Esther había pensando que tras la entrega de aquellos números de teléfono, y con la promesa de derivarla a Xavier Jordan, la visita con Daniel Cross había terminado. Sin embargo no fue así; el doctor la retuvo allí algún tiempo más, bordeando su realidad con preguntas sobre convivencia, expectativas de vida y otras cosas de las que Esther no tenía -y tal vez no quería tener- mucha idea.
Finalmente salió de la consulta aturdida, desubicada y buscando con los ojos a Alex como si fuera el faro en mitad de la niebla. Algunas de las palabras que había dicho Daniel resonaban aún en su cerebro: "Tienes que cuidarte", "lo primero es protegerte a ti", "Está complicado buscar trabajo estos días" "maltrato: lo que él hace".
Esther no había vuelto a pensar en buscar trabajo desde el día que asumió que sería de Ellos. Cuando entró a vivir en la casa de los chicos le espantaba la sola idea de ponerse a trabajar. Pero, por alguna razón, eso había cambiado. Ahora de pronto no le parecía tan mal verse en un puesto de trabajo -cualquiera que fuera- que le diera estabilidad mínima y algo de soltura económica.
Ella era capaz de trabajar. No tenía duda de eso. Sabía que era lista, que aprendía rápido y que podía llegar a ser competente. Se trataba quizá de moverse un poco para encontrar algo que le gustara mínimamente... pero era posible. Era "fácil". Tan sencillo como que si ganaba un sueldo al mes simplemente podría pagar por la habitación y desligarse de la dependencia económica que tenía con Ellos.
Esther no quería dejar de ser de Ellos. Pero incluso de esa forma podría seguir siéndolo. Ganar más autonomía significaba ganar en libertad para decidir, y en ese sentido ella podía elegir seguir siendo quien era y seguir estando donde estaba... sólo que, si tenía ese respaldo y algo iba mal, no estaría con miedo de ir por la vida con una mano delante y otra detrás.
Le extrañó que nunca en todo aquel tiempo hubiera pensado en esos términos. Era fácil, era sencillo, ¿cómo no se le ocurrió? En aquel aspecto al menos Daniel tenía mucha razón. Por más que ella miraba y remiraba la idea de ganar autonomía, no encontraba nada malo en ella.
No era consciente de la brutal sacudida mental que había supuesto para ella ponerse en contacto con según que realidades actuales y pasadas. Cuando Daniel le abrió la puerta para que saliera de la consulta y ella vio a Alex, sintió hielo deshacerse en fuego dentro de sí. Las inoportunas lágrimas se agolparon de nuevo tras sus ojos y ella corrió a abrazarle con un nudo en la garganta; él la tomó en sus brazos con algo de susto, sin tener idea de lo que había ocurrido ahí dentro tras la puerta de la consulta, pero entendiendo que era normal que ella saliera revuelta emocionalmente despues de aquello. Torpemente la rodeó con los brazos en un apretón tosco y la atrajo por instinto hacia el latido de su corazón, dejando que ella descansara contra el amplio pecho durante unos segundos.
—Alejandro.—le saludó el doctor Cross desde la puerta con expresión de discreta preocupación. Esther le había pedido expresamente que no le dijera nada a Alex -a pesar de que Alex "sabía"- sobre lo acontecido en la sesión. Desde luego, Daniel no iba a romper el acuerdo de confidencialidad con su paciente, pero era difícil resistirse a la tentación de secuestrar a su ex-alumno en la consulta por un rato para preguntarle qué diablos pasaba allí. Porque Daniel estaba seguro de que, evidentemente, había muchas cosas en juego en aquella situación, mucho más de lo que Esther le había contado durante la visita.
Pero Cross no dijo nada. Se limito a informar a la secretaria sobre la cita de Esther con Jordan, a lo que ésta volvió a sacar su garabateada agenda y tras consultarla determinó que podía cursar una visita urgente para el viernes de esa misma semana. Dentro de un par de días, bueno, estaba bien.
Esther aún permanecía abrazada a Alex como a roca en mitad del temporal cuando se despidieron de Cross. Si hubiera sido por Alex, esta vez hubieran evitado el viejo ascensor manejado por el hobbit imaginario en su lecho de muerte, pero a Esther se la veía como fuera de sí misma aún, literalmente falta de estabilidad, y él tuvo miedo de caerse por las escaleras con ella si bajaban juntos a pie.
Cuando por fin salieron del viejo edificio a la luz del sol, él respiró al fin y aflojó un poco su abrazo.
—No pareces estar muy bien...—aventuró en voz baja, tomándose tiempo para mirarla y dándose cuenta de que había palidecido—¿Quieres... quieres hablar?
Ella negó con la cabeza. En realidad no sabía si quería hablar, pero tenía miedo de hacerlo. Le asustaba abrir la boca y ya no poder parar, decir demasiado, dar la imagen de que ya no podía aguantar más la presión. Aunque había algo que sí quería comentarle a Alex.
—Voy... voy a trabajar.—Se dio cuenta de que le estaba hablando como amigo y no como Amo e inexplicablemente se asustó—Amo, por favor, quiero trabajar.—rectificó, aún sin saber si formularlo así sería del todo correcto. Para Inti no lo sería, desde luego, pero Alex no era Inti.
—Oh.—respondió él. De todas las cosas que se imaginó que podría decir Esther, no le había pasado por la cabeza algo como eso—Ahm, vale. Claro. Está bien, sí. Pero...¿haciendo qué?
El apoyo de él aflojó dentro de ella algún tipo de resorte y le hizo soltar una risa nerviosa que descargó tensión.
—No lo sé, Amo. Eso es lo de menos.
Él frunció el ceño y sonrió de medio lado como si dudara por un momento de que Esther estuviera hablando en serio. Después de todo, ella se había dado a conocer como "niña mimada" o niña de papá, como alguien que lo que menos quería era ponerse a trabajar, rasgo que desde el principio había explotado Inti a más no poder.
—No lo creo que sea lo de menos, Esther. ¿No has pensado en nada?
—Buscaré algo—repuso ella rápidamente. Un subidón de fiera adrenalina, algo desconocido, se adueñaba de su pecho y de su sangre a medida de que se daba cuenta de que estaba tomando el control. "Controlar no es reprimir" recordaba que Jen le había dicho una vez, no hacía demasiado tiempo, "controlar es decidir". Ella tenía libertad de decidir y eso nadie podía arrebatárselo. Y realmente se sentía bien, muy bien, al ejercerla.—cualquier cosa cerca de casa. Un bar, un cine, no sé. Cualquier cosa—repitió en voz más baja como para reforzarse a sí misma.
—¿Es de eso de lo que estuviste hablando con Daniel?—inquirió Alex, aún sorprendido.
Ella cerró los ojos por un momento; "no menciones a Daniel, por favor, o se me saturará el sistema", se vio tentada a decir. Pero se contuvo a tiempo.
—Bueno. Algo.
Alex sonrió, le pasó un brazo por los hombros y la estrechó contra sí mientras caminaban hacia el coche por la avenida. Podrían haber ido a pie a la consulta desde la casa de los chicos, pero por alguna razón él había decidido sacar uno de los vehículos que compartían, concretamente el coche negro que conducía Jen cuando había rescatado a Esther aquella noche en la cafetería hacía ya lo que parecían siglos.
—Estás cansada. ¿Te apetece que tomemos algo o quieres volver a casa?
Ella se reclinó en el abrazo mientras se adecuaba al ritmo pausado de los amplios pasos de él. Respiró el olor de Alex; le gustaba, le daba paz. A decir verdad no tenía ni sombra de ganas de volver a casa; después de la sesión con Daniel Cross sentía que necesitaba aire, necesitaba respirar y -oh, sí- olvidarse de todo. Alguna que otra idea se le había dado la vuelta de improviso y ella sentía que aún no terminaba de ubicarse, pero lo cierto era que por mucho que huyera, por mucho que se esforzase en no mirar, aquella maldita sesión había hecho mella dentro de ella.
Miró a Alex dudando si decirle la verdad. Era fácil sincerarse con Él en cuanto a lo que le apetecía y lo que no, simplemente él la había dado a elegir de forma natural, como solía hacer sin planteárselo. Tal vez alguien experimentado y versado en oscuridades diría que Alex no tenía ni puta idea de Dominación... precisamente porque empezaba a tenerla, se andaba con cuidado. Para él era como jugar con fuego y, al parecer, en él la cosa funcionaba de forma distinta a como lo sentían Inti y Jen; Para Alex se trataba de un subidón, algo anormal y no sostenido en el tiempo, una especie de ardor en las venas que sólo se calmaba agarrando, mordiendo, follando. No es que le importara mucho entrar en los cánones de "cultura BDSM" o no -aunque últimamente se había estado informando sobre ello-, pero sí sabía lo suficiente para darse cuenta de que su "Dominación" era distinta de la que podían exteriorizar y ejercer Inti o Jen. A Jen le veía muy calmado hasta en las situaciones más extremas, y Alex no lo reconocería pero este rasgo le asustaba un poco, era frialdad al fin y al cabo. Y en cuanto a Inti... a Inti, verdaderamente no le entendía.
—Amo, ¿qué quiere hacer usted?—fue la respuesta que resolvió darle Esther.
Alex se detuvo en seco y la miró con una mezcla de ternura y -oh, no- lástima.
—Deja esa chorrada, ¿sí?—las palabras fueron burdas; sin embargo el tono de voz no podía ser más dulce, casi implorante—Soy tu amigo, Esther.—ladeo levemente la cabeza guiñando los ojos bajo la luz del sol—Vamos a relajarnos, tú y yo, como amigos. ¿Está bien?
Esther de alguna manera había estado esperando aquello toda la mañana. No le cogió de sorpresa lo que dijo Alex, pero eso no significaba que supiera cómo reaccionar. Le hacía algo de daño que Alex dijera aquello, y no quería investigar por qué. Tal vez porque para ella era importante sentirle como Amo; le tenía afecto y le admiraba, y pensar en someterse a él la ponía a cien en todos los sentidos.
Aunque el Alex amigo también le gustaba, eso no podía negarlo.
—Bueno, como... como quiera—murmuró, apresurándose a rectificar en cuanto pudo. Entre unos y otros la iban a volver loca—como quieras...
Él sonrió de oreja a oreja y se retiro el flequillo de delante de los ojos con un resoplido.
—Eso es. Mucho mejor.
Ella no pudo por menos de devolverle la sonrisa por impulso, aunque se sentía extraña de golpe en aquella posición franca de igualdad.
—Pero, en la casa...—aventuró, con ansiedad por dejar las cosas claras.
—En casa trátame como quieras. En serio—Alex desvió la mirada por un segundo antes de volver a ponerse a andar—plena libertad. No me debes ningún respeto especial—se encogió de hombros con gesto de no querer darle más importancia al tema—pero si te hace feliz...
Esther sonrió mirando al suelo. Él acababa de dar en el clavo con esa última frase: en efecto, la hacía feliz. Alex en su fuero interno también lo entendía así, no había formulado de esa forma la última frase por casualidad. Aunque le costara aceptar el lado más crudo de la sumisión de Esther -y la crueldad de Inti-, era capaz de entender que a ella podía ponerla a mil el sentirse sometida, del mismo modo que a él le ponía ir de caza y follarse a su presa como animal. Se trataba de dos tendencias opuestas y complementarias, la base era la misma, ¿cómo no iba a entenderlo?
—Haz lo que quieras conmigo—ratificó, refiriendose al "protocolo" doméstico—sin imposición.
Ella asintió y se reprimió para no decir "Sí, Amo".
—Alex...—caramba, se sentía raro llamarle por su nombre—...gracias.
—¿Gracias? ¿por qué? no me lo digas—gruñó el aludido—no hay que darlas. ¿Tomamos café? o mejor, ¿qué hora es? ¿tienes hambre?
La sesión con Cross había comenzado sobre las doce y cuarto del medio día; realmente estaban al filo de la hora del aperitivo. Esther se dio cuenta de que las tripas le sonaban desde hace rato; su estómago protestaba probablemente porque no había podido probar bocado en toda la mañana gracias a los nervios que sentía.
—En la plaza de los cines hay un sitio agradable—Alex señaló la bocacalle que daba a la pequeña plazoleta, no muy lejos—Vamos, te invito.
Era genial, no tendrían ni que coger el coche, estaba allí mismo.
Alex se refería a una especie de taberna familiar que había justo frente a aquellos cines antiguos donde solían poner películas de culto o "rarillas"-independientes. La vista era bonita, y la arquitectura de los cines ciertamente bella aunque no parecía muy bien conservada: en realidad se veía a punto de caerse a trozos, las columnas tenían desconchones semejantes a dentelladas y algún desaprensivo había llenado las paredes de pintadas ilegibles.
Siempre solía haber un grupito de frikis haciendo cola en la taquilla para la sesión matinal o para la de primera hora de la tarde, y aquel día no era una excepción.
Esther se fijó en los carteles de los cines al pasar por delante y no pudo evitar una exclamación de asombro cuando se dio cuenta de que esa semana estaban proyectando "La Historia Interminable" de Wolfgan Petersen.
—¡Vaya! esta la vi cuando era muy pequeña...—se le escapó sin pensar.
Alex alzó una ceja. Había visto esa película cuarenta veces porque era friki como el que más.
—¿Te gusta? Está bien.
—Oh, sí. Es muy bonita.
—¿Quieres ir a verla?—preguntó él a su estilo directo como lo más natural.
Ella se volvió a mirarle con cara de susto. Tomar el aperitivo estaba bien, pero ver una película era otra cosa, les retrasaría mucho y ella tenía que volver a casa porque, entre otras cosas, aquel día su Amo preferente era Jen, y que ella supiera Jen no estaba trabajando.
—No, no sé... A-...Alex...—se maldijo a sí misma por casi equivocarse otra vez.
—Seguro que hay una sesión a las cuatro, siempre la hay.—aquel cine de mala muerte no iba al son de los cines normales; había películas a horas absurdas que no eran fijas, no como habitualmente comenzaban en la ciudad sobre las cinco de la tarde.
Esther se echó las manos a la cabeza internamente. Por un lado le apetecía muchísimo ver la película y el plan en sí, pero...
—Pero se nos hará tarde. ¿Y Jen...?
—Oh.—Alex se sonrió, le pareció a Esther que algo maquiavélicamente—no te preocupes por eso, yo se lo diré.
—No sé si...
Pero Alex ya estaba sacando del bolsillo su móvil.
—le llamaré ahora mismo. Nos acercamos, vemos a qué hora la echan, pillamos las entradas y le doy un toque.
Oh, joder. Estaba claro que según ese orden de acontecimientos a Alex no le importaba un carajo lo que dijera Jen. Iba a llamarle después de sacar las entradas, iba a llevarla a ver la peli sí o sí... de pronto Esther se sintió extrañamente "llena" por eso, hasta le subió calor a la cara. Aquello era... lo más parecido a ser tratada como una princesa o así lo sentía ella, aunque cursara con métodos "al filo de la ley", aunque Alex no fuera precisamente romántico. No era romanticismo lo que ella buscaba tampoco, ni quería ser una "princesa" convencional. Iba a decir algo pero se lo pensó mejor y pegó los labios en una apretada línea; agachó la cabeza y simplemente disfrutó de su momento, sin objetar nada, y sin poder evitar mirarle el culo a Alex cuando éste echó a andar hacia la taquilla del cine.
Quería ser suya, comprendió. La idea le excitaba, pero iba más allá. Quería ser de ese hombre y estar a su disposición para lo que él quisiera; quería que él desahogase sus fantasías y sus impulsos con ella, que jugase cuando le apeteciera, tanto en la calle, como en casa, como en cualquier otra parte. Era una pena que Alex no lo entendiera -tal era la sensación de Esther-, y por eso pensó que quizás ella podría, de alguna forma, demostrárselo.
"Haz lo que quieras" le había dicho Él, al fin y al cabo. "Si te hace feliz..."
La sesión siguiente en efecto era a las cuatro, Alex no se había equivocado en sus cálculos. La llamada a Jen fue escueta: "voy a llevar a Esther al cine para relajarla un poco", y luego un par de síes, noes, murmullos de asentimiento y ahí quedó la cosa. Algo debió de comentarle Jen a Alex antes de colgar, sin embargo, porque a éste le cambió la cara a una de súbito cabreo, pero en ese momento Esther no estaba mirando; se hallaba concentrada en las fotografías bajo los carteles de la película junto a la taquilla, así que no pudo advertir el brusco acceso de tensión ni la cara que puso Alex antes de despedirse de Jen.
Tenían tiempo para tomar el aperitivo, comer juntos y tomar café, así que se lo tomaron con calma en la taberna. A Alex le encantaba comer, de modo que terminaron sentados ante bandejas de calamares, croquetas, setas con rebozado crujiente, berenjenas rellenas y otras delicias a las que realmente era muy difícil resistirse.
Tal vez envalentonada por haberse tomado una cerveza, Esther le dijo a Alex mientras comían:
—Ayer estuve hablando con Jen...
Él estaba comiendo a dos carrillos -no había dicho nada pero estaba claro que andaba también muerto de hambre- así que simplemente asintió para darle pie a que ella le contara más.
—Le dije que os quiero.
Contrariamente a Inti que a veces parecía ser un témpano, Alex era tan expresivo que sus caras eran un poema. Cuando Esther dijo aquello entornó sin darse cuenta sus afilados ojos verdes y la miró como si estuviera loca de manicomio.
—¿Ah, sí?—fue lo único que se le ocurrió decir tras tragar el engrudo que tenía en la boca.
Esther afirmó rotunda con la cabeza.
—Os quiero—repitió como si no hubiera quedado lo bastante claro, y decirlo le resultó liberador—Te... quiero, Alex.
Él pareció quedarse congelado por un momento, luego le dió la risa. No tenía ni idea de cómo manejar algo así, aparte ya de lo que él sintiera. Y por otro lado, hacía tanto que nadie le decía "te quiero" que al oírlo de labios de Esther se le encogió el estómago.
—Vale, yo...—se puso nervioso. Estiró el brazo torpemente por entre los platos que había sobre la mesa y le tomó la mano a Esther. Sentía que el corazón le latía muy deprisa de repente, y la cabeza le daba vueltas a mil por hora—vale, pues... si me quieres, Esther—murmuró, sujetándole la mano con firmeza—prométeme que estarás bien. Buscar trabajo está genial, yo te ayudaré.
—Sabes, Alex...—por alguna razón se había acostumbrado relativamente rápido a tratarle como amigo. Era fácil con Alex, se dijo, una vez se le conocía de cerca—yo no quiero... perderos a vosotros.
Él mostró su característica sonrisa displicente de medio lado.
—No nos vas a perder. Qué tontería.
—Me refiero... como... Amos.
—Oh.
Alex desvió la mirada, pero siguió sujetando la mano de Esther.
—Es que yo... siento eso, esa relación, muy fuerte. No sé por qué—su tono casi sonó exasperado ahora, aunque ni de lejos era la intención, pero realmente las razones que vertebraban aquel entramado emocional, si existían, ella las desconocía—N-no quiero... dejar de ser Vuestra.
—Bueno...—Alex se removió en su asiento algo incómodo, reticente a soltar la mano de ella—no sé, Esther. Tómalo como un juego a voluntad. Es lo que es, ¿no?
Ella levantó la vista y se tomó tiempo antes de contestar, asimilando poco a poco lo que Él planteaba. En parte Alex tenía razón o eso creía, la palabra "voluntad" no le resultaba del todo amenazante -ya no-, sino verdadera. La palabra "juego" era la que no terminaba de encajar.
—No sé cómo definirlo, Alex, pero... no es un juego.
Él sacudió la cabeza, rechazando esta idea. "No es un juego" era más o menos lo que Alex podía traducir a partir del comportamiento de Inti, y eso le asustaba. Visto así, no había reglas, era paradójico, no había límite.
—Sí es un juego, Esther. No puedes vivir bajo el yugo de nadie por muy suya que te sientas—concluyó.
Ella negó con la cabeza a su vez y lo hizo de forma tan vehemente que sus rizos se sacudieron de un lado a otro.
—No, no, no es un yugo. Es por... placer...
Sonaba raro. Nunca lo había verbalizado ni siquiera para sí misma en soledad. Pero así era.
—¿Quieres decir por sexo? Yo en la cama te doy lo que quieras...—por el tono de voz de Alex al decir esto se deducía que hablaba en serio, no había sido una coña tirada al aire sin más.
—No, Alex. Por placer... no sólo por sexo.
—¿Y qué tipo de placer es, entonces?
Esther se mordió el labio. Era difícil de explicar.
—Cuando soy Tuya todo lo que viene de ti me da placer—intentó poner en orden sus ideas y decidió apoyarse en un ejemplo—me llena, me hace sentir... plena...
—¿El qué?
Ella sonrió. Era simple, era complejo. No sabía aún si Alex podría llegar a entenderlo.
—Dártelo todo. Todo lo que puedo... y lo que soy. Lo que soy... no se acaba, es extraño. Cuanto más me doy, más... más siento que soy—se encogió de hombros y con repentino desparpajo cogió una patata frita para metérsela en la boca—Antes de conoceros, nunca me había sentido de ese modo.
Alex asintió lentamente, era como si reaccionara despacio a aquel argumento, procesando en su cabeza y tratando de comprender.
—Entonces, corrígeme si me equivoco...—murmuró—por una parte está el tema del sexo. Te pone húmeda que te llamemos "perra" y "puta". Pero eso... no lo es todo.
Ella tragó la patata y por poco no le aplaudió.
—Exacto.
—Quieres ser "nuestra" no sólo por nosotros sino también por ti. Esther, ¿Tú le has dicho algo de esto a Daniel Cross?—añadió mirándola con súbita expresión de susto. No se trataba de que quisiera expresamente ocultarlo, pero joder, no sabía cómo podría reaccionar Cross a algo así, ¿y si se pensaba que Esther estaba majara, que todos ellos estaban de atar?
Ella negó rápidamente para despejar todo atisbo de duda.
—No,no, Am-... no. No le he contado... bueno, no—decidió no dar detalles. Cierto era que le había entreabierto a Cross la puerta del jardín secreto, pero lo había hecho porque no le había quedado más opción.
—Ah, bueno, es que... es que supongo que desde fuera sería... difícil de entender.
Ambos guardaron silencio durante un momento. Era cierto que de cara a la galería sería complicado explicar cómo funcionaba la vida en aquella casa. Pero... ¿hasta que punto importaba eso? ¿Cuán saludable era, en definitiva, estar adaptado a una sociedad cuyos principios estaban mayoritariamente enfermos? No era cuestión de oscurantismo o querer ocultar nada, sino de ahorrarse estar expuestos a juicios de valor.
—Alex... te importa si... ¿te importa si me acerco...?—inquirió Esther, haciendo ademán de moverse con su silla para quedar junto a Alex en lugar de frente a él separados por la superficie de la mesa.
Algo sorprendido, él se movió un poco con intención de hacerla sitio a su lado.
—no, claro que no...
Al sentarse junto a Alex, Esther le echó de pronto los brazos al cuello y se pegó a él como si quisiera enroscarse a su cuerpo igual que una enredadera.
—Alex...—musitó al oído de Él—yo quiero ser Tuya...
El aludido jadeó. A pesar de la conversación que ambos habían mantenido, no esperaba ese repentino susurro cargado de... ¿deseo? ¿lujuria? por parte de Esther.
—Quiero que me poseas, que me folles, que me uses... —continuaba diciendo ella en un tono casi inaudible, amplificado en el oído de Alex por encima de los ruidos en la taberna—es porque yo quiero eso, contigo. Amo.
Se apartó de Él tras decir aquello. Había murmurado esa última palabra con saña y con fuego contenido al oído del que reconocía como dueño. Ahora miraba el pecho de Alex moviéndose rápido por la acelerada respiración, contemplándole desde la silla pegada a la suya con los ojos brillantes y los golosos labios entreabiertos.
—Esther, me cago en la puta...—Alex salió de su estado petreo para soltar un bufido que se rompió en carcajada—¿pretendes que te saque un ojo?—añadió entre dientes, conteniendo la risa y mirándose el bulto en los pantalones. Y es que qué hombre podría escuchar algo así sin tener una erección, por dios santo.
Ella se lamió los labios resecos y se inclinó hacia él con deliberada osadía. Si Él no entendía lo que ella sentía, se esforzaría por mostrárselo.
—Amo, sólo de pensar que me va a follar con Su polla me pongo húmeda.
Alex la aferró por la cintura y le clavó los dedos por encima del jersey, gruñendo por toda respuesta sin querer mirarla.
—Amo...
—Shh...
Un camarero inoportuno se acercaba a retirar los platos de la mesa. Alex continuó abrazando a Esther; desde fuera debían de parecer una pareja de novios acaramelados o algo parecido.
—Esther, ya vale. No seas zorra...—la reprendió él suavemente cuando el camarero se hubo ido. Sentía que ella estaba tirando fuerte de la cuerda que le mantenía atado -su propio autocontrol-, y él no podía desatarse allí.
Ella no pudo evitar sonreír. Era un fenómeno extraño que con Alex no le importaba ser un poco juguetona, cosa que no le saldría con Inti ni con Jen.
—Amo, pero es que tiene una perra muy zorra...—comprobando que no había moros en la costa, Esther colocó con atrevimiento una de sus piernas sobre el muslo tenso de él—mojada y caliente hasta cuando no debe, Amo.
—Esther, por favor...
—Amo...—ella volvió a susurrar aquella palabra mágica y fatídica al oído de él, y al instante después en un acto de locura le lamió el cuello detrás de la oreja.
Alex se puso rígido como palo.
—Cuidado...—musitó—me estás... calentando mucho...
—Eso quiero...
Él la agarró por el pelo sin previo aviso, con disimulo y discreción en lo posible pues estaban en un lugar público aunque no hubiera mucha gente, pero tirando con firmeza.
—He dicho que ya vale, Eshter—siseó al oído de ella—si sigues así voy a...
Ella jadeó y soltó una risa apurada, sintiendo como las raíces de su pelo se estiraban hacia atrás por el agarrón.
—Lo siento Amo por que su perra no sepa comportarse—por supuesto, sabía muy bien lo que le estaba diciendo—si tiene que castigarme lo entenderé...
—Venga.
Alex no pudo más. Soltó los cabellos de Esther y se levantó, echando la silla hacia atrás casi con violencia. Se mantuvo un segundo allí de pie, rotando la cadera estratégicamente para disimular su erección que ya dolía en los pantalones, contemplándola con ojos que lanzaban chispas. Ella le aguantó la mirada sin pretender retarle pero de hecho haciéndolo; con premeditación sacó la lengua para lamerse los labios con más lentitud de la habitual.
—Vamos.
Alex la tomó por la muñeca y prácticamente la arrastró hacia el pasillo más oscuro junto a la barra, donde sabía -pues ya había ido allí otras veces- que se encontraban los baños del local.
—Pero Amo...
Era la hora de la comida. No había mucha gente en el lugar, y los pocos que ocupaban mesitas dispersas parecían estar a lo suyo. Dado que ellos no hacían ruido, nadie les miraba; no se veía rastro del camarero tampoco por ninguna parte.
—Los de mujeres están más limpios—masculló Alex entre dientes alcanzando el rellano frente a los aseos y asestándole un puntapie a la puerta con el cartelito "caballeros"—pero los hombres se quejan menos por estas cosas.
Entró él primero a los baños, asegurándose de que el área estaba despejada. Un segundo después arrastró a Esther tras de sí; se había resistido a soltarle la mano durante todo el camino.
—Amo...
Alex abrió la puerta de uno de los cubículos dispuestos contra la pared frente a la hilera de lavabos y espejos. Comprobó que para su suerte estaba relativamente limpio allí dentro; bajó la tapa del inodoro y tiró de Esther para que entrara con él, luego cerró la puerta metálica tras ambos y echó el pequeño cerrojo.
—Esther, si todavía no sabes esto sobre mí grábatelo bien—gruñó Alex, haciéndola girar contra la pared y -sorprendentemente- asestándole un sonoro azote en el culo—si me buscas, si me calientas, me vas a encontrar...
Ella no pudo reprimir un gritito de sorpresa por el azote que le sacudió las nalgas.
—Lo sé bien, A-amo...—iba a replicar con cierta seguridad, pero un segundo azote más fuerte que el primero la hizo tartamudear. Cerró los ojos, sintiendo el calor expandiéndose y la humedad que de golpe empapaba su ropa interior; se dobló sobre sí misma lo que pudo, apoyando ambas manos en la tapa del inodoro y restregándole el culo a Alex contra el bulto en su entrepierna.
Él se rió. Sentía que pocas veces había estado tan cachondo y también le vino a la cabeza que llevaba lo que le parecía un siglo sin pajearse y correrse. Demasiado stress últimamente, demasiado trabajo, preocupaciones y tensión... todo aquello debía también de estar pasandole factura ahora.
Con las manos temblando por la urgencia empezó a pelearse con el botón de los pantalones de Esther, rodeándola con los fuertes brazos desde atrás. La zorrita gimió e hizo honor a su condición buscándole aún más, restregándose más fuerte contra él hasta que Alex le bajó los pantalones y las bragas.
—Estás chorreando... ¿Todo esto es por mí?—gruñò Alex, dándose cuenta de la humedad que resbalaba ya por entre los muslos separados de la perra. Vió que a pesar de haberla azotado sobre la ropa su culo se veía suavemente coloreado y de pronto se sintió excitado por esto hasta niveles estratosféricos.
—Sí, Amo... voy... muy cachonda...
Él se dio cuenta de que estaba moviendo el brazo y descargando azotes sobre el trasero desnudo de Esther con el deseo de hacerla arder, de calentarla de verdad. Los palmetazos eran sonoros piel contra piel, pero en aquel momento no pensaba en que podía ser oído si alguien entraba a los baños. La perra arqueó la espalda para levantar el culo, palmas recargadas sobre la tapa del inodoro, y el siguiente azote lo recibió en pleno coño.
—Joder...—En cuestión de cachondez Alex no se quedaba atrás. No quería que aquello fuera un "aquí te pillo aquí te mato" pero hasta un ciego vería que la situación no presentaba demasiadas alternativas—Te quiero follar...
—Fólleme, Amo—Imploró Esther en un susurro suplicante lleno de lascivia—por favor, fóllese a su perra que para eso está.
—Hmmf!
Escuchó cómo Alex se tragaba un gemido y sintió que se separaba un poco de ella para desabrocharse los vaqueros. Se estremeció sólo de imaginar el ariete como piedra que a buen seguro la penetraría hasta el fondo en cuestión de instantes, probablemente de golpe. Tenía hambre, mucha; estaba tan lubricada que le parecía que hasta el puño de Alex podría entrar dentro de ella sin resistencia.
Él no vaciló en acoplarla a sus caderas una vez liberó su erección. Su miembro caliente, congestionado y humedecido por la punta se estrelló contra el muslo de Esther por un error de cálculo; no dudó en agarrarlo por la base para encauzar la penetración como era debido y, tal como Esther esperaba, se hundió en ella hasta las sus nalgas ardientes le chocaron contra el estómago.
—Aargf...
Ella reprimió un grito al sentirle dentro llenándola de golpe.
—¿Te duele?—consiguió articular él, aguantando tenso antes de comenzar a empujar, haciendo un supremo esfuerzo por no desbaratarla a pollazos ahí mismo.
—Amo, Amo, por favor...más...
Era evidente que a Esther no le dolía. Alex la sujetó con firmeza por las caderas y por fin se liberó a embestirla salvajemente tal y como le pedía el cuerpo, inclinando el torso sobre su espalda y clavándole los dientes en el hombro. Le dejaría una bonita marca de "amor" en la sensible y blanca piel de aquella zona, pero no reparó en eso.
Si ella quería más, si acababa de pedirle más, eso mismo le daría hasta saciarla, hasta reventarla de placer.
Esther cerró los ojos porque la realidad se tambaleaba ante su vista con los empeñones de la follada. Su clítoris palpitaba de manera insoportable y ella rectificó la posición, levantando aún más el trasero contra las caderas de Alex que le daban tan fuerte a punto de perder la coordinación, tratando de que aquel cilindro duro la rozara en toda su longitud cada vez que salía y entraba de nuevo para clavarse en ella.
—Amo, Amo... ¿le permitirá a su perra que se corra?—jadeo con la voz entrecortada por los meneos que le metía él.
Alex gruñó fuerte tras ella redoblando por instinto la intensidad de los empujones.
—Sí, joder, córrete, perra maleducada.
—¡Gracias, Amo!
Él aguantaría aún o eso quería pensar, aunque no por mucho tiempo.
—Le quiero, Amo...—fue lo que ella gimió un instante antes de liberarse y empezar a correrse con aquel miembro saliendo y entrando de su cuerpo.
Alex gimió con ella y tuvo los reflejos de taparle la boca con la mano sin dejar de empujar, dándose cuenta de que el orgasmo de Esther explotaría en un grito dentro de aquellos lavabos. En efecto ella gritó contra su palma mientras se retorcía contra él, empapándole la polla y engulléndole dentro de sí.
Finalmente salió de la consulta aturdida, desubicada y buscando con los ojos a Alex como si fuera el faro en mitad de la niebla. Algunas de las palabras que había dicho Daniel resonaban aún en su cerebro: "Tienes que cuidarte", "lo primero es protegerte a ti", "Está complicado buscar trabajo estos días" "maltrato: lo que él hace".
Esther no había vuelto a pensar en buscar trabajo desde el día que asumió que sería de Ellos. Cuando entró a vivir en la casa de los chicos le espantaba la sola idea de ponerse a trabajar. Pero, por alguna razón, eso había cambiado. Ahora de pronto no le parecía tan mal verse en un puesto de trabajo -cualquiera que fuera- que le diera estabilidad mínima y algo de soltura económica.
Ella era capaz de trabajar. No tenía duda de eso. Sabía que era lista, que aprendía rápido y que podía llegar a ser competente. Se trataba quizá de moverse un poco para encontrar algo que le gustara mínimamente... pero era posible. Era "fácil". Tan sencillo como que si ganaba un sueldo al mes simplemente podría pagar por la habitación y desligarse de la dependencia económica que tenía con Ellos.
Esther no quería dejar de ser de Ellos. Pero incluso de esa forma podría seguir siéndolo. Ganar más autonomía significaba ganar en libertad para decidir, y en ese sentido ella podía elegir seguir siendo quien era y seguir estando donde estaba... sólo que, si tenía ese respaldo y algo iba mal, no estaría con miedo de ir por la vida con una mano delante y otra detrás.
Le extrañó que nunca en todo aquel tiempo hubiera pensado en esos términos. Era fácil, era sencillo, ¿cómo no se le ocurrió? En aquel aspecto al menos Daniel tenía mucha razón. Por más que ella miraba y remiraba la idea de ganar autonomía, no encontraba nada malo en ella.
No era consciente de la brutal sacudida mental que había supuesto para ella ponerse en contacto con según que realidades actuales y pasadas. Cuando Daniel le abrió la puerta para que saliera de la consulta y ella vio a Alex, sintió hielo deshacerse en fuego dentro de sí. Las inoportunas lágrimas se agolparon de nuevo tras sus ojos y ella corrió a abrazarle con un nudo en la garganta; él la tomó en sus brazos con algo de susto, sin tener idea de lo que había ocurrido ahí dentro tras la puerta de la consulta, pero entendiendo que era normal que ella saliera revuelta emocionalmente despues de aquello. Torpemente la rodeó con los brazos en un apretón tosco y la atrajo por instinto hacia el latido de su corazón, dejando que ella descansara contra el amplio pecho durante unos segundos.
—Alejandro.—le saludó el doctor Cross desde la puerta con expresión de discreta preocupación. Esther le había pedido expresamente que no le dijera nada a Alex -a pesar de que Alex "sabía"- sobre lo acontecido en la sesión. Desde luego, Daniel no iba a romper el acuerdo de confidencialidad con su paciente, pero era difícil resistirse a la tentación de secuestrar a su ex-alumno en la consulta por un rato para preguntarle qué diablos pasaba allí. Porque Daniel estaba seguro de que, evidentemente, había muchas cosas en juego en aquella situación, mucho más de lo que Esther le había contado durante la visita.
Pero Cross no dijo nada. Se limito a informar a la secretaria sobre la cita de Esther con Jordan, a lo que ésta volvió a sacar su garabateada agenda y tras consultarla determinó que podía cursar una visita urgente para el viernes de esa misma semana. Dentro de un par de días, bueno, estaba bien.
Esther aún permanecía abrazada a Alex como a roca en mitad del temporal cuando se despidieron de Cross. Si hubiera sido por Alex, esta vez hubieran evitado el viejo ascensor manejado por el hobbit imaginario en su lecho de muerte, pero a Esther se la veía como fuera de sí misma aún, literalmente falta de estabilidad, y él tuvo miedo de caerse por las escaleras con ella si bajaban juntos a pie.
Cuando por fin salieron del viejo edificio a la luz del sol, él respiró al fin y aflojó un poco su abrazo.
—No pareces estar muy bien...—aventuró en voz baja, tomándose tiempo para mirarla y dándose cuenta de que había palidecido—¿Quieres... quieres hablar?
Ella negó con la cabeza. En realidad no sabía si quería hablar, pero tenía miedo de hacerlo. Le asustaba abrir la boca y ya no poder parar, decir demasiado, dar la imagen de que ya no podía aguantar más la presión. Aunque había algo que sí quería comentarle a Alex.
—Voy... voy a trabajar.—Se dio cuenta de que le estaba hablando como amigo y no como Amo e inexplicablemente se asustó—Amo, por favor, quiero trabajar.—rectificó, aún sin saber si formularlo así sería del todo correcto. Para Inti no lo sería, desde luego, pero Alex no era Inti.
—Oh.—respondió él. De todas las cosas que se imaginó que podría decir Esther, no le había pasado por la cabeza algo como eso—Ahm, vale. Claro. Está bien, sí. Pero...¿haciendo qué?
El apoyo de él aflojó dentro de ella algún tipo de resorte y le hizo soltar una risa nerviosa que descargó tensión.
—No lo sé, Amo. Eso es lo de menos.
Él frunció el ceño y sonrió de medio lado como si dudara por un momento de que Esther estuviera hablando en serio. Después de todo, ella se había dado a conocer como "niña mimada" o niña de papá, como alguien que lo que menos quería era ponerse a trabajar, rasgo que desde el principio había explotado Inti a más no poder.
—No lo creo que sea lo de menos, Esther. ¿No has pensado en nada?
—Buscaré algo—repuso ella rápidamente. Un subidón de fiera adrenalina, algo desconocido, se adueñaba de su pecho y de su sangre a medida de que se daba cuenta de que estaba tomando el control. "Controlar no es reprimir" recordaba que Jen le había dicho una vez, no hacía demasiado tiempo, "controlar es decidir". Ella tenía libertad de decidir y eso nadie podía arrebatárselo. Y realmente se sentía bien, muy bien, al ejercerla.—cualquier cosa cerca de casa. Un bar, un cine, no sé. Cualquier cosa—repitió en voz más baja como para reforzarse a sí misma.
—¿Es de eso de lo que estuviste hablando con Daniel?—inquirió Alex, aún sorprendido.
Ella cerró los ojos por un momento; "no menciones a Daniel, por favor, o se me saturará el sistema", se vio tentada a decir. Pero se contuvo a tiempo.
—Bueno. Algo.
Alex sonrió, le pasó un brazo por los hombros y la estrechó contra sí mientras caminaban hacia el coche por la avenida. Podrían haber ido a pie a la consulta desde la casa de los chicos, pero por alguna razón él había decidido sacar uno de los vehículos que compartían, concretamente el coche negro que conducía Jen cuando había rescatado a Esther aquella noche en la cafetería hacía ya lo que parecían siglos.
—Estás cansada. ¿Te apetece que tomemos algo o quieres volver a casa?
Ella se reclinó en el abrazo mientras se adecuaba al ritmo pausado de los amplios pasos de él. Respiró el olor de Alex; le gustaba, le daba paz. A decir verdad no tenía ni sombra de ganas de volver a casa; después de la sesión con Daniel Cross sentía que necesitaba aire, necesitaba respirar y -oh, sí- olvidarse de todo. Alguna que otra idea se le había dado la vuelta de improviso y ella sentía que aún no terminaba de ubicarse, pero lo cierto era que por mucho que huyera, por mucho que se esforzase en no mirar, aquella maldita sesión había hecho mella dentro de ella.
Miró a Alex dudando si decirle la verdad. Era fácil sincerarse con Él en cuanto a lo que le apetecía y lo que no, simplemente él la había dado a elegir de forma natural, como solía hacer sin planteárselo. Tal vez alguien experimentado y versado en oscuridades diría que Alex no tenía ni puta idea de Dominación... precisamente porque empezaba a tenerla, se andaba con cuidado. Para él era como jugar con fuego y, al parecer, en él la cosa funcionaba de forma distinta a como lo sentían Inti y Jen; Para Alex se trataba de un subidón, algo anormal y no sostenido en el tiempo, una especie de ardor en las venas que sólo se calmaba agarrando, mordiendo, follando. No es que le importara mucho entrar en los cánones de "cultura BDSM" o no -aunque últimamente se había estado informando sobre ello-, pero sí sabía lo suficiente para darse cuenta de que su "Dominación" era distinta de la que podían exteriorizar y ejercer Inti o Jen. A Jen le veía muy calmado hasta en las situaciones más extremas, y Alex no lo reconocería pero este rasgo le asustaba un poco, era frialdad al fin y al cabo. Y en cuanto a Inti... a Inti, verdaderamente no le entendía.
—Amo, ¿qué quiere hacer usted?—fue la respuesta que resolvió darle Esther.
Alex se detuvo en seco y la miró con una mezcla de ternura y -oh, no- lástima.
—Deja esa chorrada, ¿sí?—las palabras fueron burdas; sin embargo el tono de voz no podía ser más dulce, casi implorante—Soy tu amigo, Esther.—ladeo levemente la cabeza guiñando los ojos bajo la luz del sol—Vamos a relajarnos, tú y yo, como amigos. ¿Está bien?
Esther de alguna manera había estado esperando aquello toda la mañana. No le cogió de sorpresa lo que dijo Alex, pero eso no significaba que supiera cómo reaccionar. Le hacía algo de daño que Alex dijera aquello, y no quería investigar por qué. Tal vez porque para ella era importante sentirle como Amo; le tenía afecto y le admiraba, y pensar en someterse a él la ponía a cien en todos los sentidos.
Aunque el Alex amigo también le gustaba, eso no podía negarlo.
—Bueno, como... como quiera—murmuró, apresurándose a rectificar en cuanto pudo. Entre unos y otros la iban a volver loca—como quieras...
Él sonrió de oreja a oreja y se retiro el flequillo de delante de los ojos con un resoplido.
—Eso es. Mucho mejor.
Ella no pudo por menos de devolverle la sonrisa por impulso, aunque se sentía extraña de golpe en aquella posición franca de igualdad.
—Pero, en la casa...—aventuró, con ansiedad por dejar las cosas claras.
—En casa trátame como quieras. En serio—Alex desvió la mirada por un segundo antes de volver a ponerse a andar—plena libertad. No me debes ningún respeto especial—se encogió de hombros con gesto de no querer darle más importancia al tema—pero si te hace feliz...
Esther sonrió mirando al suelo. Él acababa de dar en el clavo con esa última frase: en efecto, la hacía feliz. Alex en su fuero interno también lo entendía así, no había formulado de esa forma la última frase por casualidad. Aunque le costara aceptar el lado más crudo de la sumisión de Esther -y la crueldad de Inti-, era capaz de entender que a ella podía ponerla a mil el sentirse sometida, del mismo modo que a él le ponía ir de caza y follarse a su presa como animal. Se trataba de dos tendencias opuestas y complementarias, la base era la misma, ¿cómo no iba a entenderlo?
—Haz lo que quieras conmigo—ratificó, refiriendose al "protocolo" doméstico—sin imposición.
Ella asintió y se reprimió para no decir "Sí, Amo".
—Alex...—caramba, se sentía raro llamarle por su nombre—...gracias.
—¿Gracias? ¿por qué? no me lo digas—gruñó el aludido—no hay que darlas. ¿Tomamos café? o mejor, ¿qué hora es? ¿tienes hambre?
La sesión con Cross había comenzado sobre las doce y cuarto del medio día; realmente estaban al filo de la hora del aperitivo. Esther se dio cuenta de que las tripas le sonaban desde hace rato; su estómago protestaba probablemente porque no había podido probar bocado en toda la mañana gracias a los nervios que sentía.
—En la plaza de los cines hay un sitio agradable—Alex señaló la bocacalle que daba a la pequeña plazoleta, no muy lejos—Vamos, te invito.
Era genial, no tendrían ni que coger el coche, estaba allí mismo.
Alex se refería a una especie de taberna familiar que había justo frente a aquellos cines antiguos donde solían poner películas de culto o "rarillas"-independientes. La vista era bonita, y la arquitectura de los cines ciertamente bella aunque no parecía muy bien conservada: en realidad se veía a punto de caerse a trozos, las columnas tenían desconchones semejantes a dentelladas y algún desaprensivo había llenado las paredes de pintadas ilegibles.
Siempre solía haber un grupito de frikis haciendo cola en la taquilla para la sesión matinal o para la de primera hora de la tarde, y aquel día no era una excepción.
Esther se fijó en los carteles de los cines al pasar por delante y no pudo evitar una exclamación de asombro cuando se dio cuenta de que esa semana estaban proyectando "La Historia Interminable" de Wolfgan Petersen.
—¡Vaya! esta la vi cuando era muy pequeña...—se le escapó sin pensar.
Alex alzó una ceja. Había visto esa película cuarenta veces porque era friki como el que más.
—¿Te gusta? Está bien.
—Oh, sí. Es muy bonita.
—¿Quieres ir a verla?—preguntó él a su estilo directo como lo más natural.
Ella se volvió a mirarle con cara de susto. Tomar el aperitivo estaba bien, pero ver una película era otra cosa, les retrasaría mucho y ella tenía que volver a casa porque, entre otras cosas, aquel día su Amo preferente era Jen, y que ella supiera Jen no estaba trabajando.
—No, no sé... A-...Alex...—se maldijo a sí misma por casi equivocarse otra vez.
—Seguro que hay una sesión a las cuatro, siempre la hay.—aquel cine de mala muerte no iba al son de los cines normales; había películas a horas absurdas que no eran fijas, no como habitualmente comenzaban en la ciudad sobre las cinco de la tarde.
Esther se echó las manos a la cabeza internamente. Por un lado le apetecía muchísimo ver la película y el plan en sí, pero...
—Pero se nos hará tarde. ¿Y Jen...?
—Oh.—Alex se sonrió, le pareció a Esther que algo maquiavélicamente—no te preocupes por eso, yo se lo diré.
—No sé si...
Pero Alex ya estaba sacando del bolsillo su móvil.
—le llamaré ahora mismo. Nos acercamos, vemos a qué hora la echan, pillamos las entradas y le doy un toque.
Oh, joder. Estaba claro que según ese orden de acontecimientos a Alex no le importaba un carajo lo que dijera Jen. Iba a llamarle después de sacar las entradas, iba a llevarla a ver la peli sí o sí... de pronto Esther se sintió extrañamente "llena" por eso, hasta le subió calor a la cara. Aquello era... lo más parecido a ser tratada como una princesa o así lo sentía ella, aunque cursara con métodos "al filo de la ley", aunque Alex no fuera precisamente romántico. No era romanticismo lo que ella buscaba tampoco, ni quería ser una "princesa" convencional. Iba a decir algo pero se lo pensó mejor y pegó los labios en una apretada línea; agachó la cabeza y simplemente disfrutó de su momento, sin objetar nada, y sin poder evitar mirarle el culo a Alex cuando éste echó a andar hacia la taquilla del cine.
Quería ser suya, comprendió. La idea le excitaba, pero iba más allá. Quería ser de ese hombre y estar a su disposición para lo que él quisiera; quería que él desahogase sus fantasías y sus impulsos con ella, que jugase cuando le apeteciera, tanto en la calle, como en casa, como en cualquier otra parte. Era una pena que Alex no lo entendiera -tal era la sensación de Esther-, y por eso pensó que quizás ella podría, de alguna forma, demostrárselo.
"Haz lo que quieras" le había dicho Él, al fin y al cabo. "Si te hace feliz..."
La sesión siguiente en efecto era a las cuatro, Alex no se había equivocado en sus cálculos. La llamada a Jen fue escueta: "voy a llevar a Esther al cine para relajarla un poco", y luego un par de síes, noes, murmullos de asentimiento y ahí quedó la cosa. Algo debió de comentarle Jen a Alex antes de colgar, sin embargo, porque a éste le cambió la cara a una de súbito cabreo, pero en ese momento Esther no estaba mirando; se hallaba concentrada en las fotografías bajo los carteles de la película junto a la taquilla, así que no pudo advertir el brusco acceso de tensión ni la cara que puso Alex antes de despedirse de Jen.
Tenían tiempo para tomar el aperitivo, comer juntos y tomar café, así que se lo tomaron con calma en la taberna. A Alex le encantaba comer, de modo que terminaron sentados ante bandejas de calamares, croquetas, setas con rebozado crujiente, berenjenas rellenas y otras delicias a las que realmente era muy difícil resistirse.
Tal vez envalentonada por haberse tomado una cerveza, Esther le dijo a Alex mientras comían:
—Ayer estuve hablando con Jen...
Él estaba comiendo a dos carrillos -no había dicho nada pero estaba claro que andaba también muerto de hambre- así que simplemente asintió para darle pie a que ella le contara más.
—Le dije que os quiero.
Contrariamente a Inti que a veces parecía ser un témpano, Alex era tan expresivo que sus caras eran un poema. Cuando Esther dijo aquello entornó sin darse cuenta sus afilados ojos verdes y la miró como si estuviera loca de manicomio.
—¿Ah, sí?—fue lo único que se le ocurrió decir tras tragar el engrudo que tenía en la boca.
Esther afirmó rotunda con la cabeza.
—Os quiero—repitió como si no hubiera quedado lo bastante claro, y decirlo le resultó liberador—Te... quiero, Alex.
Él pareció quedarse congelado por un momento, luego le dió la risa. No tenía ni idea de cómo manejar algo así, aparte ya de lo que él sintiera. Y por otro lado, hacía tanto que nadie le decía "te quiero" que al oírlo de labios de Esther se le encogió el estómago.
—Vale, yo...—se puso nervioso. Estiró el brazo torpemente por entre los platos que había sobre la mesa y le tomó la mano a Esther. Sentía que el corazón le latía muy deprisa de repente, y la cabeza le daba vueltas a mil por hora—vale, pues... si me quieres, Esther—murmuró, sujetándole la mano con firmeza—prométeme que estarás bien. Buscar trabajo está genial, yo te ayudaré.
—Sabes, Alex...—por alguna razón se había acostumbrado relativamente rápido a tratarle como amigo. Era fácil con Alex, se dijo, una vez se le conocía de cerca—yo no quiero... perderos a vosotros.
Él mostró su característica sonrisa displicente de medio lado.
—No nos vas a perder. Qué tontería.
—Me refiero... como... Amos.
—Oh.
Alex desvió la mirada, pero siguió sujetando la mano de Esther.
—Es que yo... siento eso, esa relación, muy fuerte. No sé por qué—su tono casi sonó exasperado ahora, aunque ni de lejos era la intención, pero realmente las razones que vertebraban aquel entramado emocional, si existían, ella las desconocía—N-no quiero... dejar de ser Vuestra.
—Bueno...—Alex se removió en su asiento algo incómodo, reticente a soltar la mano de ella—no sé, Esther. Tómalo como un juego a voluntad. Es lo que es, ¿no?
Ella levantó la vista y se tomó tiempo antes de contestar, asimilando poco a poco lo que Él planteaba. En parte Alex tenía razón o eso creía, la palabra "voluntad" no le resultaba del todo amenazante -ya no-, sino verdadera. La palabra "juego" era la que no terminaba de encajar.
—No sé cómo definirlo, Alex, pero... no es un juego.
Él sacudió la cabeza, rechazando esta idea. "No es un juego" era más o menos lo que Alex podía traducir a partir del comportamiento de Inti, y eso le asustaba. Visto así, no había reglas, era paradójico, no había límite.
—Sí es un juego, Esther. No puedes vivir bajo el yugo de nadie por muy suya que te sientas—concluyó.
Ella negó con la cabeza a su vez y lo hizo de forma tan vehemente que sus rizos se sacudieron de un lado a otro.
—No, no, no es un yugo. Es por... placer...
Sonaba raro. Nunca lo había verbalizado ni siquiera para sí misma en soledad. Pero así era.
—¿Quieres decir por sexo? Yo en la cama te doy lo que quieras...—por el tono de voz de Alex al decir esto se deducía que hablaba en serio, no había sido una coña tirada al aire sin más.
—No, Alex. Por placer... no sólo por sexo.
—¿Y qué tipo de placer es, entonces?
Esther se mordió el labio. Era difícil de explicar.
—Cuando soy Tuya todo lo que viene de ti me da placer—intentó poner en orden sus ideas y decidió apoyarse en un ejemplo—me llena, me hace sentir... plena...
—¿El qué?
Ella sonrió. Era simple, era complejo. No sabía aún si Alex podría llegar a entenderlo.
—Dártelo todo. Todo lo que puedo... y lo que soy. Lo que soy... no se acaba, es extraño. Cuanto más me doy, más... más siento que soy—se encogió de hombros y con repentino desparpajo cogió una patata frita para metérsela en la boca—Antes de conoceros, nunca me había sentido de ese modo.
Alex asintió lentamente, era como si reaccionara despacio a aquel argumento, procesando en su cabeza y tratando de comprender.
—Entonces, corrígeme si me equivoco...—murmuró—por una parte está el tema del sexo. Te pone húmeda que te llamemos "perra" y "puta". Pero eso... no lo es todo.
Ella tragó la patata y por poco no le aplaudió.
—Exacto.
—Quieres ser "nuestra" no sólo por nosotros sino también por ti. Esther, ¿Tú le has dicho algo de esto a Daniel Cross?—añadió mirándola con súbita expresión de susto. No se trataba de que quisiera expresamente ocultarlo, pero joder, no sabía cómo podría reaccionar Cross a algo así, ¿y si se pensaba que Esther estaba majara, que todos ellos estaban de atar?
Ella negó rápidamente para despejar todo atisbo de duda.
—No,no, Am-... no. No le he contado... bueno, no—decidió no dar detalles. Cierto era que le había entreabierto a Cross la puerta del jardín secreto, pero lo había hecho porque no le había quedado más opción.
—Ah, bueno, es que... es que supongo que desde fuera sería... difícil de entender.
Ambos guardaron silencio durante un momento. Era cierto que de cara a la galería sería complicado explicar cómo funcionaba la vida en aquella casa. Pero... ¿hasta que punto importaba eso? ¿Cuán saludable era, en definitiva, estar adaptado a una sociedad cuyos principios estaban mayoritariamente enfermos? No era cuestión de oscurantismo o querer ocultar nada, sino de ahorrarse estar expuestos a juicios de valor.
—Alex... te importa si... ¿te importa si me acerco...?—inquirió Esther, haciendo ademán de moverse con su silla para quedar junto a Alex en lugar de frente a él separados por la superficie de la mesa.
Algo sorprendido, él se movió un poco con intención de hacerla sitio a su lado.
—no, claro que no...
Al sentarse junto a Alex, Esther le echó de pronto los brazos al cuello y se pegó a él como si quisiera enroscarse a su cuerpo igual que una enredadera.
—Alex...—musitó al oído de Él—yo quiero ser Tuya...
El aludido jadeó. A pesar de la conversación que ambos habían mantenido, no esperaba ese repentino susurro cargado de... ¿deseo? ¿lujuria? por parte de Esther.
—Quiero que me poseas, que me folles, que me uses... —continuaba diciendo ella en un tono casi inaudible, amplificado en el oído de Alex por encima de los ruidos en la taberna—es porque yo quiero eso, contigo. Amo.
Se apartó de Él tras decir aquello. Había murmurado esa última palabra con saña y con fuego contenido al oído del que reconocía como dueño. Ahora miraba el pecho de Alex moviéndose rápido por la acelerada respiración, contemplándole desde la silla pegada a la suya con los ojos brillantes y los golosos labios entreabiertos.
—Esther, me cago en la puta...—Alex salió de su estado petreo para soltar un bufido que se rompió en carcajada—¿pretendes que te saque un ojo?—añadió entre dientes, conteniendo la risa y mirándose el bulto en los pantalones. Y es que qué hombre podría escuchar algo así sin tener una erección, por dios santo.
Ella se lamió los labios resecos y se inclinó hacia él con deliberada osadía. Si Él no entendía lo que ella sentía, se esforzaría por mostrárselo.
—Amo, sólo de pensar que me va a follar con Su polla me pongo húmeda.
Alex la aferró por la cintura y le clavó los dedos por encima del jersey, gruñendo por toda respuesta sin querer mirarla.
—Amo...
—Shh...
Un camarero inoportuno se acercaba a retirar los platos de la mesa. Alex continuó abrazando a Esther; desde fuera debían de parecer una pareja de novios acaramelados o algo parecido.
—Esther, ya vale. No seas zorra...—la reprendió él suavemente cuando el camarero se hubo ido. Sentía que ella estaba tirando fuerte de la cuerda que le mantenía atado -su propio autocontrol-, y él no podía desatarse allí.
Ella no pudo evitar sonreír. Era un fenómeno extraño que con Alex no le importaba ser un poco juguetona, cosa que no le saldría con Inti ni con Jen.
—Amo, pero es que tiene una perra muy zorra...—comprobando que no había moros en la costa, Esther colocó con atrevimiento una de sus piernas sobre el muslo tenso de él—mojada y caliente hasta cuando no debe, Amo.
—Esther, por favor...
—Amo...—ella volvió a susurrar aquella palabra mágica y fatídica al oído de él, y al instante después en un acto de locura le lamió el cuello detrás de la oreja.
Alex se puso rígido como palo.
—Cuidado...—musitó—me estás... calentando mucho...
—Eso quiero...
Él la agarró por el pelo sin previo aviso, con disimulo y discreción en lo posible pues estaban en un lugar público aunque no hubiera mucha gente, pero tirando con firmeza.
—He dicho que ya vale, Eshter—siseó al oído de ella—si sigues así voy a...
Ella jadeó y soltó una risa apurada, sintiendo como las raíces de su pelo se estiraban hacia atrás por el agarrón.
—Lo siento Amo por que su perra no sepa comportarse—por supuesto, sabía muy bien lo que le estaba diciendo—si tiene que castigarme lo entenderé...
—Venga.
Alex no pudo más. Soltó los cabellos de Esther y se levantó, echando la silla hacia atrás casi con violencia. Se mantuvo un segundo allí de pie, rotando la cadera estratégicamente para disimular su erección que ya dolía en los pantalones, contemplándola con ojos que lanzaban chispas. Ella le aguantó la mirada sin pretender retarle pero de hecho haciéndolo; con premeditación sacó la lengua para lamerse los labios con más lentitud de la habitual.
—Vamos.
Alex la tomó por la muñeca y prácticamente la arrastró hacia el pasillo más oscuro junto a la barra, donde sabía -pues ya había ido allí otras veces- que se encontraban los baños del local.
—Pero Amo...
Era la hora de la comida. No había mucha gente en el lugar, y los pocos que ocupaban mesitas dispersas parecían estar a lo suyo. Dado que ellos no hacían ruido, nadie les miraba; no se veía rastro del camarero tampoco por ninguna parte.
—Los de mujeres están más limpios—masculló Alex entre dientes alcanzando el rellano frente a los aseos y asestándole un puntapie a la puerta con el cartelito "caballeros"—pero los hombres se quejan menos por estas cosas.
Entró él primero a los baños, asegurándose de que el área estaba despejada. Un segundo después arrastró a Esther tras de sí; se había resistido a soltarle la mano durante todo el camino.
—Amo...
Alex abrió la puerta de uno de los cubículos dispuestos contra la pared frente a la hilera de lavabos y espejos. Comprobó que para su suerte estaba relativamente limpio allí dentro; bajó la tapa del inodoro y tiró de Esther para que entrara con él, luego cerró la puerta metálica tras ambos y echó el pequeño cerrojo.
—Esther, si todavía no sabes esto sobre mí grábatelo bien—gruñó Alex, haciéndola girar contra la pared y -sorprendentemente- asestándole un sonoro azote en el culo—si me buscas, si me calientas, me vas a encontrar...
Ella no pudo reprimir un gritito de sorpresa por el azote que le sacudió las nalgas.
—Lo sé bien, A-amo...—iba a replicar con cierta seguridad, pero un segundo azote más fuerte que el primero la hizo tartamudear. Cerró los ojos, sintiendo el calor expandiéndose y la humedad que de golpe empapaba su ropa interior; se dobló sobre sí misma lo que pudo, apoyando ambas manos en la tapa del inodoro y restregándole el culo a Alex contra el bulto en su entrepierna.
Él se rió. Sentía que pocas veces había estado tan cachondo y también le vino a la cabeza que llevaba lo que le parecía un siglo sin pajearse y correrse. Demasiado stress últimamente, demasiado trabajo, preocupaciones y tensión... todo aquello debía también de estar pasandole factura ahora.
Con las manos temblando por la urgencia empezó a pelearse con el botón de los pantalones de Esther, rodeándola con los fuertes brazos desde atrás. La zorrita gimió e hizo honor a su condición buscándole aún más, restregándose más fuerte contra él hasta que Alex le bajó los pantalones y las bragas.
—Estás chorreando... ¿Todo esto es por mí?—gruñò Alex, dándose cuenta de la humedad que resbalaba ya por entre los muslos separados de la perra. Vió que a pesar de haberla azotado sobre la ropa su culo se veía suavemente coloreado y de pronto se sintió excitado por esto hasta niveles estratosféricos.
—Sí, Amo... voy... muy cachonda...
Él se dio cuenta de que estaba moviendo el brazo y descargando azotes sobre el trasero desnudo de Esther con el deseo de hacerla arder, de calentarla de verdad. Los palmetazos eran sonoros piel contra piel, pero en aquel momento no pensaba en que podía ser oído si alguien entraba a los baños. La perra arqueó la espalda para levantar el culo, palmas recargadas sobre la tapa del inodoro, y el siguiente azote lo recibió en pleno coño.
—Joder...—En cuestión de cachondez Alex no se quedaba atrás. No quería que aquello fuera un "aquí te pillo aquí te mato" pero hasta un ciego vería que la situación no presentaba demasiadas alternativas—Te quiero follar...
—Fólleme, Amo—Imploró Esther en un susurro suplicante lleno de lascivia—por favor, fóllese a su perra que para eso está.
—Hmmf!
Escuchó cómo Alex se tragaba un gemido y sintió que se separaba un poco de ella para desabrocharse los vaqueros. Se estremeció sólo de imaginar el ariete como piedra que a buen seguro la penetraría hasta el fondo en cuestión de instantes, probablemente de golpe. Tenía hambre, mucha; estaba tan lubricada que le parecía que hasta el puño de Alex podría entrar dentro de ella sin resistencia.
Él no vaciló en acoplarla a sus caderas una vez liberó su erección. Su miembro caliente, congestionado y humedecido por la punta se estrelló contra el muslo de Esther por un error de cálculo; no dudó en agarrarlo por la base para encauzar la penetración como era debido y, tal como Esther esperaba, se hundió en ella hasta las sus nalgas ardientes le chocaron contra el estómago.
—Aargf...
Ella reprimió un grito al sentirle dentro llenándola de golpe.
—¿Te duele?—consiguió articular él, aguantando tenso antes de comenzar a empujar, haciendo un supremo esfuerzo por no desbaratarla a pollazos ahí mismo.
—Amo, Amo, por favor...más...
Era evidente que a Esther no le dolía. Alex la sujetó con firmeza por las caderas y por fin se liberó a embestirla salvajemente tal y como le pedía el cuerpo, inclinando el torso sobre su espalda y clavándole los dientes en el hombro. Le dejaría una bonita marca de "amor" en la sensible y blanca piel de aquella zona, pero no reparó en eso.
Si ella quería más, si acababa de pedirle más, eso mismo le daría hasta saciarla, hasta reventarla de placer.
Esther cerró los ojos porque la realidad se tambaleaba ante su vista con los empeñones de la follada. Su clítoris palpitaba de manera insoportable y ella rectificó la posición, levantando aún más el trasero contra las caderas de Alex que le daban tan fuerte a punto de perder la coordinación, tratando de que aquel cilindro duro la rozara en toda su longitud cada vez que salía y entraba de nuevo para clavarse en ella.
—Amo, Amo... ¿le permitirá a su perra que se corra?—jadeo con la voz entrecortada por los meneos que le metía él.
Alex gruñó fuerte tras ella redoblando por instinto la intensidad de los empujones.
—Sí, joder, córrete, perra maleducada.
—¡Gracias, Amo!
Él aguantaría aún o eso quería pensar, aunque no por mucho tiempo.
—Le quiero, Amo...—fue lo que ella gimió un instante antes de liberarse y empezar a correrse con aquel miembro saliendo y entrando de su cuerpo.
Alex gimió con ella y tuvo los reflejos de taparle la boca con la mano sin dejar de empujar, dándose cuenta de que el orgasmo de Esther explotaría en un grito dentro de aquellos lavabos. En efecto ella gritó contra su palma mientras se retorcía contra él, empapándole la polla y engulléndole dentro de sí.