Exhibición
EN PROCESO!
Esther descansó hasta bien entrada la tarde. Jen llegó a casa sobre las cuatro de la tarde, más de una hora después de que Alex saliera; la encontró profundamente dormida y no quiso despertarla. Preparó algo rápido de comer, sabiendo que Inti llegaría más tarde, y luego se tendió él mismo sobre el sofá a echarse un sueñecito. Si aquel día fuera él el Amo prioritario de Esther, sin duda se iría a dormir con ella acostándose a su lado, pero era el día de preferencia de Alex y eso... en fin, Jen se estaba volviendo bastante cuidadoso a la hora de respetar esas cosas, entre otras razones para ser coherente cuando exigía/exigiera lo mismo para él.
Suspiró. Tenía ganas de Esther. Tenía ganas de follarla, de su coño húmedo, de su culo caliente y retozón. Sonrió y se aflojó un poco la ropa, cerró los ojos, respiró hondo y trató de relajarse. Mañana le tocaba a él disfrutarla con prioridad y entonces podría buscarla con pleno derecho, reclamarla para sí.
Sin embargo, no bien hubo pegado el ojo le pareció escuchar pasos tímidos acercarse por el pasillo.
—¿Esther?—Se incorporó en la penumbra de la habitación y tanteó para encender la lámpara de la mesita de café; el salón estaba casi a oscuras apenas empezaba a caer la tarde, en tan sólo unas horas se haría de noche.
—Amo...
La lámpara se encendió y Jen pudo contemplar a su perrita de pie frente a él. Esther le miraba con una expresión rara, algo tensa quizá; sus ojos brillaban bajo la suave luz color vainilla y ella respiraba rápido, casi jadeando a través de los labios entreabiertos.
—¿Estás bien...?—Jen se puso en pie para observarla más de cerca con gesto de preocupación—¿pasa algo, Esther...?
La tocó el hombro y sonrió tratando de infundirle un poco de calma; ella le devolvió la sonrisa pero bajó la mirada.
—No, Amo. Estoy... te eché de menos, Amo.
Era verdad. Hasta podría decir que añoraba a Jen a todas horas sin darse cuenta, aunque nunca se había parado a pensarlo.
La sonrisa de Jen se amplió y él abrió los brazos para estrechar el cuerpo desnudo de Esther contra su torso.
—¿Ah, sí?—murmuró suavemente mientras la acunaba en el abrazo para pegarla más a él, cruzando una pierna sobre las suyas para rodearlas como cariñoso cepo—¿Cuánto?
—Mucho...—gimió la perrita en un susurro.
—¿Seguro que no tuviste una pesadilla o estas preocupada por algo?—inquirió Jen sin soltarla. No era que no la creyera, simplemente la encontraba demasiado revuelta, demasiado nerviosa. Excitada tal vez.
Esther negó con la cabeza. No, no había tenido una pesadilla, para nada. Preocupada sí estaba a ratos, pero eso no tenía que ver con el humor del que se había despertado aquella tarde.
—No, Amo. Sólo... —decidió explicárselo a Jen para que este no se preocupara o no pensara que ella trataba de esconderle algo—sólo me desperté con hambre, nada más.
El Amo le colocó las manos en los hombros y la empujó un poquito, tomando la distancia justa para mirarla a los ojos.
—¿Con hambre? ¿Qué tipo de hambre?—inquirió, notando que él mismo empezaba a ponerse nervioso—No quiero tener que obligarte a levantar la cabeza y que me mires, Esther—añadió en voz baja, algo trastocada por la incipiente y brusca excitación.
La perrita levantó la mirada con esfuerzo para encontrarse con los ojos castaños del Amo. A Jen le pareció que le miraba anhelante.
—Hambre de polla... en mi coño y en mi culo, y en mi boca, Amo—ella explicó lo demandado en un hilo de voz, logrando mantener el contacto visual con Jen y enrojeciendo de vergüenza. Se notó mojada a medida que decía estas palabras, y sintió cómo el molesto cosquilleo en el epicentro de su coño aumentaba en intensidad: si no recibía atención ahí pronto, si no se tocaba o se frotaba con algo, comenzaría a doler.
Jen contrajo los labios en una apretada línea sin dejar de mirar a Esther. Asintió y sin decir nada se bajó los pantalones ya abiertos junto con la ropa interior y se sentó en el sofá.
—De rodillas, Esther—su voz sonaba quizá algo más seca y cortante de lo habitual pero era por la pura excitación y el calentón del momento. Lo que la perrita había dicho se la había puesto dura como piedra de un instante a otro y ahora él también necesitaba atención—Cómemela.
La respiración de la perra se había acelerado aún más cuando esta se arrodillo a los pies de Jen sobre la alfombra, dispuesta a cumplir la sencilla orden. Jen la cogió por el pelo con una urgencia de nuevo poco habitual, con la otra mano le dio un cachete blando en la cara.
—Abre la boca...
Acarició a la perra en la mejilla donde la había pegado y le pellizcó el labio inferior. A Esther le inquietó un poco verle así, era la primera vez que veía a Jen tan caliente como si le costara contenerse y tuviera la sangre en llamas. Sacó la lengua por instinto y lamió los dedos que pellizcaban sus labios, acto que fue recompensado con un cachete húmedo inmediato, de nuevo en la mejilla. Ella gimió y lloriqueó porque el coño le palpitaba y la humedad empapaba ya la cara interna de sus muslos; incluso su ojete estaba abierto y lo sentía latir, clamando por algo duro que lo llenara hasta petarlo. Cuando Jen la pegó en la cara, ella se humedeció de manera tan brusca que tuvo la sensación de haberse meado.
—Amo, gracias...
Jen volvió a darle otro cachete suave pero sonoro. Gruñó en voz baja y se agarro la polla dura por la base; con la otra mano seguía sosteniendo a Esther de los pelos.
—Vamos perrita. Cómemela—insistió— Muestrame cuánta hambre tienes.
Esther gimió en voz alta y se retorció, aceptando por fin el miembro del Amo en la boca y deleitandose con su sabor. Cerró los ojos, succionó, jugó con la lengua para no dejar un sólo resquicio del tronco al glande sin probar.
—Oh, joder. Sigue, nena...
Los dedos de Jen se habían cerrado fuertemente en los cabellos de Esther. El agarrón tan tirante le causaba dolor a ella, pero ese dolor la encendía. Podía sentir el deseo de Jen, su placer... jadeó y gimió abrazando su polla con los labios, bajando la cabeza para que él pudiera follarle la boca hasta la campanilla si lo deseaba, al tiempo que ya daba culetadas en el aire a Sus pies sin poder evitarlo.
Viendo que Esther estaba necesitando calzarse algo en el coño, Jen extendió una de sus piernas desde su posición sentada en el sofá y la deslizó entre los muslos de la perrita para que ésta se la cabalgara a gusto mientras se alimentaba.
—No te pares...
Movió la pierna contra el coño de Esther y ésta correspondió restregándose tan rápidamente que podrían haber saltado chispas. Obediente, seguía mamando mientras gemía y culeaba con gusto montándole la pierna a Jen y mojándole el pantalón. Éste se echó hacia atrás reclinándose contra el respaldo del sofá y cerró los ojos, sin aflojar el agarrón en el pelo de su puta, para disfrutar de la chupada.
—Como te corras sin permiso ya sabes lo que te toca...—murmuró entre dientes.
La perra se movió más rápido sin poder evitarlo bajo la perspectiva de ser azotada. Conocía la dulzura de Jen y no tenía duda de que hasta para eso éste la desplegaría, pero a la vez estaba tan cachonda que deseaba recibir azotes fuertes, azotes bien dados que la marcaran y la dejaran el culo tan caliente que se pudiera freir un huevo encima.
Jen notó la reacción de Esther y cómo cada célula en ella respondía ante la idea de ser castigada. Su cuerpo se tensó hasta el último músculo y él no pudo reprimir un largo gemido desde el fondo de su garganta contra los labios apretados. La perra notó el sabor del líquido preseminal en súbita descarga y se movió como loca restregándose contra él.
—Si te corres ya sabes lo que te toca—repitió Jen con voz quebrada—Venga nena, dímelo tú.
Tiró entonces más fuerte de los cabellos de Esther para sacarle la polla de la boca y que esta pudiera responderle.
Esther tragó saliva y trató de poner en orden su respiración, pero eso le fue imposible porque no podía dejar de moverse contra la pierna del Amo.
—Azotes—murmuró, mirándole a los ojos y estremeciéndose entera—Azotes, Amo. Eso recibiré si me corro.
Jen sonrió entre jadeos. Por fin soltó la garra entre los cabellos de Esther y le acarició la cara.
—¿Los quieres?—se inclinó para darle a su perra un toque frente contra frente y su mirada se tornó por un momento en una de complicidad.
Esther asintió y lamió la sonrisa de su Amo con osadía sin poder refrenarse.
—Sí...
—¿Sí, qué, zorrita viciosa?
—Sí, Amo... los quiero, Amo...
Jen se agarró de nuevo la polla y presionó entre los omoplatos de Esther.
—pues si los quieres ya sabes lo que tienes que hacer.
Ella gimió y respondió a la orden tácita inclinandose para acoger entre los labios el glande suave y jugoso.
—Chupame. Muévete. Córrete...
En ese preciso momento, cuando Esther empezaba por fin a dejarse ir y a correrse como cerda contra la pierna de Jen, sonó un chasquido metálico de llaves en la puerta de la casa. A continuación se escuchó en el salón el eco sordo de algo pesado cayendo al suelo; algo que de hecho podría ser el maletín de Inti o la mochila de Alex, pues no se había oído voz alguna que identificase a uno o a otro. Aunque bien era verdad que, a aquella hora, sólo uno de ellos podía ser.
A Esther se le paró el corazón o eso le pareció pero, irremediablemente, seguía corriéndose y danzando sobre la pierna de Jen. Simplemente no podía parar.
Era Inti, comprendió. El que acababa de abrir la puerta y estaba a punto de pasar por el salón era Inti, no podía ser otro. Esther cabalgaba furiosamente la pierna de Jen y, en ese momento, solo con pensar que el rubio estaba a punto de verla haciendo aquello, alcanzó un segundo orgasmo concantenándolo con el primero. Gritó, se agarró con una mano al borde del sofá y con la otra al tobillo de Jen y se frotó contra su pierna tan rápido y fuerte como pudo.
A Jen le costó mucho no correrse viendo y sintiendo los bandazos que daba Esther sobre su pierna estirada. Él también había oido entrar a Inti pero, a diferencia de lo que ocurría con Esther, no era que esto le despertase la libido especialmente. Aunque si el rubio quisiera unirse a la fiesta, Jen no tendría problema; al fin y al cabo Esther le había confesado hacía minutos que quería polla por todos sus agujeros...
Los pasos de Inti no se hicieron esperar, aunque a Esther le pareció que desde que el rubio llegó hasta el momento que por fin entró al salón pasaron mil años.
—¿Y esta fiestecita?
Se quedó parado a poca distancia de Esther, quien debido a su posición le daba la espalda. Ella no se atrevió a mirar.
—Se ha levantado con hambre—explicó Jen con la voz entrecortada por algún jadeo.
—Ya veo...
Inti estaba de buen humor, tal vez porque tenía un periodo bastante largo de días libres ante sí, aunque eso Esther no podía saberlo. Igual que tampoco sabía las intenciones del rubio de llevarla al local al día siguiente, claro; menuda sorpresa se iba a llevar.
Esther sintió como Inti se agachaba detrás de ella. Ante su asombro, el rubio extendió la mano y le acarició las nalgas con inusitado cuidado.
—Se acaba de correr...—murmuró Jen. Sabía que decir esto en voz alta haría sentirse a Esther humillada en el mejor de los sentidos y, aunque ella se hubiera llevado un susto al sentir a Inti llegar, no podría sino mantenerse cachonda.
Inti palmeó el culo de la perra y se mordió el labio, aunque esto último Esther no pudo verlo.
—Ya lo noto en el olor...—la voz del rubio sonó ahora más baja y la perra se tensó.—¿cuántas corridas lleva?—inquirió mirando a Jen, fiel a su costumbre de hablar de Esther como si ella no estuviera allí.
El interpelado rió.
—Ah, venga...—zarandeó un poquito a Esther con delicadeza puesto que ella seguía desnuda a horcajadas sobre su rodilla. Qué frágil se la veía ahora, incluso indefensa, después de correrse encima de él. Por supuesto Jen seguía teniendo la polla insoportablemente dura, no podía ser de otra manera—vamos, perrita, cuántas. Díselo tú.
Esther dejó escapar un jadeo.
—Dos veces, Amo Inti—murmuró.
—Perra consentida...—se regocijó el demonio rubio.—¿Y Alex?—añadió, reparando en la chapita blanca que pendía del collar de la perra—¿dónde está?
—Alex no vendrá hasta las diez y media o las once—respondió Jen—tiene que cubrir el turno de tarde hoy.
—Ah, sí—el rubio resopló y se irguió para desabrocharse el cinturón y los pantalones como si tal cosa. Se disponía a tomar a su perra, para él era lo más natural del mundo y realmente no pensaba en ello como en unirse a una fiesta. Simplemente, entendía que Esther era tan Suya como de Alex y de Jen, y puesto que el Amo preferente no estaba no tenía por qué guardar turno para usarla.
Jen se sonrió al ver a Inti haciendo aquello. Coloco una mano sobre la cabeza de su perra muy suavemente y se inclinó hacia ella para darle instrucciones en voz baja.
—¿Quién te dijo que pares de comer?—susurró antes de besar dulcemente la sien de Esther—ponte a cuatro patas para Inti y sigue comiendo...
La perrita gimió y se bajó torpemente de la pierna que tan a gusto había montado; luego gateo lo justo para colocarse a cuatro patas en el suelo frente al sofá, tal y como le habían ordenado, con el culo levantado hacia Inti y la boca a milímetros de la polla dura de Jen.
El rubio gruñó y la palmeó el trasero al tiempo que cuadraba la posición justa detrás de ella. Se moría de ganas de agarrar a Esther por las caderas y clavársela sin más, pero en lugar de eso le separó las nalgas, escupió directamente en el ano de la perra y se lubricó los dedos en la boca para empezar a pajearlo.
Esther ya se había metido la polla de Jen en la boca cuando sintió esos dedos húmedos invadiéndola por detrás. Gimió de gusto cuando el dedo medio de Inti la penetró por el culo hasta el fondo y los angulosos nudillos se incrustaron en su periné, sin sentir dolor alguno durante la brusca maniobra. No pudo evitar empezar a moverse para gozarse ese dedo largo en su culo, mientras babeaba la polla de Jen que le llenaba la boca hasta la garganta y la amordazaba impidiéndola rogar por más. Escuchó cómo Inti reía detrás de ella al comprobar lo cachonda que estaba.
—¿Qué le has hecho para que esté tan cerda?—le preguntó el rubio a Jen con tono divertido.
Jen soltó una risita rota en jadeos al tiempo que se dejaba caer de nuevo contra el respaldo del sofá, su mano derecha descansando sobre la coronilla de la perra.
—Nada...—repuso—sólo darla de comer.
Darle polla para que comiera y pierna para que montara. Así era, exactamente, Jen no había hecho nada más. Aquella idea caracoleó en la cabeza de Esther y ella sintió entonces que aquella situación a la que habían llegado era sólo su "culpa", que el vicio lo traía de serie. Había ido a buscar a Jen hambrienta y cachonda, a sabiendas de que muy probablemente Él le iba a dar justo lo que ella quería... realmente lo merecía todo: lo que Jen le dio tanto como que la disciplinaran para darle una mínima educación. Gimió más alto y movió el culo tratando de clavarse más el dedo de Inti, lo que ya era imposible; pocas veces en aquella casa había sentido ese punto de cachondez que podía incluso eclipsar el miedo a equivocarse.
—Ya veo...
Inti empezó a mover el brazo y aquel dedo rígido comenzó una tanda de entradas y salidas sin tregua; no llegaba a sacar el dedo del todo pero sí lo suficiente para tomar carrerilla y penetrarla hasta el fondo con la fuerza de su brazo, al tiempo que con la otra mano fijaba la posición de las caderas de la perra. Ésta aulló y levantó más el culo buscando aún estocadas más profundas.
—Joder, cómo está...—comentó el rubio. Esther le escuchó jadear y a continuación notó la punta caliente de su miembro rozando la cara posterior de su muslo.
—¿Quieres más polla, Esther?—inquirió Jen, estirando el cuello para verle la cara a ella y tirándola del pelo a fin de levantarle la cabeza—Deja de chupar y contesta.
La perrita obedeció sin dejar de gozarse el dedo en su culo. Se sacó de la boca la polla de Jen y un hilillo húmedo quedó como puente entre sus labios y el inflamado glande.
—Sí, Amo, quiero.
Jen la soltó el pelo, gruñó y le dió otro cachete en la cara. Ella se mordió los labios y sollozó por la excitación.
—Pidela, mi zorra.
Detrás de ella, Inti volvió a reír.
—Pidesela a Inti y sigue chupando.
Esther estaba tan mojada que sentía que el coño se le derretía. Incluso le parecía que por detrás se había mojado también, como si tuviera un segundo coño en el culo que Inti masturbaba con ferocidad. La tensión en su clítoris por la falta de contacto era insoportable, tanto que había empezado a palpitar, pero no se atrevía a reclamar nada en ese sentido.
—Amo Inti, p-por favor...—murmuró con voz entrecortada, formulando la petición para obedecer a Jen—Amo Inti, deme polla, por favor.
—La palabra "rabo" me gusta más—gruñó Inti sin dejar de meter y sacar dedos.
—Amo Inti, deme rabo, por favor...—lloriqueó la perra rectificando inmediatamente.
Y él se lo dió, claro.
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Alex estaba teniendo una tarde relativamente tranquila en el centro, así que pasadas las cinco de la tarde sacó un momento para ponerse en contacto con la oficina del doctor Cross. Su profesor pasaba consulta en el centro de la ciudad junto con dos compañeros, aunque Alex no conocía a los otros dos más que de oídas.
Le cogió el teléfono la recepcionista con voz acatarrada y, para sorpresa de Alex, le facilitó una cita con el dr. Cross al día siguiente a las doce del medio día. La recepcionista le hizo a Alex algunas preguntas cuando éste dijo que la cita era para un nuevo paciente, pero nada fuera de lo común, sólo para rellenar algún tipo de formulario según dijo.
Al colgar el teléfono, Alex sintió como si de golpe se quitara un peso de encima. No sabía muy bien el origen de este alivio, quizá tuviera relación con pensar que Daniel Cross era una especie de garantía de que Esther... bueno, de que ella estaría... "protegida". En realidad Alex veía las cosas de manera directa y simple: sabía lo que quería para Esther, y no eran golpes. Cada vez entendía menos la actitud de Inti y, aunque ni él mismo se daba mucha cuenta, esto estaba incluso haciendo mella en la amistad que sentía hacia él. Le causaba rechazo lo que el rubio estaba haciendo con Esther.
Alex había hablado algunas veces con Jen sobre "BDSM". Le parecía que ese tipo de fantasías y juegos de control estaban bien, pero seguía sin entender el punto de Inti. Para Inti no era un "juego". No era como "partida de ajedrez y luego peón y rey vuelven a la misma caja". Inti lo vivía de verdad.
Alex había reflexionado sobre los juegos de Dominación durante los últimos días. Para él, el sentido del juego estaba en que precisamente ambos participantes sabían que era un juego, y ambos conocían las reglas. El sentido del juego era, al extremo, decirle a alguien "gusano inmundo" estando seguro de que esa persona no se lo iba a creer. Inti no lo hacía de ese modo. Inti actuaba con un despotismo real que no tenía descanso, como si de hecho su propósito fuera destruir a Esther. Los insultos, el puñal emocional, la forma de dirigirse a ella... todo ello era real. Y Alex suponía que el daño causado también lo sería.
Mientras por fin enviaba los dichosos informes por correo electrónico a la central, Alex se dio cuenta de que estaba muy, muy preocupado por esto.
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—Vamos, perra, muevete—gruñó Inti una vez hubo entrado en ella de golpe. La había penetrado por el coño limpiamente y aún mantenía en su culo un par de dedos que había empezado a mover. Empezó a bombear golpeando con las caderas de inmediato tras darle una sonora palmada en el culo con la mano libre.
La perra gimió enviando con su aliento vibraciones como oleadas calientes a la polla de Jen, cuyo glande ya le presionaba el cielo de la boca dándole arcadas al rozar el inicio de la garganta. Sintiéndose a rebosar por todos los agujeros, de pronto pareció colapsar de placer y cuando Inti le dio el fuerte cachete empezó a moverse como loca y a llorar con la boca llena.
—Córrete, perrita—masculló Jen, tirándola con fuerza del pelo. Tal vez por la cachondez del momento no se comunicó con Inti para confirmar esta resolución, pero después de todo Esther y él habían hecho un pacto antes de que el rubio llegara—Vamos.
Ella lloró más fuerte moviéndose con tanto ímpetu como su posición la permitía. Tenía la cabeza inmovilizada porque Jen la sujetaba por el pelo, lo mismo que la cadera que Inti agarraba con codicia con su mano libre. No podía salir de la línea del bombeo -cabeza hacia delante, cabeza hacia atrás- tragando polla hasta donde podía, y por otra parte no le quedaba sino ceder al insoportable hormigueo que la socavaba por dentro de cintura para abajo.
Inti se mordió el labio; Esther estaba golpeándole en el bajo vientre con el culo tan fuerte que él tenía que bascular con su propio peso hacia delante sobre ella para contrarrestar aquellas embestidas inversas. No objetó nada respecto a que la perra se corriera; en realidad sólo deseaba romperla, follarla más fuerte y más duro mientras seguía llenándola por el culo con los dedos, presionando ahí cada vez más adentro.
—Puta, zorra...
Esther gimió largo, nunca jamás había oído a Jen referirse a ella así con ese tono de voz; sentía el sabor de su excitación en la boca bajando por su garganta y sabía que él no aguantaría mucho más...
—Hnmgh!—ella tampoco podía más. Gritó largo desde el fondo de su garganta y perdió el control; comenzó a corcovear en tan brutales sacudidas que Inti tuvo que sujetarla para seguir dándola fuerte durante su orgasmo.
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