Completo ♥
Samiq recordaba bien aquello que, en un momento dado de la conversación con Argen, le había pedido a este.
—Señor... por favor, hábleme de Halley.
Argen se había llevado las manos a la cara para quitarse la máscara lentamente entonces. Ante la sorpresa de Samiq, la había apartado a un lado para después sonreír sin sostenerle la mirada.
—Halley...—había dicho tras un suave resolplido, los oscuros ojos fijos en las vetas que surcaban la superficie de madera de su escritorio—Le conocí hace tiempo. Aunque al recordarlo parece que todo ocurrió ayer.
Cómo no seguir tirando del hilo.
—¿Puedo preguntarle cómo le conoció?
Inevitablemente, Samiq se lanzó a revivir aquellos retazos de conversación que habían quedado grabados en su memoria. Especialmente aquel fragmento se mantenía intacto, y tenía la sensación de que podía seguir viéndolo como la secuencia de una película, una y otra vez.
--------
Fragmento (despacho de Argen, escaso tiempo antes)
—Puedes preguntarme lo que quieras, ya no tienes que pedirme permiso para nada. Le conocí en un foro de ciencia y divulgación—había explicado Argen tras aquella salvedad—una tontería, más un pasatiempo que otra cosa.Pero podía estar allí desde cualquier parte... y había gente interesante. Ya sabes, yo no soy bueno en la distancia corta—continuó, encogiéndose levemente de hombros con calmada resignación—soy cobarde en ese aspecto, me gusta observar desde la galería. Normalmente sólo me limitaba a leer los aportes de otros usuarios, novedades, artículos, alguna discusión... sin llegar a intervenir. Nunca di la menor señal de vida aparte de alguna publicación de contenido... y, sin embargo, a él le hablé.
Samiq escuchaba a Argen con plena atención.
—¿Por qué le habló...?
Al Ex-dorado le costaba no pedir permiso, ciertamente. Se dio cuenta de que la voz le había salido rota, baja, pero Argen había podido escucharle sin problema.
—Porque él tenía un error ortográfico en su nombre—rió—Como seguro sabrás, "Halley" es un cometa... y se escribe "Halley" con doble "L", no "Haley" con una sola L, como él había puesto.
—Oh. ¿Y cómo sabía que el nombre iba referido al cometa...?
—Porque él tenía una imagen del cometa en su avatar.
Samiq sonrió. No conocía el "yo" virtual de su ex-Amo, pero se daba cuenta de que, si tal concepto existía, se diferenciaba poco del "yo" real.
—Ya veo. Y no pudo resistir la tentación de corregirle.
Argen le devolvió la sonrisa sin mirarle.
—No. No lo pude resistir, no. Le señalé su error, educadamente, en el chat privado del foro. Y entonces él me respondió...
—¿Qué le respondió?
El interpelado se echó a reír.
—Algo que nunca olvidaré. Me dijo "yo escribo como me sale de los cojones". Y, a continuación, algo como que me ocupara de mis asuntos y me comprase una vida.
Samiq se tragó una carcajada. Muy típico de Halley, sin duda.
—Y ahí le conquistó—dijo.
—¡Sí!—Argen asintió con vehemencia y su mirada resplandeció por un momento—Sabes, Samiq, era un foro científico. Había algún pedante que otro, algún iluminado que otro, pero todo el mundo era educado allí; todo el mundo civilizado, correcto... a nadie, jamás, leí expresarse así antes por allí.
—Halley le envió a la mierda—Samiq se permitió la licencia de rozar la mano de su exAmo suavemente. Era un bonito y romántico recuerdo aquel (aunque no según los cánones habituales de romanticismo, eso estaba claro), y no podía negar que, para él, el relato se volvía cada vez más interesante.
—Sí, como un pandillero. Me dejó descolocado.
—¿Y qué pasó?
—Empecé a fijarme más en lo que hacía. Leí todos sus aportes al foro de una sentada, y había muchos, creeme. Es un tipo inteligente y con una especie de curiosidad permanente por todo. Participaba en muchísimos temas, desde física cuántica hasta zoología, pasando por astronomía, donde estaba el hilo en el que habíamos coincidido.
—Le cotilleó el perfil.
Argen rió con una sombra de nostalgia.
—Oh, sí. Y reconozco que, sólo por contactar otra vez con él, le envié una suculenta batería de información por mensaje sobre el cometa Halley con doble L... conocido también como 1P/Halley. Artículos, fotografías, enlaces, un poco de todo.
—Vaya...
Samiq se preguntó cómo habría reaccionado "su" Halley ante semejante acoso cósmico. No le hizo falta exteriorizar tal duda para que Argen prosiguiera relatando.
—No me respondió al mensaje interno. Pero corrigió el nombre—apuntó éste sin perder la sonrisa.
—Oh. Bonito eso, Señor.
Argen asintió.
—Sí. Y, al ver que lo había cambiado, supe... algo me dijo que insistiera.
Samiq esbozó una sonrisa y desvió por un momento la mirada. Imaginarse al que fue su Amo tirando la caña por internet no tenía precio. Tal vez se sentía, también, discretamente celoso por que "su" Halley hubiera terminado rindiéndose a Argen, aunque hubiera sido en el pasado... Si acaso eso había ocurrido, claro, cosa que solamente podía intuir.
—Así fue como empezó todo—concluyó Argen—El tiempo pasa muy rápido. Demasiado rápido como para perderlo, Samiq.
------
Samiq se obligó a centrar la atención de nuevo en su momento presente, a tiempo de ver cómo Lara salía de la nada en aquel momento con cuatro tipos detrás de ella. A decir verdad, no era que hubiera salido de la nada exactamente, sino de detrás de la mampara que cercaba el Tres Calaveras. Un momento, ¿qué había estado haciendo Lara allí? ¿No se suponía que ella había subido al despacho de Argen?
—Ah, Samiq, un gusto verte—saludó la pelirroja con cascabelera alegría y el desparpajo habitual—me llevo a estos cuatro hombretones a hacer negocios—añadió, guiñándole un ojo al Dorado en marcada complicidad no correspondida.
No era que la pelirroja estuviera acostumbrada a dar explicaciones de lo que hacía, desde luego. Pero, aunque se pasaba las normas de cada lugar por el forro, no dejaba de ser consciente de dónde estaba, y quería que la contratasen al final de la noche. Era inteligente dar una breve explicación a cualquiera de los "jefecillos" por allí, sobre todo si se disponía a prostituirse... todo podía hacerse sin pedirle permiso, claro.
—¿A hacer negocio?
—Relax, guapito. Tu jefe me ha dado esta llave—Lara sacó un llavero de su bolsillo y lo agitó ante la cara del que fue el Segundo Dorado de Argen. Samiq inmediatamente pudo reconocer el objeto como uno de tantos que abrían las habitaciones de la planta de arriba.
—¿Mi jefe?—frunció el ceño sin estar seguro de entender. Hasta donde él sabía, era Simut quien tenía la responsabilidad de custodiar las llaves de las mazmorras y las habitaciones aquella noche—¿Simut te la dio?
Lara soltó una carcajada y uno de los hombres que iba tras ella hizo un comentario que Samiq no pudo entender.
—¿Simut? Vaya, vaya. Veo que tienes problemas para saber quién es tu Jefe...
Tras decir esto, Lara alargó la mano hacia el pecho de Samiq y, sin que éste tuviera ocasión de apartarla, tomó el collar dorado entre los dedos y dio un par de breves tirones.
—Tu Jefe, muchachito. El que te puso esto. Y ahora, ¡adios!—retiró la mano y sonrió taimada antes de lanzar un barrido visual por encima de su hombro, dando un rápido vistazo a los tipos tras ella, como para asegurarse de que aun seguían ahí—creo que estas bestias no van a durarme mucho. Así que estaré de vuelta prontito—añadió en un susurro alegre.
Y tras esta despedida, puso rumbo hacia los ascensores, haciendo un gesto a los señores que la seguían lo mismo que si dirigiese un pequeño rebaño.
Samiq se quedó pensativo durante unos momentos. De modo que Argen ("el que te puso esto") le había dado las llaves a Lara... ¿le había dado también instrucciones de cómo manejarse con esos tipos? ¿o más bien carta blanca para actuar como quisiera? Era alucinante, por otra parte, que aquella mujer se moviera como pez en el agua considerando el poco tiempo que llevaba en el local, sin pestañear y sabiendo perfectamente cómo acceder a los diferentes lugares. En fin, el Amo... uh, Argen -se corrigió rápidamente-, Argen sabría lo que hacía, de cualquier modo.
Continuó caminando para internarse en la sala principal, viendo que alguien cuya silueta no pudo reconocer estaba en pie ya sobre el escenario, y que la clientelea comenzaba a congregarse en torno a aquel punto. Simut había cambiado las luces creando una atmósfera más íntima, suprimiendo la euforia de los frenéticos destellos de rigor. Lo agradeció.
—Simut, por favor... ¿te importaría guardarme el bolso?—musitó Esther, inclinándose hacia el Primer Dorado (ahora el único, aunque él mismo no lo sabía) cuando este se acercó a la tarima para revisar que todo estaba en orden.
Él también había cambiado su aspecto, sustituyendo los pantalones vaqueros de trabajo por un traje de cuero de una sola pieza que se ajustaba a su cuerpo como una segunda piel, de cuello cerrado y algo elevado bajo el collar que permanecía plenamente visible destacando sobre el negro. Esther no había esperado ver a Simut vestido de semejante manera, como un verdugo tachuelado dispuesto a infligir dolor (eso fue lo que le sugirió su vestimenta), y con el pecho tapado. ¿Por qué le encontraba de pronto tan atractivo sexualmente, precisamente ahora que él llevaba más ropa? Con horror notó que volvía a mojarse entre las piernas, de una forma que se le antojó brutalmente indiscreta. Incluso temió que Simut pudiera notarlo.
—Claro. Se lo daré a Yinx para que lo custodie en la barra, ¿te parece?
Simut llevaba una pieza de cuero en la mano, advirtió Esther. Parecía una prenda más, pero bajo la tenue luz roja le fue imposible saber de qué se trataba.
—Claro. Gracias—respondió mientras le entregaba el bolso.
A medida que se acercaba a la tarima, Samiq distinguió a su hermano moviéndose por allí. Simut se había cambiado de ropa, ¿significaba eso que le había liberado de la tarea del espectáculo? La persona que estaba sobre la tarima era Esther, pudo comprobar desde más cerca. ¿Esther y Simut, entonces?
—Hola, guapa—saludó a la chica, constantando por su lenguaje corporal que estaba algo nerviosa. Bueno, era lo normal.
Ella le miró desde arriba y esbozó una sonrisa tímida.
—Hola...—se encogió estúpidamente de hombros, porque ahora que no sujetaba el bolso contra el cuerpo no sabía qué hacer con las manos. Terminó por cruzarse de brazos sobre la tarima, pasando el peso de un pie a otro mientras con un latigazo de valor inusitado le sostenía la mirada a Samiq.
El que fue el Segundo Dorado se acercó más y subió al estrado junto a Esther.
—¿Vas a hacer tú el espectáculo?—inquirió con suavidad, tocándole el hombro brevemente.
—Sí.
—Genial—trató de brindarle una sonrisa alentadora y asintió—Baja un momento. Te explicaré algunas cosas, aun hay tiempo.
Samiq alargó la mano para coger algo del organizador/expositor de enseres que había en el estrado, y a continuación descendió al suelo junto con Esther. La condujo a un rincón más discreto tras una columna y le mostró lo que llevaba en la mano: una pequeña pelota de goma.
—Mira. Usamos esto para comunicarnos ahí arriba—explicó, mostrándole el objeto—Puede que tengas las manos atadas, así que no podrás hacer ningún gesto. Y puede que estés amordazada y no puedas hablar—Samiq no sabía si Esther y Simut habían pactado algo sobre qué hacer y qué no hacer, pero por si acaso decidió cubrir todos los supuestos posibles—Simut estará pendiente en todo momento de que estás sujetando esta pelota en tu mano. Soltar la pelota significa "para" y hará que te desate y que todo se detenga.
Esther asintió un par de veces antes de coger la pelotita que Samiq le tendía. La apretó en su mano, y el caucho color carne se hizo invisible en su puño cerrado. La pelota era blanda, del tipo de las que se usan como juguete "anti-estrés"... era en cierto sentido reconfortante pensar en poder liberar energía a pequeñas descargas de este modo, apretándola.
—Gracias—murmuró, comenzando ya a apretar y soltar discretamente.
Se lamió los labios por instinto, porque sus ojos se habían clavado de pronto en la cintura de Samiq de forma inevitable. El chico era más delgado que "cachas", pero los músculos se dibujaban suaves y bien definidos bajo la blanca piel. Era tentador pensar en desabrochar aquel botón bajo su ombligo, mirar hacia arriba y ver su rostro angelical contrayéndose de gusto mientras ella abrazaba su glande con los labios, lo lamía y lo rozaba con los dientes. Era tentador imaginar los mechones rubios pegados a la cara gracias a la coletita medio deshecha, los labios apretados en un rictus de placer y el abdomen tensándose fuerte. Mierda, ¿por qué de pronto pensaba en esto?
—Ah. Te traeré un poco de agua. ¿Has bebido alcohol?
Era importante hidratarse, y Esther parecía tener la boca seca. Ya iban tres veces que pasaba la lengua sobre sus labios.
Ella negó con la cabeza. No había bebido, no, ni un gramo de alcohol.
—Genial. Ah... bueno, hay un par de palabras que también usamos en el escenario—prosiguió Gato—"Noktem" significa lo mismo que soltar la pelota: "para". Y "Carpe" significa que quieres decirle algo a la persona que está contigo. Esto para cuando no lleva mordaza uno de nosotros, claro.
Era útil, y era vital que Esther supiera de aquellas cosas. Más aun considerando que Simut y Samiq tenían gran complicidad entre ellos, estaban acostumbrados a estar juntos y prácticamente no usaban ni palabras ni pelota... pero claro, ese no era el caso de Esther. En el caso de ella era lo contrario: no les conocía de nada, y hasta incluso quizá era la primera vez que hacía algo como eso. Sabía que ella era de tres tipos -les había visto en acción-, aunque también sabía que ellos nunca la habían exhibido públicamente. No se preguntó si Ellos estarían de acuerdo con que ella fuera a hacer de modelo ahora, dando por hecho que por supuesto lo estarían. ¿Cómo no iban a estarlo?
—Entiendo—asintió ella, luchando por retener la información. Estaba tratando de no jadear, había roto a sudar de pronto y el coño le ardía como nunca.
"Díselo" silbó una voz de serpiente en su interior, rizándose en su mente a la velocidad del relámpago. "Díselo a Samiq, a Simut, a todo el mundo. Diles lo cachonda y desesperada que estás."
Cerró los ojos con fuerza. Un leve temblor surcó su cuerpo, no lo bastante leve para que Samiq lo pasara por alto, sin embargo.
—¿Estás bien, Esther...?
El ex-Dorado pensó que tal vez ella se arrepentía. Bueno, desde luego no iba a obligarla a nada si era así, y por descontado Simut tampoco lo haría.
—Sí, sí—se apresuró a responder ella—sólo algo... nerviosa.
"Nerviosa" quería decir "excitada", pero se resistiría a traducirlo.
—No pasa nada si no te apetece hacerlo...—le dijo Samiq. La suavidad de su voz le hizo sentirse a Esther envuelta en jirones de seda cuando él se acercó un poco más para decir aquello—si te parece mejor volver a la barra, ya me pongo yo.
—No, no, no—lanzó aquella respuesta como una bala sin pretenderlo. Se sobrecogió al casi palpar sus propias ganas en el tono de su voz; ganas de que aquella mierda empezara por fin, de sentir cuerdas, y manos, y ...dolor... ¿y besos? ¿pellizcos, mordiscos? Era como si su "instinto de sumisión" -no le venían otras palabras para definirlo- hubiera aumentado de pronto al máximo nivel y estuviera prácticamente fuera de control.—No. Yo... yo lo haré.
—Esther, no es ninguna condición para que te contraten, ¿lo entiendes? Sólo sería un favor. No tienes que hacerlo.
Samiq pensó que tal vez la firme determinación de Esther tenía su origen en lo mucho que necesitaba ella el trabajo y eso le conmovió. Mostrar buena disposición era lo deseable, pero comprendía perfectamente que para la chica podía ser un trago muy duro subirse a un escenario. Era un primer día por decirlo así, una toma de contacto, y desde luego no quería que ella se sintiera forzada en ningún caso.
—Quiero hacerlo, de verdad, Samiq. Estoy... estoy...—se mordió el labio con fuerza y bajó los ojos, vencida.
—¿Estás...?—preguntó Samiq para que ella terminara la frase, sonriendo, en cierto modo enternecido por los nervios de ella y por el aleteo de su voz.
Ella se acercó entonces a él para hablarle al oído.
—Estoy muy excitada—susurró contra la piel del ex-Dorado, resistiendo el impulso de pasar la lengua por detrás de su oreja.
Samiq se quedó anonadado. Fue a responder algo cuando ella se retiró, pero entonces Yinx apareció tras la columna tendiéndole el bolso a Esther.
—Oye, tía. Aquí no para de sonar un teléfono todo el rato—masculló, con notable cabreo por haber tenido que dejar la barra sola.
—Ooh...
Ahora sí que Esther estaba jadeando. Ni se había acordado del teléfono. Mierda, mierda. Mierda.
—Alguien quiere localizarte a toda costa.
Como si Yinx hubiera invocado a algún tipo de espíritu, el teléfono comenzó a sonar y a vibrar de nuevo en el bolso de Esther, que ahora ella sujetaba con ambas manos. Lo abrió y rebuscó en su interior con dedos temblorosos; no le hacía falta mirar la pantalla para ver quién estaba haciendo la llamada...
>BIP<
Se quedó mirando el parpadeo luminoso bajo las teclas durante unos segundos, luego apretó el botón de apagado y desconectó el móvil mientras Yinx la miraba con cierto desconcierto. Samiq parecía a lo suyo a un lado, abstraído en lo que fuera, sabiendo que Esther andaba ocupada en algo y manteniéndose al margen sin ni siquiera mirar la escena. También se sentía intrigado por lo que ella acababa de decir, aun sin querer creer a qué tipo de excitación se refería.
—¿Quién era?—preguntó Yinx sin pudor alguno.
Esther metió el móvil en el bolso y volvió a entregar éste al chico-duende, en torno a cuya cabeza -horror- parecía ahora estar fluyendo un entramado de pequeños relámpagos color plata. Se rió, ¡nunca, jamás en la vida, había alucinado así! ¿Era producto de los nervios? Cada vez tenía menos ganas de luchar contra aquella locura, sin embargo.
—Uno de mis Amos—respondió al oído del duende de ojos verdes mientras le entregaba de nuevo el bolso. Con él no pudo resistirse a lamer y pasó la lengua sobre la piel avainillada de su cuello, apartándose después bruscamente como si se hubiera quemado.
—¡Ja!—Yinx soltó una carcajada nerviosa pero no retrocedió. El "aura" de relámpagos alrededor de su cabeza comenzó a vibrar en una gama tornasolada de azules y violetas.
—Le he colgado el teléfono—jadeó Esther, sin terminar de creerse lo que acababa de hacer.
—Ya lo he visto.
—El cabrón se fue... se fue con otra —no, no, Esther no quería decir eso, ¿acaso pensaba eso? No, ya no. Entendía que Jen era libre; entendía que ella era su sumisa, que él no era suyo... no era suyo, ¿lo entendía? ¿Y por qué coño se lo contaba a Yinx?
—Ah. Pues vaya.
—El problema soy yo—musitó ella—celosa por un lado, y por otro tan zorra que ni me he acordado de él...
Bueno, en parte sí se había acordado. Sólo ahora estaba ciega en los destellos de otro mundo, pero Ellos seguían en su pensamiento, sus rostros también iban y venían en aquel caos de sensaciones.
—Oye, tengo que volver a la barra.
No era que Yinx quisiera ser cortante con Esther, todo lo contrario. Sólo realmente no sabía qué decir, y por otra parte le agobiaba pensar que había dejado su puesto de trabajo.
—Claro, claro. Gracias... y perdona la molestia.
—Sin problema—replicó él, marchando justo cuando Simut volvía.
----------------
El espectáculo estaba a punto de comenzar. De pie en el escenario, Esther cerró los ojos y notó más de veinte miradas clavándose en ella. Podía sentir a Simut moverse a su lado, y también escuchar los murmullos de los clientes más abajo de la plataforma, filtrándose entre las notas de la música suave que ahora llenaba la estancia de... colores...
Veía con los ojos cerrados dulces colores en la música, danzando; le parecía que los olía también y los saboreaba: aroma a playa, sabor a luna de nata, a fresa, a caramelos de violeta. Su cuerpo entero palpitaba y la ropa era incómoda. Se estremeció.
—Sam me ha contado que le has dicho que estás excitada—murmuró Simut casi en su oído, detrás de ella ahora. Asió con suavidad las manos de Esther para comenzar a atarlas a la espalda de ella—¿A qué te referías?
Más que por curiosidad, el primer Dorado preguntaba esto para saber cómo se encontraba Esther. Quizá "excitada" no hacía referencia a algo sexual, sino que significaba alguna otra cosa como "nerviosa" o "alterada".
—Lo siento... no debí haberle dicho eso.—ella respondió con voz entrecortada cuando sintió la cuerda tensándose en torno a sus muñecas.
Las manos de Simut eran hábiles y conocían el punto justo para no apretar demasiado sin permitir libertad de movimientos. El esclavo había hecho ataduras muchas veces, tanto en el Noktem como en el paraíso perdido de Zugaar.
—Oh, no. No lo sientas. ¿A qué te refieres?—volvió a preguntar en tono calmado, mientras aseguraba primero un nudo y después otro.
—Estoy cachonda.
Esther sintió que se mareaba al confesar aquello. Contra lo que esperaba, Simut no dio muestras de escandalizarse ni se rió.
—¿Pero te encuentras bien?—inquirió. Había visto cómo Esther había pasado tiempo en el baño antes, y ahora parecía nerviosa; no quería arriesgarse a comenzar ninguna actividad con ella si ella no se sentía bien.
—Me encuentro... me encuentro bien.
Se encontraba genial, si acaso era genial tener ganas de entrar en el infierno y arder.
—Bueno. Sam te ha enseñado las señales... y no usaremos mordaza, así que, por favor, si algo va mal sólo dímelo.
El Primer Dorado se inclinó y tomó una porción larga de cuerda para pasarla entre las ataduras en torno a las muñecas de Esther.
—...¿Qué vas a hacerme...?—boqueó ella.
—Sólo atar y luego una suspensión estética. Es seguro, tranquila.
Esther apretó el culo inconscientemente a la vez que la pelotita en su mano, sintiéndose de golpe avergonzada. ¿Aquel tío era de piedra, o algo así? ¿Acaso no iba a reaccionar ante lo que ella acababa de decirle...? Quizá estar cachondo/a era normal en aquel sitio, o al menos durante según qué actividades. Tal vez por eso aquellos "hermanos" no se extrañarían de algo así, aunque juraría que había visto cómo se le descuadraba la cara a Samiq hacía un momento.
Fuera como fuese, Simut no parecía haberse inmutado. De pronto, explorarle mentalmente a ese nivel y provocarle -tal vez buscar su límite- se le hizo tentador a Esther.
—Ah. Pensaba que ibas a latigarme—sonrió, aunque más bien esgrimió una mueca tensa que amenazaba con romperle la cara. Sintió como Simut rió a su vez quedamente a su espalda mientras pasaba un segundo tramo de cuerda a través de la atadura de las muñecas, aunque esta vez lo hilvanó en sentido contrario, hacia su cabeza.
—¿Latigarte? No, por dios.
Simut dejó los largos cabos de cuerda colgando, un par de ellos cayendo hacia las nalgas y los pies de Esther -los de la primera cuerda que atravesó la sujeción de la muñeca-, y el segundo par -los extremos de la segunda cuerda- reposando sobre los hombros de ella.
—No estaría mal...—aventuró la chica.
Simut avanzó hasta situarse frente a la que ahora sería su modelo. Esther abrió los ojos, y él la miró directamente, preguntándose si ella sería masoquista. ¿Le estaba pidiendo látigo?¿O simplemente estaba de coña? Fuera como fuese, daba igual.
—No voy a marcar tu cuerpo—le dijo con calma. Sabía que Esther era propiedad de tres clientes habituales, así que, por mucho que ella pudiera llevar el masoquismo en la sangre, no era una sumisa libre—no sé si vas en serio ni lo que tienes permitido hacer.
Ella casi se rió. ¿Lo que tenía permitido hacer? Ja, ni siquiera tendría permitido estar allí, en caso de que Ellos se hubiesen enterado...
—No es tu problema lo que tengo permitido o prohibido—le espetó a Simut, aunque sin asomo de suficiencia, simplemente otorgando información—no te preocupes por eso.
—Shh. Es mi problema preocuparme de no hacer nada indebido. Y no quiero líos.
Como para afianzar lo que acababa de señalar, y al tiempo zanjar aquella conversación, Simut se giró para volver a coger la pieza de cuero que antes había visto Esther en sus manos. Se trataba de una máscara sencilla, negra lo mismo que el traje, que sólo dejaría sin cubrir su mirada azul. Se la puso, y desvió los ojos de nuevo a lo que para él era simplemente trabajo, dispuesto a continuar con lo que hacía.
Esther agachó la cabeza, las mejillas ardiendo. Pronto descubriría que Simut, piadosamente, pasaría dos cabos tensos de cuerda entre sus nalgas para llevarlos hacia su entrepierna y continuar tirando de ellos en dirección a su cuello. A él no se le pasaría por la cabeza masturbarla ni nada por el estilo, pero, si Esther tenía el coño caliente, permitiría que ella pudiera sentir las cuerdas ahí. Tal vez incluso la apurada infeliz pudiera correrse contra ellas, y bueno, realmente él no sería responsable -o no directamente- de un orgasmo así.
—¡Un cuerno de bondage con pantalones puestos!—se escuchó de pronto una risotada entre la pequeña multitud que contemplaba aquellas maniobras—Este sitio ya no es lo que era.
—No hagas caso—le dijo Simut a Esther, de nuevo a su espalda. Su voz sonaba velada tras la máscara, más profunda, más lejos—Oye. Tengo que ponerte un collar al cuello y un cinto con algunas argollas, es pura mecánica. ¿Algún problema con eso?
—No...—jadeó Esther sin pensar—ningún problema.
—Hey, B.O.—Dijo entonces Simut, retirándose la máscara un momento para lanzar una sonrisa a la audiencia. Se irguió y se volvió hacia los espectadores para dirigirse a quien había hablado, dándole la espalda por un momento a Esther—¿Y lo bonito de dejar algo a la imaginación, Señor?
Al escucharle decir aquella pregunta, Esther se dio cuenta de que Simut debía de haberse colocado un micro que llevaba en alguna parte. Ella no había visto dispositivo alguno, pero gracias al color negro del traje resultaría sencillo camuflar algo así.
—Ponte a trabajar o daré parte de tu mierda a la policía—rió la voz ronca elevándose desde el público.
—¿Parte de mi mierda, Señor? Por mí como si se la da toda.
Simut guiñó un ojo y contuvo la risa antes de volver a su tarea. Aquel chistecito era una de las coñas que cruzaba de vez en cuando con B.O, algo habitual entre ambos que ya era parte del "ambiente familiar" en el local. No le caía mal en absoluto aquel tipo, pero sin duda era un agitador nato con el que había que saber lidiar, alimentando algún chascarrillo que otro de vez en cuando y dándole una de cal y otra de arena para que tampoco se viniese arriba. De cualquier modo, Argen adoraba a aquel capullo sabía dios por qué.
De hecho, B.O era el único que tendría la desfachatez de interrumpir algo allí. El mismo B.O lo sabía, aunque no lo pareciese, aunque desde fuera se le viera como el eterno inconsciente. Le gustaba hacerse notar en cualquier contexto, pero también era cauteloso pues le interesaba no tener problemas en el club, y sabía que, como decía aquel refrán, "lo bueno gusta, lo mucho cansa".
Se escucharon algunas risas entre el público y, justo en aquel momento, la música se detuvo y fue sustituida por una canción cuya letra decía "tenemos chica nueva en la oficina".
—Ja, me apuesto algo a que esta nos la dedica Samiq para animar el tema—le dijo Simut a Esther tras retirarse el micro y volver a plegarlo donde fuera que lo llevara—o para que te relajes.
La aludida sonrió entre leves jadeos. Llevaba tiempo moviéndose imperceptiblemente en lo que podía para sentir más las cuerdas; el cuero de los pantalones se le metía por el culo y se humedecía contra su sexo, mientras sus muñecas continuaban firmemente inmovilizadas a su espalda.
Simut volvió a ponerse la máscara y se acercó a donde guardaban todo tipo de enseres para coger el collar de cuero que antes había mencionado. Se lo ajustó a Esther con rapidez alrededor del cuello, alineando las argollas de tamaño variable según le convenía, por delante hacia sus pechos y por detrás hacia su espalda.
Sin perder tiempo, tiró de uno de los cabos a la espalda de Esther y lo pasó por una de las argollas del collar para cruzarlo por delante. Moviéndose en torno a ella, volvió a situarse frente a sus ojos para pasar la cuerda bajo uno de sus senos y cruzarla de nuevo hacia atrás, deslizándola por encima de la clavícula contraria y tensándola de nuevo.
Esther cerró los ojos cuando sintió la aspereza de la cuerda a pesar de la ropa. Simut la estaba atando con serenidad, y a un ritmo constante que ella podía empezar a predecir, o eso sentía. Suave tirón-ajuste firme-tensión-(uh...)-nudo y... relax. Y vuelta a empezar. De esta manera sus pechos estaban siendo envueltos y cercados por cuerda, cabos cruzándose a su espalda que a su vez se conectaban con la atadura en las muñecas.
Gracias a las argollas del collar, Simut logró en poco tiempo conectar los cabos de cuerda de modo que si tiraba de la sujeción final en la parte media de la espalda los pechos de Esther se levantaban, sus muñecas se tensaban, y la cuerda se la follaba por culo y coño.
—Ponte de rodillas para que pueda seguir—le dijo a través de la máscara—¿Va todo bien?
Tras preguntar aquello, no pudo evitar dar un malicioso tironcito al extremo de las cuerdas trenzadas.
—Hng...—Esther gimió y se estremeció por toda respuesta.
Le tomó unos segundos reunir la serenidad necesaria para arrodillarse con ambas manos atadas a la espalda. Simut la sostuvo en el proceso, sujetando el tramo final de cuerdas con la otra mano para impedir que ella pudiera vascular hacia el suelo.
—Dejate caer hacia delante—murmuró, agachándose un momento junto a ella. Procedería a atarle ambos tobillos juntos y a afianzar su cintura, para lo cual precisaba que Esther se tendiera boca abajo y pudiera levantar pantorrillas y empeines del suelo—yo te sostengo.
Detrás de la barra se estaba creando cierto clima de compañerismo -casi de inesperada amistad- entre Yinx y Samiq. Al primero le había hecho gracia la canción de la chica en la oficina que puso el ex-Dorado, y a éste le relajó bastante ver cómo bailoteaba y hacía el tonto el otro. A primera vista, Samiq había pensado que Yinx era una persona seria, hasta hierática... pero ahora se daba cuenta de que tal vez el chico era simplemente selectivo, a propósito o no. Quizá no reía, no opinaba y no se expresaba si no tenía motivos para ello.
La afluencia de clientes a la barra se había reducido en tanto el espectáculo avanzaba y atraía la atención de estos hacia el estrado. Yinx estaba feliz de tener por fin un respiro, y Samiq se alegraba de poder relajarse aunque también lo temía, porque eso significiaba tiempo muerto para pensar. Tal vez fuera un buen momento para escaparse a hacer una llamada...
—Es bonito lo que está haciendo Simut—comentó Yinx de pronto, mirando hacia el espectáculo en la tarima mientras ponía unos vasos a escurrir tras lavarlos.
Samiq se obligó de nuevo a centrarse para enfocar la mirada hacia allí y no pudo por menos de asentir. Su hermano tenía a Esther tendida boca abajo sobre las tablas del suelo, inmovilizada a la mitad. Acababa de atarle los tobillos juntos con varias vueltas de un cabo de cuerda independiente, y ahora los sujetaba en vilo mientras tiraba del cabo principal con la otra mano para anudarlo a las ataduras de los pies. Al tirar Simut de aquella cuerda, el torso de Esther se despegó del suelo y el collar en su cuello se tensó tirando de su cabeza hacia atrás, describiendo su cuerpo un hermoso arco humano donde podía apreciarse cada movimiento de la acelerada respiración.
—Lo es—coincidió. Sin duda Simut era experimentado, pero aquello no era una novedad para Samiq. Había visto espectáculos como aquel muchas veces, incluso participado en ellos—Oye, Yinx. ¿Te importaría si me ausento un segundo ahora que esto está tranquilo? tengo que hacer una llamada.
—¿Eh? Ah. Claro, sin problema.
—Toma—Samiq le dejó el teléfono de Simut en la superficie de la barra. Su hermano no lo llevaba encima, puesto que estaba en el escenario; se lo había entregado antes de empezar, para que lo custodiase—si pasa cualquier cosa, llama a mi número. Sólo selecciona el contacto "Sam1" y dale a llamar.
Yinx se guardó el teléfono y asintió.
—Aunque estaré aquí al lado—continuó el ex-Dorado. Se sentía culpable por dejar al chico ahí y que se quedara solo otra vez, aunque no lo bastante como para dejar de hacer aquella llamada—estaré en el vestíbulo frente a los ascensores, no tardaré mucho.
No, sería poco rato. Sólo para asegurarse de que Halley estaba bien. Sólo para oír su voz. Y para decirle "te quiero".
Mientras se dirigía hacia aquella zona más tranquila, Samiq no pudo evitar abstraerse y sumergirse de nuevo en aquella última conversación con el que había sido su Amo hasta aquella noche.
Un día, empezamos a chatear. Supe que le había pillado en un mal momento cuando le corregí, porque aquel día se mostró terriblemente amable conmigo. Hasta dócil en algunos momentos. Me pregunté si acaso sería de estas personas con complejo de Jeckyll y Hyde... nada es porque sí, en cualquier caso. Aquel misterio me atraía, aunque ya de inicio supe que era una telaraña donde quedaría atrapado. Pero no me importaba. Poco a poco, a medida que me acercaba a él, aunque sólo fuera con palabras, yo sentía que comenzaba a despertar.
Samiq podía entender perfectamente aquel mecanismo de atracción. También el concepto de "tela de araña" aunque, para él, acercarse a Halley era más bien como ser una polilla frente a un foco incandescente.
Entendía también la parte de "no me importa", porque a aquellas alturas a él mismo le traía al pairo quemarse las alas. Había renunciado a tantas cosas en tan poco tiempo... se había movido hasta su propio límite en aras de elegir estar con Halley, así que sería una solemne tontería que el miedo a sufrir importase.
Con el paso del tiempo le hablé de mis gustos. Nunca nos habíamos visto en persona, y tal vez por eso él decidió abrirse a mí. No te contaré detalles de sus ansias de humillación, ni del estallido sexual desde aquel momento... Al final, ambos decidimos hacerlo real, pero tampoco te contaré sobre eso. Sólo te diré que es un gran sumiso, considerando que vas a estar con él. Es muy delicado y frágil en el fondo de su oscuridad, donde no quiere defenderse.
En cierto sentido, a Samiq le jodía que Argen se permitiera aconsejarle, pero por otra parte lo agradecía. Su Ex-Amo parecía haberse internado en los laberintos de Halley, o al menos aventurado a recorrer algunos tramos. Samiq había visto quizá lo que Argen llamaba "fragilidad", aunque para él más bien la palabra sería "infancia", por extraño que pudiera sonar. Infancia en la edad adulta, cuando aquel niño le miraba entre asustado y ansioso tras las gafas torcidas, gritando en silencio "quiéreme y hazme daño", completamente empalmado.
Muy sumiso. Desaforadamente hambriento. Con un terror al abandono que aun no sé de donde procede; con una gran necesidad de presencia hasta el punto de echarse a llorar si dejaba de tocarle, me colocaba detrás de él y él me perdía de vista.
Algo en aquel niño conmovía a Samiq tanto que fácilmente se le podrían llenar los ojos de lágrimas imaginando algo como eso. Imaginando el sufrimiento de Halley en aquel nivel, cuando este se atrevía a mostrarse libre en los sótanos de su conciencia. Le daba un poco de miedo que él quisiera ser dañado, porque, por mucho que jugasen al dolor, eso no se lo podría dar. No iba a hacerle sufrir. Sólo quería alimentar al niño -a esa dulce criaturita sadomasoquista- y darle lo que pedía, en la medida que pudiera, controlando.
Se llevó la mano al bolsillo, y se dio cuenta de que si Yinx le llamaba ahora no podría contactar con él. Qué estupidez, bueno. Qué más daba ya. Había actuado como si tuviera su propio teléfono personal aparte del de trabajo... qué fantástico sería eso.
Tecleó rápidamente sin querer detenerse a pensar demasiado y pulsó la tecla de llamada cuando llegó al número de Halley.
«El teléfono al que llama está desconectado o fuera de cobertura en este momento» le espetó una voz femenina de robot tras un largo silencio. Mierda. La maldita voz ni siquiera le dio oportunidad de grabar un mensaje. ¿Por qué diablos eso se sentía como dejar tirado a Halley en medio del desierto?
"Lo dejamos por mi culpa", había dicho Argen.
Lo dejamos por mi culpa. Él es frágil, pero supongo que yo también lo soy en lo tocante a algunos temas. Mi... genitalidad fue un problema, uno de tantos. Genitalidad, qué asco de palabra, ¿verdad?
Fingí alejarme de él. Sólo lo fingí. Fui tras cada paso suyo; incluso contraté a un detective para que le siguiera, un amigo personal.
Me acerqué a su círculo, comprobando que no lo tenía. Buceé en su vida diaria sin que él se diera cuenta. En su vida de... profesor alterado. Daba clases de física en un instituto entonces.
Estuve tentado de intervenir un par de veces, de romper mi silencio. Me sentía impotente viéndole sin un solo apoyo, y no podía evitar creerme responsable de la depresión en la que él parecía estar sumergido. Pero entonces, mi amigo el detective me comunicó que él estaba comenzando una relación... con un alumno suyo. Un menor.
Como es lógico, investigué a ese menor. Se llamaba Kido. Indagué sobre su familia y su círculo de amigos; incluso contacté con uno de ellos, mayor de edad, porque casualmente trabajaba el cuero a mano. Ese fue mi puente secreto con Halley... cuando salí de Zugaar y me establecí en el Noktem.
Me acerqué a aquel chico que trabajaba el cuero. Se llama Silver, tú le conoces. Constaté que se metía en problemas de vez en cuando, pero no parecía mal tío, sólo quizá demasiado joven. Tomé algunas copas con él, y cuando innauguré el Noktem como Club temático le invité a venir. Sorprendentemente, él trajo a algunos amigos... entre los que se encontraba el hermano mayor de Kido. Eso fue una sorpresa, lo reconozco: no tenía ni idea de que a ese tío le gustaran estas cosas. Una agradable sorpresa, desde luego, aunque no pasaban de ser una panda de mirones que vinieron esporádicamente durante un tiempo.
Silver continuó viniendo, y yo seguí espiando a Halley. Sabía que Silver había sido también alumno suyo, lo mismo que lo era Kido. Al final estaban todos conectados; todos habían pasado por el mismo instituto de enseñanza superior. Seguir la pista, tirar del hilo, era lo más fácil del mundo.
Halley parecía feliz con ese chico. Incluso se lo llevó de viaje a un lugar especial. Me alegré por él, y durante un tiempo bajé la vigilancia. Mi vida seguía igual de ocupada que siempre, con muchos frentes a los que prestar atención. No obstante, seguí pagando a mi amigo para que no cesara en su trabajo.
Gracias a que mi amigo siguió alerta, un día supe que Kido había muerto.
Narcisista, acosador, cobarde. Así había sido el inseguro Argen, o así lo juzgaba ahora Samiq inevitablemente. En cierto sentido era traumático, y aun estaba parcialmente en shock, digiriendo lentamente la vista de su ex-Amo desde aquella nueva perspectiva. Siempre supo o intuyó sobre sus flaquezas -¿qué ser humano no tiene debilidades?-, pero nunca le había imaginado capaz de espiar a alguien, de contratar un detective, aunque por otra parte podía entenderlo. Se rebelaba contra ello, eso sí. Le hubiera apetecido decirle a Argen algo como: "si te preocupa alguien, si quieres a alguien, implícate. No contrates un detective".
Entendía que haciendo aquello Argen había jugado sucio, por mucho que tuviera sus razones. Aunque bien era verdad que, gracias a ese juego sucio, él mismo había conocido al sumiso en el club. Se daba cuenta de que, tiempo atrás, Halley había necesitado que aquel a quien amaba se comprometiera con él. Tal vez seguía necesitando lo mismo. Tal vez Halley empezaba a amarle a él, a Samiq... lo mismo que Samiq a él, pero a su propio modo.Y Halley tendría miedo, si eso era así, o sería lógico si lo tuviera.
Gruñendo para sí, volvió a intentar llamarle, sólo para constatar que la voz de secretaria robótica seguía ahí.
Cuando Kido murió, Halley se fue desplomando poco a poco. Empezó a beber más de la cuenta. El pobre chico se había matado en los túneles de metro, creo que tratando de salvar a alguien que se había tirado a las vías. O eso me dijeron. Ni siquiera pudieron despedirse.
Creo que Halley continúa roto por esto.
Mi amigo me hablaba de su soledad, y de que cada vez iba a peor conforme pasaban los años. En esa época yo había cerrado el Noktem por un tiempo, para estabilizar finanzas. Halley había dejado el trabajo, y supe que sólo salía para irse de putas alguna vez, aunque por lo visto nunca se atrevió a volver a estar con un hombre. Durante el último año la situación se recrudeció, y empecé a pensar que era cruel sólo observar sin hacer nada. Ya no salía de casa. Se estaba muriendo.
Tuve miedo de que se suicidara por no poder levantarse tras su pérdida, y, entonces... le mandé una invitación anónima al Noktem, aprovechando que habíamos vuelto a abrirlo hace unos meses, como sabes. Fue una maniobra un tanto desesperada, y realmente pensé que no iba a funcionar, que ni loco vendría aquí solo. Pero subestimé lo desesperado que estaba, porque lo hizo.
Samiq se mordió el labio con fuerza, sintiendo de pronto los ojos calientes. "Halley. Mi Halley, ¿Dónde estás...?"
Sugestionado tal vez por lo que había hablado con Argen, ahora tenía una especie de presentimiento oscuro, como de que a Halley pudiera pasarle algo. Intento llamar una tercera vez, con el mismo éxito que las ocasiones anteriores.
Vino, le recibiste, ¿recuerdas? Vi cómo le quitabas el abrigo con suma delicadeza. Ya sabes que aquí tengo ojos en todas partes, Samiq. Vi lo que hacíais en el Tres Calaveras, por supuesto; sí, los mirones amigos de Silver habían vuelto hacía poco tiempo, ahora con la que decían era su perra.
Os vi juntos a Halley y a ti, y no me preguntes por qué, pero de pronto lo advertí: una especie de chispazo entre vosotros, pura energía. Contigo, Halley volvía a vivir. Aunque fuera por sexo, aunque fuera solo a ratos. Nunca es "solo por sexo", de todas maneras.
Nunca es sólo por sexo, porque todo va ligado entre el cuerpo y la mente. Eso me hizo pensar... y ahora míranos, aquí estamos tú y yo, Yo y tú.
He visto cómo le miras, cómo le tratas. He visto cambios en tu expresión y deseo en tus ojos, hasta sólo cuando te hablo de él y él no está presente. Tú no puedes ver estas cosas, Samiq, pero yo sí.
Me has hecho muy feliz durante todo este tiempo, pero, si quieres irte con él, debes hacerlo. Quiero que lo hagas. Por eso te he dejado, aunque ahora mismo no pueda quitarte el collar que simboliza tu libertad atada a la mía.
Te he dejado, Samiq. Eres Libre. Sólo te pido que vuelvas a darme un poco de tu sangre por última vez.
Era posible sentirse desgarrado por dentro y feliz al mismo tiempo, Samiq podía dar fe de ello. Le daba tristeza que Argen le hubiera dado la libertad... y no sabía qué pensaba su ex-Amo de él, si estaría enfadado, si Argen quería a Halley como sumiso para sí y los planes se le habían frustrado por su culpa. Sin embargo, Argen nunca dijo que tuviera ese deseo... aunque sí parecía desear que Halley fuera feliz.
Pasara lo que pasara, al final Samiq era libre, para bien o para mal. Sólo esperaba no haber fallado a Argen... era fácil pensar que le había fallado, sobre todo considerando la descarnada certeza de que apenas le echaría de menos. Poco a poco iba siendo consciente de ello.
"Halley, quiero decirte una cosa". Mientras trataba de volver a llamarle, imaginó lo que le diría. Tampoco quería asustarle.
"Es mejor que te lo diga en persona. ¿Podemos vernos?"
«El teléfono al que llama...» Samiq colgó antes de que la odiosa voz pudiera decir nada más.
Mientras Samiq se frustraba teléfono en mano, Yinx continuaba tras la barra, ahora concentrado -más bien absorto- en lo que Simut le hacía a Esther sobre el escenario. La música había vuelto a surcar el aire como onda suave y en cierto punto hipnótica; se metía en el cerebro de uno hasta el punto que uno perdía la noción de estar escuchando. Y lo mejor de todo eran las enormes pantallas que hasta entonces le habían pasado desapercibidas, por haber estado ocultas bajo pesados cortinajes. En aquel momento, la figura de Simut se veía ampliada en aquellas pantallas, arrodillada sobre una sola pierna y con el otro pie apoyado firmemente en el suelo, inclinada hacia delante para trabajar en los nudos a la espalda de la chica tumbada boca abajo. Había cuatro pantallas en total, aproximadamente de cuatro veces el tamaño que tendría un antiguo lienzo de proyección, distribuídas en las paredes de la sala principal. Qué gran invento.
Sería util señalar que, por suerte o desgracia, Yinx -lo mismo que aquellos seres que atendieron a Inti en el pequeño templo de meditación, lo mismo que Lara y que Kieffer- no era del todo humano. Gracias a ello, y al tipo de criatura que en realidad era, no necesitaba una droga para percibir algunos fenómenos más allá de la información obtenida a través de los canales conocidos como "sentidos". Era capaz de sentir en sí el impacto de estos fenómenos que los humanos no podían percibir, por acostumbrado que estuviera a la vida terrenal. Lara sí necesitaba aditivos para expandir su percepción, pero Lara (afortunadamente) no era de la misma especie que Yinx.
En aquel instante, el no del todo humano estaba siendo testigo de la energía que envolvía a Esther, gracias a sus propias capacidades naturales. Percibía una especie de masa eléctrica, densa y casi corpórea que se aglomeraba en la garganta de ella girando en espiral, en su estómago, en su pecho, en su sexo. Hilos carmesí que parecían humo a ratos, y en ocasiones se trenzaban, anudaban y tensaban como las cuerdas que mantenían atada a la muchacha.
"Demasiada energía" no pudo sino pensar Yinx. "Una excitación terrible, demasiado para un humano promedio". No se le ocurrió que Esther podría estar bajo los efectos de alguna substancia traída de otro mundo.
Cerró los ojos, tomó aire y exhaló despacio. Su propio cuerpo reaccionaba a lo que veía, y eso era algo bastante molesto. En cierto sentido se alegraba de ser humano ahora -al menos en parte-, porque en su naturaleza original jamás habría tenido la ocasión de experimentar placer físico. Siempre había querido saber lo que era eso y cómo se sentiría, aunque al mismo tiempo le aterraba esa posibilidad, sobre todo ahora que veía aquella densa corriente energética ante sus ojos emanando de Esther. Si a él le atravesara algo semejante alguna vez, quizá podría matarlo, pensó. Al menos matarlo en aquel mundo, y devolverle de golpe a su estado etérico en la esfera del Limbo de las Musas.
—Mírate. Estás preciosa—le dijo Simut a Esther por debajo de la máscara, al tiempo que le sostenía la cabeza alzada para que ella pudiera ver las enormes pantallas y su propia imagen proyectada en ellas—Ahora voy a subirte. No demasiado, es seguro. ¿Está todo bien?
A pesar de que Simut estaba muy cerca, su voz llegaba demasiado lejana para que Esther respondiera. Incluso el significado de las frases parecía alcanzar con retardo el cerebro de la chica, aunque ella entendió perfectamente cada palabra. Sujetó la pelota con fuerza cuando se vio a sí misma en la pantalla más próxima, sin poder controlar los típicos movimientos de necesitar ser montada con urgencia, rozándose contra las cuerdas en su entrepierna, jadeando. Estaba tan mojada que sentía los pantalones meados, aunque sabía perfectamente que lo que encharcaba la zona interna de sus muslos no era orina.
—Creo que voy a c-correrme...—gimió con voz queda, girando los ojos hacia el que la sujetaba por los cabellos. Hasta el modo desapasionado en que Simut hacía aquello ponía a Esther contra las cuerdas (¡y nunca mejor dicho!)
—Vale, compañera. Intenta aguantar hasta que estés arriba. Si te corres cuando estés colgada lograremos un lindo efecto.
Esther hizo un esfuerzo por aminorar. "Te vas a quemar el chochete", le llegó de improviso la burlona voz de Inti desde algún lugar en su cabeza. Se estremeció al pensar en él, y no pudo evitar restregarse con más vigor... aunque lo que había dicho la voz del rubio en su mente era verdad: se iba a abrasar el coño. No llevaba bragas, y sentía con claridad cómo los tiernos labios palpitaban y comenzaban a inflamarse, a calentarse e incluso a picar rabiosamente a causa de la fricción contra el cuero y las cuerdas. No sabía si eso le hacía ganar o perder sensibilidad, pero le inducía a frotarse aun más rápido y fuerte, en tanto deseaba con urgencia que Simut le metiera algo en todos los agujeros. Cualquier cosa, el mango de un paraguas, lo que fuera... Si le llenaban el coño y el culo a lo bestia en aquel preciso instante, sin duda se correría de inmediato gritando y retorciéndose en sus ataduras como un pececillo en una red.
Miró a Simut entre jadeos, con gesto suplicante. Sin embargo, este se limitó a soltarla del pelo con suavidad y a acomodarla sobre el suelo un momento antes de empezar a preparar la suspensión.
—Tranquila. Voy a pasar las cuerdas, intenta no moverte demasiado. Tardaré un poco aun en subirte, pero si no puedes aguantar no te preocupes... ya estás dando un bonito espectáculo. Tienes a la audiencia en el bolsillo.
Simut sonrió bajo la máscara mientras retrocedía lo justo para asegurar un anillo de grafeno entre las cuerdas, más o menos a la altura del coxis de Esther. Tenía más piezas con idéntica función, aunque de diferentes formas y tamaños: un par para los tobillos, otra para la zona superior de la espalda, otra para soportar y proteger el cuello evitando que tomase un mal ángulo. Las piezas, diseñadas en Zugaar, estaban provistas de un gancho de seguridad en su parte superior que enlazaría con las cadenas que pendían de los juegos de poleas en el techo.
Esther, por su parte, seguía ardiendo en el suelo, aunque trataba de seguir las instrucciones de Simut en cuanto a no moverse demasiado. Sus ojos estaban cerrados y su mejilla contra el suelo, la boca entreabierta dejando escapar sobre la tarima un reguero de baba, todo perfectamente visible en las pantallas gigantes. Probablemente estaba provocando más de una erección entre los asistentes sólo gracias a su actitud.
—Voy a trenzar tu pelo a una de las cuerdas, no te asustes. Es un aporte meramente estético, y te mantendrá la cabeza alta cuando estés arriba—Explicó Simut.
Esther agradecía cada momento de consideración aunque no acertara a dar una respuesta inmediata. Le tranquilizaba que Simut le fuera diciendo lo que venía a continuación, a pesar de sentirse ella misma a punto de perder el control.
—...¿N-no se soltará?
El esclavo negó con la cabeza y extendió la mano para acariciar la mejilla de la puta (porque así era como se sentía Esther al saberse observada en vivo y en plasma, y lo estaba disfrutando).
—No, compañera. Te prometo que no.
—Nhm...
—Todo se mantendrá en su sitio. Sentirás más las cuerdas, eso sí, pero sólo te mantendré suspendida unos minutos.
Tomando el gemido de Esther como una concesión, Simut anudó el cabello de ella a la cuerda que sostenía el cuello, fijando esta a su vez con otro nudo a la pieza de carga en la espalda. Era imposible que se soltase; había aprendido esa técnica en la Fortaleza y sabía que era segura, pero aun así colocó un refuerzo extra al entramado.
—¿Qué tal?—musitó antes de hacer nada más.
Ya estaba todo dispuesto, sólo faltaba accionar una manivela única para subir las cadenas. El cuerpo de Esther quedaría suspendido boca abajo en un bonito arco, forzado pero tolerable, con sujeciones seguras y con un reparto adecuado de su peso gracias a las argollas de carga. La cadera se mantendría alineada en el ecuador, las manos seguirían a la espalda, los tobillos amarrados se elevarían junto con las flexionadas piernas hacia la erguida cabeza. No se trataba de una posición de contorsionista, pero la gravedad haría su trabajo y sería vistosa.
Esther intentó responder, pero no pudo hacerlo. Recordaba haber traspasado antes aquella barrera y haber saltado al territorio incierto que algunos llaman "subspace", donde el cuerpo se volvía alma y el alma cuerpo, donde no importaba nada pero lo sentía todo, donde estaba ahí mismo y a la vez flotando muy lejos de sí. Recordaba haber estado allí... con los Amos, pero jamás se había sumergido en aquel estado tan velozmente, jamás tan abajo, o tan arriba. Porque sentía que subiría al cielo con aquellas cuerdas, al final.
—No duele nada, ¿verdad?
Ella trató de negar con la cabeza, pero le fue imposible gracias a la tensión en su cabello. Abrió los ojos y buscó a Simut con la mirada; él estaba ahí, el rostro cubierto por la máscara casi pegado al suyo. Sujetó la pelota con firmeza entre las manos mientras su vista se nublaba y una sucesión rauda y continuada de imágenes pasaba por su cabeza.
—N-...—se mordió fuerte el labio inferior y tragó saliva. ¿Por qué le dolía el corazón al pensar que Alex, Inti y Jen no estaban allí? seguro ellos disfrutarían tan estético show—No duele...
Sólo su coño dolía, aunque no era que Simut fuera a hacer nada por aliviarlo por mucho que ella suplicara. Los labios vaginales palpitaban con furia, inflamados y enrojecidos, y la cueva que protegían se contraía agónicamente deseando ser profanada, ser penetrada aunque fuera por las cuerdas. Pero la presión de las cuerdas no llegaba a cubrir aquel vacío, y de ahi la urgencia de ella por la desesperada cabalgada que le hicera sentirlas más.
Simut sonrió, testigo de aquel dulce tormento, sintiendo una empatía inmediata hacia Esther. Él conocía aquellas necesidades y sensaciones también. Por un momento pensó que ella estaba deliciosamente poco entrenada, asalvajada como esclava, o al menos según los cánones de Zugaar donde él se había educado. Su falta de contención corporal y su lucha contra la tensión de las cuerdas sólo por sentir placer, sus gemidos, y aquellos ojos demandantes más allá de la súplica... todo eso también tenía su encanto, desde luego.
—No tengas miedo a moverte cuando estés arriba. Las cuerdas te contendrán—aquello era una obviedad para él, pero tal vez para un novato sería importante oírlo—Voy a subirte.
La música suave y rizada que había vuelto a llenar la sala le sonó a Esther como magia cuando cerró de nuevo los ojos y se abandonó a lo que fuera que pasase. Sintió a Simut erguirse junto a ella, y luego su piel reverberó con cada paso que él dio al alejarse. Durante unos segundos dejó de percibir su presencia en el escenario y la incertidumbre apretó su estómago con garra de cristal, aunque los afilados dedos se rompieron en mil pedazos cuando ella jadeó.
-Craccck!-
Sinto un chasquido que le hizo dar un bote en el suelo, y a continuación un ruido mecánico de acople y una pequeña sacudida. Inmediatamente, con un sonido siseante de rotor, las cadenas comenzaron a elevarse y el cuerpo de Esther empezó a perder contacto con la superficie en la que se apoyaba.
Ella gimió en voz alta, ya en el aire, al sentir como las propias cuerdas mordían su piel por simple gravedad, sosteniéndola en un equilibrio estático y contrarrestando la fuerza de su peso. Trató de mover las bloqueadas caderas para responder a la cuerda que se hundía entre sus nalgas y entre los labios de su coño. Sentir aquello a pelo probablemente dolería -aunque a tal punto el dolor pudiera ser buscado-, pero el cuero que se amoldaba al cuerpo de Esther la protegería de la quemazón y del roce directo, a pesar de que ella no llevara bragas.
Simut fijó las cadenas a la altura deseada oprimiendo un botón en un panel cerca del escenario. Parte del trabajo de la suspensión era manual, accionando una manivela, y parte automático una vez se verificaba el acople de las piezas.
Una vez detuvo el mecanismo, se permitió contemplar su trabajo por un segundo en la pantalla más cercana. Sonrió. No podía negar que era hermoso, y más si lucía ampliado. Observó la perfecta y suave curva que describía el cuerpo de Esther, parecido ahora a la estructura liviana de un pájaro en comparación con la tensión de las cuerdas fijándolo al mundo. Era como estar mirando un instrumento musical, un arpa humana que sonara en silencio con armonía indiscutible. Y la expresión en el rostro de Esther, cuando ella cedía a su impulso y se rendía por fin al placer y a las sensaciones, convertía al pájaro congelado en pleno vuelo en una pieza de arte viviente.
La chica tendría un orgasmo, o tal vez más, y todos lo verían, comprendió. Quería ser testigo de ello, captar aquel sólido instante y guardarlo en su memoria como haría un coleccionista de tesoros.
Se sintió orgulloso y contento de que hubiera sido Esther quien había colaborado en el espectáculo. Samiq hubiera sido sin duda la mejor compañía, pero la sangre nueva se agradecía, así como el reto que implicaba la novedad. Se preguntó si el Amo estaría viéndolo todo desde su despacho, o si, por el contrario, andaría a sus cosas una vez sus esclavos le habían sacado las castañas del fuego otra vez. Bueno, para eso estaban, pensó Simut.
"Estar" para todo le henchía el corazón de alegría en lo referente al Amo, y era exactamente lo que quería hacer, lo que quería "ser". Estar para todo, ser un todo figurado en cada momento puntual: un mueble para apoyar los pies, un trabajador eficiente, un confesor que escuchara pecados y secretos, un puntal de apoyo cuando era necesario. Incluso un chivo expiatorio algunas veces.
Sabía por qué le permitía todo a Argen, incluso que pagara sus dolores con él. Argen podría considerarse una persona violenta en el fondo; era explosivo de tanto en tanto, pero se las había apañado para controlarse a lo largo de su vida y no hacer daño a nadie con ello. Aunque algún estrago que otro en puertas y muebles había hecho, jamás le había puesto a Simut o a Samiq la mano encima en una crisis de ira. Argen era explosivo, sí, pero también lo bastante sensible como para que el sólo pensamiento de dañar a otro fuera insoportable. Así que cuando necesitaba gestionar su energía y lanzarla al ambiente, se aislaba de todo ser vivo por un momento y lo hacía. Había tenido que aprender eso y su esfuerzo le había costado, desde luego, pero ya no era un jovencito con problemas de control.
Ser un chivo expiatorio con Argen no significaba recibir palizas o ser un saco de boxeo. Significaba normalmente sólo "estar", y escuchar. Eso era duro también.
Ser un chivo expiatorio significaba no moverse del lado del Amo cuando este estaba en sus peores momentos; escuchar acaloradas diatribas -muchas veces estrambóticas-, que en ocasiones desembocaban en gritos o llanto inconsolable. Era estar ahí y tal vez hasta ser culpado en ese juego, cuando el Amo no discernía en el caos emocional que le arrastraba y solo podía señalar a otros en lugar de razonar. Simut, después de tantos años a su lado, ya ni siquiera sentía que tuviera que "aguantar"... simplemente estaba ahí, aunque el universo y el propio Argen se derrumbasen ante sus ojos, esperando a que la crisis pasara y entonces poder abrazarle. En resumidas cuentas, ser un chivo expiatorio con Argen significaba saber cuándo no tomar algo en serio o como algo personal, y mantenerse ahí, inmutable como una roca de granito.
Samiq regresó a su lugar tras la barra cuando Esther ya estaba suspendida del techo. Encontró a Yinx en su puesto, mirando embobado la escena en vivo a pesar de la mayor resolución de la misma en las pantallas, sujetando un vaso en la mano y ejerciendo tal presión en el agarre que las puntas de sus dedos se habían puesto blancas.
—Wow...—murmuró el ex-esclavo. Entendía que a Yinx le impresionara aquello, y más teniendo en cuenta lo rápido que lo había hecho Simut. Alguien sin experiencia en aquellas técnicas hubiera tardado horas en hacer aquel trabajo—es hermoso.
—Es...
Samiq entendía que Yinx pudiera sentirse impresionado, pero no sabía lo que el no humano estaba viendo. En aquel momento, una especie de esfera carmesí centelleaba ante los ojos de este y se condensaba en el vientre de Esther, a punto de estallar y provocar una onda expansiva de energía justo cuando ella estaba a punto de perder el control. El chico-duende se preguntaba si la potente onda le tocaría cuando eso pasara, pudiendo incluso traspasarle o desplazarle.
Ya estaba reaccionando ante aquella energía a pesar de estar a distancia del escenario. Podía sentir su calor, el cosquilleo sobre su piel y un leve hormigueo en la base de la columna vertebral, casi electricidad crepitando.
—Es un gran trabajo, sin duda.
Yinx se giró hacia su compañero y, sin más, explotó en carcajadas. Necesitaba de algún modo descargar la energía que iba recibiendo y absorbiendo como una esponja, una vez atrapado en aquel intercambio. La idea de salir volando por que un orgasmo de Esther le lanzase fuera de órbita le resultó desternillante.
Samiq sonrió, sin saber muy bien de qué se reía el otro.
—Lo siento—masculló el chico-duende cubriéndose la boca con ambas manos. No quería por nada del mundo resultar irrespetuoso delante de quien consideraba su superior inmediato, y Samiq en el Noktem era una especie de mando intermedio o así lo veía él. Por razones personales le interesaba más que nada en el mundo ser contratado aquella noche, y por eso quería esforzarse al máximo posible.
—Oh, tranquilo...—el ex-esclavo le dio una amistosa palmada en el hombro. Estaba acostumbrado a ver todo tipo de reacciones, y la risa no tenía nada de malo.
Yinx meneó la cabeza y se permitió reír a gusto por unos instantes, atrincherado tras la barra mientras dirigía de nuevo la vista al espectáculo.
—Se está moviendo... mucho—comentó Samiq. De no estar la música puesta, se escucharía con toda claridad el chirrido de las cadenas mientras Esther se debatía atrapada en cuerda.
El no humano volvió a reír, sabiendo que jamás explicaría a Samiq -ni a nadie- el fenómeno que estaba viendo, ni tampoco lo permeable que él mismo era a aquella energía.
Esther tuvo uno de los mejores orgasmos de su vida ahí, suspendida en el aire sobre aquel escenario y contenida por las cuerdas. Un orgasmo largo y doloroso, lacerante, exquisito. Ella sola, sin los Amos, sin nadie más. Ni siquiera Simut la había ayudado.
Gimió y sacudió su cuerpo, arqueando la espalda en lo que podía y sujetando con fuerza la pelota de goma entre las manos. Sabía que estaba sola ahí arriba, pero de alguna manera no podía sentirse así, pues era consciente de todo: de la presencia de Simut, del público que la observaba -al menos veinte pares de ojos sin parpadear-, de que seguramente Yinx y Samiq estarían también mirando.
En el furor de su clímax, parpadeó para enfocar la mirada justo a tiempo para verse convulsionando y babeando en la pantalla gigante que tenía delante. Fue impactante y excitante no reconocerse a sí misma en aquellas ataduras, ¿o tal vez esa era ella en su verdad? Quizá ahora se veía tal cual era, más ella misma que nunca, mientras duraba el estallido.
Volvió a cerrar los ojos y siguió disfrutando, contrayéndose contra las ataduras y dejando que la cuerda mordiera su cuerpo. Justo antes de correrse había pensado en Alex, en Inti y su cinturón, en Jen. Se le erizó la piel cuando recordó que le había llamado a éste "maldito cabrón" y cortado el teléfono; se preguntó si Él estaría enfadado, si la castigaría por algo así. Sí, claro que lo haría; ojalá fuera severo y realmente duro con ella...
Y aquel pensamiento había sido su trampolín para perder el control.
—Señor... por favor, hábleme de Halley.
Argen se había llevado las manos a la cara para quitarse la máscara lentamente entonces. Ante la sorpresa de Samiq, la había apartado a un lado para después sonreír sin sostenerle la mirada.
—Halley...—había dicho tras un suave resolplido, los oscuros ojos fijos en las vetas que surcaban la superficie de madera de su escritorio—Le conocí hace tiempo. Aunque al recordarlo parece que todo ocurrió ayer.
Cómo no seguir tirando del hilo.
—¿Puedo preguntarle cómo le conoció?
Inevitablemente, Samiq se lanzó a revivir aquellos retazos de conversación que habían quedado grabados en su memoria. Especialmente aquel fragmento se mantenía intacto, y tenía la sensación de que podía seguir viéndolo como la secuencia de una película, una y otra vez.
--------
Fragmento (despacho de Argen, escaso tiempo antes)
—Puedes preguntarme lo que quieras, ya no tienes que pedirme permiso para nada. Le conocí en un foro de ciencia y divulgación—había explicado Argen tras aquella salvedad—una tontería, más un pasatiempo que otra cosa.Pero podía estar allí desde cualquier parte... y había gente interesante. Ya sabes, yo no soy bueno en la distancia corta—continuó, encogiéndose levemente de hombros con calmada resignación—soy cobarde en ese aspecto, me gusta observar desde la galería. Normalmente sólo me limitaba a leer los aportes de otros usuarios, novedades, artículos, alguna discusión... sin llegar a intervenir. Nunca di la menor señal de vida aparte de alguna publicación de contenido... y, sin embargo, a él le hablé.
Samiq escuchaba a Argen con plena atención.
—¿Por qué le habló...?
Al Ex-dorado le costaba no pedir permiso, ciertamente. Se dio cuenta de que la voz le había salido rota, baja, pero Argen había podido escucharle sin problema.
—Porque él tenía un error ortográfico en su nombre—rió—Como seguro sabrás, "Halley" es un cometa... y se escribe "Halley" con doble "L", no "Haley" con una sola L, como él había puesto.
—Oh. ¿Y cómo sabía que el nombre iba referido al cometa...?
—Porque él tenía una imagen del cometa en su avatar.
Samiq sonrió. No conocía el "yo" virtual de su ex-Amo, pero se daba cuenta de que, si tal concepto existía, se diferenciaba poco del "yo" real.
—Ya veo. Y no pudo resistir la tentación de corregirle.
Argen le devolvió la sonrisa sin mirarle.
—No. No lo pude resistir, no. Le señalé su error, educadamente, en el chat privado del foro. Y entonces él me respondió...
—¿Qué le respondió?
El interpelado se echó a reír.
—Algo que nunca olvidaré. Me dijo "yo escribo como me sale de los cojones". Y, a continuación, algo como que me ocupara de mis asuntos y me comprase una vida.
Samiq se tragó una carcajada. Muy típico de Halley, sin duda.
—Y ahí le conquistó—dijo.
—¡Sí!—Argen asintió con vehemencia y su mirada resplandeció por un momento—Sabes, Samiq, era un foro científico. Había algún pedante que otro, algún iluminado que otro, pero todo el mundo era educado allí; todo el mundo civilizado, correcto... a nadie, jamás, leí expresarse así antes por allí.
—Halley le envió a la mierda—Samiq se permitió la licencia de rozar la mano de su exAmo suavemente. Era un bonito y romántico recuerdo aquel (aunque no según los cánones habituales de romanticismo, eso estaba claro), y no podía negar que, para él, el relato se volvía cada vez más interesante.
—Sí, como un pandillero. Me dejó descolocado.
—¿Y qué pasó?
—Empecé a fijarme más en lo que hacía. Leí todos sus aportes al foro de una sentada, y había muchos, creeme. Es un tipo inteligente y con una especie de curiosidad permanente por todo. Participaba en muchísimos temas, desde física cuántica hasta zoología, pasando por astronomía, donde estaba el hilo en el que habíamos coincidido.
—Le cotilleó el perfil.
Argen rió con una sombra de nostalgia.
—Oh, sí. Y reconozco que, sólo por contactar otra vez con él, le envié una suculenta batería de información por mensaje sobre el cometa Halley con doble L... conocido también como 1P/Halley. Artículos, fotografías, enlaces, un poco de todo.
—Vaya...
Samiq se preguntó cómo habría reaccionado "su" Halley ante semejante acoso cósmico. No le hizo falta exteriorizar tal duda para que Argen prosiguiera relatando.
—No me respondió al mensaje interno. Pero corrigió el nombre—apuntó éste sin perder la sonrisa.
—Oh. Bonito eso, Señor.
Argen asintió.
—Sí. Y, al ver que lo había cambiado, supe... algo me dijo que insistiera.
Samiq esbozó una sonrisa y desvió por un momento la mirada. Imaginarse al que fue su Amo tirando la caña por internet no tenía precio. Tal vez se sentía, también, discretamente celoso por que "su" Halley hubiera terminado rindiéndose a Argen, aunque hubiera sido en el pasado... Si acaso eso había ocurrido, claro, cosa que solamente podía intuir.
—Así fue como empezó todo—concluyó Argen—El tiempo pasa muy rápido. Demasiado rápido como para perderlo, Samiq.
------
Samiq se obligó a centrar la atención de nuevo en su momento presente, a tiempo de ver cómo Lara salía de la nada en aquel momento con cuatro tipos detrás de ella. A decir verdad, no era que hubiera salido de la nada exactamente, sino de detrás de la mampara que cercaba el Tres Calaveras. Un momento, ¿qué había estado haciendo Lara allí? ¿No se suponía que ella había subido al despacho de Argen?
—Ah, Samiq, un gusto verte—saludó la pelirroja con cascabelera alegría y el desparpajo habitual—me llevo a estos cuatro hombretones a hacer negocios—añadió, guiñándole un ojo al Dorado en marcada complicidad no correspondida.
No era que la pelirroja estuviera acostumbrada a dar explicaciones de lo que hacía, desde luego. Pero, aunque se pasaba las normas de cada lugar por el forro, no dejaba de ser consciente de dónde estaba, y quería que la contratasen al final de la noche. Era inteligente dar una breve explicación a cualquiera de los "jefecillos" por allí, sobre todo si se disponía a prostituirse... todo podía hacerse sin pedirle permiso, claro.
—¿A hacer negocio?
—Relax, guapito. Tu jefe me ha dado esta llave—Lara sacó un llavero de su bolsillo y lo agitó ante la cara del que fue el Segundo Dorado de Argen. Samiq inmediatamente pudo reconocer el objeto como uno de tantos que abrían las habitaciones de la planta de arriba.
—¿Mi jefe?—frunció el ceño sin estar seguro de entender. Hasta donde él sabía, era Simut quien tenía la responsabilidad de custodiar las llaves de las mazmorras y las habitaciones aquella noche—¿Simut te la dio?
Lara soltó una carcajada y uno de los hombres que iba tras ella hizo un comentario que Samiq no pudo entender.
—¿Simut? Vaya, vaya. Veo que tienes problemas para saber quién es tu Jefe...
Tras decir esto, Lara alargó la mano hacia el pecho de Samiq y, sin que éste tuviera ocasión de apartarla, tomó el collar dorado entre los dedos y dio un par de breves tirones.
—Tu Jefe, muchachito. El que te puso esto. Y ahora, ¡adios!—retiró la mano y sonrió taimada antes de lanzar un barrido visual por encima de su hombro, dando un rápido vistazo a los tipos tras ella, como para asegurarse de que aun seguían ahí—creo que estas bestias no van a durarme mucho. Así que estaré de vuelta prontito—añadió en un susurro alegre.
Y tras esta despedida, puso rumbo hacia los ascensores, haciendo un gesto a los señores que la seguían lo mismo que si dirigiese un pequeño rebaño.
Samiq se quedó pensativo durante unos momentos. De modo que Argen ("el que te puso esto") le había dado las llaves a Lara... ¿le había dado también instrucciones de cómo manejarse con esos tipos? ¿o más bien carta blanca para actuar como quisiera? Era alucinante, por otra parte, que aquella mujer se moviera como pez en el agua considerando el poco tiempo que llevaba en el local, sin pestañear y sabiendo perfectamente cómo acceder a los diferentes lugares. En fin, el Amo... uh, Argen -se corrigió rápidamente-, Argen sabría lo que hacía, de cualquier modo.
Continuó caminando para internarse en la sala principal, viendo que alguien cuya silueta no pudo reconocer estaba en pie ya sobre el escenario, y que la clientelea comenzaba a congregarse en torno a aquel punto. Simut había cambiado las luces creando una atmósfera más íntima, suprimiendo la euforia de los frenéticos destellos de rigor. Lo agradeció.
—Simut, por favor... ¿te importaría guardarme el bolso?—musitó Esther, inclinándose hacia el Primer Dorado (ahora el único, aunque él mismo no lo sabía) cuando este se acercó a la tarima para revisar que todo estaba en orden.
Él también había cambiado su aspecto, sustituyendo los pantalones vaqueros de trabajo por un traje de cuero de una sola pieza que se ajustaba a su cuerpo como una segunda piel, de cuello cerrado y algo elevado bajo el collar que permanecía plenamente visible destacando sobre el negro. Esther no había esperado ver a Simut vestido de semejante manera, como un verdugo tachuelado dispuesto a infligir dolor (eso fue lo que le sugirió su vestimenta), y con el pecho tapado. ¿Por qué le encontraba de pronto tan atractivo sexualmente, precisamente ahora que él llevaba más ropa? Con horror notó que volvía a mojarse entre las piernas, de una forma que se le antojó brutalmente indiscreta. Incluso temió que Simut pudiera notarlo.
—Claro. Se lo daré a Yinx para que lo custodie en la barra, ¿te parece?
Simut llevaba una pieza de cuero en la mano, advirtió Esther. Parecía una prenda más, pero bajo la tenue luz roja le fue imposible saber de qué se trataba.
—Claro. Gracias—respondió mientras le entregaba el bolso.
A medida que se acercaba a la tarima, Samiq distinguió a su hermano moviéndose por allí. Simut se había cambiado de ropa, ¿significaba eso que le había liberado de la tarea del espectáculo? La persona que estaba sobre la tarima era Esther, pudo comprobar desde más cerca. ¿Esther y Simut, entonces?
—Hola, guapa—saludó a la chica, constantando por su lenguaje corporal que estaba algo nerviosa. Bueno, era lo normal.
Ella le miró desde arriba y esbozó una sonrisa tímida.
—Hola...—se encogió estúpidamente de hombros, porque ahora que no sujetaba el bolso contra el cuerpo no sabía qué hacer con las manos. Terminó por cruzarse de brazos sobre la tarima, pasando el peso de un pie a otro mientras con un latigazo de valor inusitado le sostenía la mirada a Samiq.
El que fue el Segundo Dorado se acercó más y subió al estrado junto a Esther.
—¿Vas a hacer tú el espectáculo?—inquirió con suavidad, tocándole el hombro brevemente.
—Sí.
—Genial—trató de brindarle una sonrisa alentadora y asintió—Baja un momento. Te explicaré algunas cosas, aun hay tiempo.
Samiq alargó la mano para coger algo del organizador/expositor de enseres que había en el estrado, y a continuación descendió al suelo junto con Esther. La condujo a un rincón más discreto tras una columna y le mostró lo que llevaba en la mano: una pequeña pelota de goma.
—Mira. Usamos esto para comunicarnos ahí arriba—explicó, mostrándole el objeto—Puede que tengas las manos atadas, así que no podrás hacer ningún gesto. Y puede que estés amordazada y no puedas hablar—Samiq no sabía si Esther y Simut habían pactado algo sobre qué hacer y qué no hacer, pero por si acaso decidió cubrir todos los supuestos posibles—Simut estará pendiente en todo momento de que estás sujetando esta pelota en tu mano. Soltar la pelota significa "para" y hará que te desate y que todo se detenga.
Esther asintió un par de veces antes de coger la pelotita que Samiq le tendía. La apretó en su mano, y el caucho color carne se hizo invisible en su puño cerrado. La pelota era blanda, del tipo de las que se usan como juguete "anti-estrés"... era en cierto sentido reconfortante pensar en poder liberar energía a pequeñas descargas de este modo, apretándola.
—Gracias—murmuró, comenzando ya a apretar y soltar discretamente.
Se lamió los labios por instinto, porque sus ojos se habían clavado de pronto en la cintura de Samiq de forma inevitable. El chico era más delgado que "cachas", pero los músculos se dibujaban suaves y bien definidos bajo la blanca piel. Era tentador pensar en desabrochar aquel botón bajo su ombligo, mirar hacia arriba y ver su rostro angelical contrayéndose de gusto mientras ella abrazaba su glande con los labios, lo lamía y lo rozaba con los dientes. Era tentador imaginar los mechones rubios pegados a la cara gracias a la coletita medio deshecha, los labios apretados en un rictus de placer y el abdomen tensándose fuerte. Mierda, ¿por qué de pronto pensaba en esto?
—Ah. Te traeré un poco de agua. ¿Has bebido alcohol?
Era importante hidratarse, y Esther parecía tener la boca seca. Ya iban tres veces que pasaba la lengua sobre sus labios.
Ella negó con la cabeza. No había bebido, no, ni un gramo de alcohol.
—Genial. Ah... bueno, hay un par de palabras que también usamos en el escenario—prosiguió Gato—"Noktem" significa lo mismo que soltar la pelota: "para". Y "Carpe" significa que quieres decirle algo a la persona que está contigo. Esto para cuando no lleva mordaza uno de nosotros, claro.
Era útil, y era vital que Esther supiera de aquellas cosas. Más aun considerando que Simut y Samiq tenían gran complicidad entre ellos, estaban acostumbrados a estar juntos y prácticamente no usaban ni palabras ni pelota... pero claro, ese no era el caso de Esther. En el caso de ella era lo contrario: no les conocía de nada, y hasta incluso quizá era la primera vez que hacía algo como eso. Sabía que ella era de tres tipos -les había visto en acción-, aunque también sabía que ellos nunca la habían exhibido públicamente. No se preguntó si Ellos estarían de acuerdo con que ella fuera a hacer de modelo ahora, dando por hecho que por supuesto lo estarían. ¿Cómo no iban a estarlo?
—Entiendo—asintió ella, luchando por retener la información. Estaba tratando de no jadear, había roto a sudar de pronto y el coño le ardía como nunca.
"Díselo" silbó una voz de serpiente en su interior, rizándose en su mente a la velocidad del relámpago. "Díselo a Samiq, a Simut, a todo el mundo. Diles lo cachonda y desesperada que estás."
Cerró los ojos con fuerza. Un leve temblor surcó su cuerpo, no lo bastante leve para que Samiq lo pasara por alto, sin embargo.
—¿Estás bien, Esther...?
El ex-Dorado pensó que tal vez ella se arrepentía. Bueno, desde luego no iba a obligarla a nada si era así, y por descontado Simut tampoco lo haría.
—Sí, sí—se apresuró a responder ella—sólo algo... nerviosa.
"Nerviosa" quería decir "excitada", pero se resistiría a traducirlo.
—No pasa nada si no te apetece hacerlo...—le dijo Samiq. La suavidad de su voz le hizo sentirse a Esther envuelta en jirones de seda cuando él se acercó un poco más para decir aquello—si te parece mejor volver a la barra, ya me pongo yo.
—No, no, no—lanzó aquella respuesta como una bala sin pretenderlo. Se sobrecogió al casi palpar sus propias ganas en el tono de su voz; ganas de que aquella mierda empezara por fin, de sentir cuerdas, y manos, y ...dolor... ¿y besos? ¿pellizcos, mordiscos? Era como si su "instinto de sumisión" -no le venían otras palabras para definirlo- hubiera aumentado de pronto al máximo nivel y estuviera prácticamente fuera de control.—No. Yo... yo lo haré.
—Esther, no es ninguna condición para que te contraten, ¿lo entiendes? Sólo sería un favor. No tienes que hacerlo.
Samiq pensó que tal vez la firme determinación de Esther tenía su origen en lo mucho que necesitaba ella el trabajo y eso le conmovió. Mostrar buena disposición era lo deseable, pero comprendía perfectamente que para la chica podía ser un trago muy duro subirse a un escenario. Era un primer día por decirlo así, una toma de contacto, y desde luego no quería que ella se sintiera forzada en ningún caso.
—Quiero hacerlo, de verdad, Samiq. Estoy... estoy...—se mordió el labio con fuerza y bajó los ojos, vencida.
—¿Estás...?—preguntó Samiq para que ella terminara la frase, sonriendo, en cierto modo enternecido por los nervios de ella y por el aleteo de su voz.
Ella se acercó entonces a él para hablarle al oído.
—Estoy muy excitada—susurró contra la piel del ex-Dorado, resistiendo el impulso de pasar la lengua por detrás de su oreja.
Samiq se quedó anonadado. Fue a responder algo cuando ella se retiró, pero entonces Yinx apareció tras la columna tendiéndole el bolso a Esther.
—Oye, tía. Aquí no para de sonar un teléfono todo el rato—masculló, con notable cabreo por haber tenido que dejar la barra sola.
—Ooh...
Ahora sí que Esther estaba jadeando. Ni se había acordado del teléfono. Mierda, mierda. Mierda.
—Alguien quiere localizarte a toda costa.
Como si Yinx hubiera invocado a algún tipo de espíritu, el teléfono comenzó a sonar y a vibrar de nuevo en el bolso de Esther, que ahora ella sujetaba con ambas manos. Lo abrió y rebuscó en su interior con dedos temblorosos; no le hacía falta mirar la pantalla para ver quién estaba haciendo la llamada...
>BIP<
Se quedó mirando el parpadeo luminoso bajo las teclas durante unos segundos, luego apretó el botón de apagado y desconectó el móvil mientras Yinx la miraba con cierto desconcierto. Samiq parecía a lo suyo a un lado, abstraído en lo que fuera, sabiendo que Esther andaba ocupada en algo y manteniéndose al margen sin ni siquiera mirar la escena. También se sentía intrigado por lo que ella acababa de decir, aun sin querer creer a qué tipo de excitación se refería.
—¿Quién era?—preguntó Yinx sin pudor alguno.
Esther metió el móvil en el bolso y volvió a entregar éste al chico-duende, en torno a cuya cabeza -horror- parecía ahora estar fluyendo un entramado de pequeños relámpagos color plata. Se rió, ¡nunca, jamás en la vida, había alucinado así! ¿Era producto de los nervios? Cada vez tenía menos ganas de luchar contra aquella locura, sin embargo.
—Uno de mis Amos—respondió al oído del duende de ojos verdes mientras le entregaba de nuevo el bolso. Con él no pudo resistirse a lamer y pasó la lengua sobre la piel avainillada de su cuello, apartándose después bruscamente como si se hubiera quemado.
—¡Ja!—Yinx soltó una carcajada nerviosa pero no retrocedió. El "aura" de relámpagos alrededor de su cabeza comenzó a vibrar en una gama tornasolada de azules y violetas.
—Le he colgado el teléfono—jadeó Esther, sin terminar de creerse lo que acababa de hacer.
—Ya lo he visto.
—El cabrón se fue... se fue con otra —no, no, Esther no quería decir eso, ¿acaso pensaba eso? No, ya no. Entendía que Jen era libre; entendía que ella era su sumisa, que él no era suyo... no era suyo, ¿lo entendía? ¿Y por qué coño se lo contaba a Yinx?
—Ah. Pues vaya.
—El problema soy yo—musitó ella—celosa por un lado, y por otro tan zorra que ni me he acordado de él...
Bueno, en parte sí se había acordado. Sólo ahora estaba ciega en los destellos de otro mundo, pero Ellos seguían en su pensamiento, sus rostros también iban y venían en aquel caos de sensaciones.
—Oye, tengo que volver a la barra.
No era que Yinx quisiera ser cortante con Esther, todo lo contrario. Sólo realmente no sabía qué decir, y por otra parte le agobiaba pensar que había dejado su puesto de trabajo.
—Claro, claro. Gracias... y perdona la molestia.
—Sin problema—replicó él, marchando justo cuando Simut volvía.
----------------
El espectáculo estaba a punto de comenzar. De pie en el escenario, Esther cerró los ojos y notó más de veinte miradas clavándose en ella. Podía sentir a Simut moverse a su lado, y también escuchar los murmullos de los clientes más abajo de la plataforma, filtrándose entre las notas de la música suave que ahora llenaba la estancia de... colores...
Veía con los ojos cerrados dulces colores en la música, danzando; le parecía que los olía también y los saboreaba: aroma a playa, sabor a luna de nata, a fresa, a caramelos de violeta. Su cuerpo entero palpitaba y la ropa era incómoda. Se estremeció.
—Sam me ha contado que le has dicho que estás excitada—murmuró Simut casi en su oído, detrás de ella ahora. Asió con suavidad las manos de Esther para comenzar a atarlas a la espalda de ella—¿A qué te referías?
Más que por curiosidad, el primer Dorado preguntaba esto para saber cómo se encontraba Esther. Quizá "excitada" no hacía referencia a algo sexual, sino que significaba alguna otra cosa como "nerviosa" o "alterada".
—Lo siento... no debí haberle dicho eso.—ella respondió con voz entrecortada cuando sintió la cuerda tensándose en torno a sus muñecas.
Las manos de Simut eran hábiles y conocían el punto justo para no apretar demasiado sin permitir libertad de movimientos. El esclavo había hecho ataduras muchas veces, tanto en el Noktem como en el paraíso perdido de Zugaar.
—Oh, no. No lo sientas. ¿A qué te refieres?—volvió a preguntar en tono calmado, mientras aseguraba primero un nudo y después otro.
—Estoy cachonda.
Esther sintió que se mareaba al confesar aquello. Contra lo que esperaba, Simut no dio muestras de escandalizarse ni se rió.
—¿Pero te encuentras bien?—inquirió. Había visto cómo Esther había pasado tiempo en el baño antes, y ahora parecía nerviosa; no quería arriesgarse a comenzar ninguna actividad con ella si ella no se sentía bien.
—Me encuentro... me encuentro bien.
Se encontraba genial, si acaso era genial tener ganas de entrar en el infierno y arder.
—Bueno. Sam te ha enseñado las señales... y no usaremos mordaza, así que, por favor, si algo va mal sólo dímelo.
El Primer Dorado se inclinó y tomó una porción larga de cuerda para pasarla entre las ataduras en torno a las muñecas de Esther.
—...¿Qué vas a hacerme...?—boqueó ella.
—Sólo atar y luego una suspensión estética. Es seguro, tranquila.
Esther apretó el culo inconscientemente a la vez que la pelotita en su mano, sintiéndose de golpe avergonzada. ¿Aquel tío era de piedra, o algo así? ¿Acaso no iba a reaccionar ante lo que ella acababa de decirle...? Quizá estar cachondo/a era normal en aquel sitio, o al menos durante según qué actividades. Tal vez por eso aquellos "hermanos" no se extrañarían de algo así, aunque juraría que había visto cómo se le descuadraba la cara a Samiq hacía un momento.
Fuera como fuese, Simut no parecía haberse inmutado. De pronto, explorarle mentalmente a ese nivel y provocarle -tal vez buscar su límite- se le hizo tentador a Esther.
—Ah. Pensaba que ibas a latigarme—sonrió, aunque más bien esgrimió una mueca tensa que amenazaba con romperle la cara. Sintió como Simut rió a su vez quedamente a su espalda mientras pasaba un segundo tramo de cuerda a través de la atadura de las muñecas, aunque esta vez lo hilvanó en sentido contrario, hacia su cabeza.
—¿Latigarte? No, por dios.
Simut dejó los largos cabos de cuerda colgando, un par de ellos cayendo hacia las nalgas y los pies de Esther -los de la primera cuerda que atravesó la sujeción de la muñeca-, y el segundo par -los extremos de la segunda cuerda- reposando sobre los hombros de ella.
—No estaría mal...—aventuró la chica.
Simut avanzó hasta situarse frente a la que ahora sería su modelo. Esther abrió los ojos, y él la miró directamente, preguntándose si ella sería masoquista. ¿Le estaba pidiendo látigo?¿O simplemente estaba de coña? Fuera como fuese, daba igual.
—No voy a marcar tu cuerpo—le dijo con calma. Sabía que Esther era propiedad de tres clientes habituales, así que, por mucho que ella pudiera llevar el masoquismo en la sangre, no era una sumisa libre—no sé si vas en serio ni lo que tienes permitido hacer.
Ella casi se rió. ¿Lo que tenía permitido hacer? Ja, ni siquiera tendría permitido estar allí, en caso de que Ellos se hubiesen enterado...
—No es tu problema lo que tengo permitido o prohibido—le espetó a Simut, aunque sin asomo de suficiencia, simplemente otorgando información—no te preocupes por eso.
—Shh. Es mi problema preocuparme de no hacer nada indebido. Y no quiero líos.
Como para afianzar lo que acababa de señalar, y al tiempo zanjar aquella conversación, Simut se giró para volver a coger la pieza de cuero que antes había visto Esther en sus manos. Se trataba de una máscara sencilla, negra lo mismo que el traje, que sólo dejaría sin cubrir su mirada azul. Se la puso, y desvió los ojos de nuevo a lo que para él era simplemente trabajo, dispuesto a continuar con lo que hacía.
Esther agachó la cabeza, las mejillas ardiendo. Pronto descubriría que Simut, piadosamente, pasaría dos cabos tensos de cuerda entre sus nalgas para llevarlos hacia su entrepierna y continuar tirando de ellos en dirección a su cuello. A él no se le pasaría por la cabeza masturbarla ni nada por el estilo, pero, si Esther tenía el coño caliente, permitiría que ella pudiera sentir las cuerdas ahí. Tal vez incluso la apurada infeliz pudiera correrse contra ellas, y bueno, realmente él no sería responsable -o no directamente- de un orgasmo así.
—¡Un cuerno de bondage con pantalones puestos!—se escuchó de pronto una risotada entre la pequeña multitud que contemplaba aquellas maniobras—Este sitio ya no es lo que era.
—No hagas caso—le dijo Simut a Esther, de nuevo a su espalda. Su voz sonaba velada tras la máscara, más profunda, más lejos—Oye. Tengo que ponerte un collar al cuello y un cinto con algunas argollas, es pura mecánica. ¿Algún problema con eso?
—No...—jadeó Esther sin pensar—ningún problema.
—Hey, B.O.—Dijo entonces Simut, retirándose la máscara un momento para lanzar una sonrisa a la audiencia. Se irguió y se volvió hacia los espectadores para dirigirse a quien había hablado, dándole la espalda por un momento a Esther—¿Y lo bonito de dejar algo a la imaginación, Señor?
Al escucharle decir aquella pregunta, Esther se dio cuenta de que Simut debía de haberse colocado un micro que llevaba en alguna parte. Ella no había visto dispositivo alguno, pero gracias al color negro del traje resultaría sencillo camuflar algo así.
—Ponte a trabajar o daré parte de tu mierda a la policía—rió la voz ronca elevándose desde el público.
—¿Parte de mi mierda, Señor? Por mí como si se la da toda.
Simut guiñó un ojo y contuvo la risa antes de volver a su tarea. Aquel chistecito era una de las coñas que cruzaba de vez en cuando con B.O, algo habitual entre ambos que ya era parte del "ambiente familiar" en el local. No le caía mal en absoluto aquel tipo, pero sin duda era un agitador nato con el que había que saber lidiar, alimentando algún chascarrillo que otro de vez en cuando y dándole una de cal y otra de arena para que tampoco se viniese arriba. De cualquier modo, Argen adoraba a aquel capullo sabía dios por qué.
De hecho, B.O era el único que tendría la desfachatez de interrumpir algo allí. El mismo B.O lo sabía, aunque no lo pareciese, aunque desde fuera se le viera como el eterno inconsciente. Le gustaba hacerse notar en cualquier contexto, pero también era cauteloso pues le interesaba no tener problemas en el club, y sabía que, como decía aquel refrán, "lo bueno gusta, lo mucho cansa".
Se escucharon algunas risas entre el público y, justo en aquel momento, la música se detuvo y fue sustituida por una canción cuya letra decía "tenemos chica nueva en la oficina".
—Ja, me apuesto algo a que esta nos la dedica Samiq para animar el tema—le dijo Simut a Esther tras retirarse el micro y volver a plegarlo donde fuera que lo llevara—o para que te relajes.
La aludida sonrió entre leves jadeos. Llevaba tiempo moviéndose imperceptiblemente en lo que podía para sentir más las cuerdas; el cuero de los pantalones se le metía por el culo y se humedecía contra su sexo, mientras sus muñecas continuaban firmemente inmovilizadas a su espalda.
Simut volvió a ponerse la máscara y se acercó a donde guardaban todo tipo de enseres para coger el collar de cuero que antes había mencionado. Se lo ajustó a Esther con rapidez alrededor del cuello, alineando las argollas de tamaño variable según le convenía, por delante hacia sus pechos y por detrás hacia su espalda.
Sin perder tiempo, tiró de uno de los cabos a la espalda de Esther y lo pasó por una de las argollas del collar para cruzarlo por delante. Moviéndose en torno a ella, volvió a situarse frente a sus ojos para pasar la cuerda bajo uno de sus senos y cruzarla de nuevo hacia atrás, deslizándola por encima de la clavícula contraria y tensándola de nuevo.
Esther cerró los ojos cuando sintió la aspereza de la cuerda a pesar de la ropa. Simut la estaba atando con serenidad, y a un ritmo constante que ella podía empezar a predecir, o eso sentía. Suave tirón-ajuste firme-tensión-(uh...)-nudo y... relax. Y vuelta a empezar. De esta manera sus pechos estaban siendo envueltos y cercados por cuerda, cabos cruzándose a su espalda que a su vez se conectaban con la atadura en las muñecas.
Gracias a las argollas del collar, Simut logró en poco tiempo conectar los cabos de cuerda de modo que si tiraba de la sujeción final en la parte media de la espalda los pechos de Esther se levantaban, sus muñecas se tensaban, y la cuerda se la follaba por culo y coño.
—Ponte de rodillas para que pueda seguir—le dijo a través de la máscara—¿Va todo bien?
Tras preguntar aquello, no pudo evitar dar un malicioso tironcito al extremo de las cuerdas trenzadas.
—Hng...—Esther gimió y se estremeció por toda respuesta.
Le tomó unos segundos reunir la serenidad necesaria para arrodillarse con ambas manos atadas a la espalda. Simut la sostuvo en el proceso, sujetando el tramo final de cuerdas con la otra mano para impedir que ella pudiera vascular hacia el suelo.
—Dejate caer hacia delante—murmuró, agachándose un momento junto a ella. Procedería a atarle ambos tobillos juntos y a afianzar su cintura, para lo cual precisaba que Esther se tendiera boca abajo y pudiera levantar pantorrillas y empeines del suelo—yo te sostengo.
Detrás de la barra se estaba creando cierto clima de compañerismo -casi de inesperada amistad- entre Yinx y Samiq. Al primero le había hecho gracia la canción de la chica en la oficina que puso el ex-Dorado, y a éste le relajó bastante ver cómo bailoteaba y hacía el tonto el otro. A primera vista, Samiq había pensado que Yinx era una persona seria, hasta hierática... pero ahora se daba cuenta de que tal vez el chico era simplemente selectivo, a propósito o no. Quizá no reía, no opinaba y no se expresaba si no tenía motivos para ello.
La afluencia de clientes a la barra se había reducido en tanto el espectáculo avanzaba y atraía la atención de estos hacia el estrado. Yinx estaba feliz de tener por fin un respiro, y Samiq se alegraba de poder relajarse aunque también lo temía, porque eso significiaba tiempo muerto para pensar. Tal vez fuera un buen momento para escaparse a hacer una llamada...
—Es bonito lo que está haciendo Simut—comentó Yinx de pronto, mirando hacia el espectáculo en la tarima mientras ponía unos vasos a escurrir tras lavarlos.
Samiq se obligó de nuevo a centrarse para enfocar la mirada hacia allí y no pudo por menos de asentir. Su hermano tenía a Esther tendida boca abajo sobre las tablas del suelo, inmovilizada a la mitad. Acababa de atarle los tobillos juntos con varias vueltas de un cabo de cuerda independiente, y ahora los sujetaba en vilo mientras tiraba del cabo principal con la otra mano para anudarlo a las ataduras de los pies. Al tirar Simut de aquella cuerda, el torso de Esther se despegó del suelo y el collar en su cuello se tensó tirando de su cabeza hacia atrás, describiendo su cuerpo un hermoso arco humano donde podía apreciarse cada movimiento de la acelerada respiración.
—Lo es—coincidió. Sin duda Simut era experimentado, pero aquello no era una novedad para Samiq. Había visto espectáculos como aquel muchas veces, incluso participado en ellos—Oye, Yinx. ¿Te importaría si me ausento un segundo ahora que esto está tranquilo? tengo que hacer una llamada.
—¿Eh? Ah. Claro, sin problema.
—Toma—Samiq le dejó el teléfono de Simut en la superficie de la barra. Su hermano no lo llevaba encima, puesto que estaba en el escenario; se lo había entregado antes de empezar, para que lo custodiase—si pasa cualquier cosa, llama a mi número. Sólo selecciona el contacto "Sam1" y dale a llamar.
Yinx se guardó el teléfono y asintió.
—Aunque estaré aquí al lado—continuó el ex-Dorado. Se sentía culpable por dejar al chico ahí y que se quedara solo otra vez, aunque no lo bastante como para dejar de hacer aquella llamada—estaré en el vestíbulo frente a los ascensores, no tardaré mucho.
No, sería poco rato. Sólo para asegurarse de que Halley estaba bien. Sólo para oír su voz. Y para decirle "te quiero".
Mientras se dirigía hacia aquella zona más tranquila, Samiq no pudo evitar abstraerse y sumergirse de nuevo en aquella última conversación con el que había sido su Amo hasta aquella noche.
Un día, empezamos a chatear. Supe que le había pillado en un mal momento cuando le corregí, porque aquel día se mostró terriblemente amable conmigo. Hasta dócil en algunos momentos. Me pregunté si acaso sería de estas personas con complejo de Jeckyll y Hyde... nada es porque sí, en cualquier caso. Aquel misterio me atraía, aunque ya de inicio supe que era una telaraña donde quedaría atrapado. Pero no me importaba. Poco a poco, a medida que me acercaba a él, aunque sólo fuera con palabras, yo sentía que comenzaba a despertar.
Samiq podía entender perfectamente aquel mecanismo de atracción. También el concepto de "tela de araña" aunque, para él, acercarse a Halley era más bien como ser una polilla frente a un foco incandescente.
Entendía también la parte de "no me importa", porque a aquellas alturas a él mismo le traía al pairo quemarse las alas. Había renunciado a tantas cosas en tan poco tiempo... se había movido hasta su propio límite en aras de elegir estar con Halley, así que sería una solemne tontería que el miedo a sufrir importase.
Con el paso del tiempo le hablé de mis gustos. Nunca nos habíamos visto en persona, y tal vez por eso él decidió abrirse a mí. No te contaré detalles de sus ansias de humillación, ni del estallido sexual desde aquel momento... Al final, ambos decidimos hacerlo real, pero tampoco te contaré sobre eso. Sólo te diré que es un gran sumiso, considerando que vas a estar con él. Es muy delicado y frágil en el fondo de su oscuridad, donde no quiere defenderse.
En cierto sentido, a Samiq le jodía que Argen se permitiera aconsejarle, pero por otra parte lo agradecía. Su Ex-Amo parecía haberse internado en los laberintos de Halley, o al menos aventurado a recorrer algunos tramos. Samiq había visto quizá lo que Argen llamaba "fragilidad", aunque para él más bien la palabra sería "infancia", por extraño que pudiera sonar. Infancia en la edad adulta, cuando aquel niño le miraba entre asustado y ansioso tras las gafas torcidas, gritando en silencio "quiéreme y hazme daño", completamente empalmado.
Muy sumiso. Desaforadamente hambriento. Con un terror al abandono que aun no sé de donde procede; con una gran necesidad de presencia hasta el punto de echarse a llorar si dejaba de tocarle, me colocaba detrás de él y él me perdía de vista.
Algo en aquel niño conmovía a Samiq tanto que fácilmente se le podrían llenar los ojos de lágrimas imaginando algo como eso. Imaginando el sufrimiento de Halley en aquel nivel, cuando este se atrevía a mostrarse libre en los sótanos de su conciencia. Le daba un poco de miedo que él quisiera ser dañado, porque, por mucho que jugasen al dolor, eso no se lo podría dar. No iba a hacerle sufrir. Sólo quería alimentar al niño -a esa dulce criaturita sadomasoquista- y darle lo que pedía, en la medida que pudiera, controlando.
Se llevó la mano al bolsillo, y se dio cuenta de que si Yinx le llamaba ahora no podría contactar con él. Qué estupidez, bueno. Qué más daba ya. Había actuado como si tuviera su propio teléfono personal aparte del de trabajo... qué fantástico sería eso.
Tecleó rápidamente sin querer detenerse a pensar demasiado y pulsó la tecla de llamada cuando llegó al número de Halley.
«El teléfono al que llama está desconectado o fuera de cobertura en este momento» le espetó una voz femenina de robot tras un largo silencio. Mierda. La maldita voz ni siquiera le dio oportunidad de grabar un mensaje. ¿Por qué diablos eso se sentía como dejar tirado a Halley en medio del desierto?
"Lo dejamos por mi culpa", había dicho Argen.
Lo dejamos por mi culpa. Él es frágil, pero supongo que yo también lo soy en lo tocante a algunos temas. Mi... genitalidad fue un problema, uno de tantos. Genitalidad, qué asco de palabra, ¿verdad?
Fingí alejarme de él. Sólo lo fingí. Fui tras cada paso suyo; incluso contraté a un detective para que le siguiera, un amigo personal.
Me acerqué a su círculo, comprobando que no lo tenía. Buceé en su vida diaria sin que él se diera cuenta. En su vida de... profesor alterado. Daba clases de física en un instituto entonces.
Estuve tentado de intervenir un par de veces, de romper mi silencio. Me sentía impotente viéndole sin un solo apoyo, y no podía evitar creerme responsable de la depresión en la que él parecía estar sumergido. Pero entonces, mi amigo el detective me comunicó que él estaba comenzando una relación... con un alumno suyo. Un menor.
Como es lógico, investigué a ese menor. Se llamaba Kido. Indagué sobre su familia y su círculo de amigos; incluso contacté con uno de ellos, mayor de edad, porque casualmente trabajaba el cuero a mano. Ese fue mi puente secreto con Halley... cuando salí de Zugaar y me establecí en el Noktem.
Me acerqué a aquel chico que trabajaba el cuero. Se llama Silver, tú le conoces. Constaté que se metía en problemas de vez en cuando, pero no parecía mal tío, sólo quizá demasiado joven. Tomé algunas copas con él, y cuando innauguré el Noktem como Club temático le invité a venir. Sorprendentemente, él trajo a algunos amigos... entre los que se encontraba el hermano mayor de Kido. Eso fue una sorpresa, lo reconozco: no tenía ni idea de que a ese tío le gustaran estas cosas. Una agradable sorpresa, desde luego, aunque no pasaban de ser una panda de mirones que vinieron esporádicamente durante un tiempo.
Silver continuó viniendo, y yo seguí espiando a Halley. Sabía que Silver había sido también alumno suyo, lo mismo que lo era Kido. Al final estaban todos conectados; todos habían pasado por el mismo instituto de enseñanza superior. Seguir la pista, tirar del hilo, era lo más fácil del mundo.
Halley parecía feliz con ese chico. Incluso se lo llevó de viaje a un lugar especial. Me alegré por él, y durante un tiempo bajé la vigilancia. Mi vida seguía igual de ocupada que siempre, con muchos frentes a los que prestar atención. No obstante, seguí pagando a mi amigo para que no cesara en su trabajo.
Gracias a que mi amigo siguió alerta, un día supe que Kido había muerto.
Narcisista, acosador, cobarde. Así había sido el inseguro Argen, o así lo juzgaba ahora Samiq inevitablemente. En cierto sentido era traumático, y aun estaba parcialmente en shock, digiriendo lentamente la vista de su ex-Amo desde aquella nueva perspectiva. Siempre supo o intuyó sobre sus flaquezas -¿qué ser humano no tiene debilidades?-, pero nunca le había imaginado capaz de espiar a alguien, de contratar un detective, aunque por otra parte podía entenderlo. Se rebelaba contra ello, eso sí. Le hubiera apetecido decirle a Argen algo como: "si te preocupa alguien, si quieres a alguien, implícate. No contrates un detective".
Entendía que haciendo aquello Argen había jugado sucio, por mucho que tuviera sus razones. Aunque bien era verdad que, gracias a ese juego sucio, él mismo había conocido al sumiso en el club. Se daba cuenta de que, tiempo atrás, Halley había necesitado que aquel a quien amaba se comprometiera con él. Tal vez seguía necesitando lo mismo. Tal vez Halley empezaba a amarle a él, a Samiq... lo mismo que Samiq a él, pero a su propio modo.Y Halley tendría miedo, si eso era así, o sería lógico si lo tuviera.
Gruñendo para sí, volvió a intentar llamarle, sólo para constatar que la voz de secretaria robótica seguía ahí.
Cuando Kido murió, Halley se fue desplomando poco a poco. Empezó a beber más de la cuenta. El pobre chico se había matado en los túneles de metro, creo que tratando de salvar a alguien que se había tirado a las vías. O eso me dijeron. Ni siquiera pudieron despedirse.
Creo que Halley continúa roto por esto.
Mi amigo me hablaba de su soledad, y de que cada vez iba a peor conforme pasaban los años. En esa época yo había cerrado el Noktem por un tiempo, para estabilizar finanzas. Halley había dejado el trabajo, y supe que sólo salía para irse de putas alguna vez, aunque por lo visto nunca se atrevió a volver a estar con un hombre. Durante el último año la situación se recrudeció, y empecé a pensar que era cruel sólo observar sin hacer nada. Ya no salía de casa. Se estaba muriendo.
Tuve miedo de que se suicidara por no poder levantarse tras su pérdida, y, entonces... le mandé una invitación anónima al Noktem, aprovechando que habíamos vuelto a abrirlo hace unos meses, como sabes. Fue una maniobra un tanto desesperada, y realmente pensé que no iba a funcionar, que ni loco vendría aquí solo. Pero subestimé lo desesperado que estaba, porque lo hizo.
Samiq se mordió el labio con fuerza, sintiendo de pronto los ojos calientes. "Halley. Mi Halley, ¿Dónde estás...?"
Sugestionado tal vez por lo que había hablado con Argen, ahora tenía una especie de presentimiento oscuro, como de que a Halley pudiera pasarle algo. Intento llamar una tercera vez, con el mismo éxito que las ocasiones anteriores.
Vino, le recibiste, ¿recuerdas? Vi cómo le quitabas el abrigo con suma delicadeza. Ya sabes que aquí tengo ojos en todas partes, Samiq. Vi lo que hacíais en el Tres Calaveras, por supuesto; sí, los mirones amigos de Silver habían vuelto hacía poco tiempo, ahora con la que decían era su perra.
Os vi juntos a Halley y a ti, y no me preguntes por qué, pero de pronto lo advertí: una especie de chispazo entre vosotros, pura energía. Contigo, Halley volvía a vivir. Aunque fuera por sexo, aunque fuera solo a ratos. Nunca es "solo por sexo", de todas maneras.
Nunca es sólo por sexo, porque todo va ligado entre el cuerpo y la mente. Eso me hizo pensar... y ahora míranos, aquí estamos tú y yo, Yo y tú.
He visto cómo le miras, cómo le tratas. He visto cambios en tu expresión y deseo en tus ojos, hasta sólo cuando te hablo de él y él no está presente. Tú no puedes ver estas cosas, Samiq, pero yo sí.
Me has hecho muy feliz durante todo este tiempo, pero, si quieres irte con él, debes hacerlo. Quiero que lo hagas. Por eso te he dejado, aunque ahora mismo no pueda quitarte el collar que simboliza tu libertad atada a la mía.
Te he dejado, Samiq. Eres Libre. Sólo te pido que vuelvas a darme un poco de tu sangre por última vez.
Era posible sentirse desgarrado por dentro y feliz al mismo tiempo, Samiq podía dar fe de ello. Le daba tristeza que Argen le hubiera dado la libertad... y no sabía qué pensaba su ex-Amo de él, si estaría enfadado, si Argen quería a Halley como sumiso para sí y los planes se le habían frustrado por su culpa. Sin embargo, Argen nunca dijo que tuviera ese deseo... aunque sí parecía desear que Halley fuera feliz.
Pasara lo que pasara, al final Samiq era libre, para bien o para mal. Sólo esperaba no haber fallado a Argen... era fácil pensar que le había fallado, sobre todo considerando la descarnada certeza de que apenas le echaría de menos. Poco a poco iba siendo consciente de ello.
"Halley, quiero decirte una cosa". Mientras trataba de volver a llamarle, imaginó lo que le diría. Tampoco quería asustarle.
"Es mejor que te lo diga en persona. ¿Podemos vernos?"
«El teléfono al que llama...» Samiq colgó antes de que la odiosa voz pudiera decir nada más.
Mientras Samiq se frustraba teléfono en mano, Yinx continuaba tras la barra, ahora concentrado -más bien absorto- en lo que Simut le hacía a Esther sobre el escenario. La música había vuelto a surcar el aire como onda suave y en cierto punto hipnótica; se metía en el cerebro de uno hasta el punto que uno perdía la noción de estar escuchando. Y lo mejor de todo eran las enormes pantallas que hasta entonces le habían pasado desapercibidas, por haber estado ocultas bajo pesados cortinajes. En aquel momento, la figura de Simut se veía ampliada en aquellas pantallas, arrodillada sobre una sola pierna y con el otro pie apoyado firmemente en el suelo, inclinada hacia delante para trabajar en los nudos a la espalda de la chica tumbada boca abajo. Había cuatro pantallas en total, aproximadamente de cuatro veces el tamaño que tendría un antiguo lienzo de proyección, distribuídas en las paredes de la sala principal. Qué gran invento.
Sería util señalar que, por suerte o desgracia, Yinx -lo mismo que aquellos seres que atendieron a Inti en el pequeño templo de meditación, lo mismo que Lara y que Kieffer- no era del todo humano. Gracias a ello, y al tipo de criatura que en realidad era, no necesitaba una droga para percibir algunos fenómenos más allá de la información obtenida a través de los canales conocidos como "sentidos". Era capaz de sentir en sí el impacto de estos fenómenos que los humanos no podían percibir, por acostumbrado que estuviera a la vida terrenal. Lara sí necesitaba aditivos para expandir su percepción, pero Lara (afortunadamente) no era de la misma especie que Yinx.
En aquel instante, el no del todo humano estaba siendo testigo de la energía que envolvía a Esther, gracias a sus propias capacidades naturales. Percibía una especie de masa eléctrica, densa y casi corpórea que se aglomeraba en la garganta de ella girando en espiral, en su estómago, en su pecho, en su sexo. Hilos carmesí que parecían humo a ratos, y en ocasiones se trenzaban, anudaban y tensaban como las cuerdas que mantenían atada a la muchacha.
"Demasiada energía" no pudo sino pensar Yinx. "Una excitación terrible, demasiado para un humano promedio". No se le ocurrió que Esther podría estar bajo los efectos de alguna substancia traída de otro mundo.
Cerró los ojos, tomó aire y exhaló despacio. Su propio cuerpo reaccionaba a lo que veía, y eso era algo bastante molesto. En cierto sentido se alegraba de ser humano ahora -al menos en parte-, porque en su naturaleza original jamás habría tenido la ocasión de experimentar placer físico. Siempre había querido saber lo que era eso y cómo se sentiría, aunque al mismo tiempo le aterraba esa posibilidad, sobre todo ahora que veía aquella densa corriente energética ante sus ojos emanando de Esther. Si a él le atravesara algo semejante alguna vez, quizá podría matarlo, pensó. Al menos matarlo en aquel mundo, y devolverle de golpe a su estado etérico en la esfera del Limbo de las Musas.
—Mírate. Estás preciosa—le dijo Simut a Esther por debajo de la máscara, al tiempo que le sostenía la cabeza alzada para que ella pudiera ver las enormes pantallas y su propia imagen proyectada en ellas—Ahora voy a subirte. No demasiado, es seguro. ¿Está todo bien?
A pesar de que Simut estaba muy cerca, su voz llegaba demasiado lejana para que Esther respondiera. Incluso el significado de las frases parecía alcanzar con retardo el cerebro de la chica, aunque ella entendió perfectamente cada palabra. Sujetó la pelota con fuerza cuando se vio a sí misma en la pantalla más próxima, sin poder controlar los típicos movimientos de necesitar ser montada con urgencia, rozándose contra las cuerdas en su entrepierna, jadeando. Estaba tan mojada que sentía los pantalones meados, aunque sabía perfectamente que lo que encharcaba la zona interna de sus muslos no era orina.
—Creo que voy a c-correrme...—gimió con voz queda, girando los ojos hacia el que la sujetaba por los cabellos. Hasta el modo desapasionado en que Simut hacía aquello ponía a Esther contra las cuerdas (¡y nunca mejor dicho!)
—Vale, compañera. Intenta aguantar hasta que estés arriba. Si te corres cuando estés colgada lograremos un lindo efecto.
Esther hizo un esfuerzo por aminorar. "Te vas a quemar el chochete", le llegó de improviso la burlona voz de Inti desde algún lugar en su cabeza. Se estremeció al pensar en él, y no pudo evitar restregarse con más vigor... aunque lo que había dicho la voz del rubio en su mente era verdad: se iba a abrasar el coño. No llevaba bragas, y sentía con claridad cómo los tiernos labios palpitaban y comenzaban a inflamarse, a calentarse e incluso a picar rabiosamente a causa de la fricción contra el cuero y las cuerdas. No sabía si eso le hacía ganar o perder sensibilidad, pero le inducía a frotarse aun más rápido y fuerte, en tanto deseaba con urgencia que Simut le metiera algo en todos los agujeros. Cualquier cosa, el mango de un paraguas, lo que fuera... Si le llenaban el coño y el culo a lo bestia en aquel preciso instante, sin duda se correría de inmediato gritando y retorciéndose en sus ataduras como un pececillo en una red.
Miró a Simut entre jadeos, con gesto suplicante. Sin embargo, este se limitó a soltarla del pelo con suavidad y a acomodarla sobre el suelo un momento antes de empezar a preparar la suspensión.
—Tranquila. Voy a pasar las cuerdas, intenta no moverte demasiado. Tardaré un poco aun en subirte, pero si no puedes aguantar no te preocupes... ya estás dando un bonito espectáculo. Tienes a la audiencia en el bolsillo.
Simut sonrió bajo la máscara mientras retrocedía lo justo para asegurar un anillo de grafeno entre las cuerdas, más o menos a la altura del coxis de Esther. Tenía más piezas con idéntica función, aunque de diferentes formas y tamaños: un par para los tobillos, otra para la zona superior de la espalda, otra para soportar y proteger el cuello evitando que tomase un mal ángulo. Las piezas, diseñadas en Zugaar, estaban provistas de un gancho de seguridad en su parte superior que enlazaría con las cadenas que pendían de los juegos de poleas en el techo.
Esther, por su parte, seguía ardiendo en el suelo, aunque trataba de seguir las instrucciones de Simut en cuanto a no moverse demasiado. Sus ojos estaban cerrados y su mejilla contra el suelo, la boca entreabierta dejando escapar sobre la tarima un reguero de baba, todo perfectamente visible en las pantallas gigantes. Probablemente estaba provocando más de una erección entre los asistentes sólo gracias a su actitud.
—Voy a trenzar tu pelo a una de las cuerdas, no te asustes. Es un aporte meramente estético, y te mantendrá la cabeza alta cuando estés arriba—Explicó Simut.
Esther agradecía cada momento de consideración aunque no acertara a dar una respuesta inmediata. Le tranquilizaba que Simut le fuera diciendo lo que venía a continuación, a pesar de sentirse ella misma a punto de perder el control.
—...¿N-no se soltará?
El esclavo negó con la cabeza y extendió la mano para acariciar la mejilla de la puta (porque así era como se sentía Esther al saberse observada en vivo y en plasma, y lo estaba disfrutando).
—No, compañera. Te prometo que no.
—Nhm...
—Todo se mantendrá en su sitio. Sentirás más las cuerdas, eso sí, pero sólo te mantendré suspendida unos minutos.
Tomando el gemido de Esther como una concesión, Simut anudó el cabello de ella a la cuerda que sostenía el cuello, fijando esta a su vez con otro nudo a la pieza de carga en la espalda. Era imposible que se soltase; había aprendido esa técnica en la Fortaleza y sabía que era segura, pero aun así colocó un refuerzo extra al entramado.
—¿Qué tal?—musitó antes de hacer nada más.
Ya estaba todo dispuesto, sólo faltaba accionar una manivela única para subir las cadenas. El cuerpo de Esther quedaría suspendido boca abajo en un bonito arco, forzado pero tolerable, con sujeciones seguras y con un reparto adecuado de su peso gracias a las argollas de carga. La cadera se mantendría alineada en el ecuador, las manos seguirían a la espalda, los tobillos amarrados se elevarían junto con las flexionadas piernas hacia la erguida cabeza. No se trataba de una posición de contorsionista, pero la gravedad haría su trabajo y sería vistosa.
Esther intentó responder, pero no pudo hacerlo. Recordaba haber traspasado antes aquella barrera y haber saltado al territorio incierto que algunos llaman "subspace", donde el cuerpo se volvía alma y el alma cuerpo, donde no importaba nada pero lo sentía todo, donde estaba ahí mismo y a la vez flotando muy lejos de sí. Recordaba haber estado allí... con los Amos, pero jamás se había sumergido en aquel estado tan velozmente, jamás tan abajo, o tan arriba. Porque sentía que subiría al cielo con aquellas cuerdas, al final.
—No duele nada, ¿verdad?
Ella trató de negar con la cabeza, pero le fue imposible gracias a la tensión en su cabello. Abrió los ojos y buscó a Simut con la mirada; él estaba ahí, el rostro cubierto por la máscara casi pegado al suyo. Sujetó la pelota con firmeza entre las manos mientras su vista se nublaba y una sucesión rauda y continuada de imágenes pasaba por su cabeza.
—N-...—se mordió fuerte el labio inferior y tragó saliva. ¿Por qué le dolía el corazón al pensar que Alex, Inti y Jen no estaban allí? seguro ellos disfrutarían tan estético show—No duele...
Sólo su coño dolía, aunque no era que Simut fuera a hacer nada por aliviarlo por mucho que ella suplicara. Los labios vaginales palpitaban con furia, inflamados y enrojecidos, y la cueva que protegían se contraía agónicamente deseando ser profanada, ser penetrada aunque fuera por las cuerdas. Pero la presión de las cuerdas no llegaba a cubrir aquel vacío, y de ahi la urgencia de ella por la desesperada cabalgada que le hicera sentirlas más.
Simut sonrió, testigo de aquel dulce tormento, sintiendo una empatía inmediata hacia Esther. Él conocía aquellas necesidades y sensaciones también. Por un momento pensó que ella estaba deliciosamente poco entrenada, asalvajada como esclava, o al menos según los cánones de Zugaar donde él se había educado. Su falta de contención corporal y su lucha contra la tensión de las cuerdas sólo por sentir placer, sus gemidos, y aquellos ojos demandantes más allá de la súplica... todo eso también tenía su encanto, desde luego.
—No tengas miedo a moverte cuando estés arriba. Las cuerdas te contendrán—aquello era una obviedad para él, pero tal vez para un novato sería importante oírlo—Voy a subirte.
La música suave y rizada que había vuelto a llenar la sala le sonó a Esther como magia cuando cerró de nuevo los ojos y se abandonó a lo que fuera que pasase. Sintió a Simut erguirse junto a ella, y luego su piel reverberó con cada paso que él dio al alejarse. Durante unos segundos dejó de percibir su presencia en el escenario y la incertidumbre apretó su estómago con garra de cristal, aunque los afilados dedos se rompieron en mil pedazos cuando ella jadeó.
-Craccck!-
Sinto un chasquido que le hizo dar un bote en el suelo, y a continuación un ruido mecánico de acople y una pequeña sacudida. Inmediatamente, con un sonido siseante de rotor, las cadenas comenzaron a elevarse y el cuerpo de Esther empezó a perder contacto con la superficie en la que se apoyaba.
Ella gimió en voz alta, ya en el aire, al sentir como las propias cuerdas mordían su piel por simple gravedad, sosteniéndola en un equilibrio estático y contrarrestando la fuerza de su peso. Trató de mover las bloqueadas caderas para responder a la cuerda que se hundía entre sus nalgas y entre los labios de su coño. Sentir aquello a pelo probablemente dolería -aunque a tal punto el dolor pudiera ser buscado-, pero el cuero que se amoldaba al cuerpo de Esther la protegería de la quemazón y del roce directo, a pesar de que ella no llevara bragas.
Simut fijó las cadenas a la altura deseada oprimiendo un botón en un panel cerca del escenario. Parte del trabajo de la suspensión era manual, accionando una manivela, y parte automático una vez se verificaba el acople de las piezas.
Una vez detuvo el mecanismo, se permitió contemplar su trabajo por un segundo en la pantalla más cercana. Sonrió. No podía negar que era hermoso, y más si lucía ampliado. Observó la perfecta y suave curva que describía el cuerpo de Esther, parecido ahora a la estructura liviana de un pájaro en comparación con la tensión de las cuerdas fijándolo al mundo. Era como estar mirando un instrumento musical, un arpa humana que sonara en silencio con armonía indiscutible. Y la expresión en el rostro de Esther, cuando ella cedía a su impulso y se rendía por fin al placer y a las sensaciones, convertía al pájaro congelado en pleno vuelo en una pieza de arte viviente.
La chica tendría un orgasmo, o tal vez más, y todos lo verían, comprendió. Quería ser testigo de ello, captar aquel sólido instante y guardarlo en su memoria como haría un coleccionista de tesoros.
Se sintió orgulloso y contento de que hubiera sido Esther quien había colaborado en el espectáculo. Samiq hubiera sido sin duda la mejor compañía, pero la sangre nueva se agradecía, así como el reto que implicaba la novedad. Se preguntó si el Amo estaría viéndolo todo desde su despacho, o si, por el contrario, andaría a sus cosas una vez sus esclavos le habían sacado las castañas del fuego otra vez. Bueno, para eso estaban, pensó Simut.
"Estar" para todo le henchía el corazón de alegría en lo referente al Amo, y era exactamente lo que quería hacer, lo que quería "ser". Estar para todo, ser un todo figurado en cada momento puntual: un mueble para apoyar los pies, un trabajador eficiente, un confesor que escuchara pecados y secretos, un puntal de apoyo cuando era necesario. Incluso un chivo expiatorio algunas veces.
Sabía por qué le permitía todo a Argen, incluso que pagara sus dolores con él. Argen podría considerarse una persona violenta en el fondo; era explosivo de tanto en tanto, pero se las había apañado para controlarse a lo largo de su vida y no hacer daño a nadie con ello. Aunque algún estrago que otro en puertas y muebles había hecho, jamás le había puesto a Simut o a Samiq la mano encima en una crisis de ira. Argen era explosivo, sí, pero también lo bastante sensible como para que el sólo pensamiento de dañar a otro fuera insoportable. Así que cuando necesitaba gestionar su energía y lanzarla al ambiente, se aislaba de todo ser vivo por un momento y lo hacía. Había tenido que aprender eso y su esfuerzo le había costado, desde luego, pero ya no era un jovencito con problemas de control.
Ser un chivo expiatorio con Argen no significaba recibir palizas o ser un saco de boxeo. Significaba normalmente sólo "estar", y escuchar. Eso era duro también.
Ser un chivo expiatorio significaba no moverse del lado del Amo cuando este estaba en sus peores momentos; escuchar acaloradas diatribas -muchas veces estrambóticas-, que en ocasiones desembocaban en gritos o llanto inconsolable. Era estar ahí y tal vez hasta ser culpado en ese juego, cuando el Amo no discernía en el caos emocional que le arrastraba y solo podía señalar a otros en lugar de razonar. Simut, después de tantos años a su lado, ya ni siquiera sentía que tuviera que "aguantar"... simplemente estaba ahí, aunque el universo y el propio Argen se derrumbasen ante sus ojos, esperando a que la crisis pasara y entonces poder abrazarle. En resumidas cuentas, ser un chivo expiatorio con Argen significaba saber cuándo no tomar algo en serio o como algo personal, y mantenerse ahí, inmutable como una roca de granito.
Samiq regresó a su lugar tras la barra cuando Esther ya estaba suspendida del techo. Encontró a Yinx en su puesto, mirando embobado la escena en vivo a pesar de la mayor resolución de la misma en las pantallas, sujetando un vaso en la mano y ejerciendo tal presión en el agarre que las puntas de sus dedos se habían puesto blancas.
—Wow...—murmuró el ex-esclavo. Entendía que a Yinx le impresionara aquello, y más teniendo en cuenta lo rápido que lo había hecho Simut. Alguien sin experiencia en aquellas técnicas hubiera tardado horas en hacer aquel trabajo—es hermoso.
—Es...
Samiq entendía que Yinx pudiera sentirse impresionado, pero no sabía lo que el no humano estaba viendo. En aquel momento, una especie de esfera carmesí centelleaba ante los ojos de este y se condensaba en el vientre de Esther, a punto de estallar y provocar una onda expansiva de energía justo cuando ella estaba a punto de perder el control. El chico-duende se preguntaba si la potente onda le tocaría cuando eso pasara, pudiendo incluso traspasarle o desplazarle.
Ya estaba reaccionando ante aquella energía a pesar de estar a distancia del escenario. Podía sentir su calor, el cosquilleo sobre su piel y un leve hormigueo en la base de la columna vertebral, casi electricidad crepitando.
—Es un gran trabajo, sin duda.
Yinx se giró hacia su compañero y, sin más, explotó en carcajadas. Necesitaba de algún modo descargar la energía que iba recibiendo y absorbiendo como una esponja, una vez atrapado en aquel intercambio. La idea de salir volando por que un orgasmo de Esther le lanzase fuera de órbita le resultó desternillante.
Samiq sonrió, sin saber muy bien de qué se reía el otro.
—Lo siento—masculló el chico-duende cubriéndose la boca con ambas manos. No quería por nada del mundo resultar irrespetuoso delante de quien consideraba su superior inmediato, y Samiq en el Noktem era una especie de mando intermedio o así lo veía él. Por razones personales le interesaba más que nada en el mundo ser contratado aquella noche, y por eso quería esforzarse al máximo posible.
—Oh, tranquilo...—el ex-esclavo le dio una amistosa palmada en el hombro. Estaba acostumbrado a ver todo tipo de reacciones, y la risa no tenía nada de malo.
Yinx meneó la cabeza y se permitió reír a gusto por unos instantes, atrincherado tras la barra mientras dirigía de nuevo la vista al espectáculo.
—Se está moviendo... mucho—comentó Samiq. De no estar la música puesta, se escucharía con toda claridad el chirrido de las cadenas mientras Esther se debatía atrapada en cuerda.
El no humano volvió a reír, sabiendo que jamás explicaría a Samiq -ni a nadie- el fenómeno que estaba viendo, ni tampoco lo permeable que él mismo era a aquella energía.
Esther tuvo uno de los mejores orgasmos de su vida ahí, suspendida en el aire sobre aquel escenario y contenida por las cuerdas. Un orgasmo largo y doloroso, lacerante, exquisito. Ella sola, sin los Amos, sin nadie más. Ni siquiera Simut la había ayudado.
Gimió y sacudió su cuerpo, arqueando la espalda en lo que podía y sujetando con fuerza la pelota de goma entre las manos. Sabía que estaba sola ahí arriba, pero de alguna manera no podía sentirse así, pues era consciente de todo: de la presencia de Simut, del público que la observaba -al menos veinte pares de ojos sin parpadear-, de que seguramente Yinx y Samiq estarían también mirando.
En el furor de su clímax, parpadeó para enfocar la mirada justo a tiempo para verse convulsionando y babeando en la pantalla gigante que tenía delante. Fue impactante y excitante no reconocerse a sí misma en aquellas ataduras, ¿o tal vez esa era ella en su verdad? Quizá ahora se veía tal cual era, más ella misma que nunca, mientras duraba el estallido.
Volvió a cerrar los ojos y siguió disfrutando, contrayéndose contra las ataduras y dejando que la cuerda mordiera su cuerpo. Justo antes de correrse había pensado en Alex, en Inti y su cinturón, en Jen. Se le erizó la piel cuando recordó que le había llamado a éste "maldito cabrón" y cortado el teléfono; se preguntó si Él estaría enfadado, si la castigaría por algo así. Sí, claro que lo haría; ojalá fuera severo y realmente duro con ella...
Y aquel pensamiento había sido su trampolín para perder el control.