Completo
Álex encontró una pila de toallas en el piso de arriba, en un cajón bajo el lavabo del baño enano a la entrada de la casa. Tomó una para enroscársela a la cintura y bajó el resto al sótano, moviéndose aún como flotando en estado de feliz aturdimiento post-orgásmico.
—¿Tienes frío?—inquirió una vez allí, mientras le echaba una de las toallas a Esther por encima de los hombros.
La chica asintió, tiritando sobre el banco y abrazando su propia desnudez. Tal vez aquella estructura de hierro tipo salamandra era eficaz para calentar la estancia, pero estaba apagada y se sentía frío al salir del agua, o por lo menos ella estaba helada. Era extraño, porque dentro de su cuerpo sentía calor; más exactamente en su sexo, expandiéndose como globo incandescente hacia su bajo vientre, arañando su interior al mismo tiempo. De pronto, álgo denso y cálido resbaló desde dentro de su vagina y mojó la parte interna de sus muslos.
—Mierda...—musitó para sí, encontrándose de pronto mareada.
—¿Estás bien?
Álex se sentó en el banco junto a ella y lanzó una mirada de soslayo a Inti, quien había vuelto a meterse en el agua.
—Sí, sólo... creo que me acaba de bajar la regla—murmuró Esther, sin llegar a disimular lo mucho que esto la contrariaba.
—Oh.
—Estoy manchando la toalla. Debería subir a cambiarme...
—Claro. Te acompaño—dijo él, poniéndose en pie y tendiéndole una mano. No sabía qué desinfectante había en el agua de aquel jacuzzi, pero se daba cuenta de que dejaba olor en la piel— ¿Quieres ducharte?
Esther se dejó guiar por Álex escaleras arriba, apoyándose en su hombro y recargándose contra el calor de su cuerpo. Subieron por la escalera hasta el piso superior y dejaron a Inti atrás, ya conociendo el gusto del rubio por estar a su bola.
Una vez arriba, Esther le echó los brazos al cuello a Álex y le besó la mejilla por el simple deseo de hacerlo. Él respondió con una sonrisa de oreja a oreja y puso cara de niño en la mañana de navidad, torciendo la cabeza para darle un mordisco suave y juguetón en el cuello. Ambos quedaron mirándose el uno al otro durante unos momentos, al inicio de la escalera que conducía al segundo piso; Alex con los ojos entornados y la mirada aun nublada por el deseo, Esther con urgencia por comérselo a besos. Ni ella misma sabía bien de dónde venía eso ni tampoco le importaba; tal vez sólo quería a Álex, y quizá todo era tan simple como que sentía un cariño cada vez más grande hacia él. Era curioso que Álex pudiera temerse a sí mismo de cara a lo que hacía con Esther, considerando lo segura que ella se sentía a su lado.
—Álex...
—Dime.
Ella sonrió entonces, dejándose contagiar por la ilusión de él.
—Te quiero mucho.
Al oír aquello, él la atrajo hacia sí para abrazarla. No sabía qué tipo de "te quiero" era ese, si se trataba de un "te quiero" romántico o más bien amistoso, pero escuchar aquellas palabras le conmovía.
—Yo también...—suspiró, estrechándola contra su torso aun mojado gracias a las gotitas de agua que caían de su pelo.
No mentía al decir eso. No sabía si era cariño exactamente lo que sentía hacia Esther, pero parecía como que algo cálido le estallase en las venas cuando la tenía cerca y podía mirar más allá de sus ojos, más allá de su piel. Si acaso amor sin cantos de sirena, despojado de héroes, príncipes y princesas; deseo cotidiano en crudo, instinto temido y temible.
Subieron la estrecha escalera abrazados cuerpo contra cuerpo hasta llegar arriba. En el segundo piso solamente había una habitación -bastante amplia, eso sí- y al lado el cuarto de baño principal, equipado con ducha y bañera.
Sin mediar palabra entraron al cuarto de baño alicatado en blanco, y, como si estuviera más claro que el agua que hubieran ido allí a ducharse juntos, Álex retiró la mampara de la ducha y abrió los grifos.
—Sabes, Álex. A veces pienso... que no sé muy bien cómo va a terminar todo esto—Esther habló en voz baja sin mirarle, por encima del murmullo del agua al caer—pero... pase lo que pase, no querría perderte.
Se quedó de alguna forma tranquila después de soltar aquello. Se daba cuenta de que la posibilidad de "perder" a Álex -y a Jen, y a Inti, o lo que tenía con cada uno de ellos- si algo salía "mal" era algo en lo que le dolía pensar. Sabía de los conflictos que los chicos sostenían entre ellos como "Amos", y sentía que esos conflictos hacían, probablemente, que aquella relación a más de dos bandas fuera tirante y frágil. No le daba tanto miedo que la relación Amos-sumisa se rompiera, como "perder", en este caso, el vínculo que tenía con Álex.
¿Podría llamar "amistad" a ese vínculo? en realidad no lo sabía. Tal vez era menos que amistad; tal vez más, o tal vez se trataba de algo que no se podía cuantificar, ni clasificar, ni encasillar.
—Claro que no vas a perderme—respondió él de forma inmediata, frunciendo el ceño con extrañeza—¿Por qué ibas a perderme?
Ella se encogió de hombros y levantó la mirada hacia él con gesto de indefensión.
—No lo sé. Sólo... no querría que eso pasara nunca.
Álex rió y negó con la cabeza al tiempo que le tendía la mano para ayudarla a entrar en la ducha.
—Eso no va a pasar. Qué tontería.
—¿Me lo prometes?
—Claro—repuso sin dudar—¿Tú me lo prometes también, que nunca voy a perderte?
Dicen que las promesas las carga el diablo. ¿O eran las palabras?
—Te lo prometo—contestó ella.
Hicieron el amor bajo el chorro de la ducha, aunque esta vez sin penetración. Se dedicaron un buen rato a encontrarse recovecos, a jugar con las manos enjabonadas sobre la piel contraria y a besarse entre risas, despacio, sin apuro.
Esther estaba sangrando. Se sentía hambrienta, cansada y algo dolorida después de que Inti la hubiera follado por detrás, pero a pesar de todo ello llegó de nuevo al clímax dos veces cuando Álex la tocó.
Se corrió abrazada a su cuello y gimiendo contra su hombro, enroscando una pierna en torno a las suyas y pegándose a su cuerpo. Por su cuenta había comenzado a jugar con el glande de él, usando la mano izquierda impregnada en jabón para terminar masajeándole vigorosamente, bombeándole hasta hacerle eyacular contra su ingle en cuestión de minutos.
Después de reponerse tras la apasionada ducha -que dejó a ambos con las piernas temblando-, Álex llevó a Esther al dormitorio y, nuevamente con la toalla a la cintura, bajó para subir las mochilas donde ambos tenían muda y ropa.
—Estás un poco pálida, ¿te encuentras bien?—inquirió cuando regresó, sentándose en una de las camas junto a ella.
—Sí. Será por la regla, no te preocupes.
Álex presionó suavemente el hombro de Esther para ayudar a ésta a tenderse sobre la cama. Ella intentó protestar.
—Ven, deja que te ayude.
—Estoy sangrando...
—Da igual.
Se tomó a pecho el posible malestar menstrual de Esther y comenzó a vestirla con la ropa que encontró en la mochila, haciendo gala de una delicadeza que resultaba hasta cómica. Viendo la caja de compresas allí metida, parpadeó como si nunca en la vida hubiera tenido tan cerca algo semejante y retrocedió, recordando al mismo tiempo que debían deshacerse del tampón que habían dejado al borde del yacuzzi en el sótano.
—¿Vas a usar una de estas?—inquirió, mostrándole a ella el paquete con gesto interrogante.
—Sí, sí. Ya me la pongo yo...
Álex la dejó hacer y después la ayudó a vestirse con un sobrio pantalón de chandal, sudadera polar y calcetines gruesos de lana. Fuera, la lluvia continuaba cayendo y repiqueteando contra los cristales estremecidos a golpe de viento.
—¿Tienes hambre?—preguntó, estirando la colcha para colocarla a los pies de Esther, quien continuaba echada.
—Muchísima...—admitió ella, comenzando a sentirse amodorrada como pollito en incubadora al entrar en calor. Respecto a si tenía hambre o no, se sentía capaz de comerse una vaca entera a decir verdad.
—Sólo hay que calentar la comida, yo lo haré.
Álex dijo ésto mientras se quitaba la toalla y la dejaba en una esquina de la cama. Sin darle la menor importancia al hecho de estar desnudo, se giró parcialmente para inclinarse sobre su mochila abierta y sacar su ropa, todo con mucha calma. Esther estaba agotada, pero aún así se mordió el labio inferior por reflejo cuando él le mostró la fortalecida espalda y un sesgo de su culo.
—Qué bueno estás—murmuró casi para sí.
Él se echó a reír al oír aquello y saltó dentro de unos vaqueros grises bastante desgastados.
—Gracias. ¿De qué quieres el bocadillo?
No se consideraba particularmente guapo, y normalmente no sabía qué hacer con los halagos, así que cambió de tema.
Mientras Álex bajaba a la cocina y Esther se permitía cerrar los ojos por un rato, acunada por el incesante golpeteo de las gotas lluvia en la ventana, Inti abandonó por fin el jacuzzi del sótano y cogió una de las toallas que quedaban en el banco de madera.
Trataba de no pensar en nada mientras se secaba pormenorizadamente el cuerpo; intentaba evadir cualquier idea que llegase a su mente tras lo que acababa de ocurrir, pero aún así sentía que aquella náusea que empezaba a resultarle tan familiar volvía a atenazarle la garganta.
Renegando entre dientes y sintiéndose estúpido -tal vez hasta sintiéndose sucio en cierto modo- se colocó la toalla en torno a las caderas, de forma parecida a como antes lo había hecho Álex, y se dispuso a recoger las prendas mojadas de lluvia que había allí tiradas. No recogió solamente su ropa; ya que estaba allí, en un inusitado arranque de solidaridad, tomó también la de Álex e incluso los leggings, la sudadera y las bragas de Esther. Supuso que en la planta de arriba tendría que haber algún lugar donde tender todo eso y ponerlo a secar.
Se dio cuenta de que sentía hambre, pero, increíblemente, su estómago y su garganta seguían cerrados por el asco al mismo tiempo. Apagó el motor del jacuzzi sosteniendo las ropas mojadas contra su cuerpo, se giró hacia la escalera y emprendió el camino hacia el piso de arriba, los dientes castañeteando.
Al llegar al piso superior escuchó ruido en la cocina. Se asomó lo justo por la puerta entreabierta para ver a Álex desplegando sobre la mesa diferentes paquetitos envueltos con papel de plata, pero no se detuvo. Continuó caminando hacia el saloncito, no encontrando radiadores a primera vista y decidiendo dejar las ropas mojadas sobre la amplia repisa de la chimenea de piedra, lo más estiradas posible. Había troncos preparados y una caja de pastillas del tipo que se usan para las barbacoas; tal vez luego pudieran encender fuego allí, incluso podría decirse que no les quedaría más remedio, porque no parecía haber otro dispositivo de calefacción en la casa.
Estremeciéndose de frío al caminar semi desnudo y descalzo por allí, cogió su mochila y se encaminó al segundo piso para ducharse y vestirse.
Esther sintió los pasos del rubio acercarse por las escaleras. Sabía que quien llegaba era Inti y no Álex porque con el tiempo había aprendido a identificar la manera de moverse de cada uno; las pisadas de Álex eran más sonoras, más fuertes, aparte de que él solía hacer más ruido que Inti o Jen, y hablar o cantar -esto último bastante mal- mientras caminaba.
No abrió los ojos a pesar de sentir que el rubio se aproximaba a la cama. Tumbada como estaba, se esforzó en controlar su respiración, haciéndose la dormida mientras su corazón se disparaba.
Aquellas pisadas se detuvieron a centímetros del borde del colchón, y Esther tuvo que forzarse a no abrir los ojos. De pronto no se sintió con fuerzas de mirar al rubio y no supo por qué; sólo quería desaparecer y que el lecho la engullese, como si eso fuera posible.
—He dejado tu ropa tendida en la chimenea—le espetó él con su acostumbrado tono glacial—Las zapatillas están abajo.
Bueno. Al menos no se trataba de recriminarle nada, si eso era todo.
—Gracias, Amo—se forzó a responder tras tomar aire, aun con los ojos cerrados.
A pesar de no ver a Inti, pudo sentir de algún modo cómo la expresión de éste cambiaba y se tensaba ante ella. Le escuchó resoplar y se preparó para recibir un comentario despectivo -tal vez incluso un revés con el dorso de la mano o un bofetón- por haber decidido por cuenta propia no mirarle... pero nada de eso llegó.
Simplemente, Inti se dio la vuelta sin más y se largó, arrugando la nariz al pasar junto a la mochila abierta de Esther al percibir el olor a compresa recién puesta sin llegar a identificarlo, eso sí. Aunque no que ella pudiese ver este gesto tampoco.
El rubio se había dado cuenta de que ella estaba algo pálida, y de hecho se vio a punto de preguntarle si estaba bien, pero echó el freno a tiempo. Más que echar el freno, algo le impidió preguntar. Desde que vio a Balle, Inti se sentía caminando entre dos aguas y eso era incómodo y frustrante, porque ya no podía "odiar" a Esther... pero tampoco estaba seguro de si quería "verla". Y, desde luego, le costaba asumir que tal vez se había equivocado con ella al catalogarla desde un principio como niñata caprichosa y superficial. Le costaba asumirlo, entre otras cosas, porque, a su pesar, se sentía de golpe culpable sin tan siquiera haber pensado en ello en profundidad.
No, desde luego no quería acercarse a Esther cara a cara (el culo era otra cosa, se dijo amargamente). No de momento, no podía. Comenzaba a sentirse demasiado mal y no quería, por nada del mundo quería afrontar lo que realmente había estado haciendo con ella bajo la excusa de la "doma".
Mientras sentía el agua de la ducha como bálsamo arrastrando las impurezas sobre su piel, el recuerdo de la voz de Kido le vino a la cabeza: «Y quién te mandaba a ti meterte en estos líos. "Doma", "sumisa", ¿qué necesidad tenías de todo eso?». En realidad eran palabras del propio Inti, claro... o el pensamiento de Inti más bien, articulado en la voz de su hermano, ya que éste jamás habría dicho algo como eso. ¿"Líos"? Ja... el mismo Kido había sido especialista en meterse en ellos.
Se enjabonó todo el cuerpo con insistencia; si hubiera tenido a mano un estropajo lo habría usado sobre su piel, pero allí no tenía otra cosa que sus manos. No podía librarse de ideas aparentemente sin sentido que atravesaban su mente como relámpagos una y otra vez, algunas de ellas con la persistencia de una mosca cojonera. Eso no podría limpiarlo ni frotándose con papel de lija. "¿Eres lo que eres?", "¿eres lo que haces?" "¿Qué haces?" "¿Quién eres?"
"¿Qué te alimenta?"
"¿Qué necesidad tenías de todo eso, Inti?"
"¿Qué harás ahora que sabes la verdad?"
Porque la sabía, por mucho que no quisiera mirarla.
Cerró los grifos maldiciendo, de nuevo su ánimo yendo y viniendo entre la irritación y el desconcierto como una pelota de ping-pong. Cross solía decir que el enojo como tono de ánimo era bueno en cierto sentido, porque solía ser transitorio y no durar demasiado: poca gente tolera el fuego vivo en las venas durante mucho tiempo, así que uno tiende a moverse rápidamente al estado emocional siguiente, lo que sea que exista más allá de la ira. Cross ayudaba a sus pacientes a pasar a través de la ira porque evitarla -o reprimirla, o incluso negarla- suponía una gran pérdida de energía y de tiempo, dejando aparte sentimientos de aflicción y de culpa en el fondo por no haber enfrentado las cosas. También ayudaba a las personas a gestionar esta emoción, para que pudieran canalizarla o descargarla en un entorno seguro sin hacerse daño y sin hacer daño a otros.Pero, por desgracia, Inti no conocía a Cross... ni habría razones para que en un futuro próximo se fueran a encontrar, aparentemente.
Así que el rubio estaba completamente solo en su proceso ahora, caminando en la oscuridad sin lámpara ni brújula. Solo con su auto-rechazo al descubrir que tal vez cometió grandes errores (no se explicaba cómo); solo consigo mismo, con sus rachas ira y con todo lo que había detrás y más allá. Dolor, heridas abiertas, rabia -mucha rabia incluso después de la rabia, hacia fuera y hacia dentro-, terror a lo desconocido.
No era consciente tampoco de que podía buscar ayuda para soportar semejante carga; al fin y al cabo, todo se lo había buscado él, ¿no?
Salió de la ducha, se secó, y se dio cuenta de la toalla manchada de sangre que había sobre el inodoro. Vaya, al parecer a Esther ya le había bajado la regla... eso, o alguno de los dos (Esther o Álex) se habían abierto la cabeza o algo peor, aunque esa opción parecía improbable.
Se vistió con unos vaqueros, una camiseta blanca y una camisa de cuadros en tonos marrones y amarillos encima; se puso unos calcetines blancos y tal cual salió de allí, enfilando escaleras abajo para encontrarse con Álex.
La estampa de naturalidad y "normalidad" -por llamarlo de algún modo- y la fuerza vital de Álex hacían sentir mejor al rubio, aunque éste jamás lo reconocería. En cierto sentido, el burrismo terrenal de su amigo le hacía sentir como pisando suelo firme.
—Hace frío en la casa—anunció Álex nada más vio a Inti aparecer en la cocina—deberíamos encender la chimenea.
—El dormitorio es frío—señaló Inti.
Álex sacó una bandeja grande de un armarito y comenzó a "limpiarla" distraídamente con la mano, para poner la comida sobre ella. La planta de arriba era más fría, sí, pero pensaba que tal vez el refugio estaba diseñado para que ascendiera el calor desde la chimenea en el salón, pues el techo se cortaba y existía un espacio diáfano que conectaba un piso y otro. No lo confirmarían hasta tener el fuego encendido, de todos modos.
—Encenderemos la chimenea—repitió—¿Una cerveza?
—Una detrás de otra—farfulló Inti, abriendo el frigorífico para coger una lata.
Justo en aquel momento, el teléfono del rubio sonó dentro de una de las mochilas en el piso de arriba. Lo escucharon de milagro porque el tono de llamada no era especialmente escandaloso, pero quien brincó del susto fue Esther.
El que llamaba por teléfono era Jen. Esther no pudo oír sino parte de la conversación entre él e Inti, pero se enteró de que, aunque la ponencia y las actividades habían terminado por aquel día, Jen se retrasaría porque, al parecer, tenía que resolver algo con Paola. Joder, qué tía más petarda la Paola, ¿acaso no sabía hacer nada sola o qué?
Esther estaba comenzando a dormitar cuando el teléfono había roto a sonar. Tras saber que Jen volvería más tarde le fue imposible pegar ojo, sin embargo. A decir verdad, tenía ganas de darle dos ostias a la tal Paola -eso era lo que sentía en bruto-, y le resultaba sobrecogedor sentirse tan "violenta", pero no podía evitarlo. Bueno, si aquello quedaba solamente en su cabeza y nadie salía herido, qué importaba, ¿no? como si le daba por pensar en formas truculentas de asesinarla (y hacer que pareciese un accidente).
Aún sintiéndose mareada y molesta con la regla, manchando cada vez que se movía o cuando tan sólo cambiaba de postura, se puso en pie despacio para dirigirse al piso inferior y reunirse así con los otros dos. En realidad era a Álex a quien sentía que necesitaba ver, aunque se hizo el firme propósito de no contarle que estaba celosa del rollito que se traían Paola y Jen.
Se instalaron los tres en el pequeño salón de paredes de piedra, Alex y Esther sentados en el sofá de tres plazas (tres plazas justitas) frente a la tele mientras Inti encendía la chimenea. En la mesita de café habían dispuesto los paquetes abiertos de croquetas y los bocadillos, un cuchillo para cortarlos en porciones y tres latas de cerveza fría. Esther hubiera rechazado educadamente la cerveza y hubiera pedido permiso para tomar algo caliente en su lugar, pero comenzaba a sentirse enfadada aunque no lo exteriorizase, y, en ese estado, la tentación de pillar una semi-borrachera para al menos desconectar era grande. Se bebería aquella primera lata en un par de tragos solo por eso, de hecho, pensó.
Álex anduvo trasteando un rato con el mando a distancia de la televisión, comprobando que al parecer sólo se pillaban unos canales rarísimos allí. Documentales, bricomanía alemana, canal cocina en diversas versiones, competiciones deportivas... Sonrió. De no haberse traído el ordenador portátil -donde había descargado algunas películas y capítulos de series-, la tarde sería un coñazo, pues la lluvia no cesaba de caer. Aunque en aquel salón encontró algunas cosas que, a las malas, podrían servir de pasatiempo: una baraja de cartas, un aparato de video, cintas VHS cuya carátula no miró, y un juego de scrabble viejísimo al que seguramente le faltarían un montonazo de letras.
A Inti no le fue difícil prender los troncos de la chimenea con ayuda de las pastillas, y en pocos minutos comenzó a sentirse calorcito en la estancia. Empezó a entrarles cierta modorra lógica después de comer, al menos a Esther y a Álex, que se repantingaron juntos en el sofá mientras Inti salía a fumar un cigarro esporádico.
La tarde transcurrió relativamente tranquila, al menos hasta que a Álex se le ocurrió mirar aquellas cintas de video antes de abrir el ordenador, por mera curiosidad. Resulto que al abrir las carátulas en blanco comprobaron que todas ellas eran de cine porno "amateur", al parecer. Las cintas estaban rotuladas con títulos dispares como "las bolas de mi sargento" (I y II), "Putas y gatos", o incluso "Enculatrix "... No había duda de que el que puso aquellos nombres le echaba humor e imaginación al asunto, desde luego, sin ninguna vergüenza. Y, si era la misma persona que filmaba, tampoco había tenido ningún pudor en tapar o cortar las caras de las personas en escena, al menos en la película que los tres visualizaron casi hasta el final.
La película en sí era bastante esperpéntica. Quizá, precisamente por el grado de bizarrez del que hacía gala, les mantuvo más de una hora pegados a la tele a pesar del inexistente hilo argumental.
—¿Qué tipo de degenerado ha grabado esto?—escupió Inti sin poder apartar los ojos de lo que parecía una violación simulada en la pantalla.
—El degenerado con el que contactó Jen—sonrió Alex, encogiéndose de hombros y suponiendo que aquel material sería del propietario de la casa, ese hombre rechoncho que les había esperado junto a la verja de la colonia en la mañana.
—Qué asco.
—Anda, mira. ¿Esto no está rodado en este mismo salón?
Esther abrió los ojos como platos al ver cómo dos tipos trajinaban sobre la inconfundible tapicería del sofá, ¡Álex tenía razón!
—El cabrón usa la casa para grabar películas...—masculló Inti sin apartar los ojos de la pantalla.
Tal vez aquel refugio en la pacífica aldea era algún tipo de picadero para el propietario, o tal vez el lugar sólo promovía espacio y escenografía para aquella mini-industria pornográfica, quién podría saberlo. Quizá el tío vendía las películas, o simplemente hacía aquello por disfrute personal sin llegar a lucrarse por ello. Todo esto, dando por hecho que las grabaciones habían sido realizadas bajo el consentimiento de los "actores" y "actrices"...
—Oh. ¿Y si el tío tiene cámaras instaladas?—musitó Esther—¿y si tiene una cámara abajo, en el yacuzzi...?
Álex se echó a reír y meneó la cabeza. No podía negar que lo que decía Esther era lógico y que el polvazo que habían pegado en el sótano podría haber quedado grabado; viendo lo visto, ¿por qué no? No recordaba haber identificado ninguna cámara, pero no haberla visto no significaba necesariamente que no existiera. De hecho, tal vez si trasteaban un poco por allí podrían encontrarla.
—Qué pereza ponerse a buscar...—comentó, más bien pensando en voz alta. No daba muestras de inquietarse por la posibilidad de haber sido grabado; le sorprendía lo que estaba viendo pero tampoco le importaba demasiado. Aunque, si Esther se lo pedía, buscaría cámaras o lo que fuera en el sótano.
—Apaga eso, por favor. Se me está revolviendo el estómago.
Paró de llover cuando comenzó a caer la noche sobre la colonia, aunque aun una espesa capa de nubes impedía que se vieran las estrellas y solapaba el halo plateado de la luna.
Después de jugar unas cuantas partidas a aquel roñoso scrabble, los tres consultaron la propaganda turística que había traído Álex para encontrar un sitio donde ir a cenar. Podrían coger el coche para llegar a una pequeña taberna que tenía buena pinta, famosa por sus especialidades culinarias y especialmente por el cordero a la brasa, a tan solo unos minutos de la colonia por un acceso lateral. Inti envió un mensaje a Jen por si quisiera unírseles tras solucionar aquellas gestiones con Paola, pero éste no respondió.
Tras sofocar los últimos rescoldos que quedaban en la chimenea, se abrigaron y se pusieron en camino.
Llegaron al lugar sin perderse, encontrando una atmósfera amable y algo cargada en el local casi vacío, todo ambientado en un estilo entre medieval y vintage. Crespones gris plata como telas de araña cruzaban las vigas de madera en el techo, tamizando la luz melocotón que caía sobre unas cuantas mesas rústicas procedente de bujías -bombillas en forma de llamas de vela- armadas sobre arañas de metal macizo. Por dentro, lo cierto era que aquel lugar bien podría haber sido ese bar a pie de playa en aquella película donde unos niños buscaban el tesoro de Willy El Tuerto.
Durante la más que abundante cena -la comida era buena, y tanto que sí- Alex le preguntó a Esther cómo le había ido en las sesiones de terapia, como quien no quiere la cosa. Ella no llegó a sentirse violenta, pero lo cierto es que no quiso dar detalles al respecto más allá de un escueto "bien", no porque le cohibiera decirle más a Álex, sino porque Inti estaba ahí. Y, al fin y al cabo, toda la cosa de las terapias había venido motivada por Inti... más bien porque Esther quería acercarse al rubio y no sabía cómo. Aunque, al parecer, la terapia en sí iba a tomar un camino muy distinto según palabras de Cross y de Jordan: el camino de no hacer de Inti un eje sino aprender a protegerse ella misma; el camino de ser (no ser "esto" o "aquello", ser uno mismo que ya era bastante) y de no abandonarse en trampas mentales como cunetas. Le habían dejado entrever que sentirse bien -sin hacerse daño y sin hacer daño a nadie- era su derecho como persona y su responsabilidad, siendo eso más importante que el valor que pudiera darle a su relación con otra persona.
Decidió desviar el tema a algo que le preocupaba a ella: el cómo se tomaría Inti que hubiera decidido ponerse a buscar trabajo. Para hablar de aquello sí que le daba seguridad que estuviese Álex allí, porque algo le había contado a él ya, y porque sabía que Álex -aparte de apoyarla en su decisión- era sensato y eso le tranquilizaba, como si aquella cualidad pudiera contagiarse.
Inti no comentó nada respecto al tema, sin embargo, para sorpresa de Esther. No dijo ni mú, sólo asintió brevemente cuando ella le preguntó qué le parecía y luego siguió a lo suyo, masticando y bebiendo sin que su expresión cambiase un ápice. Igual que si Esther hubiera dicho "hace frío esta noche" o cualquier obviedad.
A pesar de sentirse inquieta -y bastante jodida- cada vez que pensaba en Jen, Esther comió en la taberna hasta el hartazgo y más allá. Cordero a la brasa con patatas y cebolla confitada, patatas asadas, salsas diversas, verduras y setas empanadas... todo ello regado con el vino típico del lugar, que resultó ser bastante cabezón. Quizá porque era la primera vez que salían de viaje no escatimaron pidiendo; podrían haber sido más comedidos, ciertamente, pero la situación se sentía como que tirar la casa por la ventana era lo más lógico y genial.
Tal vez ella se volcó en comer incluso para desconectar de las "escenas" que no podía evitar imaginar, al saber que Jen estaba con Paola. Y claro, comió tanto que al final se le hizo difícil hasta moverse para ir al baño y cambiarse la compresa, qué horror. Sí, también seguía molesta con la regla, y más aún lo estaba después de hincharse a zampar de semejante manera.
Echando unas risas por la posibilidad de que los tres terminaran bajando las escaleras rodando -según palabras de Álex-, salieron de allí unas cuantas horas después, Esther trastabillando por un súbito acceso de sueño e Inti dando tumbos porque al parecer bebió más de la cuenta. Álex, afortunadamente, se había mantenido sereno con vistas a que conduciría de vuelta hasta el refugio en la colonia.
El coche se veía vacío y extraño sin Jen durante el trayecto de regreso, o al menos eso sintió Esther. El viaje se le hizo corto aún así, mientras contemplaba con los ojos semicerrados la carretera a través de la ventanilla del asiento de atrás. Parecía que Inti y Álex iban charlando de algo -y no precisamente en voz baja- en los asientos delanteros, pero ella se sentía demasiado cansada hasta para prestar oídos a la conversación. El dolor de estómago era más bien una molestia -soportable en cualquier caso-, y ella se sentía a gusto con el calorcito en el habitáculo del vehículo... pero se sentía descorazonada a la vez, y se alegraba de estar demasiado fatigada para pensar, para afligirse, para llorar.
Perfectamente podría haberse echado a llorar por echar de menos a Jen, o simplemente por rabia, de tener energías para ello. Ah, pero el paseo, la lluvia, el sexo, la regla y luego la comilona... demasiadas batallas físicas para ahora mantenerse alerta al cien por cien.
Álex entró sin problemas de nuevo en la colonia y estacionó el coche junto al refugio de piedra, casi en el lugar exacto donde lo había dejado aquella misma mañana. Salieron al viento húmedo y frío de la noche, Inti tanteándose el bolsillo al notar la vibración de su teléfono móvil y Esther mirando de reojo, aunque poco pudo ver, pues Alex le rodeó en aquel momento los hombros con el brazo y comenzó a caminar con ella en dirección hacia la puerta.
Inti siguió bebiendo cuando llegaron a la casa, agarrando una lata detrás de otra de las que aun quedaban en la pequeña nevera (tal y como había dicho que haría). Álex ayudó a Esther a sentarse en el sofá del saloncito y se agachó de nuevo ante la chimenea para prender un nuevo tronco. Sonreía: a él le parecía estupendo haberse puesto hasta arriba de buena comida; conducir había sido un placer, y amaba el olor de la madera prendida y la resina, ¿qué más podía pedir?
Pusieron otra vez la vieja tele y dejaron un canal de música, aprovechando para acurrucarse el uno contra el otro mientras Inti farfullaba en la cocina. Se veía que quería beber solo allí mejor que acompañado; bueno, Esther y Álex resolvieron dejarle en paz.
Ella suspiró contra el cuello de él, la mejilla apoyada sobre el latido recio de su corazón. Dejó que los pesados párpados cayeran por fin y, sin darse cuenta, se quedó dormida.
«—Hey, Esther, ¿has visto a Paola?—decía Jen en su sueño, con cara de felicidad, mientras señalaba a la chica desnuda arrodillada a sus pies—es sumisa también. Le gusta obedecer.»
Despertó de pronto a causa de unos fuertes golpes en la puerta, aparte de sobresaltada por la pesadilla. Una náusea como chute de hiel subía por su garganta a causa de aquellas palabras, palabras que su imaginación había puesto en boca de Jen por quién sabe qué extraño y truculento motivo.
—Vaya por dios...—escuchó la voz arrastrada de Inti quebrarse en algo parecido a una carcajada. El rubio llevaba una cogorza fina, comprendió—con lo bien que estábamos sin ti...
¿Oh? ¿Con quién hablaba, quién...? espera un momento, ¿golpes en la puerta?
Esther se incorporó de golpe y se frotó los ojos, dejando escapar un gemido quedo cuando cuajarones densos y calientes salieron de su interior tras moverse con fuerza. Tan pronto como su vista se acomodó a la tenue luz del salón, pudo ver a un sonriente Jen entrando por la puerta, y a Inti yendo a su encuentro arrastrando los pies. Por un momento se le paró el corazón al pensar que Jen podía venir acompañado de Paola, pero en cuestión de segundos pudo comprobar que no era así.
—¿Dónde coño se supone que estabas?—era Álex quien había dicho aquello en tono cabreado, saliendo de algún lugar entre las sombras y acercándose a Jen como si fuera a atizarle—son casi las tres.
El interpelado se volvió para encarar la súbita bronca y enarcó ambas cejas.
—¿Y tú qué eres, mi madre o qué?—inquirió, ladeando levemente la cabeza.
—No, tio, tu madre no. Pero se supone que esto eran unas vacaciones de fin de semana todos juntos, ¿no?
Inti se echó a reír a mandíbula batiente y tuvo que sentarse en una esquina del sofá para no caer. Jen apretó los labios como para contener una carcajada y tomó aire.
—Unas vacaciones "en familia", sí—respondió en tono burlesco pero conciliador a la vez. De algún modo esperaba que Álex se diese cuenta de lo que acababa de decir, que a su juicio no era moco de pavo, y de lo que le "reclamaba". Aunque Álex seguía en su burro, convencido de su postura y echando chispas por los ojos, ¿por qué diablos estaba tan enfadado?
Álex apretó la mandíbula y negó con la cabeza. No, esos capullos no entendían, ninguno de los dos. No era estar en familia, ¿familia? por dios, qué aberración; no era por eso, era... era por Esther. Él sabía que ella les quería a los tres (y cómo le jodía a veces, cuando sentía que ella sentía afecto por quienes en su opinión no lo merecían), pero ninguno de los otros dos parecía tener conciencia de eso. No era que Álex se considerase a sí mismo un ejemplo a seguir, desde luego que no, pero para él era importante que Esther estuviera bien... y daba por hecho que eso incluía la presencia de otras personas en la ecuación, por mucho que a él no le gustase "compartir". ¡Le encantaría borrar a Inti y a Jen de esa condenada ecuación a veces! pero no era cuestión de lo que él quisiera, sino de lo que le hacía feliz a Esther. Más allá de etiquetas como "Amo", "sumisa", "novia", "novio", él quería cuidarla y, en la medida que pudiera, darle más felicidad que quebraderos de cabeza. Quería hacerle, si podía, la vida más fácil, más divertida, mejor. Él empezaba a conocerla, y quería seguir haciéndolo-como amigo, como lo que fuese-... pero esos cabrones, los otros dos en discordia que a su pesar eran factores comunes con Esther, ellos no entendían nada. No les importaba una mierda.
—Me dan ganas de escupirte a la cara—le soltó a Jen.
—Álex, pero qué te pasa...
—¡Deja de poner ese tono paternalista chulesco!
Esther parpadeó y se movió sobre el sofá con la esperanza de ser vista, sin acertar a decir "eh, estoy aquí", lo que hubiera sonado a la llamada de un naúfrago desde una isla desierta. Inti, alcoholizado, se giró hacia ella desde el otro extremo del sofá y le lanzó una sonrisa ebria de oreja a oreja.
—Vete a la mierda un rato, Álex, anda...—Jen dijo esto sin dejar de sonreír mientras se quitaba el abrigo. Lo colgó en el perchero de la entrada y avanzó hacia el salón, centrando los ojos castaños en Esther—Hola, cariño. ¿Me has echado de menos?
Por un momento, Esther sintió ganas de escupirle a la cara también, tal y como había dicho Álex minutos antes. Porque además veía a Jen demasiado contento, demasiado feliz... y claro, no hacía falta ser un lince para imaginar lo que seguramente había estado haciendo con Paola hasta las tres de la madrugada.
—Necesito ir al baño—fue lo primero que consiguió articular, en un tono de voz extrañamente plano, mientras se ponía en pie. De pronto sentía que iba a vomitar de forma inminente, y el cuerpo entero le pesaba demasiado como para salir corriendo hacia el aseo a pocos metros.
—Espera, te vas a caer...—Jen estaba extrañado de que ella no hubiera contestado a su pregunta, pero no insistió. En lugar de eso, avanzó para tomar a Esther del brazo y ayudarla a dirigirse hacia el lavabo—apóyate, yo te llevo.
"No me toques" se sintió ella de pronto tentada a decir. Sintió su propio cuerpo rígido y cerrado al contacto, pero ya le costaba bastante concentrarse en dar un paso y otro como para pensar en maniobras de retirada. Sabía que estaba algo grogui después de dormir y del vino, así que se dejó tocar y sostener porque tampoco quería darse de bruces contra el suelo.
—¿Necesitas que te ayude?—preguntó Jen una vez cruzaron la estancia, sosteniendo la puerta del aseo abierta y dejando que Esther tomara apoyo en su cuerpo.
Ella meneó la cabeza, y arrugó la nariz sin poder evitarlo cuando captó unas notas de perfume de mujer en la ropa de él. No había duda de que había abrazado a otra, oh, sí... seguro ambos habían estado pegados, con y sin ropa. No quería elucubrar ni fantasear pero le era imposible dejar de hacerlo.
—¿Seguro, Esther?
Ella asintió mirándole ahora con fijeza, rehusando decir palabra. Su cabeza bullía en un mar revuelto de emociones, y las aguas oscuras se abrían para que la voz de Jen en su sueño se deslizase entre ellas: "Mira, Esther, ella es sumisa también." "Le gusta obedecer". Qué horrible, eran tan horribles aquellas palabras...
—Voy a vomit-...—se obligó a decir, llegando a tiempo a la taza del vater y cayendo prácticamente de rodillas ante ella cuando se precipitó dentro del cuarto de baño.
—Mierda, mierda, Esther. ¿Estás bien? Quita—gruñó Álex, apartando a Jen para abrirse paso en el minúsculo aseo—Esther...
Se agachó junto a ella y le apartó el cabello de la frente. Ella sollozó abrazada a la taza del váter, sólo por el asco y la violencia en el acto de vomitar. Era algo que odiaba, y para más inri seguía con el cuerpo del revés, sangrando a cada movimiento.
—Estoy bien, Álex...—consiguió decir en un susurro ahogado.
Él le acariciaba la cabeza.
—Sabes que has vomitado una de las mejores cenas de nuestra vida, ¿verdad?
Esther trató de sonreír y levantó los ojos hacia él, sintiéndose mareada sólo por mover la cabeza.
—Por favor... ¿me llevas a la cama?
"Zorra manipuladora", hubiera dicho Inti en sus tiempos mozos de feliz inconsciencia. Pero Inti seguía en el salón, hundido en el sofá y hablando consigo mismo según parecía, aunque desde allí no se entendía nada de la retahila de vocablos que soltaba por lo bajo.
—Claro, ven.
Lanzando una mirada furibunda a Jen, Álex ayudó a Esther a ponerse en pie y la retuvo contra su cuerpo para que ella pudiera enjuagarse la boca.
—Gracias...
—Vamos.
Una vez cumplimentada la higiene para quitar el sabor a hiel, Álex pasó por delante de las narices de Jen llevando a Esther y emprendió el camino con ella escaleras arriba.
Al llegar al piso superior, se inclinó frente a la cama que ella había ocupado por la mañana y la dejó allí con la mayor suavidad que pudo. Afortunadamente, Jen había decidido no seguirles, aunque no se oía ni el menor murmullo en el piso de abajo, exactamente igual que si a Inti y a él se los hubiera tragado la tierra.
—¿Te encuentras mejor?—inquirió mientras retiraba la sábana y la colcha para que Esther pudiera meterse en la cama.
Suponía erróneamente que todo lo que le ocurría a ella se debía a un desbarajuste físico y no tanto al shock de ver a Jen de nuevo en la casa. Y era gracioso esto, porque él mismo también intuía que Paola y Jen eran algo más que simplemente amigos, más aún después de ver la cara que traía éste al llegar. Conocía esa cara en su amigo: la cara de haber pegado un buen polvo... uno como mínimo. Aunque, por supuesto, se podía equivocar.
—Sí, muchas gracias. Te quiero, Álex.
Esther se sentía floja y sin ánimos para reprimirse, así que se lo dijo otra vez. ¿Acaso admitir aquello la hacía vulnerable? No. Claro que no, ¿qué riesgo había? Al contrario, se sintió liberada al soltarlo, como siempre que se lo decía a Álex.
—¿Me quieres? Yo a ti no—replicó él con sorna, apresurándose a añadir—¡Es broma!
A Esther se le escapó una pequeña risa a pesar de todo.
—Gracias por aclararlo—musitó, desviando la mirada con ligero azoramiento.
—Sabes que iba de coña.
Mientras decía esto, Álex había llevado su mano al rostro de Esther para dar una leve caricia en su mejilla.
—Sí, ya lo sé.
—¿Quieres ponerte el pijama o desnudarte? para dormir, digo—apostilló él de inmediato, no queriendo que la sugerencia pareciese indecente.
Esther se estremeció, tapada hasta las rodillas.
—No lo sé—murmuró—tengo frío...
A Álex le pareció que ella estaba algo desorientada o desubicada, lo que podía tomarse como normal tras el brusco despertar y la tremenda vomitona.
—¿Te importa si me desnudo yo?—inquirió, aunque sin tener la respuesta ya estaba sacándose el jersey de lana por la cabeza—en seguida estoy contigo.
No se le ocurría mejor forma de darle calor a Esther que con su propio cuerpo. Se quitó la camiseta que llevaba bajo el jersey, las zapatillas, los pantalones y los calcetines, y se metió en la cama con ella. Era cierto que la chimenea servía también para caldear la zona del dormitorio, y bueno, quizá Álex tenía un metabolismo deliciosamente eficaz y por eso no sentía asomo de frío en aquel momento.
—No, no me importa...
—Je. Me alegro—sonrió, alargando el brazo para atraer a Esther hacia su torso—¿Sabes? deberíamos ponernos a follar como animales hasta corrernos gritando, y que lo oigan esos payasos que están abajo.
Pareció que Álex iba a añadir algo más pero él mismo se silenció en seco. A decir verdad, no sabía exactamente por qué había dicho aquello. No era que no le apeteciese follar, pero tampoco estaba pensando precisamente en eso, aunque sabía que la razón del comentario que acababa de soltar no era simplemente querer "joder" a los que pudieran oír. No, eso sería una pequeña satisfacción adicional pero no que le importase un comino.
—¿Quieres follar, Álex?
—No, qué va. Era una broma.
—¿No...?
A Álex le pareció que ella decía ese "¿no?" como con pena.
—Hombre, estás mala. No te preocupes, Esther.
Con "mala" se refería a la vomitona de antes y al malestar, no a la regla. De la menstruación de Esther ni se acordaba ya, lo cual era lógico pues él no la sufría.
Ella murmuró algo ininteligible. No se sentía con fuerzas de hacer cosas, pero no le importaría nada dejarse follar por Álex, y de hecho de golpe le apetecía sentir de nuevo la lengua de él en su boca, el sabor de su saliva mezclándose con las trazas de menta que le había dejado la pasta del tubo de muestra que había en aquel baño.
Y sí. La idea de follar como locos y terminar gritando y siendo oídos era seductora. ¿Le jodería algo como eso a Jen? A Inti seguro que no. Tampoco era que Esther quisiera joderles, ¿o sí?
Lo peor era que algo en la idea de "utilizar" a Álex para eso la ponía terriblemente cachonda, a pesar de la paliza que llevaba encima. De cualquier modo, Álex era un encanto, la quería, y estaba... oh, díos, estaba muy bueno.
—¿Es porque estoy con la regla que no quieres follar?—preguntó, sabiendo perfectamente que no era así.
—¿Eh?—Alex frunció el ceño en la casi total oscuridad del dormitorio, sin terminar de entender—¿Por la regla? ja, no. Qué va.
Jen levantó los ojos hacia el piso de arriba y suspiró con resignación, mientras contemplaba por unos momentos el lugar donde Esther y Álex habían desaparecido de su vista. Había pensado en ir tras ellos, claro que sí, pero algo le indujo a no hacerlo. Además, alguien tenía que vigilar la chimenea... y a Inti no se le veía con la lucidez necesaria para tomar responsabilidades.
Se giró hacia el rubio, quien ahora contemplaba la danza de las llamas desde una posición más que abollada en el sofá. Jen fue a abrir la boca para decirle algo, pero justo en aquel momento su teléfono movil dio un par de pequeñas sacudidas en el bolsillo de sus vaqueros distrayendo por completo su atención.
Caminó móvil en mano los pocos pasos que le separaban del sofá, los ojos fijos en la pantalla mientras pulsaba las teclas correspondientes para desbloquear el aparato.
“¿Cómo ha ido? ¿Llegaste bien?» decía el mensaje que acababa de llegarle. Era de Paola, claro.
«Creo que peor de lo que creía, pero no importa» se apresuró a contestar, una vez tomó asiento junto al traspuesto Inti en el sofá «¿Tú estás mejor? Besos.»
En cuestión de sengundos, el móvil vibró en respuesta sobre la palma de su mano.
«Lo siento. Sí, gracias a ti. Te quiero.»
La comisura de la boca de Jen se alzó durante medio segundo en un amago de sonrisa cuando él leyó el mensaje.
«Duerme» escribió de vuelta «nos vemos mañana. Te quiero.»
«Te quiero. Buenas noches.»
En el dormitorio, Esther ya respiraba plácidamente contra el pecho de Álex. El cansancio y el malestar físico le iban ganando poco a poco la batalla a la excitación, aunque ella seguía disfrutando el contacto de él bajo las mantas. Había escuchado movimiento en el piso de abajo pero se agarró con fuerza a su realidad en aquel momento, en la cama, con Álex, tratando con todo su ahínco de no pensar en nada más.
Al fin y al cabo, en esencia no había nada más. Eran una especie de isla allí, los dos juntos, en silencio. Casi sentía que la acompasada respiración de aquel hombre podía tocarla, acariciarla, mecerla.
—¿Tienes frío?—inquirió una vez allí, mientras le echaba una de las toallas a Esther por encima de los hombros.
La chica asintió, tiritando sobre el banco y abrazando su propia desnudez. Tal vez aquella estructura de hierro tipo salamandra era eficaz para calentar la estancia, pero estaba apagada y se sentía frío al salir del agua, o por lo menos ella estaba helada. Era extraño, porque dentro de su cuerpo sentía calor; más exactamente en su sexo, expandiéndose como globo incandescente hacia su bajo vientre, arañando su interior al mismo tiempo. De pronto, álgo denso y cálido resbaló desde dentro de su vagina y mojó la parte interna de sus muslos.
—Mierda...—musitó para sí, encontrándose de pronto mareada.
—¿Estás bien?
Álex se sentó en el banco junto a ella y lanzó una mirada de soslayo a Inti, quien había vuelto a meterse en el agua.
—Sí, sólo... creo que me acaba de bajar la regla—murmuró Esther, sin llegar a disimular lo mucho que esto la contrariaba.
—Oh.
—Estoy manchando la toalla. Debería subir a cambiarme...
—Claro. Te acompaño—dijo él, poniéndose en pie y tendiéndole una mano. No sabía qué desinfectante había en el agua de aquel jacuzzi, pero se daba cuenta de que dejaba olor en la piel— ¿Quieres ducharte?
Esther se dejó guiar por Álex escaleras arriba, apoyándose en su hombro y recargándose contra el calor de su cuerpo. Subieron por la escalera hasta el piso superior y dejaron a Inti atrás, ya conociendo el gusto del rubio por estar a su bola.
Una vez arriba, Esther le echó los brazos al cuello a Álex y le besó la mejilla por el simple deseo de hacerlo. Él respondió con una sonrisa de oreja a oreja y puso cara de niño en la mañana de navidad, torciendo la cabeza para darle un mordisco suave y juguetón en el cuello. Ambos quedaron mirándose el uno al otro durante unos momentos, al inicio de la escalera que conducía al segundo piso; Alex con los ojos entornados y la mirada aun nublada por el deseo, Esther con urgencia por comérselo a besos. Ni ella misma sabía bien de dónde venía eso ni tampoco le importaba; tal vez sólo quería a Álex, y quizá todo era tan simple como que sentía un cariño cada vez más grande hacia él. Era curioso que Álex pudiera temerse a sí mismo de cara a lo que hacía con Esther, considerando lo segura que ella se sentía a su lado.
—Álex...
—Dime.
Ella sonrió entonces, dejándose contagiar por la ilusión de él.
—Te quiero mucho.
Al oír aquello, él la atrajo hacia sí para abrazarla. No sabía qué tipo de "te quiero" era ese, si se trataba de un "te quiero" romántico o más bien amistoso, pero escuchar aquellas palabras le conmovía.
—Yo también...—suspiró, estrechándola contra su torso aun mojado gracias a las gotitas de agua que caían de su pelo.
No mentía al decir eso. No sabía si era cariño exactamente lo que sentía hacia Esther, pero parecía como que algo cálido le estallase en las venas cuando la tenía cerca y podía mirar más allá de sus ojos, más allá de su piel. Si acaso amor sin cantos de sirena, despojado de héroes, príncipes y princesas; deseo cotidiano en crudo, instinto temido y temible.
Subieron la estrecha escalera abrazados cuerpo contra cuerpo hasta llegar arriba. En el segundo piso solamente había una habitación -bastante amplia, eso sí- y al lado el cuarto de baño principal, equipado con ducha y bañera.
Sin mediar palabra entraron al cuarto de baño alicatado en blanco, y, como si estuviera más claro que el agua que hubieran ido allí a ducharse juntos, Álex retiró la mampara de la ducha y abrió los grifos.
—Sabes, Álex. A veces pienso... que no sé muy bien cómo va a terminar todo esto—Esther habló en voz baja sin mirarle, por encima del murmullo del agua al caer—pero... pase lo que pase, no querría perderte.
Se quedó de alguna forma tranquila después de soltar aquello. Se daba cuenta de que la posibilidad de "perder" a Álex -y a Jen, y a Inti, o lo que tenía con cada uno de ellos- si algo salía "mal" era algo en lo que le dolía pensar. Sabía de los conflictos que los chicos sostenían entre ellos como "Amos", y sentía que esos conflictos hacían, probablemente, que aquella relación a más de dos bandas fuera tirante y frágil. No le daba tanto miedo que la relación Amos-sumisa se rompiera, como "perder", en este caso, el vínculo que tenía con Álex.
¿Podría llamar "amistad" a ese vínculo? en realidad no lo sabía. Tal vez era menos que amistad; tal vez más, o tal vez se trataba de algo que no se podía cuantificar, ni clasificar, ni encasillar.
—Claro que no vas a perderme—respondió él de forma inmediata, frunciendo el ceño con extrañeza—¿Por qué ibas a perderme?
Ella se encogió de hombros y levantó la mirada hacia él con gesto de indefensión.
—No lo sé. Sólo... no querría que eso pasara nunca.
Álex rió y negó con la cabeza al tiempo que le tendía la mano para ayudarla a entrar en la ducha.
—Eso no va a pasar. Qué tontería.
—¿Me lo prometes?
—Claro—repuso sin dudar—¿Tú me lo prometes también, que nunca voy a perderte?
Dicen que las promesas las carga el diablo. ¿O eran las palabras?
—Te lo prometo—contestó ella.
Hicieron el amor bajo el chorro de la ducha, aunque esta vez sin penetración. Se dedicaron un buen rato a encontrarse recovecos, a jugar con las manos enjabonadas sobre la piel contraria y a besarse entre risas, despacio, sin apuro.
Esther estaba sangrando. Se sentía hambrienta, cansada y algo dolorida después de que Inti la hubiera follado por detrás, pero a pesar de todo ello llegó de nuevo al clímax dos veces cuando Álex la tocó.
Se corrió abrazada a su cuello y gimiendo contra su hombro, enroscando una pierna en torno a las suyas y pegándose a su cuerpo. Por su cuenta había comenzado a jugar con el glande de él, usando la mano izquierda impregnada en jabón para terminar masajeándole vigorosamente, bombeándole hasta hacerle eyacular contra su ingle en cuestión de minutos.
Después de reponerse tras la apasionada ducha -que dejó a ambos con las piernas temblando-, Álex llevó a Esther al dormitorio y, nuevamente con la toalla a la cintura, bajó para subir las mochilas donde ambos tenían muda y ropa.
—Estás un poco pálida, ¿te encuentras bien?—inquirió cuando regresó, sentándose en una de las camas junto a ella.
—Sí. Será por la regla, no te preocupes.
Álex presionó suavemente el hombro de Esther para ayudar a ésta a tenderse sobre la cama. Ella intentó protestar.
—Ven, deja que te ayude.
—Estoy sangrando...
—Da igual.
Se tomó a pecho el posible malestar menstrual de Esther y comenzó a vestirla con la ropa que encontró en la mochila, haciendo gala de una delicadeza que resultaba hasta cómica. Viendo la caja de compresas allí metida, parpadeó como si nunca en la vida hubiera tenido tan cerca algo semejante y retrocedió, recordando al mismo tiempo que debían deshacerse del tampón que habían dejado al borde del yacuzzi en el sótano.
—¿Vas a usar una de estas?—inquirió, mostrándole a ella el paquete con gesto interrogante.
—Sí, sí. Ya me la pongo yo...
Álex la dejó hacer y después la ayudó a vestirse con un sobrio pantalón de chandal, sudadera polar y calcetines gruesos de lana. Fuera, la lluvia continuaba cayendo y repiqueteando contra los cristales estremecidos a golpe de viento.
—¿Tienes hambre?—preguntó, estirando la colcha para colocarla a los pies de Esther, quien continuaba echada.
—Muchísima...—admitió ella, comenzando a sentirse amodorrada como pollito en incubadora al entrar en calor. Respecto a si tenía hambre o no, se sentía capaz de comerse una vaca entera a decir verdad.
—Sólo hay que calentar la comida, yo lo haré.
Álex dijo ésto mientras se quitaba la toalla y la dejaba en una esquina de la cama. Sin darle la menor importancia al hecho de estar desnudo, se giró parcialmente para inclinarse sobre su mochila abierta y sacar su ropa, todo con mucha calma. Esther estaba agotada, pero aún así se mordió el labio inferior por reflejo cuando él le mostró la fortalecida espalda y un sesgo de su culo.
—Qué bueno estás—murmuró casi para sí.
Él se echó a reír al oír aquello y saltó dentro de unos vaqueros grises bastante desgastados.
—Gracias. ¿De qué quieres el bocadillo?
No se consideraba particularmente guapo, y normalmente no sabía qué hacer con los halagos, así que cambió de tema.
Mientras Álex bajaba a la cocina y Esther se permitía cerrar los ojos por un rato, acunada por el incesante golpeteo de las gotas lluvia en la ventana, Inti abandonó por fin el jacuzzi del sótano y cogió una de las toallas que quedaban en el banco de madera.
Trataba de no pensar en nada mientras se secaba pormenorizadamente el cuerpo; intentaba evadir cualquier idea que llegase a su mente tras lo que acababa de ocurrir, pero aún así sentía que aquella náusea que empezaba a resultarle tan familiar volvía a atenazarle la garganta.
Renegando entre dientes y sintiéndose estúpido -tal vez hasta sintiéndose sucio en cierto modo- se colocó la toalla en torno a las caderas, de forma parecida a como antes lo había hecho Álex, y se dispuso a recoger las prendas mojadas de lluvia que había allí tiradas. No recogió solamente su ropa; ya que estaba allí, en un inusitado arranque de solidaridad, tomó también la de Álex e incluso los leggings, la sudadera y las bragas de Esther. Supuso que en la planta de arriba tendría que haber algún lugar donde tender todo eso y ponerlo a secar.
Se dio cuenta de que sentía hambre, pero, increíblemente, su estómago y su garganta seguían cerrados por el asco al mismo tiempo. Apagó el motor del jacuzzi sosteniendo las ropas mojadas contra su cuerpo, se giró hacia la escalera y emprendió el camino hacia el piso de arriba, los dientes castañeteando.
Al llegar al piso superior escuchó ruido en la cocina. Se asomó lo justo por la puerta entreabierta para ver a Álex desplegando sobre la mesa diferentes paquetitos envueltos con papel de plata, pero no se detuvo. Continuó caminando hacia el saloncito, no encontrando radiadores a primera vista y decidiendo dejar las ropas mojadas sobre la amplia repisa de la chimenea de piedra, lo más estiradas posible. Había troncos preparados y una caja de pastillas del tipo que se usan para las barbacoas; tal vez luego pudieran encender fuego allí, incluso podría decirse que no les quedaría más remedio, porque no parecía haber otro dispositivo de calefacción en la casa.
Estremeciéndose de frío al caminar semi desnudo y descalzo por allí, cogió su mochila y se encaminó al segundo piso para ducharse y vestirse.
Esther sintió los pasos del rubio acercarse por las escaleras. Sabía que quien llegaba era Inti y no Álex porque con el tiempo había aprendido a identificar la manera de moverse de cada uno; las pisadas de Álex eran más sonoras, más fuertes, aparte de que él solía hacer más ruido que Inti o Jen, y hablar o cantar -esto último bastante mal- mientras caminaba.
No abrió los ojos a pesar de sentir que el rubio se aproximaba a la cama. Tumbada como estaba, se esforzó en controlar su respiración, haciéndose la dormida mientras su corazón se disparaba.
Aquellas pisadas se detuvieron a centímetros del borde del colchón, y Esther tuvo que forzarse a no abrir los ojos. De pronto no se sintió con fuerzas de mirar al rubio y no supo por qué; sólo quería desaparecer y que el lecho la engullese, como si eso fuera posible.
—He dejado tu ropa tendida en la chimenea—le espetó él con su acostumbrado tono glacial—Las zapatillas están abajo.
Bueno. Al menos no se trataba de recriminarle nada, si eso era todo.
—Gracias, Amo—se forzó a responder tras tomar aire, aun con los ojos cerrados.
A pesar de no ver a Inti, pudo sentir de algún modo cómo la expresión de éste cambiaba y se tensaba ante ella. Le escuchó resoplar y se preparó para recibir un comentario despectivo -tal vez incluso un revés con el dorso de la mano o un bofetón- por haber decidido por cuenta propia no mirarle... pero nada de eso llegó.
Simplemente, Inti se dio la vuelta sin más y se largó, arrugando la nariz al pasar junto a la mochila abierta de Esther al percibir el olor a compresa recién puesta sin llegar a identificarlo, eso sí. Aunque no que ella pudiese ver este gesto tampoco.
El rubio se había dado cuenta de que ella estaba algo pálida, y de hecho se vio a punto de preguntarle si estaba bien, pero echó el freno a tiempo. Más que echar el freno, algo le impidió preguntar. Desde que vio a Balle, Inti se sentía caminando entre dos aguas y eso era incómodo y frustrante, porque ya no podía "odiar" a Esther... pero tampoco estaba seguro de si quería "verla". Y, desde luego, le costaba asumir que tal vez se había equivocado con ella al catalogarla desde un principio como niñata caprichosa y superficial. Le costaba asumirlo, entre otras cosas, porque, a su pesar, se sentía de golpe culpable sin tan siquiera haber pensado en ello en profundidad.
No, desde luego no quería acercarse a Esther cara a cara (el culo era otra cosa, se dijo amargamente). No de momento, no podía. Comenzaba a sentirse demasiado mal y no quería, por nada del mundo quería afrontar lo que realmente había estado haciendo con ella bajo la excusa de la "doma".
Mientras sentía el agua de la ducha como bálsamo arrastrando las impurezas sobre su piel, el recuerdo de la voz de Kido le vino a la cabeza: «Y quién te mandaba a ti meterte en estos líos. "Doma", "sumisa", ¿qué necesidad tenías de todo eso?». En realidad eran palabras del propio Inti, claro... o el pensamiento de Inti más bien, articulado en la voz de su hermano, ya que éste jamás habría dicho algo como eso. ¿"Líos"? Ja... el mismo Kido había sido especialista en meterse en ellos.
Se enjabonó todo el cuerpo con insistencia; si hubiera tenido a mano un estropajo lo habría usado sobre su piel, pero allí no tenía otra cosa que sus manos. No podía librarse de ideas aparentemente sin sentido que atravesaban su mente como relámpagos una y otra vez, algunas de ellas con la persistencia de una mosca cojonera. Eso no podría limpiarlo ni frotándose con papel de lija. "¿Eres lo que eres?", "¿eres lo que haces?" "¿Qué haces?" "¿Quién eres?"
"¿Qué te alimenta?"
"¿Qué necesidad tenías de todo eso, Inti?"
"¿Qué harás ahora que sabes la verdad?"
Porque la sabía, por mucho que no quisiera mirarla.
Cerró los grifos maldiciendo, de nuevo su ánimo yendo y viniendo entre la irritación y el desconcierto como una pelota de ping-pong. Cross solía decir que el enojo como tono de ánimo era bueno en cierto sentido, porque solía ser transitorio y no durar demasiado: poca gente tolera el fuego vivo en las venas durante mucho tiempo, así que uno tiende a moverse rápidamente al estado emocional siguiente, lo que sea que exista más allá de la ira. Cross ayudaba a sus pacientes a pasar a través de la ira porque evitarla -o reprimirla, o incluso negarla- suponía una gran pérdida de energía y de tiempo, dejando aparte sentimientos de aflicción y de culpa en el fondo por no haber enfrentado las cosas. También ayudaba a las personas a gestionar esta emoción, para que pudieran canalizarla o descargarla en un entorno seguro sin hacerse daño y sin hacer daño a otros.Pero, por desgracia, Inti no conocía a Cross... ni habría razones para que en un futuro próximo se fueran a encontrar, aparentemente.
Así que el rubio estaba completamente solo en su proceso ahora, caminando en la oscuridad sin lámpara ni brújula. Solo con su auto-rechazo al descubrir que tal vez cometió grandes errores (no se explicaba cómo); solo consigo mismo, con sus rachas ira y con todo lo que había detrás y más allá. Dolor, heridas abiertas, rabia -mucha rabia incluso después de la rabia, hacia fuera y hacia dentro-, terror a lo desconocido.
No era consciente tampoco de que podía buscar ayuda para soportar semejante carga; al fin y al cabo, todo se lo había buscado él, ¿no?
Salió de la ducha, se secó, y se dio cuenta de la toalla manchada de sangre que había sobre el inodoro. Vaya, al parecer a Esther ya le había bajado la regla... eso, o alguno de los dos (Esther o Álex) se habían abierto la cabeza o algo peor, aunque esa opción parecía improbable.
Se vistió con unos vaqueros, una camiseta blanca y una camisa de cuadros en tonos marrones y amarillos encima; se puso unos calcetines blancos y tal cual salió de allí, enfilando escaleras abajo para encontrarse con Álex.
La estampa de naturalidad y "normalidad" -por llamarlo de algún modo- y la fuerza vital de Álex hacían sentir mejor al rubio, aunque éste jamás lo reconocería. En cierto sentido, el burrismo terrenal de su amigo le hacía sentir como pisando suelo firme.
—Hace frío en la casa—anunció Álex nada más vio a Inti aparecer en la cocina—deberíamos encender la chimenea.
—El dormitorio es frío—señaló Inti.
Álex sacó una bandeja grande de un armarito y comenzó a "limpiarla" distraídamente con la mano, para poner la comida sobre ella. La planta de arriba era más fría, sí, pero pensaba que tal vez el refugio estaba diseñado para que ascendiera el calor desde la chimenea en el salón, pues el techo se cortaba y existía un espacio diáfano que conectaba un piso y otro. No lo confirmarían hasta tener el fuego encendido, de todos modos.
—Encenderemos la chimenea—repitió—¿Una cerveza?
—Una detrás de otra—farfulló Inti, abriendo el frigorífico para coger una lata.
Justo en aquel momento, el teléfono del rubio sonó dentro de una de las mochilas en el piso de arriba. Lo escucharon de milagro porque el tono de llamada no era especialmente escandaloso, pero quien brincó del susto fue Esther.
El que llamaba por teléfono era Jen. Esther no pudo oír sino parte de la conversación entre él e Inti, pero se enteró de que, aunque la ponencia y las actividades habían terminado por aquel día, Jen se retrasaría porque, al parecer, tenía que resolver algo con Paola. Joder, qué tía más petarda la Paola, ¿acaso no sabía hacer nada sola o qué?
Esther estaba comenzando a dormitar cuando el teléfono había roto a sonar. Tras saber que Jen volvería más tarde le fue imposible pegar ojo, sin embargo. A decir verdad, tenía ganas de darle dos ostias a la tal Paola -eso era lo que sentía en bruto-, y le resultaba sobrecogedor sentirse tan "violenta", pero no podía evitarlo. Bueno, si aquello quedaba solamente en su cabeza y nadie salía herido, qué importaba, ¿no? como si le daba por pensar en formas truculentas de asesinarla (y hacer que pareciese un accidente).
Aún sintiéndose mareada y molesta con la regla, manchando cada vez que se movía o cuando tan sólo cambiaba de postura, se puso en pie despacio para dirigirse al piso inferior y reunirse así con los otros dos. En realidad era a Álex a quien sentía que necesitaba ver, aunque se hizo el firme propósito de no contarle que estaba celosa del rollito que se traían Paola y Jen.
Se instalaron los tres en el pequeño salón de paredes de piedra, Alex y Esther sentados en el sofá de tres plazas (tres plazas justitas) frente a la tele mientras Inti encendía la chimenea. En la mesita de café habían dispuesto los paquetes abiertos de croquetas y los bocadillos, un cuchillo para cortarlos en porciones y tres latas de cerveza fría. Esther hubiera rechazado educadamente la cerveza y hubiera pedido permiso para tomar algo caliente en su lugar, pero comenzaba a sentirse enfadada aunque no lo exteriorizase, y, en ese estado, la tentación de pillar una semi-borrachera para al menos desconectar era grande. Se bebería aquella primera lata en un par de tragos solo por eso, de hecho, pensó.
Álex anduvo trasteando un rato con el mando a distancia de la televisión, comprobando que al parecer sólo se pillaban unos canales rarísimos allí. Documentales, bricomanía alemana, canal cocina en diversas versiones, competiciones deportivas... Sonrió. De no haberse traído el ordenador portátil -donde había descargado algunas películas y capítulos de series-, la tarde sería un coñazo, pues la lluvia no cesaba de caer. Aunque en aquel salón encontró algunas cosas que, a las malas, podrían servir de pasatiempo: una baraja de cartas, un aparato de video, cintas VHS cuya carátula no miró, y un juego de scrabble viejísimo al que seguramente le faltarían un montonazo de letras.
A Inti no le fue difícil prender los troncos de la chimenea con ayuda de las pastillas, y en pocos minutos comenzó a sentirse calorcito en la estancia. Empezó a entrarles cierta modorra lógica después de comer, al menos a Esther y a Álex, que se repantingaron juntos en el sofá mientras Inti salía a fumar un cigarro esporádico.
La tarde transcurrió relativamente tranquila, al menos hasta que a Álex se le ocurrió mirar aquellas cintas de video antes de abrir el ordenador, por mera curiosidad. Resulto que al abrir las carátulas en blanco comprobaron que todas ellas eran de cine porno "amateur", al parecer. Las cintas estaban rotuladas con títulos dispares como "las bolas de mi sargento" (I y II), "Putas y gatos", o incluso "Enculatrix "... No había duda de que el que puso aquellos nombres le echaba humor e imaginación al asunto, desde luego, sin ninguna vergüenza. Y, si era la misma persona que filmaba, tampoco había tenido ningún pudor en tapar o cortar las caras de las personas en escena, al menos en la película que los tres visualizaron casi hasta el final.
La película en sí era bastante esperpéntica. Quizá, precisamente por el grado de bizarrez del que hacía gala, les mantuvo más de una hora pegados a la tele a pesar del inexistente hilo argumental.
—¿Qué tipo de degenerado ha grabado esto?—escupió Inti sin poder apartar los ojos de lo que parecía una violación simulada en la pantalla.
—El degenerado con el que contactó Jen—sonrió Alex, encogiéndose de hombros y suponiendo que aquel material sería del propietario de la casa, ese hombre rechoncho que les había esperado junto a la verja de la colonia en la mañana.
—Qué asco.
—Anda, mira. ¿Esto no está rodado en este mismo salón?
Esther abrió los ojos como platos al ver cómo dos tipos trajinaban sobre la inconfundible tapicería del sofá, ¡Álex tenía razón!
—El cabrón usa la casa para grabar películas...—masculló Inti sin apartar los ojos de la pantalla.
Tal vez aquel refugio en la pacífica aldea era algún tipo de picadero para el propietario, o tal vez el lugar sólo promovía espacio y escenografía para aquella mini-industria pornográfica, quién podría saberlo. Quizá el tío vendía las películas, o simplemente hacía aquello por disfrute personal sin llegar a lucrarse por ello. Todo esto, dando por hecho que las grabaciones habían sido realizadas bajo el consentimiento de los "actores" y "actrices"...
—Oh. ¿Y si el tío tiene cámaras instaladas?—musitó Esther—¿y si tiene una cámara abajo, en el yacuzzi...?
Álex se echó a reír y meneó la cabeza. No podía negar que lo que decía Esther era lógico y que el polvazo que habían pegado en el sótano podría haber quedado grabado; viendo lo visto, ¿por qué no? No recordaba haber identificado ninguna cámara, pero no haberla visto no significaba necesariamente que no existiera. De hecho, tal vez si trasteaban un poco por allí podrían encontrarla.
—Qué pereza ponerse a buscar...—comentó, más bien pensando en voz alta. No daba muestras de inquietarse por la posibilidad de haber sido grabado; le sorprendía lo que estaba viendo pero tampoco le importaba demasiado. Aunque, si Esther se lo pedía, buscaría cámaras o lo que fuera en el sótano.
—Apaga eso, por favor. Se me está revolviendo el estómago.
Paró de llover cuando comenzó a caer la noche sobre la colonia, aunque aun una espesa capa de nubes impedía que se vieran las estrellas y solapaba el halo plateado de la luna.
Después de jugar unas cuantas partidas a aquel roñoso scrabble, los tres consultaron la propaganda turística que había traído Álex para encontrar un sitio donde ir a cenar. Podrían coger el coche para llegar a una pequeña taberna que tenía buena pinta, famosa por sus especialidades culinarias y especialmente por el cordero a la brasa, a tan solo unos minutos de la colonia por un acceso lateral. Inti envió un mensaje a Jen por si quisiera unírseles tras solucionar aquellas gestiones con Paola, pero éste no respondió.
Tras sofocar los últimos rescoldos que quedaban en la chimenea, se abrigaron y se pusieron en camino.
Llegaron al lugar sin perderse, encontrando una atmósfera amable y algo cargada en el local casi vacío, todo ambientado en un estilo entre medieval y vintage. Crespones gris plata como telas de araña cruzaban las vigas de madera en el techo, tamizando la luz melocotón que caía sobre unas cuantas mesas rústicas procedente de bujías -bombillas en forma de llamas de vela- armadas sobre arañas de metal macizo. Por dentro, lo cierto era que aquel lugar bien podría haber sido ese bar a pie de playa en aquella película donde unos niños buscaban el tesoro de Willy El Tuerto.
Durante la más que abundante cena -la comida era buena, y tanto que sí- Alex le preguntó a Esther cómo le había ido en las sesiones de terapia, como quien no quiere la cosa. Ella no llegó a sentirse violenta, pero lo cierto es que no quiso dar detalles al respecto más allá de un escueto "bien", no porque le cohibiera decirle más a Álex, sino porque Inti estaba ahí. Y, al fin y al cabo, toda la cosa de las terapias había venido motivada por Inti... más bien porque Esther quería acercarse al rubio y no sabía cómo. Aunque, al parecer, la terapia en sí iba a tomar un camino muy distinto según palabras de Cross y de Jordan: el camino de no hacer de Inti un eje sino aprender a protegerse ella misma; el camino de ser (no ser "esto" o "aquello", ser uno mismo que ya era bastante) y de no abandonarse en trampas mentales como cunetas. Le habían dejado entrever que sentirse bien -sin hacerse daño y sin hacer daño a nadie- era su derecho como persona y su responsabilidad, siendo eso más importante que el valor que pudiera darle a su relación con otra persona.
Decidió desviar el tema a algo que le preocupaba a ella: el cómo se tomaría Inti que hubiera decidido ponerse a buscar trabajo. Para hablar de aquello sí que le daba seguridad que estuviese Álex allí, porque algo le había contado a él ya, y porque sabía que Álex -aparte de apoyarla en su decisión- era sensato y eso le tranquilizaba, como si aquella cualidad pudiera contagiarse.
Inti no comentó nada respecto al tema, sin embargo, para sorpresa de Esther. No dijo ni mú, sólo asintió brevemente cuando ella le preguntó qué le parecía y luego siguió a lo suyo, masticando y bebiendo sin que su expresión cambiase un ápice. Igual que si Esther hubiera dicho "hace frío esta noche" o cualquier obviedad.
A pesar de sentirse inquieta -y bastante jodida- cada vez que pensaba en Jen, Esther comió en la taberna hasta el hartazgo y más allá. Cordero a la brasa con patatas y cebolla confitada, patatas asadas, salsas diversas, verduras y setas empanadas... todo ello regado con el vino típico del lugar, que resultó ser bastante cabezón. Quizá porque era la primera vez que salían de viaje no escatimaron pidiendo; podrían haber sido más comedidos, ciertamente, pero la situación se sentía como que tirar la casa por la ventana era lo más lógico y genial.
Tal vez ella se volcó en comer incluso para desconectar de las "escenas" que no podía evitar imaginar, al saber que Jen estaba con Paola. Y claro, comió tanto que al final se le hizo difícil hasta moverse para ir al baño y cambiarse la compresa, qué horror. Sí, también seguía molesta con la regla, y más aún lo estaba después de hincharse a zampar de semejante manera.
Echando unas risas por la posibilidad de que los tres terminaran bajando las escaleras rodando -según palabras de Álex-, salieron de allí unas cuantas horas después, Esther trastabillando por un súbito acceso de sueño e Inti dando tumbos porque al parecer bebió más de la cuenta. Álex, afortunadamente, se había mantenido sereno con vistas a que conduciría de vuelta hasta el refugio en la colonia.
El coche se veía vacío y extraño sin Jen durante el trayecto de regreso, o al menos eso sintió Esther. El viaje se le hizo corto aún así, mientras contemplaba con los ojos semicerrados la carretera a través de la ventanilla del asiento de atrás. Parecía que Inti y Álex iban charlando de algo -y no precisamente en voz baja- en los asientos delanteros, pero ella se sentía demasiado cansada hasta para prestar oídos a la conversación. El dolor de estómago era más bien una molestia -soportable en cualquier caso-, y ella se sentía a gusto con el calorcito en el habitáculo del vehículo... pero se sentía descorazonada a la vez, y se alegraba de estar demasiado fatigada para pensar, para afligirse, para llorar.
Perfectamente podría haberse echado a llorar por echar de menos a Jen, o simplemente por rabia, de tener energías para ello. Ah, pero el paseo, la lluvia, el sexo, la regla y luego la comilona... demasiadas batallas físicas para ahora mantenerse alerta al cien por cien.
Álex entró sin problemas de nuevo en la colonia y estacionó el coche junto al refugio de piedra, casi en el lugar exacto donde lo había dejado aquella misma mañana. Salieron al viento húmedo y frío de la noche, Inti tanteándose el bolsillo al notar la vibración de su teléfono móvil y Esther mirando de reojo, aunque poco pudo ver, pues Alex le rodeó en aquel momento los hombros con el brazo y comenzó a caminar con ella en dirección hacia la puerta.
Inti siguió bebiendo cuando llegaron a la casa, agarrando una lata detrás de otra de las que aun quedaban en la pequeña nevera (tal y como había dicho que haría). Álex ayudó a Esther a sentarse en el sofá del saloncito y se agachó de nuevo ante la chimenea para prender un nuevo tronco. Sonreía: a él le parecía estupendo haberse puesto hasta arriba de buena comida; conducir había sido un placer, y amaba el olor de la madera prendida y la resina, ¿qué más podía pedir?
Pusieron otra vez la vieja tele y dejaron un canal de música, aprovechando para acurrucarse el uno contra el otro mientras Inti farfullaba en la cocina. Se veía que quería beber solo allí mejor que acompañado; bueno, Esther y Álex resolvieron dejarle en paz.
Ella suspiró contra el cuello de él, la mejilla apoyada sobre el latido recio de su corazón. Dejó que los pesados párpados cayeran por fin y, sin darse cuenta, se quedó dormida.
«—Hey, Esther, ¿has visto a Paola?—decía Jen en su sueño, con cara de felicidad, mientras señalaba a la chica desnuda arrodillada a sus pies—es sumisa también. Le gusta obedecer.»
Despertó de pronto a causa de unos fuertes golpes en la puerta, aparte de sobresaltada por la pesadilla. Una náusea como chute de hiel subía por su garganta a causa de aquellas palabras, palabras que su imaginación había puesto en boca de Jen por quién sabe qué extraño y truculento motivo.
—Vaya por dios...—escuchó la voz arrastrada de Inti quebrarse en algo parecido a una carcajada. El rubio llevaba una cogorza fina, comprendió—con lo bien que estábamos sin ti...
¿Oh? ¿Con quién hablaba, quién...? espera un momento, ¿golpes en la puerta?
Esther se incorporó de golpe y se frotó los ojos, dejando escapar un gemido quedo cuando cuajarones densos y calientes salieron de su interior tras moverse con fuerza. Tan pronto como su vista se acomodó a la tenue luz del salón, pudo ver a un sonriente Jen entrando por la puerta, y a Inti yendo a su encuentro arrastrando los pies. Por un momento se le paró el corazón al pensar que Jen podía venir acompañado de Paola, pero en cuestión de segundos pudo comprobar que no era así.
—¿Dónde coño se supone que estabas?—era Álex quien había dicho aquello en tono cabreado, saliendo de algún lugar entre las sombras y acercándose a Jen como si fuera a atizarle—son casi las tres.
El interpelado se volvió para encarar la súbita bronca y enarcó ambas cejas.
—¿Y tú qué eres, mi madre o qué?—inquirió, ladeando levemente la cabeza.
—No, tio, tu madre no. Pero se supone que esto eran unas vacaciones de fin de semana todos juntos, ¿no?
Inti se echó a reír a mandíbula batiente y tuvo que sentarse en una esquina del sofá para no caer. Jen apretó los labios como para contener una carcajada y tomó aire.
—Unas vacaciones "en familia", sí—respondió en tono burlesco pero conciliador a la vez. De algún modo esperaba que Álex se diese cuenta de lo que acababa de decir, que a su juicio no era moco de pavo, y de lo que le "reclamaba". Aunque Álex seguía en su burro, convencido de su postura y echando chispas por los ojos, ¿por qué diablos estaba tan enfadado?
Álex apretó la mandíbula y negó con la cabeza. No, esos capullos no entendían, ninguno de los dos. No era estar en familia, ¿familia? por dios, qué aberración; no era por eso, era... era por Esther. Él sabía que ella les quería a los tres (y cómo le jodía a veces, cuando sentía que ella sentía afecto por quienes en su opinión no lo merecían), pero ninguno de los otros dos parecía tener conciencia de eso. No era que Álex se considerase a sí mismo un ejemplo a seguir, desde luego que no, pero para él era importante que Esther estuviera bien... y daba por hecho que eso incluía la presencia de otras personas en la ecuación, por mucho que a él no le gustase "compartir". ¡Le encantaría borrar a Inti y a Jen de esa condenada ecuación a veces! pero no era cuestión de lo que él quisiera, sino de lo que le hacía feliz a Esther. Más allá de etiquetas como "Amo", "sumisa", "novia", "novio", él quería cuidarla y, en la medida que pudiera, darle más felicidad que quebraderos de cabeza. Quería hacerle, si podía, la vida más fácil, más divertida, mejor. Él empezaba a conocerla, y quería seguir haciéndolo-como amigo, como lo que fuese-... pero esos cabrones, los otros dos en discordia que a su pesar eran factores comunes con Esther, ellos no entendían nada. No les importaba una mierda.
—Me dan ganas de escupirte a la cara—le soltó a Jen.
—Álex, pero qué te pasa...
—¡Deja de poner ese tono paternalista chulesco!
Esther parpadeó y se movió sobre el sofá con la esperanza de ser vista, sin acertar a decir "eh, estoy aquí", lo que hubiera sonado a la llamada de un naúfrago desde una isla desierta. Inti, alcoholizado, se giró hacia ella desde el otro extremo del sofá y le lanzó una sonrisa ebria de oreja a oreja.
—Vete a la mierda un rato, Álex, anda...—Jen dijo esto sin dejar de sonreír mientras se quitaba el abrigo. Lo colgó en el perchero de la entrada y avanzó hacia el salón, centrando los ojos castaños en Esther—Hola, cariño. ¿Me has echado de menos?
Por un momento, Esther sintió ganas de escupirle a la cara también, tal y como había dicho Álex minutos antes. Porque además veía a Jen demasiado contento, demasiado feliz... y claro, no hacía falta ser un lince para imaginar lo que seguramente había estado haciendo con Paola hasta las tres de la madrugada.
—Necesito ir al baño—fue lo primero que consiguió articular, en un tono de voz extrañamente plano, mientras se ponía en pie. De pronto sentía que iba a vomitar de forma inminente, y el cuerpo entero le pesaba demasiado como para salir corriendo hacia el aseo a pocos metros.
—Espera, te vas a caer...—Jen estaba extrañado de que ella no hubiera contestado a su pregunta, pero no insistió. En lugar de eso, avanzó para tomar a Esther del brazo y ayudarla a dirigirse hacia el lavabo—apóyate, yo te llevo.
"No me toques" se sintió ella de pronto tentada a decir. Sintió su propio cuerpo rígido y cerrado al contacto, pero ya le costaba bastante concentrarse en dar un paso y otro como para pensar en maniobras de retirada. Sabía que estaba algo grogui después de dormir y del vino, así que se dejó tocar y sostener porque tampoco quería darse de bruces contra el suelo.
—¿Necesitas que te ayude?—preguntó Jen una vez cruzaron la estancia, sosteniendo la puerta del aseo abierta y dejando que Esther tomara apoyo en su cuerpo.
Ella meneó la cabeza, y arrugó la nariz sin poder evitarlo cuando captó unas notas de perfume de mujer en la ropa de él. No había duda de que había abrazado a otra, oh, sí... seguro ambos habían estado pegados, con y sin ropa. No quería elucubrar ni fantasear pero le era imposible dejar de hacerlo.
—¿Seguro, Esther?
Ella asintió mirándole ahora con fijeza, rehusando decir palabra. Su cabeza bullía en un mar revuelto de emociones, y las aguas oscuras se abrían para que la voz de Jen en su sueño se deslizase entre ellas: "Mira, Esther, ella es sumisa también." "Le gusta obedecer". Qué horrible, eran tan horribles aquellas palabras...
—Voy a vomit-...—se obligó a decir, llegando a tiempo a la taza del vater y cayendo prácticamente de rodillas ante ella cuando se precipitó dentro del cuarto de baño.
—Mierda, mierda, Esther. ¿Estás bien? Quita—gruñó Álex, apartando a Jen para abrirse paso en el minúsculo aseo—Esther...
Se agachó junto a ella y le apartó el cabello de la frente. Ella sollozó abrazada a la taza del váter, sólo por el asco y la violencia en el acto de vomitar. Era algo que odiaba, y para más inri seguía con el cuerpo del revés, sangrando a cada movimiento.
—Estoy bien, Álex...—consiguió decir en un susurro ahogado.
Él le acariciaba la cabeza.
—Sabes que has vomitado una de las mejores cenas de nuestra vida, ¿verdad?
Esther trató de sonreír y levantó los ojos hacia él, sintiéndose mareada sólo por mover la cabeza.
—Por favor... ¿me llevas a la cama?
"Zorra manipuladora", hubiera dicho Inti en sus tiempos mozos de feliz inconsciencia. Pero Inti seguía en el salón, hundido en el sofá y hablando consigo mismo según parecía, aunque desde allí no se entendía nada de la retahila de vocablos que soltaba por lo bajo.
—Claro, ven.
Lanzando una mirada furibunda a Jen, Álex ayudó a Esther a ponerse en pie y la retuvo contra su cuerpo para que ella pudiera enjuagarse la boca.
—Gracias...
—Vamos.
Una vez cumplimentada la higiene para quitar el sabor a hiel, Álex pasó por delante de las narices de Jen llevando a Esther y emprendió el camino con ella escaleras arriba.
Al llegar al piso superior, se inclinó frente a la cama que ella había ocupado por la mañana y la dejó allí con la mayor suavidad que pudo. Afortunadamente, Jen había decidido no seguirles, aunque no se oía ni el menor murmullo en el piso de abajo, exactamente igual que si a Inti y a él se los hubiera tragado la tierra.
—¿Te encuentras mejor?—inquirió mientras retiraba la sábana y la colcha para que Esther pudiera meterse en la cama.
Suponía erróneamente que todo lo que le ocurría a ella se debía a un desbarajuste físico y no tanto al shock de ver a Jen de nuevo en la casa. Y era gracioso esto, porque él mismo también intuía que Paola y Jen eran algo más que simplemente amigos, más aún después de ver la cara que traía éste al llegar. Conocía esa cara en su amigo: la cara de haber pegado un buen polvo... uno como mínimo. Aunque, por supuesto, se podía equivocar.
—Sí, muchas gracias. Te quiero, Álex.
Esther se sentía floja y sin ánimos para reprimirse, así que se lo dijo otra vez. ¿Acaso admitir aquello la hacía vulnerable? No. Claro que no, ¿qué riesgo había? Al contrario, se sintió liberada al soltarlo, como siempre que se lo decía a Álex.
—¿Me quieres? Yo a ti no—replicó él con sorna, apresurándose a añadir—¡Es broma!
A Esther se le escapó una pequeña risa a pesar de todo.
—Gracias por aclararlo—musitó, desviando la mirada con ligero azoramiento.
—Sabes que iba de coña.
Mientras decía esto, Álex había llevado su mano al rostro de Esther para dar una leve caricia en su mejilla.
—Sí, ya lo sé.
—¿Quieres ponerte el pijama o desnudarte? para dormir, digo—apostilló él de inmediato, no queriendo que la sugerencia pareciese indecente.
Esther se estremeció, tapada hasta las rodillas.
—No lo sé—murmuró—tengo frío...
A Álex le pareció que ella estaba algo desorientada o desubicada, lo que podía tomarse como normal tras el brusco despertar y la tremenda vomitona.
—¿Te importa si me desnudo yo?—inquirió, aunque sin tener la respuesta ya estaba sacándose el jersey de lana por la cabeza—en seguida estoy contigo.
No se le ocurría mejor forma de darle calor a Esther que con su propio cuerpo. Se quitó la camiseta que llevaba bajo el jersey, las zapatillas, los pantalones y los calcetines, y se metió en la cama con ella. Era cierto que la chimenea servía también para caldear la zona del dormitorio, y bueno, quizá Álex tenía un metabolismo deliciosamente eficaz y por eso no sentía asomo de frío en aquel momento.
—No, no me importa...
—Je. Me alegro—sonrió, alargando el brazo para atraer a Esther hacia su torso—¿Sabes? deberíamos ponernos a follar como animales hasta corrernos gritando, y que lo oigan esos payasos que están abajo.
Pareció que Álex iba a añadir algo más pero él mismo se silenció en seco. A decir verdad, no sabía exactamente por qué había dicho aquello. No era que no le apeteciese follar, pero tampoco estaba pensando precisamente en eso, aunque sabía que la razón del comentario que acababa de soltar no era simplemente querer "joder" a los que pudieran oír. No, eso sería una pequeña satisfacción adicional pero no que le importase un comino.
—¿Quieres follar, Álex?
—No, qué va. Era una broma.
—¿No...?
A Álex le pareció que ella decía ese "¿no?" como con pena.
—Hombre, estás mala. No te preocupes, Esther.
Con "mala" se refería a la vomitona de antes y al malestar, no a la regla. De la menstruación de Esther ni se acordaba ya, lo cual era lógico pues él no la sufría.
Ella murmuró algo ininteligible. No se sentía con fuerzas de hacer cosas, pero no le importaría nada dejarse follar por Álex, y de hecho de golpe le apetecía sentir de nuevo la lengua de él en su boca, el sabor de su saliva mezclándose con las trazas de menta que le había dejado la pasta del tubo de muestra que había en aquel baño.
Y sí. La idea de follar como locos y terminar gritando y siendo oídos era seductora. ¿Le jodería algo como eso a Jen? A Inti seguro que no. Tampoco era que Esther quisiera joderles, ¿o sí?
Lo peor era que algo en la idea de "utilizar" a Álex para eso la ponía terriblemente cachonda, a pesar de la paliza que llevaba encima. De cualquier modo, Álex era un encanto, la quería, y estaba... oh, díos, estaba muy bueno.
—¿Es porque estoy con la regla que no quieres follar?—preguntó, sabiendo perfectamente que no era así.
—¿Eh?—Alex frunció el ceño en la casi total oscuridad del dormitorio, sin terminar de entender—¿Por la regla? ja, no. Qué va.
Jen levantó los ojos hacia el piso de arriba y suspiró con resignación, mientras contemplaba por unos momentos el lugar donde Esther y Álex habían desaparecido de su vista. Había pensado en ir tras ellos, claro que sí, pero algo le indujo a no hacerlo. Además, alguien tenía que vigilar la chimenea... y a Inti no se le veía con la lucidez necesaria para tomar responsabilidades.
Se giró hacia el rubio, quien ahora contemplaba la danza de las llamas desde una posición más que abollada en el sofá. Jen fue a abrir la boca para decirle algo, pero justo en aquel momento su teléfono movil dio un par de pequeñas sacudidas en el bolsillo de sus vaqueros distrayendo por completo su atención.
Caminó móvil en mano los pocos pasos que le separaban del sofá, los ojos fijos en la pantalla mientras pulsaba las teclas correspondientes para desbloquear el aparato.
“¿Cómo ha ido? ¿Llegaste bien?» decía el mensaje que acababa de llegarle. Era de Paola, claro.
«Creo que peor de lo que creía, pero no importa» se apresuró a contestar, una vez tomó asiento junto al traspuesto Inti en el sofá «¿Tú estás mejor? Besos.»
En cuestión de sengundos, el móvil vibró en respuesta sobre la palma de su mano.
«Lo siento. Sí, gracias a ti. Te quiero.»
La comisura de la boca de Jen se alzó durante medio segundo en un amago de sonrisa cuando él leyó el mensaje.
«Duerme» escribió de vuelta «nos vemos mañana. Te quiero.»
«Te quiero. Buenas noches.»
En el dormitorio, Esther ya respiraba plácidamente contra el pecho de Álex. El cansancio y el malestar físico le iban ganando poco a poco la batalla a la excitación, aunque ella seguía disfrutando el contacto de él bajo las mantas. Había escuchado movimiento en el piso de abajo pero se agarró con fuerza a su realidad en aquel momento, en la cama, con Álex, tratando con todo su ahínco de no pensar en nada más.
Al fin y al cabo, en esencia no había nada más. Eran una especie de isla allí, los dos juntos, en silencio. Casi sentía que la acompasada respiración de aquel hombre podía tocarla, acariciarla, mecerla.