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Justo cuando sonó el bip-bip del mensaje entrante en su teléfono móvil, Jen se encontraba en el coche. Había salido a cenar con Paola -más bien a pillar un par de pizzas tardías-, y acababa de estacionar el vehículo en un parking solitario frente al restaurante de comida rápida. Un parque cercado por un muro decorado con pintadas callejeras, desierto a aquella hora salvo por algún paseante extraviado, era lo único que se veía desde la plaza en el aparcamiento. La iluminación era deficiente allí, pues, al parecer, algún gamberro había destrozado las escasas farolas de la zona a pedradas, así que prácticamente se quedaron a oscuras cuando Jen apagó las luces del vehículo.
Estaba dispuesto a abrir la puerta para salir, pero Paola había saltado literalmente encima de él entonces. Le había pillado a Jen totalmente desprevenido, y de pronto ahí estaba, montándole a horcajadas como la más brava amazona, botando sobre sus muslos y poniéndole las tetas en la cara. Quién podría esperar que la prudente Paola- a quien algunos conocidos comunes tachaban de mojigata- fuera a hacer algo así. En tan sólo segundos jadeaba buscando la boca de Jen con la suya, presionando sobre los hombros de él con las manos y reclamando contacto entre las piernas con urgencia repentina, casi con desesperación. ¿Querría hacer el amor en el coche?
Jen estaba pensando en Esther. Por eso tenía los ojos cerrados.
Había estado pensando en ella todo el tiempo, incluso ahora mientras agarraba a Paola del culo, no sabía si para detenerla o para reforzarla en lo que hacía. Había sentido el móvil vibrando en su bolsillo y automáticamente había pensado que el mensaje entrante sería de Esther... y ahí tenía sus pensamientos enclavados, independientemente de lo que estuviera ocurriendo fuera de él. Había intentado llamarla antes pero ella no le había cogido el teléfono, lo cual era normal, considerando que estaría trabajando y sobre todo aprendiendo en el nuevo lugar.
Oh, ojalá el mensaje fuese de ella, se dijo. Estaba algo preocupado. Nunca se había separado tanto de su perrita desde que la "rescató", y se daba cuenta de cuánto la echaba de menos. Era un poco absurdo echarla de menos tanto, se dijo; se sentía como si no fuera a verla al día siguiente, qué tontería, ¿por qué tenía esa mala sensación?
Era como tener un agujero fantasmal dentro de él, y, de repente, sentir a Paola contra su cuerpo se le antojó horrible. Porque era Paola quien le cabalgaba con furia a pesar de las ropas, no Esther. La erección que comenzaba a tener se desvaneció dentro de sus pantalones, y trató de poner distancia con el cuerpo ajeno empujando a Paola suavemente hacia atrás.
—Paola...—sururró. No sabía cómo se tomaría ella que le pidiese parar.
—Perdona—jadeó ella, retirándose un poco sin bajarse de su particular caballito mágico—voy... voy muy rápido, ¿verdad?
Jen negó con la cabeza y le dio un pequeño beso en la mejilla.
—No. No es eso.
No era cuestión de ir rápido o lento. Si Jen no tuviera a Esther en la cabeza, él mismo le hubiera pegado un revolcón a Paola para colocarse encima de ella y poder moverse a gusto cuerpo contra cuerpo. Sin embargo... no se le levantaba, y mucho menos ahora que había sentido el mensaje entrante. La situación se había vuelto embarazosa de pronto, y Jen no sabía cómo explicarse.
Paola puso ambas manos en las mejillas de Jen y le levantó un poco la cabeza para mirarle a los ojos.
—¿Qué es lo que pasa?—inquirió en voz baja—¿Estás bien?
—No lo sé.
—Perdona, Jen—ella volvió a disculparse y se retiró un poco más para dejarle espacio—es que me gustas mucho.
El aludido suspiró. Sí, ella se lo había dicho cuando fueron al hotel tras aquella charla de trabajo, el fin de semana anterior. Según palabras textuales, llevaba "colgada por él mucho tiempo, años incluso, apenas desde que habían empezado a trabajar juntos". Le dio una pena tremenda tener que frenarla, pero no le hacía ningún favor fingiendo, tampoco.
—¿Podemos hablar?
Fuera como fuera, intentaría explicarle. Paola se merecía que él fuera sincero por lo menos, al margen de lo peregrina que pudiera resultarle su explicación.
—Claro.
Inquieta y secretamente triste -pues Jen no había contestado "tú a mí también" a aquel "me gustas mucho"-, la muchacha se bajó del carrusel de la felicidad y volvió a ocupar la plaza del copiloto. Jen respiró aliviado involuntariamente, pues durante el restregón había estado espachurrado entre el cuerpo de ella y el respaldo de su asiento gracias al volante, ¿cómo diablos Paola se había metido allí? Ni siquiera había pensado en echar el asiento hacia atrás para tener más espacio; reaccionar a aquella acometida por sorpresa le había dejado tonto.
—Paola...
No sabía qué decirle ni cómo empezar. De pronto se sintió metido en un gran lío; un lío en el que podría haber heridos y daños colaterales. Optó por comenzar por la idea más importante de todas, la que daba vueltas sin cesar en su cabeza.
—Paola, yo no quiero hacerte daño.
No quería hacer daño a nadie. Pero aquellas palabras sonaron a tópico y a folletín de serie B.
—Pues no me lo hagas—replicó ella sonriendo, encogiéndose levemente hombros.
Jen tomó aire e hizo de nuevo el esfuerzo de poner en palabras sus pensamientos y ordenarlos.
—Yo... no sé si puedo darte lo que tú quieres.
La chica resopló y se giró en su asiento para mirar hacia delante, visiblemente molesta.
—No hacen falta excusas, Jen—dijo en voz baja—no necesito oír esos rollos, por favor. Ya soy mayor.
—Lo siento. Lo digo de verdad.
Paola tenía razón, pensó Jen. Aquel discurso sonaba a no querer mojarse, sonaba mezquino incluso.
—¿Y tú qué sabes lo que quiero yo?
Él sonrió durante un momento con cierta amargura. Sí, sí lo sabía, porque ella se lo había dejado claro. Incluso se lo había dicho. Paola quería una pareja, alguien estable que estuviera con ella; alguien para compartir placer y tiempo a jornada completa, alguien a quien presentarle a su familia. Jen no quería ni podía ser esa figura, ¿pero cómo decirlo?
En su fuero interno, no creía en ese tipo de "amor" como única posibilidad. Rechazaba la idea de formalizar de acuerdo a convenciones culturales y sociales; era una especie de filosofía de vida sin pretenderlo, basada en el miedo que le daba atarse a otra persona. Para él se trataba de un miedo lógico, ¿no había acaso más alternativas para hacer feliz a alguien? Se podía uno sentir amado y único para alguien sin estar atado a esa persona, sin necesitarlo.
Eso era lo que le ocurría con Esther, aunque nunca lo hubiera formulado así antes en su pensamiento. Si acaso estaba "atado" a Esther era porque quería: por el afecto que sentía, por las ganas constantes de estar con ella, porque le importaba lo que le pasase y porque, en resumidas cuentas, amaba hacerla feliz. Incluso se podría decir que le hacía feliz hacerla feliz. Y eso, para él, estaba a años luz de la palabra "novio" entre dos personas que pretendían estar juntas. Eso, lo que sentía por Esther, estaba más cerca de la palabra "amar" que de la palabra "pareja", en cualquier caso.
Así mismo, también le espantaba la idea de sentirse forzado. Cuando le dijo que sí a Paola (sin palabras, sólo con su cuerpo mientras se besaban y abrazaban), no pensó que fuera a sentirse tan agobiado. No pensó que terminaría así, acorralado y dando marcha atrás desde antes de empezar, en aras de un "no quiero" de fondo que no iba a ignorar. No pensó, a secas.
—No estoy preparado para tener pareja.
Una verdad como un templo, y a la vez de nuevo un gigantesco tópico. Por un momento se imaginó a Paola cabreadísima, saliendo del coche y dando un portazo final que haría temblar el chasis.
—Bueno, no tenemos que...—ella le miró y esbozó una pequeña sonrisa—podemos conocernos, ir despacio.
—Verás, es que me gustaría hablarte de algo.
Por un momento, Jen sopesó qué hacer. Sentía que le debía sinceridad a Paola, y para ser totalmente sincero debería hablarle de Esther. O, al menos, de otra persona importante en su vida, sin llegar a nombrarla. Confiaba en Paola, pero, ¿entendería ella el tipo de relación que él mantenía junto con Inti y Álex? ¿Debía hablarle de eso? "¡No!" se alzó espantada su voz interior. Pero qué coño, ¿y por qué no?, se rebeló inmediatamente. Tal vez el malestar de Paola se redujese cuando él se lo explicara, ¿qué riesgo había?
—Ah. ¿Sobre qué?
—Pues... ¿recuerdas que te hablé de alguien especial en mi vida?
Paola asintió.
—Sí. Una amiga, ¿no?
Sí, "una amiga", así lo había expresado Jen cuando se lo intentó explicar la primera vez.
—En realidad es mucho más que una amiga—suspiró y apartó por un momento la mirada.
—Oh. ¿Una follamiga, entonces?
Jen soltó una pequeña carcajada, los ojos fijos en el salpicadero. ¿Se podría considerar que Esther era su "follamiga"? Se la follaba, eso era cierto. Pero no, definitivamente no era el mejor concepto para definir su relación.
—No se trata solo de eso—murmuró.
—Ella es muy especial para ti. Y te la follas—recapituló Paola.
Jen alzó los ojos hacia ella y sonrió un poco.
—A veces sí.
Dicho así sonaba de coña, pero no era más que la verdad.
—Y no es tu pareja.
—No.
Paola quedó por un momento pensativa. Estaba tensa con la conversación, tal vez incluso comenzando a enfadarse. Aquel último "no" no le entraba en la cabeza.
—¿Y entonces qué es?
Jen respiró hondo antes de responder. Tenía una última oportunidad para no hablar de ello, para enterrar el asunto y que simplemente Paola pensara que era un gilipollas. Pero no lo haría.
—Es mi sumisa.
A Paola se le desencajó la cara. Aquella chica que se abrochaba la blusa hasta el último botón, perfeccionista, disciplinada y con ganas de tener novio, era lo más vainilla que existía. Jen no tenía ni idea de esto pero lo supo inmediatamente al ver su reacción. Antes de decirlo no había podido "calcular" nada, porque en estas cosas -en casi todas las cosas- uno no se puede fiar de las apariencias: los que se abrochan la blusa hasta el último botón también pueden tener fantasías truculentas y profundas, claro que sí.
—¿Tu... sumisa?
—Sí.
La chica tragó saliva, visiblemente impactada.
—¿Te refieres a... sadomasoquismo y esas cosas?
—Más bien "esas cosas"—rió Jen casi para sí. No iba a explicarle a Paola que él no era sádico ni Esther masoquista. Se hacía cargo de que mucha gente imaginaría una escena a media luz en cuero y látex al escuchar la palabra "sumisa", eso era un hecho.
Paola retrocedió en su asiento.
—¿A ella le gusta obedecer?—inquirió, con gesto de no entender nada.
Jen no pudo evitar reír más abiertamente ahora.
—No, no le gusta obedecer. Le gusta obedecerme—señaló. Eso era importante. Igualmente podía haber dicho "le gusta obedecerme a mí y a dos más como yo", pero decidió guardarse esa apreciación.
—Qué sobrado y machista.
—He dicho que le gusta, solo eso. Ella decidió ser mi sumisa y eso sinigifica que lo es conmigo porque quiere, no que le guste mostrarse sumisa en general. Todo lo contrario.
—Oh.
Viendo la cara que ponía Paola, Jen comenzó a pensar que se había equivocado contándole aquello.
—Tal vez te parece muy raro—aventuró.
—Así que tu sumisa—prosiguió ella como si no le hubiera oído—y dime, ¿también le pegas?
Al oír aquello fue Jen quien retrocedió.
—¿Que si le pego?
—Sí, claro. Con una fusta, con un látigo. ¿O te va más darle de puñetazos en la cara? Discúlpame, no sé cómo funciona la historia.
Jen contuvo el aliento. Aquellas palabras dolieron profundamente. Su mano se crispó fuera de la vista de ella, agarrando el borde del asiento, cuando se dio cuenta de que comenzaba a enfadarse. ¿"Puñetazos en la cara"? ¿"Cómo funciona la historia"? ¿"Machista"?
—La historia funciona según quien la vive—respondió en tono raramente cortante. Estaba claro que había quien usaba las prácticas de BDSM como excusa para descargar sus complejos, su ansiedad y su agresividad. Estaba claro que tal vez hubiera algún desgraciado -o desgraciada- que abusara, anulara a otro y diera palizas y puñetazos hasta reventarle la cara bajo aquellas siglas. Estaba claro que podría haber también masoquistas sexuales a los que los puñetazos les excitaran, pero ese no era el caso de Esther. No valía la pena explicarlo.
—Supongo.
—Jamás le daría un puñetazo. Nunca.
El tono de Jen sonó glacial ahora, con el tipo de frío que quemaba, mientras la ira se gestaba en sus venas. No era proclive a enfadarse, pero sólo haber pensado aquello le había revuelto el estómago. Esther era su niña, casi en sentido literal; la quería, le gustaba verla sonreír, le gustaba descubrirla a través de complacerla. Jamás le pondría una mano encima, jamás. Nunca.Nunca la tocaría siquiera sin su consentimiento.
De hecho, si alguna vez alguien le ponía la mano encima a ella, sentía que no respondería de sus actos. Con Inti le había costado contenerse tiempo atrás, aunque el hecho de que Álex saltara ayudó.
—Bueno, yo creía que la cosa iba de eso—dijo ella— No quería ofenderte.
—No te preocupes.
—Pero tú estás... ¿estás enamorado de ella?—inquirió tras un breve lapso de silencio—¿O solo la utilizas?
"Enamorarse". Qué sobrevalorado estaba eso. Engancharse, deslumbrarse. Algo que podía sentirse también hacia un objeto, hacia un lugar, una gema, una flor exótica o una obra de arte.
En cuanto a lo de utilizar, qué decir. Sí, más bien la "usaba" en la cama, y ella le pedía que lo hiciera.
—La quiero—respondió—Yo... la quiero. Te estoy diciendo esto... porque me doy cuenta de que, ahora, ella es La Única para mí.
Se mordió el labio con fuerza. En parte se rebelaba contra aquello, y desde luego odiaba decirlo, pero se había dado cuenta de que así era a medida que hablaba. Muchas cosas pasan desapercibidas hasta que son verbalizadas, y sólo entonces uno es consciente de ellas.
—La quieres—asintió Paola—bueno. No fue la única ni decías eso cuando estuviste conmigo en el hotel.
Vaya golpe bajo. Pero tenía toda la razón.
—Me dejé llevar porque me gustas—respondió él—Pero creo que tú necesitas ser la única para alguien, y conmigo... conmigo no lo serías.
Paola rió con sarcasmo. Se sentía despechada. Jen debía haber previsto que el despecho hace a algunas personas capaces de todo.
—Qué sobrado—repitió—A lo mejor lo que pasa es que si no hay látigo y cuero no se te levanta. Discúlpame, cuando me hablaste de alguien especial pensé que sería una amiga o una ex, pero no que tuvieras una parafilia.
Una vez dicho esto, abrió la puerta del copiloto para salir del coche. Se mantuvo vacilante unos segundos, tensa, como aguardando a que Jen hiciera algún movimiento para retenerla. Sin embargó, él no mostró ni el más mínimo amago.
Tampoco respondió esta vez a lo de ir de sobrado, ni a lo de la parafilia. De qué serviría. Ella estaba ahora con la coraza puesta, predispuesta a no entenderlo.
—Adiós Jen—dijo al fin, antes de abrir la puerta y salir del vehículo.
—Adiós, Paola.
No la miró mientras se alejaba, sino que a tientas buscó su teléfono móvil.
"Maldito cabrón", decía el mensaje de Esther. Casi le golpeó desde la pantalla, y por un momento pensó que ella habría equivocado el destinatario. Pero ¿cómo equivocarse? sólo le tenía a él como contacto, él mismo le había dado su antiguo móvil. ¿Por qué le decía eso?
Claro... desde que ella sabía lo de Paola, todo había cambiado. Se sentía herida, a pesar de que habían hablado de ello y ella había razonado argumentos sin que él se lo pidiera. Tal vez por eso le llamaba maldito cabrón ahora, porque en el fondo le dolía no sentirse única para él. Lo gracioso era que para él siempre había sido "unica", y que ahora, además era La Única. No que él se lo fuera a decir.
Le llamó la atención que ella tuviera tiempo para pensar en eso si estaba trabajando. Bueno, había oído algunas veces que la estructura cerebral de las mujeres era diferente a la masculina, y que ellas normalmente tenían más facilidad para lo que llaman "multitarea". Pero aun así.
¿Tal vez le había pasado algo? ¿Tal vez algo había salido mal en el trabajo, y por eso ella se había sentido así y le salió decir eso?
De pronto se preocupó. ¿Habrían echado a Esther del pub o algo así? ¿Estaría ella ahí ahora, o estaría en la calle, pensando, y por eso había mandado aquel mensaje?
Sacó su cartera y rebuscó un papelito donde le había hecho apuntar a Esther la dirección del pub. No era que pensara seguirla hasta ahí, sólo era por seguridad, una medida prudente para saber dónde ir si ella le necesitaba.
Abrió el papelito, consultó su mapa mental para encontrar el nombre de la calle y puso el coche en marcha. Creía que conocía la ubicación, o al menos el nombre de la calle le sonaba y sabía al menos hacia donde dirigirse. Una vez allí, si la dichosa calle se resistía a ser encontrada, trataría de preguntar a alguien.
Mientras salía del parking tecleó apresuradamente su número antiguo para llamar a Esther. Mierda, quería abrazarla después de leer aquel mensaje, explicarle lo importante que ella era para él, asegurarse de que estaba bien. Pero ella no cogió el teléfono.
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En aquel mismo momento, Inti abría la puerta de entrada al piso y se hacía a un lado para que quien fuera que hubiera al otro lado pudiera pasar.
—Gracias por venir—le dijo al recién llegado. Se trataba de un hombre delgado y más alto que él, cuyo cabello largo llegaba hasta el final de su espalda—no sabía a quién llamar.
Silver sonrió con cierta preocupación mientras entraba en la vivienda. Su amigo estaba pálido, y lucía llamativos surcos grises y profundos bajo los enrojecidos ojos. Tenía una cara horrible.
—Está bien, rubio. Para eso estoy.
—Gracias, en serio.
Inti bajó la mirada y pareció de pronto a punto de romperse ahí mismo. A Silver se le encogió el estómago y dio un paso hacia él para abrazarle, por mucho que supiera que el rubio era alérgico al rollo "oso amoroso". Sólo una vez, años atrás, le había visto tan frágil.
—Tranquilo, amigo...—murmuró mientras le estrechaba con firmeza entre sus brazos—¿Qué es lo que pasa?
—Me siento muy mal...—Inti rompió a llorar sin previo aviso contra el pecho de Silver. Un llanto descoordinado, enrarecido como si llevara mucho tiempo anudado en su pecho—he hecho... yo he...
Las palabras se atrancaban. Tropezaba con ellas. Era una batalla perdida tratar de explicarse; solo podía llorar. Ahora que el dique se había roto gracias a aquel maldito abrazo, Inti solo podía llorar. La sensación de que nunca podría parar le producía tanta angustia que le cortaba la respiración, y hacía que el llanto fuera agónico.
—Tranquilo...—Silver le estrechó con más fuerza, sintiendo cómo las lágrimas del rubio humedecían su pecho a través de la camiseta negra que llevaba—oye, ¿estás solo? ¿Dónde está Álex?¿Y Jen?
Le preocupaba pensar cuánto tiempo llevaba su amigo así. En cierto modo le dolía pensar que aquella especie de ataque de pánico le había dado solo en casa, sin nadie que pudiera ayudar.
—J-jen salió con su novia. Y Álex... Álex ha salido—explicó Inti como pudo entre sollozos. Lloraba desconsolado, como un niño lastimado—N-no sé dónde ha ido.
—Shh... bueno, tranquilo. Vamos a tu habitación, ¿sí? O al salón, por lo menos.
Inti se zafó suavemente del abrazo de Silver y asintió.
—Prefiero en mi habitación—consiguió decir mientras se secaba los ojos con el dorso de la mano—G-gracias.
—Genial. Llévame.
Silver siguió a Inti por el pasillo hasta llegar a su habitación. Entró tras él, y esperó a que el rubio cerrara la puerta y se sentara en su cama para acomodarse a su lado.
—Qué pasa, Inti—le dijo en voz baja. No tenía ni idea de lo que había secuestrado a su amigo así—Qué pasa, nene.
Inti torció la boca al escuchar la última palabra, pero no dijo nada sobre eso.
—Soy patético, Silver. Soy un mierda.
—¿Qué dices ahora? ¿Por qué dices eso?
Inti ocultó la cara entre las manos y sollozó.
—Porque por fin me veo en el espejo—gimió contra las palmas de sus manos.
—¿Qué espejo, qué dices? Inti, nene, no te entiendo.
Silver empezó a preocuparse de verdad. No tenía ni pajolera idea de lo que el otro estaba hablando. De hecho, Inti parecía inmerso en una especie de shock, solo capaz de balbucear lo que parecían incoherencias.
—Yo... he tratado mal a gente. Muy mal.
Rompió de nuevo a llorar al decir aquello, y Silver no pudo por menos de abrazarle otra vez.
—Venga ya, nene. ¿A quién has tratado mal?
—A mucha gente. Y-yo no quería hacerlo. No me di cuenta. No me di cuenta.
Inti comenzó a llorar con verdadera fuerza, y Silver pasó de estar preocupado a asustado. Volvió a estrecharle con firmeza, aunque esta vez el rostro de Inti se hundía en su hombro y no en su pecho.
—Nene, tienes que explicarme para que te pueda entender. ¿A quién has tratado mal? ¿Qué es lo que has hecho?
—A Taylor. A Balle. A Esther—sollozó el rubio—A Kido. A Álex y a Jen.
—¿Qué le hiciste tú a Kido?—inquirió Silver con incredulidad.
Inti sorbió por la nariz. Le dolía decir toda esa mierda, pero a la vez no soportaba continuar teniéndola dentro.
—Obligarle a que viviera como yo quería—respondió—Me esforcé en eso porque pensé que así le estaba cuidando. Pero ya ves. De qué sirve eso.
Silver sonrió mientras mantenía abrazado al rubio contra su cuerpo.
—Nene, tú le querías proteger. Además... conocemos a Kido. No podías obligarle a nada por mucho que lo intentases—añadió, dándole a su amigo un pequeño beso fraternal. Le hubiera besado en la frente de estar cara a cara con él, pero en esa posición era su hombro lo que más cerca tenía, así que estiró un poco el cuello para besarle allí, sobre la camiseta.
Inti se puso un tanto rígido en el abrazo pero no dijo nada de que aquel beso le hubiera molestado. Realmente sentía que había cruzado un límite y estaba sin energías, así que cualquier muestra de cariño era bien recibida en silencio. No estaba tan mal recibir cariño de vez en cuando, después de todo. Y esta mierda ñoña quedaría, esperanzadoramente, solo entre Silver y él.
—¿Y a Álex y a Jen? ¿Qué les has hecho?—inquirió Melenas.
El rubio tragó saliva y respondió tras unos segundos.
—Querer quedar siempre por encima de ellos—repuso a regañadientes—cuando ni yo mismo entendía lo que estaba haciendo.
—Bueno, nene. Puedes hablar con ellos. Pero no creo que sea algo imperdonable eso.
Para el rubio lo era, o eso parecía. Aunque, ahora, por lo menos estaba llorando con más calma, o no con tanta angustia como antes.
—Yo mismo no soportaría vivir conmigo.
—Qué dramático eres, pero si eres la joya de la familia. Anda, ven aquí. Sécate los mocos.
Sonriendo, Silver se quitó la chaqueta y la dejó sobre la cama a su lado. Luego se quitó la camiseta negra y se la tendió a Inti para que éste se secara la cara.
—Pero te la voy a llenar de mierda—le dijo este con una cara de pena que en otro contexto hubiera resultado cómica.
—De mierda no. Para que te limpies el culo no te la dejo—aclaró Silver tras guiñarle un ojo—Sécate, anda.
Tras limpiarse las lágrimas con la camiseta de Silver, Inti se dejó caer agotado sobre la cama de nuevo. Aun sollozaba a ratos, pero las convulsiones que agitaban su pecho se sucedían más espaciadas a medida que se relajaba poco a poco.
Silver continuó sentado al borde de la cama, a su lado. Le cogió la mano y se acercó un poco más a él.
—Vaya chungo que te ha dado—le dijo.
Inti cerró los ojos y exhaló despacio, tratando de calmarse por completo.
—Hace poco fui a varios sitios y eso me cambió, no sé cómo. Lo último fue que un chaval me dio un papelajo de propaganda y me dijo "apúntate, capullo". Y terminé metido en un cuarto con otro tío haciendo meditación.
Silver no pudo evitar una carcajada sin maldad. No hubiera esperado que el rubio dijera algo como eso.
—¿Meditación?—inquirió con curiosidad.
—Bueno, no sé. No sé si hice meditación al final o qué.
El propio Inti se rió un poco al reconocer aquello, aun con lágrimas en los ojos.
—A ver, nene. Un chaval te dio propaganda, y dices que te metiste en un cuarto con otro tío. Si no fue meditación lo que hiciste, ¿entonces qué fue?
—Me estás poniendo malo con lo de "nene", ¿lo sabías?—dijo Inti. Claramente no estaba molesto, porque sonrió—parece que me quieras follar.
Silver rió de nuevo. Al menos, poco a poco, Inti volvía a ser el de siempre, aunque estuviera agotado.
—Vaya manera de cambiar de tema. Y si te quisiera follar no te llamaría "nene", no te hagas ilusiones. "Nene" es como decir mi hermano, mi amigo.
—Ya—replicó el rubio con los ojos cerrados—y si te pido que me abraces ahora, seguro que pensarás algo gay.
—Ja, ja, ja. ¿Eres gay, Inti?
—Yo no. ¿Tú?
—Sabes que no.
Inti rió quedamente y se apartó hacia la pared para dejar espacio en la cama.
—Pues abrazame, por favor. Pero no te lo tomes como algo raro.
—Ah, tranquilo, no me voy a empalmar—replicó Silver mientras se tendía junto a Inti sobre la cama. No era una cama enorme, así que para bien o para mal tenían que estar prácticamente pegados el uno al otro.
—Más te vale, pecho-lobo.
—Ven aquí, rubita—bromeó mientras rodeaba a su amigo con un brazo y le atraía hacia sí—¿Ya no tienes ganas de llorar más?
Inti apoyó la mejilla contra el latido del corazón de Silver y allí mismo negó con la cabeza.
—Estoy demasiado cansado.
—Arruinarme la camiseta era lo único que querías, ¿verdad? Pues que sepas que me la compré en el rastro y fue una ganga.
Quería hacer de nuevo reír al rubio, por eso decía tonterías. Sentía que la risa alejaba a su amigo de la angustia, lo mismo que la cercanía y el contacto.
—Ya, ya sé que tú no te vistes de diseño—replicó este.
—Eh. El diseño del mercadillo es tan válido como cualquier otro, nene.
—Otra vez lo de nene. Oye, por cierto, una pregunta.
—Dime.
Inti abrió los ojos por un momento para mirar a Silver, pero volvió a cerrarlos inmediatamente.
—Has dicho que "nene" no es para follar. ¿Cómo me llamarías si quisieras follarme?
Vaya con la preguntita.
—¿Qué?
—Que cómo me llamarías si quisieras ligarme para follar.
—Yo qué sé—respondió Silver—no te quiero follar.
—Ya, ya. Pero, en caso de querer, ¿cómo me llamarías?
Silver se incorporó sobre un codo sin dejar de abrazar a Inti y apoyó su frente contra la ajena. No supo muy bien por qué hacía aquello, a decir verdad. Se dijo que para sentir más cerca al rubio solamente.
—No sé. Algo entre "puta" y "mi amor", supongo—murmuró. A esa mínima distancia, la piel de Inti olía a limpio, a lágrimas y a estrés.
El rubio abrió los ojos al sentir el contacto de la frente de Silver contra la suya. No vio nada más que los ojos de éste, enormes y desenfocados por estar tan cerca.
—Qué bonito—graznó en un susurro, tal vez con ironía o tal vez no.
Algo -a saber qué- le indujo a levantar un poco la cabeza, y entonces las narices de ambos chocaron. Inti sintió la respiración de Silver acelerarse de pronto contra la suya cuando eso ocurrió; abrió la boca para decir algo más, pero, en lugar de eso, sabe dios por qué, sacó la lengua para lamer los labios de su amigo.
Solo fue una pasada de lengua, un lametón que duró una décima de segundo. Al instante siguiente se apartó con brusquedad, asustado de lo que acababa de hacer. Dios, ¿le acababa de chupar la boca a Silver?¿Había sido algún tipo de locura transitoria lo que le había dado, o algo así? Su corazón latía furiosamente y su mente no comprendía nada.
Pensó que Silver se mosquearía por el lengüetazo a traición, pero, lejos de ello, su amigo sonrió sin moverse de su posición sobre la cama.
—Qué haces, nene—le espetó con cierta sorna. En el fondo disfrutó un poco la cara descuadrada de Inti cuando éste se apartó.
—Olvida eso, por favor. No sé por qué mierdas lo he hecho.
Silver se rió.
—Tranquilo. No pasa nada.
—Mierda, joder—resopló Inti, volviendo a dejarse caer sobre la cama—perdóname, Silver.
—No, tranquilo—repitió este—Me ha molado.
—¿Qué?
Silver se recostó de nuevo y buscó a tientas la mano de Inti.
—En serio, me ha molado—ratificó— Oye, ¿ tú no deberías dormir?
Inti soltó una carcajada. ¿Dormir? ese tío estaba loco. ¿Cómo podía soltar eso de "me ha molado" y a continuación "deberías dormir", como si hubiera comentado cualquier cosa normal?
—Explícame eso de que te ha molado—exigió. Tenía ganas de salir corriendo, y a la vez de apretarse de nuevo contra el cuerpo ajeno buscando calor, pero se resistió a ambas cosas.
—Ah, no le des vueltas. Nada, no sé. Ha sido agradable.
—¿Te ha mordido la lengua otro tío alguna vez?—soltó el rubio de sopetón.
—¡No me has mordido! Espera, ¿eso quieres? ¿Morder lengua?
—¡No!—¿No? No sabía ni lo que quería, de repente no tenía ni idea—es igual.
—Tranquila, rubita, que no te voy a violar. Oye, ¿prefieres que me vaya?
Silver hizo amago de levantarse mientras decía esto, pero Inti le agarró por el hombro y presionó para hacerle tenderse otra vez.
—No, por favor. No te vayas.
—No quiero que estés incómodo.
—No lo estoy. No lo estoy, lo siento.
Inti estaba demasiado cómodo en realidad. Y comenzaba a sentirse agitado de cintura para abajo, un tipo raro de "ganas" que no recordaba haber sentido antes.
—Tranqui. Me quedo contigo si tú quieres—dijo Silver, volviendo a reclinarse en la posición de antes.
—Gracias. Lo siento.
—No tienes nada que sentir. Pero deberías dormir un poco, en serio.
Inti volvió a cerrar los ojos, y entonces se permitió acercarse más a su amigo. Exhaló con alivio cuando este volvió a abrazarle.
—Silver, ¿puedo preguntarte algo?
—Claro, dime.
—¿Crees que debo hablar con Esther?—Por una parte le parecía obvio que debería hablar con ella, pero por otra parte no sabía si hacerlo importaba o no, si ayudaría en algo a reparar el daño que hubiera podido hacer. Y no sabía qué más decirle aparte de "lo siento".
—Bueno, comunicarse es perfecto. Así sabrías también lo que piensa y siente ella, si te lo dice.
El rubio asintió contra el pecho de Silver. Eso era importante, sí.
—¿Puedo preguntarte otra cosa?—inquirió, sin moverse un centímetro de la piel ajena.
—No te duermes, ¿no?
—Joder. No puedo.
—Ja. Dale, pregunta.
—¿Has estado con otros tíos?—musitó el rubio, en tono de hablar del tiempo, estudiadamente distraído—¿Qué otra postura hay para hacerlo con otro tío que no sea a cuatro patas...?
—Ja, ja. Qué tipo de pregunta es esa, la última. Por favor. Muchas.
—Así que sí que has estado con tíos.
—Nah. Alguna vez. ¿Quieres que te enseñe cómo se hace o qué?
Inti abrió un ojo y miró a Silver con suspicacia.
—Con que lo expliques es bastante, creo.
—Bueno. Pues lo puedes hacer de lado, por ejemplo.
—De lado es igual de malo que a cuatro patas—rezongó el rubio por lo bajo—no ves la cara de quien te folla.
—Ah, así que es por eso. Vaya, qué romántico te has vuelto—Silver contemplaba a su amigo con una chispa divertida en los ojos—Bueno, supongo que también se puede hacer frente a frente.
—¿Supones?
—No sé—dijo con tono juguetón—Deja que lo compruebe.
Y entonces, sin previo aviso, saltó encima del rubio igual que lo haría un cachorro grande con ganas de juego sobre su hermano de camada.
Supuso que Inti se pondría furioso y empezaría a manotear como una cucaracha panza arriba; que le empujaría para zafarse de él, pero el rubio no hizo nada de eso. Sí retrocedió un poco como pudo bajo el peso de su amigo, evadiendo su cadera.
—Qué haces, joder—masculló en un hilo de voz.
—Te estás poniendo rojo, Inti—Silver se contuvo. Era tentador comenzar a darle lamidas de vaca por la cara o algo semejante, sólo para descuadrarle más. Pero se acordaba de cómo lloraba Inti hacía un rato, y se dijo que aquel momento probablemente no era el mejor para llevarle al límite.
—Y qué quieres—repuso este— Estás encima de mí.
Silver se incorporó un poco para mirar a su amigo en perspectiva.
—Abre las piernas—le dijo—te voy a enseñar cómo se hace.
—Venga ya. ¿Ahora me das órdenes?
Pero el rubio ya había obedecido sin pretenderlo.
Silver se arrodilló sobre el colchón, entre sus piernas separadas, y le sonrió. La expresión en el rostro del rubio se le antojó terriblemente tierna, pues reflejaba de pronto la más absoluta indefensión, la fragilidad en persona bajo él. Sopló para retirarse de la cara un mechón de lacio cabello negro y extendió la mano para acariciarle la mejilla, enrojecida y surcada de lágrimas secas.
—Vaya chandal más cutre llevas—murmuró mientras tomaba una de las piernas de Inti con cuidado, casi con mimo. Dejó que el pie de éste descansara sobre su hombro, y luego hizo lo mismo con la otra pierna.
—Joder...—Inti miró a Silver con lo que a este le pareció impotencia. Apretó los dientes cuando sus muslos descansaron sobre los costados de Silver, pero no hizo ni el más mínimo intento de romper aquella posición.
—Mira. Por ejemplo así. Solo basta juntarme y contigo y "bang-bang-bang"—sonrió sin ninguna vergüenza, haciendo amago de levantar la cadera para unirla a la del rubio mientras le agarraba de los tobillos— Y nos vemos las caras.
—Y nos podemos besar—añadió Inti. ¿En qué diablos estaba pensando? No podía dejar de mirar los labios de Silver.
—Sí. Aunque sin ropa mola más.
Silver se giró lo justo hacia el pie de Inti que descansaba sobre su hombro derecho, y comenzó a tirar de los cordones de su zapatilla. Sin decir palabra, se tomó tiempo para desatarlos, aflojarlos y después quitársela junto con el calcetín. Acercó un poco más la cara al pie del rubio, sosteniéndolo en su mano, y le dio un suave beso en el empeine.
Inti empezó a temblar. Maldijo en silencio por no poder controlar su propio cuerpo, y más aun al sentir que dejaba escapar un gemido cuando su amigo se giraba hacia su otro pie.
—Eso que estás haciendo no es muy higiénico—se atrevió a decir, con la voz quebrada por el nerviosismo.
Silver rió mientras hacía lo propio con la otra zapatilla de Inti y su calcetín.
—A peores cosas me he acercado, puedes estar seguro—dijo mientras le daba un beso igual de breve y suave que el anterior.
—Qué horror.
El rubio se estremeció. Tal vez porque estaba escandalizado, o tal vez porque el contacto de los labios cálidos de Silver le había gustado... demasiado.
—¿No quieres que te quite más ropa?—le vaciló Melenas en el mismo tono desvergonzado de antes.
—Quiero que me beses.
—¿Qué?
—Quiero que me beses—repitió Inti en un susurro—Como te rías de mí o se lo cuentes a alguien, te mato. Ni siquiera a tu novia, sumisa o lo que sea.
Silver se inclinó hacia delante sobre el rubio, aun conservando los talones de este sobre sus hombros.
—¿Vas en serio?—preguntó en voz baja, con la cara de Inti a milímetros de la suya. Sonreía como si simplemente estuviera haciendo algo divertido, jugando a las peleas o algo así.
—Sí, joder—gruñó Inti. Se le ocurrió que tal vez necesitaba ser salvado aquella noche, rescatado por una especie de príncipe azul (o negro). Qué más daba si ese príncipe era su amigo por un momento; qué más daba si esa fantasía era absurda, tan absurda como hacer meditación.—Quiero sentirme bien.
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Justo cuando los labios de Inti y los de Silver se fundían en un beso que llevaba todas las papeletas para ser largo y húmedo, Jen estacionaba el coche en su plaza frente al edificio de apartamentos.
Había estado "patrullando" las calles un buen rato, buscando sin éxito el maldito Pub donde supuestamente estaba trabajando Esther. La búsqueda se había tornado desesperada una vez encontró la calle; se la había recorrido de cabo a rabo, había dado mil vueltas, para llegar a la conclusión de que aquel pub no existía. O al menos no allí.
En el número de la calle que Esther le había dado solo había un bazar oriental, y a su lado un local en obras con un cartel de "se vende" en la fachada.
Jen no había desistido aun así. Había aparcado el coche y había continuado a pie, incluso dirigiéndose a algunos transeuntes -pocos había, a decir verdad- para preguntarles. Nadie conocía ni remotamente el pub. A ninguno de los que preguntó le sonaba ni siquiera. Y Jen, entonces, no pudo por menos de pensar que no era que Esther se hubiera equivocado al escribir la dirección, sino que, claramente, le había mentido.
No había parado de llamarla a cada rato sin obtener respuesta, hasta que ella desconectó el móvil, o la batería se acabó, o sabe dios qué ocurrió.
Más preocupado que nunca, Jen había subido de nuevo al coche, sin saber qué pensar, sintiendo en la garganta la tenaza del miedo creciente. No podía evitar pensar que todo aquello era muy raro, que tal vez le había pasado algo a Esther, y que no tenía ni idea de dónde estaba. Y sobre todo, ¿Por qué le había mentido ella? Eso era lo último que él hubiera esperado. ¿Mentirle, su Esther? Ah, qué ingenuo había sido.
Luchando por controlar el temor irracional que se apoderaba de él, había conducido de nuevo hasta casa, pensando que desde allí podría hacer más que si se quedaba el resto de la noche peinando la ciudad y llamando a un móvil apagado.
Había conducido en modo mentalmente automático, sin apenas ver por dónde iba. Había estacionado en su plaza de la misma manera, sin pensar en lo que estaba haciendo, con la cabeza muy lejos de allí.
Una vez aparcó, quitó el contacto y se mantuvo dentro del vehículo durante unos instantes. No se sentía preparado para subir a casa y esperar sin más, en silencio, aguantando aquella carga dentro de sí sin poder hacer nada.
Teniendo en cuenta la relación que mantenían con Esther, lo suyo sería hablar el tema con sus compañeros de piso e informarles, darles opción a hacer algo. Compartir al menos la búsqueda y la espera, así como la incertidumbre porque, al fin y al cabo, ¿quién había dicho que Esther volvería? Si ella se había largado así, mintiendo por razones desconocidas -si acaso las había-, era lógico pensar que existía también la posibilidad de que se hubiera hartado de su vida allí, y de que no fuera a volver. Aunque se hubiera marchado con lo puesto. Ja, justo de esa forma ella había llegado a ellos: con lo puesto, después de andar vagando por ahí con una mano delante y otra detrás. Eso por no mencionar que, la última vez que se marchó, fue tras decir precisamente aquellas palabras: "maldito cabrón". Todo encajaba.
Tal vez Inti o Álex tuvieran alguna explicación para todo aquello, o sabrían qué hacer. Jen sentía que por su parte ya no daba más de sí él solo, después de lo de Paola, de aquel mensaje y de la búsqueda del pub inexistente.
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—Estoy cachondo, Silver. Sería capaz de meterme un autobús por el maldito culo ahora.
El aludido rió tras aquella confesión y lamió el mentón del rubio. Aun estaba sobre él, inclinado por encima de su cuerpo para besarle y comenzando a crecer dentro de los pantalones contra su muslo.
Quién lo hubiera dicho, terminar así con un amigo de toda la vida, ¿se podía considerar eso una noche loca? Eso era, sí. Una noche loca de la que nadie sabría nada, de la que tal vez ni ellos volverían a hablar, pues seguro que el rubio trataría de enterrarla cuando volviera en sí del todo. Porque solo cabía pensar que Inti estaba enajenado ahora, para bien o para mal.
—Yo también lo estoy—admitió—me has puesto a mil cuando llorabas como un capullo.
—Estás enfermo.
—Bastante.
Justo cuando Silver deslizaba la mano bajo la camiseta de Inti para acariciar su estómago y su pecho, se escuhó una llave girando en la puerta.
—Mierda—siseó el rubio. Por costumbre ya tenía el oído fino para identificar y reconocer cada sonido en la casa—creo que alguien acaba de llegar.
—Oh, joder.
—No, espera. No te muevas—gruñó, sin poder evitar moverse contra Silver buscando su cadera en aquella posición—La puerta está cerrada.
Buscó a tientas el mando de la minicadena en la mesilla de noche, girándose en lo que podía hacia aquel lado. Dio al botón de encendido, y la música contenida en el CD que había en su interior comenzó a sonar, un tema titulado "firestarter" que jamás pasaría de moda. Inti subió el volumen para que quien fuera que acabase de llegar supiera que estaba allí, y al mismo tiempo no pudiera oír desde fuera lo que Silver y él hacían.
—Ya está—jadeó, también por el esfuerzo realizado en aquella maniobra—quítame mas ropa, Silver. Quiero sentirte.
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En un primer momento, Jen pensó que estaba solo en casa. No había nadie en el salón, ni en la cocina, como pudo comprobar cuando entró a servirse un vaso de agua. Pero entonces escuchó música procedente de una de las habitaciones, y rápidamente se dirigió hacia allí. Aunque cuando llegó ante la puerta cerrada se abstuvo de llamar, pues se oían ruidos de somier chirriando al otro lado por debajo del pulso de la música. Alguien se lo estaba montando ahí dentro a lo bestia, ¿Inti? ¿Alex? ...¿Estaría acaso con Esther, alguno de ellos?
No quiso irrumpir en medio de aquella fiesta, así que, de cualquier modo, solo le quedaba esperar. Sacó su movil y optó por enviar un discreto mensaje a cada uno de sus compañeros: «Estoy en casa, tengo algo importante que deciros». De nada serviría asustarles de antemano a distancia, escribiendo que Esther estaba "desaparecida" o algo así.
Envió los mensajes, guardó el móvil y cruzó el pasillo para ir hacia el salón. Una vez allí, se descalzó y se sentó a lo indio sobre uno de los sofás, cruzando las piernas. Dejó el móvil bien visible sobre la mesa de café, y encendió la televisión para no escuchar la música que llegaba desde la habitación de Inti.
No supo cuánto tiempo pasó así, mirando la pantalla sin prestar atención a lo que ocurría en ella. Sólo el sonido de la puerta de entrada al abrirse con energía le sacó de sus ensimismamiento.
Se giró lo justo para ver que era Álex quien acababa de entrar, tras dar un sonoro portazo y sin ni siquiera saludar con su acostumbrado "hola, seres inferiores". El recién llegado dejó las llaves ruidosamente en la consola junto a la pared, haciendo temblar la lamparita sobre ella, y se dirigió a grandes zancadas hacia el salón, donde se dejó caer sobre el sofá junto a Jen, sin mirarle.
—¿Hola?—saludó este, bastante sorprendido por aquella entrada triunfal.
—Hmpf.
—...¿Qué te pasa?
Álex miró a Jen entonces echando chispas por los ojos, pero no respondió.
—¿Has recibido mi mensaje?—inquirió Jen.
—¿Qué mensaje?—repuso el otro—No. ¿Qué carajo es esa puta música?
—Oh. Bueno. Inti está... ocupado, creo.
—¿Ocupado?
—Es igual. Oye... creo que Esther nos ha mentido, Álex. No tengo ni idea de donde está, ni me coge el teléfono.
El aludido se echó a reír entonces, para sorpresa de Jen.
—¿Que nos ha mentido? Ya, ya lo sé.
Era precisamente eso lo que le ardía en las venas.
—Oh.
—¿Tú también fuiste a buscarla?
—Ah, bueno, no... no exactamente—explicó Jen—sólo que me preocupé por algo que... bueno, no importa. Sí, fui a buscarla a ver si estaba bien, y...
—Y te encontraste un maldito bazar chino en la dirección—terminó Álex con un resoplido. No se había sentido tan estúpido en mucho tiempo, incluso se sentía "utilizado", ¿por qué diablos Esther no había dicho la verdad y le había hecho dar vueltas hasta donde el diablo perdió las chanclas? Joder, él la había apoyado en todo, la había acompañado al psicólogo, había estado siempre de su lado desde que empezó a conocerla, ¡no sentía que mereciese eso!
Él la quería, y pensaba que ella también le quería a él. Por eso había pensado ir al pub, para darle una sorpresa, y si acaso esperarla hasta que terminase para volver juntos a casa si ella quería. No entendía el porqué de la mentira, ya que, realmente, si Esther le hubiera dicho que no quería decirle dónde estaba, él hubiera respetado eso. ¿O no?
Pero la comedura de tarro no era lo peor. Lo peor era que Esther podría estar ahora en cualquier parte, incluso podría habersela "metido doblada" y haberse largado para no volver, sin nisiquiera despedirse. Y si daba con algún loco o alguna loca, y por lo que fuera no podía defenderse sola, ellos nunca lo sabrían.
—Sí—suspiró Jen—Un bazar, sí. Cerrado.
—Jen, ¿tú sabes algo que yo no sepa?—inquirió Álex, entre preocupado y aun furioso—si es así explícamelo, por favor. Porque no entiendo nada.
El interpelado negó con la cabeza inmediatamente, aunque a la vez intentó hacer memoria. Tal vez Esther había dado alguna señal que se le hubiera pasado por alto, algo raro en los días previos, lo que fuera, a lo cual él no le hubiera dado importancia. Pero no, creía que no... aunque tampoco se podría decir que hubiera estado alerta él mismo, porque en todo momento había dado por hecho que ella decía la verdad respecto a su trabajo en aquel pub irlandés.
—No, nada. No lo sé. Conmigo estuvo fría un tiempo después de lo de Paola, pero al final todo se arregló. O eso creí.
Álex bufó. Eso tenía sentido.
—Claro, tú y tu novia esa que ha salido de la nada. Estás todo el rato diciéndole a Esther que la quieres y luego te echas novia en su cara, ¿cómo se come eso? Creo que ni yo mismo lo entiendo.
Jen sintió de pronto ganas de dar un grito, pero se esfumaron de golpe al pensar que tal vez Álex tenía razón. Quizá lo "anormal" era lo que hacía él; quizá sus actos se entendían desde fuera como una forma desnaturalizada y anómala de "querer", o más bien como simplemente utilizar a las personas. Igual que le ocurrió antes en el coche con Paola, sintió que no tenía fuerzas para explicar su punto de vista.
—¿Crees que todo esto viene por eso?—preguntó, queriendo saber lo que realmente guardaba el otro en su pensamiento.
—Ni idea, pero por qué otra cosa si no. Nunca te has mojado ni movido por ella, después de todo. No te importa un carajo lo importante que puedes ser para ella.
Esa era, para Álex, la gran diferencia entre Jen y él de cara a Esther. Jen había guardado silencio como un cabrón en más de una ocasión mientras Álex había saltado. En las sesiones locas, Álex había sido el único que había puesto el grito en el cielo para que las mamonadas se detuvieran y para defender a Esther. Incluso en el Carpe Noktem, donde se estilaban aquellas "mamonadas" como si fueran lo más normal del mundo. Y cuando Esther había necesitado algo, Álex había sido el primero que había estado allí al pie del cañón, como AMIGO.
Álex no entendía que Jen también había acompañado a Esther y la había cuidado, solo que de forma diferente. Lo de ser "Amo" a aquellas alturas le parecía una chorrada.
—Venga, hombre. Yo la traje aquí, Álex.
—Claro. Sólo mueves el culo cuando algo te interesa, ¿verdad? Hasta un ciego lo vería.
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En la habitación que Inti compartía con Álex, los cuerpos de Silver y el rubio llevaban tiempo danzando entrelazados sobre el colchón.
Inti presionaba con las piernas contra los hombros y el torso de Silver sin poder evitarlo, tendido sobre la cama con los ojos cerrados y moviendo las caderas sin darse cuenta. Gemía de vez en cuando para deleite de su compañero, porque podía sentirle a la perfección aunque seguía llevando puesto aquel chándal, así como Silver los vaqueros.
La cama rechinaba de forma aparatosa y hasta chocaba contra la pared, pero igualmente el rubio podía escuchar la risa de Silver elevarse a cada rato por encima del ruido y de sus propios jadeos. El cabrón le estaba dando duro con la ropa puesta, empujando de rodillas en el colchón mientras le agarraba por las rodillas para clavarse en él, amagando una buena follada. Una follada de esas rítmicas que uno piensa que podrían durar eternamente, al menos hasta que se perdiera el control y la coordinación de los movimientos. La tentación de sentir a Silver perdiendo el control en aras del placer era grande.
Para Inti, lo único malo de tan excitante postura era que no obtendría roce a menos que Silver se inclinara hacia delante para pegarse a él. Y tenía ganas de tocarse, muchas ganas. Su erección se recortaba ya a plena longitud y grosor contra la tela de los pantalones del chándal, cada vez más sensible, cada vez más dura. Silver paraba de vez en cuando para sobársela un rato por encima de la ropa, pero aquellas rápidas pasadas con la palma de la mano no eran suficiente.
—¿Te importa si me masturbo?—preguntó, abriendo los ojos para mirar al otro a la cara.
Su voz había sonado implorante y maldijo por ello. También había sonado insegura, pues tenía miedo de cagarla y de soltar una gilipollez, y que Silver respondiera "eh, mariconadas las justas, nene" o algo así. Siempre había creído que Melenas era hetero, y ahora le costaba imaginar que hubiera estado con tíos también, a pesar de que el mismo Silver se lo había dicho. Tal vez todo era un vacile y él sólo estaba jugando, pero... entonces, ¿por qué la tenía dura como roca debajo de los vaqueros?
Silver se inclinó para meterle la lengua en la boca por toda respuesta, y, mientras le besaba, puso ambas manos en su cintura para bajarle los pantalones del chándal de un tirón hasta las corvas. Se irguió sobre las rodillas y sujetó de nuevo al rubio por la cintura, dando un pequeño tirón a fin de elevar las caderas de este y acoplarlas a las suyas. Sin dejar de moverse para darle gusto a su propia erección entre las -ahora desnudas- nalgas del rubio, deslizó un brazo sobre el muslo de este y comenzó a masturbarle despacio.
Inti arqueó la espalda y sofocó un largo gemido tras los labios apretados. El vaivén de placer era indescriptible cuando aquella mano le acariciaba con suavidad y aquellas caderas de hierro se estampaban contra su culo una y otra vez. Notaba el roce un tanto áspero de la tela vaquera contra la piel -concretamente en las pelotas-, aunque, en el punto en el que estaba, aquella quemazón solo le puso más cachondo. De todas maneras, sentía que necesitaba un auténtico piel con piel.
—Silver, quítate los pantalones—le rogó a su compañero, con voz lastimera y entrecortada a su pesar—Métemela.
Melenas le soltó un momento para desabrocharse los vaqueros.
—Eres más virgen que el aceite de oliva, ¿verdad?—sonrió entre jadeos. No, ni loco iba a penetrarle por mucho que se lo pidiera—no te has metido por el culo ni el bigote de una gamba en tu vida.
Inti frunció el ceño y negó con la cabeza.
—No. Pero qué más da eso. Venga, joder.
—No te voy a romper, no quieres eso.
Los pantalones de Silver cayeron y éste se bajó los boxers con un rápido movimiento, exponiendo la polla dura y congestionada por el roce. Inti se lamió los labios e insalivó al verla.
—Silver, fóllame ya.
—Shh. He dicho que no, putita.
Inti movió las caderas para descargar su frustración y rió. "Putita", ja. Eso sí que era nuevo para él, que alguien le llamara así. No le molestó que Silver lo hiciera, aunque, si lo hubiera dicho otro, probablemente le hubiera arrancado los ojos de cuajo y se los hubiera hecho tragar.
—¿Y por qué estamos haciendo esto entonces?—le espetó a Melenas entre jadeos, sin poder disimular la sonrisa. Llevaba minutos sintiéndose "abierto" ahí atrás, como si su pobre culo estuviera deseando guerra y sufriendo por querer tragar, pero eso no iba a decírselo, al menos de momento.
—Tú relájate y disfruta, ¿sí?
Tras decir esto, Silver afianzó su agarre -ahora en torno a los tobillos de Inti-, enderezó la espalda un poco más y dejó que su gruesa y endurecida verga comenzara a frotarse entre las nalgas del rubio, jugando ahí sin penetrarle. Éste gimió con fuerza, se retorció y se llevó ambas manos al culo para separarse los cachetes y sentir más aquella cosa rozándole al compás de los movimientos de cadera de su compañero, ahora más suaves y lentos.
—Ahg, d-dios...
—Mastúrbate, rubita—masculló Silver entre dientes, luchando por contener la parte Dominante que comenzaba a patalear en el interior de su caja dentro de sí, por decirlo de alguna forma—quiero ver cómo lo haces.
—Mmmhg... G-ah... V-vale.
Los dedos de Inti se cerraron entonces en torno al henchido miembro que basculaba en el aire. Apretaron con firmeza y comenzaron a bombearlo lento, porque hacerlo lento era la única alternativa que el rubio tenía para no correrse.
—Aguanta—musitó Silver, maravillado con lo cachondo que estaba su amigo sólo por aquel juego, y terriblemente excitado a su vez. Sintió que palpitaba entre las nalgas de Inti y comenzaba a gotear, humedeciendo la raja de su culo virgen.
—Ahg... ¡Aguanto!
—No te creo—comenzó a moverse más rápido, tal y como le pedía el cuerpo. El cuerpo le pedía meterla también, claro; clavársela a Inti y follarle el culo hasta correrse dentro, pero se controlaría.
—Ja, ja. D-dios, ahg... ¡Dios!
—¿Me llamabas?
—Ja... G-gilipollas.
La voz le salía al rubio escalonada, no sólo porque le temblara sino por el meneo que le estaba metiendo el otro a base de golpes de cadera.
—No pares de masturbarte. No pares, Inti.
Al final se la metió. No fue que hubiera entrado sola, pero casi. A Silver no le costó nada, fue como seguir el curso natural de las cosas y simplemente darle gusto, por fin, a aquel culo tan hambriento. Tampoco hubo desgarros ni sangre, ni gritos de dolor insoportable a pesar de que la preparación del agujero había brillado por su ausencia.
—Mierda...—Melenas juró en arameo y se estremeció contra el cuerpo del rubio. Había sentido la carne de este cerrándose firmemente en torno a su miembro, abrazándole, casi ordeñándole la polla. Penetrarle había sido como entrar de golpe en el maldito cielo.
Inti jadeaba con los ojos abiertos y llenos de lágrimas, aunque para nada eran lágrimas de dolor, de tristeza o de rabia. No había conocido nunca la sensación de estar lleno por detrás, y, aunque dolía un poco, era acojonante sentir a Silver de ese modo mientras se masturbaba.
—¿Todo bien?—preguntó este con voz ronca.
—Sí. S-sí...
Silver sonrió observando el miembro petreo y mojado de Inti. Comenzó a moverse despacio; mucho más despacio de lo que quisiera, en realidad, pero no quería hacerle daño.
—Te vas a correr—murmuró antes de girar la cabeza para besarle la rodilla.
—Aguanto.
—Nmf. Qué buen culo, nene. Si te duele, dímelo.
Silver empezó a empujar más rápido y fuerte, aunque aun con cuidado. Se humedeció un dedo en la boca y lo llevó entre las nalgas de Inti, para al menos lubricar un poco el borde de su agujero aunque ya estaba dentro de él. Volvió a acoplar al rubio contra su cadera tras hacerlo, e inmediatamente sintió que, ya fuera por la saliva o por la cachondez de este, encontraba menos resistencia. Dentro de poco podría moverse libremente y empalarle a gusto. Oh, sí.
Observó que el rubio paraba de masturbarse a cada rato. No quería correrse, claro, quizá por mero orgullo, o tal vez por no querer que el placer explotara aun. A lo mejor, simplemente deseaba prolongar la follada lo máximo posible, fantaseando con que no terminara nunca. Estaba disfrutando como animal y se le notaba en la cara, en la tensión de sus facciones, en su boca contraída. Quién lo hubiera dicho.
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—Perdóname, Jen—resopló Álex, viendo el cambio en la expresión de su amigo después de haberle soltado aquellos sapos—Estoy muy cabreado, lo siento. No quería pagarlo contigo.
El aludido suspiró. Había cambiado su posición y ahora estaba sentado en el sofá con las piernas flexionadas contra el pecho, abrazándolas.
—No te preocupes, lo entiendo—respondió, girando la cara hacia el otro para mirarle—ambos estamos alterados.
Álex asintió. Se daba cuenta de que Jen no era explosivo como él, pero eso no significaba que no lo estuviera pasando mal por lo que estaba ocurriendo. En el fondo sabía que Jen quería a Esther, pero, joder, vaya maneras de querer tenía. En verdad le costaba entenderle a veces en ese sentido, casi tanto como le costaba entender a Inti.
A raíz de vivir con Esther -y de tener que "compartirla"-, parecía que ellos tres estaban conociéndose en un plano más profundo, en esencia quizá, exponiendo una arquitectura emocional íntima y única, propia de cada uno. Lo cual, probablemente, nunca hubiera pasado en otras circunstancias.
—Jen, ¿tú crees que le habrá pasado algo?
El interpelado se mordió el labio y negó con la cabeza.
—No lo sé. Espero que no.
—Joder. ¿Crees que volverá?
—No lo sé.
¡BUM! ¡BUM! ¡BUM!
—Mierda, tío. ¿Qué coño es eso?—preguntó Álex, sobresaltado por los brutales golpes en la pared que llegaban desde la habitación al otro lado del pasillo.
Jen se removió en su asiento con cierta incomodidad y alargó la mano para coger el movil, aunque intuía que no encontraría ningún mensaje nuevo en la bandeja de entrada.
—Parece que Inti está empotrando a alguien en su habitación—replicó, mirando la pantalla y dando por hecho que el rubio era el empotrador y no el empotrado.
¡¡BUM!!-¡¡BUM!!
—Joder, es mi habitación también. Un momento, ¿no estará con Esther?
—No lo creo—respondió Jen—no se hubiera molestado en cerrar la puerta. Y estaríamos oyéndola ahora mismo a ella también, je.
Álex sonrió un poco. Era cierto que Esther era bastante escandalosa cuando disfrutaba, hecho que a ambos les volvía locos.
—¿Y con quién está? Van a atravesar la puta pared con la cama, joder.
—Ni idea. Supongo que ahora nos enteraremos.
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Silver ya no estaba follándose a Inti de rodillas en la cama. Sin previo aviso, había salido de él, le había dado la vuelta y le había penetrado de nuevo hasta el fondo, empujándole bajo su peso para que se tendiera boca abajo con las piernas abiertas.
Inti gimió en voz alta sin poder evitarlo y sepultó la cara en la almohada, mordiéndola con fuerza mientras sufría aquel ataque, despatarrado como una rana. Sintió la presión de la mano de Silver sobre su cabeza y los dedos de éste cerrarse en sus cabellos, el cuerpo férreo golpeando ya sin miramientos para taladrarle y romperle el culo a placer. Aulló y levantó las caderas en la medida que pudo para sentir más aquel pollón entrando y saliendo, y aquel estómago duro chocando ruidosamente contra sus nalgas. Silver le sujetaba por la cadera con la otra mano y le ayudaba a moverse, sólo para que la polla de Inti se frotara contra el colchón a velocidad demencial durante la follada.
Dios santo, qué polvazo. Ninguno de los dos se habría podido imaginar que terminarían así, nunca.
—M-m... c-...—el rubio trató de avisar sobre la inminente corrida, pero siendo montado tan furiosamente era del todo imposible hablar. Sólo consiguió balbucear y babear la almohada al abrir la boca.
—Córrete—jadeó Silver en su oído mientras comenzaba a perder control sobre el ritmo de las embestidas. Al parecer le había entendido—córrete, rubita, vamos.
Se corrieron prácticamente a la vez sin pretenderlo. Silver dentro del rubio, y el rubio en la cama sin hacer, manchando sábanas como cuando era adolescente.
Para Inti fue un orgasmo largo y sucio, un placer casi doloroso y terriblemente liberador. Sintió cómo se le contraía el culo hasta el infinito justo antes de que el semen empezara a salir disparado a borbotones, en violentas oleadas gracias a cómo Silver le golpeaba la próstata. Sofocó un grito contra la almohada y entonces sintió a Melenas gemir detrás de él, y gritó más fuerte; y más fuerte aun al instante siguiente cuando Silver le clavó los dientes en el hombro para no gritar él a su vez, dándole aun con más furia, al borde de su propio orgasmo.
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Álex y Jen trataban de mantener una conversación como si aquellos golpes fueran lo más normal, aunque cada uno pensaba por su lado que Inti tenía que estar literalmente destrozando a quien fuera.
Aproximadamente veinte minutos después de que cesaran por fin los golpes, apareció el afortunado en el salón, en chándal y sin camiseta. Parecía mareado cuando se aproximó al sofá, o más bien caminaba raro, como si le hubieran metido un palo por el culo. Se derrumbó en el asiento, y automáticamente se le contrajo la cara en un gesto de dolor que él recompuso en apenas segundos.
—¿Qué?—dijo, un tanto molesto al parecer por que sus amigos le estuvieran mirando sin decir nada.
—Nada. Nada, tío—Álex estaba claramente impresionado y no podía disimularlo, pero lo último que quería era hablar ahora de lo que hubiera estado haciendo el rubio—Oye, ha pasado algo.
—¿Qué dices? ¿Qué ha pasado?—preguntó Inti con súbita cara de susto.
—Esther ha desaparecido—dijo Jen, abriendo la boca por primera vez desde que el rubio llegó.
—¿Desaparecido?¿Cómo desaparecido?
—La dirección que nos dio de su trabajo era falsa—explicó Álex—no tenemos ni idea de donde puede estar.
Inti miró alternativamente a Álex y a Jen, y luego resopló.
—Joder. Cuando dijiste que pasó algo me imaginé un incendio en la casa o algo peor. Yo ya me imaginaba que la dirección sería falsa.
—¿Por qué?—inquirió Jen, alzando las cejas con sorpresa. Él nunca hubiera pensado algo así.
—Porque probablemente no quiere que sepamos dónde va a trabajar.
—¿Y por qué no?
—No sé—el rubio se encogió de hombros y, ante el gesto estupefacto de los otros dos, cogió un cigarro del paquete de Álex que estaba sobre la mesa—Pero no os caguéis de miedo, sólo está en otro sitio que no quiere que sepamos. Es mayor de edad al fin y al cabo para saber dónde quiere ir.
—Pero nosotros somos...
—Ya, Jen. No aplaudo que nos mienta, sólo digo que no te preocupes tanto.
Jen suspiró y se reclinó contra el respaldo del sofá, aun abrazándose las rodillas como Puck en el Sueño de una Noche de Verano.
—No entiendo por qué lo ha hecho, si ha sido así.
—No tengo ni idea—repuso Inti—Pregúntaselo cuando vuelva.