completo
Pasaron apenas dos días hasta que llegó el viernes, y con él, la temida cita con Jordan. Realmente Esther no sabía por qué o a qué tenía miedo... pero el hecho era que lo tenía, o más bien barruntaba el presentimiento de que algo malo iba a pasar. Aquel hombre con el que había intercambiado sólo un simple cruce de miradas le inquietaba por alguna razón pero, además, Esther tenía que admitir que no le apetecía nada enfrentarse a preguntas (a MÁS preguntas). Ya había sido difícil abrirse a Daniel Cross... y no le había contado más que un diez por ciento de las cosas, esto siendo generosos.
Daniel Cross no sólo era un buen hombre, sino que parecía un buen hombre. No había más que mirarle a la cara para saber que, al margen de las oscuridades que todo ser humano pudiera tener en su vida privada, Cross era una buena persona. Muy buen actor tendría que ser, de lo contrario; Esther le había visto tratando con aquel niño que era su paciente anterior el día que se vieron, y no tenía la más mínima duda de ello. Sin embargo, el llamado Jordan, definido de forma un tanto inquietante por su colega como "un profesional experimentado en relaciones humanas" -y familiarizado con temas específicos que al bueno de Cross le resultaban ajenos-, era harina de otro costal. No se trataba de que pareciese malo... ¿O sí? en cualquier caso, resultaba mucho más opaco que Cross, al menos a primera vista.
Para bien o para mal, Esther no había querido compartir nada sobre su miedo y sus dudas con ninguno de los Amos. No tanto por considerar el tema demasiado suyo o demasiado ínitmo, sino por motivos específicos en cada uno de los casos. A Inti, en primer lugar, dudaba que fuera a interesarle cómo se sentía respecto a la visita, pues el rubio siempre había mostrado desprecio desde el minuto cero hacia psicólogos y terapeutas en general. Esther suponía que, en caso de que se sintiera espléndido, Inti le regalaría alguna frase de las suyas como "es tu problema, tú has sido la que has querido ir a un loquero", o "pues no vayas" o algo semejante. Porque para Inti los profesionales de la salud mental eran eso y nada más: come-cocos y loqueros en el mejor de los casos, y, en el peor, oportunistas que sólo querían dinero, dinero, dinero.
Por otra parte, más allá de conjeturas, Esther no quería preocupar a Alex ni plantar la semilla de la duda en Jen. Así que se había esforzado por parecer despreocupada durante la espera, a pesar de que su nerviosismo había ido aumentando a niveles estratosféricos conforme pasaban los días, las horas e incluso los minutos hasta la mañana del viernes.
Para colmo, aquel día le tocaba a Inti ser el Amo preferente.
Desde la noche que habían pasado en el Tres Calaveras, el rubio parecía afectado y de alguna forma inhibido, prácticamente ausente. Su presencia apenas se había sentido en la casa, y casi le preocupaba más esto a Esther que verle cabreado o incluso fuera de sí. Inti seguía haciendo las rutinas habituales pero pocas veces abría la boca, como si de pronto se dedicara a observar y a escuchar sin dar ningún tipo de feed-back, actuando de cara a ella y al resto como si directamente no estuvieran allí. Esther tenía la sensación de que el rubio ni siquiera reparaba en su presencia, hasta el punto que éste parecía mirar a través ella la mayoría de las veces desde aquella última sesión. Sin embargo, en las pocas ocasiones en las que las miradas de ambos habían colisionado por accidente, ella creyó ver una tormenta en los ojos de él que no supo si identificar como dolor, preocupación, tristeza o... bueno, quién podía saber.
Estaba preocupada por Inti, inmersa en el dificilísimo trance entre no molestarle y no "abandonarle". No sabía qué hacer y qué no hacer para que el rubio se sintiera mejor. Ni siquiera sabía si de hecho Inti se sentía mal o era ella misma quien veía en él malestar donde no lo había... probablemente, haber escuchado hacía días el relato de Jen sobre la herida del rubio y su pérdida años atrás en aquellas mismas fechas le influía de forma inevitable valorando esto.
No sabía qué hacer, y sin embargo aquella mañana se había levantado al filo de las siete para prepararle el desayuno. Sabía que Jen trabajaría aquel día pero en el turno de tarde, y que Alex no se levantaría temprano, pero con Inti iba -como siempre- a ciegas y no tenía ni idea de si trabajaría o no. No había escuchado movimiento en la habitación del rubio, pero Esther sabía que, en caso de que él tuviera que ir a trabajar, tenía que haberse puesto ya en marcha. Así que había ido a la cocina para, por lo menos, poner la cafetera al fuego.
Se había echado por encima una gruesa chaqueta de punto y se había puesto unos calcetines. Para no saltarse las normas de los Amos, no llevaba bragas, pero a aquella hora hacía demasiado frío como para ir por la casa completamente desnuda. Se encontraba divagando en sus pensamientos, haciendo tiempo frente a la cafetera con el agua a punto de hervir, cuando de pronto escuchó una voz a sus espaldas.
—Cargado y con una cucharadita de azúcar, perra. Rasa.
Rasa, no colmada. Siempre decía aquello.
Esther dio un respingo y se giró para encarar a Inti. Sabía de sobra cómo tomaba el café y no tenía ni idea de por qué el rubio se lo explicaba ahora.
—Lo siento, Amo. No le oído entrar...
Inti sonrió con la habitual displicencia, pero su sonrisa duró poco y su expresión tornó a una algo más seria de lo normal. No tampoco que Esther le fuera a preguntar.
—¿Se supone que debo anunciártelo con trompetas o cómo va esto?—masculló en voz baja, mientras con desgana retiraba una de las sillas ante la mesa para sentarse, o más bien para derrumbarse en ella. Se trataba de su silla particular, el lugar que ocupaba habitualmente, cerca de los fogones y dando la espalda al armarito de la caldera—mejor no contestes.
Esther fue a disculparse pero se mordió la lengua. No tanto por orgullo, sino porque si al rubio le daba por preguntarle por qué pedía perdón exactamente -no sería la primera vez que Inti quería saber algo así- sintió que no sabría qué decir.
—Amo, ¿quiere el café ahora?
El rubio suspiró y esbozó una mueca remotamente parecida a una media sonrisa.
—En realidad lo quería hace cinco minutos, Esther. Tienes suerte de que no tenga prisa—murmuró para el cuello de su impecable camiseta blanca.
Ella agachó la cabeza sin percatarse de que él acababa de llamarla por su nombre. Era desesperante cagarla por dudar de todo cuando precisamente lo que intentaba era hacer las cosas MEJOR, y ese pensamiento absorbía todo lo demás. Con Inti tenía mucho miedo a equivocarse, y, a la larga, ese miedo representaba un obstáculo en sí mismo: preguntas tontas, comentarios idiotas de su cosecha... de alguna forma cada uno de esos pequeños detalles abrían una brecha por la que ella caía y erraba, y entonces el demonio rubio podía meter el diente y ridiculizarla. Aunque, si Esther se paraba a pensarlo, ya no le daba tanta vergüenza ni tanta rabia como al principio que eso ocurriese.
Pensaba en aquellas revelaciones de su propia psique, en aquella súbita fuerza que no tenía nada que ver con una coraza sino todo lo contrario y no obstante la protegía, mientras se apresuraba a coger una taza del armarito y servir el café tal como Inti lo había pedido: cargado, con una cucharadita rasa de azúcar.
—Amo... por favor, ¿puedo preguntarle una cosa?
Se giró y se aproximó a la mesa mirando fijamente la taza que llevaba en la mano, sin querer levantar los ojos hacia Él.
—Adelante.
—Amo, hoy tengo... tengo cita con el terapeuta—dijo con cierto esfuerzo tras aclararse la voz. Dejó la taza en la mesa con cuidado de no hacer ruido y dio un pequeño paso atrás sin mirar a Inti.
—Lo sé.
—Oh.—después de todo era de esperar que se acordaría. O tal vez le habría dado un toque Alex para que no se le olvidase, ya que a fin de cuentas los tres Amos estaban informados de que Esther había decidido ir a terapia. De hecho, eran ellos los que iban a pagar las sesiones, aunque de momento Daniel no había querido cobrarle nada a Alex.
—Y... ¿me dejará ir, Amo?
Inti resopló quedamente mientras removía su café, la mirada fija en la exigua mancha de leche que se expandía en la superficie.
—¿Qué pregunta es esa?—masculló— se decidió que irías. Claro que vas a ir, de hecho voy a acompañarte yo.
Esther se quedó clavada en el suelo con cara de gilipollas. Eso no se lo esperaba. Y no sabía si le agradaba la idea.
No pudo responder nada. Sentía que era algo invasivo dejarse acompañar por Inti hasta allí, aunque fuera sólo hasta la puerta. Todo lo que le pasaría por la cabeza sería íntimo si no vergonzante, incluso la ansiedad de anticipación durante el viaje. No era sólo la terapia en sí: el antes y el después también contaban, los motivos contaban.
Sin embargo, sabía bien que Inti no daría importancia a lo que ella opinara a este respecto. O por lo menos eso pensaba; si él había decidido acompañarla lo haría de todos modos, dijera ella lo que dijera, por expuesta que se sintiera, ¿verdad? De hecho, Esther no pudo sino pensar que el rubio tal vez disfrutara aun más haciendo aquello si sabía que ella iba a pasarlo mal. Quizás era esa la razón que le movía a hacerlo, ¿por qué si no? ¿acaso se interesaba por ella de repente? ¿o no se fiaba de que fuera a ir allí si la dejaba sola? ¿o tenía curiosidad? en realidad podía haber varios motivos, reflexionó. Quizá, simplemente, por el hecho de ser él aquel día el Amo preferente y querer hacerle a ella sentir su poder, igual que cuando le prohibía cerrar la puerta del baño a Esther cuando ésta iba a hacer sus necesidades. Si era Amo hasta en el cuarto de baño, también lo sería en la sala de espera de un "loquero", ¿por qué no? Prácticamente era lo mismo.
—Gracias, Amo—Había aprendido que exteriorizar sus temores era darle más fuerza al enemigo (a la parte de Inti que podía hacer daño), así que contestó cortesmente, bloqueando cualquier palabra reveladora con un banco de niebla. Ya era bastante lo que Inti vería en sus ojos si la obligaba a mirarle; Esther no necesitaba darle más información.
—De nada—repuso el rubio con la sequedad habitual—siéntate.
Para sorpresa de Esther, le indicó la silla frente a él con un gesto de la barbilla, en lugar del suelo. Ella lo agradeció infinito, porque a aquella hora el linóleo de la cocina tenía que estar helado, a pesar de que el matiz era como para escamarse. Sin osar replicar o hacer preguntas, rodeó la mesa, se sentó en la silla indicada y respiró hondo.
—¿Has desayunado?—pregunto Inti sin mirarla.
El corazón de Esther se aceleró.
—No, Amo. Estoy nerviosa y... no tengo mucha hambre.
—No me des explicaciones, no me interesa—cortó Inti—Desayuna. Vamos.
—Sí, Amo.
Inti le dijo que comiese lo que quisiera, pero que comiese algo. No tuvo que insistir demasiado para que Esther obedeciera en esto, aunque era cierto que ella, más que no tener hambre, tenía el estómago cerrado a causa del nerviosismo por el día que le esperaba. La verdad era que la pobre no ganaba para tensiones y sobresaltos en los últimos días: casi estaba ahora igual de nerviosa que antes de la sesión grupal en el Noktem la noche del miércoles.
Tras el esfuerzo de tomar un café con leche y tres galletas, fue enviada a la ducha por el rubio, quien -al parecer sintiéndose generoso- le anunció que, ya que no trabajaría, ella podía entrar al baño antes que él. De modo que Esther le dejó solo en la cocina para internarse de nuevo en el pasillo en sombras.
Pasó por delante de los dormitorios, llegando incluso a escuchar la respiración acompasada de Alex y algún potente ronquido a través de la puerta abierta. Una vez en el baño, se metió bajo la ducha dispuesta a ir sin prisas, puesto que el rubio le había autorizado a que se tomara el tiempo que necesitase.
Bajo el agua sintió su piel extremadamente sensible lo mismo que su alma. No pudo -ni quiso- sacar el rostro de Inti de su cabeza mientras se enjabonaba, y se dio cuenta de que sólo con recrear las expresiones del rubio (incluso las de enfado, tirantez o desgrado) bastaba para que se humedeciera incómodamente entre las piernas. Ni siquiera veía conexión racional entre estímulo y consecuencia, pero eso era irrelevante como casi todas las otras cosas que no comprendía respecto a Él. Al igual que su sexo respondía al "Amo" -aquella palabra cobraba una fuerza infinita en soledad, sólo pensando en Ellos-, también sentía emociones profundas colisionar y anudarse en su garganta, un ahogo que no era del todo desagradable pero causaba vértigo. Les quería... podría decir que empezaba a amarles, porque todo se volvía tan intenso que comenzaba a doler dulcemente. Les quería mucho, a cada uno de muy diferente manera y sin pensar en "para qué"; no pensaba en términos de "novio", "pareja", "amigo" o "amigo con derechos", sino en los nombres de Ellos, en cada uno de Ellos.
Alex era Alex. Le amaba y se sentía segura a su lado. Lo pasaba bien con él; era fácil pasarlo bien con Alex haciendo cualquier cosa. Esther sentía que podía confiar en él, aunque callaba muchas cosas por miedo a preocuparle o a hacerle sufrir. A su manera, Alex era un hombre muy sensible: cariñoso como cachorro de pantera, pero también frágil, y lo bastante orgulloso como para no querer admitirlo. Dejando de lado cualquier connotación negativa para la palabra "frágil", Esther entendía que una persona frágil necesitaba ser cuidada, y le agobiaba que Alex bloqueara e ignorara sentimientos y en consecuencia necesidades. Algunas personas necesitaban ser cuidadas donde las palabras no podían llegar, se daba cuenta; no había que hacer grandes cosas, sólo escuchar bastaba. O tal vez un abrazo, o presencia, estar ahí. Lo sabía por propia experiencia.
Jen era Jen. Le amaba o eso creía, y sentía que estaba ligada-más bien enganchada- a Él. Era inteligente y tranquilo; se anticipaba a las cosas, siempre priorizando por ella. También sabía pulsar en su cuerpo, en su mente y en su alma los resortes del morbo, encendiéndola de cero a cien con sólo un beso y tres palabras susurradas al oído.
Esther por un lado le veía capaz de todo a Jen, pero sentía que, aunque hicieran juntos las mayores "aberraciones", Él nunca le haría daño. Quizá se equivocaba en esto, pero también confiaba en él, aunque no como en Alex sino de forma distinta. Se sentía libre a su lado, hasta para las cosas que aun no se atrevía a imaginar.
Inti era misterio tras una hermosa puerta cerrada con clavos. Era doloroso no poder abrir aquella puerta para llegar hasta él, pero Esther lo deseaba tanto. Era doloroso no poder confiar en él; también lo deseaba, más que nada, pero ¿cómo hacerlo? Así y todo, se agarraba a la idea de que, en realidad, el rubio no era mala persona... cosa que seguramente también se habría podido llegar a decir de muchos asesinos múltiples a lo largo de la historia, y es que la ausencia de maldad-un concepto profundamente subjetivo, por otra parte- no hacía a uno necesariamente inocente.
Mientras Esther dejaba la mente ir bajo el chorro de la ducha, Inti continuaba en la cocina desayunando. Había sacado el móvil para teclear un rápido mensaje de texto:
«Me siento fatal. Tengo un rato libre esta mañana, ¿puedes quedar a tomar un café?»
[Sending]
-------------
La consulta de Jordan era un despachito más pequeño que el de Cross, amueblado de forma espartana y sin aquella espaciosa zona infantil tapizada de colchonetas y cojines de toda forma y color. Esther se sentía agobiada ahí dentro, pero al mismo tiempo tenía que reconocer que haber abandonado la sala de espera por fin -y haberse separado de Inti- había sido un gran alivio. Contra lo que ella imaginaba, el rubio la había acompañado más allá de la puerta de entrada al edificio, había subido las escaleras a su lado sin decir una sola palabra, y se había sentado a esperar con ella hasta que aquel hombre alto y paliducho la había dado paso.
—Te espero en el portal cuando acabes—fue lo último que farfulló antes de irse.
Y ahora ella estaba allí. Sentada en una silla de plástico frente a un escritorio que parecía enorme, sin atreverse a levantar los ojos hacia el hombre tras él y encogida sobre sí misma hasta un punto que resultaba cómico, inconscientemente, sólo queriendo desaparecer.
El llamado Jordan abrió la boca para decir algo -tal vez algo como "eh, no te voy a matar, respira"-, pero por alguna razón la cerró y bajó la mirada para repasar unos informes sobre su escritorio. Había telefoneado a Cross el día anterior a fin aclarar algunas cosas sobre aquella paciente cuyos papeles tenía delante ahora. Había hecho copias del informe de Daniel y en aquel momento leía de nuevo la redondeada y sinuosa caligrafía de éste, parándose en algunos puntos que llamaban su atención. "Paciente de riesgo", "posible situación de desamparo. Suministro directorio e información de servicios sociales", "rechaza reconocimiento médico", "*fortalecer autoestima", "la paciente viene buscando ayuda para un hombre con el que tiene una relación *atípica que no quiere explicar", "posibles conflictos en esfera familiar".
Según le había contado Cross, el "riesgo" era difuso pero real. No se trataba de que la paciente hubiera expresado que quisiera autolesionarse o quitarse la vida, por ejemplo, y sin embargo, a ratos, Daniel la había visto con el alma pendiendo de un hilo. Su situación social era dudosa en el sentido de que se la veía desprotegida, sin nadie a quien poder acudir fuera de una relación atípica y posiblemente tóxica. Demasiado frágil en su momento presente para ese tipo de soledad, demasiado expuesta, tal vez ahí estaba el mayor riesgo. Por no mencionar esos "juegos" de violencia en el entorno donde vivía y en sus relaciones -de las que ella no había querido hablar- y que, según había expuesto textualmente, dependía económicamente de un posible agresor. ¿Dónde quedaba exactamente enmarcado el juego de control en aquella situación? Ahí fue cuando Cross había sentido un límite al quedarse sin recursos, considerando que, desde luego, ella no tenía intención de explicar pormenores para ayudarle a entenderlo. Por eso había optado por hablar con Jordan.
—¿Por qué no quieres hacerte el reconocimento médico?—preguntó éste sin levantar la vista de sus papeles. Su voz no sonó hostil, pero Esther casi dio un brinco en la silla.
—Pues...
Apretó los labios por un momento sin saber cómo seguir, dejando que transcurrieran unos segundos de silencio que provocaron que Jordan (horror) levantase la cabeza para mirarla. Por un momento pareció perforarla con aquellos iris verdosos salpicados de motitas doradas.
—Porque no... porque estoy bien. No me hace falta—sin darse cuenta, Esther estaba retrocediendo, reculando en la silla mientras hablaba—agradezco la oferta pero, de verdad, no es necesario.
Jordan suspiró, volvió a mirar sus papeles y pasó la página para escribir en el siguiente folio que estaba en blanco. "La paciente rechaza el reconocimiento médico alegando que no es necesario" garabateó con su caligrafía relativamente armoniosa y un tanto inclinada hacia la derecha.
—¿Lo dices de verdad, o es porque escondes algo?—preguntó con inflexión neutra tras colocar el bolígrafo sobre la hoja de papel—¿hay algo que no quieres que se vea o se sepa?
Esther quiso que la tierra se abriera bajo su silla. Desvió los ojos con nerviosismo para posarlos alternativamente en varios lugares que eran ninguna parte. Temía en parte a Jordan de forma si acaso irracional, pero, aun así, no imaginó que éste sería tan directo al preguntar. La sospecha de que él sabía exactamente lo que ella quería ocultar -las marcas en su piel- le resultó escalofriante.
Se sintió observada por el terapeuta bajo la ropa, como si este tuviera rayos X en los ojos. Sintiendo aquello era realmente difícil mentir, pero aun así lo intentaría.
—Estoy bien—se obcecó en concluir, aunque su voz no sonó firme en absoluto.
—Esther, escucha—Jordan respiró hondo y apartó con cuidado la carpeta abierta a un lado—no tengo intención de juzgarte. Sólo quiero ayudarte, pero no podré hacerlo si no confías en mí. Lo que hablemos en este despacho no lo sabrá nadie, nunca.
Consideraba algo obvio aquello, pero se dijo que tal vez ella necesitaba oírlo. Desnudar el alma y mostrar los anhelos, las frustraciones y los miedos era quizá más sencillo con un desconocido que con un amigo o familiar -esta era otra de las múltiples paradojas o contradicciones humanas-, pero, aun así, resultaba complicado. Nadie contaría secretos porque sí... aunque Esther estaba allí por algo, y era cierto que si se mantenía cerrada como ostra perlífera todo sería inútil.
Ella negó de forma casi imperceptible con la cabeza. Le apetecía de alguna manera loca abrirse a Jordan en aquel mismo momento, de golpe, y a la vez le aterraba la idea de hacerlo.
—Esther, seré muy claro contigo. Yo sé bien que la práctica de BDSM y ciertos juegos puede dejar marcas en la piel, pero por otro lado mi compañero duda de si estás viviendo una situación de abuso y maltrato en el hogar. El examen médico era importante por eso, pero, si no quieres hacerlo, al menos deja que lo valore yo.
Ella le miró con cara de espanto y sin saber muy bien si le estaba entendiendo. ¿Le estaba pidiendo que se desnudara ahí mismo?
—Es eso, ¿verdad?—Jordan ladeó levemente la cabeza sin sonreír—hay marcas en tu cuerpo. Quisiera poder verlas, por favor.
Sabía que algunas marcas podían hablar por sí mismas de malos tratos. No había manejado situaciones así en la consulta, pero sí había visto directamente ese tipo de daños en un par de desgraciadas ocasiones fuera de allí. Se preguntaba si Esther tendría señales de golpes, quemaduras, cortes. Hablando en plata, había mucho loco suelto acomplejado por ahí, y también, simplemente, había personas que se camuflaban en el mundo de la Dominación para descargar su ira y sus frustraciones particulares. Jordan pensaba, desde su experiencia personal, que se podían afrontar las prácticas y los juegos más rocambolescos desde el consenso y el respeto hacia la parte sumisa, si ésta lo deseaba, pero en algunos casos, lamentablemente, la cuestión no era la cesión consentida de control sino que se trataba de otra cosa. Y en aquel momento le urgía comprobar que en el caso de Esther no era así.
Ella dio un breve respingo en la silla, la mirada clavada en las vetas de la madera del escritorio. Marcas. Sí, por supuesto, las tenía. Lo último que haría sería mostrarlas.
—Vale. Te voy a hacer unas preguntas como alternativa—dijo él, en vista de la ausencia de respuesta. No es que se fuera a conformar con una negativa tácita, pero cada vez le urgía más llegar al fondo de lo que más le preocupaba en aquel asunto—necesito que seas sincera conmigo, todo lo sincera que puedas. No te juzgaré—añadió—no me juzgues tú a mí pensando de antemano que no voy a entenderte.
Ella parpadeó un par de veces y dio un leve asentimiento. Respiró hondo sin levantar la mirada.
—Está bien—musitó.
Preguntas, preguntas. Las temía, pero en cualquier caso prefería pasar por un interrogatorio que desnudarse ante el caballero negro.
—¿Practicas BDSM, Esther?
BDSM, BDSM... aquellas letras significaban... ¿qué exactamente? Tal vez a causa de los nervios Esther notaba su mente ralentizada. Se sintió muy estúpida de pronto.
—...Se refiere a... ¿sado?—inquirió con un hilo de voz, obcecada en no mirarle.
Notó un levísimo aleteo en la voz del contrario cuando éste respondió al momento siguiente, ¿estaba Jordan sonriendo? no, no iba a levantar la vista para comprobarlo.
—Me refiero a encuentros consensuados donde se practique Bondage, Disciplina, Sado-masoquismo o juegos de Dominación-sumisión.—explicó él, extendiendo uno por uno los largos dedos de la mano derecha para enumerar y marcar los términos correspondientes a cada inicial en el acrónimo.
—Oh.—"juegos". Ella no lo llamaría precisamente así, y sabía de uno que tampoco. Pero se ahorró la apreciación—pues...
No supo qué decir. No por querer soltar una mentira y no saber cómo, sino quizá porque desconocía la verdad de aquel hombre en cuanto a ese tipo de relaciones. No sabía qué pensaba él ni cómo las enmarcaba, cómo de ajeno o cercano le era el tema y cómo de abierta estaba su mente, ¿acaso él "practicaría" también? No pudo evitar preguntarse si Jordan habría experimentado los sentimientos que latían en esa tierra de nadie entre placer y dolor, cuando ambos términos se fundían en un único significado. Pensar que no tenía "pinta" de sumiso no sería sino caer un prejuicio idiota al fin y al cabo.
—Esther, por sí mismo eso no tendría nada de malo.
—Pues, el caso es que... —ella no recordaba nunca haberlo formulado así, aunque sí había escuchado el acrónimo BDSM un par de veces. Pero sí, a fin de cuentas para qué iba a cerrarse y a negar que participaba de aquellas actividades; de alguna forma ese mal presentimiento previo no había sido otra cosa que la intuición de que Jordan le preguntaría directamente por aquello. Se estremeció y asintió de nuevo—Sí.
No sabía si estaba haciendo bien al decirlo. No sabía si estaba autorizada a decirlo, a hablar de aquellos temas con un desconocido que estaba fuera de su relación con Alex, Inti y Jen. Por mucho que Jordan hubiera señalado que nadie, nunca, iba a enterarse de lo que ellos hablasen allí, hacerlo se sentía igualmente como saltarse las normas. ¿Cómo había sido tan inconsciente de no pedir instrucciones al respecto? ¿acaso a los Amos no se les había ocurrido puntualizar los límites en ese sentido? Tal vez Ellos habían asumido que ella mantendría su extraño vínculo en secreto, y no se habían detenido a pensar en lo complicado que esto podría llegar a resultar.
—Vale—Jordan se reclinó contra el respaldo de su asiento, tomando algo de distancia y sin dejar de mirar a Esther de hito en hito—Lo practicas. Yo también. Así que tranquila, no voy a asustarme de nada de lo que me cuentes.
A pesar de que Esther barajaba como posibilidad que Jordan fuera "practicante" -practicante como ella misma se comenzaba a considerar, aunque nunca había visto el tema de esa forma- no pudo disimular la sorpresa al oírlo de sus labios.
—¿Usted también...?—cerró la boca. Tragó saliva e intentó ordenar ideas en su cabeza para escoger las palabras adecuadas—¿usted tiene también una... relación... así?
No supo cómo pero de pronto se dio cuenta de que estaba mirando a Jordan. De hecho, los ojos de éste parecían haberla atrapado ahora como una trampa de la que no podría escapar fácilmente. La constelación de pecas que cubría la nariz del terapeuta no le hacía menos intimidante, aunque Esther tenía que admitir que éste tenía una sonrisa bonita. Porque él estaba sonriendo, sí, aunque sin rastro de suficiencia en su gesto.
—No. Una relación no.—replicó escuetamente—Ahora es un trabajo solamente.
—¿...Un trabajo?
¿De qué manera era eso posible? ¿cómo podía ser un "trabajo" algo así? Esther no tenía ni idea de a qué se refería Jordan, ¿acaso hacía sesiones por dinero o algo parecido, como un prostituto que adoptase un rol?
—Llámalo terapia alternativa si quieres, aunque no hay diploma que lo acredite. En inglaterra y Estados Unidos es más común; a quien la da, le llaman "discipliner".
—Oh, dios...
Él rió un poco por la cara de susto de la chica cuando ésta comprendió. Si acaso era que lo había comprendido. Tal vez debería explicarlo mejor; era cierto que no estaban en la consulta para hablar de él, pero tampoco quería que ella se asustara o le malinterpretase.
—Es otro tipo de tratamiento—dijo, encogiéndose levemente de hombros como tratando de quitarle importancia. "Tratamiento" no era mala palabra, porque, aunque no era que se pudiera hablar de ninguna "enfermedad", sí existían a veces dolores que cedían con aquella terapia de contacto.—para personas que buscan desahogarse, liberarse, catarsis, o que necesitan un refuerzo real de la disciplina en sus vidas y fantasean con el castigo físico. O, bueno, también simplemente para personas que encuentran excitación y placer inconfesable en ser castigadas...
De la misma manera que no manejaría la palabra "enfermedad", tampoco Jordan diría que tenía "pacientes" a este respecto. Se trataba de clientes hasta en el más enrevesado de los casos, a pesar de las implicaciones psicológicas y de todos los laberintos de conexión en la inteligencia inconsciente.
En realidad, Jordan no creía en la existencia de la "gente normal" en cuestión de salud mental. Vivir ciertas emociones podía ser difícil, y los seres humanos eran, casi todos y empezando por él mismo, esclavos de la intensidad, cajas de Pandora que contenían demonios y una secreta esperanza sin apenas voz en el rincón más oscuro. En aquel trabajo no había lugar para juicios, comparaciones, culpa o vergüenza; no había lugar para la "normalidad" ni tampoco para la "rareza" en la dimensión única de cada persona. No había complejos, sólo satisfacción (o eso intentaba él).
Se sentía privilegiado al poder explorar entre la maleza de la psique de otros, aunque a veces le abrumase adentrarse en profundidad; se sentía afortunado sólo por poder observar el temor oculto, la frustración, la represión, las fobias, el autoengaño, sabiendo que no tenía poder para curar nada -¿acaso había algo susceptible de ser curado?- aunque sí la oportunidad de hacer cuanto pudiera por ayudar a alguien a sentirse mejor. Las emociones a veces se enterraban y se volvían oscuras, poderosas en la sombra, incomprensibles e hirientes... pero, a pesar de los peligros que había al huir de ellas o al atravesarlas, a pesar del poder de lo imaginario sobre lo real en tantas ocasiones, nada en la naturaleza de las emociones las convertía en enfermedades. De hecho, en opinión de Jordan, el principio de enfermedad comenzaba con la ausencia de emociones y sensaciones. Muchas de las personas que acudían a él se afanaban en negarlas hasta el punto de no poder soportar la tensión.
Esther le contempló unos segundos en silencio, aun aparentemente impresionada.
—¿Entonces... usted castiga gente?
—Ah, bueno, no siempre. A veces.—el terapeuta frunció la mirada por un segundo en un gesto que pareció amigable—Pero, Esther, no estamos aquí para hablar de mí. Cuéntame tú. ¿Tienes tú alguna relación así?
—Sí, señor. Quiero decir, sí.
Jordan no hizo comentario alguno hacia aquel pequeño lapsus.
—Tienes marcas, entonces.
Claro, ahí era donde quería llegar desde el principio. Esther suspiró.
—Sí, las tengo. Pero, por favor... por favor, no quiero enseñarlas. Es algo muy personal. Y no sólo es...—"no sólo es mío", iba a decir. Aunque el caso era que eso no sería una buena forma de expresarlo. Porque ella era de Ellos... su cuerpo, en consecuencia, era de ellos también y no le pertenecía en absoluto, ¿no? Ja, en su cabeza sonaba imposible, horrible e idiota, y desde luego no iba a verbalizarlo con un desconocido.
—"No sólo es..."—sin embargo, Jordan la alentó a continuar la frase.
—Es igual. Es complicado. Por favor, no quiero mostrar mi cuerpo.
—Lo entiendo, y no tengo intención de obligarte—¡y tanto que no! eso sería algo denunciable en la consulta de cualquier profesional bajo aquellas circunstancias—pero dime, ¿dónde las tienes?
Esther se revolvió inquieta en su asiento. ¿De verdad eran tan importantes las marcas? no entendía tanta vuelta en torno a las malditas marcas.
—En mi culo—replicó en un susurro, molesta, enrojeciendo violentamente—En mis muslos también, alguna.
—¿Parte externa o interna?
—¿Perdón?
—En los muslos—aclaró Jordan—¿zona interna o externa de los muslos?
Dios, ¿qué mierda de importancia tenía eso?
—Externa—casi bufó al decirlo.
—¿Y ya está? ¿Nada en ningún otro sitio?
Esther negó con la cabeza. Qué diablos quería ese hombre que dijera.
—No. Nada.
—¿Nada en tu espalda, pecho, costados, pies, o en ningún otro sitio?
—Nada—repitió ella. No era del todo cierto, pues hablando de marcas como tales también tenía algún mordisco en las tetas, algún chupetón y arañazos aquí y allá, algún agarrón en el brazo, pero a su parecer eso no era de la incumbencia de aquel hombre.
Jordan asintió. Se daba cuenta de lo tensa que estaba poniéndose la chica, del cambio en el tono de su voz que sonaba cortante ahora. No quería perturbarla, para nada lo quería.
—Gracias por decírmelo. Tranquila. Necesito saber sólo un par de cosas más.
—Dispare.
—¿Son marcas de azotes? ¿Tienes algún corte o alguna quemadura?
—Oh, no, por dios, son marcas de azotes. Sólo eso.
Visiblemente violentada, Esther se preguntó qué narices le habría dicho Cross a Jordan para que éste buscase con tanto ahínco signos físicos de maltrato. No los encontraría, ¡claro que no! quizá Inti la había vejado y herido psicológicamente, pero eso no dejaba señales visibles en primera instancia, o, en cualquier caso, no era algo que se pudiera cotejar en un examen físico. Y, por otra parte, no se podía decir que Inti la hubiera maltratado, ¿verdad? No le había rasgado la piel con una navaja, no la había intimidado con una pistola, no había apagado cigarros en su cuerpo; esas cosas eran realmente maltrato, ¿no?, ese tipo de cosas que salían en los titulares de prensa. Inti no le había hecho nada de eso. La había desgarrado con palabras y gélido desprecio, sí, aparte de romperle el culo en más de un sentido, pero eso no podía considerarse maltrato. Eso no era equiparable a dejar horribles señales físicas... ¿o sí?
—¿Estás dolorida ahora?
Esther comenzaba a sentirse realmente molesta y extraña consigo misma cada vez que Jordan la traía de vuelta a su realidad con otra pregunta. ¿Que si estaba dolorida? Las señales en su cuerpo tardarían en desaparecer, pero lo cierto era que no se encontraba especialmente molesta... aunque tampoco podía olvidar que estaban allí, y recordaba el potro cada vez que se sentaba o apoyaba el culo en algún sitio.
—No. Estoy bien.
----------------------------------------------
En aquel mismo momento, Silver entraba por la puerta de la cafetería frente al edificio donde estaba la consulta. Tras un rápido barrido visual, localizó a Inti en una de las mesas más alejadas de la puerta, medio apoyado en la pared con cara de hastío. El rubio llevaba ya cierto tiempo esperando, seguro.
—Hey. Perdona, me he retrasado un poco...
Dejó la mochila negra sobre una silla y se sentó frente a Inti, quien se había girado a mirarle con cara de vaca viendo pasar un tren.
—Ah. No pasa nada.
Perplejo, Silver se quitó la chaqueta de cuero y la dejó junto a la mochila. Fuera hacía frío bajo un manto denso de nubes, pero en el caldeado ambiente de la cafetería la prenda ya le sobraba.
—¿No pasa nada? oye, tú no estás bien—se reía al decirlo, pero estaba algo preocupado—estás bastante pálido, ahora que me fijo.
Una camarera con un chaleco negro y rojo le trajo a Inti una segunda taza de café -la tercera en la mañana- y de paso tomó nota para traerle una bebida a Silver. Parecía que Inti no iba a inmutarse por el comentario de su compañero de mesa, pero, cuando la chica se dio la vuelta para marcharse, respondió.
—Estoy fatal.
No lo dijo en tono de estar fatal realmente. No lo soltó en plan de rasgarse las vestiduras, sino todo lo contrario. Lo dijo en plano, sin alterarse, como podía haber contestado cualquier otra cosa. Silver alargó la mano para tocarle el hombro y se dio cuenta de la tensión muscular bajo la ropa, sin embargo.
—Inti, mírame, tío. ¿Qué te pasa?
La máscara inexpresiva del rubio pareció a punto de desmoronarse cuando él finalmente se rindió a mirar al otro, aunque sólo por un segundo.
—Desde la noche en el Tres Calaveras no levanto cabeza—mascullo en un susurro.
—Ah. Vaya, amigo. Ya lo sé.—Silver sostuvo la mirada de Inti con calma y se le acercó en un amago de abrazo por encima de la mesa. No llego a tocarle más allá del hombro, sin embargo, en vista de la respuesta nula en el lenguaje corporal del otro—Ya me lo imagino. Debió de ser un palo muy gordo ver a Ballesta allí, ¿no?—inquirió, retrocediendo.
Los ojos del rubio parecieron nublarse y cristalizar en lágrimas que no llegaron a caer. Se las tragó antes de que afloraran; era un maestro en ello, no era mal actor.
—Lo fue. Y no sólo eso... no sólo eso sino todo, Silver. Lo que él dijo...
—¿Qué dijo?
El rubio se mordió el labio y bajó la mirada a la taza de café. Rasgó un sobrecito de azúcar y vertió un poco más de la mitad de su contenido despacio en el líquido caliente, absorto en ello como si tratara de concentrarse en cada grano que caía.
—Tú ya no estabas allí. Te habías ido con tu... —frunció el ceño como para tragarse una mala palabra—con Malena.
—Oh. Ya... ya, sí. Pero, escucha, ¿qué dijo?
—Bueno. Él insinuó que yo... que yo...—Inti levantó los ojos hacia Silver pero inmediatamente volvió a desviar la mirada—que yo no era capaz de ver a Esther.
Silver frunció levemente el ceño mientras volvía a sentarse completamente en la silla. Sabía quién era Esther; sabía que Inti hablaba de su "perra", como él la llamaba. De hecho, era la primera vez que le escuchaba referirse a ella por su nombre y no con palabras como "perra", "zorra", "cerda".
—¿Que no veías más allá de un trozo de carne en un potro, quieres decir?—inquirió, queriendo saber qué había afectado tanto a su amigo exactamente.
Inti negó con la cabeza.
—No se refería a eso. No. Aparte de eso, él dijo... él insinuó que yo veía en ella lo que yo quería ver. Que en lugar de verla a ella, veía algo mío que no podía soportar.
Eso era un nivel nuevo del concepto "utilizar a alguien para descargar mi rabia".
A Inti se le antojó increíblemente difícil decir aquello, pero a la vez catártico, casi como vomitar por fin tras una espantosa náusea. Probablemente, Silver era la única persona con quien podría compartir algo así.
—Vaya. Qué agudo, el cabrón—¿Qué agudo? ¿qué flipado? Melenas no supo qué decir.
Inti volvió a menear la cabeza con gesto de asco, ojos fijos en su taza de café.
—Al principio le quise arrancar la cabeza. Quién coño es este mequetrefe para hablar así, pensé. Me puso muy nervioso. Y, sabes... tenía razón. Tiene razón.
Resultaba asqueante pensar que él en realidad no conocía a Esther, que no tenía ni idea de quién coño era la mujer desnuda sobre el potro y que seguía sin saberlo. Resultaba desconcertante lo seguro que había estado de saber quién era ella y de qué pie cojeaba, cuáles eran sus motivaciones. Tal vez no eran las de ella, sino las de él, y por eso las había visto tan claramente sin sentir siquiera la inquietud de procesarlas.
La había exigido lo que ni siquiera se había parado a pensar, sin conocerla y sin verla. Seguía siendo incapaz de verla, ¿quién, diablos, quién? ¿quién era esa mujer? No estaba seguro de querer saberlo. La palabra "crisis" se quedaba corta. Le asustaba mirar atrás, le parecía increíble la facilidad con que por primera vez le había puesto una mano encima.
La camarera trajo un café largo a Silver, deshaciendo obligatoriamente la tensión por un momento.
—¿Tiene razón?—como funambulista caminando sobre la cuerda floja, Silver continuó tanteando a su amigo. Una mala pregunta, un paso en falso, un juicio o un comentario al aire serían suficientes para hacerle tambalear y perder el equilibrio, y, si eso ocurría, Inti se cerraría de golpe. Abordarle era como manipular una bomba de relojería, en cierto modo.
—Sí. Yo creo que al principio no pensé... que fuera necesario conocerla.
Más bien creyó "reconocerla". Una niña de papá, una ni-ni consentida, una niñata mimada y caprichosa de esas que matan gente sin darse cuenta (como Taylor, sí.). Todo había sido una trampa de su mente.
Silver retrocedió un poco en su asiento de forma involuntaria. Podía entender a qué se refería el rubio con aquella última frase, pero ésta le había sonado dura, demasiado. Sentía que en ese aspecto él no podía decirle nada a Inti, porque no tenía ni idea de cómo era eso de "poseer" a alguien que fuera totalmente ajeno, a alguien que podría ser cualquiera, por quien no sentías nada.
—Eso es una salvajada, Inti. Lo que acabas de decir.
Quería tener tacto, pero siempre le había dicho al rubio lo que pensaba, y ahora no iba a dejar de hacerlo. El aludido le miró entonces con fijeza y sus ojos volvieron a verse húmedos de golpe.
—¿Lo es?—preguntó bajando aun más la voz.
Silver asintió, sosteniéndole la mirada.
—Bueno, más bien es una gilipollez. ¿Qué sentido tienen todas esas cosas con un desconocido?
No le hizo falta explicar que con "todas esas cosas" se refería a la intensidad, al placer y al dolor causado, al morbo, incluso al sexo sin más. Hacer cosas con un desconocido durante un rato, algún día, podía tener su punto... pero pretender poseer simbólicamente a alguien sin saber quién era esa persona, sin dar importancia al sujeto y sólo resaltando el verbo (poseer, poseer por poseer, o lo que diablos fuera) no tenía ningún sentido en su opinión. Definitivamente no. Era algo idiota, o en el mejor de los casos algo para pasar el tiempo; algo que no evolucionaría jamás porque ni siquiera tenía razón de ser, pues la razón fundamental estaba siempre en la otra persona.
—Nunca me había parado a pensarlo—admitió, articulando despacio las palabras—y, bueno, Balle también dijo... que Esther no tenía que pagar por mis problemas. Que ella no tenía la culpa de cómo me sentía yo, o algo así. Me puso enfermo. ¿Cómo demonios...? no sé de dónde sacó esa mierda.
—Joder. Y... ¿también tenía razón?
Inti quiso responder pero de pronto sintió un espasmo en la garganta.
—Creo que voy a vomitar.
----------------------------------
—Lamento si te lo estoy haciendo pasar mal con estas preguntas, Esther.
En verdad Jordan no quería hacerlo, y tampoco le echaría en cara a ella que no estaba resultando especialmente colaboradora. Entendía que la situación a tratar era cuando menos delicada.
—Me siento muy extraña ahora.
—Lo imagino...—Jordan extendió la mano por encima de la mesa y oprimió brevemente el brazo de Esther. Fue un gesto natural y bastante discreto, aunque a ella le resultó invasivo—pero, escucha, viniste buscando ayuda. Viniste por algo a ver a Daniel.
Esther asintió débilmente.
—Cuéntame por qué. Qué fue lo que te trajo hasta aquí.
Fuera de la consulta, el cielo se iba poniendo cada vez más pesado, más plomizo y más gris. No tardarían en caer las primeras gotas de lluvia, pensó Esther, y casi al momento creyó sentir el estremecimiento y la reverberación de un trueno aun lejano.
Dentro de la habitación, la luz se había atenuado hasta el punto de que sólo las siluetas de los rostros se distinguían. Jordan encendió una lamparita con pantalla de flecos que había sobre el escritorio, y al momento un suave resplandor color melocotón les envolvió dejando aun una zona de cálida penumbra en torno a ellos.
¿Qué la había traído allí? Esther suspiró. Ya se lo había contado a Cross, y no había servido de nada. Ya le había dicho a Daniel el motivo real de estar ahí: estaba buscando ayuda para ayudar a su vez a otra persona, pero el doctor no había hecho mucho caso de eso. Tal vez Jordan no reaccionaría así; tal vez era cierto que él sí podía arrojar un poco de luz sobre aquel problema concreto.
—Una persona que me importa está sufriendo bastante—murmuró— Estoy preocupada por él. No deja que nadie se le acerque.
—¿Qué relación tienes con él?—inquirió Jordan.
Esther dejó escapar un leve resoplido de resignación. No tenía ni idea de cómo iba a explicarlo. Al menos, parecía que Jordan no estaba dispuesto a ir apuntando cada cosa que ella fuera a decir.
—No sabría decirlo, la verdad. Le quiero, creo. Eso es lo único que sé. Pero en realidad nosotros no somos... nosotros no...
En realidad, no había un "nosotros". Tristemente.
—¿Sois amigos? ¿novios?
—No, no. Nada de eso. Por favor, ¿podemos dejar el tema?—Esther miró deliberadamente a Jordan con los ojos brillantes y cargados—me duele. Por favor.
Él hizo una mueca de contención ante aquel gesto de súplica. No le agradaba en absoluto verla sufrir. Esther era increíblemente transparente; era imposible no darse cuenta de la tormenta emocional que le sobrevenía revolviendo aquello.
—Vale. Está bien, tranquila. Lo dejamos, le quieres y punto. O eso es lo que crees.
Mierda, no. Esther no quería empezar a llorar. En carne propia comprobaba a cada momento que uno podía extrañar lo que nunca había tenido, porque cien veces al día echaba de menos el calor de Inti, un abrazo suyo, decirle "te quiero", su presencia. Y más allá de esa nostalgia imaginaria sólo había una quimera, porque él jamás la querría. No sabía porque estaba tan segura de eso, pero lo estaba, y aun así seguía ahí dispuesta a todo, ¿no era eso querer? Tal vez era una forma estúpida de hacerlo; tal vez sólo se engañaba a sí misma, bueno, y qué.
—Sí, le quiero.—Se vio obligada a sorber por la nariz. Jordan le pasó una caja de pañuelos desechables—pero es tan... difícil.
—A veces ocurre eso. Pero bueno, hay soluciones, Esther.
Ella se sonó con cierto reparo y se secó un par de lágrimas. ¿Soluciones? después de hablar con Cross, había aprendido una cosa.
—El otro día, charlando con el doctor Cross... no sé cómo... pensé que tal vez estaba enfocando el problema hacia un callejón sin salida.
—Interesante—replicó Jordan—soy todo oídos.
No esperaba como terapeuta una respuesta tan lúcida como la que ella dijo a continuación.
—Tal vez puedo llegar a él a través de mí. Quiero decir, si yo misma decido cambiar lo que me lastra en mi situación. No se trata de forzarle a él, sino de tomar las riendas de mi vida para poder estar a su lado.
Por supuesto, Jordan no podía entender las dimensiones reales de aquel pequeño discurso y lo que este significaba literalmente, pero se daba perfecta cuenta del esfuerzo que había hecho Esther para construirlo. Y eso de tomar las riendas a modo de conclusión final le gustó.
—Bueno. Tomar las riendas es lo primero para afrontar lo que sea—comentó—no conviene soltarlas pase lo que pase. Yo te ayudo a sujetarlas—añadió con una pequeña sonrisa cómplice—no estás sola, Esther. ¿Vale?
—Gracias—ella tenía la sensación de ni saber lo que estaba diciendo, de estar soltando por la boca puras locuras. Y Jordan le decía que no estaba sola... genial. Se cagaba de miedo y a la vez estallaba en gratitud al sentir no sólo una respuesta, sino un apoyo real en el exterior. Era extraño, muy extraño.—Gracias.
—No me las des. Sólo necesito que me prometas una cosa: protégete. Por mucho que le quieras, no permitas que te haga daño. Si te tienes que alejar de él, por favor, hazlo. ¿Me lo prometes, Esther?
Tras preguntar esto, la contempló con una mirada capaz de arrinconar una serpiente. Y ella asintió con vehemencia. Sí, protegerse a sí misma era parte de ese nuevo enfoque de las cosas; era una pieza más en el plan, si acaso por pura estrategia. Se daba cuenta de que quería ir junto a Inti desde su libertad y sabiendo lo que hacía, con el paso más firme posible, y eso sólo podía conseguirlo si se encontraba bien, si era libre. ¿Ser libre significaba terminar con el vínculo que le unía a los Amos? No, claro que no. No realmente. Incluso podía acercarse más a ellos así, si se quitaba de encima parte de todo lo que le pesaba.
Hablaron largo y tendido durante la sesión. Jordan le preguntó a Esther sobre su infancia, sobre sus padres y su vida en general, pero sobre todo quiso tirarle de la lengua en cuanto a proyectos del presente. Y como la palabra "AUTONOMÍA" comenzaba a brillar con letras de neón en la mente de Esther desde algunos días atrás, ella le habló igual que si hubiera encontrado la llave maestra que abriera todas las puertas de pronto: "voy a buscar trabajo", le dijo, e incluso sonrió.
No quería dejar de sentirse Suya (de los Amos). No iba a dejar de sentir eso, ¡por supuesto que no! y mientras se sintiera suya, lo sería. Eso no iba a cambiar nunca a causa de su autonomía, hiciese lo que hiciese, ni aunque de golpe se convirtiera en millonaria y pudiera comprarse tres castillos para ella sola. Lo único que iba a hacer era ser más sólida, más feliz (al menos a la larga, si el trabajo que encontraba no era precisamente agradable), o por lo menos quería intentarlo.
Jordan celebró internamente que Esther hubiera arrancado a hablar e incluso pareciera poco a poco ilusionarse. La idea de auto-fortalecerse estaba bien, pero más para reafirmarse que para prestar espalda al escorpión que quisiera cruzar el río, eso sí. "¿Por qué lo has hecho, Escorpión? Te dije antes que si me picabas mientras cruzamos el río nos ahogaríamos los dos" "Lo siento, ranita adorable. Es mi naturaleza".
—Voy a estudiar—sentenciaba Esther en aquel mismo momento—en realidad sólo me quedan unas cuantas asignaturas para terminar la carrera...
"Unas cuantas asignaturas" que habían supuesto algo así como un muro insalvable para ella durante el último año; un muro que de antemano se dijo a sí misma que nunca escalaría, ¿cómo pudo pensar eso? No había prisa si no le salía a la primera como quería. No había prisa para nada, ¿qué mierda de prisa había tenido siempre como una obsesión? La otra cara de la prisa, de la exigencia extrema, era la derrota anticipada.
El ser humano era esclavo de sus propias contradicciones continuamente, pero también podía reaccionar y aprender de algunas de ellas; podía hasta intentar comprenderlas. Sí, al parecer uno podía elegir en un momento dado dejar de correr sin cabeza por la vida.
A veces "distancia" significaba "acercamiento", como en la analogía de contemplar un cuadro o un dibujo en su totalidad. A veces había que alejarse para ver, para reconocer, para entender. A veces uno necesitaba parar para avanzar. A veces, no moverse resultaba muy cansado. A veces el corazón necesitaba tener cerebro, y eso no hacía menos auténtico el acto de amar sino todo lo contrario. Contradicciones, contradicciones.
—Realmente me apetece... me apetece seguir con los estudios.
Jordan escuchaba sin decir una palabra cada cosa que ella decía. Se sentía contento. Sabía que un terapeuta tenía esa función primordial: escuchar. Le gustaba su trabajo.
En ocasiones, sólo escuchar permitía que otra persona comenzara a hablar consigo misma. Una persona se daba cuenta de muchas cosas al oírse a sí misma hablar de aquello que no había verbalizado ante nadie hasta el momento.
—Joder. Creo que he pasado mucho tiempo preocupándome por cosas que eran... nimiedades—musitó Esther, dándose cuenta de que había agarrado a hablar y echando el freno un tanto bruscamente como podía. Aun notaba los ojos húmedos, pero se sentía de pronto más ligera, casi capaz de volar. En cierto sentido, era perturbador.
—Has pasado tiempo preocupándote por nimiedades, bueno—repitió Jordan a modo de marca, como si insertara una cinta roja entre las páginas de un libro—vamos a dejarlo aquí entonces, Esther. Me gustaría verte la semana que viene, cuando te venga bien. ¿Tal vez el miércoles, a esta misma hora?
—El miércoles. El miércoles, de acuerdo. Aunque tendría que consul-...
No terminó la frase, no le dio la gana. Se levantó de la silla con la sensación de estar llena, viva y dolorida a momentos. Se sentía perdida, pero mientras se tuviera a sí misma eso no era una amenaza.
Fuera había empezado a llover, y le pareció que podía notar el olor de la calle mojada a través de las ventanas cerradas. Un olor que penetraba sus fosas nasales en cada respiración, tan profundamente que terminaría por marearla. Sus ojos vagaron por la realidad que la rodeaba y se posaron en diferentes áreas del despacho en penumbra: una camilla plegable contra la pared que antes no había visto, un fichero de metal, libros y más libros. Dio un respingo cuando de pronto advirtió movimiento en una de las estanterías cerca del radiador, y casi gritó al ver una sombra desplazarse y arquearse para terminar enroscándose sobre sí misma ante sus ojos.
—Ah. Mira, Esther, te presento a Siszla.
El caballero negro se había levantado también y se había acercado a la estantería para rascarle la cabecita a un felino tricolor de aspecto envejecido. Aquella gata grande, a la cual le faltaba el ojo izquierdo, era la sombra que se había movido un tanto trabajosamente hacía un momento dando un susto tremendo a Esther.
—¡Tienes una gatita!
Jordan sonrió. Se alegró de que Esther hubiera empezado a tutearle sin darse cuenta.
—No le gusta estar sola. Me da pena dejarla en casa, y a veces me la traigo conmigo. Ya ves, duerme tranquilamente mientras yo trabajo.
—Oh, por dios. Es un encanto.
La gata había comenzado a "asear" la mano de Jordan dándole rasposos lengüetazos.
—Es muy cariñosa—corroboró éste—me acompaña desde hace años. Ah, bueno, Esther. Entonces, ¿nos vemos el miércoles?
—Sí, claro. El miércoles está bien.
—Bueno. Si te surge algún imprevisto y quieres cambiar, llámame. Te voy a dar un móvil de contacto por si me necesitas, aguarda un momento.
Minutos después, Esther salía del despacho con paso vacilante como si mirase por primera vez la luz del día fuera de una madriguera. En la mano llevaba, mil veces doblado, un papelito con el número de teléfono de Jordan. Estaba algo mareada, se sentía de alguna forma inestable y a punto de perder el equilibrio, por lo que se mantuvo unos segundos quieta en la sala de espera sosteniéndose contra la pared, ayudándose con la otra mano. Respiró hondo y miró en derrededor: No había nadie allí salvo la secretaria tras su mesa. Tal vez Inti estaba esperándola fuera del edificio. Le había dicho claramente que la esperaría, ¿no?
La secretaria levantó la enmoñada cabeza y sonrió a Esther desde detrás de su ordenador. Encontró a la chica algo pálida, pero llevaba allí el tiempo suficiente para saber que los pacientes que iban por primera vez a ver a Jordan no solían salir del despacho indiferentes como si tal cosa.
—¿Ha ido bien?—preguntó con inusitada simpatía—¿quieres un vaso de agua?
En aquel momento se abrió la puerta principal y un tipo con aspecto de ejecutivo agresivo hizo su entrada en la sala.
—Buenas tardes—saludó a la secretaria y a Esther antes de tomar asiento en una de las sillas, tieso como una vara.
—Buenas tardes, Willy. Ya puedes pasar—respondió la recepcionista.
—Ah. Gracias.
El tal Willy se levantó como una bala no bien hubo oído aquellas palabras y se dirigió a la puerta por la que acababa de salir Esther. Segundos después accionaba el pomo con cierta timidez y, tras un monocorde "adelante" desde el interior de la habitación, entró al despacho de Jordan y cerró la puerta tras de sí. De nuevo quedaron Esther y la mujer del moño solas en la sala de espera.
—¿Te encuentras bien?—inquirió la mujer.
—Sí. Sí, gracias...—Esther titubeó algo al contestar, pero sólo porque le costaba concentrarse entre el estallido de pensamientos que como pelotazos colisionaban en su cabeza. Aun podía ver la mirada de Jordan si cerraba los ojos, como si ésta le hubiera dejado una marca interna indeleble. La liberación de sacudirse cierto lastre de encima, la ilusión súbita al hablar de todo lo que veía ante sí, las posibilidades, los sentimientos... el hecho de no saber si salir del edificio o quedarse allí para esperar a Inti, las súbitas ganas de ver a Alex y a Jen aunque no sabía si estarían en casa, todo se mezclaba en la coctelera de su mente.
—¿Viene alguien a recogerte?
—No lo sé...
Justo en ese momento, la puerta principal volvió a abrirse y, en esta ocasión, ante el pasmo de Esther, fue el mismísimo Silver quien se plantó en la sala de espera. Entró como un vendabal y se quedó clavado en el suelo durante unos segundos, mochila al hombro, mirando alternativamente a la secretaria y a Esther.
—Hola...—dijo finalmente antes de girarse hacia ésta , esbozando una sonrisa de cortesía un tanto tensa—Esther, Inti tuvo que irse. Le surgió algo urgente. Yo te llevo a casa.