su nuca. --¿Sí? ¿Te pasa a menudo?—inquirió con malicia.
--¡No!—rio el profesor-- Es culpa suya, señor Katai; los orgasmos que me provoca me dejan tonto.
--Vaya, ¿tendré que provocarte uno cada vez que quiera que seas sincero conmigo?
Halley volvió a reír, esta vez abiertamente.
--Me tienta responderle que sí, señor Katai, se lo aseguro…
--Me vas a dejar seco entonces…
Poco a poco, a medida que iba volviendo en sí del adormecimiento post-orgásmico, la conciencia de dónde se encontraban fue tomando realmente cuerpo en la mente de Kido. No era sólo que estuvieran en el baño de un avión, sino lo que eso significaba: estaban encerrados a cal y canto en el lugar donde estaba el único váter disponible para todos los pasajeros, con el único fin de echar un polvazo del que todavía cada músculo y hueso de su cuerpo se estaba reponiendo.
Kido rio. Pensó que quizá algún viajero hubiera sido víctima de un apretón inoportuno en el transcurso de la follada y eso le hizo descojonarse impunemente. La idea de que les sacaran de aquel baño a golpe de porrazos en la puerta no le importaba en absoluto: ¡que se jodieran todos! Después de todo, ya estaba bien: había que pensar en uno de vez en cuando. Si era cierto que la felicidad se medía en momentos, en aquel instante Kido era el ser más feliz del mundo.
--Halley…--murmuró, frotando la mejilla contra la espalda del profesor. El corazón se le expandía en el pecho, llenándole por dentro de una suave calidez.
--Dígame.
Kido sintió el deseo súbito de decirle aquello que le quemaba en la boca y no le dio más vueltas. Simplemente, no quería dejarse el as escondido en la manga en aquel juego.
--No te asustes—murmuró—pero ya te quiero.
El profesor se tensó debajo de él.
--¿Cómo ha dicho?
Kido sofocó una risita contra la parte superior de su espalda.
--Gracias por este momento, de verdad. Te quiero.
Halley se quedó rígido, helado por un momento.
--¿Qué quiere decir “te quiero” para usted exactamente, señor Katai?—musitó.
El chico reflexionó durante unos segundos.
--Me gusta estar aquí contigo—respondió al fin—me importa lo que te pase. Y hay algo… algo único y especial que siento hacia ti; al principio pensaba que sólo era afecto, pero es algo más intenso, algo que sólo siento contigo.
--¿Por qué?—inquirió el profesor tras un instante de silencio--¿Por qué conmigo? ¿Por qué yo?
Eran preguntas sencillas y la única respuesta también lo era, pero quizá resultaría complicado darlo a entender. Kido se sonrió.
--Precisamente por eso-- trató de explicarle-- porque eres tú…
--No sabe mucho de mí, señor Katai, apenas me he mostrado…
--Eso es lo que tú te crees—matizó Kido-- No se trata de lo que me quieras mostrar. Creo que he visto suficiente.
--¿Suficiente para qué?
--¿Y tú eres de ciencias?—soltó el chico—pues para qué va a ser… para quererte.
Kido sintió que los hombros del profesor se estremecían debajo de él; le pareció que este reía por lo bajo.
--Es usted inocente y joven…
--Es posible.
--Lo entiendo.
--No tienes que entender nada… --le espetó Kido--es así y punto, ¿no te lo crees o qué?
--Lo siento, pero le tengo alergia a esa palabra.
--¿A “querer"?
Halley asintió, aunque Kido no pudo verle.
--Sí—dijo.
--Vale—contestó el chico sucintamente— Yo también un poco, la verdad—suspiró. Realmente era una palabra usada a diestro y siniestro, con tantos significados que en realidad bien podría no tener ninguno—pero bueno… ya te he dicho lo que significa para mí.
--Se ha expresado con claridad, no hay duda. Y se lo agradezco…
Abandonaron el aseo apresuradamente cuando alguien llamó a la puerta para entrar, sin tener apenas tiempo para limpiarse. Kido se ahorró la vergüenza que quizá hubiera pasado al tener que mirar a quien fuera que hubiera llamado, saliendo del baño seguido por el profesor, con el cabello revuelto y la ropa descolocada. Se notaba que habían tenido sexo, le parecía que lo llevaba escrito en la cara; para colmo el antifaz venía de perlas en aquel contexto, pasando seguro por el artilugio fetichista que completaba el cuadro.
Halley volvió a guiarle hasta su asiento justo en el momento en el que las azafatas pasaban entre las hileras de pasajeros ofreciendo refrescos y sándwiches. Tomaron una cena ligera en el avión acompañada de abundante líquido. Kido hubiera podido beberse el agua a litros, después del esfuerzo realizado. Todo parecía tranquilo y no se oía ni una voz, pero aun así el profesor volvió a ponerle los auriculares. Envuelto de nuevo en el suave manto de la música, Kido se acomodó en su asiento, buscó la mano de Ballesta y se sumió en un estado de relajación casi total.
Aproximadamente una hora más tarde—no se trataba de un viaje muy largo—, según lo previsto, aterrizaron. Halley avisó a Kido retirándole por un momento el auricular más próximo y le ayudó a levantarse.
--Vamos, Señor Katai…hemos llegado…
Despacio, Kido apoyó las manos en la espalda del profesor y avanzó tras él arrastrando los pies, amodorrado. “El zombie ciego”, se dijo, vaya tela.
El olor a asfalto quemado, a motores y a metal le golpeó el rostro cuando salieron del avión. Soplaba una brisa húmeda y algo pegajosa que le agitaba el cabello, pero no se sentía frío. En ese momento, Ballesta le retiró a Kido ambos auriculares.
--Coja mi brazo—le indicó, guiándole la mano hasta su codo—tendrá que bajar unos escalones…
--¿No puedo quitarme ya esto?—inquirió Kido, refiriéndose al antifaz. Le parecía increíble haber aguantado todo el viaje con los ojos tapados; de pronto sentía que no podía aguantar un minuto más con el condenado lienzo negro ahí colocado. Escuchó la suave carcajada de Ballesta mientras éste le ayudaba a bajar los escalones.
--Oh, no, señor Catai… aún no, pero no se preocupe, ya falta muy poco.
Kido gruñó. Santa paciencia.
Tomaron un autobús desde la pista hasta la terminal, y una vez en ella, pasando de largo las cintas transportadoras de las maletas, Ballesta condujo al tambaleante Kido hasta el exterior.
--Por dios, qué alivio…--masculló el profesor, una vez atravesaron por fin las dobles puertas de cristal—detesto los aeropuertos, ¿usted no?-- Sin soltarle la mano a Kido, avanzó unos pasos hacia delante. --Falta muy poco, de verdad—le dijo—sólo quince minutos en taxi.
Quince minutos. Iban a ser los más largos de su vida.
Cuando el taxi se detuvo por fin después de lo que le pareció un sinfín de kilómetros, Kido casi no se lo podía creer.
--Hemos llegado—le dijo Ballesta, apretándole el brazo—pero no se quite el antifaz aún. Sólo serán unos minutos…
El profesor pagó al taxista y tomó la mano de Kido. Éste escuchó el motor del coche al alejarse, y a continuación una dulce quietud. La brisa agitaba su ropa y le traía olor a retama y hierba amarilla. Podía escuchar el rumor del viento entre las hojas de los árboles, una especie de susurro cuando éstas chocaban unas contra otras; también podía oír a los grillos—o chicharras, no sabía—frotando sus patas en un crescendo casi orquestal. Era como estar en pleno campo una noche de verano, salvo...
Salvo por el olor a sal, comprendió.
Aguzó el oído. Le pareció oír olas rompiendo a poca distancia, lamiendo arena.
--Venga conmigo…--murmuró el profesor, atrayéndole hacia sí—yo crecí aquí, señor Katai…
Le estrechó contra su cuerpo y le besó fugazmente la sien.
--¿Sí?
Halley apoyó la barbilla en la coronilla de Kido.
--Sí…--respondió—de niño solía ponerme aquí, en mitad de esta llanura, y cerrar los ojos para que el aire rompiera en mí. Pasaba tiempo así, como está usted ahora… sólo escuchando, y respirando.
Kido respondió al abrazo apoyándose contra el torso del profesor, presionando con su espalda.
--¿Hay mar aquí, verdad?—preguntó en voz baja.
--Oh, ya lo creo…--sonrió Ballesta—mucho. Estamos en una isla, señor Katai…
Una isla… ¿Cuál sería?
--Vamos…--murmuró el profesor instándole a avanzar, separándose de él—tengo que enseñarle algo…
Ballesta estaba tensionado, se le notaba, como un niño antes de abrir un regalo de cumpleaños. Prácticamente arrastraba a Kido por aquella extensión de suelo irregular, tirando de su brazo.
--Espere un momento…--masculló cuando al fin se detuvo. Kido escuchó como buscaba algo en su bolsillo—De acuerdo. Vamos…
El olor a mar se había hecho más intenso, inundándole a Kido las fosas nasales. Respiró profundamente tratando de capturarlo, de empaparse de él. Oh, por dios, necesitaba ver ya…
--Camine despacio…
Al dar el paso siguiente, Kido advirtió que la superficie bajo sus pies cambiaba. Sintió un suelo duro, regular, que sonaba bajo sus pisadas como tablas de madera. Un chapoteo sordo y constante se sentía bajo los pies; el olor a salitre y a madera humedecida le confirmó sus sospechas.
--Bien—Halley volvió a pararse—ahora deme la mano, y levante un poco la pierna derecha…
--¿Qué?
--Hágame caso… levante la pierna, señor Katai.
Kido hizo lo que el profesor le pidió, inseguro.
--Muy bien…--Halley le agarró por la cintura—Avance un poco. Eso es… notará movimiento, no se asuste…
Demasiado tarde. Kido sintió como de pronto el suelo se movía, como si hubiera aterrizado con el pie en una balsa. Comprendió que eso era exactamente lo que había pasado… justo antes de lanzarse de bruces contra el suelo.
--¡Eh!...
Ballesta le sujetó a tiempo, aunque casi se quedó con un jirón de su camiseta en la mano.
--Por favor, casi aterriza con la cabeza…
--Claro—farfulló Kido, recuperando como podía el equilibrio. Ya tenía ambos pies sobre aquella plataforma oscilante—como me avisas con tanta antelación…
Halley sofocó una carcajada.
--Perdone… tiene razón, debería habérselo dicho *un poco antes*…
--Bueno. ¿Va a dejar que me quite esto de los ojos o no?
--Adelante—rio Ballesta—quíteselo.
Por fin. Kido deslizó los dedos bajo la goma detrás de su cabeza y se despojó por fin del odioso antifaz. Cuando lo hizo, no pudo reprimir una exclamación de asombro. Se encontraban al borde mismo del océano, cerca de un pequeño embarcadero. La plataforma donde creía estar subido era en realidad la cubierta de una pequeña embarcación, aunque Kido no tenía ni idea de náutica para saber qué tipo de barco era ese.
--Vaya, ahora que caigo en la cuenta no le he preguntado si sabe nadar…
Kido lanzó una carcajada nerviosa. ¿Nadar?
--No te preocupes…—sonrió. Se sentía bajo un estado de shock en el que le costaba reaccionar.
--¿Sabe, o no?
El chico asintió. Claro que sabía. Había tenido un buen maestro.
--Sí…
--¿Ha buceado alguna vez?—inquirió el profesor.
--¡No!—exclamó Kido. Oh, ¿realmente iba a…? no podía creérselo. El corazón le daba saltos en el pecho--¿Tú buceas? ¿Este barco es tuyo?¿Sueles venir aquí?
Le salieron las preguntas como disparos, cuando al fin pudo volver en sí. Se giró hacia el profesor, y vio que éste sonreía con auténtica felicidad.
--Suelo venir, sí—respondió—un par de fines de semana al mes, como mínimo. En realidad, salvo que tenga algo importante que hacer, procuro escaparme a la primera ocasión…
--¿Y vienes a bucear?
Halley sonrió con cierta nostalgia, sentándose en un saliente de la cubierta. --Hace tiempo buceaba, sí. Ahora me dedico a evadirme, aunque a veces hago snorkel. ¿Sabe lo que es?
Kido asintió.
--Es eso del tubo, ¿no?
--Exacto. Bucear sin botella de oxígeno, básicamente.
--Vaya… eres una caja de sorpresas, Halley…
El aludido se encogió de hombros.
--Bueno—repuso—no tengo la imagen de una cola de ballena porque sí, colgada en mi salón, señor Katai. Me apasiona el océano tanto como el cielo… y al contarme usted que le gustan los acuarios… se me ocurrió que tal vez esto también le gustaría. Hay una colonia de ballenas piloto que se deja ver por aquí, ¿sabe?
Kido abrió los ojos de par en par.
--¿Me lo estás diciendo en serio?
El profesor asintió. --Completamente…
¡Claro! ¿Se referían a eso las indicaciones? ¿Y ese sonido que había en la cinta, era…? En el coche, de camino al aeropuerto, Kido había pensado en delfines cuando el profesor le preguntó. De pronto había recordado el sonido que emitían estos animales para orientarse dentro del agua y para comunicarse entre ellos, vagamente parecidos a los que había en la cinta. Ecolocación.
--El sonido de la grabación…--aventuró en un hilo de voz.
--Sí—asintió Ballesta—son cantos de ballenas piloto, señor Catai. Aunque no me gusta decirle esto, no grabé esa cinta para usted… recogí esos sonidos hace meses, llevo tiempo observando a estos animales. Son muy agradables si no se les molesta y están relativamente acostumbrados al contacto humano…
--“No acercarse bruscamente, ni de frente ni desde atrás”—cito Kido en voz baja.
--Exacto.
--¿Crees que podremos verlas?—pregunto en un susurro.
--¡Claro que sí!
--Quizá mañana…
--Mañana no—sonrió el profesor—ahora mismo, si quiere.
20-Tacto
—¿Ahora?—se extrañó Kido—pero ahora es noche cerrada, es imposible que veamos nada...
El profesor sonrió y meneó la cabeza.
—Precisamente, si esperamos un poco es cuando más probabilidades tendremos de ver. Cerca de la media noche, las ballenas despiertan y nadan buscando el plancton y los pequeños calamares que ascienden de las profundidades a esa hora.
—Vaya…—Kido estaba perplejo—pero aun así… sin luz, ¿cómo vamos a ver dentro del agua?
—Tendremos luz…—respondió el profesor—mi casa está cerca del embarcadero; ahí tengo todo el equipo necesario para el snorkeling nocturno… que es lo que iba a proponerle hacer, si le apetece.
—Guau…--murmuró Kido—¿Snorkeling de noche? ¿Con linternas y esas cosas?
Ballesta asintió.
—Dos linternas y un foco de baja intensidad—le dijo—aparte de algunas cosas más que se necesitan.
Kido no podía hacerse a la idea, por más que lo pensara, de cómo sería hacer aquello. La adrenalina galopaba furiosa en su torrente sanguíneo, haciendo que le hormiguearan los brazos y las piernas, pero se encontraba paralizado.
—Nunca he hecho nada como eso…—murmuró.
—Creo que le gustará la experiencia—sonrió Ballesta—son aguas tranquilas, las conozco bien. No nos alejaremos demasiado de la costa; iré a su lado todo el tiempo, por si se cansa de nadar…
—¡Gracias!—Kido rio nervioso—…espero que eso no me ocurra…
—No nos alejaremos mucho del barco tampoco. Si en algún momento se fatiga, puede agarrarse a mí y le llevaré hasta él.
—Gracias…
Kido supuso que el profesor había visto la otra noche la cicatriz que le cruzaba el pecho, aunque no le había preguntado nada al respecto. Le había levantado la camiseta, y la abrupta línea blanca no pasaba inadvertida; quizá Halley temía que él estuviera enfermo o, sencillamente, que tuviera un físico insuficiente para hacer aquello en condiciones. Aunque si fuera así, no le hubiera llevado con él precisamente a participar en aquella actividad, ¿no?
Sopesó por un momento si explicarle algo acerca de su salud, pero finalmente resolvió no hacerlo. Si Halley preguntaba directamente, se lo diría, pero él no iba a sacar el tema a relucir; era algo que le tenía más que cansado, quería desconectar, y en aquel momento se sentía… ¿feliz?
Sí. No quería joderlo.
—¿Quiere que vayamos a mi casa, cenemos algo en condiciones y cojamos el equipo?— preguntó el profesor.
—Oh, genial… Además, tengo que llamar a mi hermano—recordó Kido—se pondrá de los nervios si no sabe dónde estoy… por cierto, ¿dónde estamos?
—¿No se lo imagina? ¿Dónde cree que estamos?
Kido se lo imaginaba, sí, pero podía ser ese lugar como cualquier otro. Lo que tenía claro, fuera de toda duda, era que nunca había estado allí. Sin esperar respuesta, Halley rió y le dijo el nombre de la isla. Vaya, había acertado…
—Puede llamar desde mi casa—le dijo el profesor, ayudándole a salir del barco.
—De acuerdo. Gracias…
Recorrieron el estrecho muelle en sentido inverso y llegaron a la playa. A pesar de que comenzaba a hacer frío, Kido se quitó inmediatamente las zapatillas y los calcetines para sentir el frescor de la arena en las plantas de los pies.
—Compré esta casa cuando gané un premio científico por un trabajo de investigación— le comentó Ballesta mientras caminaban por la arena, alejándose del agua—en su momento no fue un destino de retiro, ¿sabe?
--¿No?
--No—Halley sonrió con cierta nostalgia—iba a ser una casa familiar, una casa de vacaciones para mi mujer, para mi hijo, y para mí.
--Vaya… ¿tienes un hijo?
El profesor asintió.
--Sí.
--No lo sabía…
--Claro que no.
Aquello sí que le pareció a Kido todo un descubrimiento.
--¿Qué edad tiene?—preguntó. Se dijo al momento que quizá el profesor no tuviera ganas de hablar de aquello, como le pasaba a él con el tema de su salud—si es que no te importa decírmelo…
--No, para nada—repuso éste—tiene cuatro años.
--¡Vaya! Qué pequeño…
Halley sonrió con ternura.
--Sí. Se llama Julio.
Kido le miró por un momento de hito en hito.
--No me digas que le pusiste ese nombre por… la unidad de medida de la energía en el sistema internacional…
--¡Claro!—rio el profesor—exacto. No, claro que no. Se lo pusimos por un familiar de mi mujer…
--Entiendo…--sonrió Kido—aunque de lo otro te hubiera creído capaz. Julio es un nombre chulo.
--¿Chulo?—inquirió el profesor arrugando la nariz—chulo es ponerse una gorrita hacia un lado en plan macarrero, llenarse de cadenas a lo M.A Barrakus y bailar con el loro en el patio. Eso es chulo.
--Ja,ja,ja… ¿con el loro?
Era cierto que el profesor estaba como una cabra.
--Se ríe mucho, veo…
--Me gustan esas cosas que dices de vez en cuando—replicó Kido—si yo fuera alienígena y tuviera que analizar tu cerebro, me estresaría solo con pensarlo…
El profesor rió.
--Ah, claro. El que dice cosas raras soy yo… ¿usted se escucha hablar?
Realmente, lo “friki” que podía llegar a ser el profesor le daba libertad a Kido para decir lo que quisiera, sin plantearse demasiado si sería una chorrada. Eso le hacía sentir a gusto, liberado de trabas y relajado en compañía de Halley. Quién lo hubiera dicho.
No tardaron mucho en llegar a una pequeña colonia de casitas blancas en la línea de la costa. El entorno era privilegiado: apenas se veían edificios, tan sólo siluetas de una urbe a lo lejos, plagadas de lucecitas, que arañaban el cielo estrellado. Las casas, de llamativos tejados redondeados y encalados, se apiñaban a pie de playa en mitad de un palmeral—las hojas que susurraban con el viento—como un cónclave de setas en un bosque mágico.
--Este sitio es muy tranquilo…--murmuró Kido, llenándose los ojos de todo lo que veía.
--Por eso lo elegí. Está cerca de donde yo vivía de niño, ya le dije que solía venir a menudo…
--¿Tu hijo viene aquí?—inquirió el chico.
--Sí—Halley asintió, sonriendo—Claro. Le traigo aquí durante el mes que estoy con él en verano; cuando sea un poquito mayor quizá le traiga algunos fines de semana, ahora serían muchos vuelos para un niño tan pequeño…
--Claro…
Vaya. Kido se imaginó por un momento en la piel del profesor, y pensó que, probablemente, éste echaría de menos a su hijo.
--Le gusta venir, supongo…--inquirió sin preguntar.
--¿Al niño? Sí… le encanta venir. Es un niño muy dulce, muy tranquilo. Disfruta mucho estando aquí. Juega con la arena, nos bañamos en el mar, exploramos por ahí… alguna vez hemos salido en barco, también.
--Guau. Estás hecho un padrazo…
--Qué va—el profesor meneó la cabeza desviando la mirada—he tenido que aprender sobre la marcha… al principio era un horror de padre.
--Lo dudo mucho…--rio Kido--¿Por qué un horror?
Halley se detuvo frente a la fachada de una de las casitas, colonizada por enredaderas, y extrajo un manojo de llaves de su bolsillo.
--Aquí estás—musitó para sí cuando encontró la llave que buscaba— ¿por qué?, porque era un inconsciente, señor Katai, por eso.
Recordaba bien esa pesadilla recurrente que había tenido durante tanto tiempo, de forma casi obsesiva, años atrás. Los escenarios del sueño variaban, y también las personas que salían en él, pero la esencia era la misma: su hijo—apenas un bebé—se le caía de los brazos y… se rompía contra el suelo en un millar de lascas, como si fuera de cristal; los fragmentos saltaban por los aires y salían despedidos en todas direcciones. Había comenzado a tener ese sueño cuando Lidia, su actual ex mujer, tuvo la primera recaída tras la depresión post parto. Y, por supuesto, prefería hablar de cualquier otra cosa en aquel momento.
Metió la llave en la cerradura y tiró del picaporte negro de forja. La puerta se abrió con un chasquido.
--Entre, por favor…--le dijo a Kido, que aguardaba tras él.
Kido se introdujo en el vestíbulo en tinieblas. Halley tanteaba en la pared buscando el cajetín de los fusibles; pulsó el interruptor general cuando lo encontró y a continuación encendió la luz de la entrada. Un halo cálido iluminó las paredes encaladas del recibidor. Dentro de la casa olía a cerrado y a madera vieja barnizada.
--Pase…--Halley le mostró a Kido el camino hacia un pequeño salón—deje sus cosas donde quiera… a mano derecha tiene el baño por si lo necesita, yo voy a la cocina si le parece, a preparar algo. Está ahí mismo—señaló una puerta lateral, justo en frente del salón.
--Vale… ¿Te molesta si me doy una ducha rápida?
--No, por dios, claro que no. Tiene toallas limpias en el armario del baño…
Kido estuvo tentado de decirle al profesor que le acompañara a la ducha, pero se mordió la lengua y no dijo nada. ¿Cómo podía seguir teniendo tantas ganas de él, a pesar del polvazo en el avión? “Debo ser un pervertido”, se dijo mientras caminaba hacia el baño arrastrando los pies. Ahí estaba, con la polla estremecida otra vez sólo por recordarlo, convertido en un obseso sexual prácticamente de la noche a la mañana.
El agua caliente le sentó bien y, junto con el jabón que encontró en una pequeña gradilla, retiró de su piel el sudor y los restos resecos de semen. Kido sintió que su tensión sexual se aliviaba un poco debajo del chorro de la ducha, aflojándose por fin el nudo que sentía en la boca del estómago. Su miembro continuaba engrosado y sensible, obstinado sin embargo, como si él mismo se negara a enterrar el hacha de guerra. Cuando salió de la ducha y regresó a la cocina, el profesor le estaba esperando junto a un pequeño tentempié.
--Lo siento—dijo apenas vio a Kido aparecer por la puerta—pensaba que tenía más comida en la nevera… estuve aquí no hace mucho.
--No te preocupes…
Realmente, Kido no tenía apetito en absoluto.
--Puedo prepararle unos macarrones o algo así, si tiene mucha hambre…
--No, no…--se apresuró a responder—que va. Es mejor que no coma mucho ahora… estoy un poco cardiaco, podría echarlo todo…
--¿Cardiaco?
La cara del profesor cuando dijo esta palabra fue digna de enmarcar.
--Quiero decir… nervioso—aclaró apresuradamente Kido—Halley… ¿te preocupa mi corazón?
Bang. Cambio de planes. Quizá fuera mejor abordar la cosa directamente. El profesor apretó los labios.
--Bueno… no quiero entrometerme en su vida, pero…
--Adelante. Entrométete, por favor. Pregunta lo que quieras.
Era mejor superar el tema con un par de frases tranquilizadoras lo antes posible. Al fin y al cabo, era lícito que Ballesta tuviera algún tipo de inquietud después de haber visto su cicatriz.
--Esa marca que tiene en el pecho…--murmuró el profesor--¿está operado? ¿Por qué la tiene?
--Estoy operado—asintió Kido—de corazón. Me operaron cuando tenía la edad de tu hijo, más o menos.
--Oh…
--Tuve un problema de nacimiento, pero ya está solucionado. No he vuelto a tener ninguna complicación desde entonces. Puedo hacer una vida absolutamente normal, sólo tengo que cuidarme un poco.
--Entiendo…
--No te preocupes, todo funciona muy bien.
--Ya lo creo—suspiró el profesor con una sonrisa—desde luego que le funciona…
--Me refería al corazón…
--Y yo. Si no le funcionara bien no podría aguantar lo que aguanta; para empezar, aguantarme a mí.
Kido rio.
--No digas eso. Me caes muy bien…
--Más le vale ahora, que no tiene escapatoria.
--Me gusta estar contigo, en serio.
El chico sonreía de oreja a oreja, con las manos entrelazadas, sin querer pasar más allá de la puerta de la cocina.
--¿Está nervioso, señor Katai?
El aludido asintió y exhaló con fuerza.
--La verdad es que sí… nunca me he metido en el mar de noche… me muero de ganas de hacerlo.
“Y yo me muero de ganas de ti”, pensó Ballesta.
--Pero antes debería sentarse y comer un poco…
--No, de verdad… no puedo—Kido se mordió los labios. La mirada que el profesor acababa de lanzarle había sido verdaderamente incendiaria—no puedo comer nada ahora, en serio… pero gracias…
--No me fastidie. Lo he sacado por usted… además, tiene que coger un poco de fuerzas antes de zambullirse, la comida del avión era una mierda…
Kido se adelantó hasta la mesa, se sirvió un vaso de agua de una jarra de cristal y tomó asiento en una silla frente al profesor. Al mirar la comida que tenía delante se le contrajo el estómago.
--Gracias, pero…
--Debería protegerse la herida de la frente—dijo el profesor, sin hacerle caso—le acaban de quitar los puntos… creo que tengo un poco de esparadrapo en el baño.
--Bueno, tampoco te molestes…
--Coma algo mientras voy a buscarlo—Halley se levantó—aprovecharé para darme una ducha rápida yo también… que me hace falta.
En realidad, el profesor anhelaba volver a sentir aquellos labios contra su piel, volver a probarlos. Cada vez que miraba a Kido no podía evitar pensar en esos besos con lengua que se dieron en el avión, mientras el chico aún estaba ciego. Esos ojos, esos dos pozos gigantes, tan oscuros… le atrapaban tanto como le apabullaban. Besar a Kido sin venda en los ojos de por medio se le antojaba difícil en aquel momento; no estaba seguro de querer que el chico viera el deseo en sus ojos, transparentes y dispuestos a traicionarle.
--Si quiere llamar por teléfono, puede usar ese de ahí—señaló con la barbilla el aparato, adherido a la pared de la cocina, junto a la puerta.
--Ah, vale. Gracias…
--No hay de qué. Le veo en un momento, señor Katai.
Dicho esto, el profesor abandonó la cocina rumbo al cuarto de baño. Kido le escuchó canturrear mientras se desvestía—le imaginó lanzando la ropa por doquier, a la buena de dios según se la quitaba—y a continuación oyó la protesta de las tuberías al abrirse los grifos y el correr del agua. Cerró los ojos por instante y visualizó la espalda del profesor, comenzando a mojarse bajo el agua caliente. Imaginó cómo Halley se enjabonaba rápidamente y se lavaba la cabeza, discurriendo el agua jabonosa entre sus omóplatos, bajando por sus caderas y
metiéndose entre sus nalgas. También goteaba jabón de los muslos del profesor, y de entre sus piernas…
Oh. Duro otra vez. Joder.
Cerró los ojos con fuerza e intentó sacar de su mente la imagen de Halley desnudo bajo la ducha. “Tengo que llamar a Inti” pensó, y se agarró a esta idea. Se concentró en el rostro de su hermano, en las líneas que marcaban sus rasgos cuando éste se preocupaba—las conocía muy bien: dos finos pliegues de tensión a ambos lados de la boca, que aparecían cuando Inti apretaba la mandíbula--, y se acercó al teléfono. Sabía el número de su propia casa de memoria, claro.
Marcó y esperó al primer tono con el auricular pegado a la oreja.
--¿Sí?—apenas había sonado un par de veces el pulso al otro lado cuando Inti contestó.
--¡Inti!
--¡Kido! ¿Qué tal has llegado?
--Bien, muy bien…
--¿Dónde estás?
--Estoy en…
Kido le dijo a su hermano el nombre de la isla.
--¿Sí?
--Sí, Inti… estoy al lado del mar, ahora mismo.
--¿Lo estás viendo?
A Inti le gustaba el mar. Pocas veces habían salido de la ciudad, en realidad; salvo por algún viaje de fin de curso nunca habían ido de vacaciones.
--Lo estoy viendo, oliendo y oyendo—afirmó Kido con una sonrisa--¿Quieres que te lleve un poco?
Escuchó como Inti reía al otro lado.
--¿Y qué vas a hacer, meter un poco de agua en una botella? Déjate… menuda guarrada…
--Si quieres lo hago.
--Un poco de arena, eso sí estaría bien.
--Genial.
--Bueno, entonces… ¿todo bien?—preguntó Inti.
--Sí, sí—se apresuró a responder Kido—todo genial. Oye… no debería hablar mucho tiempo… vamos a cenar.
Ni se le ocurrió decirle a su hermano que iba a zambullirse en el mar a medianoche para ver ballenas. Inti hubiera pensado que estaba loco, sin duda, y le hubiera puesto la cabeza como un bombo. Se lo contaría, porque en el fondo le hacía ilusión compartir aquello con él, pero más tarde, una vez lo hubiera hecho. Así se ahorraría toda la sarta de idioteces y recomendaciones de madre absorbente y desfasada.
--Ah, vale… bueno, llámame mañana. Por cierto—añadió, cambiando el tono de voz— tu maldito conejo me la ha liado pero bien, según te has ido.
--¿Iggy?—preguntó Kido--¿Qué ha hecho?
--Se ha cagado en mis zapatillas…
--¡Pero eso no es liarla!—rio Kido—en algún sitio lo tiene que hacer, el animalito.
--Ya… también ha mordido los cordones, y los cables de mi ordenador, y se ha meado encima de mis calcetines. De hecho, ha lanzado un chorro de orina directo a la pared, en aspersión, para demostrarme quién manda. ¿Te gusta el conejo a la cazuela, Kido?
--¡Eso lo dirás de broma!
Inti soltó una carcajada.
--No.
--Por favor, Inti…
--No te preocupes, le dejaré vivir—respondió el aludido--Pero no me cae bien. Es un terrorista.
--¡Es lo más puro e indefenso que vive en esa casa, Inti! más aún ahora que yo no estoy…--Kido añadió esto último para el cuello de su camisa.
--Ya. Bueno. No te quiero entretener…
--Tranqui...
--Llámame mañana, ¿vale?
--Vale—repuso Kido.
--Me alegra oírte tan contento.
Kido sonrió y suspiró aliviado. Hubiera esperado alguna pregunta indiscreta, del tipo “¿te lo has follado ya?”—refiriéndose a Ballesta-- o algo parecido, pero su hermano no dijo nada de eso.
--Vale, Inti. Venga, mañana te llamo.
--Venga. Hasta mañana. No hagas el burro.
--Descuida. Hasta mañana.
Kido colgó el teléfono. Acto seguido escuchó la puerta del baño abrirse y los pasos del profesor que se acercaban por el pasillo.
--Hola—sonrió Halley. Se había cambiado de ropa y tenía el pelo mojado. Entre los dedos sujetaba un rollo de esparadrapo de tela, ancho.
--Hola…--saludó Kido—qué rápido…
--Esto le protegerá…--el profesor se adelantó y colocó una tira de esparadrapo directamente sobre la cicatriz fresca en la frente de Kido, tiró como si quisiera cerrarla y cortó con un tirón seco.
--Gracias…
--No hay de qué…
En vista de que lo de comer era una causa perdida por ambas partes, Halley explicó a Kido cuál sería el equipo que iban a utilizar y se lo mostró. Lo tenía todo pulcramente guardado: dos trajes de neopreno que se abrochaban por la espalda, largos hasta las rodillas; gafas, tubos, dos pares de aletas, dos linternas de mano y el foco.
--Usted llevará una de las linternas pequeñas, o ambas si quiere. Puede enganchar una de ellas aquí—le indicó, mostrándole una especie de cinturón incorporado en el traje--. Yo llevaré el foco, detrás de usted.
Kido miró al profesor y reflexionó un momento.
--Solía hacer esto acompañado, ¿verdad?
Halley se quedó un poco parado, pues no esperaba una pregunta como esa. Pero era una pregunta lógica: había dos juegos de cada cosa, eso no pasaba desapercibido.
--Sí—respondió.
--Ahá—murmuró Kido--¿Sagan?
El profesor frunció súbitamente el ceño.
--¿Cómo sabe…?
--Era el nombre que había escrito en la invitación de la exposición—repuso el chico.
--Ah, claro…--suspiró el profesor—Sí. Con él. Me asombra que lo deduzca, aun así… es usted muy observador.
Kido asintió. Desde luego, no iba a preguntar nada sobre el tal Sagan; no le parecía procedente.
Salieron poco después y se encaminaron de nuevo al muelle, cargados con el equipo. El barco les esperaba bamboleándose suavemente sobre la superficie del agua, no muy lejos.
--Sentirá frío al entrar en el agua, pero sólo es la primera impresión—Ballesta le iba dando instrucciones a Kido mientras caminaban sobre la arena, hablándole por encima del rumor del mar—muévase y se le pasará en seguida.
--De acuerdo…
--¿Recuerda las instrucciones que le escribí?
Kido asintió.
--Bien—sonrió Halley—le llevaré donde suelen estar las ballenas; si vemos alguna y quiere acercarse, hágalo, yo iré con usted. Pero tenga cuidado.
--Son pacíficas, me dijiste…
--Lo son. Pero ningún animal reacciona bien si se siente amenazado, ¿verdad?
--Claro.
Subieron al barco y Halley deshizo el amarre. Acomodaron los bultos dentro de la cabina al frente de la embarcación y pusieron el pequeño motor en marcha.
--Nos vamos…
Kido se colocó mirando hacia la playa, en sentido contrario al viento para que éste le soplara en el rostro y le revolviera el cabello a medida que se alejaban. Cerró los ojos y olfateó la brisa marina, el olor de la marea viva; pocas veces lo había tenido tan cerca. “Ojalá Inti pudiera sentirlo. Y Taylor” pensó. Cuando volviera a casa se lo contaría, les contaría todo sobre aquella excursión apasionante. Atravesaron el mar durante algunos minutos, dejando una estela blanca a su paso por el agua. Se movían rápidamente, pero el motor del barco no hacía apenas ruido; tan solo se escuchaba una especie de susurro, como si besara el agua.
--¿Le gusta lo que ve, señor Katai?
Ballesta había reducido la marcha y se había acercado a Kido, apartándose por un momento de su sitio ante los controles del barco.
--Oh, sí…
--Es increíble navegar bajo el manto de la noche, ¿verdad?
Kido se giró para mirarle: se había quedado embelesado contemplando las volutas negras de mar a ambos lados del barco. Sonrió al profesor.
--Es increíble. Gracias…
--No me vuelva a dar las gracias, por favor—gruñó Halley—debería ponerse el traje, nos estamos acercando…
El profesor detuvo el barco finalmente; ya habían perdido de vista hacía rato la línea de la costa en la oscuridad.
Una vez vestidos y equipados ambos, se sentaron en la cubierta del barco y repasaron las últimas instrucciones.
--Nade por donde quiera pero no se aleje del barco. Yo iré a su lado, ligeramente detrás de usted, dándole luz—decía Halley—Si se encontrara mal por lo que fuera, suba a la superficie y le ayudaré a llegar al barco…
--Sí…
A Kido le tembló ligeramente la voz.
--¿Tiene miedo?
--Un poco…--admitió.
--No se preocupe—le tranquilizó Ballesta—no me separaré de usted; he hecho esto muchas veces.
--Gracias…--murmuró Kido, apretándole la mano.
--¿Vamos?—preguntó el profesor tras un breve lapso de silencio. Kido no podía ver bien sus ojos tras las enormes gafas de buceo, pero le pareció notar en ellos el brillo de una chispa. Respiró hondo y agarró con fuerza el tubo por el cual tomaría aire.
--Vamos—asintió con determinación.
Entraron en el agua despacio, sin apenas hacer ruido. Inmediatamente, Kido se estremeció: a pesar de la protección del neopreno, se le había encogido el cuerpo de frío. Recordó lo que le había dicho el profesor y comenzó a mover los brazos y las piernas, lenta pero vigorosamente. Se maravilló al comprobar el impulso elástico de las aletas dentro del agua, capaz de transportarle a una gran distancia con un simple coletazo. Qué gozada. Sacó la cabeza del agua, sintiendo en la boca el regusto de la sal. Halley nadaba a su lado, ya con el tubo colocado. Un haz de luz turquesa iluminó la porción de agua entre ellos cuando encendió el foco. Kido se colocó el tubo entre los labios, tomó aire y se sumergió en aquel resplandor.
Se movieron como dos sombras aladas por debajo del agua, buceando entre los destellos del plancton luminiscente. Halley aplicaba la luz directamente al fondo marino, de forma que pudiera verse con toda claridad aquello sobre lo que buceaban. El talud bajo el mar, tapizado de vida en tonos verdosos y ocres a la suave luz, era cruzado de vez en cuando por peces de diversos tamaños, los más grandes aislados, y por otros animales que Kido no conocía. Se le encogió el estómago del susto cuando vio parte del fondo marino desplazarse de repente bajo sus pies; en realidad se trataba de una morena que rápidamente se escondió excavando en el cieno, entre las rocas. Kido había distinguido sus pequeños ojos brillantes a la luz de las lámparas. Oh, no olvidaría aquello nunca.
Sentía la presencia de Ballesta tras de sí y eso le tranquilizaba. Todo parecía en calma, apacible pero lleno de vida bajo la luz azul del foco y la de su propia linterna, más pálida. De pronto, sintió como el profesor le oprimía el brazo. Kido se giró para mirarle y vio como Halley le hacía una señal, llevándose la mano al oído. Escuchar. Claro. Kido aguzó sus sentidos al máximo. Al principio no oyó más que el latir de su corazón amortiguado por el vaivén del agua, pero en un momento dado, cuando le parecía que lo mismo no había entendido bien al profesor, lo escuchó. Más bien lo sintió en todo su cuerpo. Una especie de lamento, que allí debajo del agua le pareció a Kido el mugido de una vaca—increíble, pero cierto—atravesó el océano desde algún punto en la distancia, pasando por donde ellos estaban, atravesándoles. Casi al momento, como de forma automática, otro sonido semejante se escuchó un poco más cerca en respuesta al anterior. ¿Ballenas?
El corazón de Kido dio un salto tan enorme que éste casi se atragantó, lo cual hubiera resultado complicado sumergido en el océano. Miró al profesor, que asintió con la cabeza y estiró un brazo para señalar un punto detrás de él, sin querer apuntar con el foco directamente. Kido se impulsó para darse la vuelta en el agua, y entonces la vio.
No era una ballena de gran tamaño; un poco más grande que un delfín tal vez, con la cabeza redondeada y la misma apariencia apacible. Era de color completamente oscuro y se acercaba a ellos nadando de una manera un poco extraña, casi en vertical. Quizá estaba descansando… quizá las ballenas dormían así.
Halley tomó del brazo a Kido y se hizo a un lado, justo a tiempo para advertirle del ejemplar que le pasaría por debajo. Al chico casi se le cayó el tubo de la boca cuando dirigió la vista hacia el fondo y vio el enorme cuerpo de aquel segundo cetáceo, bastante más grande que el del anterior, a centímetros de sus pies. Dios. El profesor oprimió el brazo de Kido y tiró de él hacia la superficie.
--¿Está bien?—le dijo, una vez sacó la cabeza del agua y retiró el tubo de entre sus labios. Kido asintió y se sacó el tubo para responder.
--Sí… joder, Halley… esto es alucinante…
El profesor se acercó más a él. Mantenía el foco sujeto entre las manos, apuntando hacia el lugar del fondo marino por donde acababa de pasar la ballena grande.
--Me alegro de que le guste—sonrió--¿quiere que nos acerquemos a ellas?
--¡Claro! --Bien. Vamos… despacio. Halley volvió a colocarse el tubo y se sumergió en el agua. Kido le siguió, tomando la misma dirección que la ballena que acababa de rebasarles. Oh, ahí estaba. Y Kido podía oírla, a ella y a otras cuya presencia aún no llegaba a percibir con los ojos. Bañado por la luz azul, se acercó a ella por uno de sus flancos, lo más despacio que fue capaz. La ballena no parecía ser consciente de su presencia; apenas nadaba, bamboleándose perezosamente en el agua iridiscente. No estaba cerca de la superficie, pero si Kido tomaba aire y descendía un poco podría tocarla… Se giró hacia Ballesta. Este se mantenía quieto detrás de él, sujetando la luz. A Kido le pareció que le hacía un gesto con la cabeza, alentándole a seguir adelante.
“Antes de tocar, espere a ser tocado” recordó Kido. Oh, si tan sólo pudiera nadar junto a ella… Ya estaba muy cerca, prácticamente sobre el animal. Si invertía su posición en el agua, prescindía del tubo y daba un par de brazadas hacia abajo podría tocarla si extendía la mano… o ponerse a tiro. La ballena no le atacaría, era improbable que eso ocurriera… y el riesgo merecía la pena; se había preguntado tantas veces cómo sería el tacto de un animal así… Se decidió al pensar en esto último.
Se volvió y le hizo una seña al profesor; a continuación, y antes de que éste pudiera replicar, se lanzó en picado debajo del agua, tratando de nadar con delicadeza. Calculó mal—no acababa de acostumbrarse a las aletas—y tocó al animal en un flanco por acercarse demasiado. Kido retrocedió inmediatamente impulsándose hacia atrás, pero la ballena no pareció inmutarse. Comprendió que tenía que aprovechar aquella oportunidad. Armándose de valor, y dándose cuenta de que le faltaba el aire, estiró la mano y pasó los dedos por la rugosa superficie del cuerpo del animal. Estaba tibia al tacto y se sentía áspera, como acariciar un cepillo de cerdas a contrapelo, algo viscosa sin embargo. Dios. Necesitaba hacerlo otra vez… El animal no daba muestras de sentirse agredido; a decir verdad no parecía enterarse de la presencia de Kido a su lado. Se dejó tocar una y otra vez durante el tiempo que éste aguantó a pulso debajo del agua.
Cuando ya no pudo más, ascendió a la superficie dándose un fuerte impulso con las aletas. Había aguantado hasta el último segundo para permanecer junto al animal, y en aquel momento temió ahogarse… Emergió a tiempo para ver a Ballesta sacando la cabeza del agua, muy cerca de él.
--¡La ha tocado!—exclamó éste--¡estupendo!
Kido apenas tenía palabras para lo que acababa de pasar.
--¡Sí!
--¿Cómo se siente?
El chico resopló salpicando agua salada.
--Buf. Increíble… --¡Genial!… --Gracias, de verdad…
Regresaron al barco poco después, tras haber visto más ballenas danzando entre nubes de plancton, langostas, peces y hasta una raya manta de tamaño pequeño.
Se besaron en la cubierta del barco, nada más dejar el equipo al salir del agua, sin cruzar una palabra. Se abrazaron y se amorraron el uno al otro en la oscuridad de la noche, víctimas de una sed súbita y terrible, mutua, para llenarse los labios con el sabor del agua salada en otra piel. Cayeron de rodillas en el suelo de la embarcación y se dejaron vencer sin soltarse hasta quedar tumbados, acurrucados el uno junto al otro, tan pegados que no cabía aire entre ambos.
Ese momento era solo para ellos. Se recorrieron los cuerpos mojados sin dejar de lamerse y comerse las bocas, buscando con las manos las cremalleras de los trajes, tirando del neopreno que se interponía entre la piel de uno y de otro.
--Gracias…--musitaba Kido entre un lengüetazo y el siguiente, luchando por despojar a Halley del molesto envoltorio—gracias, gracias…
La boca de Halley sabía a mar y a su lengua.
--Gracias a ti…gracias a ti por estar aquí y…
Oh, esa boca. Kido necesitaba esa boca. Volvió a besar a Halley—un beso dulce y duro, de tornillo-- interrumpiendo su discurso a su pesar. El profesor gimió largamente contra sus labios y volvió a la carga metiendo la lengua hasta el fondo con fuerza, como si quisiera llegarle a la garganta. Gimió de nuevo cuando Kido le atrapó la lengua entre los dientes y succionó suavemente.
--Mmmmmmm…
Kido le soltó y le lamió la lengua, los labios y la comisura de la boca. Le mordió por donde quiso y, aunque creía que a Ballesta le gustaba lo duro en aquellos detalles, tuvo cuidado de no hacerle daño. Independientemente de lo que el profesor dijera o hiciera, a Kido le seguía pareciendo alguien sensible, alguien con quien se debía extremar el cuidado en el trato. De eso estaba seguro.
Se separó unos centímetros del profesor para mirarle directamente y le acarició la mejilla. Estaban echados de costado, el uno frente al otro; en aquella posición sus ojos quedaban a la misma altura.
--Tienes unos ojos preciosos, Halley, ¿lo sabías?—murmuró, tratando de recuperar el aliento.
El profesor bajó la mirada y sonrió levemente.
--Oh, no. Yo no. Los suyos… los tuyos sí son bonitos.
Kido se mordió el labio inferior.
--Me has hecho feliz—le dijo.
--Me alegro… El profesor levantó la mirada. Sus ojos centellearon por un instante.
--Quiero hacer el amor, Halley… hacértelo. Ahora.
El profesor abrió la boca con sorpresa, pero ese gesto no fue más que una ráfaga reemplazada al instante por una sonrisa tensa.
--¿Hacer el amor? ¿Qué chorrada es esa?
Kido rio y saltó sobre él como un gato, sujetándole sin previo aviso por las muñecas e inmovilizándole bajo su peso contra el suelo de la embarcación.
--¿Chorrada? Chorrada es lo que acabas de decir…
El profesor soltó una carcajada y giró la cabeza hacia un lado, revolviéndose bajo él.
--Kido…
El chico se inclinó sobre él y comenzó a besarle detrás de la oreja y en el cuello.
--Dime...
--Me voy a enamorar...
El aludido sonrió sin poder evitarlo.
--¿Y eso te da miedo?—murmuró contra su piel.
--¡Mucho!… El profesor ya tenía el traje de neopreno a medio quitar.
Kido descendió con los labios desde su cuello hasta su pecho descubierto y continuó besándole con suavidad, dirigiéndose a su cintura.
--¿Por qué?—preguntó.
--Porque… enamorarse… es una miiieee…ee…
Halley apretó los dientes, gimió y arqueó la espalda. Los besos de Kido se habían vuelto de pronto más largos, más húmedos, más osados. De vez en cuando le rozaba con los dientes allí por donde pasaba dejando una estela de fuego: costillas, pezones, estómago…
--Dios…—jadeó sin resuello--¿qué me estás haciendo?
Kido colocó una mano directamente sobre la erección del profesor y presionó.
--El amor…—sonrió con malicia.
Halley lanzó una risita hueca.
--Oh, no… eso no…
--¿Por qué no? Kido se irguió sobre el profesor y le contempló durante unos segundos, sonriendo con inmensa ternura. Extendió la mano hasta su cabeza y metió los dedos entre los mechones de pelo castaño, acariciando su cuero cabelludo.
--Vale, Kido, lo que tú quieras…--se rindió Halley con un resoplido.
--Genial. Lo que yo quiera.
El chico se inclinó sobre el profesor para terminar de bajar la porción de cremallera que mantenía en su sitio el traje. Lo hizo con paciencia, sin dar tirones, sin apresurarse.
--Eres una persona increíble, Halley. Quiero que disfrutes…
Desnudó al profesor por completo, y a continuación con un movimiento rápido se despojó de su traje, cuya parte de arriba ya bailaba en su cintura. Ya sin obstáculos entre piel y piel volvieron a abrazarse y a rodar sobre la plataforma de la cubierta en un lío de lenguas, brazos y piernas.
--Creo que… estoy muy abierto…--jadeó Ballesta al oído de Kido.
--Oh, ¿sí?
--Sí…
--Eso tengo que comprobarlo…
Kido se dispuso a tocarle; sin embargo, Halley le esquivó cuando sintió su mano bajando por su espalda.
--Ha sido al verte la polla—resolló, rehuyendo el contacto de sus dedos—y tu cara, esa cara que tienes… quiero que me folles ya, por favor…--musitó.
Kido resopló y se movió contra el profesor.
--¿Sin abrirte antes? ¿Ni siquiera un poco?
--No hace falta…
Halley separó las rodillas y abrazó la cintura de Kido con las piernas. Su polla fue a dar, empalmada y húmeda, contra el estómago del chico, quien inmediatamente se apretó contra ella. El profesor gimió y agitó las caderas al sentir el roce, dejándose llevar por violentas oleadas de placer, dando pequeños botes sobre la superficie de la cubierta. Echó la cabeza hacia atrás y se mordió fuerte los labios cuando sintió las manos de Kido separándole las nalgas para por fin poseerle.
--Estás húmedo…--gruñó el chico, acercando el capullo a su entrada.
--Por favor… fóllame…
“Suave”, se dijo Kido. “Despacio. Poco a poco.” Se agarró la polla para controlar la penetración y empujó con las caderas, abriéndose camino con cuidado. Continuó mostrando cautela a pesar de sentir cómo le recibía Halley: el cuerpo del profesor parecía de mantequilla, Kido se clavaba en él con inmensa facilidad, y sentía como aquella carne que le acogía disfrutaba. Estuvo tentado de asestarle un pollazo definitivo, pero en el último momento se contuvo y frenó. Aquel estrecho túnel parecía absorberle; le abrazaba adaptándose a él, tomando su forma conforme él iba entrando. Respiró hondo y disfruto de aquella placentera sensación.
“Poco a poco” se decía “Poco a poco”. Pero Halley también se movía, botando bajo él, yendo a su encuentro. Su polla iba a estallar de un momento a otro, constreñida contra el abdomen de Kido, frotándose contra su piel una y otra vez. Los huevos le ardían y le temblaban contra el bajo vientre del chico. El profesor lanzó una exclamación ahogada cuando Kido se clavó en él por fin hasta el fondo. Lleno del todo, Halley comenzó a sentir un placer salvaje en toda la zona pélvica cuando Kido se empezó a mover, dulce y resueltamente, empujando hacia dentro. La violenta agitación había comenzado como una semilla en alguna parte donde sentía la presión de aquel pollón, y en cuestión de segundos se había magnificado en un terremoto que sacudía todo su cuerpo. Rompió a sudar y a temblar desaforadamente. Kido empujó con todas sus ganas cuando le sintió agitarse de ese modo.
--Respira despacio—masculló, dándole fuerte—te vas a marear…
--Creo que ya sé qué es eso… del punto G masculino—resolló Ballesta.
--Oh, ¿de verdad?
Kido lanzó una carcajada entrecortada. Alguna vez había leído que ese punto existía, y que se alcanzaba desde atrás, precisamente así. Al momento de leerlo se había reído y lo había tomado casi como una leyenda urbana, resultándole del todo inconcebible aquella práctica. Sin embargo ahora estaba allí… la vida podía llegar a tener una ironía realmente fina.
--Sí…--gimió el profesor. Temblaba como un flan—Kido, voy a correrme…
--Genial… deja que te toque…
Sin salir de su cuerpo, se colocó mejor sobre él, afianzando su posición prácticamente de rodillas. Al día siguiente tendría moratones a la altura de la rótula, pero ni pensó en ello. Con una mano sujetó con firmeza a Ballesta por la cadera; con la mano que le quedaba libre aferró el tronco de su polla y comenzó a estrangularlo en su puño, moviendo el brazo hacia arriba y hacia abajo lentamente. Se inclinó un poco para volver a presionar su estómago contra la verga en erección. Una vez posicionado, insinuó un suave empujón de caderas de nuevo hacia dentro.
--Joder…--Ballesta se atragantó con un jadeo—si vuelves a hacer eso… me corro…
--¿Esto?
Kido sonrió, frunció el ceño y volvió a golpear con las caderas, esta vez con un movimiento más seco y profundo.
--Ahhg… por favor…
--¿Sufres o qué?
--Nnn-no…
El profesor no acertaba a hablar.
--¿Otro pollazo lo aguantas?—rezongó Kido--¿O te corres como una nena?
Sin esperar respuesta, bombeó un par de veces contra las caderas del profesor.
--Ohhh…
--¿Te gusta, Halley? ¿Quieres más?
Volvió a fustigarle, esta vez descargando una salva de clavadas que catapultó al profesor sin remedio al orgasmo.
Halley gritó, contrajo el abdomen y se corrió por fin, disparando chorros calientes que se estrellaron contra el pecho y los hombros de Kido. Inmediatamente, éste se dejó llevar y perdió el control, derramándose dentro de aquel cuerpo hambriento, árido y tembloroso.
21-A veces es bueno discutir
Hasta ese momento, Kido nunca le había hablado a Ballesta sobre su relación paralela con Taylor. Si es que podemos hablar en estos términos y utilizar la palabra "relación" para definir lo que entre ellos había, claro. Alguna vez le había mencionado a la señorita de pasada pero nunca se había detenido a fondo para explicarle, y desde luego no le había dicho "es que me tiro a la vecina del quinto, ya ves". Dicho así tal vez sonara loco, y más desapasionado que loco -lo cual resulta peor aún-, así que jamás podría formularlo de esa manera. Principalmente porque Taylor no era "la vecina del quinto" para Kido... o no sólo era eso, como puede el lector imaginarse.
Durante su estancia en la isla, aquel fin de semana, Kido aprovechó para hablar de esto con el profesor. Le parecía que Ballesta debía saberlo... más aún cuando le sentía más cerca a cada minuto, cuando notaba que los sentimientos fluían agitados entre ellos ahora, cada vez más intensos si no se equivocaba. No quería dañar al profesor, no quería zozobras; tenía miedo de decírselo por si acaso Ballesta no se lo tomaba bien, podría perderle si se lo contaba, ¿verdad? simplemente por el hecho de que Balle no quisiera compartirle con nadie... pero aún así lo hizo.
Kido fue sincero de todas maneras, asumiendo ese riesgo. Le costó, pero finalmente le comentó a Ballesta la situación mirándole a los ojos la noche del sábado al domingo, mientras cenaban junto al mar. Y a medida que hablaba, a medida que se liberaba y le contaba a Balle lo que le sucedía con Taylor, rememorando los encuentros "extraños" que ella y él habían tenido en su piso, Kido decidió una cosa sin ser apenas consciente.
El profesor le escuchó a su acostumbrada manera hermética, sin mostrar lo que pensaba y sin el más leve indicio de mascar juicio alguno de valor sobre lo que Kido le acababa de contar.
--Así que tiene a otra persona con usted--había dicho lacónicamente antes de darle un largo trago a su copa--Bueno. Puedo con ello, supongo.
A Kido se le cayó el alma a los pies en ese momento y se vio de pronto a punto de decir algo como "¿Tú quieres que no haya nadie más?" pero, quién sabe por qué, al final se contuvo. Se dio cuenta de que nunca se había detenido a pensar que en algún momento Balle y él tendrían aquella conversación, ¿tal vez lo había estado eludiendo? Carajo, si ni él mismo podía entender su propio caos mental.
--Siento no habertelo dicho antes, yo...--a medida que hablaba se sentía como un cabrón, cayendo en la cuenta de que había estado excluyendo a una en presencia del otro y viceversa todo el tiempo, como por otra parte era lógico y natural. Era normal no querer mezclar mundos y no querer traspasar su desorden interno a nadie... pero de golpe Kido era consciente, en aquel momento, de que podía haber sido más legal. Haberlo dicho antes. No esperar a enredarse entre amarres y barcos, no después de cuatro polvos, no cuando estaban de viaje, joder. Taylor ya sabía sobre Balle, pero no a la inversa.
--No se preocupe, es normal. Usted es joven y guapo. Disfrute.
--Por favor, yo...
El profesor parecía sereno pero se le veía tenso cuando apartó la mirada hacia el mar.
--No se preocupe--reiteró, a Kido le pareció que el tono de su voz se había endurecido.
--Halley... lo siento...
--No tiene que sentir nada--Ballesta dirigió de nuevo los ojos hacia él y le lanzó una mirada fija, contundente.--Está bien. Puedo con ello.
--No tienes que...
--Además, no tenemos nada, ¿no?--añadió en tono de mofa--sin compromiso entre nosotros, señor Katai. Ahora no vendrá a decirme que me ha sido infiel...
Se rió y a Kido se le congeló la sangre. ¿"No tenemos nada"? ¿"*nada*"? qué demonios... Joder, justamente cuando iba a decirle que podría cortar sus encuentros con Taylor, que no quería renunciar a él... justo entonces venía el profesor a soltar esa mierda.
--No, claro. Nada-- se obligó a decir. Trago saliva de espino sintiendose un traidor.
--Nada, señor Katai.
¿Por qué parecía Balle *tan* cabreado de pronto? Kido se dio cuenta de que él mismo se había crispado y probablemente también parecía cabreado desde fuera. Qué bonito.
¿Nada? ¿de verdad era NADA, así lo sentía Halley?
--Conque nada...--Kido empujó su plato sobre la mesa para alejarlo de sí.
--¿Se le ha cerrado el estómago? qué casualidad, a mí también.
--Oye. Siento no habertelo dicho antes, lo siento...--la humedad del ambiente volvía los ojos de Kido más brillantes y más negros si cabe cuando los levantó hacia Balle. Tanteó con su mano por encima de la mesa hasta tocar tímidamente los dedos del profesor, apenas un roce sin apartar la mirada de sus ojos, mirada fija sin pestañear.
Ballesta se removió en su asiento al ser tocado y rompió el contacto visual para mirar de nuevo al mar, sin embargo no retiró la mano de donde la tenía.
--Hay una vista estupenda desde la terraza, ¿no cree?--murmuró entre dientes.
--Soy un cabrón. Soy... un cobarde. Soy lo peor, ya lo sé...
--No siga, por favor--se obcecaba en no mirarle--no tiene ninguna importancia.
--Sí que la tiene. No quiero perderte.
--¿Eh? pues claro que no me va a perder, ¿por qué dice esa tontería?
Kido frunció el ceño y se atrevió a colocar su mano sobre el dorso de la del profesor, sin agarrar, sólo tocándole. ¿Tontería? ¿tan lejos estaba Ballesta de pensar que eso podía pasar?
--Yo no quiero perderte, Halley...
--Qué estupidez. Pero qué dice--Balle le miró ahora, visiblemente enfurruñado--ya le he dicho que no me va a perder. No se va a librar de mí tan facilmente, señor Katai.
A pesar de saber que Balle estaba cabreado, Kido no pudo evitar reirse un poco. Le resultó gracioso cómo sonó aquello y por otra parte estaba nervioso, tal vez le salió la risa por liberar algo de tensión. Negó con la cabeza.
--Por favor... yo no quiero...
--Ahora, si usted prefiere que me vaya y le deje con su amiguita, no tiene más que decirlo...
--¡No!
Kido se mordió la lengua para no defenderse contra eso. "Su amiguita", vaya... ¿tenía derecho a sentirse herido porque Balle le hubiera hablado así? Al parecer el profesor se dió cuenta del cambio en la expresión de su alumno porque inmediatamente reculó.
--Perdone. No soy nadie para decirle nada. Usted ha de estar con quien quiera estar.
--Pero yo quiero estar contigo...--musitó Kido casi para el cuello de su camisa. Por un momento pensó que el profesor se haría el sueco, o si no saldría con alguna de las suyas como "¿puede repetir lo que ha dicho,por favor? no le he oído bien"... pero Balle no dijo nada. Aunque había oído aquello perfectamente, porque ahora fue a él a quien le cambió la cara.
--Está conmigo--murmuró al fin entre dientes, casi escupiéndolo--está conmigo ahora.
--Sí.
--Pues déjese de gilipolleces. Usted esté con quien quiera estar, cuando quiera. Sea feliz, eso es lo que tiene que hacer. No me debe explicaciones.
--Pero y si yo quisiera estar sólo c-...
--¿Me lo dice o me lo cuenta? ¿una fantasía romántica ahora para celebrar lo que acaba de soltar? no me diga...
Estaba herido, comprendió Kido. Vaya. Por un momento Balle le resultó tan transparente como un niño.
--Siento haber jodido el viaje...
--No lo ha hecho. Folla bien.
--¿Qué?!
Lo había dicho sin mirarle, aquello tenía que ser una pose. Una jodida pose.
--Eso no se lo negaré.
--Vale, creo que me voy...--Kido se levantó de la silla para poner distancia entre ellos, no quería discutir, sentía que podía decir algo de lo que luego se arrepentiría. Trato de romper el contacto con la mano de Ballesta pero éste no se lo permitió, agarrándole de pronto.
--Eh. Usted no va a ninguna parte.
--Suéltame.
--¿Qué le pasa?¿por qué se mosquea tanto, es por eso de que folla bien?
--Halley, SUÉLTAME, joder...
--Venga, hombre. Las verdades hay que decirlas...--murmuró el profesor mientras se levantaba para hablarle al mismo nivel.
Kido movió el brazo con brusquedad y se desasió del agarre. Por un instante envió chispas de rabia furibunda cuando miró directamente al profesor.
--Y claro, sólo es eso, ¿verdad? FOLLAR--no se dió cuenta pero había subido el tono de voz un par de grados--Todo queda en eso, ¿no?
El profesor ladeó la cabeza algo sorprendido; pareció que fuera a decir algo pero finalmente apretó los labios y negó imperceptiblemente con un gesto.
--Es eso, ¿no? ¡DÍMELO!--Kido retrocedió un paso porque sintió deseos de empujar a Ballesta y eso le asustó. Joder, podría echarse a llorar de pura rabia ahora. Definitivamente, fingir que las cosas no le importaban nunca fue lo suyo--No tenemos "nada", ¿no?
--Eso dígamelo usted...
--¡Acabas de decirlo tú mismo!
--No soy yo el que tengo...--se calló de pronto. El que tenía qué. ¿Un affair?¿un lío? Realmente se estaba comportando como lo contrario de lo que quería aparentar: como una esposa a la que le han sido infiel. Sólo que no era esposa ni esposo de nadie, era un maldito ogro celoso, ¿no? Kido no era suyo, ¿es que acaso quería que lo fuera?--déjelo. Da lo mismo.
--Si es por lo de Taylor...
--Por favor. Déjelo.
Le dolía. A Balle le dolía seguir con el tema, Kido podía sentirlo. Pero no podía permitir que dijera eso, no podía permitirlo a pesar de que el profesor seguramente ni lo pensara.
--Escucha. Te quiero. --Todo lo que iba a decir salió, sintetizado y empaquetado sin adornos en esa frase--No digas que no tenemos "nada". Te quiero--repitió sin la menor vacilación.
--Señor Katai...
--Por favor... --Kido se dio cuenta de que estaba jadeando porque le aleteaba la voz--Tú eres...
--No. No quiero que deje nada por mí. No quiero que cambie nada de su mundo por mí, no quiero "ser" nada.
--Pero ya lo eres...
Kido se lanzó sobre Balle, aunque no para empujarle sino para rodearle con los brazos de pie junto a la mesa.
--Ya lo eres...--repitió contra el pecho del profesor, donde había ido a dar su nariz gracias a que Ballesta era bastante más alto que él.
--No...
--Por favor no me sueltes. Sí lo eres. Por favor, Halley, no me sueltes.
El profesor le abrazó con rudeza, sintiéndose torpe, aferrando el cuerpo de Kido contra el suyo.
--No llore, por amor de dios, no le voy a soltar.
--A lo mejor vas a llorar tú, imbécil.
Él se rió y ocultó la cara en el hombro de Kido.
--No ha cenado...
--¿Qué parte de lo que ha pasado no entiendes?--replicó Kido sin soltarle, enredándose con él cuerpo a cuerpo como una enredadera--No quiero... cenar, no quiero...
--Bueno, vale, no se enfade.
--Es que no quiero.
--¿Y qué quiere?
Kido resopló y sofocó lo que parecía ser una risa contra la camiseta del profesor.
"Abrazarte, capullo. Besarte. Fundirme contigo y todo lo que sigue" le hubiera gustado decir.
--Vamos a la cama...--musitó sin apartar la cara del pecho contrario.
--Ah. Ya pensaba que me iba a salir con una de las suyas como "hacer el amor"... ya sabe que no comprendo ese idioma.
--Porque eres retrasado...--Kido se reía, no podía evitarlo, incluso cuando Ballesta le levantó a pulso en sus brazos.
--Mire, eso es una buena idea. A partir de ahora hableme como si fuera un retrasado...--el profesor echó a andar hacia la puerta de la terraza con Kido en los brazos a lo bride style--así evitaremos lagunas y conceptos erráticos, llamemos a las cosas por su nombre.
--Imbécil.
--Muy bien. Aunque si quiere follarme digamelo, es más práctico, no importa lo cachondo que me ponga cuando me insulta.
Kido se agarro a los hombros de Ballesta y sintió cómo éste abría la puerta acristalada de la terraza de un empujón.
--Voy a... dejar a Taylor...--murmuró con la cara sepultada en su escondite.
--Qué estupidez. Prefiero que me siga insultando.
Ya cruzaban el pasillo a oscuras, afortunadamente Ballesta conocía la vivienda al dedillo y se orientaba a la perfección para llegar al dormitorio.
--"Retrasado emocional" no es un insulto, Halley. Es una desgracia.
--Ja,ja.--el profesor empujó la puerta del dormitorio con el pie y entró en la habitación, situándose junto a la cama en un par de zancadas. Por un momento pareció que tomaba impulso para lanzar a Kido al colchón sin asomo de delicadeza--qué crueldad tan refinada, está usted de un hostil cada vez más interesante.
--No es tu culpa ser un retrasado emocional, no te avergüences.
--¿Si le dejo en el armario me hace el salto del tigre?
--Ja,ja,ja. Eso te gustaría.
--Pues sí, para qué engañarnos.
Pero Balle simplemente se dejó caer hacia delante sobre el colchón (y sobre Kido), sujetando a éste con fuerza contra su pecho.
--Es lo único que quieres de mí, ¿no? polvos. Lo has dicho antes...--Kido no podía evitar sonreír como un bobo, quizá porque él mismo no se tomaba en serio diciendo aquello mientras caía en la cama bajo el peso de Ballesta.
--Jamás he dicho eso--rezongó éste, tirando de la camiseta de Kido hacia arriba--aunque le deseo tanto que ahora mismo le comería a mordiscos.
--Ya...
Kido jadeó y aferró a su vez la camiseta del profesor para sacársela por la cabeza. La urgencia de sus movimientos era palpable, su gesto decía "o te la quito o te la desgarro".
--Usted puede echarme todos los polvos que quiera, señor Katai.
El aludido volvió a reír y tomó impulso con las piernas para hacer rodar sobre su espalda al profesor y saltar como gato sobre él.
--Sólo eso. Polvos.--gruñó sin dejar de sonreír, cabalgándole las caderas a horcajadas aunque sin querer moverse aún sobre el bulto que notaba endureciéndose contra su muslo.
--Polvazos. Hable con propiedad.
--¿Tienes algún problema? no pareces estar respirando bien...
El profesor jadeó y lanzó al aire una risita. La voz se le había entrecortado y apenas le había salido en un susurro la última vez que habló, se daba cuenta.
--¿Qué pasa, señor Katai, me va a reanimar?
Kido le dio un cachete blando en la mejilla y a continuación se inclinó sobre él para darle un muerdo largo y profundo sujetándole los brazos, comenzando a moverse para sentirle a pesar de los pantalones que aún ambos conservaban puestos. Las lenguas se movieron frenéticas cuando se encontraron, luchando tan denodadamente que la saliva fluyó a las comisuras de las bocas abiertas. Literalmente se devoraban el uno al otro.
--¿Y si quiero estar contigo, qué?--los jadeos se rompieron en los labios de Halley cuando Kido cortó el beso para decir esto--Y si quiero tener algo, ¿qué?
Balle sonrió. Con cierto dolor. Kido se dió cuenta y de pronto se sintió mal, no quería invadirle, no quería pincharle, sólo...
--No es sólo por follar...--le hablaba desde muy cerca al profesor, frente con frente sin dejar de moverse contra él, acariciándole la cara--no es un juego. ¿Está mal si digo que quiero más?...
Ballesta se había quedado quieto bajo su cuerpo aunque seguía con las piernas fuertemente enredadas entre las suyas.
--¿Está mal si quiero estar sólo contigo...?
--No soy precisamente la mejor elección en ningún caso, Kido.
--Ah, por fin empezamos a entendernos, qué bueno que me llame por mi nombre...
Kido se tragó una risita nerviosa y deslizó la mano hacia la entrepierna del profesor para empezar a pelearse con el botón de sus pantalones.
--Fue un momento de debilidad...--Balle gruñía y se revolvía bajo él, no precisamente resistiéndose sino buscando contacto y fricción, moviendo rápidamente las caderas y siguiendo ya un ritmo que no podía eludir.
--Entiendo. No comentaré sobre lo que has dicho...
--Si se deja de carcajear y me folla pasaré por alto que no me tome en serio.
Kido ya había abierto los pantalones del profesor y tiró de ellos junto con la ropa interior, sólo lo necesario para sentirle sin llegar a sacárselos. No quería deshacer el abrazo de las piernas de Balle en torno a sus caderas, quería sentirle, quería meterla.
--Es lo que quieres, ja. Que te folle.--se había despojado de sus propios pantalones al menos hasta la mitad de sus muslos, lo justo y necesario para un piel con piel donde más ardía. Se movió con urgencia sobre él, embistiendo con las caderas sin penetrarle--si sólo quieres follar, ¿por qué no te vas de putos?
--¿De putos?--Ballesta se rió--Los putos no son tan experimentados como usted...
--Me estás vacilando.
--Ja,ja.
--Nhg!...--con su propia mano, Kido colocó la palpitante erección entre las nalgas del profesor y buscó a tientas su entrada, reprimiendose para no empujar con fuerza--Gilipollas. Me tratas como a un crío...
Encontró el agujero y deslizó un dedo dentro con cierta brusquedad, recargándose sobre el otro brazo. Halley gruñó y movió las caderas con fuerza golpeándole los nudillos.
--¿Eso le molesta?
--¡Sí!...--empezó a mover el dedo rítmicamente con fiereza entrando y saliendo--me molesta...que me mientas...
--Hnnm... jódase.
--¿Solo eres sincero en la cama?
--O mejor jódame a mí. Métame otro...
--¡Cállate!--pero Kido le hizo caso; para delicia del profesor metió un segundo dedo bruscamente en el apretado tunel. No le hizo falta forcejear mucho a decir verdad.
--Uaaah! ¡más, por favor...!
--Pervertido de mierda...--la risa que le salió a Kido se le antojó a sí mismo demencial--es lo que quieres, que te folle como perro.
--Me tiene ... calado...
--Dime a la cara que no tenemos nada.
--¿Qué?
--Vamos--le espoleó Kido, moviendo frenéticamente los dedos y realizando ya amplios movimientos de tijera para ensancharle--Te quiero, imbécil. Dime a la cara que te da igual, que te vale coño, que sólo es sexo.
--Usted ha visto... muchas...películas...--la espalda de Halley se arqueó, sus ojos estaban cerrados, su cabeza echada hacia atrás sobre la almohada.
--Imbécil. Idiota. Retrasado.
--Oh, sí...
--vamos, joder, dímelo...
--Métemela, Kido. Métemela y cállate.
Se la metió de golpe con un ronco gemido salido del fondo de su garganta. Sintió como Ballesta se ponía rígido bajo él y aguantaba sin protestar lo que a buen seguro le había dolido: dos dedos entrando y saliendo era una cosa, clavar la espada hasta la empuñadura en la primera estocada era algo muy diferente. Pero el profesor no hizo movimiento alguno de retirada, al contrario, una vez más le acogió en su cuerpo adaptándose a él como podía, empezando a moverse casi acto seguido.
--Lo ha hecho con furia...--jadeó, aún sin atreverse a moverse demasiado.
--¿Crees que me voy a disculpar? ¿Es que no te gusta duro?
Balle apretó los dientes y asintió, cerrando los ojos.
--Me encanta...
Su voz se derramó lasciva y a Kido se le escapó un gemido. No había preparado aquel túnel caliente y ahora le ahogaba, la presión era anormalmente placentera ahí dentro y le incitaba a empujar más. "Se siente como desvirgar a alguien", pensó.
--Siempre me lo pides así. Duro.--golpeó de nuevo con las caderas, dando a entender que él mismo apoyaba la iniciativa.
--Lo sé--el profesor daba ya pequeños botes en la cama comenzando a gozarse el pollón que tenía dentro--soy un romántico, ya sabe.
--Eres un cerdo--ni el mismo Kido sabía por qué le estaba insultando a cada rato, ni desde luego por qué le excitaba tanto hacerlo.
--Un cerdo que le pone burro...
--Ahg, sí! joder!
Empezó a dejarse llevar y a follarle sin cortar sus ganas, soltando un poco el control que al metérsela de golpe se había impuesto. No quería hacerle (más) daño a Balle, pero a la vez quería destrozarle, romperle, hacerle callar y decirle te quiero a... golpes. Sonaba chungo pero qué diablos, ni podía pensar con claridad, y en este momento le parecía que el profesor sólo entendería el lenguaje del cuerpo. Porque las palabras... las palabras eran sólo un juego ahora. Estaba perfecto. Jugaría.
Casi babeó cuando sintió a Halley retorcerse bajo él.
--Me va a romper...--los gemidos del profesor flotaban entrecortados durante la salvaje follada.
--¿Quieres que pare?
--¡No!
Sintió el hinchado miembro del profesor humedecerse en pre-corrida contra su vientre, la gruesa punta frotándose por encima de su ombligo en cada vaivén. Por un momento Kido sintió ganas de agarrarle, de masturbarle mientras le taladraba el condenado "punto G", pero en lugar de eso su mano se cerró entre los cabellos de Halley. Aunque no le tocara, éste iba a correrse con el roce de todas maneras. Él mismo estaba cerca del orgasmo aunque prácticamente acababa de entrar en ese cálido cuerpo, tal vez llevaba cachondo demasiado tiempo, tal vez todo estaba resultando demasiado intenso para tomarse tiempo en ello. No quería pensar que algo podría irsele de las manos y al mismo tiempo lo deseaba, sólo aflojar el control... un poco más...
--Te quiero, imbécil--quizá el profesor aún lo dudaba, por eso lo dijo, sin dejar de empujar.
--No quiero correrme pensando en eso...
--Eres insoportable--jadeó Kido a pollazo limpio--mentiroso...patológico...
--Mmmmh, eso está m-mejor...!
--Maricón...de armario.
--Ja,ja...
--¡Gilipollas!
--Picha floja.
¿Picha floja? Kido rió a carcajadas y sintió que a la siguiente estocada explotaría. Estaba palpitando contra las paredes de ese túnel que le engullía cada vez con más hambre, cada vez más adentro.
--Maldito... cerdo pervertido...--masculló entre dientes, redoblando la ferocidad de los empujones.
--Me corro, Kido...
--Uhhhg!
Por primera vez, y sin haberlo calculado, explotaron al mismo tiempo. Ballesta gritó en los brazos de Kido como si la explosión le hubiera pillado de improviso y se apretó contra su cuerpo; Kido mordió a su compañero en el hombro en lugar de gritar y cabalgó su climax de esta forma durante segundos que se le antojaron interminables.
--Te quiero--jadeó cuando se sintió otra vez lo bastante dueño de sí mismo como para hablar--Te quiero, Halley. Voy a hablar con Taylor, voy a dejarlo con ella en cuanto regrese, como comentes algo te mato.
Y el caso es que, a partir de ahí, no volvieron a hablar más del asunto.
Al día siguiente por la noche cogían de nuevo un avión para volver a la ciudad, esta vez sin antifaz ni dispositivos extraños. Aunque jamás podría olvidar aquel viaje de ida, Kido se alegró de poder funcionar con los cinco sentidos a pleno rendimiento en el de vuelta. A pesar de que la vista de la polvorienta terminal no fuera lo más agradable del mundo, sobre todo en comparación con el mar, las dunas y el palmeral que habían llenado sus ojos en los dos últimos días.
"¿Tiene ganas de ver a su hermano?" le había preguntado el profesor nada más bajar del avión, no sin antes permitirse incidir en cuán diferentes eran Kido e Inti. Sí, claro. Por supuesto que Kido tenía ganas de ver al big-bro metomentodo, tenía gracia no soportarle y al mismo tiempo no soportar tampoco la idea de no verle durante más de dos días seguidos.
--Mi hermano va a flipar cuando le cuente lo que he hemos hecho...
--¿Eh?¿pero qué le va a contar?
Se acercaban al coche de Balle, el cuatro latas venerable que les había estado esperando aparcado allí desde que el viernes tomaron el vuelo.
--Pues qué va a ser, lo de las ballenas...
--Ah. ¿No se lo ha dicho aún?
Kido negó con la cabeza mientras se recolocaba la mochila sobre el hombro: ahora pesaba más que hacía dos días o eso sentía, y realmente no podría decir por qué: lo único que había incorporado a la carga eran dos botellas de agua y un tarrito con arena de playa para Inti, como le prometió.
--No. Se pone loco por menos de nada. Si se lo hubiera dicho por teléfono habría entrado en pánico.
El profesor distinguió el morro del vehículo entre la fila de coches más próxima pero no apretó el paso.
--Qué me dice, ¿en serio?
--Ja, no sabes cómo es. Eh, ¿por qué no vienes y lo compruebas por ti mismo?
--¿Oh?
--Claro. Vente a tomar una cerveza, no te vayas a casa todavía.
--Pero estará cansado del viaje...
Ballesta vaciló. A pesar de su gesto sereno ya empezaba a llevar mal sólo el pensar que en menos de una hora tendría que separarse de Kido, cuando le dejara en casa.
--¿Cansado? qué va...
--Ya. Nunca está cansado, ¿cierto? Si no se cuida le va a pasar algo.
--Qué tontería--resopló Kido. Tal vez él tampoco quería separarse en seco del profesor. Tal vez él tampoco estaba llevándolo bien como idea--Venga, vente, en serio.
--¿No le importará a la rubia?--con esto se refería a Inti, claro.
--ja,ja, ja. No, para nada.
--Bueno--concedió Ballesta a medias, abriendo ya la puerta del coche--pero sólo un rato, ¿sí? mañana hay clase.
Durante su estancia en la isla, aquel fin de semana, Kido aprovechó para hablar de esto con el profesor. Le parecía que Ballesta debía saberlo... más aún cuando le sentía más cerca a cada minuto, cuando notaba que los sentimientos fluían agitados entre ellos ahora, cada vez más intensos si no se equivocaba. No quería dañar al profesor, no quería zozobras; tenía miedo de decírselo por si acaso Ballesta no se lo tomaba bien, podría perderle si se lo contaba, ¿verdad? simplemente por el hecho de que Balle no quisiera compartirle con nadie... pero aún así lo hizo.
Kido fue sincero de todas maneras, asumiendo ese riesgo. Le costó, pero finalmente le comentó a Ballesta la situación mirándole a los ojos la noche del sábado al domingo, mientras cenaban junto al mar. Y a medida que hablaba, a medida que se liberaba y le contaba a Balle lo que le sucedía con Taylor, rememorando los encuentros "extraños" que ella y él habían tenido en su piso, Kido decidió una cosa sin ser apenas consciente.
El profesor le escuchó a su acostumbrada manera hermética, sin mostrar lo que pensaba y sin el más leve indicio de mascar juicio alguno de valor sobre lo que Kido le acababa de contar.
--Así que tiene a otra persona con usted--había dicho lacónicamente antes de darle un largo trago a su copa--Bueno. Puedo con ello, supongo.
A Kido se le cayó el alma a los pies en ese momento y se vio de pronto a punto de decir algo como "¿Tú quieres que no haya nadie más?" pero, quién sabe por qué, al final se contuvo. Se dio cuenta de que nunca se había detenido a pensar que en algún momento Balle y él tendrían aquella conversación, ¿tal vez lo había estado eludiendo? Carajo, si ni él mismo podía entender su propio caos mental.
--Siento no habertelo dicho antes, yo...--a medida que hablaba se sentía como un cabrón, cayendo en la cuenta de que había estado excluyendo a una en presencia del otro y viceversa todo el tiempo, como por otra parte era lógico y natural. Era normal no querer mezclar mundos y no querer traspasar su desorden interno a nadie... pero de golpe Kido era consciente, en aquel momento, de que podía haber sido más legal. Haberlo dicho antes. No esperar a enredarse entre amarres y barcos, no después de cuatro polvos, no cuando estaban de viaje, joder. Taylor ya sabía sobre Balle, pero no a la inversa.
--No se preocupe, es normal. Usted es joven y guapo. Disfrute.
--Por favor, yo...
El profesor parecía sereno pero se le veía tenso cuando apartó la mirada hacia el mar.
--No se preocupe--reiteró, a Kido le pareció que el tono de su voz se había endurecido.
--Halley... lo siento...
--No tiene que sentir nada--Ballesta dirigió de nuevo los ojos hacia él y le lanzó una mirada fija, contundente.--Está bien. Puedo con ello.
--No tienes que...
--Además, no tenemos nada, ¿no?--añadió en tono de mofa--sin compromiso entre nosotros, señor Katai. Ahora no vendrá a decirme que me ha sido infiel...
Se rió y a Kido se le congeló la sangre. ¿"No tenemos nada"? ¿"*nada*"? qué demonios... Joder, justamente cuando iba a decirle que podría cortar sus encuentros con Taylor, que no quería renunciar a él... justo entonces venía el profesor a soltar esa mierda.
--No, claro. Nada-- se obligó a decir. Trago saliva de espino sintiendose un traidor.
--Nada, señor Katai.
¿Por qué parecía Balle *tan* cabreado de pronto? Kido se dio cuenta de que él mismo se había crispado y probablemente también parecía cabreado desde fuera. Qué bonito.
¿Nada? ¿de verdad era NADA, así lo sentía Halley?
--Conque nada...--Kido empujó su plato sobre la mesa para alejarlo de sí.
--¿Se le ha cerrado el estómago? qué casualidad, a mí también.
--Oye. Siento no habertelo dicho antes, lo siento...--la humedad del ambiente volvía los ojos de Kido más brillantes y más negros si cabe cuando los levantó hacia Balle. Tanteó con su mano por encima de la mesa hasta tocar tímidamente los dedos del profesor, apenas un roce sin apartar la mirada de sus ojos, mirada fija sin pestañear.
Ballesta se removió en su asiento al ser tocado y rompió el contacto visual para mirar de nuevo al mar, sin embargo no retiró la mano de donde la tenía.
--Hay una vista estupenda desde la terraza, ¿no cree?--murmuró entre dientes.
--Soy un cabrón. Soy... un cobarde. Soy lo peor, ya lo sé...
--No siga, por favor--se obcecaba en no mirarle--no tiene ninguna importancia.
--Sí que la tiene. No quiero perderte.
--¿Eh? pues claro que no me va a perder, ¿por qué dice esa tontería?
Kido frunció el ceño y se atrevió a colocar su mano sobre el dorso de la del profesor, sin agarrar, sólo tocándole. ¿Tontería? ¿tan lejos estaba Ballesta de pensar que eso podía pasar?
--Yo no quiero perderte, Halley...
--Qué estupidez. Pero qué dice--Balle le miró ahora, visiblemente enfurruñado--ya le he dicho que no me va a perder. No se va a librar de mí tan facilmente, señor Katai.
A pesar de saber que Balle estaba cabreado, Kido no pudo evitar reirse un poco. Le resultó gracioso cómo sonó aquello y por otra parte estaba nervioso, tal vez le salió la risa por liberar algo de tensión. Negó con la cabeza.
--Por favor... yo no quiero...
--Ahora, si usted prefiere que me vaya y le deje con su amiguita, no tiene más que decirlo...
--¡No!
Kido se mordió la lengua para no defenderse contra eso. "Su amiguita", vaya... ¿tenía derecho a sentirse herido porque Balle le hubiera hablado así? Al parecer el profesor se dió cuenta del cambio en la expresión de su alumno porque inmediatamente reculó.
--Perdone. No soy nadie para decirle nada. Usted ha de estar con quien quiera estar.
--Pero yo quiero estar contigo...--musitó Kido casi para el cuello de su camisa. Por un momento pensó que el profesor se haría el sueco, o si no saldría con alguna de las suyas como "¿puede repetir lo que ha dicho,por favor? no le he oído bien"... pero Balle no dijo nada. Aunque había oído aquello perfectamente, porque ahora fue a él a quien le cambió la cara.
--Está conmigo--murmuró al fin entre dientes, casi escupiéndolo--está conmigo ahora.
--Sí.
--Pues déjese de gilipolleces. Usted esté con quien quiera estar, cuando quiera. Sea feliz, eso es lo que tiene que hacer. No me debe explicaciones.
--Pero y si yo quisiera estar sólo c-...
--¿Me lo dice o me lo cuenta? ¿una fantasía romántica ahora para celebrar lo que acaba de soltar? no me diga...
Estaba herido, comprendió Kido. Vaya. Por un momento Balle le resultó tan transparente como un niño.
--Siento haber jodido el viaje...
--No lo ha hecho. Folla bien.
--¿Qué?!
Lo había dicho sin mirarle, aquello tenía que ser una pose. Una jodida pose.
--Eso no se lo negaré.
--Vale, creo que me voy...--Kido se levantó de la silla para poner distancia entre ellos, no quería discutir, sentía que podía decir algo de lo que luego se arrepentiría. Trato de romper el contacto con la mano de Ballesta pero éste no se lo permitió, agarrándole de pronto.
--Eh. Usted no va a ninguna parte.
--Suéltame.
--¿Qué le pasa?¿por qué se mosquea tanto, es por eso de que folla bien?
--Halley, SUÉLTAME, joder...
--Venga, hombre. Las verdades hay que decirlas...--murmuró el profesor mientras se levantaba para hablarle al mismo nivel.
Kido movió el brazo con brusquedad y se desasió del agarre. Por un instante envió chispas de rabia furibunda cuando miró directamente al profesor.
--Y claro, sólo es eso, ¿verdad? FOLLAR--no se dió cuenta pero había subido el tono de voz un par de grados--Todo queda en eso, ¿no?
El profesor ladeó la cabeza algo sorprendido; pareció que fuera a decir algo pero finalmente apretó los labios y negó imperceptiblemente con un gesto.
--Es eso, ¿no? ¡DÍMELO!--Kido retrocedió un paso porque sintió deseos de empujar a Ballesta y eso le asustó. Joder, podría echarse a llorar de pura rabia ahora. Definitivamente, fingir que las cosas no le importaban nunca fue lo suyo--No tenemos "nada", ¿no?
--Eso dígamelo usted...
--¡Acabas de decirlo tú mismo!
--No soy yo el que tengo...--se calló de pronto. El que tenía qué. ¿Un affair?¿un lío? Realmente se estaba comportando como lo contrario de lo que quería aparentar: como una esposa a la que le han sido infiel. Sólo que no era esposa ni esposo de nadie, era un maldito ogro celoso, ¿no? Kido no era suyo, ¿es que acaso quería que lo fuera?--déjelo. Da lo mismo.
--Si es por lo de Taylor...
--Por favor. Déjelo.
Le dolía. A Balle le dolía seguir con el tema, Kido podía sentirlo. Pero no podía permitir que dijera eso, no podía permitirlo a pesar de que el profesor seguramente ni lo pensara.
--Escucha. Te quiero. --Todo lo que iba a decir salió, sintetizado y empaquetado sin adornos en esa frase--No digas que no tenemos "nada". Te quiero--repitió sin la menor vacilación.
--Señor Katai...
--Por favor... --Kido se dio cuenta de que estaba jadeando porque le aleteaba la voz--Tú eres...
--No. No quiero que deje nada por mí. No quiero que cambie nada de su mundo por mí, no quiero "ser" nada.
--Pero ya lo eres...
Kido se lanzó sobre Balle, aunque no para empujarle sino para rodearle con los brazos de pie junto a la mesa.
--Ya lo eres...--repitió contra el pecho del profesor, donde había ido a dar su nariz gracias a que Ballesta era bastante más alto que él.
--No...
--Por favor no me sueltes. Sí lo eres. Por favor, Halley, no me sueltes.
El profesor le abrazó con rudeza, sintiéndose torpe, aferrando el cuerpo de Kido contra el suyo.
--No llore, por amor de dios, no le voy a soltar.
--A lo mejor vas a llorar tú, imbécil.
Él se rió y ocultó la cara en el hombro de Kido.
--No ha cenado...
--¿Qué parte de lo que ha pasado no entiendes?--replicó Kido sin soltarle, enredándose con él cuerpo a cuerpo como una enredadera--No quiero... cenar, no quiero...
--Bueno, vale, no se enfade.
--Es que no quiero.
--¿Y qué quiere?
Kido resopló y sofocó lo que parecía ser una risa contra la camiseta del profesor.
"Abrazarte, capullo. Besarte. Fundirme contigo y todo lo que sigue" le hubiera gustado decir.
--Vamos a la cama...--musitó sin apartar la cara del pecho contrario.
--Ah. Ya pensaba que me iba a salir con una de las suyas como "hacer el amor"... ya sabe que no comprendo ese idioma.
--Porque eres retrasado...--Kido se reía, no podía evitarlo, incluso cuando Ballesta le levantó a pulso en sus brazos.
--Mire, eso es una buena idea. A partir de ahora hableme como si fuera un retrasado...--el profesor echó a andar hacia la puerta de la terraza con Kido en los brazos a lo bride style--así evitaremos lagunas y conceptos erráticos, llamemos a las cosas por su nombre.
--Imbécil.
--Muy bien. Aunque si quiere follarme digamelo, es más práctico, no importa lo cachondo que me ponga cuando me insulta.
Kido se agarro a los hombros de Ballesta y sintió cómo éste abría la puerta acristalada de la terraza de un empujón.
--Voy a... dejar a Taylor...--murmuró con la cara sepultada en su escondite.
--Qué estupidez. Prefiero que me siga insultando.
Ya cruzaban el pasillo a oscuras, afortunadamente Ballesta conocía la vivienda al dedillo y se orientaba a la perfección para llegar al dormitorio.
--"Retrasado emocional" no es un insulto, Halley. Es una desgracia.
--Ja,ja.--el profesor empujó la puerta del dormitorio con el pie y entró en la habitación, situándose junto a la cama en un par de zancadas. Por un momento pareció que tomaba impulso para lanzar a Kido al colchón sin asomo de delicadeza--qué crueldad tan refinada, está usted de un hostil cada vez más interesante.
--No es tu culpa ser un retrasado emocional, no te avergüences.
--¿Si le dejo en el armario me hace el salto del tigre?
--Ja,ja,ja. Eso te gustaría.
--Pues sí, para qué engañarnos.
Pero Balle simplemente se dejó caer hacia delante sobre el colchón (y sobre Kido), sujetando a éste con fuerza contra su pecho.
--Es lo único que quieres de mí, ¿no? polvos. Lo has dicho antes...--Kido no podía evitar sonreír como un bobo, quizá porque él mismo no se tomaba en serio diciendo aquello mientras caía en la cama bajo el peso de Ballesta.
--Jamás he dicho eso--rezongó éste, tirando de la camiseta de Kido hacia arriba--aunque le deseo tanto que ahora mismo le comería a mordiscos.
--Ya...
Kido jadeó y aferró a su vez la camiseta del profesor para sacársela por la cabeza. La urgencia de sus movimientos era palpable, su gesto decía "o te la quito o te la desgarro".
--Usted puede echarme todos los polvos que quiera, señor Katai.
El aludido volvió a reír y tomó impulso con las piernas para hacer rodar sobre su espalda al profesor y saltar como gato sobre él.
--Sólo eso. Polvos.--gruñó sin dejar de sonreír, cabalgándole las caderas a horcajadas aunque sin querer moverse aún sobre el bulto que notaba endureciéndose contra su muslo.
--Polvazos. Hable con propiedad.
--¿Tienes algún problema? no pareces estar respirando bien...
El profesor jadeó y lanzó al aire una risita. La voz se le había entrecortado y apenas le había salido en un susurro la última vez que habló, se daba cuenta.
--¿Qué pasa, señor Katai, me va a reanimar?
Kido le dio un cachete blando en la mejilla y a continuación se inclinó sobre él para darle un muerdo largo y profundo sujetándole los brazos, comenzando a moverse para sentirle a pesar de los pantalones que aún ambos conservaban puestos. Las lenguas se movieron frenéticas cuando se encontraron, luchando tan denodadamente que la saliva fluyó a las comisuras de las bocas abiertas. Literalmente se devoraban el uno al otro.
--¿Y si quiero estar contigo, qué?--los jadeos se rompieron en los labios de Halley cuando Kido cortó el beso para decir esto--Y si quiero tener algo, ¿qué?
Balle sonrió. Con cierto dolor. Kido se dió cuenta y de pronto se sintió mal, no quería invadirle, no quería pincharle, sólo...
--No es sólo por follar...--le hablaba desde muy cerca al profesor, frente con frente sin dejar de moverse contra él, acariciándole la cara--no es un juego. ¿Está mal si digo que quiero más?...
Ballesta se había quedado quieto bajo su cuerpo aunque seguía con las piernas fuertemente enredadas entre las suyas.
--¿Está mal si quiero estar sólo contigo...?
--No soy precisamente la mejor elección en ningún caso, Kido.
--Ah, por fin empezamos a entendernos, qué bueno que me llame por mi nombre...
Kido se tragó una risita nerviosa y deslizó la mano hacia la entrepierna del profesor para empezar a pelearse con el botón de sus pantalones.
--Fue un momento de debilidad...--Balle gruñía y se revolvía bajo él, no precisamente resistiéndose sino buscando contacto y fricción, moviendo rápidamente las caderas y siguiendo ya un ritmo que no podía eludir.
--Entiendo. No comentaré sobre lo que has dicho...
--Si se deja de carcajear y me folla pasaré por alto que no me tome en serio.
Kido ya había abierto los pantalones del profesor y tiró de ellos junto con la ropa interior, sólo lo necesario para sentirle sin llegar a sacárselos. No quería deshacer el abrazo de las piernas de Balle en torno a sus caderas, quería sentirle, quería meterla.
--Es lo que quieres, ja. Que te folle.--se había despojado de sus propios pantalones al menos hasta la mitad de sus muslos, lo justo y necesario para un piel con piel donde más ardía. Se movió con urgencia sobre él, embistiendo con las caderas sin penetrarle--si sólo quieres follar, ¿por qué no te vas de putos?
--¿De putos?--Ballesta se rió--Los putos no son tan experimentados como usted...
--Me estás vacilando.
--Ja,ja.
--Nhg!...--con su propia mano, Kido colocó la palpitante erección entre las nalgas del profesor y buscó a tientas su entrada, reprimiendose para no empujar con fuerza--Gilipollas. Me tratas como a un crío...
Encontró el agujero y deslizó un dedo dentro con cierta brusquedad, recargándose sobre el otro brazo. Halley gruñó y movió las caderas con fuerza golpeándole los nudillos.
--¿Eso le molesta?
--¡Sí!...--empezó a mover el dedo rítmicamente con fiereza entrando y saliendo--me molesta...que me mientas...
--Hnnm... jódase.
--¿Solo eres sincero en la cama?
--O mejor jódame a mí. Métame otro...
--¡Cállate!--pero Kido le hizo caso; para delicia del profesor metió un segundo dedo bruscamente en el apretado tunel. No le hizo falta forcejear mucho a decir verdad.
--Uaaah! ¡más, por favor...!
--Pervertido de mierda...--la risa que le salió a Kido se le antojó a sí mismo demencial--es lo que quieres, que te folle como perro.
--Me tiene ... calado...
--Dime a la cara que no tenemos nada.
--¿Qué?
--Vamos--le espoleó Kido, moviendo frenéticamente los dedos y realizando ya amplios movimientos de tijera para ensancharle--Te quiero, imbécil. Dime a la cara que te da igual, que te vale coño, que sólo es sexo.
--Usted ha visto... muchas...películas...--la espalda de Halley se arqueó, sus ojos estaban cerrados, su cabeza echada hacia atrás sobre la almohada.
--Imbécil. Idiota. Retrasado.
--Oh, sí...
--vamos, joder, dímelo...
--Métemela, Kido. Métemela y cállate.
Se la metió de golpe con un ronco gemido salido del fondo de su garganta. Sintió como Ballesta se ponía rígido bajo él y aguantaba sin protestar lo que a buen seguro le había dolido: dos dedos entrando y saliendo era una cosa, clavar la espada hasta la empuñadura en la primera estocada era algo muy diferente. Pero el profesor no hizo movimiento alguno de retirada, al contrario, una vez más le acogió en su cuerpo adaptándose a él como podía, empezando a moverse casi acto seguido.
--Lo ha hecho con furia...--jadeó, aún sin atreverse a moverse demasiado.
--¿Crees que me voy a disculpar? ¿Es que no te gusta duro?
Balle apretó los dientes y asintió, cerrando los ojos.
--Me encanta...
Su voz se derramó lasciva y a Kido se le escapó un gemido. No había preparado aquel túnel caliente y ahora le ahogaba, la presión era anormalmente placentera ahí dentro y le incitaba a empujar más. "Se siente como desvirgar a alguien", pensó.
--Siempre me lo pides así. Duro.--golpeó de nuevo con las caderas, dando a entender que él mismo apoyaba la iniciativa.
--Lo sé--el profesor daba ya pequeños botes en la cama comenzando a gozarse el pollón que tenía dentro--soy un romántico, ya sabe.
--Eres un cerdo--ni el mismo Kido sabía por qué le estaba insultando a cada rato, ni desde luego por qué le excitaba tanto hacerlo.
--Un cerdo que le pone burro...
--Ahg, sí! joder!
Empezó a dejarse llevar y a follarle sin cortar sus ganas, soltando un poco el control que al metérsela de golpe se había impuesto. No quería hacerle (más) daño a Balle, pero a la vez quería destrozarle, romperle, hacerle callar y decirle te quiero a... golpes. Sonaba chungo pero qué diablos, ni podía pensar con claridad, y en este momento le parecía que el profesor sólo entendería el lenguaje del cuerpo. Porque las palabras... las palabras eran sólo un juego ahora. Estaba perfecto. Jugaría.
Casi babeó cuando sintió a Halley retorcerse bajo él.
--Me va a romper...--los gemidos del profesor flotaban entrecortados durante la salvaje follada.
--¿Quieres que pare?
--¡No!
Sintió el hinchado miembro del profesor humedecerse en pre-corrida contra su vientre, la gruesa punta frotándose por encima de su ombligo en cada vaivén. Por un momento Kido sintió ganas de agarrarle, de masturbarle mientras le taladraba el condenado "punto G", pero en lugar de eso su mano se cerró entre los cabellos de Halley. Aunque no le tocara, éste iba a correrse con el roce de todas maneras. Él mismo estaba cerca del orgasmo aunque prácticamente acababa de entrar en ese cálido cuerpo, tal vez llevaba cachondo demasiado tiempo, tal vez todo estaba resultando demasiado intenso para tomarse tiempo en ello. No quería pensar que algo podría irsele de las manos y al mismo tiempo lo deseaba, sólo aflojar el control... un poco más...
--Te quiero, imbécil--quizá el profesor aún lo dudaba, por eso lo dijo, sin dejar de empujar.
--No quiero correrme pensando en eso...
--Eres insoportable--jadeó Kido a pollazo limpio--mentiroso...patológico...
--Mmmmh, eso está m-mejor...!
--Maricón...de armario.
--Ja,ja...
--¡Gilipollas!
--Picha floja.
¿Picha floja? Kido rió a carcajadas y sintió que a la siguiente estocada explotaría. Estaba palpitando contra las paredes de ese túnel que le engullía cada vez con más hambre, cada vez más adentro.
--Maldito... cerdo pervertido...--masculló entre dientes, redoblando la ferocidad de los empujones.
--Me corro, Kido...
--Uhhhg!
Por primera vez, y sin haberlo calculado, explotaron al mismo tiempo. Ballesta gritó en los brazos de Kido como si la explosión le hubiera pillado de improviso y se apretó contra su cuerpo; Kido mordió a su compañero en el hombro en lugar de gritar y cabalgó su climax de esta forma durante segundos que se le antojaron interminables.
--Te quiero--jadeó cuando se sintió otra vez lo bastante dueño de sí mismo como para hablar--Te quiero, Halley. Voy a hablar con Taylor, voy a dejarlo con ella en cuanto regrese, como comentes algo te mato.
Y el caso es que, a partir de ahí, no volvieron a hablar más del asunto.
Al día siguiente por la noche cogían de nuevo un avión para volver a la ciudad, esta vez sin antifaz ni dispositivos extraños. Aunque jamás podría olvidar aquel viaje de ida, Kido se alegró de poder funcionar con los cinco sentidos a pleno rendimiento en el de vuelta. A pesar de que la vista de la polvorienta terminal no fuera lo más agradable del mundo, sobre todo en comparación con el mar, las dunas y el palmeral que habían llenado sus ojos en los dos últimos días.
"¿Tiene ganas de ver a su hermano?" le había preguntado el profesor nada más bajar del avión, no sin antes permitirse incidir en cuán diferentes eran Kido e Inti. Sí, claro. Por supuesto que Kido tenía ganas de ver al big-bro metomentodo, tenía gracia no soportarle y al mismo tiempo no soportar tampoco la idea de no verle durante más de dos días seguidos.
--Mi hermano va a flipar cuando le cuente lo que he hemos hecho...
--¿Eh?¿pero qué le va a contar?
Se acercaban al coche de Balle, el cuatro latas venerable que les había estado esperando aparcado allí desde que el viernes tomaron el vuelo.
--Pues qué va a ser, lo de las ballenas...
--Ah. ¿No se lo ha dicho aún?
Kido negó con la cabeza mientras se recolocaba la mochila sobre el hombro: ahora pesaba más que hacía dos días o eso sentía, y realmente no podría decir por qué: lo único que había incorporado a la carga eran dos botellas de agua y un tarrito con arena de playa para Inti, como le prometió.
--No. Se pone loco por menos de nada. Si se lo hubiera dicho por teléfono habría entrado en pánico.
El profesor distinguió el morro del vehículo entre la fila de coches más próxima pero no apretó el paso.
--Qué me dice, ¿en serio?
--Ja, no sabes cómo es. Eh, ¿por qué no vienes y lo compruebas por ti mismo?
--¿Oh?
--Claro. Vente a tomar una cerveza, no te vayas a casa todavía.
--Pero estará cansado del viaje...
Ballesta vaciló. A pesar de su gesto sereno ya empezaba a llevar mal sólo el pensar que en menos de una hora tendría que separarse de Kido, cuando le dejara en casa.
--¿Cansado? qué va...
--Ya. Nunca está cansado, ¿cierto? Si no se cuida le va a pasar algo.
--Qué tontería--resopló Kido. Tal vez él tampoco quería separarse en seco del profesor. Tal vez él tampoco estaba llevándolo bien como idea--Venga, vente, en serio.
--¿No le importará a la rubia?--con esto se refería a Inti, claro.
--ja,ja, ja. No, para nada.
--Bueno--concedió Ballesta a medias, abriendo ya la puerta del coche--pero sólo un rato, ¿sí? mañana hay clase.
22-Delicadeza
Ballesta estacionó el noble Cuatro Latas frente a la casa de Kido, con la promesa de subir para quedarse sólo un rato. No es que fuera excesivamente tarde, pero el profesor insistió en preservar el descanso "sagrado" de Kido, más aún cuando al día siguiente era lunes e iban a volver a verse a primera hora, eso sí, dentro del aula. En clase todo era diferente entre ellos: relación profesor-alumno estrictamente normal, quizás aún un escalón menos contando con lo asocial que era El Loco, aunque ultimamente se le veía más centrado, menos agresivo. Se diría que incluso se le veía un poquito feliz. Alguna mirada trapera se le escapaba de través, lo mismo que a Kido las sonrisas, sonrisas idiotas de oreja a oreja que él se afanaba en esconder llegando incluso a meterse debajo de la mesa; pero fuera de eso, no había asomo alguno ni signo externo que pudiera inducir a pensar que existía fuego más allá. Kido comprendía que el profesor actuara así, y aunque era bastante chocante verle cara a cara como un casi-desconocido, desde luego lo agradecía.
Cuando bajaron del coche, ni uno ni otro se podían imaginar lo que les aguardaba en casa de Inti y Kido, no obstante.
No es que Inti hubiera montado una fiesta de bienvenida para homenajear a su hermano. Podía haberlo hecho, ¡un fin de semana era MUCHO tiempo sin él, y sabemos que la sutileza nunca fue su fuerte! Podía haber llamado a Marcos, a Melenas y a toda la tropa, colocado una pancarta de "WELCOME HOME" en el arco de la puerta y haber organizado lo que de forma prosaica llamaríamos un pitote de la ostia. Podía haberlo hecho, pero tuvo las luces de pensar que no sería una buena idea, que tal vez Kido vendría cansado con demasiada juerga en el cuerpo ya, que quizá viniera acompañado. No todo el mundo había pensado como él.
--¡Estoy en casa!--anunció Kido nada más entrar por la puerta con una vitalidad fuera de lo habitual--¡oh, mi preciosa bola de pelo! sabías que venía, eh...
Dejó la mochila en el suelo y se agachó para acariciar al -cada vez más gordo- conejito de orejas caídas que estaba acurrucado en una esquina del vestíbulo. No es que se olvidara de Ballesta, quien se había quedado unos pasos por detrás de él, aún en la puerta; simplemente en momentos así las cosas suceden demasiado rápido a veces para presentaciones o explicaciones, o para avisar de que uno no ha llegado solo.
--Enano...--Inti había aparecido por la puerta que daba al salón y miraba a Kido con una sonrisa que le iluminaba los ojos. Cuando reparó en Balle pareció ponerse algo tenso, pero saludó con mucha educación.
Kido le devolvió la sonrisa.
--Hey, capullo. Te he traído arena...
Estaba recorriendo la distancia que le separaba de Inti para darle un abrazo cuando escuchó una voz diferente que procedía del salón, acompañada de pasos que se acercaban.
--¡Kid!
¿Taylor?...
En un par de segundos la señorita se había plantado en el recibidor. Iba vestida entera de negro hasta el mínimo detalle, con el cabello rubio claro sujeto por una redecilla adornada de pequeñas perlas. Se la veía más pálida en contraste con el negro de la ropa bajo la suave luz de la lámpara de techo, como un fantasma clavado en el suelo entre puerta y puerta proyectando una larga sombra.
Kido no pudo disimular su sorpresa. Y tal vez tampoco pudo esconder que, por primera vez, no le hizo mucha gracia ver a Agnes en su casa. Se alegraba de verla, claro que sí... a pesar de ese halo raro que la señorita tenía ahora, algo que haría tétrica hasta la más dulce de las sonrisas. Se alegraba, sí, pero con Halley allí... y habiéndole contado lo que había... no era por así decirlo el mejor momento para coincidir.
--Te he echado mucho de menos...--a la señorita no le pasó inadvertida la mirada relámpago que Kido le lanzó a Inti. ¿Habría llamado su hermano a Taylor? Kido no lo sabía, no creía, su hermano sabía... él también sabía lo que había. Suspiró. Todo el mundo lo sabía, joder.
--Hola...--se acercó a ella con una sonrisa de papel, emplastada en la cara e impuesta por las circunstancias.
Ella le dio un suave abrazo y luego retrocedió un paso como queriendo verle en perspectiva. Parecía una madre que contemplara a su hijo pequeño después de días sin verle en el campamento para comprobar si había crecido o no.
--Pasa, Balle.--Inti no sabía el nombre de pila del profesor, pero, teniendo en cuenta que éste se había llevado a Kido de vacaciones a valparaíso el fin de semana, se negaba a seguir llamándole de usted. Ni se le pasaba por la cabeza. Si venía a casa con su hermano en esas circunstancias, a Inti le parecía coherente tratarle como un amigo; al fin y al cabo, Inti ya no era alumno de Halley ni volvería a serlo nunca.
Musitando un suave "gracias" y sin hacer correcciones en cuanto a su nombre, el profesor entró a la vivienda para que Inti pudiera cerrar la puerta por lo menos. No le había entusiasmado ver a Taylor tampoco, se le había notado en la mirada esquiva de "trágame tierra" y en las sucesivas veces que había mirado el reloj en los dos últimos minutos. Detalles que, por supuesto, a Kido no le pasaron desapercibidos.
Kido respiró hondo, tomó una profunda bocanada de aire, exhaló y se volvió a Ballesta sonriendo. Y en ese momento, hizo algo de lo que después se arrepentiría...no por el acto en sí, sino por las presuntas consecuencias. No supo cómo, ni por qué le dió por ahí, ni de dónde sacó el arrojo pero, en ese momento, lo que hizo fue acercarse a Halley, rodearle con un brazo para colgarse de su cuello y plantarle un sonoro beso en los morros.
Inti se quedó boquiabierto. Taylor se quedó pálida, más pálida aún en su traje negro. Balle reaccionó como si se hubiera tragado un palo, aunque devolvió el beso por mero reflejo. El único que seguía como si nada era Iggy, el conejo, que continuaba entusiasmado con los cordones de la zapatilla de Kido.
No fue nada. No fue un beso con lengua ni mucho menos... pero ineludiblemente fue un marcaje claro de cómo estaba la situación, antes de ni tan si quiera hacer presentaciones.
Quizás estuvo mal. Tal vez Kido hubiera debido tener más tacto, por Taylor. ¿Realmente el hecho de que ella estuviera ahí le había impulsado a besar a Balle?¿era eso? Eso sonaba cruel. Y desde luego, podía haberse cortado un pelo también pensando en el profesor. Supiera o no todo el mundo en esa casa lo que había, no era plan de decirlo a voces, ¿verdad?
Pero se sintió libre al darle un beso allí, así. Fue consciente de lo mucho que se había agobiado en tan poco tiempo en la entrada de su casa. Le pudo el impulso de decir "esto es lo que hay y a quien no le guste, que no mire." Y sí... quizá sentía que quería "demostrarle" algo a Halley. ¿Algo como "sólo tú"?
--Bueno. Ah... tengo... cerveza fría...--Inti arrancó a hablar tratando de diluir la tensión que se había armado en un momento--...limonada, coca-cola...agua...
Kido soltó a Balle y agarró de nuevo la mochila.
--Voy a dejar esto al dormitorio--dijo con tono neutro como si no pasara nada--¿Quieres una cerveza, Halley?
Se dio cuenta tarde de cómo le había llamado. Halley, Balle...el bueno de El Loco se iba a volver loco de verdad, pobre.
--Bueno, yo... en realidad ya me...
--No, no. Inti dale una birra, por favor--sin más, Kido echó a andar hacia el pasillo con la mochila al hombro--tú te quedas--le dijo a Ballesta sin dejar de andar, mostrando una media sonrisa de advertencia y señalándole con el dedo. ¿Por qué actuaba así? El mismo Kido estaba descubriendo facetas en su propia personalidad que creía desconocer. Realmente le fastidiaba la situacion, no que Taylor estuviera allí, pero sí que por ello Ballesta tuviera que irse. Por no hablar de la incomodidad que se podía generar por ambas partes, pero eso... eso era culpa suya, concluyó. Culpa de él, de Kido. Por haber hecho cosas sin pensar, por haberse "liado" con dos personas a la vez. ¿Cómo se llamaba eso en términos de pareja, dios santo? "bigamia", si fuera con dos mujeres. Pero él no era pareja de ninguno...
Inti superó la tentación de seguir a Kido hasta su cuarto, pero, aparte de ser un acto demasiado flagrante, no le pareció la mejor idea dejar a Ballesta y a Taylor solos en el recibidor. Ni siquiera se conocían y perfectamente podían estar pensando pestes el uno del otro tras lo que acababa de pasar. Así que se mordió la lengua para no hacer comentario, se volvió a los "invitados" y sonrió como el mejor anfitrión, mostrándoles el camino a la sala de estar.
--Taylor, ¿un té?
--No--sonrió ésta con incomodidad--cerveza, por favor.--añadió con voz de "o lo más fuerte que tengas".
--Estupendo. Un segundo.
Salió escopetado a la cocina, ¿por qué de pronto se veía como que iba a darle un ataque de risa ahí mismo? Rebuscó en la nevera, sacó las cervezas y de camino al saloncito se cruzó con su hermano, que volvía de la habitación. Iba a abordarle pero Kido se le adelantó.
--¿Has llamado tú a Taylor?--le preguntó en un susurro. Se había cambiado de camiseta, traía la que llevaba antes arrugada entre las manos para meterla en la lavadora.
--¿Qué? no, qué va. Ha venido ella. Sabía que volvías hoy.
No era muy difícil de deducir, eso.
--Podías haberle dicho algo, Inti...
--¿Algo como qué?--inquirió el aludido--supongo que quería recibirte. Yo no sabía que ibas a venir con...
--Joder, Inti. Invitarle a una cerveza es lo menos que puedo hacer...
--Shh, vale, vale, lo entiendo. Oye, lo siento. No lo imaginé.
--Mphf.
--¿Y lo del beso?¿se te ha ido la olla o qué?
Sin responder a su hermano, Kido se agachó frente a la lavadora y metió allí la camiseta hecha un higo. Sin más dilación cerró la portezuela redonda y, tras lanzarle a Inti una última y larga mirada, se dirigió al salón.
Verles a los dos allí -a Balle y a Taylor- era un poema. Cada uno mirando para un lado, ambos tensos como varas en sus respectivos asientos, por supuesto uno en cada punta de la habitación o al menos lo más lejos posible del otro. Balle no quiso mirar a Kido cuando entró, cosa que a éste le sorprendió. Y respecto a Taylor, ella tampoco levantó la mirada de donde la tenía, fija en el suelo como tratando de desentrañar cada veta del parquet.
--Ha sido genial... el viaje.--Kido se sentó al estilo indio en el sofá, con las piernas cruzadas, junto a Ballesta, quedando frente a Taylor. Sólo cuando la miró a la cara fue consciente del daño real que lo que para él había sido casi un instinto de reafirmación podía haberle causado. La señorita parecía en shock.
--¿Qué habéis hecho?--Inti entró al salón y sirvió las bebidas, también una limonada para Kido, aunque esto lo había decidido el propio Inti.
Kido comenzó a relatar, algo atropelladamente, la experiencia nocturna en el mar con las ballenas. A lo que Balle pareció relajarse un poco.
"Lo siento por lo de antes, estaba ofuscado" le hubiera gustado decir a Kido. Pero claro, allí con su hermano y Taylor delante no iba a ahondar aún más en el asunto del beso.
Como se puede suponer, no fue una velada muy agradable ni echaron una partida al Trivial Pursuit. La primera en disolver el encuentro fue Taylor, quien apenas minutos después se levantó disculpándose por encontrarse mal del estómago y se despidió.
*******
--¿Por qué ha hecho esa gilipollez?--preguntó Balle, aprovechando que Inti había ido a llevar los vasos vacíos a la cocina tras despedirse de Taylor. Kido regresaba al salón después de haberla acompañado hasta la puerta.
--Te refieres a...
--Sí, joder. ¿Por qué lo ha hecho?
--No lo sé. Lo siento...
El profesor chasqueó la lengua con incomodidad. No quería que Kido se arrepintiese de darle un beso, esa no era la cuestión.
--No había necesidad de hacer eso, señor Katai.
Otra vez llamándole señor. Esta vez no le hizo gracia.
--¿Por qué esconderlo?--replicó Kido entre dientes.
Ballesta se giró hacia él sobre su asiento y le contempló de frente con un gesto de incredulidad.
--¿Por qué esconderlo?--parafraseó perforando a Kido con la mirada--No es esconderlo, señor Katai. Su hermano ha sido alumno mío y va al instituto donde trabajo. Para terminar de arreglarlo, siento decir esto pero usted es menor.
--Oh, pero venga ya. Inti no...
--Y lo peor es que ha hecho daño a esa mujer. Felicidades, señor Katai, se ha marcado un pleno.
Kido se quedó helado. No esperaba que Halley fuera a decir eso.
--N-no pensé que...
--No pensó, claro que no. Claro que no pensó.
--Me sentí agobiado...
--¡Pero las cosas no se hacen así, señor Katai!--exclamó Balle y negó con la cabeza--así no. Delicadeza, señor Katai, ¿le suena de algo?
Curioso que fuera precisamente él, El Loco, famoso por lanzar tizas y no dejar títere con cabeza, conocido a lo largo y ancho del instituto por su mordacidad y bordería gratuita, quien ahora le hablara a Kido sobre delicadeza. Demostrado quedó que la vida da muchas vueltas, más que un calcetín, y que como se solía decir "todo es relativo".
--Tiene razón.
--Es muy joven. Ya madurará.
Kido tragó saliva y reprimió un gruñido. Como le jodía el rollito paternalista/condescendiente, pero en este caso Balle tenía razón, lo cual realmente le jodía aún más.
Balle tenía razón, joder. No había pensado en nada, ni en Taylor. ¿Qué hacer ahora, subirle magdalenas otra vez?
De la noche a la mañana la magia se había evaporado o, dicho de otro modo, ya no quería acostarse con ella, comprendió. Pero eso no le daba derecho a tratarla como un trapo, de ninguna manera. Taylor había hecho muchísimas cosas por él; le había levantado en los peores momentos, dejando aparte la entrega física que, si bien había cursado con algo de manipulación por su parte (por parte de Taylor), había sido casi total.
--Por lo demás... me ha... gustado mucho.
Kido levantó la mirada con extrañeza.
--¿Te ha gustado? ¿que te bese, dices?--preguntó ladeando levemente la cabeza.
El profesor sonrió y agachó la mirada por un momento.
--Claro.
Si Balle iba a decir algo más Kido se quedó con las ganas de saberlo, pues en ese preciso momento Inti volvió a entrar en la sala de estar sonriendo como idiota.
--Hay que abrir las ventanas...--dijo--se ha enrarecido el ambiente, hehe...
No es que Ballesta tomase esto como una indirecta para marcharse, pero quizá sí como una oportunidad. Se levantó del sofá, se sacudió polvo ficticio de sus pantalones sin darse cuenta y se volvió hacia Kido.
--Ya es hora de que me vaya. Es tarde--dijo con tono algo distante--gracias por la cerveza--añadió girándose hacia Inti.
--¡Un placer!--respondió este como una bala, yendo de una ventana a la siguiente.
Kido se levantó también para recorrer junto al profesor el camino que les separaba de la puerta.
--Oye, Halley. --se quedó parado unos segundos, con la mano en el picaporte. Sintió tantas ganas de volver a besarle para decirle adios que se avergonzó. ¿Por qué coño no podía despedirse como le pedía el cuerpo? les quedaba por delante una maldita semana de clases en la que Balle estaría hasta arriba de trabajo y Kido no daría abasto con estudiar. No sabía cuándo iban a tener la oportunidad de abrazarse otra vez. No quería admitir que eso le dejaba mal sabor de boca pero sentía que necesitaba decir algo, más aún ahora que se quedaba con esa sensación de haberla "cagado" con lo de antes.
--¿Sí?
--Yo... lo siento.--se obligó a decir--no tengas miedo... por el trabajo. Nadie sabrá nada.
El profesor resopló.
--No me lo recuerde.
--No volveré a...
--Escuche, no me molesta que me bese--replicó, para sorpresa de Kido--Me molesta que no piense. Que no piense en lo que hace ni en los demás.
--Lo siento...
--Y, aunque tenga pelos en los huevos para hacerse rastas si quiere, hasta dentro de unos meses usted es menor. No quiero que me despidan, señor Katai. Ni que me detengan.
--¡Qué chorrada, cómo le van a detener! Ni que yo fuera a denunciarle.
Ballesta suspiró y volvió a negar con la cabeza.
--Usted no. Pero tal vez, si no tiene cuidado con lo que hace, alguien podría hacerlo. Y aunque pudiera alegar que según usted, en plenas facultades, es una "chorrada", no sería algo bonito, señor Katai.
En el fondo el profesor no estaba realmente preocupado por Inti. No le conocía lo suficiente para saber si era capaz de guardar un secreto, pero sí había visto que quería (amaba) a su hermano, y simplemente por protegerle actuaría con discreción. Balle no pensaba que existiera un peligro real, pero también sabía lo rápido que se extendían los rumores boca a boca, y no quería dejar el menor asomo, el menor hilo del que alguien pudiese tirar. La gente no tendía a indagar en esos temas, sino a tirarse de cabeza a creer la primera campana que oían sin saber dónde, y más allá de que le importase o no, eso podría acarrearle consecuencias.
--Oye, Halley...
--Alegre esa cara, no se acaba el mundo. Y hable con esa mujer, ¿Taylor? Taylor, ¿cierto?
Señor, ni siquiera habían cruzado sus nombres.
--Sí. ¿Cuándo...--"cuándo nos veremos", "cuándo nos abrazaremos", "cuándo me llamará por mi nombre" muchas cosas se agolparon en ese momento en la mente de Kido y la pregunta quedó desflecando el aire.
--¿Cuándo qué?
--Da igual.
--No, diga. Dígame.
--No, en serio--Kido se esforzó por sonreír. Se le notaba abatido aún así. Sintió que no tenía mucha fuerza para ponerse a preguntar o para tragar con una respuesta que no le gustara--Mañana le veo, profesor.
--¿Oh? Bueno. Vale.
--Gracias por todo.--Kido abrió la puerta sintiendo un peso repentino sobre los hombros. Estaba jodido, desinflado, y probablemente muy cansado.
--No las merece. Procure descansar, a ver si borra esas preciosas ojeras de oso panda...
Balle extendió la mano sin avisar y acarició suavemente a Kido en el rostro, por debajo del ojo izquierdo, siguiendo el surco grisáceo en torno a la órbita.
--Le quiero.--murmuró casi sin despegar los labios.
--¿Eh?
--Adiós. Descanse y prepare bien el control del miércoles...
¿Pero qué coño...?
El profesor salió prácticamente corriendo después de decir esto, dejando a Kido en la puerta con ese "le quiero" aún zumbando en los oídos.
Cuando bajaron del coche, ni uno ni otro se podían imaginar lo que les aguardaba en casa de Inti y Kido, no obstante.
No es que Inti hubiera montado una fiesta de bienvenida para homenajear a su hermano. Podía haberlo hecho, ¡un fin de semana era MUCHO tiempo sin él, y sabemos que la sutileza nunca fue su fuerte! Podía haber llamado a Marcos, a Melenas y a toda la tropa, colocado una pancarta de "WELCOME HOME" en el arco de la puerta y haber organizado lo que de forma prosaica llamaríamos un pitote de la ostia. Podía haberlo hecho, pero tuvo las luces de pensar que no sería una buena idea, que tal vez Kido vendría cansado con demasiada juerga en el cuerpo ya, que quizá viniera acompañado. No todo el mundo había pensado como él.
--¡Estoy en casa!--anunció Kido nada más entrar por la puerta con una vitalidad fuera de lo habitual--¡oh, mi preciosa bola de pelo! sabías que venía, eh...
Dejó la mochila en el suelo y se agachó para acariciar al -cada vez más gordo- conejito de orejas caídas que estaba acurrucado en una esquina del vestíbulo. No es que se olvidara de Ballesta, quien se había quedado unos pasos por detrás de él, aún en la puerta; simplemente en momentos así las cosas suceden demasiado rápido a veces para presentaciones o explicaciones, o para avisar de que uno no ha llegado solo.
--Enano...--Inti había aparecido por la puerta que daba al salón y miraba a Kido con una sonrisa que le iluminaba los ojos. Cuando reparó en Balle pareció ponerse algo tenso, pero saludó con mucha educación.
Kido le devolvió la sonrisa.
--Hey, capullo. Te he traído arena...
Estaba recorriendo la distancia que le separaba de Inti para darle un abrazo cuando escuchó una voz diferente que procedía del salón, acompañada de pasos que se acercaban.
--¡Kid!
¿Taylor?...
En un par de segundos la señorita se había plantado en el recibidor. Iba vestida entera de negro hasta el mínimo detalle, con el cabello rubio claro sujeto por una redecilla adornada de pequeñas perlas. Se la veía más pálida en contraste con el negro de la ropa bajo la suave luz de la lámpara de techo, como un fantasma clavado en el suelo entre puerta y puerta proyectando una larga sombra.
Kido no pudo disimular su sorpresa. Y tal vez tampoco pudo esconder que, por primera vez, no le hizo mucha gracia ver a Agnes en su casa. Se alegraba de verla, claro que sí... a pesar de ese halo raro que la señorita tenía ahora, algo que haría tétrica hasta la más dulce de las sonrisas. Se alegraba, sí, pero con Halley allí... y habiéndole contado lo que había... no era por así decirlo el mejor momento para coincidir.
--Te he echado mucho de menos...--a la señorita no le pasó inadvertida la mirada relámpago que Kido le lanzó a Inti. ¿Habría llamado su hermano a Taylor? Kido no lo sabía, no creía, su hermano sabía... él también sabía lo que había. Suspiró. Todo el mundo lo sabía, joder.
--Hola...--se acercó a ella con una sonrisa de papel, emplastada en la cara e impuesta por las circunstancias.
Ella le dio un suave abrazo y luego retrocedió un paso como queriendo verle en perspectiva. Parecía una madre que contemplara a su hijo pequeño después de días sin verle en el campamento para comprobar si había crecido o no.
--Pasa, Balle.--Inti no sabía el nombre de pila del profesor, pero, teniendo en cuenta que éste se había llevado a Kido de vacaciones a valparaíso el fin de semana, se negaba a seguir llamándole de usted. Ni se le pasaba por la cabeza. Si venía a casa con su hermano en esas circunstancias, a Inti le parecía coherente tratarle como un amigo; al fin y al cabo, Inti ya no era alumno de Halley ni volvería a serlo nunca.
Musitando un suave "gracias" y sin hacer correcciones en cuanto a su nombre, el profesor entró a la vivienda para que Inti pudiera cerrar la puerta por lo menos. No le había entusiasmado ver a Taylor tampoco, se le había notado en la mirada esquiva de "trágame tierra" y en las sucesivas veces que había mirado el reloj en los dos últimos minutos. Detalles que, por supuesto, a Kido no le pasaron desapercibidos.
Kido respiró hondo, tomó una profunda bocanada de aire, exhaló y se volvió a Ballesta sonriendo. Y en ese momento, hizo algo de lo que después se arrepentiría...no por el acto en sí, sino por las presuntas consecuencias. No supo cómo, ni por qué le dió por ahí, ni de dónde sacó el arrojo pero, en ese momento, lo que hizo fue acercarse a Halley, rodearle con un brazo para colgarse de su cuello y plantarle un sonoro beso en los morros.
Inti se quedó boquiabierto. Taylor se quedó pálida, más pálida aún en su traje negro. Balle reaccionó como si se hubiera tragado un palo, aunque devolvió el beso por mero reflejo. El único que seguía como si nada era Iggy, el conejo, que continuaba entusiasmado con los cordones de la zapatilla de Kido.
No fue nada. No fue un beso con lengua ni mucho menos... pero ineludiblemente fue un marcaje claro de cómo estaba la situación, antes de ni tan si quiera hacer presentaciones.
Quizás estuvo mal. Tal vez Kido hubiera debido tener más tacto, por Taylor. ¿Realmente el hecho de que ella estuviera ahí le había impulsado a besar a Balle?¿era eso? Eso sonaba cruel. Y desde luego, podía haberse cortado un pelo también pensando en el profesor. Supiera o no todo el mundo en esa casa lo que había, no era plan de decirlo a voces, ¿verdad?
Pero se sintió libre al darle un beso allí, así. Fue consciente de lo mucho que se había agobiado en tan poco tiempo en la entrada de su casa. Le pudo el impulso de decir "esto es lo que hay y a quien no le guste, que no mire." Y sí... quizá sentía que quería "demostrarle" algo a Halley. ¿Algo como "sólo tú"?
--Bueno. Ah... tengo... cerveza fría...--Inti arrancó a hablar tratando de diluir la tensión que se había armado en un momento--...limonada, coca-cola...agua...
Kido soltó a Balle y agarró de nuevo la mochila.
--Voy a dejar esto al dormitorio--dijo con tono neutro como si no pasara nada--¿Quieres una cerveza, Halley?
Se dio cuenta tarde de cómo le había llamado. Halley, Balle...el bueno de El Loco se iba a volver loco de verdad, pobre.
--Bueno, yo... en realidad ya me...
--No, no. Inti dale una birra, por favor--sin más, Kido echó a andar hacia el pasillo con la mochila al hombro--tú te quedas--le dijo a Ballesta sin dejar de andar, mostrando una media sonrisa de advertencia y señalándole con el dedo. ¿Por qué actuaba así? El mismo Kido estaba descubriendo facetas en su propia personalidad que creía desconocer. Realmente le fastidiaba la situacion, no que Taylor estuviera allí, pero sí que por ello Ballesta tuviera que irse. Por no hablar de la incomodidad que se podía generar por ambas partes, pero eso... eso era culpa suya, concluyó. Culpa de él, de Kido. Por haber hecho cosas sin pensar, por haberse "liado" con dos personas a la vez. ¿Cómo se llamaba eso en términos de pareja, dios santo? "bigamia", si fuera con dos mujeres. Pero él no era pareja de ninguno...
Inti superó la tentación de seguir a Kido hasta su cuarto, pero, aparte de ser un acto demasiado flagrante, no le pareció la mejor idea dejar a Ballesta y a Taylor solos en el recibidor. Ni siquiera se conocían y perfectamente podían estar pensando pestes el uno del otro tras lo que acababa de pasar. Así que se mordió la lengua para no hacer comentario, se volvió a los "invitados" y sonrió como el mejor anfitrión, mostrándoles el camino a la sala de estar.
--Taylor, ¿un té?
--No--sonrió ésta con incomodidad--cerveza, por favor.--añadió con voz de "o lo más fuerte que tengas".
--Estupendo. Un segundo.
Salió escopetado a la cocina, ¿por qué de pronto se veía como que iba a darle un ataque de risa ahí mismo? Rebuscó en la nevera, sacó las cervezas y de camino al saloncito se cruzó con su hermano, que volvía de la habitación. Iba a abordarle pero Kido se le adelantó.
--¿Has llamado tú a Taylor?--le preguntó en un susurro. Se había cambiado de camiseta, traía la que llevaba antes arrugada entre las manos para meterla en la lavadora.
--¿Qué? no, qué va. Ha venido ella. Sabía que volvías hoy.
No era muy difícil de deducir, eso.
--Podías haberle dicho algo, Inti...
--¿Algo como qué?--inquirió el aludido--supongo que quería recibirte. Yo no sabía que ibas a venir con...
--Joder, Inti. Invitarle a una cerveza es lo menos que puedo hacer...
--Shh, vale, vale, lo entiendo. Oye, lo siento. No lo imaginé.
--Mphf.
--¿Y lo del beso?¿se te ha ido la olla o qué?
Sin responder a su hermano, Kido se agachó frente a la lavadora y metió allí la camiseta hecha un higo. Sin más dilación cerró la portezuela redonda y, tras lanzarle a Inti una última y larga mirada, se dirigió al salón.
Verles a los dos allí -a Balle y a Taylor- era un poema. Cada uno mirando para un lado, ambos tensos como varas en sus respectivos asientos, por supuesto uno en cada punta de la habitación o al menos lo más lejos posible del otro. Balle no quiso mirar a Kido cuando entró, cosa que a éste le sorprendió. Y respecto a Taylor, ella tampoco levantó la mirada de donde la tenía, fija en el suelo como tratando de desentrañar cada veta del parquet.
--Ha sido genial... el viaje.--Kido se sentó al estilo indio en el sofá, con las piernas cruzadas, junto a Ballesta, quedando frente a Taylor. Sólo cuando la miró a la cara fue consciente del daño real que lo que para él había sido casi un instinto de reafirmación podía haberle causado. La señorita parecía en shock.
--¿Qué habéis hecho?--Inti entró al salón y sirvió las bebidas, también una limonada para Kido, aunque esto lo había decidido el propio Inti.
Kido comenzó a relatar, algo atropelladamente, la experiencia nocturna en el mar con las ballenas. A lo que Balle pareció relajarse un poco.
"Lo siento por lo de antes, estaba ofuscado" le hubiera gustado decir a Kido. Pero claro, allí con su hermano y Taylor delante no iba a ahondar aún más en el asunto del beso.
Como se puede suponer, no fue una velada muy agradable ni echaron una partida al Trivial Pursuit. La primera en disolver el encuentro fue Taylor, quien apenas minutos después se levantó disculpándose por encontrarse mal del estómago y se despidió.
*******
--¿Por qué ha hecho esa gilipollez?--preguntó Balle, aprovechando que Inti había ido a llevar los vasos vacíos a la cocina tras despedirse de Taylor. Kido regresaba al salón después de haberla acompañado hasta la puerta.
--Te refieres a...
--Sí, joder. ¿Por qué lo ha hecho?
--No lo sé. Lo siento...
El profesor chasqueó la lengua con incomodidad. No quería que Kido se arrepintiese de darle un beso, esa no era la cuestión.
--No había necesidad de hacer eso, señor Katai.
Otra vez llamándole señor. Esta vez no le hizo gracia.
--¿Por qué esconderlo?--replicó Kido entre dientes.
Ballesta se giró hacia él sobre su asiento y le contempló de frente con un gesto de incredulidad.
--¿Por qué esconderlo?--parafraseó perforando a Kido con la mirada--No es esconderlo, señor Katai. Su hermano ha sido alumno mío y va al instituto donde trabajo. Para terminar de arreglarlo, siento decir esto pero usted es menor.
--Oh, pero venga ya. Inti no...
--Y lo peor es que ha hecho daño a esa mujer. Felicidades, señor Katai, se ha marcado un pleno.
Kido se quedó helado. No esperaba que Halley fuera a decir eso.
--N-no pensé que...
--No pensó, claro que no. Claro que no pensó.
--Me sentí agobiado...
--¡Pero las cosas no se hacen así, señor Katai!--exclamó Balle y negó con la cabeza--así no. Delicadeza, señor Katai, ¿le suena de algo?
Curioso que fuera precisamente él, El Loco, famoso por lanzar tizas y no dejar títere con cabeza, conocido a lo largo y ancho del instituto por su mordacidad y bordería gratuita, quien ahora le hablara a Kido sobre delicadeza. Demostrado quedó que la vida da muchas vueltas, más que un calcetín, y que como se solía decir "todo es relativo".
--Tiene razón.
--Es muy joven. Ya madurará.
Kido tragó saliva y reprimió un gruñido. Como le jodía el rollito paternalista/condescendiente, pero en este caso Balle tenía razón, lo cual realmente le jodía aún más.
Balle tenía razón, joder. No había pensado en nada, ni en Taylor. ¿Qué hacer ahora, subirle magdalenas otra vez?
De la noche a la mañana la magia se había evaporado o, dicho de otro modo, ya no quería acostarse con ella, comprendió. Pero eso no le daba derecho a tratarla como un trapo, de ninguna manera. Taylor había hecho muchísimas cosas por él; le había levantado en los peores momentos, dejando aparte la entrega física que, si bien había cursado con algo de manipulación por su parte (por parte de Taylor), había sido casi total.
--Por lo demás... me ha... gustado mucho.
Kido levantó la mirada con extrañeza.
--¿Te ha gustado? ¿que te bese, dices?--preguntó ladeando levemente la cabeza.
El profesor sonrió y agachó la mirada por un momento.
--Claro.
Si Balle iba a decir algo más Kido se quedó con las ganas de saberlo, pues en ese preciso momento Inti volvió a entrar en la sala de estar sonriendo como idiota.
--Hay que abrir las ventanas...--dijo--se ha enrarecido el ambiente, hehe...
No es que Ballesta tomase esto como una indirecta para marcharse, pero quizá sí como una oportunidad. Se levantó del sofá, se sacudió polvo ficticio de sus pantalones sin darse cuenta y se volvió hacia Kido.
--Ya es hora de que me vaya. Es tarde--dijo con tono algo distante--gracias por la cerveza--añadió girándose hacia Inti.
--¡Un placer!--respondió este como una bala, yendo de una ventana a la siguiente.
Kido se levantó también para recorrer junto al profesor el camino que les separaba de la puerta.
--Oye, Halley. --se quedó parado unos segundos, con la mano en el picaporte. Sintió tantas ganas de volver a besarle para decirle adios que se avergonzó. ¿Por qué coño no podía despedirse como le pedía el cuerpo? les quedaba por delante una maldita semana de clases en la que Balle estaría hasta arriba de trabajo y Kido no daría abasto con estudiar. No sabía cuándo iban a tener la oportunidad de abrazarse otra vez. No quería admitir que eso le dejaba mal sabor de boca pero sentía que necesitaba decir algo, más aún ahora que se quedaba con esa sensación de haberla "cagado" con lo de antes.
--¿Sí?
--Yo... lo siento.--se obligó a decir--no tengas miedo... por el trabajo. Nadie sabrá nada.
El profesor resopló.
--No me lo recuerde.
--No volveré a...
--Escuche, no me molesta que me bese--replicó, para sorpresa de Kido--Me molesta que no piense. Que no piense en lo que hace ni en los demás.
--Lo siento...
--Y, aunque tenga pelos en los huevos para hacerse rastas si quiere, hasta dentro de unos meses usted es menor. No quiero que me despidan, señor Katai. Ni que me detengan.
--¡Qué chorrada, cómo le van a detener! Ni que yo fuera a denunciarle.
Ballesta suspiró y volvió a negar con la cabeza.
--Usted no. Pero tal vez, si no tiene cuidado con lo que hace, alguien podría hacerlo. Y aunque pudiera alegar que según usted, en plenas facultades, es una "chorrada", no sería algo bonito, señor Katai.
En el fondo el profesor no estaba realmente preocupado por Inti. No le conocía lo suficiente para saber si era capaz de guardar un secreto, pero sí había visto que quería (amaba) a su hermano, y simplemente por protegerle actuaría con discreción. Balle no pensaba que existiera un peligro real, pero también sabía lo rápido que se extendían los rumores boca a boca, y no quería dejar el menor asomo, el menor hilo del que alguien pudiese tirar. La gente no tendía a indagar en esos temas, sino a tirarse de cabeza a creer la primera campana que oían sin saber dónde, y más allá de que le importase o no, eso podría acarrearle consecuencias.
--Oye, Halley...
--Alegre esa cara, no se acaba el mundo. Y hable con esa mujer, ¿Taylor? Taylor, ¿cierto?
Señor, ni siquiera habían cruzado sus nombres.
--Sí. ¿Cuándo...--"cuándo nos veremos", "cuándo nos abrazaremos", "cuándo me llamará por mi nombre" muchas cosas se agolparon en ese momento en la mente de Kido y la pregunta quedó desflecando el aire.
--¿Cuándo qué?
--Da igual.
--No, diga. Dígame.
--No, en serio--Kido se esforzó por sonreír. Se le notaba abatido aún así. Sintió que no tenía mucha fuerza para ponerse a preguntar o para tragar con una respuesta que no le gustara--Mañana le veo, profesor.
--¿Oh? Bueno. Vale.
--Gracias por todo.--Kido abrió la puerta sintiendo un peso repentino sobre los hombros. Estaba jodido, desinflado, y probablemente muy cansado.
--No las merece. Procure descansar, a ver si borra esas preciosas ojeras de oso panda...
Balle extendió la mano sin avisar y acarició suavemente a Kido en el rostro, por debajo del ojo izquierdo, siguiendo el surco grisáceo en torno a la órbita.
--Le quiero.--murmuró casi sin despegar los labios.
--¿Eh?
--Adiós. Descanse y prepare bien el control del miércoles...
¿Pero qué coño...?
El profesor salió prácticamente corriendo después de decir esto, dejando a Kido en la puerta con ese "le quiero" aún zumbando en los oídos.
23-Mío, Tuyo, Suyo.
--Qué me dices...--Inti sujetaba el teléfono junto a su oido imprimiendo tal presión sobre el auricular que los dedos se le estaban quedando blancos--no, joder, joder...¿qué ha pasado...?
Aunque su voz era apenas un susurro, Kido pudo oirle con relativa claridad cuando pasó cerca de él en dirección a la cocina. El teléfono fijo de la casa estaba en el pasillo, contra la pared; quién sabe a qué lumbrera se le había ocurrido instalar un teléfono en semejante sitio, corredor oscuro en tierra de nadie, era como poner una baliza en Mordor pero ahí estaba. Kido se quedó parado a medio camino entre su habitación y la cocina, tal vez por una especie de corazonada, el típico pálpito no tan irracional de que algo no va bien. La postura de Inti le había alertado: su hermano estaba rígido mientras escuchaba, el rostro casi girado del todo hacia la pared mientras la mano libre retorcía el cable en espiral, la espalda cargada a tensión dándole un aspecto de buitre agazapado. El tono de su voz, ese susurro entre los labios apretados, tampoco era ni de lejos una buena señal. ¿Qué ocurría?
--Mierda, no jodas. Sí, Guillermo Tutor.
Oh. El imbécil aquel que vapuleó a Malena el otro día con sus compinches. Kido olvidó para qué iba a la cocina y aguzó el oído a fin de seguir escuchando discretamente.
--Bueno, vale, tranquilo. Tranquilo, Marcos. Oye, hay que denunciar a ese c-...--silencio tenso mientras la voz del aludido crepitaba al otro lado del hilo telefónico--Ya. Ya, entiendo. Bueno, mira, voy para allá. Veinte minutos y estoy ahí. No, no pasa nada, ningún problema, venga. Ciao.
Inti colgó precipitadamente y se pegó un susto de órdago al ver a Kido plantado allí.
--¡Joder!...--dió un paso atrás como si hubiera visto al fantasma de Canterville.
Ahora que Kido le veía de frente ya no podía albergar la más mínima duda de que había pasado algo: la crispación de su hermano era evidente, reconocía esas arrugas en la frente como signo inequívoco de que Inti estaba de los nervios, y por otra parte estaba blanco como la pared.
--¿Qué pasa, Inti?
El rubio inspiró una bocanada de aire y exhaló largo.
--Silver fue a visitar a Tutor ayer por la noche--le explicó a Kido--según me ha dicho Marcos le partió los dientes y le mandó al hospital.
--Joder...
--Se montó una reyerta del copón. Alguien avisó a la policía y su viejo se enteró.
--¿El padre de Silver?
Inti afirmó con la cabeza.
--Sí. Al volver a casa le dio una paliza que casi lo mata...
--¿Qué?
--Maldito loco. Silver ha aparecido hace un par de horas en casa de Marcos, se ve que llegó allí de milagro porque se desplomó en cuanto le abrieron la puerta.
--Dios mío...
--Estaba sangrando y con la cara rota. Le han llevado a urgencias, van a dejarle veinticuatro horas en observación, tengo entendido. Voy para allá ahora.
Kido se tragó la bilis que le subía por la garganta.
--Te acompaño--anunció resuelto.
--No, ni lo sueñes.
--Oh, claro que sí. Silver es mi amigo también.
--Pero tienes que preparar el examen de mañana...--En efecto. Inti era peor que una madre sobreprotectora, controlaba hasta las fechas de los exámenes de Kido de un modo tan certero que éste se preguntaba cómo podía llegar a afinar tanto.
--Venga, hombre. A la mierda el examen, ¡Sil está en el hospital! Voy por las zapatillas--añadió, agitando un dedo en el aire con decisión--¡ni se te ocurra marchar sin mí!
No hubo manera de convencer a Kido para que se quedase en casa. Y eso que si fuera por él, Inti tenía carrete para discutir un rato largo. Pero ambos se encontraban agobiados, preocupados, no era cosa de perder tiempo. Así que al final salieron de casa juntos para coger el autobús de línea en la parada más cercana, el número 45 o bien el 72, que les dejaría en el hospital en unos quince minutos.
Melenas estaba sólo semi-consciente cuando llegaron, Kido supuso que porque allí le habrían sedado. No le habían ingresado, estaba en una cama tras un biombo en la sección de observación de urgencias, no en una planta; a todos los efectos daría lo mismo (el mismo olor a desinfectante, la misma luz mortecina y lechosa, el mismo blanco impostado sobre blanco) si no fuera por el caos que reinaba allí. El servicio de urgencias parecía un campo de batalla.
En realidad era mejor que Melenas no se enterase de mucho. De estar en plenas facultades mentales le hubiera puesto nervioso como pocas cosas verse allí. "Afortunadamente" -entre comillas- estaba tan abobado que incluso medio sonreía, apenas levantando la comisura de la boca, eso sí, porque la cara debía de dolerle un infierno. Y por otra parte se podría decir que estaba privado en el área sensorial, porque difícilmente podría ver por la ranura inflamada en la que se había convertido su ojo izquierdo. El ojo derecho era directamente un amasijo y la piel de la órbita se había hinchado de tal modo que caía prolapsada sobre el párpado cerrado, como una especie de saco de color púrpura rabioso que ennegrecía en algunas áreas. Junto al ojo derecho le habían dado quince puntos por una brecha a nivel de la sien, aunque los chicos no podían ver esta herida pues se hallaba pulcramente tapada con una gasa. El labio partido y la nariz rota, cuya fractura había sido rectificada y también tapada con esparadrapo y venda, completaban el cuadro.
Marcos estaba sentado en una silla junto a la cama detrás de las cortinas. Cuando Inti y Kido llegaron le encontraron con el rostro desencajado: a Marcos no se le daba bien preocuparse, tendía a quedarse bloqueado. Quién podía saber cuánto tiempo llevaba allí, en la misma posición, mirando a Silver sin mover un músculo.
Una enfermera entró de improviso a decirles que tres eran multitud en el pequeño recinto, y que la hora de visita era a las cinco. Tras una esforzada negociación, consiguieron que al menos permitiera que uno de ellos se quedase acompañando al paciente mientras los otros dos esperaban fuera. Y así lo hicieron, por turnos.
Al filo de las seis se presentó la madre de Marcos y de Malena en el hospital. Por fortuna Marcos tenía una familia normal, aunque su padre estaba prácticamente ausente gracias al trabajo sin llegar a "vivir en casa" por así decirlo. Justo en ese momento pasó un médico a ver a Melenas y concluyó en que ni de coña le soltarían; solicitó unas pruebas de imagen y le dijo a la madre de Marcos -tal vez pensando que era familiar directo de Silver- que la observación se prolongaría como mínimo veinticuatro horas más, dependiendo de los resultados de las pruebas. Las había cursado urgentes, así que en breve un celador tipo 4x4 vino a buscar a Melanas para empezar a llevarle en cama por las tripas del hospital, a hacerse rayos X y tac de cráneo. El médico dijo que no parecía haber signos externos asociados a lesiones graves, pero claro, lógicamente tenía que asegurarse. En vista del estado del paciente y de que iban a tenerle en danza toda la tarde, el médico les aconsejó a los chicos que se marcharan. Marcos se negó en redondo, y Kido iba por el mismo camino pero Inti aprovechó bien esta oportunidad.
--Kido, vete a casa--le dijo. Sabía que su hermano estaba de exámenes, y sabía -o creía- también que era fragil e impresionable, así que a su entender el hospital no era un entorno deseable para él--Entiendo que estés preocupado pero sólo queda esperar. Ya me quedo yo.
En eso de que sólo quedaba esperar tenía razón. Y les habían dicho que Melenas probablemente se pondría bien. No habían indagado en ninguna circunstancia más allá de las lesiones porque nadie había dicho allí que había sido su padre quien lo hizo; Marcos le dijo a la recepcionista que había sido todo por una pelea callejera, cosa que a ella le había parecido muy normal. También quizá Silver tenía pinta de meterse en grescas porque nadie hizo preguntas. Kido podía razonar todo esto, podía entender por qué Inti le decía que no era "útil" quedándose allí... aún así forcejeó y le costó dar su brazo a torcer para marcharse a casa.
El viaje de vuelta solo en el autobús fue bastante horrible. Ver así a Melenas le había puesto el corazón en un puño a Kido, por mucho que los batasblancas dijeran que se recuperaría. Tenía ira dentro también, mucha, por cómo había ocurrido todo. Le hervía la sangre cuando pensaba en el padre de Silver, vaya hijo de puta, y también estaba cabreado con el propio Silver por haber pegado a Tutor. Vale que Tutor era un imbécil; un imbécil y más, Kido podía comprender que Melenas le tuviera ganas y además sabía que éste quería mucho a Malena, pero ir a por él a pegarle, como en la maldita mafia por un ajuste de cuentas, y dejarle también como un cromo, eso no era normal. Joder, Silver, Silver estaba loco. En qué demonios pensaba.
Hay personas acostumbradas a la ira, los hay incluso que disfrutan estando cabreados. Pero para las personas de naturaleza apacible un cabreo de ese calibre es como tener fuego en las venas, es algo traumático si dura demasiado tiempo, algo que le deja a uno agotado y dando tumbos.
Así estaba Kido cuando cruzó el vestíbulo del portal para llegar al ascensor: obnubilado, pensando en todo y en nada, sin levantar los ojos del suelo y con la espalda ligeramente encorvada como si soportase una carga sobre los hombros. Justo en ese momento, cuando iba a darle al botón del ascensor, se cruzó con Taylor que había bajado las escaleras.
La reconoció por su perfume, que hasta ese instante no había catalogado de rotundamente inconfundible. El aroma a flores y como a caramelo de fresa, así como el sonido de sus pasos, le hiceron reaccionar y él se volvió por instinto hacia ellos sabiendo que la encontraría, pero ante su sorpresa, ella ni le miró.
Le vio, eso está claro. El vestíbulo era pequeño y el espacio frente a la cabina del ascensor estaba lo bastante iluminado, pero ella pasó de largo como si Kido fuera un fantasma.
Él se quedó parado con el "hola" congelado en los labios, incapaz de reaccionar mientras ella se alejaba con la cabeza alta y la mirada fría fija al frente. ¿Realmente era Taylor, la misma Taylor que el conocía, capaz de retirarle el saludo sin más? ¿Era por lo del beso a Balle el otro día, tan terrible era lo que Kido había hecho?
Lo que ocurrió le hirió. Digamos que fue lo que faltaba para completar el día. Ya venía emocionalmente revuelto del hospital después de ver a Melenas y a su pesar tenía que admitir que estaba algo tensionado con el examen del día siguiente, sin mencionar el habitual caos mental. En el vestíbulo frente al ascensor sintió una oleada de calor subiéndole por la garganta y unas repentinas e imperiosas ganas de echarse a llorar.
Gruñó, exhalo, sus hombros cayeron. Llamó al ascensor; cuando entró en el cubículo metálico le vino a la mente con toda claridad la imagen de los ojos del profesor y sintió de pronto unas ganas terribles de darle un abrazo. Ballesta estaba loco quizá... pero no lo estaba. Se mostraría sereno aunque se cayera el mundo, tal vez por eso Kido pensó en él ahora que todo se le venía de golpe encima en el ascensor. Entre otras razones.
Entró a la casa como un zombi, sin fuerzas ni siquiera para maldecir. Encendió la luz del recibidor y se quedó unos segundos parado sin saber qué hacer. La tentación de llamar al profesor era demasiado fuerte; no sabía su número pero recordaba bien dónde lo tenía, en la entrada rotulada como "Sagan" que aún guardaba en el cajón de la mesita de noche.
No. No, no podía llamarle, ¿en qué estaba pensando? además... qué coño. Tenía que estudiar. El examen era sólo un control, no era que la nota fuera importante pero liberaba materia. Una mala nota no sería algo insalvable...pero una buena nota significaría no tener que volver a estudiar esa árida parte para el examen final junto con el resto de contenidos, y Kido quería seguir llevando las cosas al día. Tenía que esforzarse, era lo que tocaba.
Suspirando, cerró la puerta tras de sí y arrastrando los pies caminó por el pasillo hacia su habitación. Casi tropezó con Iggy, que andaba por la casa a su aire aunque más bien tendía a quedarse quietecito en rincones estratégicos durante horas. Kido se agachó y muy delicadamente tomó en brazos al conejo para llevarle con él a su habitación; el animal pateó un poco en el aire pues no le agradaba ser tomado en brazos, pero, como siempre, en cuando Kido le colocó contra su pecho se tranquilizó.
Entró a la habitación, dejó a la bola peluda en el suelo y encendió el flexo sobre el escritorio. Practicamente se derrumbó en la silla y estiró el brazo para sacar libros y cuadernos de la mochila abierta en el suelo a sus pies. Suspiró otra vez largamente y ojeó los apuntes que tenía delante bajo el círculo de luz que dibujaba el foco del flexo en la mesa. El efecto fotoeléctrico, constante de Plank, Teoría de De Brooglie... no le parecía especialmente difícil pero las fórmulas bailaban ante sus ojos. Cerró los párpados con fuerza y el silencio de la habitación se hizo más denso en torno a su figura, mentalmente ensordecedor. Dejó el cuaderno abierto sobre la mesa y tiró sobre él el bolígrafo destapado que empuñaba, echó la silla hacia atrás con brusquedad, se levantó y sin más echó a andar hacia el pasillo.
Sabía que si no lo hacía ahora se quedaría sentado allí hasta el día del juicio final, era en aquel momento o nunca. Sin permitirse pararse a pensar, descolgó el auricular del teléfono en la pared del pasillo y marcó el número escrito con la caligrafía afilada del profesor en el reverso de la entrada a la exposición Caminando Entre Estrellas. ¿En qué momento había agarrado el papelucho? no tenía noción de haber abierto el cajón para cogerla, pero claro, evidentemente en alguna coordenada espacio-tiempo lo había hecho.
--¿Sí?
La voz del profesor sonó seca y cortante tras apenas dos pulsaciones al otro lado del hilo telefónico.
--...
Kido fue a decir algo pero de pronto se quedó mudo como con los labios pegados. ¿Qué coño iba a decirle al profesor, cuando éste le preguntase qué quería o por qué llamaba?¿qué demonios le iba a explicar...?
--¿Sí?--repitió el profesor, el tono de su voz ligeramente más tenso y apremiante.
--H-...Halley...
--¿Kido?!--parecía como si fuera la última voz que el profesor estuviera esperando escuchar. Quién podía saber si la "sorpresa" habría sido buena... o no tanto.
--Lo...lo siento...--fue lo primero que le salió a Kido, quien se sintió de repente muy violento. Tal vez había interrumpido a Ballesta en algo importante. No debería haber llamado, no, claro que no. Dios santo, si ni siquiera sabía qué hora era...
--¿Por qué se disculpa?--inquirió el profesor con un latiguillo de molestia. Después de la sorpresa inicial al escucharle volvía a llamar a Kido de usted, en la tónica habitual--¿está bien?¿ha pasado algo?
¿Pasar?... "no tienes idea..." pensó Kido.
--N-no. No, sólo...
--¿Alguna duda con el examen de mañana?
Kido casi se rió. A veces parecía que al profesor le faltaba una neurona. No acababa de llamarle y casi quedarse sin voz, los sentimientos a flor de piel aunque ni él mismo supiera qué sentimientos eran esos, y Ballesta le preguntaba por el examen. Oh, pero sin saberlo le dió hilo para seguir hablando y también le sacó una sonrisa, cosa que no era en ningún caso desdeñable. Era estúpido, era absurdo que detalles como ese le hicieran a Kido QUERER al profesor cada vez más, tan absurdo como quizá inevitable.
--hah... perdona... sí.--mintió. O medio mintió, porque era cierto que lo que se dice estudiar no había estudiado. Dudas no tenía, o ni siquiera sabía si las tenía, porque era incapaz de concentrarse--no puedo concentrarme--se transcribió a sí mismo al final, comprendiendo que tampoco tenía nada de malo decir la verdad. Por encima de todo eran amigos,...¿no?
--Oh. Suena usted preocupado.
--En realidad...
--¿Qué ha pasado?
Kido suspiró largamente.
--no quiero darte el coñazo.
--Oh, venga--insistió el profesor--no me da el coñazo. Cuentemelo.
Y entonces Kido se lo contó, desde el principio. Pareció que la lengua se le soltase y cuando arrancó a hablar no pudo parar: le contó sobre la llamada de Marcos, sobre Silver en urgencias y sobre su estado, le contó también lo de Taylor en el portal y terminó diciendo:
--y supongo que es por todo esto... que no puedo estudiar.
Balle tardó unos segundos en responder al otro lado.
--Vaya día ha tenido--murmuró--lo siento, creame.
--No te preocupes...--Kido se encontró otra vez sonriendo contra el auricular. Se dio cuenta de que sólo escuchar la voz del profesor al otro lado le hacía sentirse inexplicablemente mejor. Balle era un borde, no precisamente el tipo de persona que repartía paz y amor, y sin embargo Kido así lo sentía.
--¿Quiere que vaya a ayudarle? ¿Está solo?
El interpelado tragó saliva retorciendo el cable del teléfono entre los dedos.
--No te preocupes. Sí. Estoy solo.
De nuevo un breve lapso de silencio previo a la respuesta del profesor.
--No debería tragarse todo eso solo.
--No pasa nada.
--Iré a por usted--Kido no supo si esto se trataba de una sugerencia, una amenaza o mera información como declaración de intenciones que no admitiría réplica--¿o prefiere que me quede con usted en su casa?
--No, de verdad, Halley, no hace falta...
--Estoy ahí en treinta minutos. Preparé café, estudiaré con usted.
Y antes de que Kido pudiese incidir en la menor objeción se escuchó un seco crepitar, luego un click! al otro lado.
Mierda. Le había colgado el cabrón.
Como un pato mareado, sin saber muy bien adónde ir primero, Kido se movió por el pasillo tras colgar. Se sentía extrañamente desorientado con lo que acababa de pasar, ya le había costado bastante hacerse a la idea de llamar al profesor, ya le había tocado su voz por dentro lo suficiente como para ahora imaginárselo yendo hacia su casa. Y era lo que Balle estaba haciendo exactamente ahora: probablemente cambiandose de ropa, dándose quizá una ducha rápida antes de coger el coche. Una ducha, eso es. Kido no había caído en la cuenta de que seguramente él mismo tenía un aspecto impresentable...
El espejo del baño se lo confirmó: cabello revuelto, rostro pálido, ojeras y bolsas bajo los ojos para no variar. No es que fuera presumido pero tampoco quería parecerse a los muñecos del Museo de Cera o a los trabajadores de La Casa del Terror. Gruñendo por lo bajo abrió la llave del agua y se relajó durante al menos diez minutos bajo el chorro de la ducha; tuvo que subir la temperatura un poco más de lo acostumbrado pues hasta ese momento no se había dado cuenta del frío que tenía. Cerró los ojos bajo la cortina de agua como lluvia tropical, se lavó el pelo y se aclaró a conciencia.
Después de ducharse se cambió de ropa y fue a la cocina a preparar café como un idiota; él no podía tomarlo, ja, pero lo prepararía igual. Porque basicamente no sabía que otra cosa hacer. Si le daba por quedarse quieto esperando, pensando y mentalizándose en que el profesor iba a llegar, se volvería loco. Ya estaba espantando imágenes y escenas de su cabeza, recuerdos que al ser revividos en la memoria hacían que le temblasen las piernas. Sintió de pronto que Balle le tenía en su puño, agarrado, e inexplicablemente se alegró por ello. Sintió miedo también, pero era como si fuera un miedo poco importante, porque palidecía en comparación con todo lo demás que Kido sentía. Era estúpido. Era absurdo, sin razón aparente, pero era real y como tal tenía que aceptarlo: estar con Halley le hacía feliz. ¿Que si daba miedo? y qué. ¿Que si le daba vergüenza? pues un poco, y él mismo no sabría decir por qué razón, pero qué hacerle. ¿Qué si se sentía idiota, agilipollado (enamorado)? ¡y a quién cojones le importa eso! Aún en el caso de que los humanos sólo pudieramos experimentar ese tipo de felicidad engañándonos un poco, eso no sería una razón para no vivirla. No siempre. Y además, quién era él para saber si era cierto o un engaño de su mente lo que estaba sintiendo.
Se imagino de pronto tirándose a los brazos de Balle, quizá porque era justamente lo que en su fuero interno quería hacer. Lanzarse al profesor cuando este llegara, abrazarle y decirle: "Te quiero, Halley, muchas gracias por haber venido". Pero Kido ya sabía de antemano que no haría eso, no estaba por la labor de permitirse a sí mismo hacerlo, ni de coña.
Cuando el café hervía sonó el teléfono y Kido casi se escalda intentando apagar el fuego de la cocina.
--¡Mierda!
Salió disparado hacia el pasillo una vez solucionado el conato de incendio y cogió el teléfono.
La persona que llamaba era Inti. Aún estaban en el hospital y no sabían nada nuevo, sólo que al parecer no había fractura de base de cráneo como se había visto en la radiografía, pero eso era algo que los médicos ya imaginaban. Inti no sabía si pasaría la noche allí, pero según le dijo a Kido tenía pensado quedarse un poco más, ya que el turno de la noche parecía ser más flexible que el de la tarde y les dejarían quedarse a Marcos y a él juntos en el reducido espacio entre cortinas de la Observación. No es que Kido diera palmas con las orejas por que Inti no estuviera, pero considerando que Balle iba a venir era mejor que su hermano por lo menos tardase un poco en llegar. Realmente tampoco se sentía con fuerzas de explicarle al cotilla de Inti qué hacía Ballesta allí, ni de decirle que le había llamado y por qué, etc, etc. Kido amaba a su hermano, pero Inti era un puto agobio y él necesitaba respirar.
"En ti puedo respirar" le dijo a Ballesta en su cabeza mientras seguía abrazandole. Ah! mente horrible la suya que le traicionaba de tan vil manera.
Al poco de colgar con Inti sonó el timbre de la puerta y Kido fue a abrir, las piernas amenazando con fallarle, el corazón latiendo deprisa. Para terminarlo de arreglar, y como era de esperar, estaba francamente excitado. Ese era otro efecto casi permanente que Halley provocaba en él, tan potente como agotador.
--Hola...--Kido trató de sonreír cuando abrió la puerta y se encontró casi de bruces con El Loco.
--Buenas noches...
La voz del profesor le sonó extrañamente dubitativa a Kido, apenas un susurro al tiempo que los labios de Halley se curvaban en lo que no terminaba de ser una sonrisa.
--Pasa, por favor.
Se apartó a un lado, por supuesto que no le abrazó. Ballesta tampoco hizo amago alguno de tocarle.
--Mierda, tiene una cara horrible...
Halley se refería al rostro desencajado de Kido más allá de criterios estéticos, pero como casi todo lo que él decía la frase sonó más brusca de lo que hubiera deseado.
Kido no comentó nada, simplemente suspiró y se encogió de hombros.
--Gracias por venir...--musitó. Fue lo único que se le ocurrió decir.
La expresión del profesor pareció ablandarse de golpe y un destello de preocupación asomó a sus ojos.
--¿Se encuentra bien, señor Katai?
Kido vaciló unos instantes y luego negó con la cabeza levantando la mirada hacia el profesor.
--La verdad es que no mucho--admitió.
--Entiendo...
--¿Café?--inquirió entonces, señalando en dirección a la cocina con una inclinación de cabeza.
--Oh, sería estupendo, gracias.
--Acabo de hacerlo. Sígueme...
Entraron a la cocina y Kido le indicó a Balle que tomara asiento mientras servía dos tazas de café cargado. Al cuerno, con el día que llevaba bien podía tomarse un café, de perdidos al río como dicen por ahí.
--Siento que esa mujer haya dejado de hablarle...--Sorprendentemente fue el profesor quien sacó este tema, rápido como centella igual que las tizas que lanzaba en clase.--Me encantaría poder ayudarle pero... lamentablemente, nunca he entendido a las mujeres.
No lo decía con ninguna connotación despreciativa ni deje machista, pronunció la frase con un tono de voz neutral. Simplemente, el profesor pensaba de cara a sí mismo que eso era verdad: no sabía por qué, pero le costaba relacionarse con mujeres y entenderlas. O tal vez no podía entender a las mujeres que le rodeaban, que tampoco eran muchas, no podemos tampoco decir que Halley conociera mujeres suficientes (a nivel intelectual) para poder valorar esto. Pero él lo creía así.
--Seguramente fue por lo del beso--Kido tomó asiento frente a Ballesta tras dejar las tazas de café y el azucarero en la mesa--tal vez fue una gilipollez, pero sabes... me da igual.
Soltó esto sin proponérselo, su única intención había sido ser sincero y las palabras le salieron tal cual. Era lo mínimo ya que el profesor planteaba la cuestión abiertamente de forma tan directa.
--No le da igual, mírese. Le afecta.
Kido desvió la mirada y exhaló largo, con los ojos fijos en el café que removía.
--Me afecta... que no me quiera hablar--dijo despacio a medida que se daba cuenta--la verdad es que preferiría... que me insultara, o algo así.
--Bueno, quizás ha sido un pronto. Tal vez en unos días se le pase, ¿no cree?
--En el fondo me enfada algo...--murmuró el interpelado sin contestar a la pregunta.
--Oh. ¿qué es?
--Pues que yo... --tragó saliva y frunció el ceño como si notara bilis bajar por la garganta--coño, Halley. Yo soy libre. Yo ...nunca la he tratado a ella como "mía" salvo en...--miró para otro lado de nuevo antes de proseguir--salvo en la cama, cuando ella me lo ha pedido. A mí no me importa si ella... se enamora de alguien...--añadió en voz baja--yo no soy suyo.
--Qué interesante. Bueno, tiene derecho a enfadarse, supongo--Kido se preguntó por qué Balle sonreía ahora de forma rara--¿usted se ha enamorado, señor Katai?
El aludido brincó en la silla como si le hubieran puesto un petardo.
--¿Cuándo he dicho yo eso?
--¡No se enerve, sólo le pregunto!--se defendió el profesor, elevando las manos al aire como dando a entender que no llevaba armas.
Kido meneo la cabeza y se tragó la risa nerviosa que luchaba por salir.
--Eres imbécil...--musitó. Los ojos le brillaban.
--Tsk. Olvidelo, hoy vamos a estudiar, no he venido a que me ponga cachondo con sus insultitos.
--¡OH!--Kido no pudo evitar reirse ahora, ni tampoco pudo evitar darle un golpe en el brazo al profesor con la mano abierta--¡pero cállate!
--Por favor, deje de pegarme.
--Ja,ja,ja...--era la primera vez que Kido se reía en todo el día con ganas--¿me vas a denunciar? yo que creía que eso te gustaba...
--Y me gusta, por eso se lo digo. Hemos venido a estudiar, haga el favor de centrarse.
El profesor se llevó la taza a los labios tras decir esto y sofocó una risita contra el borde de loza sin dejar de mirar a Kido fijamente.
--Vale. ¿Quieres que traiga los libros? no creo que sea buena idea ir a la habitación.
--¿Ah,no? ¿y por qué no?
Kido sonrió con maldad.
--Porque hay una cama, Halley--masticó las palabras deliberadamente y sonrió con osadía--no vayas a ponerte cachondo inutilmente.
--Oh, qué golpe tan bajo. Bien, señor Katai, aquí le espero entonces.
Sin dar opción a que Halley dijera nada más, Kido se levantó y fue a su cuarto para coger las cosas de estudio. Volvió a los pocos minutos y dejó el libro de física, los cuadernos y un paquete de folios sobre la mesa redonda de la cocina.
--Espero que sea consciente del lujo que ostenta...--sonrió Ballesta cuando Kido volvió a sentarse--es usted el único de mis alumnos que me tiene disponible a domicilio, por no mencionar que ya un lujo es el disfrute de mi compañía...
Kido maldijo por no poder borrar esa sonrisa de gilipollas que a buen seguro mostraba en su cara. Se dio la vuelta para esconder el rostro fingiendo que cogía algo.
--Lo tengo muy presente, profesor--si Balle quería jugar, juego tendría.--y lo agradezco mucho.
Balle sonrió más. Le gustaba que Kido se riera de él cuando estaban de coña.
--Hace bien. En agradecerlo, digo--le guiñó un ojo y apartó la taza de café para abrir el libro de física--digame, ¿qué sabe de esto? hable claro, si no sabe nada mejor dígamelo ahora para empezar de cero.
Ah. Realmente Halley se proponía apoyarle de verdad con aquello, estudiando codo con codo con él. Claro que Kido lo agradecía, era un inmenso detalle aunque en este momento fuera lo que menos le apeteciera hacer en este mundo.
--Creo que lo entiendo todo...
--Oh.
--Quizá sólo... haga falta practicar.
--Haremos algunos ejercicios entonces.
Kido asintió y abrió el cuaderno, dándose cuenta de que por mucho que la risa descargase tensión las manos seguían temblándole. Tuvo por un momento la descabellada idea de cerrarle el libro a Ballesta en la cara y decirle algo como "¿y por qué no me la come, profesor?", y lo pensó en serio. El temblor de sus manos se acrecentó y él rompió a sudar, agradeciendo que la mesa estuviera entre el profesor y él y al mismo tiempo maldiciendo por ello.
--Se está poniendo rojo--apuntó Ballesta con cierto deleite--¿se encuentra bien?
Kido le hubiera dado una patada por debajo de la mesa. Se preguntaba si Balle estaría como él, igual de excitado pero a su manera, inquieto como lobo hambriento bajo esa máscara de ironía y sarcasmo continuado.
--¿Qué pasa, profesor? ¿quiere que le diga que me pone nervioso?
Halley retrocedió en su asiento fingiendo estar escandalizado.
--No me diga que le pongo nervioso a estas alturas, señor Katai, eso no--sonrió con descaro.
El chico negó con la cabeza y suspiró con fingido hastío.
--Profesor, no soy yo quien habitualmente le pide que me folle como a perro...
--Vaya corte. Estaría encantado de que lo hiciera pero como comprenderá no quiero que suspenda, por eso estoy aquí. ¿Usted tiene ganas o qué?--le miró divertido.
--¿Ganas de follarte como a un perro?
Kido se mordió el labio y bajó la mirada, no realmente cohibido por el profesor -todo lo contrario, se sentía súbitamente valiente- sino por la reacción de su propio cuerpo al escucharse a sí mismo diciendo aquello.
--Pues aguántese, señor Katai.
--¿Qué?
--Si tiene ganas, aguántese.
--¡A mí qué me dice! ¡Aguántate tú!--el cacao de pronombres era fundamentado.
--Me lo va a poner muy difícil, veo.
Kido se rió y resopló de nuevo. Balle le tenía de los nervios, no sabía si quería darle un beso o una bofetada.
--Vamos, dígamelo--soltó el profesor de repente con un tono de voz levemente distinto, no tan de guasa.
--¿Que te diga qué?
--Que quiere follarme como animal. Sé que tiene ganas, dígamelo.
--Solo piensas en eso, ¿verdad?
--¿Qué dice? Esas palabras han salido de su boca, no de la mía. Y no se engañe, no necesito una cama--añadió con suficiencia--por lo que a mí respecta, puede hacermelo donde quiera. En el suelo, en la mesa, contra la pared, en el coche. Me da lo mismo.
--Estás loco.
--Pero eso sí. Si eso es por lo que me ha llamado y lo que quiere hacer me parece bien, pero entonces no venga a clase mañana.
Kido le miró perplejo.
--¿Qué?¿cómo que no?
El profesor cerró el libro, colocó la mano encima como para impedir que Kido lo tocase y negó con la cabeza.
--Claro que no. Diga que se ha puesto enfermo, ya le haré el control otro día.
Vaya. Kido no esperaba que Balle fuera a decir aquello, le pillo desprevenido y no pudo negar que le resultó tentador, pero al pensarlo una segunda vez hizo un gesto de negación.
--No, no puedo hacer eso, no sería justo.
--Bueno. Ha tenido un día complicado y usted mismo salió del servicio de urgencias hace poco, pongamos que después de todo le entra un terrible dolor de cabeza incapacitante y tiene que quedarse descansando.
Mezclado con el sarcasmo, ahora se podía sentir una sombra de inquietud en la voz de Halley. ¿Le estaba diciendo a Kido que necesitaba descansar, simplemente porque estaba preocupado por él? Pero no, de ninguna manera Kido podía aceptar aquello.
--No me duele la cabeza, Halley...
El profesor se rió.
--"Pues entonces, a follar". Es un chiste, ya sabe--añadió inmediatamente.
--Ja, ja, ja. Qué gracioso. --replicó Kido sin reirse.
--Se lo digo en serio, quedese en casa mañana, disfrute del día y rompa la cama. Esas ojeras cada día están peor. Tiene una pinta enfermiza que no puede con ella.
--Vaya, muchas gracias, yo también te quiero...
--Se lo digo por su bien. Duerma, descanse, ya le haré el control el lunes o el martes.
Kido respiró hondo y trató de NO sonreír.
--Mire, profesor--le espetó con retintín volviendo al usteo--he tenido días mejores, es verdad. Pero mañana puedo asistir a clase perfectamente. Si lo que quiere es sexo--añadió, como si hablara de lo más natural del mundo, sin levantar una ceja-- puedo hacerlo y hacer el examen mañana igualmente. No tiene que darme facilidades, ni enchufes.
Por supuesto, todo esto de hacerse el duro se le notaba a leguas. El gesto pétreo no era que fuera forzado sino que directamente venía dado por el nerviosismo que sentía, y a pesar de soltar aquello de un tirón la voz le temblaba. Aunque quisiera aparentar que lo que acababa de decir no movía piedra en él, que nada de aquello le descolocaba ya, Kido estaba hecho un flan por dentro.
--¿Me enseña su habitación?--preguntó el profesor de súbito, sin hacerle ningún caso.
--Ya la has visto... pero vale.
Kido tenía ya más que una vaga idea de lo que iba a pasar, de lo que iban a terminar haciendo Halley y él con sus cuerpos si le llevaba a su habitación. Pasaría lo que siempre pasaba, y sentía que comenzaba a hacerse adicto a ello. Cuando se levantó de la silla para salir al pasillo con Balle tenía la polla tan dura que se le hizo difícil andar: el simple roce contra la ropa le daba literalmente escalofríos.
No pasaron de la puerta. Kido tuvo tiempo de cerrarla y al volverse Halley le empujó de improviso contra la pared.
--Le voy a comer la boca--mascullo entre dientes, cerniéndose sobre Kido como un depredador con su presa.
--Cómeme lo que quieras...
Halley sacó la lengua para darle a Kido un lametón en los labios con marcada malicia.
--¿Prefiere que le coma otra cosa? no tiene más que decirlo.
Kido jadeó y se agitó bajo el cuerpo de Balle contra la pared. Sólo imaginar los labios del profesor cerrandose en torno a su polla le hizo sentir que reventaba los pantalones. Con las manos tanteó la cintura del profesor y estiró los dedos hasta su entrepierna, al tiempo que entreabría los labios para devolverle el lametón en la boca. No tuvo que acercarse, tenía los labios de Balle a tiro, el profesor estaba practicamente encima de él acorralándole.
Halley se sonrió cuando Kido le lamió la boca. Un segundo después se enzarzaron en una lucha a lengüetazo limpio como dos bestias, cuando finalmente ni uno ni otro pudieron soportar más tensión. Las manos de ambos peleaban frenéticas con los pantalones del contrario para desabrocharlos y abrirlos, tocando, apartando tela, agarrando.
--Eso le ha puesto caliente...--gruñó Halley entre beso y beso, cerrando los dedos en torno al miembro duro de su compañero y comenzando a pajearle con rudeza--lo de comerle.
Kido le gimió en la boca por toda respuesta, un quejido largo al tiempo que sacudía las caderas para sentir más contacto y apretaba a su vez el miembro del profesor en su mano. Estaba caliente, hinchado; le dio un par de meneos y comenzó a rodar la yema del dedo pulgar sobre el glande buscando que se humedeciera.
--¿Quiere que se la coma, es eso?--el profesor también movía las caderas en respuesta a estas atenciones; no gemía pero resoplaba como macho en celo y la voz se le quebraba. En un momento dado pegó sus caderas a las de Kido con lo que los miembros de ambos se tocaron; le tomó la mano a éste y la colocó bajo la suya abarcando ambas erecciones para empezar a masturbarlas juntas una contra otra, al principio una lenta insinuación, segundos más tarde un bombeo descarado y rítmico a dos manos.
--¿Tienes hambre de rabo?--jadeó Kido, sin saber muy bien qué demonio le poseía cada vez que estaba con Ballesta y hacía que se le ocurrieran cosas como esa, que parecían sacadas de una peli porno. Sintió que él mismo se humedecía por la punta mojando los dedos de su compañero.
--Del suyo--el profesor no medía por dónde lamía, estaba literalmente devorando a Kido pero no siempre acertaba en la boca sino que su lengua daba donde caía: en el pómulo, bajo la nariz, en la barbilla--Tengo hambre de su polla.
--Pues cómemela...
--Estoy famélico.
Aunque su voz era apenas un susurro, Kido pudo oirle con relativa claridad cuando pasó cerca de él en dirección a la cocina. El teléfono fijo de la casa estaba en el pasillo, contra la pared; quién sabe a qué lumbrera se le había ocurrido instalar un teléfono en semejante sitio, corredor oscuro en tierra de nadie, era como poner una baliza en Mordor pero ahí estaba. Kido se quedó parado a medio camino entre su habitación y la cocina, tal vez por una especie de corazonada, el típico pálpito no tan irracional de que algo no va bien. La postura de Inti le había alertado: su hermano estaba rígido mientras escuchaba, el rostro casi girado del todo hacia la pared mientras la mano libre retorcía el cable en espiral, la espalda cargada a tensión dándole un aspecto de buitre agazapado. El tono de su voz, ese susurro entre los labios apretados, tampoco era ni de lejos una buena señal. ¿Qué ocurría?
--Mierda, no jodas. Sí, Guillermo Tutor.
Oh. El imbécil aquel que vapuleó a Malena el otro día con sus compinches. Kido olvidó para qué iba a la cocina y aguzó el oído a fin de seguir escuchando discretamente.
--Bueno, vale, tranquilo. Tranquilo, Marcos. Oye, hay que denunciar a ese c-...--silencio tenso mientras la voz del aludido crepitaba al otro lado del hilo telefónico--Ya. Ya, entiendo. Bueno, mira, voy para allá. Veinte minutos y estoy ahí. No, no pasa nada, ningún problema, venga. Ciao.
Inti colgó precipitadamente y se pegó un susto de órdago al ver a Kido plantado allí.
--¡Joder!...--dió un paso atrás como si hubiera visto al fantasma de Canterville.
Ahora que Kido le veía de frente ya no podía albergar la más mínima duda de que había pasado algo: la crispación de su hermano era evidente, reconocía esas arrugas en la frente como signo inequívoco de que Inti estaba de los nervios, y por otra parte estaba blanco como la pared.
--¿Qué pasa, Inti?
El rubio inspiró una bocanada de aire y exhaló largo.
--Silver fue a visitar a Tutor ayer por la noche--le explicó a Kido--según me ha dicho Marcos le partió los dientes y le mandó al hospital.
--Joder...
--Se montó una reyerta del copón. Alguien avisó a la policía y su viejo se enteró.
--¿El padre de Silver?
Inti afirmó con la cabeza.
--Sí. Al volver a casa le dio una paliza que casi lo mata...
--¿Qué?
--Maldito loco. Silver ha aparecido hace un par de horas en casa de Marcos, se ve que llegó allí de milagro porque se desplomó en cuanto le abrieron la puerta.
--Dios mío...
--Estaba sangrando y con la cara rota. Le han llevado a urgencias, van a dejarle veinticuatro horas en observación, tengo entendido. Voy para allá ahora.
Kido se tragó la bilis que le subía por la garganta.
--Te acompaño--anunció resuelto.
--No, ni lo sueñes.
--Oh, claro que sí. Silver es mi amigo también.
--Pero tienes que preparar el examen de mañana...--En efecto. Inti era peor que una madre sobreprotectora, controlaba hasta las fechas de los exámenes de Kido de un modo tan certero que éste se preguntaba cómo podía llegar a afinar tanto.
--Venga, hombre. A la mierda el examen, ¡Sil está en el hospital! Voy por las zapatillas--añadió, agitando un dedo en el aire con decisión--¡ni se te ocurra marchar sin mí!
No hubo manera de convencer a Kido para que se quedase en casa. Y eso que si fuera por él, Inti tenía carrete para discutir un rato largo. Pero ambos se encontraban agobiados, preocupados, no era cosa de perder tiempo. Así que al final salieron de casa juntos para coger el autobús de línea en la parada más cercana, el número 45 o bien el 72, que les dejaría en el hospital en unos quince minutos.
Melenas estaba sólo semi-consciente cuando llegaron, Kido supuso que porque allí le habrían sedado. No le habían ingresado, estaba en una cama tras un biombo en la sección de observación de urgencias, no en una planta; a todos los efectos daría lo mismo (el mismo olor a desinfectante, la misma luz mortecina y lechosa, el mismo blanco impostado sobre blanco) si no fuera por el caos que reinaba allí. El servicio de urgencias parecía un campo de batalla.
En realidad era mejor que Melenas no se enterase de mucho. De estar en plenas facultades mentales le hubiera puesto nervioso como pocas cosas verse allí. "Afortunadamente" -entre comillas- estaba tan abobado que incluso medio sonreía, apenas levantando la comisura de la boca, eso sí, porque la cara debía de dolerle un infierno. Y por otra parte se podría decir que estaba privado en el área sensorial, porque difícilmente podría ver por la ranura inflamada en la que se había convertido su ojo izquierdo. El ojo derecho era directamente un amasijo y la piel de la órbita se había hinchado de tal modo que caía prolapsada sobre el párpado cerrado, como una especie de saco de color púrpura rabioso que ennegrecía en algunas áreas. Junto al ojo derecho le habían dado quince puntos por una brecha a nivel de la sien, aunque los chicos no podían ver esta herida pues se hallaba pulcramente tapada con una gasa. El labio partido y la nariz rota, cuya fractura había sido rectificada y también tapada con esparadrapo y venda, completaban el cuadro.
Marcos estaba sentado en una silla junto a la cama detrás de las cortinas. Cuando Inti y Kido llegaron le encontraron con el rostro desencajado: a Marcos no se le daba bien preocuparse, tendía a quedarse bloqueado. Quién podía saber cuánto tiempo llevaba allí, en la misma posición, mirando a Silver sin mover un músculo.
Una enfermera entró de improviso a decirles que tres eran multitud en el pequeño recinto, y que la hora de visita era a las cinco. Tras una esforzada negociación, consiguieron que al menos permitiera que uno de ellos se quedase acompañando al paciente mientras los otros dos esperaban fuera. Y así lo hicieron, por turnos.
Al filo de las seis se presentó la madre de Marcos y de Malena en el hospital. Por fortuna Marcos tenía una familia normal, aunque su padre estaba prácticamente ausente gracias al trabajo sin llegar a "vivir en casa" por así decirlo. Justo en ese momento pasó un médico a ver a Melenas y concluyó en que ni de coña le soltarían; solicitó unas pruebas de imagen y le dijo a la madre de Marcos -tal vez pensando que era familiar directo de Silver- que la observación se prolongaría como mínimo veinticuatro horas más, dependiendo de los resultados de las pruebas. Las había cursado urgentes, así que en breve un celador tipo 4x4 vino a buscar a Melanas para empezar a llevarle en cama por las tripas del hospital, a hacerse rayos X y tac de cráneo. El médico dijo que no parecía haber signos externos asociados a lesiones graves, pero claro, lógicamente tenía que asegurarse. En vista del estado del paciente y de que iban a tenerle en danza toda la tarde, el médico les aconsejó a los chicos que se marcharan. Marcos se negó en redondo, y Kido iba por el mismo camino pero Inti aprovechó bien esta oportunidad.
--Kido, vete a casa--le dijo. Sabía que su hermano estaba de exámenes, y sabía -o creía- también que era fragil e impresionable, así que a su entender el hospital no era un entorno deseable para él--Entiendo que estés preocupado pero sólo queda esperar. Ya me quedo yo.
En eso de que sólo quedaba esperar tenía razón. Y les habían dicho que Melenas probablemente se pondría bien. No habían indagado en ninguna circunstancia más allá de las lesiones porque nadie había dicho allí que había sido su padre quien lo hizo; Marcos le dijo a la recepcionista que había sido todo por una pelea callejera, cosa que a ella le había parecido muy normal. También quizá Silver tenía pinta de meterse en grescas porque nadie hizo preguntas. Kido podía razonar todo esto, podía entender por qué Inti le decía que no era "útil" quedándose allí... aún así forcejeó y le costó dar su brazo a torcer para marcharse a casa.
El viaje de vuelta solo en el autobús fue bastante horrible. Ver así a Melenas le había puesto el corazón en un puño a Kido, por mucho que los batasblancas dijeran que se recuperaría. Tenía ira dentro también, mucha, por cómo había ocurrido todo. Le hervía la sangre cuando pensaba en el padre de Silver, vaya hijo de puta, y también estaba cabreado con el propio Silver por haber pegado a Tutor. Vale que Tutor era un imbécil; un imbécil y más, Kido podía comprender que Melenas le tuviera ganas y además sabía que éste quería mucho a Malena, pero ir a por él a pegarle, como en la maldita mafia por un ajuste de cuentas, y dejarle también como un cromo, eso no era normal. Joder, Silver, Silver estaba loco. En qué demonios pensaba.
Hay personas acostumbradas a la ira, los hay incluso que disfrutan estando cabreados. Pero para las personas de naturaleza apacible un cabreo de ese calibre es como tener fuego en las venas, es algo traumático si dura demasiado tiempo, algo que le deja a uno agotado y dando tumbos.
Así estaba Kido cuando cruzó el vestíbulo del portal para llegar al ascensor: obnubilado, pensando en todo y en nada, sin levantar los ojos del suelo y con la espalda ligeramente encorvada como si soportase una carga sobre los hombros. Justo en ese momento, cuando iba a darle al botón del ascensor, se cruzó con Taylor que había bajado las escaleras.
La reconoció por su perfume, que hasta ese instante no había catalogado de rotundamente inconfundible. El aroma a flores y como a caramelo de fresa, así como el sonido de sus pasos, le hiceron reaccionar y él se volvió por instinto hacia ellos sabiendo que la encontraría, pero ante su sorpresa, ella ni le miró.
Le vio, eso está claro. El vestíbulo era pequeño y el espacio frente a la cabina del ascensor estaba lo bastante iluminado, pero ella pasó de largo como si Kido fuera un fantasma.
Él se quedó parado con el "hola" congelado en los labios, incapaz de reaccionar mientras ella se alejaba con la cabeza alta y la mirada fría fija al frente. ¿Realmente era Taylor, la misma Taylor que el conocía, capaz de retirarle el saludo sin más? ¿Era por lo del beso a Balle el otro día, tan terrible era lo que Kido había hecho?
Lo que ocurrió le hirió. Digamos que fue lo que faltaba para completar el día. Ya venía emocionalmente revuelto del hospital después de ver a Melenas y a su pesar tenía que admitir que estaba algo tensionado con el examen del día siguiente, sin mencionar el habitual caos mental. En el vestíbulo frente al ascensor sintió una oleada de calor subiéndole por la garganta y unas repentinas e imperiosas ganas de echarse a llorar.
Gruñó, exhalo, sus hombros cayeron. Llamó al ascensor; cuando entró en el cubículo metálico le vino a la mente con toda claridad la imagen de los ojos del profesor y sintió de pronto unas ganas terribles de darle un abrazo. Ballesta estaba loco quizá... pero no lo estaba. Se mostraría sereno aunque se cayera el mundo, tal vez por eso Kido pensó en él ahora que todo se le venía de golpe encima en el ascensor. Entre otras razones.
Entró a la casa como un zombi, sin fuerzas ni siquiera para maldecir. Encendió la luz del recibidor y se quedó unos segundos parado sin saber qué hacer. La tentación de llamar al profesor era demasiado fuerte; no sabía su número pero recordaba bien dónde lo tenía, en la entrada rotulada como "Sagan" que aún guardaba en el cajón de la mesita de noche.
No. No, no podía llamarle, ¿en qué estaba pensando? además... qué coño. Tenía que estudiar. El examen era sólo un control, no era que la nota fuera importante pero liberaba materia. Una mala nota no sería algo insalvable...pero una buena nota significaría no tener que volver a estudiar esa árida parte para el examen final junto con el resto de contenidos, y Kido quería seguir llevando las cosas al día. Tenía que esforzarse, era lo que tocaba.
Suspirando, cerró la puerta tras de sí y arrastrando los pies caminó por el pasillo hacia su habitación. Casi tropezó con Iggy, que andaba por la casa a su aire aunque más bien tendía a quedarse quietecito en rincones estratégicos durante horas. Kido se agachó y muy delicadamente tomó en brazos al conejo para llevarle con él a su habitación; el animal pateó un poco en el aire pues no le agradaba ser tomado en brazos, pero, como siempre, en cuando Kido le colocó contra su pecho se tranquilizó.
Entró a la habitación, dejó a la bola peluda en el suelo y encendió el flexo sobre el escritorio. Practicamente se derrumbó en la silla y estiró el brazo para sacar libros y cuadernos de la mochila abierta en el suelo a sus pies. Suspiró otra vez largamente y ojeó los apuntes que tenía delante bajo el círculo de luz que dibujaba el foco del flexo en la mesa. El efecto fotoeléctrico, constante de Plank, Teoría de De Brooglie... no le parecía especialmente difícil pero las fórmulas bailaban ante sus ojos. Cerró los párpados con fuerza y el silencio de la habitación se hizo más denso en torno a su figura, mentalmente ensordecedor. Dejó el cuaderno abierto sobre la mesa y tiró sobre él el bolígrafo destapado que empuñaba, echó la silla hacia atrás con brusquedad, se levantó y sin más echó a andar hacia el pasillo.
Sabía que si no lo hacía ahora se quedaría sentado allí hasta el día del juicio final, era en aquel momento o nunca. Sin permitirse pararse a pensar, descolgó el auricular del teléfono en la pared del pasillo y marcó el número escrito con la caligrafía afilada del profesor en el reverso de la entrada a la exposición Caminando Entre Estrellas. ¿En qué momento había agarrado el papelucho? no tenía noción de haber abierto el cajón para cogerla, pero claro, evidentemente en alguna coordenada espacio-tiempo lo había hecho.
--¿Sí?
La voz del profesor sonó seca y cortante tras apenas dos pulsaciones al otro lado del hilo telefónico.
--...
Kido fue a decir algo pero de pronto se quedó mudo como con los labios pegados. ¿Qué coño iba a decirle al profesor, cuando éste le preguntase qué quería o por qué llamaba?¿qué demonios le iba a explicar...?
--¿Sí?--repitió el profesor, el tono de su voz ligeramente más tenso y apremiante.
--H-...Halley...
--¿Kido?!--parecía como si fuera la última voz que el profesor estuviera esperando escuchar. Quién podía saber si la "sorpresa" habría sido buena... o no tanto.
--Lo...lo siento...--fue lo primero que le salió a Kido, quien se sintió de repente muy violento. Tal vez había interrumpido a Ballesta en algo importante. No debería haber llamado, no, claro que no. Dios santo, si ni siquiera sabía qué hora era...
--¿Por qué se disculpa?--inquirió el profesor con un latiguillo de molestia. Después de la sorpresa inicial al escucharle volvía a llamar a Kido de usted, en la tónica habitual--¿está bien?¿ha pasado algo?
¿Pasar?... "no tienes idea..." pensó Kido.
--N-no. No, sólo...
--¿Alguna duda con el examen de mañana?
Kido casi se rió. A veces parecía que al profesor le faltaba una neurona. No acababa de llamarle y casi quedarse sin voz, los sentimientos a flor de piel aunque ni él mismo supiera qué sentimientos eran esos, y Ballesta le preguntaba por el examen. Oh, pero sin saberlo le dió hilo para seguir hablando y también le sacó una sonrisa, cosa que no era en ningún caso desdeñable. Era estúpido, era absurdo que detalles como ese le hicieran a Kido QUERER al profesor cada vez más, tan absurdo como quizá inevitable.
--hah... perdona... sí.--mintió. O medio mintió, porque era cierto que lo que se dice estudiar no había estudiado. Dudas no tenía, o ni siquiera sabía si las tenía, porque era incapaz de concentrarse--no puedo concentrarme--se transcribió a sí mismo al final, comprendiendo que tampoco tenía nada de malo decir la verdad. Por encima de todo eran amigos,...¿no?
--Oh. Suena usted preocupado.
--En realidad...
--¿Qué ha pasado?
Kido suspiró largamente.
--no quiero darte el coñazo.
--Oh, venga--insistió el profesor--no me da el coñazo. Cuentemelo.
Y entonces Kido se lo contó, desde el principio. Pareció que la lengua se le soltase y cuando arrancó a hablar no pudo parar: le contó sobre la llamada de Marcos, sobre Silver en urgencias y sobre su estado, le contó también lo de Taylor en el portal y terminó diciendo:
--y supongo que es por todo esto... que no puedo estudiar.
Balle tardó unos segundos en responder al otro lado.
--Vaya día ha tenido--murmuró--lo siento, creame.
--No te preocupes...--Kido se encontró otra vez sonriendo contra el auricular. Se dio cuenta de que sólo escuchar la voz del profesor al otro lado le hacía sentirse inexplicablemente mejor. Balle era un borde, no precisamente el tipo de persona que repartía paz y amor, y sin embargo Kido así lo sentía.
--¿Quiere que vaya a ayudarle? ¿Está solo?
El interpelado tragó saliva retorciendo el cable del teléfono entre los dedos.
--No te preocupes. Sí. Estoy solo.
De nuevo un breve lapso de silencio previo a la respuesta del profesor.
--No debería tragarse todo eso solo.
--No pasa nada.
--Iré a por usted--Kido no supo si esto se trataba de una sugerencia, una amenaza o mera información como declaración de intenciones que no admitiría réplica--¿o prefiere que me quede con usted en su casa?
--No, de verdad, Halley, no hace falta...
--Estoy ahí en treinta minutos. Preparé café, estudiaré con usted.
Y antes de que Kido pudiese incidir en la menor objeción se escuchó un seco crepitar, luego un click! al otro lado.
Mierda. Le había colgado el cabrón.
Como un pato mareado, sin saber muy bien adónde ir primero, Kido se movió por el pasillo tras colgar. Se sentía extrañamente desorientado con lo que acababa de pasar, ya le había costado bastante hacerse a la idea de llamar al profesor, ya le había tocado su voz por dentro lo suficiente como para ahora imaginárselo yendo hacia su casa. Y era lo que Balle estaba haciendo exactamente ahora: probablemente cambiandose de ropa, dándose quizá una ducha rápida antes de coger el coche. Una ducha, eso es. Kido no había caído en la cuenta de que seguramente él mismo tenía un aspecto impresentable...
El espejo del baño se lo confirmó: cabello revuelto, rostro pálido, ojeras y bolsas bajo los ojos para no variar. No es que fuera presumido pero tampoco quería parecerse a los muñecos del Museo de Cera o a los trabajadores de La Casa del Terror. Gruñendo por lo bajo abrió la llave del agua y se relajó durante al menos diez minutos bajo el chorro de la ducha; tuvo que subir la temperatura un poco más de lo acostumbrado pues hasta ese momento no se había dado cuenta del frío que tenía. Cerró los ojos bajo la cortina de agua como lluvia tropical, se lavó el pelo y se aclaró a conciencia.
Después de ducharse se cambió de ropa y fue a la cocina a preparar café como un idiota; él no podía tomarlo, ja, pero lo prepararía igual. Porque basicamente no sabía que otra cosa hacer. Si le daba por quedarse quieto esperando, pensando y mentalizándose en que el profesor iba a llegar, se volvería loco. Ya estaba espantando imágenes y escenas de su cabeza, recuerdos que al ser revividos en la memoria hacían que le temblasen las piernas. Sintió de pronto que Balle le tenía en su puño, agarrado, e inexplicablemente se alegró por ello. Sintió miedo también, pero era como si fuera un miedo poco importante, porque palidecía en comparación con todo lo demás que Kido sentía. Era estúpido. Era absurdo, sin razón aparente, pero era real y como tal tenía que aceptarlo: estar con Halley le hacía feliz. ¿Que si daba miedo? y qué. ¿Que si le daba vergüenza? pues un poco, y él mismo no sabría decir por qué razón, pero qué hacerle. ¿Qué si se sentía idiota, agilipollado (enamorado)? ¡y a quién cojones le importa eso! Aún en el caso de que los humanos sólo pudieramos experimentar ese tipo de felicidad engañándonos un poco, eso no sería una razón para no vivirla. No siempre. Y además, quién era él para saber si era cierto o un engaño de su mente lo que estaba sintiendo.
Se imagino de pronto tirándose a los brazos de Balle, quizá porque era justamente lo que en su fuero interno quería hacer. Lanzarse al profesor cuando este llegara, abrazarle y decirle: "Te quiero, Halley, muchas gracias por haber venido". Pero Kido ya sabía de antemano que no haría eso, no estaba por la labor de permitirse a sí mismo hacerlo, ni de coña.
Cuando el café hervía sonó el teléfono y Kido casi se escalda intentando apagar el fuego de la cocina.
--¡Mierda!
Salió disparado hacia el pasillo una vez solucionado el conato de incendio y cogió el teléfono.
La persona que llamaba era Inti. Aún estaban en el hospital y no sabían nada nuevo, sólo que al parecer no había fractura de base de cráneo como se había visto en la radiografía, pero eso era algo que los médicos ya imaginaban. Inti no sabía si pasaría la noche allí, pero según le dijo a Kido tenía pensado quedarse un poco más, ya que el turno de la noche parecía ser más flexible que el de la tarde y les dejarían quedarse a Marcos y a él juntos en el reducido espacio entre cortinas de la Observación. No es que Kido diera palmas con las orejas por que Inti no estuviera, pero considerando que Balle iba a venir era mejor que su hermano por lo menos tardase un poco en llegar. Realmente tampoco se sentía con fuerzas de explicarle al cotilla de Inti qué hacía Ballesta allí, ni de decirle que le había llamado y por qué, etc, etc. Kido amaba a su hermano, pero Inti era un puto agobio y él necesitaba respirar.
"En ti puedo respirar" le dijo a Ballesta en su cabeza mientras seguía abrazandole. Ah! mente horrible la suya que le traicionaba de tan vil manera.
Al poco de colgar con Inti sonó el timbre de la puerta y Kido fue a abrir, las piernas amenazando con fallarle, el corazón latiendo deprisa. Para terminarlo de arreglar, y como era de esperar, estaba francamente excitado. Ese era otro efecto casi permanente que Halley provocaba en él, tan potente como agotador.
--Hola...--Kido trató de sonreír cuando abrió la puerta y se encontró casi de bruces con El Loco.
--Buenas noches...
La voz del profesor le sonó extrañamente dubitativa a Kido, apenas un susurro al tiempo que los labios de Halley se curvaban en lo que no terminaba de ser una sonrisa.
--Pasa, por favor.
Se apartó a un lado, por supuesto que no le abrazó. Ballesta tampoco hizo amago alguno de tocarle.
--Mierda, tiene una cara horrible...
Halley se refería al rostro desencajado de Kido más allá de criterios estéticos, pero como casi todo lo que él decía la frase sonó más brusca de lo que hubiera deseado.
Kido no comentó nada, simplemente suspiró y se encogió de hombros.
--Gracias por venir...--musitó. Fue lo único que se le ocurrió decir.
La expresión del profesor pareció ablandarse de golpe y un destello de preocupación asomó a sus ojos.
--¿Se encuentra bien, señor Katai?
Kido vaciló unos instantes y luego negó con la cabeza levantando la mirada hacia el profesor.
--La verdad es que no mucho--admitió.
--Entiendo...
--¿Café?--inquirió entonces, señalando en dirección a la cocina con una inclinación de cabeza.
--Oh, sería estupendo, gracias.
--Acabo de hacerlo. Sígueme...
Entraron a la cocina y Kido le indicó a Balle que tomara asiento mientras servía dos tazas de café cargado. Al cuerno, con el día que llevaba bien podía tomarse un café, de perdidos al río como dicen por ahí.
--Siento que esa mujer haya dejado de hablarle...--Sorprendentemente fue el profesor quien sacó este tema, rápido como centella igual que las tizas que lanzaba en clase.--Me encantaría poder ayudarle pero... lamentablemente, nunca he entendido a las mujeres.
No lo decía con ninguna connotación despreciativa ni deje machista, pronunció la frase con un tono de voz neutral. Simplemente, el profesor pensaba de cara a sí mismo que eso era verdad: no sabía por qué, pero le costaba relacionarse con mujeres y entenderlas. O tal vez no podía entender a las mujeres que le rodeaban, que tampoco eran muchas, no podemos tampoco decir que Halley conociera mujeres suficientes (a nivel intelectual) para poder valorar esto. Pero él lo creía así.
--Seguramente fue por lo del beso--Kido tomó asiento frente a Ballesta tras dejar las tazas de café y el azucarero en la mesa--tal vez fue una gilipollez, pero sabes... me da igual.
Soltó esto sin proponérselo, su única intención había sido ser sincero y las palabras le salieron tal cual. Era lo mínimo ya que el profesor planteaba la cuestión abiertamente de forma tan directa.
--No le da igual, mírese. Le afecta.
Kido desvió la mirada y exhaló largo, con los ojos fijos en el café que removía.
--Me afecta... que no me quiera hablar--dijo despacio a medida que se daba cuenta--la verdad es que preferiría... que me insultara, o algo así.
--Bueno, quizás ha sido un pronto. Tal vez en unos días se le pase, ¿no cree?
--En el fondo me enfada algo...--murmuró el interpelado sin contestar a la pregunta.
--Oh. ¿qué es?
--Pues que yo... --tragó saliva y frunció el ceño como si notara bilis bajar por la garganta--coño, Halley. Yo soy libre. Yo ...nunca la he tratado a ella como "mía" salvo en...--miró para otro lado de nuevo antes de proseguir--salvo en la cama, cuando ella me lo ha pedido. A mí no me importa si ella... se enamora de alguien...--añadió en voz baja--yo no soy suyo.
--Qué interesante. Bueno, tiene derecho a enfadarse, supongo--Kido se preguntó por qué Balle sonreía ahora de forma rara--¿usted se ha enamorado, señor Katai?
El aludido brincó en la silla como si le hubieran puesto un petardo.
--¿Cuándo he dicho yo eso?
--¡No se enerve, sólo le pregunto!--se defendió el profesor, elevando las manos al aire como dando a entender que no llevaba armas.
Kido meneo la cabeza y se tragó la risa nerviosa que luchaba por salir.
--Eres imbécil...--musitó. Los ojos le brillaban.
--Tsk. Olvidelo, hoy vamos a estudiar, no he venido a que me ponga cachondo con sus insultitos.
--¡OH!--Kido no pudo evitar reirse ahora, ni tampoco pudo evitar darle un golpe en el brazo al profesor con la mano abierta--¡pero cállate!
--Por favor, deje de pegarme.
--Ja,ja,ja...--era la primera vez que Kido se reía en todo el día con ganas--¿me vas a denunciar? yo que creía que eso te gustaba...
--Y me gusta, por eso se lo digo. Hemos venido a estudiar, haga el favor de centrarse.
El profesor se llevó la taza a los labios tras decir esto y sofocó una risita contra el borde de loza sin dejar de mirar a Kido fijamente.
--Vale. ¿Quieres que traiga los libros? no creo que sea buena idea ir a la habitación.
--¿Ah,no? ¿y por qué no?
Kido sonrió con maldad.
--Porque hay una cama, Halley--masticó las palabras deliberadamente y sonrió con osadía--no vayas a ponerte cachondo inutilmente.
--Oh, qué golpe tan bajo. Bien, señor Katai, aquí le espero entonces.
Sin dar opción a que Halley dijera nada más, Kido se levantó y fue a su cuarto para coger las cosas de estudio. Volvió a los pocos minutos y dejó el libro de física, los cuadernos y un paquete de folios sobre la mesa redonda de la cocina.
--Espero que sea consciente del lujo que ostenta...--sonrió Ballesta cuando Kido volvió a sentarse--es usted el único de mis alumnos que me tiene disponible a domicilio, por no mencionar que ya un lujo es el disfrute de mi compañía...
Kido maldijo por no poder borrar esa sonrisa de gilipollas que a buen seguro mostraba en su cara. Se dio la vuelta para esconder el rostro fingiendo que cogía algo.
--Lo tengo muy presente, profesor--si Balle quería jugar, juego tendría.--y lo agradezco mucho.
Balle sonrió más. Le gustaba que Kido se riera de él cuando estaban de coña.
--Hace bien. En agradecerlo, digo--le guiñó un ojo y apartó la taza de café para abrir el libro de física--digame, ¿qué sabe de esto? hable claro, si no sabe nada mejor dígamelo ahora para empezar de cero.
Ah. Realmente Halley se proponía apoyarle de verdad con aquello, estudiando codo con codo con él. Claro que Kido lo agradecía, era un inmenso detalle aunque en este momento fuera lo que menos le apeteciera hacer en este mundo.
--Creo que lo entiendo todo...
--Oh.
--Quizá sólo... haga falta practicar.
--Haremos algunos ejercicios entonces.
Kido asintió y abrió el cuaderno, dándose cuenta de que por mucho que la risa descargase tensión las manos seguían temblándole. Tuvo por un momento la descabellada idea de cerrarle el libro a Ballesta en la cara y decirle algo como "¿y por qué no me la come, profesor?", y lo pensó en serio. El temblor de sus manos se acrecentó y él rompió a sudar, agradeciendo que la mesa estuviera entre el profesor y él y al mismo tiempo maldiciendo por ello.
--Se está poniendo rojo--apuntó Ballesta con cierto deleite--¿se encuentra bien?
Kido le hubiera dado una patada por debajo de la mesa. Se preguntaba si Balle estaría como él, igual de excitado pero a su manera, inquieto como lobo hambriento bajo esa máscara de ironía y sarcasmo continuado.
--¿Qué pasa, profesor? ¿quiere que le diga que me pone nervioso?
Halley retrocedió en su asiento fingiendo estar escandalizado.
--No me diga que le pongo nervioso a estas alturas, señor Katai, eso no--sonrió con descaro.
El chico negó con la cabeza y suspiró con fingido hastío.
--Profesor, no soy yo quien habitualmente le pide que me folle como a perro...
--Vaya corte. Estaría encantado de que lo hiciera pero como comprenderá no quiero que suspenda, por eso estoy aquí. ¿Usted tiene ganas o qué?--le miró divertido.
--¿Ganas de follarte como a un perro?
Kido se mordió el labio y bajó la mirada, no realmente cohibido por el profesor -todo lo contrario, se sentía súbitamente valiente- sino por la reacción de su propio cuerpo al escucharse a sí mismo diciendo aquello.
--Pues aguántese, señor Katai.
--¿Qué?
--Si tiene ganas, aguántese.
--¡A mí qué me dice! ¡Aguántate tú!--el cacao de pronombres era fundamentado.
--Me lo va a poner muy difícil, veo.
Kido se rió y resopló de nuevo. Balle le tenía de los nervios, no sabía si quería darle un beso o una bofetada.
--Vamos, dígamelo--soltó el profesor de repente con un tono de voz levemente distinto, no tan de guasa.
--¿Que te diga qué?
--Que quiere follarme como animal. Sé que tiene ganas, dígamelo.
--Solo piensas en eso, ¿verdad?
--¿Qué dice? Esas palabras han salido de su boca, no de la mía. Y no se engañe, no necesito una cama--añadió con suficiencia--por lo que a mí respecta, puede hacermelo donde quiera. En el suelo, en la mesa, contra la pared, en el coche. Me da lo mismo.
--Estás loco.
--Pero eso sí. Si eso es por lo que me ha llamado y lo que quiere hacer me parece bien, pero entonces no venga a clase mañana.
Kido le miró perplejo.
--¿Qué?¿cómo que no?
El profesor cerró el libro, colocó la mano encima como para impedir que Kido lo tocase y negó con la cabeza.
--Claro que no. Diga que se ha puesto enfermo, ya le haré el control otro día.
Vaya. Kido no esperaba que Balle fuera a decir aquello, le pillo desprevenido y no pudo negar que le resultó tentador, pero al pensarlo una segunda vez hizo un gesto de negación.
--No, no puedo hacer eso, no sería justo.
--Bueno. Ha tenido un día complicado y usted mismo salió del servicio de urgencias hace poco, pongamos que después de todo le entra un terrible dolor de cabeza incapacitante y tiene que quedarse descansando.
Mezclado con el sarcasmo, ahora se podía sentir una sombra de inquietud en la voz de Halley. ¿Le estaba diciendo a Kido que necesitaba descansar, simplemente porque estaba preocupado por él? Pero no, de ninguna manera Kido podía aceptar aquello.
--No me duele la cabeza, Halley...
El profesor se rió.
--"Pues entonces, a follar". Es un chiste, ya sabe--añadió inmediatamente.
--Ja, ja, ja. Qué gracioso. --replicó Kido sin reirse.
--Se lo digo en serio, quedese en casa mañana, disfrute del día y rompa la cama. Esas ojeras cada día están peor. Tiene una pinta enfermiza que no puede con ella.
--Vaya, muchas gracias, yo también te quiero...
--Se lo digo por su bien. Duerma, descanse, ya le haré el control el lunes o el martes.
Kido respiró hondo y trató de NO sonreír.
--Mire, profesor--le espetó con retintín volviendo al usteo--he tenido días mejores, es verdad. Pero mañana puedo asistir a clase perfectamente. Si lo que quiere es sexo--añadió, como si hablara de lo más natural del mundo, sin levantar una ceja-- puedo hacerlo y hacer el examen mañana igualmente. No tiene que darme facilidades, ni enchufes.
Por supuesto, todo esto de hacerse el duro se le notaba a leguas. El gesto pétreo no era que fuera forzado sino que directamente venía dado por el nerviosismo que sentía, y a pesar de soltar aquello de un tirón la voz le temblaba. Aunque quisiera aparentar que lo que acababa de decir no movía piedra en él, que nada de aquello le descolocaba ya, Kido estaba hecho un flan por dentro.
--¿Me enseña su habitación?--preguntó el profesor de súbito, sin hacerle ningún caso.
--Ya la has visto... pero vale.
Kido tenía ya más que una vaga idea de lo que iba a pasar, de lo que iban a terminar haciendo Halley y él con sus cuerpos si le llevaba a su habitación. Pasaría lo que siempre pasaba, y sentía que comenzaba a hacerse adicto a ello. Cuando se levantó de la silla para salir al pasillo con Balle tenía la polla tan dura que se le hizo difícil andar: el simple roce contra la ropa le daba literalmente escalofríos.
No pasaron de la puerta. Kido tuvo tiempo de cerrarla y al volverse Halley le empujó de improviso contra la pared.
--Le voy a comer la boca--mascullo entre dientes, cerniéndose sobre Kido como un depredador con su presa.
--Cómeme lo que quieras...
Halley sacó la lengua para darle a Kido un lametón en los labios con marcada malicia.
--¿Prefiere que le coma otra cosa? no tiene más que decirlo.
Kido jadeó y se agitó bajo el cuerpo de Balle contra la pared. Sólo imaginar los labios del profesor cerrandose en torno a su polla le hizo sentir que reventaba los pantalones. Con las manos tanteó la cintura del profesor y estiró los dedos hasta su entrepierna, al tiempo que entreabría los labios para devolverle el lametón en la boca. No tuvo que acercarse, tenía los labios de Balle a tiro, el profesor estaba practicamente encima de él acorralándole.
Halley se sonrió cuando Kido le lamió la boca. Un segundo después se enzarzaron en una lucha a lengüetazo limpio como dos bestias, cuando finalmente ni uno ni otro pudieron soportar más tensión. Las manos de ambos peleaban frenéticas con los pantalones del contrario para desabrocharlos y abrirlos, tocando, apartando tela, agarrando.
--Eso le ha puesto caliente...--gruñó Halley entre beso y beso, cerrando los dedos en torno al miembro duro de su compañero y comenzando a pajearle con rudeza--lo de comerle.
Kido le gimió en la boca por toda respuesta, un quejido largo al tiempo que sacudía las caderas para sentir más contacto y apretaba a su vez el miembro del profesor en su mano. Estaba caliente, hinchado; le dio un par de meneos y comenzó a rodar la yema del dedo pulgar sobre el glande buscando que se humedeciera.
--¿Quiere que se la coma, es eso?--el profesor también movía las caderas en respuesta a estas atenciones; no gemía pero resoplaba como macho en celo y la voz se le quebraba. En un momento dado pegó sus caderas a las de Kido con lo que los miembros de ambos se tocaron; le tomó la mano a éste y la colocó bajo la suya abarcando ambas erecciones para empezar a masturbarlas juntas una contra otra, al principio una lenta insinuación, segundos más tarde un bombeo descarado y rítmico a dos manos.
--¿Tienes hambre de rabo?--jadeó Kido, sin saber muy bien qué demonio le poseía cada vez que estaba con Ballesta y hacía que se le ocurrieran cosas como esa, que parecían sacadas de una peli porno. Sintió que él mismo se humedecía por la punta mojando los dedos de su compañero.
--Del suyo--el profesor no medía por dónde lamía, estaba literalmente devorando a Kido pero no siempre acertaba en la boca sino que su lengua daba donde caía: en el pómulo, bajo la nariz, en la barbilla--Tengo hambre de su polla.
--Pues cómemela...
--Estoy famélico.
24-La simpleza del Todo.
Kido tragó saliva y tembló. Sin saber muy bien qué estaba haciendo, se vio a sí mismo ejerciendo presión sobre los hombros del profesor hasta hacerle caer de rodillas frente a él.
--¿Me va a pegar ahora, señor Katai?--Ballesta sonrió jadeando y contempló a Kido desde el suelo, pupilas dilatadas y lengua fuera.
--hah...--el aludido no pudo evitar un golpe de caderas, con lo que la punta de su miembro rebotó en los labios del profesor--¿Eso le gustaría?
Halley tomó el congestionado glande de Kido entre los labios y succionó con suavidad, sin dejar de mirarle desde abajo mientras asentía con la cabeza.
--Sí.--le soltó, le lamió, se lamió los labios. Tragó saliva y sonrió sin romper el contacto visual--Vamos, pégueme.
Kido sonrió algo nervioso y extendió una mano temblorosa para acariciarle cara.
--¿Qué dices...?--ronroneó. En el fondo no le sorprendía que Ballesta hubiera dicho eso, ya intuía que al profesor le ponían esas cosas. De alguna manera le conmovía, pero por encima de eso...--¿lo dices en serio?--por encima de eso, algo en ese deseo oscuro le volvía loco a su pesar. Sentía la mano hormigueando contra la piel de la mejilla de Halley, poco después el brazo entero hasta el hombro.
Halley volvió a asentir.
--Claro que lo digo en serio--jadeó, los labios entreabiertos manteniendo la sonrisa--vamos, pégueme. Deme una ostia. En la cara.
--Ja, ja, ja...--a Kido le dio la risa, pero se mordió el labio. La polla le palpitó a milímetros de los labios del profesor.
--No se ría, pégueme.
zap! la palma de Kido se estrelló -bastante blanda- contra la mejilla de Halley.
--Venga hombre, ¡mi abuela pegaba más duro!--le recriminó Ballesta.
Kido se echó a reír de nuevo y -zas! zas!- le dió un par de cachetes cruzándole la cara, el segundo con el dorso de la mano.
--Pequeño sádico...--se carcajeó el profesor entre jadeos--tiene que ver la sonrisa que está poniendo.
--¿Quiere más...?--a Kido le brillaban los ojos como lo harían los de un niño la mañana de navidad.
--Está goteando...
Halley volvió a meterse la polla de Kido en la boca y succionó de nuevo, esta vez avanzando con los labios y pasando la lengua plana por el tronco como si quisiera erosionarle. Su lengua se movió lentamente de abajo a arriba para terminar atrapando esas gotas de excitación que coronaban el capullo. Nunca había probado el sabor de Kido ahí; gimió fuerte y cerró los ojos, sin poder evitar un roce de dientes mientras volvía a la carga con la mamada.
--Mmmmh-ah...--Kido se estremeció, cerró los ojos y arqueó la espalda contra la pared, moviendo las caderas para empezar a follarle la boca. Nunca se la había comido un tío... ni él se la había comido a nadie. De pronto se dió cuenta de que estaba insalivando sólo con pensar en el miembro duro de Halley, ahora fuera de su vista. Adelantó un pie colocándolo entre los muslos del profesor para que este pudiera rozarse contra su pierna -como perro, exactamente como a él le gustaba- mientras se la comía.
Halley empezó a currarse la chupada de verdad al tiempo que se montaba su pierna. Le agarró la polla para tirar de la piel hacia abajo descubriendo la sensible e inflamada punta, región que se tomó tiempo en torturar con suaves succiones, pasadas de lengua e incluso algún leve mordisqueo al tiempo que le masturbaba. Su lengua también dejó un rastro caliente en la base y en las pelotas de Kido, quien separaba las piernas para darle mayor acceso y le había agarrado del pelo.
--Al suelo...--murmuró entre dientes, los dedos cerrándose en los cabellos del profesor. Le tiró del pelo para hacerle levantar la cabeza y le empujó suavemente con la rodilla para reforzar la orden--venga, al suelo, Halley.
El aludido le miró con extrañeza, resistiéndose a soltar el tesoro que tenía entre los labios.
--Vamos, joder, ¿estás sordo?--no podía saberse si el aleteo en la voz de Kido era debido a risa nerviosa o a excitación; había vuelto a abrir los ojos y éstos parecían aún más grandes y oscuros cuando contemplaba al profesor desde arriba--¡al suelo, Halley!
El profesor retrocedió un poco y sonrió jadeante, entendiendo.
--Su deseo es ley, señor Katai...--murmuró al tiempo que reclinaba la espalda para echarse en el suelo boca arriba.
--Genial...--jadeó Kido antes de arrodillarse sobre el profesor, flanqueándole la cara con las rodillas e inclinándose hacia delante para alcanzarle con la boca--yo también quiero comerte...
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Mientras Kido y Halley disfrutaban de su pequeña fiesta privada, en ese preciso momento Agnes Taylor cruzaba el portal mirando al suelo, dirigiéndose al ascensor para subir a su casa en el quinto piso. Hoy también iba vestida entera de negro: falda de tubo pegada a los esbeltos muslos, medias opacas y bolso enorme de charol que sujetaba contra el pecho.
Se sentía desolada.
Subió los cinco pisos con la mirada fija en los desconchones que manchaban la pared frontal a través del ventanuco alargado del ascensor, sin inmutarse por los chasquidos y vaivenes de la vieja cabina. Una vez la máquina se detuvo en su destino, empujó la puerta sin variar su gesto y como autómata caminó los pasos que la separaban de su vivienda.
En la casa, como siempre, nadie la estaba esperando, sólo el silencio y la oscuridad a la caída de la noche. Atravesó el recibidor en tinieblas y encendió la lamparita de la sala de estar, yendo después a derrumbarse en el sofá frente a la mesita de café.
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--Voy a hacer que se corra antes que yo...--sentenció Kido mientras se acomodaba con un gruñido para adoptar la posición conocida como "69", cuadrando las caderas sobre la cara del profesor aunque aún lejos para evitar que le tomara con la boca. Acababa de ocurrírsele esa idea, de dibujarse clara en su cabeza: quería arrebatarle un grito a Balle, quedarse con sus gemidos mientras se deshacía en su boca, y no le importaba lo más mínimo pensar en tragar semen aunque jamás lo hubiera hecho antes. No le importaba nada más: sólo Halley, quien estaba ahí bajo su cuerpo; le quería a él, todo, todo cuanto viniera de él lo deseaba y sentía que le llenaría. El mismo Kido estaba goteando al rozar los labios del profesor, como éste muy bien había apuntado, y era consciente de que pocas veces en su vida había estado tan cachondo, pero más que en él mismo pensaba en Halley. Halley, El Loco, su profesor... el único capaz de llegar más lejos, el único que tal vez no se espantaría de los demonios de Kido, el único que le llenaba con cada respiración.
--ja,ja...
Halley hubiera contestado algo ingenioso si las neuronas le hubieran funcionado, sin embargo en aquel momento su cerebro no daba para más. No esperaba que Kido fuera a hacer aquello y ahora se veía en el suelo bajo él, ahogado por su olor, retorciéndose por volver a tenerle en la boca. Abrió los labios y abrazó los muslos de Kido torpemente tratando de hacerle bajar las caderas para poder volver a probarle.
--Ah... quieto, quieto...--jadeó este oponiendo resistencia al tiempo que se inclinaba sobre él--dejame a mí.
Se apoyó sobre el antebrazo izquierdo para agarrar con firmeza el miembro duro del profesor y se lo metió en la boca sin preliminares. Succionó con avidez, se le estremecía el cuerpo entero con el simple pensamiento de engullir a Balle y mamarle la corrida. Apretó los labios abrazando el tronco duro, gimió enviando oleadas de aliento caliente y lamió, chupó y jugó como quiso sin poder evitar rozarle con los dientes.
Kido también temblaba desde dentro. No era sólo la descarga de adrenalina del momento, la cachondez, el estar ahí encima de Halley... sentía que algo más profundo se resquebrajaba, y no era que fuera a echarse a llorar pero de alguna forma por dentro lo hacía, se licuaba como hielo bajo el sol.
--Quiero hacerte feliz, Halley...--jadeó, sentía que necesitaba liberar lo que sentía y justamente se trataba de eso. Simplemente eso, todo eso y nada más.
El aludido gimió bajo él por toda respuesta y estiró el cuello para lamer la barra de carne que oscilaba sobre su cabeza. Kido le soltó para humedecerse el dedo medio en la boca y segundos después, siguiendo algún tipo de instinto lo deslizó de golpe entre las nalgas de su compañero de juegos, hasta el fondo. Balle se retorció debajo de su cuerpo; Kido tenía la mano ahora bajo los glúteos del profesor, se dijo que sería más cómodo tal vez que Balle fuera quien estuviera arriba, para alcanzarle por detrás con mayor libertad... pero de ese modo él no podía follarle la boca a Balle, comprendió.
--Quiero... hacerte... feliz...--repitió entre jadeos, adaptándose al ritmo que le pedía Halley moviendo las caderas, llenándole con los dedos sin cuidado de acuerdo al lenguaje de los cuerpos, del hambre.
Balle no dijo nada. Sólo apretó los dientes, se incorporó lo que pudo y abrió los labios para abrazar por fin el miembro que le rebotaba en la cara. Gimió fuerte cuando le acogió en la boca; succionó y lamió con furia, y Kido empezó a empujar con las caderas sin darse cuenta.
No aguantarían mucho así, comiéndose el uno al otro con tal voracidad. Ambos lo sabían.
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"Querido Kido, tengo que marcharme." escribió Agnes Taylor con su caligrafía un tanto desflecada, inclinada sobre la mesa de café en la sala de estar. De alguna parte había sacado un pliego de papel de carta y un útil de escritura, tal vez los tenía preparados por haber decidido con anterioridad que le tocaría confrontar, sentarse y escribir aquello cuando regresara a casa."Ya no tengo nada que hacer aquí.Gracias por todos los buenos momentos y perdóname que me despida de esta forma, pero no me siento con fuerzas para mirarte a los ojos lo mismo que esta tarde en la escalera. Procura ser feliz, te deseo lo mejor, y jamás te olvidaré...".
Su mano se detuvo y ella guardó silencio durante un momento sobre el papel. Los dedos le temblaron ligeramente sujetando la elegante pluma estilográfica y una gotita de tinta aterrizó sobre la última "é" tapándola parcialmente, una burbujita brillante que hizo reaccionar a Agnes quién sabe por qué. Apresuradamente, la señorita sacó un paquete de kleenex del bolso que reposaba a su lado en el sofá, dejó la pluma en la mesa y extrajo un pañuelo de papel con cierta torpeza. Se secó las lágrimas que habían aflorado de golpe con el dorso de la mano y usó el kleenex para limpiar el papel tan delicadamente como pudo, aplicando sobre la pompa de tinta un doblez en punta del pañuelo que al momento se embebió de negro.
Fuera del edificio comenzó a llover.
"Lo siento mucho" fue lo siguiente que le salió directamente del alma al papel, sin apenas pasar por filtro alguno de razonamiento. "amarte fue una bendición, pero quererte fue el peor de los errores."
Sollozó por encima del fiero tamborileo de la lluvia contra los cristales de la ventana y volvió a secarse las lágrimas con rabia, apretando los labios en una mueca de determinación: por mucho que doliera despedirse, por mucho que aquello la hiciera trizas por dentro, era lo que tocaba. No podía simplemente desaparecer y largarse sin más aunque fuera lo que más deseaba del mundo.
Tragó saliva e intentó relajarse controlando la respiración, resistiéndose a soltar la pluma. Al día siguiente todo habría acabado, se dijo. Escribir aquello y el acto de marchar suponían atravesar un cuello de botella, algo así; caminar sobre cristales rotos para cruzar un estrecho tramo hasta la luz al final del túnel, bueno, lo haría. Podía hacerlo, no era tan débil después de todo, ¿verdad?
Recordó a Kido (su Kid), y se le encogió el corazón. Sus ojos, su sonrisa, su inocencia, su malicia de niño crecido, su piel. ¿Estaba enamorada, acaso? ja. Eso de enamorarse era algo para las películas, le daba ganas de vomitar, "enamorarse", ¿qué carajo de concepto era ese? "Enamorarse", la idea que excusaba absolutamente todo, un estado de enajenación transitoria en el que todo valía porque la conciencia se agarraba al "no se puede explicar". No señor, ella no sentía eso, no lo sentía así. Ella amaba a Kido y sabía muy bien por qué, sabía que nunca conocería a alguien como él y percibía cuánto le necesitaba. No le amaba desde su lado irracional, no a tontas y a locas, aunque haría cualquier "locura" por él. Le amaba como quien ama su hogar, y le quería... le quería... para ella.
"Perdoname por exigir aquello a lo que no tengo derecho."
Dicen que "la letra con sangre entra". En este caso era al revés, las frases salían con sangre del interior de Taylor, desgarrando lo más profundo y delicado para plasmarse en trémula tinta; alguna lágrima cayó emborronando sensiblemente algo de lo escrito pero a ella, si se dio cuenta, no le importó. Alcanzado ese momento, su mente estaba solo por y para Kido, recordando y reviviéndole una y otra vez, mezclando momentos de cama con largas conversaciones archivadas en la memoria hasta su último encuentro en el vestíbulo del portal, cuando ella había seguido andando dejándole con un palmo de narices. No era su intención retirarle el saludo aunque estaba enfadada -enfadada con la vida, con el mundo, consigo misma- , simplemente no había podido, no había sido capaz de mirarle. Había salido con precipitación a solucionar unos papeles que necesitaba poner en regla antes de irse, y zas... se lo había encontrado allí, precisamente a él. Su reacción fue congelar la mirada y fijarla hacia delante, pero por dentro, por detrás del gesto de estatua que conformaban sus facciones ella se había retorcido mientras cruzaba el vestíbulo hasta la salida. No había sido una conducta ejemplar, claro que no; ni siquiera había sido educado en un nivel mínimo, pero lamentablemente había sido lo único que ella había podido hacer.
"Te echaré mucho de menos..."
Ni ella misma sabía si esto último era cierto, pero mientras escribía así lo sentía.
"...me entristece mucho pensar que no volveré a verte, pero es lo mejor. Así es como ha de ser.
Por favor, sé muy feliz. Tienes toda la vida por delante.
Siempre tuya,
A.Taylor".
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Mientras Taylor terminaba su escrito y firmaba a pie de página, Kido y Balle alcanzaban el climax juntos dos pisos más abajo.
Cuando volvió a la realidad después de lo que se antojó un orgasmo bestial, Kido se movió suavemente sobre Balle rompiendo la posición de chupada mutua y gateo hasta quedar echado a su lado en el suelo.
--Joder...--musitó en un susurro quebrado. Aun le temblaba todo de ombligo para abajo y podía sentir la huella fuerte del sabor de Halley en la boca.
El profesor sonrió con los ojos cerrados al oirle.
--¿Todo bien? ¿se ha corrido a gusto?--inquirió en un siseo.
Kido rodó hacia él para darle un empujoncito con el brazo, ¿qué coño? ¿cómo le preguntaba eso llamándole de usted? no terminaba de hartarse de ese juego de mierda, sin embargo; le hacía gracia que el profesor fuera tan memo, le divertía, aunque ahora después de aquella sesión de sexo oral espectacular sentía que lo extrangularía por decir aquello. Por supuesto no le contestó.
--Deberíamos ir a la cama...--murmuró.
Fuera acababa de ponerse a llover de forma furiosa, una tromba de agua que se había desatado sin aviso ni chispeo previo. Apetecía adormecerse con el rumor de la lluvia en la ventana, preferiblemente bajo sábanas y mantas, abrazado al cálido cuerpo del que tenía a su lado.
--¿Quiere más...?
¿Que si quería más? pues Kido no lo sabía. De buena gana se echaría un sueñecito después de aquello pero quién sabía si una vez allí, en la cama con Balle, su cuerpo reaccionaría de nuevo buscándole y pidiendo guerra. Quién sabía.
--Vamos...--musitó sin dar más explicación, basculando hacia un lado para darse la vuelta y ponerse de rodillas en el suelo. Se levantó con cierto esfuerzo y terminó de sacarse los pantalones a medio quitar, luego se inclinó hacia Balle y le ofreció una mano para ayudarle a incorporarse.
--Su hermano va a llegar.
--¿y qué?
Inti llegaba al edificio un par de horas después, cuando Balle y Kido ya llevaban tiempo descansando juntos en la cama de éste último, abrazados y con los cuerpos tan apretados el uno contra el otro que ni una brizna de aire correría entre piel y piel.
Cruzó el portal y por mero reflejo se dirigió al panel donde estaban dispuestos por orden los buzones, abrió el correspondiente a su piso y sacó la correspondencia que hasta el momento no había tenido oportunidad de recoger.
El sobre artesanal con pinta antigua no le pasó desapercibido a Inti entre las cartas del banco y la propaganda; tampoco la elegante caligrafía de Taylor. No era la primera vez que recogía mensajitos de ella para su hermano en el buzón; al parecer a Taylor le divertía hacer aquello aunque vivieran en el mismo edificio, "hay que joderse", pensó.
No era que Inti no tuviera en estima a Taylor... pero no le gustaba lo que hacía. A su entender todo aquello era una especie de marcaje de territorio: las cartitas en el buzón, presentarse en su casa sin avisar, violentarse expresamente como si tuviera quince años cuando Kido había besado a Balle. Vale que Kido se había follado a Taylor, Inti lo sabía, pero tener una relación como amigos con derecho a roce era una cosa y querer acaparar era otra muy distinta. Ese tipo de relación, "amigos con derecho", era genial siempre y cuando no se complicase con errores, malos entendidos, caprichos y egoismos. Así lo entendía Inti, quien en lo personal había empezado a sentirse agredido sin darse mucha cuenta cada vez que entendía que Taylor "cercaba" a su hermano.
El mismo Inti le había dicho a Kido que besar a Balle allí había sido una pasada, y no sólo por hacerlo delante de Taylor. Pero al margen de eso tampoco había entendido la reacción de ella de marcharse así, como tampoco entendía que hubiera ningún enfado ni la cartita que ahora tenía en las manos mientras subía a casa. Comprendía que la señorita había podido sentirse herida por lo del beso, pero qué coño, ya tenía una edad para asumir derrotas, o en cualquier caso para saber que hablando se entiende la gente, ¿a santo de qué le envíaba cartitas a Kido ahora?. A juicio de Inti no tenía edad para eso, pero claro, no había tenido ni dos dedos de frente para vislumbrar cuándo era el momento adecuado para hacer algo y cuando no, tampoco era tan sorprendente. "Aquí estoy yo, por mis cojones, sin que me llames, sin avisar, te guste o no", para Inti eso era pura manipulación y le reventaba. Nunca había pensado nada malo de Taylor pero ahora le llevaban los demonios: era lo bastante adulta para follarse a Kido pero en lo demás se comportaba como una maldita cría caprichosa. Cartitas, nada menos. Buf, lo que le faltaba.
Una vez en casa, Inti poco menos que arrojó la correspondencia sobre la mesa de la cocina. Por un momento le pasó por la cabeza la idea de abrir la carta, no podía dejar de mirar el sobre sin saber por qué, y la palabra "Kido" en el reverso. Fue el respeto hacia su hermano lo que le frenó para no abrirla en el último momento, y la conciencia plena de que éste se pondría hecho una furia si lo hacía y no le perdonaría facilmente algo así.
Gruñendo para sí encendió la luz del pasillo, se quitó las zapatillas de deporte y se dirigió a la habitación de su hermano, como era de esperar. Casi se cae para atrás del susto cuando se dio cuenta de que Kido no estaba solo durmiendo en la cama; le bastó el haz de luz que entraba desde el pasillo para comprobar que había otra silueta a su lado bajo las mantas, o eso o su hermano se había convertido en Hulk. Cerró apresuradamente la puerta, gruñó más, joder con Kido... por supuesto, la idea de apartarse un poco de lo que su hermano llamaba con tanto celo "su vida privada" ni le pasaba por la cabeza a Inti, pero no iba a entrar allí a tocar los platillos en la habitación deshaciendo aquel abrazo entre dos cuerpos.
"Hay que joderse", se dijo de nuevo mientras alcanzaba la puerta de su propia habitación. Estaba cansado, había pasado un día de mierda aunque al menos les habían dicho que Melenas no tenía ninguna lesión grave y se recuperaría después de todo. De lo que tenía ganas Inti ahora era de romper la cama y dormir durante horas, al menos cerrar los ojos hasta que saliera el sol y hubiera que empezar a moverse de nuevo.
Kido despertó tarde al día siguiente, sobre las once. Se encontró solo en la cama; al parecer Balle había salido en algún momento como vampiro huyendo al amanecer, dejando en su lugar una nota sobre la almohada: "Descanse. No vaya a clase hoy, le haré el examen otro día". Perfecto, irónicamente hablando, claro.
Kido bufó, ¡Ahg! se había quedado dormido, se había perdido el examen y -lo que más le jodía- no se había enterado de que Balle se había despegado de él y se había ido. Mierda, joder... eso último le daba una rabia inexplicable, su piel ya extrañaba a Halley y realmente Kido no sabía... no tenía idea de cuándo podrían volver a...
Farfullando improperios salió al pasillo y fue a la cocina para tomar la maldita pastilla que supuestamente le salvaba de la muerte cada veinticuatro horas. Parecía que no había nadie en casa, era lógico porque dudaba que Inti se hubiera saltado una clase, y como no podía ser de otra manera Kido lo agradecía. Se alegraba de estar solo ahora, recién despierto y con la batalla de emociones contradictorias a flor de piel, y desde luego no le gustaría que su hermano -ni realmente nadie- le viera en aquel pésimo estado de humor.
El sabor dulce del cacao instantáneo le ayudó a sentirse mejor. Aunque seguía cabreado con Balle. ¿Por qué se había ido sin despertarle, sin despedirse, de esa forma trapera? ¡odiaba eso! ¿por qué se empeñaba en "enchufarle" a la contra del resto de la clase, por sus santos cojones? Halley había decidido que le haría el examen otro día y lo había decidido sin contar con él, y claro, al final se había salido con la suya. "Idiota" se dijo Kido, insultandose a sí mismo "no tuviste ni las luces de programar el despertador".
Acababa de terminarse la taza de leche con cacao cuando sonó la llave en la puerta -oh, estaba claro que el día no iba a ser un camino de rosas, claro que no, ¿cómo había tan siquiera pensando que se libraría de Inti?- y al instante siguiente su hermano se plantó en la cocina con un paquetito cuidadosamente envuelto entre las manos.
--Oh. Buenos días--saludó a Kido algo cortado, pero a la vez como si no pasara nada. Probablemente advirtió la cara de pocos amigos de éste y se limitó a añadir:--he traído unos bollos. Para...--señaló con la cabeza la taza vacía de Kido--bueno. Son de...
--De la pastelería de abajo--Kido no pudo por menos de sonreír un poco. Tenía que admitir que eso era un detalle.
--Esta mañana hablé con Balle--dijo Inti sin mirar a Kido mientras dejaba el paquetito en la encimera y procedía a desenvolverlo, movimientos cuidadosos como si le diera pena romper el papel-- antes de que se fuera. Me dijo...
Oh. Kido se dió unos veinte facepalms en silencio internamente.
--Te dijo que no me despertases.--gruñó. Claro.
Su hermano asintió.
--Sí. Ahm... oye, tienes una carta--le indicó como para desviar el tema, señalando con la barbilla el montoncito de correspondencia que la noche anterior dejó sobre la mesa--ya sabes. De Taylor.
--¿Oh?
Kido parpadeó visiblemente sorprendido y acto seguido buscó entre la propaganda y las facturas, encontrando el sobre al que se había referido su hermano y no tardando en abrirlo sin más dilación.
--Kido, esa mujer...--Inti respiró hondo como si estuviera a punto de lanzarle una perorata de las suyas--...sabes, no es...
Kido ya no le escuchaba. Sus ojos iban y venían por el entramado de letras de la tan escueta como intensa misiva, releyendo lo escrito una y otra vez.
"(...)Ya no tengo nada que hacer aquí." "Tengo que marcharme". "Amarte fue una bendición (...)". "Perdóname, no puedo soportar el dolor."
--No es normal, Kido. Sabes... te está...--Inti estaba demasiado focalizado en soltar aquello con el suficiente tacto para no desbaratar a su hermano, al menos para no cabrearle más, y no se dió cuenta de la expresión desencajada de éste-- te está manipulando con su actitud. Está como un cencerro--añadió por fin, y al momento se sintió aliviado--acabo de cruzármela ahora mismo por la escalera y ni siquiera saludó... ¿qué demonios pretende?
--¿Acabas de cruzártela?--Kido ladeó la cabeza, la carta de la señorita arrugándose en su mano--¿ahora mismo?
--Sí--Inti asintió no dándole mucha importancia al hecho--en el portal, saliendo cuando yo llegaba. Pero, Kido...
--Oh, joder.
--¿Qué es lo que dice la carta?
Pero Kido no respondió a Inti. Salió corriendo literalmente, entró a su habitación como una exhalación; se despojó del chandal que se había puesto al levantarse de la cama y saltó dentro de los vaqueros que seguían allí arrugados en el suelo al pie de la misma--Mierda, mierda...
Inti le observaba desde el marco de la puerta, atónito.
--¿Qué coño haces? ¿Dónde vas?
Kido se dio la vuelta y por un momento se quedó mirando a su hermano con la cara desencajada.
--¿Llevaba maletas?
--¿Qué?
--Taylor--tragó saliva y volvió a preguntar--¿Llevaba maletas cuando te la has cruzado ahora, Inti?
--No...
--¡Mierda, joder!
Apartó a Inti de un empujón y echó a correr hacia la puerta de la casa.
--¡Eh!
--¡Va a matarse!
Para Kido se había sentido claro y cristalino como el agua al leer aquellas líneas. No era un viaje normal el que Taylor se proponía emprender, y lo sabía porque sabía muy bien cuán destruida estaba Taylor por dentro. Aunque solamente hubiera visto la punta del iceberg aquel día en su casa, podía intuirlo, era más que una intuición de hecho, de algún modo lo sabía, de algún modo lo supo.
--¿Pero qué estás diciendo?--Inti se quedó helado sin poder mover un músculo.
--Va a matarse, Inti, va a matarse, mierda...
La muerte es algo que todo lo cura, más allá de ser sólo la última opción. O eso era lo que había sentido Taylor- y no como idea fugaz- mucho antes de escribir aquella carta. La muerte, el fin. La paz. Dicen que los seres humanos no estamos capacitados para entender la muerte en el contexto de nuestro limitado intelecto.
Ante los ojos de Taylor, junto a la palabra "muerte" se perfilaba un espejismo de oasis que calmaría la sed, el cansancio y el dolor. Tal vez se le hacía demasiado pesada la carga que soportaba sobre los hombros desde hacía tanto tiempo y eso transfiguraba la visión de aquello que tenía delante.
No tenía hijos, ni realmente sentía que nada la atase a la vida. Se veía a sí misma como una planta cuyas raices corruptas eran un seno de podredumbre. Secretamente destruida hace ya tiempo aunque siguiera siendo capaz de sonreír: nadie lo detectaría, nadie lo sabría, ni siquiera Kido. Ni mucho menos le confesaría a Kido que desde que marchó de Londres ella no podía con su alma. Afortunadamente, muy pocas personas son capaces de ver lo que uno no muestra.
Pero las cosas son así, los humanos son así, las tragedias suceden así. Caes y caes y caes sin fondo, con la fantasía de no emerger nunca. La negrura te come y te rodea hasta que un día, en la sala de estar, estás mirando la pared y decides que se ha terminado porque hace tiempo que ya no puedes más, y hasta podrías reír por el alivio que sientes.
Muchos años de caída, muchos clavos aferrados en la carrera hacia abajo: clavos que arden y son soltados para agarrarse a otros con fiereza en una desesperada búsqueda de la luz, un sólo punto de luz en la oscuridad. Luz como la que Taylor había visto brillar en los ojos de Kido, luz que jamás le pertenecería y ella lo había sabido siempre: cuando supo que no podía hacer sino alejarse de ella y seguir cayendo, Taylor no se sintió con fuerzas de continuar. Llámalo "la gota que desbordó el vaso" o simplemente "hasta aquí he llegado".
Aún no era capaz de distinguir entre el despecho y la agonía a la que ya creía haberse acostumbrado cuando había escrito aquellas líneas.
"Querido Kido. Amarte fue una bendición, y quererte el peor de los errores. No puedo soportar el dolor."
Kido salió de la casa y sin detenerse a coger el ascensor bajó las escaleras de dos en dos, de tres en tres, de cuatro en cuatro. Aún no había soltado la carta que apretaba en su puño mientras corría, abría la puerta con un placaje de su cuerpo y se precipitaba a la calle apenas transitada a aquella hora. ¿Dónde estaba? Mierda, mierda, no la veía por ninguna parte...
No paró de correr en la única dirección que podía: siguiendo calle abajo hacia el núcleo más urbanizado del barrio, pues en dirección contraria no había vía que llevase a ninguna parte salvo a callejuelas más pequeñas adonde no tenía sentido que Taylor se dirigiera si había salido.
--¡Hey!--escuchó la voz de Inti detrás de él, vaya, se había puesto en movimiento. Kido apretó el paso sin analizar la situación demasiado, con la idea clara de que no permitiría que su hermano le alcanzara y le detuviera. Corrió más rápido y entonces la vio, a la señorita, o quizás a alguien que caminaba parecido a ella, andando en dirección a la boca de metro más cercana.
--Taylor, ¡Taylor!
La figura femenina se detuvo cuando Kido gritó, sin embargo no se volvió a mirar respondiendo a su voz. Su cuerpo pareció encogerse y ella resolvió seguir andando, tal vez incluso un poco más deprisa.
--¡TAYLOR!
Era ella, sin duda. Sin maletas, SIN BOLSO, Oh, dios.
Kido corrió tan rápido como le permitieron sus piernas. Alcanzó a ver cómo ella se metía en la estación de metro y desaparecía de su vista; apenas un minuto después él bajaba los escalones de nuevo de dos en dos, de tres en tres, prácticamente volando hasta aterrizar en el subsuelo para de nuevo echar a correr en pos de ella.
--¡Taylor! ¡Espera! ¡Por favor!
Escuchó el rugido metálico del próximo tren acercándose cuando dobló la esquina y la vio a ella en el andén, junto a algunas personas diseminadas a lo largo del mismo.
--Taylor, no...
Entonces ella sí se giró a mirarle. Le contempló durante un instante con profunda tristeza y se llevó una mano al pecho, al nivel del corazón.
"Próximo tren en 1 minuto" rezaba el cartelito luminoso que colgaba sobre las vías. Como a cámara lenta, con movimientos extrañamente fluidos, Taylor saltó a las vías del tren subterraneo cuando el bramido de éste comenzaba a hacerse ensordecedor en sus oídos.
--¡TAYLOOOOOOOOOOOR!
Sin pensarlo, sin detenerse un nanosegundo a decidir qué hacer, Kido saltó detrás de ella, la agarró por la cintura y la lanzó lejos de la zona de peligro con todas sus fuerzas, alcanzando a ver cómo el delicado cuerpo de ella se estrellaba (a salvo) contra el suelo fuera de las vías.
Le dio tiempo a escuchar el grito de su hermano en el andén, y a ver el morro del primer vagón del tren un segundo antes de que éste se le viniera encima y le aplastara con sus más de quinientas toneladas de peso, los faros circulares como ojos brillando en la oscuridad.
Sí, hay más.
preparando.