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A diferencia del que tuvo lugar en su primer encuentro, aquel baño transcurría tranquilo y sin sobresaltos. Bueno, sin sobresaltos salvo por el deseo de cercanía mutua (piel con piel)que ninguno de los dos estaba por la labor de exteriorizar, al menos de momento.
—¿Nunca has tenido un sumiso?—el profesor seguía erre que erre con el tema como niño, tal vez por simple curiosidad. Recostado en la bañera, con la cabeza reclinada sobre el borde, había murmurado la pregunta con los ojos cerrados.
—No, jamás—respondió Samiq. Él estaba fuera de la bañera, sentado a la orilla e inclinado hacia Halley para frotarle suavemente el hombro y el brazo que le quedaban más a mano. No estaba utilizando esponja, sino simplemente dejando que el jabón y los aceites esenciales se deslizaran entre sus dedos sobre la piel del profesor.—¿Y usted? ¿ha sido de alguien alguna vez?
Bajo la tenue luz de las velas que Samiq había encendido en el baño, el rostro de Halley se tensó. No había esperado esa pregunta, o, más bien, hubiera esperado esa pregunta formulada de otra manera. "¿Has tenido Amo alguna vez?" o algo parecido, aunque claro, eso de "tener" un Amo no estaba bien visto como forma de hablar en un esclavo. Debió haberlo imaginado.
Si Samiq le hubiera preguntado "¿ha tenido Amo alguna vez?", Halley tenía clara la respuesta, o medianamente clara. "No". O en el peor de los casos "no lo sé". Pero tal y como el Dorado le había planteado el tema, no le quedaba escapatoria si quería ser sincero.
—En toda mi vida he estado con dos personas que tú llamarías Dominantes—repuso, bordeando sutilmente la verdad. No estaba muy dentro de los cánones en BDSM, pero intuía que si empleaba los términos clásicos Samiq le entendería mejor. Al fin y al cabo, sus relaciones, preferencias y emociones como "sumiso" se le antojaban complicadas y poco convencionales; difíciles de entender hasta para sí mismo, y por tanto difíciles de explicar.
Pero Samiq no se iba a conformar con aquella respuesta.
—No le he preguntado eso, señor...—murmuró mientras sumergía la mano en el agua para tomar un poco en el hueco de su palma y verterla despacio sobre el cuello de Halley. Él mismo había estado con muchos "Dominantes", pero claramente eso no era lo mismo que "ser de alguien"—aunque si me quiere hablar de esas dos personas...
Halley esbozó otra de sus no-sonrisas. No podía negar que, increíblemente, le apetecía hablar. No sabía por qué. Tal vez el ambiente íntimo, la suave oscuridad sólo rota por la llama de las velas, la voz de Gato -o sin ir más lejos la paliza física que llevaba encima desde su estancia en Trébol- contribuían a ello.
—He sido suyo, sí. De uno de los dos—matizó sin abrir los ojos—No sé si Él llegó a saberlo.
Por un momento, en un espasmo de fallida intuición, Samiq pensó que Halley se estaba refiriendo a Argen.
—Vaya. Su voz ha sonado como si le echara de menos, señor—se atrevió a comentar, dejándose llevar por los deleites de aquel momento en confianza. La piel del profesor se sentía como seda húmeda y caliente bajo los dedos, y continuó acariciándola lentamente, recreándose en su suavidad.
El rostro de Halley se contrajo por un momento en una expresión difícil de definir. Y es que, de alguna forma, Samiq había dado en el clavo sin saberlo.
—Le echo mucho de menos—admitió a media voz—Mucho. Muchísimo.
Se sentía en cierto sentido liberador desbloquear aquello mediante el verbo. Abrir la caja de pandora del dolor, reconocer los demonios que guardaba, era desagradable pero a la vez le quitaba un peso de encima al que fue del "señor Katai" años atrás.
—Oh. Vaya, señor—Samiq se acercó más al sumiso que de pronto parecía presa de una tristeza infinita—Quizá... quizá esa persona también le echa de menos a usted.
Sin darse cuenta, el Dorado se iba formando una particular historia en su cabeza. Nunca se le había ocurrido pensar que tal vez Halley había sido de Argen... y que, según esa línea de razonamiento, el empeño del Amo era realmente recuperarle. Las piezas encajaban aparentemente, tanto que el puzzle parecía dibujar un paisaje obvio con casitas y vacas bien hechas, ¿cómo no se había dado cuenta antes?
Halley se echó a reír, torciendo la cabeza hacia el lado contrario y tratando de esconder la cara. Su risa fue un murmullo siseante comparable al estertor de una hiena famélica a punto de morir.
—No. Te aseguro que no—musitó con vehemencia.
—¿No?... ¿y cómo puede estar tan seguro, señor?
—Porque está muerto.
Samiq guardó unos segundos de tenso silencio. Aquellas palabras habían sido un auténtico mazazo y ahora sentía que había metido la pata hasta la cadera en sus pesquisas. Si aquel al que Halley extrañaba estaba muerto, evidentemente no podía tratarse de Argen. Curiosamente, lejos de producirle alivio esta certeza, le causó una rara desazón y sintió que acababa de hacerle revolver un dolor potente al profesor por tontería.
—Lo siento mucho, señor... le pido perdón por mi falta de tacto.
—Casi había conseguido olvidarle—farfulló Halley en un hilo de voz, obviando la disculpa—en diez años lo intenté y casi lo consigo, como un maldito cerdo traidor. Pero, ¿sabes, Gato? la primera noche que vine aquí... me di cuenta de que no había dejado de sentirle. Nunca he dejado de sentirle en mi memoria, nunca he dejado de pensarle, y sólo quiero...—el profesor cerró la boca para no dejar escapar la palabra "morir". Era tan sencillo como eso: la muerte era paz, y la vida sin Kido era el infierno que tenía que atravesar como precio a pagar para conseguirla. Halley nunca verbalizaría esto ante nadie, pero lo sentía así. Lo sentía tan claramente como la certeza de que Kido había muerto por su culpa.
Samiq quedó en espera de que el otro terminara la frase.
—...¿qué es lo que quiere, señor?—inquirió, acariciándole de nuevo el hombro y la parte accesible de su espalda.
—Quiero... —Halley pareció luchar por desenmarañar las palabras en su cabeza—quiero que te metas en el agua conmigo, Gato—dijo al fin. En verdad lo quería y, esperanzadoramente, la respuesta habría sonado lo bastante convincente como para desviar el tema.
—Oh. Claro.
La petición le pilló por sorpresa, pero Samiq no podía y no quería decir que no. Esbozando una sonrisa un tanto tímida, se levantó y se quitó los vaqueros oscuros para meterse en la bañera junto a aquel hombre adorable, teniendo cuidado de no desplazar demasiada agua.
—Gracias, Gatito.
El esclavo rió por el diminutivo y se acercó más a Halley para rodearle los hombros con un brazo.
—Es un placer, señor bonito—murmuró, sonriendo más y girando la cabeza para rozar la mejilla del profesor con la punta de la nariz— ¿Aún tiene el estómago revuelto...?
—No mucho. Pero creo que tengo el culo pelado por dentro...—se quejó Halley tras emitir un largo suspiro. Una vez exhaló, quedó relajado, reclinándose en el abrazo de Samiq y escorándose levemente hacia él—me arde terriblemente. ¿Puedes hacer algo con eso?
—Ah, creo que sí, señor.
—Y las pelotas se me están hinchando como jodidos balones de baloncesto.
Pobrecito. Qué barbaridad. Aun compadeciéndose del desdichado, Samiq no pudo contenerse y rió ante aquella última declaración mascullada entre dientes; desde luego, no le parecía gracioso que el sumiso padeciera, pero la forma en que Halley expresaba su dolor le resultaba hilarante. Ah... una vez más sintió la punzada de la simpatía y volvió a pensar que, aunque por algún motivo le jodiera admitirlo, aquel freak desamparado le gustaba demasiado.
—Lo siento, señor. No quería reír. Para eso creo que también le puedo ayudar, y me gustaría curarle—añadió, refiriéndose a aquel mordisco trapero de vara que le había propinado cuando se le fue la cabeza.
Halley abrió los ojos y centró la mirada en los de Samiq, con expresión cansada pero viva.
—Siempre me curas desde que te conozco—dijo con voz queda y ligeramente temblorosa—hasta cuando me golpeas los huevos con un palo.
Sonrió a su particular manera tras decir esto, sintiéndose patético.
—Oh, señor. De verdad que no quiero hacerle daño.
—No me hagas caso, estoy hablando demasiado. En realidad puedes irte al infierno, Gato cabrón.
Samiq soltó una pequeña carcajada y empujó un poquito a Halley, sólo a fin de crear el espacio necesario entre ellos para empezar a frotarle el pecho.
—Debería pinzarle los pezones por decirme eso...—no sabía qué era lo que se apoderaba de él con sólo imaginarse la escena, pero lo que quiera que fuese hizo a sus dedos cerrarse en el erizado pezón izquierdo de Halley y darle un breve pellizco mientras sonreía con gesto juguetón.
El profesor entrecerró los ojos y se mordió el labio para no gemir. No esperaba algo así, y aquel contacto le había producido un dolorcillo demasiado placentero.
—Gato impotente—dijo sonriendo a lo Chesire, su otro tipo de sonrisa. Claramente tenía intención de picar a Samiq o de retarle, aunque el hecho de que sus gafas habían comenzado a empañarse no ayudaba a tener un aspecto muy sagaz.
—Ah, con que impotente...—Samiq también sonreía pícaro, volviendo a apresar el pezón de Halley entre los dedos húmedos y aceitados—¿es que cree que no se me levanta?
Sin dejar de mirar al sumiso con ojos brillantes, pellizcó más fuerte y retorció el sensible pezón.
—Ahg. Tú dirás, monada...
Tras decir aquello, Halley abrió los labios para dejar escapar un jadeo, y, de pronto, el esclavo sintió el impulso de mordérselos. Quería probar su lengua y el sabor de su saliva... se dio cuenta de que lo quería con verdaderas ganas, y empezó a endurecerse bajo el agua a pasos agigantados sólo pensando en ello.
—Pues claro que se me levanta. Hasta con esa marranada que me ha hecho hacerle se me ha levantado, señor.
Se dio cuenta de que estaba jadeando, y de que la palabra "señor" había aflorado a sus labios con una inflexión distinta ahora, incluso con un fleco de dulce ironía en suspenso. Sentía que había lanzado una flecha sin querer, y pensar que existía una diana para esa flecha hacía que el corazón aleteara furioso en su pecho. De pronto se veía en necesidad de esforzarse por controlar la respiración y tenía la polla tan dura que dolía.
—Yo me corrí... —admitió el profesor en un susurro quebrado, con tono de quien confiesa un delito—lo siento. No pude controlarlo.
—No lo sienta, señor guapo. Se corrió con dolor y la culpa de eso es mía—Samiq había soltado el pezón de Halley, dejándolo enrojecido y visiblemente más duro que su homólogo. Su mano se deslizó plexo abajo sobre la piel del profesor, despacio, hasta sumergirse en el agua a la altura de su ombligo. Le bastó estirar los dedos para rozar la erección que se levantaba a apenas milímetros—Veo que está cachondo otra vez, señor. A mí también me tiene cachondo—añadió, incapaz de soportar la tensión por más tiempo.
Halley se removió contra las paredes de la bañera al oír aquello.
—¿Ah, sí?
—Sí, señor. Me tiene bien cachondo. ¿Lo quiere comprobar?
—Sólo si me la vas a meter—gruñó el interpelado.
Samiq jadeó.
—No sé si el semen funcionará para calmarle el ardor del culo...— mientras decía esto, había tomado la mano del profesor para colocarla entre sus piernas. ¿Gato impotente? se iba a enterar el sumisito—nunca he sido tan cerdo de pedir que me pusieran un enema y que me follaran después, así que no puedo saberlo.
La presión de los dedos de Halley abrazando su miembro le arrancó un gemido. Le parecía que hacía siglos que no le tocaba nadie, por no mencionar que llevaba muchísimo tiempo sin masturbarse.
—Joder, Gato. Qué... grande.
Samiq tuvo la fugaz impresión de que iba a volverse loco. Se escuchó a sí mismo gemir de nuevo y se vio tanteando bajo el agua para agarrar con firmeza la verga del profesor. Sin dilación, empezó a pajearle.
—Ya le tengo. Le haré correrse a gusto como merece.
Halley gimió de placer y dolor arqueando la espalda. Las crueles hebras de enea trenzada del reclinatorio le habían causado pequeñas heridas en la polla que ahora protestaban y escocían en respuesta al frotamiento. Le encantaba. Con los ojos cerrados, le pareció que era capaz de dejarse llevar hasta el punto reclinar el cuerpo entero en la experta mano de Samiq.
—Gato, fóllame.
—Oh, señor, sí. Le voy a follar—gruñó el aludido apretando los dientes, aumentando la velocidad de la paja y levantando oleaje en la bañera con el movimiento de su mano—y me temo que no seré suave...
Samiq dijo aquella última consideración más bien desde la fantasía, sin poner filtro a sus palabras. Tal vez arañaba el sueño de dejarse llevar, pero sabía que ni de coña lo llevaría a cabo, y estaba perfecto así. Se sentía cachondo de pronto como pocas veces en su vida, o más bien no recordaba haber sentido ese tipo de excitación y urgencia por nadie anteriormente, si tan sólo porque él había sido siempre es eslabón sumiso en aquel tipo de encuentros sexuales -aunque ni de lejos se le podía calificar de "pasivo"-... todo eso era cierto, y quería follar, moder, hasta fantaseaba con poseer... pero por encima de todo ello, lo último que quería era hacer daño a Halley. Ni siquiera a causa de la pasión.
—Perfecto, Gatito. Destrózame—rezongó el sumiso, estirando el cuello hacia Samiq y sacando la lengua para lamerle los labios tras aquella petición.
El Dorado no pudo sino responder a aquel lametón con otro. La chispa saltó, y ambos dejaron de hablar por fin para comerse las bocas con ansia sin dejar de tocarse mutuamente.
Samiq se había erguido sobre las rodillas frente al profesor y ahora su agitado cuerpo presionaba al sumiso contra las paredes de la bañera. Inevitablemente, se preguntó si la concesión del Amo estaba aun vigente y si todavía tenía permitido correrse (siempre y cuando fuera en el culo de Halley). No había recibido comunicación de lo contrario, aunque también era cierto que ya no estaba en las mazmorras con el sumiso, sino en una habitación donde no había cámaras... o al menos creía que no las había. De modo que el Amo, en teoría, no podría ver nada de lo que pasara allí. Se sentía como una pequeña traición el hacer aquello a Sus espaldas, más aun sin estar seguro de si era del todo correcto, pero, siendo sinceros, Samiq no estaba como para pararse a mandar un mensaje y preguntar. Tal vez no tenía el temple del mejor esclavo del mundo; quizá su hermano Simut sí hubiera podido detenerse en seco y pedir confirmación... en cualquier caso, de nada valía pensar en eso ahora.
—Dese la vuelta, cerdito.
Halley jadeó. Adoraba cómo aquella voz dulce se rizaba y endurecía para insultarle de usted al oído.Lo adoraba a su pesar, casi tanto como las caricias y los besos que Samiq no escatimaba en prodigarle en aquel momento, acorralándole contra el borde de la bañera. Fácilmente podría hacerse adicto a todo ello... si no lo era ya. Obedeció sin hacerse de rogar, girándose de espaldas al esclavo y apuntalando extremidades en la superficie esmaltada para ofrecerle sus cuartos traseros, preparándose para ser tomado de manera "no suave", atacado, percutido. El dolor en las pelotas y el escozor anal eran meras sombras en comparación con el deseo que sentía por ello.
—Fóllame, Gato.
Sintió al Dorado resollar detrás de él, el cálido aliento estrellándose contra su espalda.
—Llámeme Samiq, señor—demandó éste, de pronto sintiendo que los nombres eran importantes en aquel juego—llámeme por mi nombre...—le exhortó, tirándole del pelo.
El profesor gimió fuerte al notar el agarrón entre sus cabellos. No podía ver nada a través de las empañadas gafas, pero podía sentirlo todo.
—Fóllame, Samiq... métemela ya, joder.
La voz de Halley sonaba rota entre los jadeos: no aguantaba más.No era el único en esa situación. Sin soltar sus cabellos, el Dorado deslizó un dedo de la mano que le quedaba libre entre las marcadas mejillas de su culo, sólo para hacerse una idea de dónde tenía que encauzarla de golpe exactamente y no tanto con la intención de preparar el terreno. Sabía que Halley no estaría tan estrecho como la primera vez, no después del condenado enema ni de haber chorreado lubricante por el ojo trasero.
—¡Nhg!—gimió al notar las paredes internas del sumiso abrazando su dedo; lo sacó casi con violencia, se agarró la congestionada polla para colocarla a la entrada de aquel agujero y sin más, con un golpe seco de cadera, la clavó hasta el fondo.
—¡¡AH, JODER, HIJO DE PUTA...!!
—Grrr...—Samiq se dio cuenta de que estaba gruñendo mientras empujaba con vehemencia y movía las caderas en círculos para hacerse sitio en aquel apretado tunel. Tal vez a él también le ponían los insultos, especialmente si eran pronunciados con aquella voz que parecía deshacerse en almíbar y calor—¿Quiere que pare?
—Para y te mato, cabronazo—gimió el profesor, levantando el culo y empujando contra el bajo vientre del Dorado para sentirle más. Quería que Samiq le follara bien duro hasta hacerle daño y más allá, y, como las palabras empezaban a fallarle, se lo pedía con su cuerpo.
Al Dorado volvía a darle la risa nerviosa. Era extraño: por una parte, desde luego, no estaba como para pensar pero, por otra, no podía dejar de recordar aquello que le había confesado Halley -"está muerto"- y el rostro de éste al decirlo. No era que Samiq se sintiera mal por eso, pero bien tampoco. Llevaba encotrándose inmensamente conmovido desde entonces, preguntándose cómo habría sido la vida de aquel hombre, y, sin darse cuenta, queriendo cuidarle (ahora con motivo) al menos mientras estuvieran juntos compartiendo espacio.
La primera noche que había visto a Halley en la sala principal del club, aun con el abrigo puesto, Samiq había pensado que era un hombre extraño y despojado de sí mismo.Posteriormente, en el Tres Calaveras, se había dado cuenta de que aquel tipo parecía estar roto en mil pedazos por dentro,y ahora al menos se hacía una idea de por qué.
No era justo. Ese hombre no merecía vivir herido eternamente. Samiq no se veía a sí mismo lo bastante importante para arreglar la vida de Halley pero, al menos, tenía la oportunidad de hacerle feliz durante un rato. O más bien de intentarlo.
—Vamos, muévase, muéstreme cuánto le gusta...—le instó, cacheteándole el muslo sin dejar de empujar. Poco a poco se le estaba yendo la cabeza por otros lares (por los lares de tirar de nuevo de aquellos cabellos, de taladrarle a fondo, de hacerle suyo por momentos), y la tentación de dejarse llevar era enorme, más grande que él—vamos, puta.
Halley bufó. Completamente abierto para Samiq-"abierto como una puta"-, sentía por fin aquel ariete golpeando duro su próstata una y otra vez. El Dorado estaba grande, tenía buen tamaño, eso estaba descubriéndolo en carne ahora y no podía negarlo...
—Me voy a correr, Samiq...
—Qué cochino, señor—el aludido sonrió con la respiración quebrada y empujó más fuerte, soltando los cabellos de Halley para empezar a masturbarle desde atrás. A él mismo le faltaba poco para estallar; aquel culo le tragaba, tiraba de él hacia dentro y le abrazaba con tal fuerza que parecía estar exprimiéndole la polla.
—Mucho...
—Hah, qué buen culo. Vamos, señor, córrase para mí.
Fue extraño para el Dorado escucharse a sí mismo hablando así. Porque el Amo, durante los juegos de cama, se dirigía a él exactamente de esa forma salvo por el usteo.
—No aguanto...—lloriqueó Halley.
—Vamos, cerdo. Quiero que vuelva todas las semanas a recibir su ración. Le conseguiré un chupete para el culo para el resto del tiempo...—ni sabía de dónde estaba sacando aquellas palabras.
—Mierda, sí, joder, vendré a buscarte cada puta noche—El sumiso apretó los dientes tratando de contener la ola de placer que se perfilaba en el horizonte y amenazaba con romper y llevárselo por delante haciéndole gritar.
—Claro que vendrá, mi puerquito hambriento. Y aquí me tendrá.
—Me corro.
—Agh. Yo también, joder.
Se derramaron prácticamente al mismo tiempo, si acaso con escasos segundos de diferencia. Primero Halley, absorbiendo embestidas a golpe de pollazo y casi sollozando con la cara sepultada en el borde de la bañera, y Samiq instantes después de notar el semen caliente del sumiso desbordándole entre los dedos.
Al Dorado le pareció cabalgar su orgasmo durante una eternidad y tuvo que morder con todas sus fuerzas el hombro de Halley para no gritar. Como ya se dijo, llevaba mucho tiempo sin correrse -y siquiera sin poder masturbarse en condiciones- y eso se notaba, también en los densos cuajarones que rebosaron del ano del sumiso cuando por fin salió de él.
—Señor... ¿está bien?—tenía la sensación de estar aun flotando entre el cielo y la tierra, a punto de caer inconsciente. El mundo se nublaba ante sus ojos y necesitó parpadear para ver la temblorosa espalda de Halley frente a sí cuando retrocedió de rodillas sobre el fondo de la bañera.
El profesor dejó escapar un gruñido de protesta cuando Samiq salió de su cuerpo y tomó aquella escasa distancia.
—Mejor que nunca—masculló en un hilo de voz. No mentía, o al menos estaba "mejor que nunca" desde que Kido... bueno, desde que aquel a quien amaba se fue. Por primera vez en años sentía que volvía a estar vivo, aunque ese efecto amenazaba con escurrírsele entre los dedos en los breves instantes que tardara en volver del todo en sí. Y es que qué mente racional podría articular eso de haber sido revivido con un polvo... ya que sólo se trataba de eso, sólo se trataba de un polvo, ¿verdad?
—Vamos a la cama, señor.
El esclavo se inclinó para cubrir de besos la espalda de Halley. Se movía un tanto torpemente aun, pues todavía no conseguía acomodar sus ojos a la penumbra y las formas bailoteaban en una danza engañosa a contraluz del halo en torno a las llamas de las velas. Apoyándose en el borde esmaltado con una mano, manteniendo la otra sobre el hombro de Halley, consiguió levantarse y salir por fin de la bañera.
—No te vayas...—el sumiso intentaba girarse y le buscaba extendiendo los brazos como un niño grande y ciego—Gato... Samiq.
—No me voy, señor bonito. Venga conmigo...—desde fuera de la bañera, el Dorado se inclinó hacia Halley dejando que éste le rodeara los hombros con los brazos—apóyese en mí, tesoro de señor. Le ayudaré a salir.
Rendido al afecto con que el esclavo le trataba y a las atenciones que recibía a cada momento de él, Halley no puso trabas y se dejó manejar. Comprobó que sus músculos respondían, aunque cada una de sus articulaciones protestó cuando fue izado y posteriormente guiado hacia fuera de la enorme bañera. El Dorado le retuvo contra su cuerpo desnudo y mojado, alargando el brazo para coger una toalla y echársela sobre los hombros.
—Me... tiemblan las piernas...—Halley dijo aquello porque le impresionó ver el estremecimiento de sus propios miembros inferiores una vez se puso en pie. Dudaba de si le obedecerían cuando quisiera dar un paso, aunque, afortunadamente, seguía tomando apoyo contra el cuerpo de Samiq.
—Es normal, señor... déjeme hacer a mí.
El esclavo tampoco estaba muy fino de movimientos, pero se las apañaba para secar a Halley lo más cuidadosa y pormenorizadamente que podía.
—Qué buena polla tienes, Gato.
—Hah, ¡me alegro de que le guste! Venga conmigo, señor precioso.
Muy despacio, paso a paso, Samiq salvó la distancia que le separaba de la habitación contigua sosteniendo al tambaleante profesor. Una vez ante la cama con dosel, le ayudó a sentarse al borde y retiró la toalla de sus hombros.
—Échese, señor—murmuró mientras le empujaba muy suavemente hacia atrás para hacerle caer de espaldas sobre el colchón—¿tiene frío?—antes de que Halley pudiera contestar, no obstante, ya se apresuraba a taparle con los cobertores.
—Estoy... estoy bien.
El profesor realmente podría haberse echado a llorar en aquel momento. Se preguntaba por qué aquel ángel de collar dorado había decidido cuidarle de aquel modo y por qué se deshacía en atenciones -¡e incluso mimos!-con él tras la salvaje sesión de tortura y sexo. No quería acostumbrarse a eso; no quería pensar que en aquel mismo momento se sentía en el cielo bajo el peso de la ropa de cama, con la única pega de que extrañaba el cuerpo del otro junto al suyo. No quería querer eso, y se rebelaba contra ello porque no estaba bien disfrutar, no lo merecía... no quería traicionar la memoria de Kido, pero tampoco tenía energías para resistirse.
Samiq sonrió viendo como Halley cerraba los ojos, y se deslizó bajo las sábanas junto a él. Le rodeó suavemente con los brazos y le besó la frente, la coronilla, el cuello, el hombro, al tiempo que le atraía hacia sí cuerpo a cuerpo y pasaba una pierna sobre las suyas.
—¿Está calentito, señor?—susurró a milímetros de sus labios—¿se siente bien?
—Sí, Gato.
Halley suspiró pesadamente antes de rendirse y relajarse. No iba a luchar más contra sí mismo, no aquella noche al menos (o más bien, no lo que quedaba de noche). Tomó una profunda bocanada de aire sin abrir los ojos, exhaló despacio y se relajó contra la tibieza del cuerpo de Samiq mientras éste volvía a besarle, esta vez en los labios.
—¿Necesita algo?*-
—Sí—respondió a su pesar—A ti. Duerme conmigo... no te vayas dejándome una nota como la otra vez.
Samiq iba a responder que no podía hacer eso, pero cerró la boca a tiempo. Porque de hecho quería hacerlo. Claro que quería quedarse allí con Halley, abandonarse a la dulce calidez de su abrazo y descansar junto a él... por mucho que supiera que Simut estaba solo, por mucho que se viera a sí mismo traicionando a Argen por desear aquello, no podía negar que lo sentía así. Sabía que su conciencia del deber ganaría al final, y que volvería a levantarse dejando a Halley dormido en la cama, pero qué demonios... soñar durante un rato no costaba nada, ¿no?
—Me quedo a su lado—repuso, bordeando la verdad—no se preocupe por nada, señor bonito. Estoy aquí. ¿Seguro que está bien?—añadió tras volver a besarle dulcemente en la comisura de la boca. El profesor parecía agotado (lo cual era más que lógico), pero también algo triste de repente, quizá temeroso de quedarse solo allí, o quién podía saber lo que estaba pasando por su cabeza.
—Mi nombre... mi nombre no me gusta. Me llaman por el apellido—musitó el profesor. A saber por qué le daba ahora por contarle eso al esclavo—Es Ballesta, o Balle. Pero tampoco me gusta. Halley es...mi "otro nombre"—añadió tras una breve pausa—el nombre con el que, hace años, me conoció la persona a la que tú llamas "Amo".
Los ojos de Samiq se abrieron grandes en la oscuridad del dormitorio. Vaya. Descubría cosas poco a poco pero con la sensación de no entender absolutamente nada. Preguntar más era demasiado tentador como para resistirse.
—¿Halley es su nombre de sumiso, señor?
El profesor sofocó una pequeña risa contra la almohada.
—Con el tiempo lo fue—admitió en un susurro sin abrir los ojos—Aunque al principio era... un simple alias dentro de una pequeña comunidad científica. Tu Amo también tenía un alias en esa comunidad, ¿sabes? era Sagan. Sagan—repitió con un giro agrio en la voz, como si aquel nombre fuera un trago de jarabe que dejase mal sabor de boca—Así le llamaban en los foros informales de divulgación. Así le siguen llamando, supongo.
—¿Nunca has tenido un sumiso?—el profesor seguía erre que erre con el tema como niño, tal vez por simple curiosidad. Recostado en la bañera, con la cabeza reclinada sobre el borde, había murmurado la pregunta con los ojos cerrados.
—No, jamás—respondió Samiq. Él estaba fuera de la bañera, sentado a la orilla e inclinado hacia Halley para frotarle suavemente el hombro y el brazo que le quedaban más a mano. No estaba utilizando esponja, sino simplemente dejando que el jabón y los aceites esenciales se deslizaran entre sus dedos sobre la piel del profesor.—¿Y usted? ¿ha sido de alguien alguna vez?
Bajo la tenue luz de las velas que Samiq había encendido en el baño, el rostro de Halley se tensó. No había esperado esa pregunta, o, más bien, hubiera esperado esa pregunta formulada de otra manera. "¿Has tenido Amo alguna vez?" o algo parecido, aunque claro, eso de "tener" un Amo no estaba bien visto como forma de hablar en un esclavo. Debió haberlo imaginado.
Si Samiq le hubiera preguntado "¿ha tenido Amo alguna vez?", Halley tenía clara la respuesta, o medianamente clara. "No". O en el peor de los casos "no lo sé". Pero tal y como el Dorado le había planteado el tema, no le quedaba escapatoria si quería ser sincero.
—En toda mi vida he estado con dos personas que tú llamarías Dominantes—repuso, bordeando sutilmente la verdad. No estaba muy dentro de los cánones en BDSM, pero intuía que si empleaba los términos clásicos Samiq le entendería mejor. Al fin y al cabo, sus relaciones, preferencias y emociones como "sumiso" se le antojaban complicadas y poco convencionales; difíciles de entender hasta para sí mismo, y por tanto difíciles de explicar.
Pero Samiq no se iba a conformar con aquella respuesta.
—No le he preguntado eso, señor...—murmuró mientras sumergía la mano en el agua para tomar un poco en el hueco de su palma y verterla despacio sobre el cuello de Halley. Él mismo había estado con muchos "Dominantes", pero claramente eso no era lo mismo que "ser de alguien"—aunque si me quiere hablar de esas dos personas...
Halley esbozó otra de sus no-sonrisas. No podía negar que, increíblemente, le apetecía hablar. No sabía por qué. Tal vez el ambiente íntimo, la suave oscuridad sólo rota por la llama de las velas, la voz de Gato -o sin ir más lejos la paliza física que llevaba encima desde su estancia en Trébol- contribuían a ello.
—He sido suyo, sí. De uno de los dos—matizó sin abrir los ojos—No sé si Él llegó a saberlo.
Por un momento, en un espasmo de fallida intuición, Samiq pensó que Halley se estaba refiriendo a Argen.
—Vaya. Su voz ha sonado como si le echara de menos, señor—se atrevió a comentar, dejándose llevar por los deleites de aquel momento en confianza. La piel del profesor se sentía como seda húmeda y caliente bajo los dedos, y continuó acariciándola lentamente, recreándose en su suavidad.
El rostro de Halley se contrajo por un momento en una expresión difícil de definir. Y es que, de alguna forma, Samiq había dado en el clavo sin saberlo.
—Le echo mucho de menos—admitió a media voz—Mucho. Muchísimo.
Se sentía en cierto sentido liberador desbloquear aquello mediante el verbo. Abrir la caja de pandora del dolor, reconocer los demonios que guardaba, era desagradable pero a la vez le quitaba un peso de encima al que fue del "señor Katai" años atrás.
—Oh. Vaya, señor—Samiq se acercó más al sumiso que de pronto parecía presa de una tristeza infinita—Quizá... quizá esa persona también le echa de menos a usted.
Sin darse cuenta, el Dorado se iba formando una particular historia en su cabeza. Nunca se le había ocurrido pensar que tal vez Halley había sido de Argen... y que, según esa línea de razonamiento, el empeño del Amo era realmente recuperarle. Las piezas encajaban aparentemente, tanto que el puzzle parecía dibujar un paisaje obvio con casitas y vacas bien hechas, ¿cómo no se había dado cuenta antes?
Halley se echó a reír, torciendo la cabeza hacia el lado contrario y tratando de esconder la cara. Su risa fue un murmullo siseante comparable al estertor de una hiena famélica a punto de morir.
—No. Te aseguro que no—musitó con vehemencia.
—¿No?... ¿y cómo puede estar tan seguro, señor?
—Porque está muerto.
Samiq guardó unos segundos de tenso silencio. Aquellas palabras habían sido un auténtico mazazo y ahora sentía que había metido la pata hasta la cadera en sus pesquisas. Si aquel al que Halley extrañaba estaba muerto, evidentemente no podía tratarse de Argen. Curiosamente, lejos de producirle alivio esta certeza, le causó una rara desazón y sintió que acababa de hacerle revolver un dolor potente al profesor por tontería.
—Lo siento mucho, señor... le pido perdón por mi falta de tacto.
—Casi había conseguido olvidarle—farfulló Halley en un hilo de voz, obviando la disculpa—en diez años lo intenté y casi lo consigo, como un maldito cerdo traidor. Pero, ¿sabes, Gato? la primera noche que vine aquí... me di cuenta de que no había dejado de sentirle. Nunca he dejado de sentirle en mi memoria, nunca he dejado de pensarle, y sólo quiero...—el profesor cerró la boca para no dejar escapar la palabra "morir". Era tan sencillo como eso: la muerte era paz, y la vida sin Kido era el infierno que tenía que atravesar como precio a pagar para conseguirla. Halley nunca verbalizaría esto ante nadie, pero lo sentía así. Lo sentía tan claramente como la certeza de que Kido había muerto por su culpa.
Samiq quedó en espera de que el otro terminara la frase.
—...¿qué es lo que quiere, señor?—inquirió, acariciándole de nuevo el hombro y la parte accesible de su espalda.
—Quiero... —Halley pareció luchar por desenmarañar las palabras en su cabeza—quiero que te metas en el agua conmigo, Gato—dijo al fin. En verdad lo quería y, esperanzadoramente, la respuesta habría sonado lo bastante convincente como para desviar el tema.
—Oh. Claro.
La petición le pilló por sorpresa, pero Samiq no podía y no quería decir que no. Esbozando una sonrisa un tanto tímida, se levantó y se quitó los vaqueros oscuros para meterse en la bañera junto a aquel hombre adorable, teniendo cuidado de no desplazar demasiada agua.
—Gracias, Gatito.
El esclavo rió por el diminutivo y se acercó más a Halley para rodearle los hombros con un brazo.
—Es un placer, señor bonito—murmuró, sonriendo más y girando la cabeza para rozar la mejilla del profesor con la punta de la nariz— ¿Aún tiene el estómago revuelto...?
—No mucho. Pero creo que tengo el culo pelado por dentro...—se quejó Halley tras emitir un largo suspiro. Una vez exhaló, quedó relajado, reclinándose en el abrazo de Samiq y escorándose levemente hacia él—me arde terriblemente. ¿Puedes hacer algo con eso?
—Ah, creo que sí, señor.
—Y las pelotas se me están hinchando como jodidos balones de baloncesto.
Pobrecito. Qué barbaridad. Aun compadeciéndose del desdichado, Samiq no pudo contenerse y rió ante aquella última declaración mascullada entre dientes; desde luego, no le parecía gracioso que el sumiso padeciera, pero la forma en que Halley expresaba su dolor le resultaba hilarante. Ah... una vez más sintió la punzada de la simpatía y volvió a pensar que, aunque por algún motivo le jodiera admitirlo, aquel freak desamparado le gustaba demasiado.
—Lo siento, señor. No quería reír. Para eso creo que también le puedo ayudar, y me gustaría curarle—añadió, refiriéndose a aquel mordisco trapero de vara que le había propinado cuando se le fue la cabeza.
Halley abrió los ojos y centró la mirada en los de Samiq, con expresión cansada pero viva.
—Siempre me curas desde que te conozco—dijo con voz queda y ligeramente temblorosa—hasta cuando me golpeas los huevos con un palo.
Sonrió a su particular manera tras decir esto, sintiéndose patético.
—Oh, señor. De verdad que no quiero hacerle daño.
—No me hagas caso, estoy hablando demasiado. En realidad puedes irte al infierno, Gato cabrón.
Samiq soltó una pequeña carcajada y empujó un poquito a Halley, sólo a fin de crear el espacio necesario entre ellos para empezar a frotarle el pecho.
—Debería pinzarle los pezones por decirme eso...—no sabía qué era lo que se apoderaba de él con sólo imaginarse la escena, pero lo que quiera que fuese hizo a sus dedos cerrarse en el erizado pezón izquierdo de Halley y darle un breve pellizco mientras sonreía con gesto juguetón.
El profesor entrecerró los ojos y se mordió el labio para no gemir. No esperaba algo así, y aquel contacto le había producido un dolorcillo demasiado placentero.
—Gato impotente—dijo sonriendo a lo Chesire, su otro tipo de sonrisa. Claramente tenía intención de picar a Samiq o de retarle, aunque el hecho de que sus gafas habían comenzado a empañarse no ayudaba a tener un aspecto muy sagaz.
—Ah, con que impotente...—Samiq también sonreía pícaro, volviendo a apresar el pezón de Halley entre los dedos húmedos y aceitados—¿es que cree que no se me levanta?
Sin dejar de mirar al sumiso con ojos brillantes, pellizcó más fuerte y retorció el sensible pezón.
—Ahg. Tú dirás, monada...
Tras decir aquello, Halley abrió los labios para dejar escapar un jadeo, y, de pronto, el esclavo sintió el impulso de mordérselos. Quería probar su lengua y el sabor de su saliva... se dio cuenta de que lo quería con verdaderas ganas, y empezó a endurecerse bajo el agua a pasos agigantados sólo pensando en ello.
—Pues claro que se me levanta. Hasta con esa marranada que me ha hecho hacerle se me ha levantado, señor.
Se dio cuenta de que estaba jadeando, y de que la palabra "señor" había aflorado a sus labios con una inflexión distinta ahora, incluso con un fleco de dulce ironía en suspenso. Sentía que había lanzado una flecha sin querer, y pensar que existía una diana para esa flecha hacía que el corazón aleteara furioso en su pecho. De pronto se veía en necesidad de esforzarse por controlar la respiración y tenía la polla tan dura que dolía.
—Yo me corrí... —admitió el profesor en un susurro quebrado, con tono de quien confiesa un delito—lo siento. No pude controlarlo.
—No lo sienta, señor guapo. Se corrió con dolor y la culpa de eso es mía—Samiq había soltado el pezón de Halley, dejándolo enrojecido y visiblemente más duro que su homólogo. Su mano se deslizó plexo abajo sobre la piel del profesor, despacio, hasta sumergirse en el agua a la altura de su ombligo. Le bastó estirar los dedos para rozar la erección que se levantaba a apenas milímetros—Veo que está cachondo otra vez, señor. A mí también me tiene cachondo—añadió, incapaz de soportar la tensión por más tiempo.
Halley se removió contra las paredes de la bañera al oír aquello.
—¿Ah, sí?
—Sí, señor. Me tiene bien cachondo. ¿Lo quiere comprobar?
—Sólo si me la vas a meter—gruñó el interpelado.
Samiq jadeó.
—No sé si el semen funcionará para calmarle el ardor del culo...— mientras decía esto, había tomado la mano del profesor para colocarla entre sus piernas. ¿Gato impotente? se iba a enterar el sumisito—nunca he sido tan cerdo de pedir que me pusieran un enema y que me follaran después, así que no puedo saberlo.
La presión de los dedos de Halley abrazando su miembro le arrancó un gemido. Le parecía que hacía siglos que no le tocaba nadie, por no mencionar que llevaba muchísimo tiempo sin masturbarse.
—Joder, Gato. Qué... grande.
Samiq tuvo la fugaz impresión de que iba a volverse loco. Se escuchó a sí mismo gemir de nuevo y se vio tanteando bajo el agua para agarrar con firmeza la verga del profesor. Sin dilación, empezó a pajearle.
—Ya le tengo. Le haré correrse a gusto como merece.
Halley gimió de placer y dolor arqueando la espalda. Las crueles hebras de enea trenzada del reclinatorio le habían causado pequeñas heridas en la polla que ahora protestaban y escocían en respuesta al frotamiento. Le encantaba. Con los ojos cerrados, le pareció que era capaz de dejarse llevar hasta el punto reclinar el cuerpo entero en la experta mano de Samiq.
—Gato, fóllame.
—Oh, señor, sí. Le voy a follar—gruñó el aludido apretando los dientes, aumentando la velocidad de la paja y levantando oleaje en la bañera con el movimiento de su mano—y me temo que no seré suave...
Samiq dijo aquella última consideración más bien desde la fantasía, sin poner filtro a sus palabras. Tal vez arañaba el sueño de dejarse llevar, pero sabía que ni de coña lo llevaría a cabo, y estaba perfecto así. Se sentía cachondo de pronto como pocas veces en su vida, o más bien no recordaba haber sentido ese tipo de excitación y urgencia por nadie anteriormente, si tan sólo porque él había sido siempre es eslabón sumiso en aquel tipo de encuentros sexuales -aunque ni de lejos se le podía calificar de "pasivo"-... todo eso era cierto, y quería follar, moder, hasta fantaseaba con poseer... pero por encima de todo ello, lo último que quería era hacer daño a Halley. Ni siquiera a causa de la pasión.
—Perfecto, Gatito. Destrózame—rezongó el sumiso, estirando el cuello hacia Samiq y sacando la lengua para lamerle los labios tras aquella petición.
El Dorado no pudo sino responder a aquel lametón con otro. La chispa saltó, y ambos dejaron de hablar por fin para comerse las bocas con ansia sin dejar de tocarse mutuamente.
Samiq se había erguido sobre las rodillas frente al profesor y ahora su agitado cuerpo presionaba al sumiso contra las paredes de la bañera. Inevitablemente, se preguntó si la concesión del Amo estaba aun vigente y si todavía tenía permitido correrse (siempre y cuando fuera en el culo de Halley). No había recibido comunicación de lo contrario, aunque también era cierto que ya no estaba en las mazmorras con el sumiso, sino en una habitación donde no había cámaras... o al menos creía que no las había. De modo que el Amo, en teoría, no podría ver nada de lo que pasara allí. Se sentía como una pequeña traición el hacer aquello a Sus espaldas, más aun sin estar seguro de si era del todo correcto, pero, siendo sinceros, Samiq no estaba como para pararse a mandar un mensaje y preguntar. Tal vez no tenía el temple del mejor esclavo del mundo; quizá su hermano Simut sí hubiera podido detenerse en seco y pedir confirmación... en cualquier caso, de nada valía pensar en eso ahora.
—Dese la vuelta, cerdito.
Halley jadeó. Adoraba cómo aquella voz dulce se rizaba y endurecía para insultarle de usted al oído.Lo adoraba a su pesar, casi tanto como las caricias y los besos que Samiq no escatimaba en prodigarle en aquel momento, acorralándole contra el borde de la bañera. Fácilmente podría hacerse adicto a todo ello... si no lo era ya. Obedeció sin hacerse de rogar, girándose de espaldas al esclavo y apuntalando extremidades en la superficie esmaltada para ofrecerle sus cuartos traseros, preparándose para ser tomado de manera "no suave", atacado, percutido. El dolor en las pelotas y el escozor anal eran meras sombras en comparación con el deseo que sentía por ello.
—Fóllame, Gato.
Sintió al Dorado resollar detrás de él, el cálido aliento estrellándose contra su espalda.
—Llámeme Samiq, señor—demandó éste, de pronto sintiendo que los nombres eran importantes en aquel juego—llámeme por mi nombre...—le exhortó, tirándole del pelo.
El profesor gimió fuerte al notar el agarrón entre sus cabellos. No podía ver nada a través de las empañadas gafas, pero podía sentirlo todo.
—Fóllame, Samiq... métemela ya, joder.
La voz de Halley sonaba rota entre los jadeos: no aguantaba más.No era el único en esa situación. Sin soltar sus cabellos, el Dorado deslizó un dedo de la mano que le quedaba libre entre las marcadas mejillas de su culo, sólo para hacerse una idea de dónde tenía que encauzarla de golpe exactamente y no tanto con la intención de preparar el terreno. Sabía que Halley no estaría tan estrecho como la primera vez, no después del condenado enema ni de haber chorreado lubricante por el ojo trasero.
—¡Nhg!—gimió al notar las paredes internas del sumiso abrazando su dedo; lo sacó casi con violencia, se agarró la congestionada polla para colocarla a la entrada de aquel agujero y sin más, con un golpe seco de cadera, la clavó hasta el fondo.
—¡¡AH, JODER, HIJO DE PUTA...!!
—Grrr...—Samiq se dio cuenta de que estaba gruñendo mientras empujaba con vehemencia y movía las caderas en círculos para hacerse sitio en aquel apretado tunel. Tal vez a él también le ponían los insultos, especialmente si eran pronunciados con aquella voz que parecía deshacerse en almíbar y calor—¿Quiere que pare?
—Para y te mato, cabronazo—gimió el profesor, levantando el culo y empujando contra el bajo vientre del Dorado para sentirle más. Quería que Samiq le follara bien duro hasta hacerle daño y más allá, y, como las palabras empezaban a fallarle, se lo pedía con su cuerpo.
Al Dorado volvía a darle la risa nerviosa. Era extraño: por una parte, desde luego, no estaba como para pensar pero, por otra, no podía dejar de recordar aquello que le había confesado Halley -"está muerto"- y el rostro de éste al decirlo. No era que Samiq se sintiera mal por eso, pero bien tampoco. Llevaba encotrándose inmensamente conmovido desde entonces, preguntándose cómo habría sido la vida de aquel hombre, y, sin darse cuenta, queriendo cuidarle (ahora con motivo) al menos mientras estuvieran juntos compartiendo espacio.
La primera noche que había visto a Halley en la sala principal del club, aun con el abrigo puesto, Samiq había pensado que era un hombre extraño y despojado de sí mismo.Posteriormente, en el Tres Calaveras, se había dado cuenta de que aquel tipo parecía estar roto en mil pedazos por dentro,y ahora al menos se hacía una idea de por qué.
No era justo. Ese hombre no merecía vivir herido eternamente. Samiq no se veía a sí mismo lo bastante importante para arreglar la vida de Halley pero, al menos, tenía la oportunidad de hacerle feliz durante un rato. O más bien de intentarlo.
—Vamos, muévase, muéstreme cuánto le gusta...—le instó, cacheteándole el muslo sin dejar de empujar. Poco a poco se le estaba yendo la cabeza por otros lares (por los lares de tirar de nuevo de aquellos cabellos, de taladrarle a fondo, de hacerle suyo por momentos), y la tentación de dejarse llevar era enorme, más grande que él—vamos, puta.
Halley bufó. Completamente abierto para Samiq-"abierto como una puta"-, sentía por fin aquel ariete golpeando duro su próstata una y otra vez. El Dorado estaba grande, tenía buen tamaño, eso estaba descubriéndolo en carne ahora y no podía negarlo...
—Me voy a correr, Samiq...
—Qué cochino, señor—el aludido sonrió con la respiración quebrada y empujó más fuerte, soltando los cabellos de Halley para empezar a masturbarle desde atrás. A él mismo le faltaba poco para estallar; aquel culo le tragaba, tiraba de él hacia dentro y le abrazaba con tal fuerza que parecía estar exprimiéndole la polla.
—Mucho...
—Hah, qué buen culo. Vamos, señor, córrase para mí.
Fue extraño para el Dorado escucharse a sí mismo hablando así. Porque el Amo, durante los juegos de cama, se dirigía a él exactamente de esa forma salvo por el usteo.
—No aguanto...—lloriqueó Halley.
—Vamos, cerdo. Quiero que vuelva todas las semanas a recibir su ración. Le conseguiré un chupete para el culo para el resto del tiempo...—ni sabía de dónde estaba sacando aquellas palabras.
—Mierda, sí, joder, vendré a buscarte cada puta noche—El sumiso apretó los dientes tratando de contener la ola de placer que se perfilaba en el horizonte y amenazaba con romper y llevárselo por delante haciéndole gritar.
—Claro que vendrá, mi puerquito hambriento. Y aquí me tendrá.
—Me corro.
—Agh. Yo también, joder.
Se derramaron prácticamente al mismo tiempo, si acaso con escasos segundos de diferencia. Primero Halley, absorbiendo embestidas a golpe de pollazo y casi sollozando con la cara sepultada en el borde de la bañera, y Samiq instantes después de notar el semen caliente del sumiso desbordándole entre los dedos.
Al Dorado le pareció cabalgar su orgasmo durante una eternidad y tuvo que morder con todas sus fuerzas el hombro de Halley para no gritar. Como ya se dijo, llevaba mucho tiempo sin correrse -y siquiera sin poder masturbarse en condiciones- y eso se notaba, también en los densos cuajarones que rebosaron del ano del sumiso cuando por fin salió de él.
—Señor... ¿está bien?—tenía la sensación de estar aun flotando entre el cielo y la tierra, a punto de caer inconsciente. El mundo se nublaba ante sus ojos y necesitó parpadear para ver la temblorosa espalda de Halley frente a sí cuando retrocedió de rodillas sobre el fondo de la bañera.
El profesor dejó escapar un gruñido de protesta cuando Samiq salió de su cuerpo y tomó aquella escasa distancia.
—Mejor que nunca—masculló en un hilo de voz. No mentía, o al menos estaba "mejor que nunca" desde que Kido... bueno, desde que aquel a quien amaba se fue. Por primera vez en años sentía que volvía a estar vivo, aunque ese efecto amenazaba con escurrírsele entre los dedos en los breves instantes que tardara en volver del todo en sí. Y es que qué mente racional podría articular eso de haber sido revivido con un polvo... ya que sólo se trataba de eso, sólo se trataba de un polvo, ¿verdad?
—Vamos a la cama, señor.
El esclavo se inclinó para cubrir de besos la espalda de Halley. Se movía un tanto torpemente aun, pues todavía no conseguía acomodar sus ojos a la penumbra y las formas bailoteaban en una danza engañosa a contraluz del halo en torno a las llamas de las velas. Apoyándose en el borde esmaltado con una mano, manteniendo la otra sobre el hombro de Halley, consiguió levantarse y salir por fin de la bañera.
—No te vayas...—el sumiso intentaba girarse y le buscaba extendiendo los brazos como un niño grande y ciego—Gato... Samiq.
—No me voy, señor bonito. Venga conmigo...—desde fuera de la bañera, el Dorado se inclinó hacia Halley dejando que éste le rodeara los hombros con los brazos—apóyese en mí, tesoro de señor. Le ayudaré a salir.
Rendido al afecto con que el esclavo le trataba y a las atenciones que recibía a cada momento de él, Halley no puso trabas y se dejó manejar. Comprobó que sus músculos respondían, aunque cada una de sus articulaciones protestó cuando fue izado y posteriormente guiado hacia fuera de la enorme bañera. El Dorado le retuvo contra su cuerpo desnudo y mojado, alargando el brazo para coger una toalla y echársela sobre los hombros.
—Me... tiemblan las piernas...—Halley dijo aquello porque le impresionó ver el estremecimiento de sus propios miembros inferiores una vez se puso en pie. Dudaba de si le obedecerían cuando quisiera dar un paso, aunque, afortunadamente, seguía tomando apoyo contra el cuerpo de Samiq.
—Es normal, señor... déjeme hacer a mí.
El esclavo tampoco estaba muy fino de movimientos, pero se las apañaba para secar a Halley lo más cuidadosa y pormenorizadamente que podía.
—Qué buena polla tienes, Gato.
—Hah, ¡me alegro de que le guste! Venga conmigo, señor precioso.
Muy despacio, paso a paso, Samiq salvó la distancia que le separaba de la habitación contigua sosteniendo al tambaleante profesor. Una vez ante la cama con dosel, le ayudó a sentarse al borde y retiró la toalla de sus hombros.
—Échese, señor—murmuró mientras le empujaba muy suavemente hacia atrás para hacerle caer de espaldas sobre el colchón—¿tiene frío?—antes de que Halley pudiera contestar, no obstante, ya se apresuraba a taparle con los cobertores.
—Estoy... estoy bien.
El profesor realmente podría haberse echado a llorar en aquel momento. Se preguntaba por qué aquel ángel de collar dorado había decidido cuidarle de aquel modo y por qué se deshacía en atenciones -¡e incluso mimos!-con él tras la salvaje sesión de tortura y sexo. No quería acostumbrarse a eso; no quería pensar que en aquel mismo momento se sentía en el cielo bajo el peso de la ropa de cama, con la única pega de que extrañaba el cuerpo del otro junto al suyo. No quería querer eso, y se rebelaba contra ello porque no estaba bien disfrutar, no lo merecía... no quería traicionar la memoria de Kido, pero tampoco tenía energías para resistirse.
Samiq sonrió viendo como Halley cerraba los ojos, y se deslizó bajo las sábanas junto a él. Le rodeó suavemente con los brazos y le besó la frente, la coronilla, el cuello, el hombro, al tiempo que le atraía hacia sí cuerpo a cuerpo y pasaba una pierna sobre las suyas.
—¿Está calentito, señor?—susurró a milímetros de sus labios—¿se siente bien?
—Sí, Gato.
Halley suspiró pesadamente antes de rendirse y relajarse. No iba a luchar más contra sí mismo, no aquella noche al menos (o más bien, no lo que quedaba de noche). Tomó una profunda bocanada de aire sin abrir los ojos, exhaló despacio y se relajó contra la tibieza del cuerpo de Samiq mientras éste volvía a besarle, esta vez en los labios.
—¿Necesita algo?*-
—Sí—respondió a su pesar—A ti. Duerme conmigo... no te vayas dejándome una nota como la otra vez.
Samiq iba a responder que no podía hacer eso, pero cerró la boca a tiempo. Porque de hecho quería hacerlo. Claro que quería quedarse allí con Halley, abandonarse a la dulce calidez de su abrazo y descansar junto a él... por mucho que supiera que Simut estaba solo, por mucho que se viera a sí mismo traicionando a Argen por desear aquello, no podía negar que lo sentía así. Sabía que su conciencia del deber ganaría al final, y que volvería a levantarse dejando a Halley dormido en la cama, pero qué demonios... soñar durante un rato no costaba nada, ¿no?
—Me quedo a su lado—repuso, bordeando la verdad—no se preocupe por nada, señor bonito. Estoy aquí. ¿Seguro que está bien?—añadió tras volver a besarle dulcemente en la comisura de la boca. El profesor parecía agotado (lo cual era más que lógico), pero también algo triste de repente, quizá temeroso de quedarse solo allí, o quién podía saber lo que estaba pasando por su cabeza.
—Mi nombre... mi nombre no me gusta. Me llaman por el apellido—musitó el profesor. A saber por qué le daba ahora por contarle eso al esclavo—Es Ballesta, o Balle. Pero tampoco me gusta. Halley es...mi "otro nombre"—añadió tras una breve pausa—el nombre con el que, hace años, me conoció la persona a la que tú llamas "Amo".
Los ojos de Samiq se abrieron grandes en la oscuridad del dormitorio. Vaya. Descubría cosas poco a poco pero con la sensación de no entender absolutamente nada. Preguntar más era demasiado tentador como para resistirse.
—¿Halley es su nombre de sumiso, señor?
El profesor sofocó una pequeña risa contra la almohada.
—Con el tiempo lo fue—admitió en un susurro sin abrir los ojos—Aunque al principio era... un simple alias dentro de una pequeña comunidad científica. Tu Amo también tenía un alias en esa comunidad, ¿sabes? era Sagan. Sagan—repitió con un giro agrio en la voz, como si aquel nombre fuera un trago de jarabe que dejase mal sabor de boca—Así le llamaban en los foros informales de divulgación. Así le siguen llamando, supongo.