Completo
—Muy bien, señor, eso es...—musitaba Samiq al oído de Balle mientras, poco a poco, éste volvía en sí después del largo orgasmo. Parecía que aquella descarga de placer había dejado fuera de combate al profesor, aunque de algún modo su mástil permanecía duro aun -y reacio a bajarse- como si no hubiera tenido suficiente.
Esta insistencia del cuerpo a pesar del indudable desgaste de energía no le era ajena al esclavo: a él mismo le había pasado alguna vez, de hecho en más ocasiones de las que quisiera. Sabía que ese tipo de cosas podían ocurrir y que a veces, especialmente tras mucho tiempo sin desahogarse, el cuerpo de uno no se conformaba con una sola explosión. Pero claro, él era un esclavo y le tocaba joderse y aguantarse cuando se quedaba con las ganas, ¡qué remedio!; Halley, sin embargo, era un cliente -un cliente especial, no cualquiera-, de modo que, si necesitaba más placer, Samiq se lo daría. De hecho, haría lo que estuviera en su mano hasta que el profesor cayera definitivamente rendido, y no sólo porque tuviera orden expresa de hacerlo. No sabía demasiado acerca de la historia de aquel tipo, pero se daba cuenta de que por lo que fuera necesitaba desesperadamente que le atendiesen y cuidasen, aunque seguramente no era de los que pedirían algo así. Poca gente admitía ese tipo de necesidades sin más, a pesar de lo simples que eran (proximidad, calor, apoyo).
Argen solía decirle a su Gato que tenía intuición y una vena protectora interesante. Samiq lo tomaba en clave de broma, especialmente cuando El Amo le sugería replantearse su rol sumiso. Para Argen esta era una veta de oro en el yacimiento, una cualidad susceptible de ser explorada y desarrollada en su segundo Dorado como valor añadido. Consideraba que Samiq era un esclavo excelente y no cuestionaba su sumisión hacia Él, pero también pensaba que su Gato podría ser lo que en la fortaleza donde se conocieron llamaban un Ambivalente: alguien capaz de mostrarse sumiso hacia algunas personas, y dominante respecto a otras. Tal vez a Samiq no le apasionaba "dominar" ni estar por encima de otro en una relación asimétrica, pero llevaba en la sangre el instinto de protección y tendía a responsabilizarse del bienestar de otras personas sin que nadie se lo pidiera.
—Ja. ¿Qué te dije? mojada como nunca, ¿no es así?
—Tienes razón.
—Pues claro que tengo razón...—Inti dio un paso atrás y sonrió con gesto triunfal, dejando espacio frente al potro y mirando al aturdido profesor por el rabillo del ojo.
En la plataforma del potro, Alex había roto a sudar y se mordía el labio mientras exploraba con los dedos entre los pliegues húmedos del sexo de la perra. Ella gimió y arqueó la espalda cuanto pudo en respuesta a su contacto; no podía negar que ansiaba con todas sus fuerzas que Alex le metiese los dedos (y más), pero, al mismo tiempo, echaba de menos a Inti y eso también era innegable. Jen, sin embargo, era como que siempre estaba allí... incluso ahora que no podía verle le sentía cerca.
—Sigo duro...—musitó el profesor entre jadeos, aun sin abrir los ojos. A medida que recuperaba el control se iba sintiendo observado por más de uno allí, pero se hallaba aun demasiado fuera de sí (flotando lejos, buscando a Kido en alguna parte) para que eso le importase.
—Ya lo veo, señor guapo. Es todo un campeón...—el Dorado sonreía, aun encaramado sobre las rodillas del otro y meciéndose encima de él, ahora acariciando su miembro enhiesto con suavidad. No sabía hasta qué punto el hombre podía disfrutar de tales atenciones, ya que volvía a deshacerse en lágrimas y ahora ladeaba la cabeza reclinado contra el respaldo del sofá, como si tratara de esconder el rostro contra la tapicería. Tenía las manos aun firmemente atadas a la espalda, así que no podía taparse la cara de otra forma.
—No siento nada, no siento nada...—se obcecaba en decir.
—Eso es porque se acaba de correr, señor—murmuró el esclavo, pensando que Balle se refería a una ausencia transitoria de sensibilidad en su miembro—Démosle tiempo, ¿sí?
—Te he pringado de semen...
Samiq rió quedamente.
—Ah, no se preocupe por eso, señor. No es ningún problema.
—No me preocupa. Jódete.
Detrás de Esther, Alex jadeaba como una locomotora. Parecía que su cuerpo entero se hubiera revolucionado, el torso agitado bajo la camiseta en cada respiración, los ojos fijos en la dulce y desprotegida (y marcada) desnudez ante sí. Volvía a espantarse y a censurarse a sí mismo de forma inevitable cuando esas ganas de "destrozar" aparecían. Era una especie de demonio irracional lo que llegados a tal punto despertaba en su interior y reclamaba su ración a gritos y arañazos; un animal peligroso o así lo sentía. Y era algo difícil de controlar, pero... a Esther parecía gustarle.
No lo entendía, y casi (casi) había desistido de entenderlo. Era consciente de que Inti le contemplaba de hito en hito -tal vez el rubio tampoco lograba entenderle a él-, y de que Jen, sin embargo, parecía encontrarle predecible en cada movimiento y sonreía ahora un paso por detrás. Alex se rebelaba siempre contra el "qué pensarán" o el "qué dirán", y en este caso tampoco iba a hacer una excepción... lo que más le importaba de cuanto había allí era Esther, aunque ni siquiera era capaz de mantenerse frío de cara a ella ahora, al parecer, a pesar de lo preocupado que estaba.
Se dio cuenta de que con manos temblorosas estaba peleando con el botón de sus pantalones, ah... no, no era por nada, sólo por aliviar la presión entre las piernas, no para meterla de cuajo en caliente, ¿verdad?
—Amo Alex...—En el potro, Esther culebreaba ciega pidiendo contacto, gimiendo su nombre junto a aquella palabra que tanto parecía significar...
¿Realmente estaría mal hacer eso, meterla y empezar a follarla sin más como una bestia? Si a Esther le gustaba, ¿importaba si estaba mal o bien de acuerdo a su criterio? Si a Esther le gustaba, ¿sólo por eso estaría bien?
—¿Que me joda?—Ante la respuesta del profesor, el Dorado levantó ambas cejas con sorpresa y se aguantó la risa.—¿Quiere que me vaya, señor...?
Izó las caderas para retroceder sobre los muslos del profesor al tiempo que le miraba con gesto interrogante. Continuaba sintiéndose preocupado por él, y no le dejaría solo así como así, pero lo que menos quería era agobiarle. De cualquier modo, si era cierto que Halley le estaba rechazando, a Samiq le daría pena que se terminase aquel piel con piel... especialmente después de presenciar y sentir cómo acababa de correrse el profesor. Se sentía excitado como pocas veces, aunque desde luego no iba a permitir que ninguno de los allí presentes se diera cuenta y tomara como algo prioritario su satisfacción.
No solía pasarle eso al esclavo. De ser proclive a ponerse cachondo cada vez que veía algo así, mal le iría en su trabajo dentro de aquel local. Era por Halley en realidad aquel calentón, porque aquel hombre se veía tan... ¿dulce? ¿roto? no sabía cuál era la palabra clave para definir por qué le tenía empalmado en los pantalones casi desde que aquella "sesión" de caricias había empezado. Caricias, besos. Eso era lo que le había pedido el pobre hombre: besos. ¿Había sido precisamente esa petición lo que quizás le había puesto tanto a Samiq?
—No. No... no te vayas, Gato.
—¿Aun quiere que le follen el culo y le azoten con cariño?
El profesor tembló con la cabeza aun girada hacia la tapicería.
—Con cariño no.—ratificó sin volverse a mirar al Dorado—Tengo... frío.
—Oh, venga aquí, señor bonito—Samiq rodeó al profesor con sus brazos y comenzó a deshacer la atadura a su espalda al tiempo que trataba de darle calor, aunque no le desataba para liberar sus manos, sino para quitar el amarre al sofá. Tenía claro que iba a darle a Halley lo que fuera que éste le pidiera (siempre y cuando lo tuviera permitido), pero le veía aun demasiado "out" como para aguantar una posición erguida o a cuatro patas incluso contra una superficie de apoyo. Ya que estaban en un sofá, lo que se le antojaba más práctico era ayudar al hombre a tumbarse boca arriba y mantenerle echado. El techo del Tres Calaveras era cruzado por raíles provistos de ganchos, argollas y poleas de diverso calibre en toda su extensión; bastaría con poner un gancho en el punto exacto, fijarlo y ayudarse de una cadena para levantarle las piernas... ¿se resistiría a algo como eso el profesor?
—Voy a levantarle las piernas, señor. Solo para darle más gusto, confíe en mí.
Sin replicar nada, Ballesta se dejó hacer por el cuidadoso esclavo, quien colocó ambas manos sobre su pecho y empujó con delicadeza hasta hacerle tenderse sobre su espalda en el sofá. Luego, el Gato saltó al suelo para colocar el tramo de cadena en el lugar correspondiente, colgando por encima del cuerpo del profesor. Enganchó un mosquetón a uno de los eslabones de la larga cadena y procedió a ajustar con mimo sendos grilletes de cuero en torno a los tobillos de Halley; grilletes que luego engancharía a la cadena en el techo gracias a dicho mosquetón.
Una vez le tuvo colocado con los tobillos enganchados a la cadena, el esclavo tiró del otro extremo de ésta para regular la altura. Levantó cuanto pudo las piernas del profesor hasta que las nalgas de éste se separaron del asiento y sólo su coxis rozaba en la tapicería, y, en ese momento, se dio cuenta de que no le había quitado los pantalones. Vaya error, ¿fruto de la ansiedad, quizá? su propia polla dolía desde hacía rato, ¿por qué se sentía tan excitado haciendo aquello, qué fantaseaba con hacer? ni siquiera tenía permitido correrse y lo sabía. En fin, ya que no había tenido las luces de quitarle los pantalones a Halley, ahora tendría que contentarse con bajárselos si quería darle gusto al culo de éste, a su miembro y a sus pelotas desde aquella posición.
—Voy a bajarle los pantalones, señor. Relajese, no tiene que aguantar ninguna postura...
—Mierda.—dijera lo que dijera, Balle no parecía tener fuerzas para resistirse a nada que viniera de Samiq. Mantenía los ojos cerrados y temblaba ligeramente mientras se dejaba manejar como un pelele, un pelele erecto y mojado.
—Vaya. Está otra vez muy grande y muy duro...
No había dejado de estarlo, en realidad.
Mientras tiraba de pantalones y ropa interior para desnudar a Balle de cintura para abajo, Samiq pensó que se merendaría con gusto aquel pollón hasta que su dueño descargara los huevos de nuevo. Se lamió los labios disimuladamente mientras se arrodillaba con cierto esfuerzo sobre el sofá, frente a las piernas levantadas de Halley, sin poder evitar inclinarse hacia delante para darle una rápida pasada con la lengua a su escroto.
—Pero qué sorpresa. No sabía que usted era una putita disfrutona...—era divertido ver cómo Alex metía la lengua en el coño de la perra y como Jen meneaba el plug dentro de su culo, pero más interesante le había parecido al rubio lo que tenía lugar en el sofá. Desde la plataforma del potro había visto claramente cómo se agitaba el pecho y el abdomen del profesor al respirar, y cómo le temblaban las piernas. Al final, había desplazado su atención del todo hacia allí y ahora contemplaba la escena desde cerca con gesto perverso, pudiendo tocar a Balle con sólo alargar un brazo—parece que van a cambiarle los pañales, ¿no le da vergüenza?
Halley pareció despertar de golpe al oír aquella voz. Abrió los ojos para centrar la mirada en el recién llegado y se removió sobre el sofá todo lo que aquella posición le permitía, los pies colgando por encima de su cabeza. Sabía perfectamente que estaba ahí atado con el culo al aire delante de varias personas, en concreto mostrando su desnudez a un ex-alumno ahora; claro que le daba vergüenza, y por encima de todo le hacía sentirse sucio, traidor... pero al mismo tiempo sentía que pocas veces había tenido la polla tan dura y el culo tan abierto como ahora, tan deseoso de ser penetrado aunque aun nadie le había tocado por ahí.
Inti no era cualquier ex-alumno además; era el hermano de Kido, y aquello se le antojaba a Ballesta tan aberrante y violento como salvajemente excitante. Dejando aparte que aun no se había repuesto del susto inicial que le había supuesto encontrarle allí, pero ahora, desde su posición, todo parecía asombrosamente lógico y posible.
Inti era muy diferente a Kido, pero a la vez lo más parecido a él que quedaba sobre la faz de la tierra, o así lo entendía el profesor. De alguna forma, era lo más próximo al amor en aquella pesadilla, por no mencionar que Balle prefería mil veces una pesadilla así que su misma vida cotidiana (sin ir más lejos). Abrió los ojos para mirar al rubio que le contemplaba con gesto displicente, y, sin darse cuenta, imploró sin palabras sentirse lleno, sentirse colmado aunque solo fuera por una noche, aunque fuese todo "mentira".
—Deberíamos hablar algún día, profesor—masculló el rubio, sin darse mucha cuenta de con qué palabra se había dirigido al susodicho y sin advertir realmente la profundidad del ruego en la mirada de éste—tenemos una conversación pendiente. Aunque en realidad, si quiere que sea sincero, solo quiero saber si le ha seguido la pista a la cerda de Taylor.
No estaba siendo sincero del todo, para nada. Pero qué más daba.
Contra todo lo esperado, la expresión de Halley cambió y él sonrió de oreja a oreja al oír aquello.
—La odia, ¿no es cierto?—inquirió para sorpresa del rubio—¿Por qué la odia? ella no quería hacerlo. Ella...
—Ella le mató.
La seguridad en la expresión de Inti se había esfumado y ahora el rubio taladraba al profesor con la mirada. ¿Es que Balle se iba a atrever a cuestionar algo tan evidente?
—Ella se... equivocó—el profesor jadeó y se lamió los labios, notando la boca seca—¿es que usted... no se equivoca nunca, señor?—musitó con esfuerzo y una sombra de sorna. A efectos de roles, inexplicablemente parecía respetar más a un esclavo (Samiq) que a un Dominante (Inti); tal vez porque el respeto a ese nivel simplemente afloraba y las rodillas se doblaban solas, y porque la sumisión no era realmente una "condición" o algo que pudiera ser forzado ante cualquiera.
Samiq no sabía de qué estaban hablando aquellos dos ahora, y optó por no meterse en lo que fuera que tuvieran entre manos. Al parecer había algo que les unía... por no decir que había cuentas pendientes o eso se desprendía de la conversación. Al principio había pensado que quizá se trataba de algún tipo de juego entre ellos, pero eso de "matar" ya eran palabras mayores. Y ninguno de los dos tenía pinta de estar bromeando.
—¡Pues claro que sí!—por un momento pareció que el rubio iba a sacudir al profesor o algo parecido—¡Claro que me equivoco! ¡pero procuro no salpicar a personas inocentes con mi mierda, obviamente!
Ante el estupor de Inti, los labios de Balle se expandieron en una gran sonrisa que cruzaba su rostro de parte a parte.
—Oh, no me diga. ¿De verdad?—preguntó con repentina lucidez, haciendo un gesto con los ojos hacia el potro. Las gafas se le habían torcido sobre el puente de la nariz y en cualquier otro contexto hubiera resultado cómica aquella manera de señalar, pero al rubio no le hizo ninguna gracia—juraría que pretende hacerle pagar algo suyo a esa pobre muchacha.
—¿Qué tonterías está diciendo? Usted no sabe una mierda.
—Debería haberse visto hace un momento...—murmuró el profesor, aun en tono desafiante—hasta sus propios amigos lo piensan.
—Cállese.
Balle había presenciado desde el sofá todo cuanto había ocurrido en el reservado, y, además, por partida doble gracias a la pared de espejo. Había visto con claridad cómo los otros dos chicos habían intentado aplacar la fiereza del rubio contra aquella chica atada, cada uno a su manera, incluso cómo el de cabello más corto se había desesperado. Tal vez no había podido mover un músculo ni hablar, y tal vez los recuerdos le habían atormentado; tal vez había estado impresionado hasta el inmovilismo hasta cuando Samiq le masturbaba, pero se había dado cuenta de todo. A pesar del baile emocional, su inteligencia estaba intacta al menos para procesar lo que estaba viendo; en realidad el alcohol apenas la había anestesiado, y de hecho no era que hubiera bebido más de la cuenta, sino que no estaba acostumbrado y un par de copas le habían afectado mucho, pero ese efecto se había esfumado hacía rato ya. Definitivamente, un borracho jamás tendría aquella salvaje y molesta erección que ni a palos bajaba.
—¿Tanto se odia a sí mismo que ni mirarse al espejo puede?
—¡Cállese, le digo!
El profesor se daba cuenta de que Inti se estaba cabreando por momentos. Le daba lo mismo cabrearle; o quizá no, ¿acaso lo estaba buscando? tenía un punto de adrenalina y locura pensar en ello, no podía negarlo.
Respiró hondo y buscó al Gato con la mirada. También le quería cerca, le daba miedo que le dejara solo con el rubio o, dicho de otra manera, de algún modo se sentía valiente gracias a él.
—Digame, señor Katai. ¿Qué es lo que le ha hecho esa pobre chica?
—¡Deje de llamarme así!
—Algo muy malo ha tenido que hacerle para recibir esos azotes que le ha propinado. ¿O es que usted es... ese tipo de gente que no necesita motivos? claro que no, ya los tiene, ¿no es así? Los tiene, y esa chica no tiene nada que ver con ellos.
El profesor exhaló fatigado tras soltar aquella ristra de palabras. El rubio, por su parte, se aproximó al sofá con gesto amenazador. No esperaba aquella retahíla incriminatoria, de hecho era lo último que hubiera podido esperar viniendo de aquel hombre. Aparte de que estaba acostumbrado a que, precisamente en aquel club, nadie se atreviera a juzgar un comportamiento como el suyo.
—Le voy a hacer comer su propia mierda—musitó, agachándose sin dejar de mirar al profesor para coger la pala-látigo de goma que había caído al suelo—literalmente.
Viendo que la tensión había aumentado tanto que la situación podía irse de las manos, Samiq se apresuró a intervenir.
—Señor, disculpeme—dijo educadamente, dirigiéndose a Inti—el sumiso Halley está bajo mi protección, por orden del Amo que me tiene. No puedo dejar que nadie le toque.
Aquello era cierto solo a medias. La orden era "no permitir que Halley sufra daño", esas eran las directrices exactas. Pero viendo al rubio como le veía, Samiq no podía sino desconfiar. No iba a dejar que le tocara un solo pelo a Halley, claro que no.
—¿Tienes orden de proteger a este cerdo?
Inti frunció el ceño, y Balle sonrió más. El profesor no tenía ni la menor idea de por qué el esclavo le defendía, y pensó que simplemente eso de la orden era una excusa, un cuento chino para que Inti no descargara su furia contra él.
—Así es, señor. Puede preguntarle al Amo Argen si no me cree.
Vaya, qué buen actor era. A todas luces parecería que iba en serio.
—Pero mírale—bufó el rubio, señalando con una inclinación de cabeza la erección entre las piernas de Halley—está duro como piedra. Está deseando recibir.
—Yo le voy a satisfacer, señor. No se preocupe por eso.
—¿Tú? no me fastidies. ¿Vas a azotarle tú? ¿un esclavo?
Samiq ladeó la cabeza. La expresión de su rostro cambió a una de discreto desagrado.
—Señor. Creo que al Amo que me tiene le sorprendería saber que usted cuestiona la educación que Él me ha dado, mi experiencia y lo que Él espera de mí en Su club.
—Ja,ja,ja. Zasca a la rubia. En toda la boca.—Balle soltó una risita de hiena entre jadeos, haciendo rechinar la cadena sobre su cabeza cuando se agitó sobre el sofá. Aun tenía lágrimas en los ojos, pero le hacía gracia la guerra de pullas entre el esclavo y el dominante, quien ahora parecía haber sido puesto en jaque sin remisión. Por otro lado, el súbito (y exquisito) caracter de Samiq le había hecho palpitar con descaro entre las piernas, retorcerse y empezar a gotear.
—Maldito cerdo—escupió Inti, mirando al profesor y retrocediendo un paso hacia el potro.
¿Cerdo? Bueno. Cuando uno cree que ya no le queda dignidad que perder, disfrutar es lo único que queda.
—Mmmh...—el profesor cerró los ojos y movió implorante las caderas. Le ponía cachondo que le insultaran en la cama; siempre le había costado pedírselo a Kido y, sin embargo, con su hermano había sido algo fácil de conseguir. Qué ironía.—eso... es lo que soy.
—¿Ah, sí?—el Dorado se había agachado en el suelo junto a la cabeza del profesor, y ahora se inclinaba sobre él para crear de nuevo un transitorio reducto de intimidad, dando la espalda a Inti— ¿es eso lo que le gusta, señor? ¿ser un cerdito? ¿Es así como disfruta?
—Joder. S-sí.
No lo decía solamente en el aspecto pervertido -pensaba que en realidad lo era, le gustara o no- pero qué sentido tenía disimular la otra cara de la moneda a aquellas alturas, cuando estaba atado, empalmado y desnudo.
El esclavo colocó su mano sobre la cabeza del sumiso y engarfió los dedos entre los cabellos de éste, tirando hacia atrás.
—En verdad voy a tener que darle una buena zurra por admitirlo tranquilamente, señor...—murmuró al oído de Halley, sonriendo.
—A-ah...
—Y follarle hasta hacerle perder el sentido.
Halley levantó las caderas con desesperación haciendo fuerza con los músculos abdominales.
—fóllame duro ya de una vez...
—Oh, sí. Muy duro.
El Dorado se apartó unos centímetros. Le había temblado la voz al decir aquellas últimas palabras. Se daba cuenta de que jadeaba por ver al sumiso así -tan sensible, tan cachondo-, y de cuánto le apetecía despojarse de los pantalones para mostrarle cómo le tenía. Eso no debería pasar... pero no podía hacer nada, aunque, al menos, trataría de que su estado no interfiriese en cumplir lo que el Amo esperaba de él.
—Destrózame, Gato.
—Lo haré, se lo aseguro.
Ya estaba de nuevo arrodillado sobre el sofá y se inclinaba sobre las piernas elevadas del profesor, sujetando las nalgas de éste con ambas manos y separándolas para lamerle el ano. Con gusto le daría la follada que el pobre hombre pedía casi a gritos, pero no quería hacerle daño y por esa razón se esmeraría en lubricarle bien. Se hacía cargo de que a Halley le urgía sentir una buena verga -que no sería la suya, sino una de plástico con un poco de suerte-, pero en verdad las prisas no llevarían a ningún lado, y, por qué no decirlo, Samiq estaba disfrutando al tomarse su tiempo. Con la cara pegada al culo abierto del profesor, puso la lengua dura y empezó a follarle despacio con ella.
—Nhg...¡Gato...!
Samiq paró para bordear el agujero con la lengua, demorándose unos instantes antes de introducirla de nuevo para volver a hacer gemir su nombre al profesor.
—Gato, Gato, dios...
—¿Más...?—ronroneó en un susurro, afianzando el agarre de sus manos y hundiendo las puntas de los dedos en las nalgas ajenas.
—Más. MÁS, por favor...
No se haría de rogar, aunque de pronto le ponía más duro escuchar al profesor suplicando.
—Puedo hacer que se corra simplemente haciendo esto...—murmuró mientras deslizaba lentamente un dedo en el estrecho e insalivado tunel.
Con cuidado -pero sabiendo lo que hacía- Samiq penetró con el dedo hasta el fondo buscando la próstata del sumiso. Un leve toquecito, o dos, o tres... sería tan accesible en esa posición, y sólo eso bastaría para que el profesor disparara un chorro de corrida. Se abstuvo de hacerlo, no obstante, remoloneando con la punta del dedo sin querer golpear, explorando en círculos y aprovechando para dilatar el agujero.
—¡Mmmmmmh...! ¡GATO! ¡AH-G!
—¿...Más?
—POR FAVOR...
—Si se corre ahora debería zurrarle el doble...—puntualizó dulcemente el esclavo, deslizando otro dedo dentro del cuerpo de Halley para colmar el deseo de éste. Aquel agujero apretado parecía querer engullirle, poco a poco comenzando a ceder. Qué tentador se le hacía a Samiq echar el brazo hacia atrás y empezar a taladrarle con los dedos.
—P-POR FAVOR...
—Hah, vamos, señor. Muestreme lo cerdito que es, no contenga la respiración...
Le gustaba oírle jadear y gemir, por eso le dijo ésto al profesor antes de separarle los muslos y cazarle la polla con la boca. Éste no se lo esperaba y se mojó de golpe contra la lengua del Dorado, abrazado por sus labios, mientras aquellos dedos luchaban por ensanchar su culo. ¿Contener la respiración? santo dios, casi estaba gritando de puro placer.
—Gnnnnh...! MÁS!
Samiq liberó el miembro del profesor y gruñó. Probar el sabor de la excitación ajena había sido lo que le faltaba. Se distanció lo justo para propinar un firme cachete en la nalga derecha de Halley con la mano que le quedaba libre.
—¿Quiere un poco de esto?—apretando la mandíbula, volvió a cachetearle en la misma nalga un poco más fuerte y luego le palmeó suavemente las pelotas—¿un anticipo, tal vez?
—Gato... Gato...
El profesor puso los ojos en blanco y se movió con violencia, agitando ruidosamente la cadena que le sostenía por los pies. Samiq le estaba volviendo loco, tanto que le había hecho olvidar a Inti, y tanto que casi podía imaginar a Kido y verle si cerraba los ojos. No había vuelto a ser penetrado, ni cacheteado, ni alentado a correrse por nadie más... hasta ahora.
—Me alegro de que esto le guste tanto...—el esclavo sacó los dedos de aquel culo apretado solo para volver a meterlos con fuerza e iniciar una follada rápida y rítmica, fuerte, cargando el peso sobre la rodilla contraria en el sofá para llegar más adentro. Tuvo la gran idea de sujetar al profesor por el endurecido miembro con la mano libre para que su cuerpo no se bamboleara en el aire con la fuerza del mete-saca.
—AH, ¡MÁS!
—Shh, voy a buscar un juguetito para meterselo, señor. No tardaré.
—No, no, espera. No... no te vayas... métemela.
Samiq resolló y miró hacia otro lado, rotando inconscientemente las caderas en la misma dirección para ocultar el bulto más que evidente en los vaqueros claros, a pesar de saber que el profesor no podía verle desde su posición.
—No puedo metérsela.—"ya me gustaría", pensó mientras clavaba las uñas en la tapicería del sofá. Se sintió mal por pensar aquello, como traicionando a Argen, aun a sabiendas de que ese tipo de cosas no pueden controlarse.
—Por favor. Por favor, Gato...
—Anda, no me mires así—murmuró Jen, conteniendo la sonrisa, cuando Alex se giró hacia él boqueando desde la plataforma—te dejo ir primero.
Jen era el Amo prioritario de la perra aquella noche, y teóricamente debería ser el primero en tomarla. Pero la escena que veía ante sí entre Alex y Esther se le antojaba tan... ¿bonita? que en verdad no quería interrumpirla. Era casi romántico el lazo invisible entre ellos, teniendo en cuenta que esta cualidad es siempre relativa. A Alex y a Esther se les veía más unidos a medida que pasaban los días... Jen no sabía exactamente qué tipo de relación se estaba fraguando entre los dos, pero, lejos de producirle celos, le gustaba. Se daba cuenta de que Inti también se percataba de la comunicación especial que ellos compartían, pero, a diferencia de lo que le sucedía a él, el rubio reaccionaba con celos. Con celos "a la manera de Inti", claro... es decir, celos sordos y espinosos que se transformaban en cabreo, rabia y malhumor en general; celos que jamás serían reconocidos, y de cualquier forma pasarían por ramalazos de genio, ira o mutismo selectivo.
Había visto al rubio acercarse a los hombres en el sofá y hablar. Había escuchado retazos aislados de la conversación, pero no quería sacar conclusiones precipitadas. Le preocupaba un poco que, cuando el joven del collar dorado dio la espalda a Inti, este pasó minutos enteros clavado en el suelo sin moverse del sitio. Tampoco sabía que estaba pasando por la cabeza del rubio cuando éste avanzó hacia el espejo en la pared y se quedó allí, simplemente delante de él, mirando su propia imagen reflejada. Era raro, muy raro... pero, por lo menos, parecía que se había desplazado su atención y ya no había "peligro" para Esther... mientras ese estado de aturdimiento -o lo que quiera que fuese- durase.
La propia Esther no se sentía en peligro, ya no, y no porque el rubio se hubiera separado de ella. Era curioso cómo había evolucionado todo hasta el punto en que Inti ya no tenía tanto poder sobre su persona, o no al menos el tipo de poder que al principio había tenido. Tiempo atrás, cuando tan solo empezaba la relación entre los cuatro tras firmar aquel contrato, Esther había tenido miedo. Se había sentido muy PEQUEÑA al lado de Inti, acorralada sin salida contra las cuerdas... y había creído sin dudar todo cuanto éste le decía, INCLUSO cuando se había rebelado contra ello. Se daba cuenta de cómo había permitido, simplemente, que el mínimo comentario de aquel hombre hiciera mella devastadora en su autoestima. No había tenido muy claro quién era ella (o qué no era), tal vez por eso se había sentido así.
Con el paso del tiempo, gradualmente había ido cambiando toda esa mierda y, ahora, Esther se daba cuenta de que Inti no tenía motivos reales para hacer lo que hacía. Al menos, de cara a ella no. Ya no le daba miedo "ser" lo que Inti decía que era... sino que le asustaba que al rubio pudiera pasarle algo, ya que claramente sufría. De hecho, hacía todo eso porque sufría. Sí, podría decirse que Esther había pasado de sentirse un cero a la izquierda a pensar como una buena samaritana, qué bien. Afortunadamente, aquella misma mañana, un hombre llamado Daniel Cross se había ocupado de dejarle claro que ella tenía que PROTEGERSE.
No podía ver nada gracias a la tupida capucha que cubría su cabeza, y, realmente, era difícil ser consciente de cuanto pasaba alrededor sintiendo tan cerca la presencia de los Amos (los azotes, las manos de Alex y su respiración, la presencia de Jen). Pero, igual que ellos, había escuchado retazos de la conversación que el rubio había mantenido con quien quiera que estuviera en el sofá junto al potro. "Taylor", recordaba haber oído ese nombre junto a la palabra "cerda"... ¿de quién se trataba? Inti había dicho algo como "seguirle la pista", ¿por qué?
Pero Esther tampoco estaba para ponerse a pensar, porque las manos de Alex ya la sujetaban con rudeza por la cintura y éste había empezado a follarla con ganas, arrancándole gemidos a empujones contra el condenado potro. Su coño respondía de forma inmediata e inevitable, anegado, recibiendo cada estocada de aquel armatoste en un apretado abrazo. Era imposible no dejarse llevar; era sencillamente imposible pensar en otra cosa con Alex dando golpes de cadera detrás de ella. El cuerpo de él se cernía sobre el suyo hasta el punto de solaparse con él, como un cálido manto protector.
—Ahg, G-gato...—semi-suspendido por encima del sofá, el profesor se retorcía absorbiendo las embestidas de la realista polla de goma que empuñaba el esclavo. El trasto mediría aproximadamente unos 20 cm, con buen diámetro y provisto de un turgente glande que ya había desaparecido dentro de Halley—Ah, n-no...
—¿No le gusta...?
—¡Sí, joder!—respondió inmediatamente el interpelado—p-pero...
—¿Qué sucede, señor? ¿estoy haciéndole daño?
Balle sonrió entre lágrimas. Samiq le estaba rompiendo el culo a pollazos y eso dolía, y le encantaba.
—Q-quiero... Gato, tu polla.
—Señor...—Samiq jadeó y continuó la follada mientras daba lentas caricias al miembro ajeno desde atrás—señor, lo siento, no puedo. No puedo hacer eso, soy un esclavo, señor.
—Nadie... se va a enterar—jadeó Halley.
En otro contexto, el Dorado se hubiera reído por lo absurdo de aquella frase, ¿que nadie iba a enterarse? ¿allí? sabía de buena tinta que había hasta cámaras en el Tres Calaveras. Manías del Amo, tal vez por seguridad o tal vez por mera perversión.
—Hah, señor, ¿me está incitando a hacer trampas?
—Por favor...
—Eso está mal, muy mal...—soltó la verga de Halley para volver a cachetearle el culo sonoramente—me obliga a corregirle.
El esclavo se escudaba en pensar que le azotaba porque sabía que eso pondría más cachondo a Halley y desviaría su atención. Sin embargo, el hecho es que también le excitaba a él mismo hacerlo. Más de lo que hubiera querido.
Sin querer parar el movimiento frenético de aquel pene de goma en su mano, se daba cuenta de que estaba palpitando contra la tela de los vaqueros y que -oh, joder- hasta podría llegar a correrse sin tocarse, por el roce, si seguía así. No podía detenerse ahora y dejar a Halley a medias (y no quería hacerlo), pero ¿qué podría hacer entonces? ¿sería muy duro el castigo que le esperaba si no podía aguantar y se corría finalmente en los pantalones? nunca, jamás había sucumbido a ello antes con alguien que no fuera Argen. Se aferró con toda su fuerza mental a este pensamiento, pues el miedo a la cólera del Amo -y sobre todo a fallarle y a dejar de ser querido por él- servía para atemperar su ardor...al menos a momentos.
Samiq dejó que el culo de Halley se tragara el tronco de aquel pollón, y le folló con la rudeza requerida hasta correrle de nuevo. Por segunda vez el profesor había derramado su leche, en esta ocasión sobre su propio estómago, manchando su camisa y salpicando su pecho, su cuello y hasta su cara. Incluso el infeliz había podido probar el sabor de su propio semen al saltar un par de gotas a sus labios.
—¿Simut?—Samiq miraba aun acelerado al profesor mientras éste se reponía, al tiempo que sostenía contra la mejilla el auricular de lo que parecía un teléfono antiguo o estilo retro-vintage. Aquel teléfono negro con remaches dorados estaba en un área relativamente visible del reservado, sobre una elegante mesita auxiliar contra la pared. Servía para comunicarse directamente con el espacio detrás de la barra en el local, lugar en el que ahora estaba el otro esclavo que era propiedad de Argen: Simut, el hermano de esclavitud de Samiq.—Oye... necesito que... ahm, ¿hay alguna habitación preparada?
Si Samiq era el Gato de Argen, Simut era su Caballo de carreras. Aunque eso en realidad forma parte de otra historia.
—¿La Siete? Perfecto. Ah, Simu... sabes... ¿tú sabes cuándo podremos hablar con el Amo?
Argen se encontraba en uno de sus viajes y había dado orden expresa de que no se le llamara hasta el cierre de cierta ponencia científica. Samiq se había aprendido la fecha exacta de memoria, pero ahora, tal vez a causa de los nervios o del mismo calentón, no se fiaba de su propia cabeza. Por descontado, de no tener que cumplir la orden de no contactar, el Dorado hubiera avisado a Argen en cuanto se dio cuenta de quién era el profesor.
—Gracias, hermano. Estupendo—murmuró al auricular— Por cierto, no te he dicho que... bueno, Halley está aquí.