«Muchos humanos son importantes
silla mediante, látigo en mano.
Pero, volviendo a mí,
nada ha cambiado.
Hay algo sin embargo
que noto entre la gente
parece que miraran
diferente.
sus ojos han perdido algún destello
como si fueran ellos
los cautivos.
Yo se lo que te digo:
apuesta lo que quieras,
que afuera tienen miles de problemas.
volver a la naturaleza
será su mayor riqueza
allí podrán amarse libremente
y no hay ningún zoológico de gente.»
"Carta de un León a Otro" (Chico Novarro).
silla mediante, látigo en mano.
Pero, volviendo a mí,
nada ha cambiado.
Hay algo sin embargo
que noto entre la gente
parece que miraran
diferente.
sus ojos han perdido algún destello
como si fueran ellos
los cautivos.
Yo se lo que te digo:
apuesta lo que quieras,
que afuera tienen miles de problemas.
volver a la naturaleza
será su mayor riqueza
allí podrán amarse libremente
y no hay ningún zoológico de gente.»
"Carta de un León a Otro" (Chico Novarro).
Completo
La mañana del domingo pasó rápido en el refugio junto al lago, sin que los cuatro se acercasen siquiera a trazar planes de ningún tipo. Aquel día tuvo poco de vacacional y menos aún de "familiar".
Esther estuvo durmiendo hasta la hora de comer, e Inti había enganchado una resaca terrible, con lo que se mantuvo intratable durante las horas que tardó en volver a ser persona, tirado en el sofá. En cuanto a Álex, pasó parte de la mañana discutiendo con Jen hasta que éste volvió a irse al curso con Paola, aunque -por fortuna o desgracia- Esther no escuchó ni una sola palabra de aquella discusión.
—El curso termina a las dos. Podríamos ir a comer juntos los cinco—había sugerido Jen, metiendo a Paola despreocupadamente en la propuesta. No se imaginó que ese último comentario desencadenaría la ira de su amigo.
—¿Los cinco?—Álex no tenía nada en contra de Paola, pero no entendía qué carajo tenía que ver con ellos. Habían ido allí los tres, con Esther; su relación era especial, ¿qué pintaba un extraño? Con Paola delante no serían ni siquiera libres para hablar de nada, sería incómodo.
—¿A qué viene esa cara? Paola es una chica muy maja...
Sí, claro. Nadie dudaba de que fuera majísima, Álex no cuestionaba eso.
—Pues para eso podías haberte ido solo y ya está—había bufado con exasperación—que parece que lo único que quieres es intimidad con ella.
Realmente Álex no entendía por qué Jen se había esforzado en alquilar un refugio, y en que fueran los cuatro juntos, si luego iba a contar con una persona ajena para todo. De hecho no sólo se trataba de "contar con" alguien, sino que, por la razón que fuera, ese alguien se había convertido de golpe en una especie de eje en torno al que giraban las actividades y el propio Jen. Eso le frustraba. Qué coño, ¿acaso en verdad Paola era su novia ahora? Álex sabía que eran compañeros de trabajo desde hacía mucho tiempo, años; después de todo, él y Jen trabajaban en el mismo centro, aunque, a decir verdad, nunca se había fijado en si "se arrimaban" o no.
Quizá sí, quizá lo era (su pareja). Y por algún motivo, a Álex le cabreaba que Jen de pronto pudiera tener novia. «De qué va el jodido enano» había pensado, junto a otras lindezas, sin pararse a indagar qué era exactamente lo que le alteraba tanto del tema. Obviamente no era por él mismo el enfado; a él le importaba tres mierdas lo que Jen hiciese con su vida, pero sí le importaba lo que hiciese (o no hiciese) con Esther.
Tal vez en el fondo le reventaba la posibilidad de que Jen sólo quisiera a Esther para tirársela, para jugar. Iba a resultar que para Álex tenía una dimensión romántica -de romance, incluso de compromiso- lo que hacían con Esther. No terminaba de entender toda la vaina del collar, por ejemplo, si luego todo significaba un juego de cama y nada más.
El collar. ¿El collar era un mero instrumento morboso para las sesiones, como llamaban a aquellas prácticas, y sólo eso? El propio Jen había sido quien le había hablado de un significado mucho más profundo en aquel objeto, y ahora salía con que tenía novia. Álex no podía entenderlo, aunque bien es verdad que tampoco sabría definir la naturaleza de la relación que los tres mantenían con Esther. Sólo sabía que ella le gustaba mucho, y por ello no se le pasaba por la cabeza estar con alguien más, ¿para qué?
No era que Jen le hubiera dicho abiertamente que Paola era su pareja... pero tampoco hacía falta. Álex Conocía bien a su amigo y compañero de piso; conocía sus gestos, sus reacciones habituales y las expresiones de su cara lo bastante para no tener muchas dudas al respecto.
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Jen se aseguró de salir con tiempo suficiente para recoger a Paola en el hotel y luego ir con ella al curso, tal y como habían quedado el día anterior. Mientras conducía hacia allí no podía dejar de pensar en los sucesos que habían ocurrido en los últimos días, en las sorpresas -que también las había habido- y en las certezas que habían caído a plomo. Él mismo estaba aun reaccionando ante algunas cosas, y el miedo a haber tomado decisiones incorrectas no le abandonaba.
A decir verdad, Jen nunca hubiera pensado que Paola fuera a lanzarse a sus brazos como lo había hecho el sábado. Llevaban años siendo compañeros de trabajo en el centro de menores, y era cierto que su amistad se había ido fortaleciendo a medida que pasaba el tiempo, pero Jen en ningún momento había percibido que hubiera nada más de ella hacia él. "Qué tonto eres para estas cosas" se decía ahora, las manos crispadas agarrando el volante, "nunca te das cuenta de nada".
Antes de conocer a Esther -años antes, cuando empezó a trabajar en el centro- a Jen le gustaba Paola. Se había fijado en ella, en su manera de ser y de tratar a los internos; en realidad se había quedado prendado de lo primero que vio en la recién conocida compañera: su manera de trabajar. En este tipo de profesiones tan humanas, cómo trabajaba uno decía mucho de esa persona. Pero esto siempre había sido algo secreto que él nunca admitió, en cualquier caso, lo mismo que el hecho de encontrarla físicamente atractiva. Tampoco era importante que alguien le entrase a uno por los ojos, ¿no? Esencialmente eso no significaba mucho, era algo que podía pasar con diversas personas, conocidas o no.
Con el tiempo, el roce y el conocimiento mutuo transformaron la curiosidad y el deseo incipiente en algo estable entre ellos: amistad. Y Jen no había sentido que tenía que conformarse llegados a aquel punto, al contrario. Había abrazado aquel sentimiento, poco a poco distanciándose de cualquier fantasía erótica respecto a Paola, de cualquier idea sobre ir más allá. Simplemente la amistad funcionaba y él se sentía a gusto así, pensando que aquellas aguas calmas jamás se agitarían, dando por hecho que Paola tendría su propia vida sentimental al margen de su persona. Se había equivocado, claro.
"Eres tonto".
«Me gustas desde el momento en que te vi» le había confesado ella aquella noche, con varias cervezas encima, en el bar donde fueron a comer al terminar el curso (y en el que se quedaron hasta mucho después de que hubiera oscurecido).
«Lo tengo complicado» había contestado absurdamente él, una vez logró reponerse del susto al escuchar aquella súbita declaración. Estaban hablando de algo banal cuando ella de pronto soltó aquello, aunque ahora no podía recordar de qué.
"Complicado". Una linda palabra para evitar explicar los pormenores de una situación real, la trampa semántica que abarcaba todo sin que fuera necesario decir nada. "Complicado". De poco sirvió decir eso.
Había pensado en Esther cuando Paola le pidió un beso. Cómo no hacerlo. Había pensado en ella, pero había sido incapaz de negarse.
Luego todo había sucedido tan rápido que al recordarlo parecía una película vista desde fuera, como si le hubiera pasado a otro y no a él. No era que lo lamentara exactamente; no se arrepentía, pero sentía que no se había tomado tiempo para pensar, para decidir qué quería hacer. Simplemente, había sentido la caricia de la lengua de Paola en la boca y se había dejado llevar... con la inocencia de quien paladea un caramelo, como si no hubiera tenido nada mejor que hacer. Un beso realmente era inocuo, al fin y al cabo, o eso había pensado.
Pero ese beso había llevado a otro, y a otro, y a otro. Y, sin saber realmente cómo, minutos después Jen se veía a sí mismo calado bajo la lluvia, saliendo apresuradamente del bar con Paola tirando de él hacia el coche y diciéndole al oído "vamos al hotel, vamos al hotel, por favor".
Mientras conducía ahora podía recordar cómo habían entrado al vehículo cuando por fin lo alcanzaron: con prisa y ansia por comerse y tocar, casi como si los cuerpos dolieran al separarse, volviendo a anudarse en un abrazo a tensión una vez dentro a pesar de la palanca de cambios, el freno de mano y todo cuanto había entre los asientos delanteros. Había conducido hasta el hotel como buenamente pudo; habían subido juntos a la habitación de Paola, casi arrancándose la ropa mutuamente por el camino, para lanzarse sobre la cama al llegar y continuar devorándose allí. Jen recordaba haberse arrodillado sobre el colchón, permitiendo que Paola enroscase las piernas en torno a su cintura; le había agarrado el culo para acoplarla a su cadera y había empezado a follarla sin pensar en lo que hacía, pero sintiéndolo todo.
Había sido algo así como un polvo-relámpago, o eso le parecía ahora al volver la vista atrás. Una follada loca en la que tal vez ambos descargaron oleadas de tensión acumulada durante años. Sí, quizás había sido así, aunque Jen no era consciente de haber soportado dicha tensión. ¿Tal vez Paola le había contagiado su ansia? Jen no tenía ni idea, no lo sabía y al mismo tiempo sentía que no quería poner excusas en su propio comportamiento.
No había pensado en Esther mientras se tiraba a Paola. No había pensado en nada.
Sin embargo, sí había pensado en Esther cuando Paola le propuso "intentarlo" -intentar algo más allá de un polvo relámpago, intentar una ¿relación?- cuando terminaron de follar. En aquel momento, algo le indujo a tragarse aquel "lo tengo complicado" que había dicho la primera vez, accediendo de forma tácita a la propuesta de Paola. ¿Por qué lo había hecho? podría ser una pregunta interesante, pero la cuestión real era "¿por qué no hacerlo?"
Jen sentía afecto por Paola, y creía que no quería cerrarle la puerta. Sentía afecto -mucho- hacia Esther también, pero si su relación con Esther tuviera que llevar una etiqueta, en la etiqueta pondría cualquier palabra menos "pareja". ¿Qué era Esther para él?
Teóricamente, Esther era su sumisa. Teóricamente. Eso era lo que ella quería ser, ¿no?
No se trataba de que fuera "solo su sumisa", para nada. Porque era suya, y eso Jen había llegado a sentirlo como un vínculo sagrado y diferente a todo. Antes, en la cocina, Álex le había hablado como si él no le hubiera dado importancia a Esther... ¡Álex se equivocaba, por supuesto que ella le importaba! De hecho, Jen no iba a decírselo a Paola pero realmente sentía que una relación "Amo/sumisa", aunque tuviera una base fraguada en la fantasía, estaba por encima de una relación de pareja o más bien en otra esfera... y, desde luego, era igual de real. Era igual de real, y al mismo tiempo era incomparable.
La cuestión era que si Álex había sentido que no le importaba Esther, la propia Esther podía haber sentido lo mismo, y esto le preocupaba a Jen. Al fin y al cabo, se había largado al curso y había "desaparecido" sin dejar pista alguna de su paradero hasta bien entrada la madrugada.
Paola quería intentar una relación de pareja con él, y Esther era su sumisa. Jen había dado por hecho que no tenía que dar explicaciones a su sumisa de lo que hacía, pero claro... ¿era posible realmente la entrega hasta ese punto, más allá de la fantasía de la sumisión? ¿era realmente posible que alguien amara por encima de su propio ego, incondicionalmente, sin esperar reciprocidad convencional y sólo queriendo que la otra persona fuese felizmente libre? "Eres tonto, te lo crees todo", se dijo, porque creer en la entrega se sentía ahora como tener fe en cuentos de hadas y amorosos unicornios. Era tal vez imposible, o impensable, que un ser humano amara de forma abierta sin pedir explicaciones, sin desear recibir un lugar único a cambio, comprendiendo que no sería el centro y sin querer serlo. El hecho de que Esther estuviera con tres hombres tal vez había tenido algo que ver para que Jen pensara que ella entendería esto, porque ninguno de esos tres hombres era el centro ni la diana única de los sentimientos de ella al fin y al cabo. Pero la cuestión tampoco era realmente que Esther pudiese comprenderlo: la cuestión era -ahora Jen lo veía claro- que no quería hacer daño a Esther, fuera como fuera.
¿Era un rasgo humano tener celos o querer ser único, aun en una persona que se entregaba por decisión propia a tres Amos? ¿Tenía sentido la entrega de un sumiso si hacía daño al sumiso? ¿Él no podía tener pareja si tenía una sumisa?
Con Paola había hablado sobre su situación al final, aunque sin entrar en detalles. Con Esther no había tenido ocasión de hablar, sólo había podido darle un beso de despedida aquella mañana antes de marcharse, mientras ella dormía. Pero recordaba bien cómo había reaccionado ella al verle la noche anterior entrando en el refugio: había dolor en sus ojos, dolor y rabia, o eso creyó percibir. Tenía que hablar con ella, al menos para ver cómo estaba y qué sentía en realidad; tenía que sentarse a hablar con ella lo antes posible.
A Paola le había dicho que tenía a alguien en su vida, alguien importante aunque no era una pareja. Esto último había tranquilizado engañosamente a Paola, como si el hecho de no ser pareja quitara importancia a la relación que Jen pudiera tener. Qué tontería, qué fatigoso era esto en el ser humano, cuando todo al parecer se basaba en ser "importante". Tal vez la raiz de aquella necesidad estuviera en el sentimiento de no ser suficiente, en una conciencia -falsa- de ineficiencia propia.
Jen no quería ser "Todo" para nadie, no quería ser el eje de la vida de nadie ni sentía que lo necesitase. No sentía celos por que otros estuvieran con Esther, si acaso alguna punzada aislada e irracional que tras ser analizada había perdido significado. Una parte de él empezaba a estar harto de que siempre el ego, el ego, el ego mancillase lo que para él significaba "amor". Tenía sus ideas particulares respecto al amor, como todo el mundo; "amor", esa palabra que para cada persona significaba algo diferente. Más allá de las emociones básicas, el corazón tenía cerebro... Amar no se trataba de dejarse llevar por lo primitivo, por el miedo o el hambre, por el ansia de tener. Empeñarse en no pensar no daba más valor a los sentimientos de uno ni hacía que estos fuesen más puros.
Tal vez darle la patada al egoísmo de plano significaba vivir en un mundo ideal... Jen quería tener fe en que no. No creía en Dios como ser superior, místico-mágico y provisto de conciencia, pero no le resultaba en absoluto descabellado que, siglos atrás, un autor o grupo de autores hubiera escrito "Dios es Amor". Pensaba que, si había algún compromiso verdadero, era el de cuidar y respetar la libertad del otro.
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Esther despertó hacia la una de la tarde. Bajó al salón de la casa, donde encontró a Inti tirado en el sofá -más bien desparramado en modo ameba- y a Álex mirando algo en su portátil abierto, en total silencio.
Álex reaccionó con alegría al verla, intentando disimular que había terminado por no sentirse a gusto allí. No se puede decir que lo consiguiera, ya que él no era tan buen actor como Inti y mentía realmente mal... pero Esther apreció el esfuerzo y le siguió la corriente. Sin darse cuenta había aprendido a valorar ese tipo de detalles, y, de hecho, cada uno de esos pequeños actos de consideración hacían que sintiera cada vez más afecto por él.
Inti rehusó al plan de ir a comer a "Los Amigos", así que Álex y Esther fueron solos al bar de la colonia una vez ella se duchó y vistió.
—Pues jódete y quédate en casa—le había espetado Álex al rubio, quien había reído desde una pose de desdén a pesar de la resaca.
—Y a ti qué coño te importa lo que haga yo—había respondido, sin entender realmente por qué Álex estaba tan sumamente irritable.
Durante la comida, Álex y Esther hablaron de muchas cosas, pero no de Jen. Ni uno ni otro quería pensar demasiado sobre el tema, quizá, cada uno por sus motivos. Y ella tenía de qué hablar, pues sentía nervios de cara a la semana entrante; nervios en positivo, por decirlo de alguna manera, causados ya no por incertidumbre sino por cierto grado de ilusión a pesar del miedo a lo desconocido. Dos cosas la mantenían en estado de alerta y discreta ansiedad, aunque se esforzaba por no anticiparse imaginando qué sucedería. Una era la búsqueda de trabajo, y la otra la visita a Jordan el miércoles.
Había pensado pedirle prestado el ordenador a Álex para actualizar su curriculum vitae, y después tal vez trazar un itinerario a seguir, valorar a qué lugares dirigirse primero. Todo eso pensaba hacerlo al día siguiente (el lunes), para emprender su "gran búsqueda" el martes sin más demora. Teniendo en cuenta el tiempo que llevaba en paro laboral, no tenía mucho sentido apresurarse ahora y ella lo sabía; sin embargo sentía que debía comenzar a moverse cuanto antes, y no podía dejar de preguntarse cómo demonios había permanecido felizmente "dormida" tanto tiempo. Realmente podía ir a por lo que quisiera, ¿por qué no? daba igual lo que tardase si de verdad quería intentarlo.
Cuando fue a ver a Cross y posteriormente a Jordan, Esther se había planteado que podía esforzarse en llegar a Inti a través de ella, aprendiendo sobre su propia persona. Esther no lo sabía, pero de forma inconsciente había quedado plantada en su cabeza la semilla de una idea importante al verbalizar aquello: Ella no necesitaba a Inti en este proceso. O, dicho de otra manera, no era tan necesario llegar a nadie como llegar primero a ella, a ella misma, sin más.
Necesitaba comprender antes de nada que ella podía hacer cosas, que tenía derecho a intentar lo que fuera (y a fallar)las veces que hiciera falta.Comprender a otros sería la consecuencia lógica inmediata, porque para ver a un ser humano como una persona- y no como una cosa- era necesario dejar de tratarse como una cosa a uno mismo primero. Y más allá de las consecuencias a las que pudiera dar lugar, ese camino era importante en sí; tal vez era más directo que cualquier otro cuando la meta de uno era estar bien, ser feliz a momentos y disfrutar sin hacer daño a nadie.
Verse a uno como persona, con imperfecciones y necesidades reales más allá de fantasías, fuera de los engaños del idealista e inseguro ego, era el camino para no sufrir más de lo necesario y para empezar a ver a otros. Esther no había estructurado esta idea aún, pero la semilla como embrión de pensamiento ya estaba en su cabeza.
Como siempre, recibió el apoyo de Álex en cada cosa que le pidió. Él no puso pega alguna en lo de prestarle el ordenador, y el miércoles la acompañaría a la consulta de Jordan porque, además, ese día era él el Amo preferente de acuerdo al pacto que mantenían.
El cielo seguía nublado pero había parado de llover, así que, tras compartir unos bocadillos en el bar de la colonia, ambos decidieron dar una vuelta por los alrededores. A Esther le daba cierta pena no haber visto aquellas vistosas libélulas mencionadas en los panfletos turísticos, aunque se dijo que lo más sencillo sería, seguramente, avistarlas en primavera y no en la estación fría que ahora atravesaban. Tal vez le dijera a Álex de volver pasados unos meses -dudaba que alguno de los otros dos se animase a ello-; quizá podrían pasar unas interesantes vacaciones allí, y si acaso borrar el mal recuerdo que, irremediablemente, le iba a quedar grabado a raíz de esta visita.
Aun estaba asimilando algunas cosas. Sentía que no podía -en realidad ni quería- desmadejar la morralla emocional dentro de sí; a ratos no entendía nada y a ratos le parecía que era mejor no entender, y esa situación en tierra de nadie era difícil porque no había paz, porque todo dolía a medias o, dicho de otro modo, dolía igual mirar que cerrar los ojos.
Comenzaba a sentir una especie de desencanto turbio también, de cara a Jen y a su relación con los "Amos". Desilusión ante lo que hasta aquel viaje había sido su prioridad. Volvía de nuevo a preguntarse "¿qué estoy haciendo?" pero con una extraña desidia, no con ansiedad como lo hizo tiempo atrás cuando se marchó de la casa.
No lograba distanciarse del sufrimiento que le había causado la ausencia de Jen el día anterior. Visto en perspectiva parecía una cosa tonta, algo estúpido pues él sólo había estado fuera durante unas horas, pero lo cierto era que ese sentimiento -¿abandono? tal vez ella lo había vivido como eso-había sido lo bastante fuerte como para quedar ella bloqueada en él.
Abandono, sí. Sentía de golpe como si le hubieran cortado un miembro del cuerpo al pensar -al sentir-que Jen le había dado la espalda durante un rato para irse con otra.
Sentía a ratos rabia, contra Jen por haber preferido a otra, contra sí misma porque si él había preferido a otra tal vez fuera porque ella no era suficiente. No, claramente no lo era, no era "suficiente" para ser "todo". La dentellada de la tristeza que esto le producía tampoco era fácil de soportar. No, no quería pensar... no quería pensar en cuánto sentía que le necesitaba mientras que él parecía no necesitarla a ella.
A decir verdad estaba muy herida, pero sólo lo intuía. Y tampoco quería preocupar a Álex si por pararse a ordenar sus ideas terminaba echándose a llorar. Álex se estaba portando como una especie de escolta que no la dejaba ni a sol ni a sombra, como el piloto amigo que en combate aéreo tiene a su compañero a las doce para cubrirle las espaldas. Álex no se merecía la peor versión de Esther, o eso era lo que pensaba ella.
Curiosamente, si le hubieran preguntado a Álex, él sin duda hubiera rogado por escucharla. Se sentiría triste- incluso molesto, probablemente- si llegara a enterarse de que ella fingía en cierto modo estar bien con tal de no preocuparle. En realidad, eso que hacía Esther al asumir que Álex sufriría por escucharla no era sino arrebatarle a él la oportunidad de decidir si quería escucharla o no. La oportunidad de elegir libremente si quería estar a su lado, apoyarla, confortarla o lo que fuera necesario hacer, o si no quería.
Volvieron a preparar las bolsas de viaje al llegar al refugio, viendo que Inti había hecho su equipaje a pesar del modo ameba en el que aun se encontraba. Esther suspiró cuando tocó por accidente el cuarteado collar de cuero al meter la ropa en su bolsa, dándose cuenta de que lo había llevado allí para nada.
Bajaron a limpiar el sótano y a asegurarse de que todo estaba en orden allí. Esther metió en la lavadora la toalla manchada de sangre y seleccionó un programa corto con agua fría, esperando que eso fuera suficiente para que la única y flamante mancha color óxido saliera. Con ayuda de Inti, recogieron latas vacías y demás basura en bolsas de plástico que luego Álex fue a tirar al contenedor más cercano en la colonia.
Jen apareció en el refugio sobre las cinco de la tarde, sin Paola. Se quedó un poco parado al ver las mochilas preparadas en la entrada de la casa cuando Inti le abrió la puerta.
—¿Nos vamos?—preguntó Álex, antes de que pudiera decir nada.
—Bueno, no tenemos que dejar la casa hasta las ocho, ¿no queréis...?
—Nos vamos—ratificó Álex. Iba a decir algo más pero se mordió la lengua, volviéndose a mirar a Esther—Esther, ¿tú quieres quedarte?
Ella negó con la cabeza, sintiéndose incómoda por que Álex declinara en ella lo que le parecía una responsabilidad. ¿Qué pintaba ella para decidir si se iban o quedaban? No quería "pintar" nada, aunque estaba cansada y dolida, y quería irse.
—Nos vamos—zanjó Inti entonces a modo de conclusión irrebatible—No aguanto más en este puto sitio.