Completo
Esther frunció el ceño frente al armario abierto de par en par. No tenía ni idea de qué iba a ponerse para ir a la prueba, y el caso era que tampoco había mucho donde escoger. Nunca había ido de compras para renovar el guardarropa, aquel que trajo a la casa en dos bolsas de plástico al día siguiente de que la rescatara Jen: vaqueros, leggins, camisetas, sudaderas, calcetines... no tenía ni una maldita minifalda para la ocasión, ni nada que pudiera calificar de elegante. Los chicos parecían disfrutar de su sencillez en este aspecto, porque ni siquiera la habían ordenado jamas engalanarse para salir con Ellos. Cuando la habían llevado al Noktem, apenas habían tardado minutos en despelotarla.
De alguna manera, esta circunstancia había propiciado que Esther se reconciliase con su propio cuerpo y que aprendiera a lucirlo sin más, desprovisto de adornos, disfraces o corazas diversas. Era cierto que ella había logrado disfrutar de su belleza al desnudo, pero ahora echaba de menos aquellos vestidos y conjuntos varios que tenía en casa de sus padres, si acaso porque le irían genial para no desentonar. Tenía miedo de eso, de aparecer como una paria entre gente sofisticada, de que Argen se preguntara cómo coño había podido pensar en contratarla.
Tampoco era que tuviera una idea clara sobre qué sería más apropiado vestir allí, o más bien qué se esperaba de ella. ¿Cómo se suponía que uno debería ir vestido para desempeñar una ocupación no relacionada con el sexo, dentro de un local donde mayormente se practicaba sexo? No era tontería el asunto, era digno de darle un par de vueltas por lo menos. Aunque daba igual pues, como ya sabía, poco tenía para elegir.
No sabía si le daba más coraje plantarse ahí en leggings o en vaqueros. Su lado más presumido -por decirlo de alguna forma- salía a la luz ahora y eso era frustrante; hasta le habían entrado ganas de maquillarse para ir al Noktem, y de ponerse zapato de tacón, ¡y medias! ¿Cuánto tiempo hacía desde la última vez que se puso unas medias? Ni se acordaba. Pero no podía hacer nada de eso.
Suspirando, pensó en cómo ponerle remedio al tema en los días venideros, si acaso finalmente Argen la contrataba. ¿Acaso volver de estrangis a casa de sus padres, para recuperar alguno de los modelitos que tenía allí, sería la mejor opción? No se imaginaba pidiéndoles dinero a los chicos para comprarse ropa, y lo cierto era que no tenía un duro. Tal vez incluso les molestase a Ellos que ella pidiera ayuda para vestirse mejor en un ámbito ajeno a aquella casa... por no hablar de que les estaba mintiendo, claro. Valdría la pena ver la cara de Inti, se dijo, si se enterase de que ella en realidad quería ropa para ir bien vestida al Carpe Noktem sin Ellos. Ah, le parecía que cada vez era más difícil de llevar la carga de aquella mentira...
Al final decidió ponerse los vaqueros más sobrios (y nuevos) que tenía, y una blusa color marrón chocolate de corte más bien clásico. Escogió la blusa porque encontró cierto refinamiento en la caída de la tela; se ajustaba a su cuerpo sin llegar a apretar y resaltaba sus formas, pero tampoco era vulgar. No se puso bragas porque Jen se lo había ordenado suavemente así, pero sí sujetador.
Una vez vestida, se giró para contemplarse en el espejo de cuerpo entero y suspiró. Bajo los pliegues del escote de la blusa se adivinaba el resplandor plateado de su "collar social", el colgante que Jen le había regalado para usarlo fuera del hogar. Había sido él mismo quien la había instado a ponérselo aquella noche como símbolo de su unión, casi como una manera de acompañarla al trabajo, de estar con ella y de tenerse presente mutuamente. Nadie desde fuera sabría lo que aquel símbolo significaba, y eso hacía que todo fuera aun más intransferible y hermoso... si no fuera por la mentira que envolvería cada paso desde el momento de salir.
Esther presentía que llevar aquel colgante se sentiría como una quemazón alrededor del cuello. Se lo quitaría nada más poner los pies en la calle, porque a su pesar no se sentía digna de llevarlo puesto habiéndole mentido a Jen. Por mucho que las razones para mentir estuvieran más que claras en su mente, era horrible hacerlo -más de lo que de inicio hubiera creído-, así que resolvió forzarse a no pensar. Como si pudiera olvidarlo.
Jen también le había dado otra cosa: un teléfono. El móvil de ella estaba en la casa de sus padres junto con los conjuntos de moda, los vestidos, los cosméticos y toda clase de parafernalia; Jen lo sabía, y por ello había decidido prestarle uno suyo. No era el último grito en tecnología de aquellos días, desde luego; tampoco era que estuviera desfasado, pero se trataba del móvil antiguo de Jen, uno de los primeros modelos que salieron de la marca pionera en el sector, con teclas enormes, antena gruesa y aspecto de zapatófono. Tenía algunos juegos y musiquitas variadas para entretenerse uno, aunque Esther ni pensó en buscarlos. Se preguntó por qué razón le daba Jen aquel chisme, ¿era por seguridad de ella, como le había dicho, para que pudiera comunicarse con él si lo necesitaba, desde donde fuera? ¿O era por controlar a cada momento dónde estaba y qué hacía? De cualquier modo, ella había agradecido el detalle y había metido el teléfono en su bolso.
Aun le escocía pensar que todo parecía apuntar a que Jen saldría aquella tarde-noche. Esther no podría asegurarlo, y no había querido preguntar, pero le había visto arreglarse entre comillas -rollo "casualmente guapo"-e incluso mirarse en el espejo varias veces con disimulo. No podía sino pensar que él había quedado con alguien, y claro, se imaginaba con quién. Procuraba también distraer la mente de esto, porque visualizar a Jen con Paola de fiesta -o haciendo lo que fuera juntos- dolía como abrirse en canal por dentro con una cuchilla helada. Puta Paola.
Rezongando, hizo un último inventario de bolso, se calzó los botines negros de siempre -la única otra opción posible eran las deportivas, desgastadísimas, que ni servirían como plan B- y salió de la habitación. Quería ponerse en marcha lo antes posible, con tiempo suficiente para ir tranquila, porque no quería darse prisa pero le horrorizaba la posibilidad de llegar tarde. Bastaba con que saliera con el tiempo justo para que las líneas de metro se colapsaran, los trenes se pararan o cualquier otro funesto imprevisto tuviera lugar; así era la vida.
En su camino hacia la puerta encontró a Álex entrando en la cocina, despeinado y con cara de zombi tras la guardia del día anterior.
—Mucha suerte, aunque no la vas a necesitar—le dijo él mientras la daba un abrazo de despedida. El cuerpo le olía a sueño, calor de cama y café tardío—porque la prueba va a ir genial.
—¿Tú crees...? Estoy muy nerviosa—admitió ella. En verdad lo estaba, como para no.
—Sí, claro que sí. ¿Necesitas pasta para el viaje?
—Oh, no, no te preocupes, creo que tengo suficiente...
Álex la soltó, hizo un gesto con la mano y fue a buscar su cartera. Ya imaginaba Esther que él pasaría olimpicamente de su negativa y le pondría un par de billetes en la mano, cosa que fue exactamente lo que hizo.
—Toma, no sea que pase algo. Una emergencia o lo que sea.
—Pero...
—Y soy el Amo preferente hoy, así que no me puedes decir que no.—zanjó él, medio en broma medio en serio.
Álex tenía claro que no iba a dejar que su amiga se fuera con cuatro perras. Ya que él no iba a ir siguiéndola los pasos en modo guardaespaldas-acosador, al menos se aseguraría de que ella pudiese coger un taxi si se quedaba tirada (por ejemplo).
Jen se acercó a Esther para abrazarla a su vez.
—Buena suerte, cariño—murmuró contra su mejilla—estoy orgulloso de ti.
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«Hola, amor» No. Samiq suspiró y borró la útima palabra según la leyó escrita en la pantalla de su teléfono. Por mucho que de viva voz hubiera llamado "amor" a Halley más de una vez, eso no era lo mismo que teclearlo en un mensaje de texto. No, definitivamente la palabra escrita no se la llevaba el viento, para bien o para mal.
«Hola, Halley» Tampoco. Chasqueó la lengua y volvió hacia atrás para borrar la última palabra otra vez. A qué cojones venía llamarle por su nombre y nada más, ¡eso resultaba absurdamente frío! y más aún considerando lo mucho que le echaba de menos. Tenía unas ganas terribles de ver al sumiso (y a la persona), y, aunque no fuera a decirlo abiertamente, no quería esconderlo. ¿Cómo dejarlo caer de forma sutil? Tampoco quería agobiar al otro.
«Hola, guapo» Buf, así era como solía empezar a escribirle. Qué falta de originalidad.
En fin, el caso era que Halley no le había contestado a los últimos mensajes y eso le inquietaba. Se preguntaba concretamente si el profesor estaría peor del dolor neuropático, ¿quizá debería pasarse por su casa? Bueno, eso también sería un poco "creepy" de su parte, ja, presentarse ahí sólo porque no le había respondido dos sms.
«Hola, precioso» Pff, le dio la risa. Más de lo mismo. Bueno, lo dejaría así, porque veía que de otro modo jamás arrancaría a escribir el maldito mensaje.
«Hola, precioso. Estas bien? Te echo de menos. Un b-
Justo en el momento que iba a teclear la palabra "beso" del tirón, vio por el rabillo del ojo aparecer a Simut a su derecha. Su hermano Dorado venía de subir las escaleras que conducían al subsótano, probablemente de echarle un último vistazo a las mazmorras para asegurarse de que todo estaba en orden por allí. Eran casi las diez, y el Noktem estaba a punto de abrir.
—Sami, voy arriba a hablar con el Amo—dijo Simut al pasar junto a él, oprimiéndole el brazo levemente a modo de afectuoso saludo—por favor, estate pendiente de los candidatos. Aun no ha venido Arisa, y estarán al llegar.
Se suponía que Arisa era quien tenía la responsabilidad de recibir a los llamados candidatos, pero todo el mundo sabía que ella hacía siempre lo que le venía en gana como si el Noktem fuera su reino. Samiq respondió un largo "Ooookey" y le lanzó una luminosa sonrisa a su hermano antes de volver a su teléfono móvil para terminar de escribir el mensaje, al lado de la barra, con la espalda recargada contra la pared.
«un beso (donde lo quieras).»
Le dio a la tecla correspondiente para enviar el mensaje y se mantuvo unos segundos con la mirada fija en la pantalla, aunque presentía que esta vez tampoco habría contestación por parte de Halley. Reprimió el impulso de llamarle -eso era lo que realmente deseaba: oír su voz, comprobar que estaba bien- sólo por no molestar.
Suspirando, guardó el móvil finalmente en su bolsillo y se echó una capa por los hombros desnudos para protegerse del frío. Simut había puesto la calefacción en marcha, pero la planta de arriba tardaría en estar caldeada, y allí era donde sería adecuado esperar a los candidatos, junto a la puerta de entrada y el guardarropa.
Resopló mientras subía las escaleras que momentos antes acababa de enfilar Simut para reunirse con el Amo. Era increíble como se llenaban de mierda los escalones negros, parecía que sólo con mirarlos... alguien debería barrerlos antes de abrir, y Samiq ya sabía que lo más rápido para solucionar el problema sería ponerse él mismo manos a la obra. En realidad aquella maldita escalera necesitaba una limpieza integral; hasta el juego de bombillas en la parte que uno no pisaba de cada escalón se veía cochambroso, con tal capa de mierda sobre el testigo luminoso que éste apenas alumbraba los pasos de quien subiera o bajara en la oscuridad.
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—Pasa, Simut—dijo Argen desde detrás de su escritorio, elevando la voz lo suficiente para hacerse oír por su esclavo, a quien había sentido ante la puerta entornada de su estudio—Gracias por venir tan rápido.
Sabía que era él sin ni siquiera tener que verle. Por la comedida presencia, por los pasos suaves que pudo escuchar antes de que él se detuviera, tan discretamente como siempre. Llevaban tantos años juntos que Argen podría identificar a Simut a ciegas hasta por el modo en que éste respiraba.
—Gracias a usted por recibirme, Amo. Y por haberme llamado.
Simut empujó la puerta con cuidado, descubriendo al hacerlo la letanía satánica en la alfombra a la entrada del estudio. Entró despacio en la habitación, la mirada fija en el suelo hasta que Argen le diera permiso para poder mirarle. Normalmente ese permiso estaba ahí y no hacía falta pedirlo tácitamente bajando los ojos, pero, por alguna razón, Simut sentía que en aquellos días debía mostrarle al Amo todo el respeto que pudiera, incluso más del estrictamente acordado.
Argen le había dicho que quería hablarle de Samiq. No tenía que ser fácil para un Dominante -para un Amo- ver como una de sus propiedades experimentaba sentimientos tan fuertes hacia otra persona, o eso pensaba Simut. Por supuesto, no había nada de malo en que Samiq sintiera algo intenso hacia Halley -y desde luego Simut no se sentía quién para juzgar a su hermano-, pero bueno, aun así... para Argen quizá podría ser difícil de digerir en parte algo como eso. Como perder a Samiq un poco, tal vez así se sentiría. A Simut le apenaba eso, aunque, más que ser capaz de ponerse en el lugar de Argen -el rol dominante era un completo misterio para él-, solamente podía imaginar.
Se acercó al Amo y se arrodilló a sus pies, tan cerca como sabía que a él le gustaba, prácticamente tocando la puntera de su calzado con las manos. Permaneció quieto en esa posición, en silencio, esperando órdenes.
—No agaches la cabeza, por favor, querido. Mírame.
Simut levantó la cabeza para encontrarse con que el Amo llevaba puesta una de sus múltiples máscaras. Obediente, centró la mirada azul en los ojos de Él, lo único que se veía de su rostro tras la elegante cubierta inexpresiva.
—Gracias, Amo.
Argen suspiró detrás de la máscara. Simut se dio cuenta de que sus ojos se veían levemente enrojecidos.
—Estoy triste, Simut—dijo en voz baja, sin dar opción a que el otro preguntase.
Al aludido le dio un vuelco el corazón.
—¿Sí? ¿Puedo preguntar por qué, Amo?
Simut amaba a Argen con toda su alma. Le pesaba verle triste; le conocía en todo lo que éste se había dejado conocer: en sus sensibilidades, en algunos miedos. Sabía de los ocasionales ataques de melancolía del Amo, enraizados muchas veces en la más profunda de sus inseguridades. En tantos años a su lado había llegado a ser lo que ellos llamaban "esclavo", que para ellos significaba en realidad ser compañero y hombro de apoyo, confidente, la mano que siempre estaba tendida. Aparte de muñeco hinchable para uso y disfrute particular, y muchas cosas más.
—Me da vergüenza decirlo, Simut.
El Dorado esbozó una pequeña sonrisa y se permitió rozar con la mano derecha la rodilla del Amo.
—¿Vergüenza decírmelo a mí, Amo? Eso no, por favor.
El Amo soltó una especie de risita tras el parapeto facial. Sentía tristeza por percibirse a sí mismo INSUFICIENTE, pero eso era difícil de verbalizar para él incluso delante de Simut. No era la primera vez que se sentía así, sin embargo. Con Halley también le había pasado años atrás. Ese sentimiento era quizá tan doloroso en sí que terminaba alejándole de personas importantes en su vida si no lo controlaba; tal vez, si no fuera gracias a Simut, Argen habría terminado aislándose del mundo, y él lo sabía. Ah, quién podría si quiera intuir que bajo la generalmente estoica expresión de Argen se agitaba agua oscura y cenagosa, turbulenta.
—No soporto ver un solo pelo y me he rasurado—fue lo único que acertó a comentar entre dientes—Pero tampoco soporto verlo rasurado. Es repugnante.
Simut negó suavemente con la cabeza, notando el tono de asco en que se había rizado la voz de Argen al decir éste la última frase. Sabía perfectamente a qué se refería el Amo, y de hecho intuía que "eso" podría ser -como otras veces- el origen del malestar. Aunque no se imaginaba qué relación podría tener "eso" con Samiq, que era la persona de quien Argen quería hablarle (o eso le había dicho cuando le reclamó).
—No lo es Amo, si me permite decirlo...
Simut se envalentonó y elevó el brazo para tomar la mano de Argen y estrecharla suavemente. Se sentía mal al escuchar que el Amo experimentaba rechazo y asco hacia una parte de sí mismo, al verle sufrir por lo que consideraba una "tara" y no era tal. Se sentía responsable directamente de ello.
Ojalá el Amo pudiera simplemente aceptarse a través de él, ese era su gran deseo de esclavo. Ojalá las máscaras no fueran tan necesarias. Simut no tenía ningún problema con "eso" que asqueaba a Argen; hasta podría decirse que le gustaba, y, como una parte de más del conjunto que era la persona del Amo, que lo amaba. Sabía que existían hombres, mujeres, y personas que tenían otras alternativas de género, dentro de todo tipo de cuerpos. El Amo había nacido con un juego de cromosomas sexuales XX, lo que físicamente se traducía en "hembra" para el idioma de la naturaleza, pero eso por sí mismo no definía el GÉNERO de una persona. El género, la identidad, lo que definía a alguien, no venía determinado por tener unos genitales u otros, sino que era la realidad que esa persona sentía desde dentro, independientemente de cómo fuese por fuera. Se trataba por tanto de algo subjetivo e incuestionable: sólo uno conocía su propia realidad.
—Es repugnante—repitió Argen— Siento no poder darte otra cosa.
Por circunstancias de salud, Argen no había podido acceder a terapia hormonal ni cambiar su cuerpo mediante la cirugía. Se sentía atrapado dentro del cuerpo incorrecto -como si el "cuerpo incorrecto" existiera como concepto-, se sentía incompleto como hombre, y eso le amargaba. En su fuero interno temía que tanto Samiq como Simut siguieran a su lado por pena, teniendo que compensar por otras vías la ausencia de un falo natural o aguantándose en silencio.
—Amo, por favor. Me encanta su cuerpo, todo lo que tiene.
Simut no mentía al decir eso. Era verdad que Argen le encendía también por su aspecto físico, y odiaba pensar que si tenía que repetírselo una y otra vez era porque no había sabido demostrarlo. Al Amo no le entraba en la cabeza, y él no se las arreglaba para hacérselo ver... vaya porquería de esclavo era, vista la situación desde ese ángulo.
—Ya. Sé que te gusta, pero sé sincero. Te gustaría más que tuviera otra "cosa", ¿verdad?
—No, Amo...
—Otra "cosa"... para poder follarte.
El Dorado casi se rió.
—Amo, disculpe. SÉ que tiene recursos de sobra para poder follarme.
—Ya. ¿Me dirás que es lo mismo sentir una polla de goma que una de verdad?
Simut tomó aire. Vaya, sí que pillaba al Amo en una crisis. Cuando Argen caía en aquel malicioso bucle negativo y melancólico era difícil llegar a él, porque ni siquiera escuchaba. Las emociones que le secuestraban respecto a esto le impedían escuchar, ver y valorar lo que había dentro y fuera de sí mismo.
—A mí no me importa que sea de goma, Amo, si quien me folla es usted. Perdone la osadía.
—Tal vez tu hermano Samiq no siente lo mismo.
El esclavo frunció el ceño al oír aquello, desconcertado por un instante.
—¿Oh? ¿Samiq? Pero, Amo, a Samiq también l-...
—Tal vez merece algo mejor—le cortó Argen—un hombre completo. Como... como Halley.
Simut tuvo que hacer un esfuerzo por contener la risa entonces. Se le antojaba muy gracioso el tema, porque podía asegurar que si Samiq estaba encoñándose con Halley no era precisamente porque Halley se lo follara. Demonios, ¡eso tenía que saberlo Argen también! Lo había visto con sus propios ojos...
—Amo, a riesgo de que me castigue... y por favor, perdóneme, pero está diciendo puras tonterías.
La cara de Argen seguía estando oculta, pero Simut intuyó que éste no se había enfadado por lo último que dijo. Al fin y al cabo, sabía que el Amo valoraba la sinceridad.
—¿Tú no crees que quiera dejarme por eso, Simut?
El aludido negó vehemente con la cabeza.
—¡Amo! ¡No creo que Samiq le quiera dejar! Y mucho menos por algo así.
Argen resopló y se reclinó contra el respaldo de la silla, aun dejando que Simut le sostuviera la mano.
—Debería dejarme. Él siente por Halley, eso lo vería hasta un ciego.
Simut volvió a negar con la cabeza, extendiendo los dedos para comenzar a acariciar el dorso de la mano del Amo delicadamente.
—Bueno, Amo. No sería el primer caso de un esclavo ambivalente que tiene un sumiso. En Zugaar, usted y yo hemos visto eso algunas veces. ¿Usted permitiría esa posibilidad?
Argen se encogió de hombros y agachó levemente la cabeza. Simplemente, no sabía si quería eso para él mismo, ni para Samiq.
—No es que no quiera permitirla... sólo no me parece justo. He estado pensando, Simut. Desde hace tiempo sé que no volveré a Zugaar, y, si es cierto que Samiq quiere a Halley como sumiso, yo podría cederle mis dependencias allí y mis propiedades materiales. Él tendría que volver a la fortaleza como Dominante, eso sí—aclaró— Y sería completamente libre.
"Libre" significaba en este caso que Samiq dejaría de ser suyo. Era muy doloroso verlo así, pero Argen no podía sino pensar que esa era la mejor opción.
Los ojos de Simut brillaron abiertos de par en par a medida que éste procesaba aquella información. En un par de frases o tres, Argen acababa de soltar la bomba más grande que el esclavo había escuchado en mucho tiempo. ¿Que ya no volvería a Zugaar? ¿Que tenía intención de ceder sus posesiones materiales allí a Samiq?
—Amo, pero, disculpe. Me está contando esto sin saber lo que Samiq opina al respecto, ¿verdad?
Podría ser un error común desde la soberbia por parte de Argen, dar por hecho que Samiq querría algo así. Dar por sentado que su Segundo Dorado aceptaría alegremente quitarse el collar y darle la espalda, y que eso era de hecho lo que más necesitaba.
—No se lo que opina. Pensaba hablar hoy con él y poner las cartas sobre la mesa. Dime, Simut, ¿Tú querrías quedarte conmigo?
Aquella última pregunta sonó implorante a pesar de haber sido deslizada con cierto disimulo, y Argen maldijo al ser consciente de ello. No quería por nada del mundo mostrar su verdad en esto, y lo cierto era que no se veía capaz de imaginarse la vida sin Su Simut.
—Por supuesto, Amo. Por supuesto que me quedo con usted, siempre que usted quiera—repuso éste sin dudarlo—Pero, Amo... de verdad, yo no creo que Samiq quiera dejarle.
No. Conocía a su hermano Dorado, de personalidad mucho más equilibrada y estable que la del Amo. Simut no podía sino pensar que más bien era Argen quien quería dejar a Samiq y no al revés, pero, por increíble que pudiera parecer, el propio Argen no lo veía así o no quería verlo.
—Simut. Es una oferta que no creo que rechace, sería tonto si lo hiciera.
—Pero, ¿y si él no quiere volver a Zugaar, Amo?—inquirió el esclavo—¿y si Samiq quiere quedarse con usted aquí, o ir donde usted vaya?
Argen sonrió tras la careta y negó con la cabeza.
—No. No lo rechazará. Un espacio donde disfrutar libremente en compañía de su sumiso, con todas las comodidades y con tecnología punta, todo gratis con sólo chasquear los dedos. No, estaría loco si lo rechazase.
Asintió con satisfacción después de decir aquellas últimas palabras. Sí, así era exactamente. Un espacio propio, privado, donde Samiq podría dar rienda suelta a sus deseos con un "hombre de verdad". Y no cualquier hombre, sino Halley. Argen sentía más que cariño por el antiguo profesor, y por eso no había dejado nunca de seguirle los pasos, aunque éste jamás se hubiera dado cuenta.
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Un monstruo con cara de niño, eso era lo que tenía Balle dentro. Eso sentía al menos: un pequeño monstruo que le arañaba las entrañas, hambriento como nunca en su inocencia y bien despierto, dispuesto a todo por lo que quería y reclamándolo a gritos, en silencio, a través de sus ojos.
No se encontraba a sí mismo en aquel rostro jadeante que veía en el espejo. El mensaje de Samiq había vuelto a ser felizmente inoportuno, sorprendiéndole en mitad de una paja en el cuarto de baño. Justo salía de la ducha y no había podido evitar ver las innumerables marcas que cruzaban su trasero en diferentes tonalidades violáceas... y sólo aquella visión había bastado para ponérsela dura, y para hacerle sentirse desesperado por tocarse. Había sido como recibir una descarga eléctrica que le había erizado la piel... y justo cuando se permitía evocar la mano de Samiq y empezar a meneársela, "¡BIP-BIP!"
Leyó el mensaje con la respiración acelerada y los ojos húmedos, sujetando su enrojecido miembro con la mano izquierda. Ojalá estuviera ahí Gato, pensó con salvajismo, para encularle contra el lavabo con todas sus ganas hasta hacerle gritar. Necesitaba algo en su culo y no quería meterse los dedos; buscó desesperadamente alrededor y detuvo el barrido visual cuando sus ojos colisionaron con el mango del cepillo de pelo. Sí, eso podría servir para darle gusto al pequeño monstruo...
«Te echo de menos»
«Hola, precioso.»
Dejó el móvil en la repisa del lavabo, cogió el cepillo y también el tubo de vaselina que rondaba siempre a mano. El monstruito deseaba que le hicieran daño, pero también sentir aquel mango hasta el fondo, así que Halley lo lubricó generosamente para no perder tiempo.
«Un beso, donde lo quieras.»
Ahogó un grito cuando por fin penetró su propio ano de una vez. No, no iría al club a ver a Samiq aquella noche, ni respondería aquel mensaje... tenía miedo, pero necesitaba sentirle, aunque fuera sólo cerrando los ojos para imaginarle detrás de él.
Lo quería todo. Era por culpa del monstruo. Lo quería todo: besos de amor y besos de fuego, comer y ser devorado, llorar y sangrar, recibir mordiscos, pellizcos, azotes, bofetadas. Hasta palizas y otras torturas. El monstruito quería todo eso, y quería gritar con loco regocijo al límite de la destrucción; ese era su máximo deseo, su placer, y por eso Halley le temía.
Algo en esa avidez era insoportable y le superaba. Claramente le mataría si se dejaba llevar, y a la vez era imposible contenerla. La fantasía final, la verdadera realización, era que Samiq le rompiera, le violara y le DESTROZASE de cualquier forma posible: anulándole con palabras, traspasándole a besos, a golpes, a pollazos... pero quedándose "siempre" junto a él. Halley necesitaba permitirse bajar al estado del niño que no se defendería, para ser vapuleado allí por alguien a quien empezaba a amar.El único dolor verdadero sería afrontar la verdad: que Samiq era de un Amo, que ya tenía a quien amar, y que probablemente se iría de su lado cuando se cansara de aquel "juego".
—Amo, mi culo... es sólo tuyo—gimoteó como puta, volviendo a agarrar el palpitante miembro para continuar la masturbación—Amo, fóllame, ¡más duro!
Con suerte, Kido no se coló en esta fantasía. Y es que lo que Halley sentía hacia Samiq era distinto a lo que le había unido a Kido. Sólo Samiq despertaba al monstruo, quién sabía por qué. Con Kido la vida era luminosa, y, si había habido algún monstruito infantil ya por entonces, éste había permanecido dormido y ausente todo el tiempo.
Halley no entendía por qué su pequeña bestia particular se manifestaba con Samiq, si Samiq solo quería cuidarle.Samiq no era un sádico que quisiera verle sufrir, todo lo contrario... y, lamentable e inexplicablemente, esto ponía a la bestia aun más cachonda.
Se corrió abundantemente sobre el lavabo, retorciéndose y gimiendo con los labios pegados para no gritar. Al sacarse el mango del cepillo del culo, comprobó que se había lesionado con el violento mete-saca y que sangraba, aunque no demasiado. No le importó.
Volvió a ducharse como si quisiera que el agua arrastrase la última estela de aquel orgasmo, se puso el pantalón del pijama, se recolocó las gafas evitando mirarse al espejo y salió del cuarto de baño con el móvil en la mano.
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—Simut, ¿crees que podrías hacerme un masaje? Ya sabes. No me relajo—masculló Argen con fastidio, alegrándose una vez más de llevar aquella máscara puesta. En realidad, a su pesar estaba en fase pre-menstruación y sentía que quería meterse un árbol por el coño.
El esclavo sonrió sin poder disimular su felicidad. Sabía que cuando el Amo le pedía "un masaje para relajarse" en realidad se refería a que quería que le llevase al orgasmo con los dedos tantas veces como pudiera soportar. Y él encantado de hacerlo, claro. Para qué estaba un esclavo, si no.
—Claro que sí, Amo. ¿Lo quiere ahora?
—Te espero en diez minutos en mis habitaciones—respondió Argen—Por favor, dile a Samiq que ponga a los candidatos a trabajar y que espere hasta nueva orden.
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Simut salió del estudio del Amo para encontrarse con Samiq, quien ya estaba en aquella misma planta esperando junto al guardarropa, con una gruesa capa de terciopelo negro sobre los hombros.
—Hermano, voy a pasar un tiempo con el Amo—dijo tras darle un breve abrazo—no creo que tarde mucho. El Amo ha dicho que pongas a los candidatos a trabajar... Bajaré a ayudarte en cuanto pueda.
Samiq respondió al gesto estrechando a Simut con suavidad. Como hermanos de esclavitud durante tantos años, ambos se sentían tan próximos que el contacto físico era natural y constante a cada rato. No era que por separado fueran personas dadas a abrazar o a tocar en abstracto -especialmente Gato, quien en esto hacía honor a su nombre por ser un tanto arisco, evitando que su espacio fuera invadido por personas ajenas a lo que consideraba su círculo directo-, sólo se trataba de pura afectividad selectiva y fundamentada en el cariño que ambos se profesaban entre sí.
—No hay problema, ve tranquilo—sonrió a su hermano—todo controlado.
Simut se separó lo justo para despedirse, pero vaciló antes de decir adiós.
—Sam, ¿estás bien?
Encontró a su hermano algo demacrado, tal vez más serio de lo habitual. Por lo general, Samiq era de temperamento alegre e incluso despreocupado (en apariencia al menos).
—Sí, claro. ¿Por qué lo preguntas?
Oh, sí. Por el modo en que su hermano se forzó a sonreír y a contestar de inmediato, Simut tuvo claro que le preocupaba algo. Sin embargo se abstuvo de comentar nada, pensando que ni siquiera tendría tiempo para insistir y resolviendo que le preguntaría más tarde, cuando ambos estuvieran más liberados.
—Por nada—se encogió brevemente de hombros y sonrió a su vez—Bueno. Te veo ahora entonces.
Se inclinó para darle un beso en la mejilla y sin más se giró para tomar rumbo hacia los ascensores.
Las habitaciones del Amo estaban en la planta de arriba, al final del pasillo en el área de jade acondicionada como "hotel". El Amo tenía acceso directo a ellas desde su estudio, a través de un pasadizo oculto que comenzaba tras una estantería, pero eso era algo que sólo sus esclavos de confianza y unos pocos más sabían.
Cuando Simut entró a las dependencias de Árgen, éste ya estaba esperándole tendido sobre la enorme cama con dosel estilo gótico, completamente vestido y con la máscara aun puesta.
—Entra y desnúdate—le apremió. La urgencia de su voz era casi palpable en la suave oscuridad del cuarto.
Sólo una vela pequeña y blanca en la mesilla era la única fuente de luz.
—Sí, Amo—respondió el esclavo, empezando a desabrocharse los pantalones mientras caminaba hacia el lecho.
En lo tocante a su transexualidad, Argen le parecía a Simut a veces tan indefenso como un niño, incluso cuando era "temible". Le producía ternura el desamparo que alguien tan Grande llegaba a mostrar sin darse cuenta, sólo permitiéndose "caer" con él y alguna vez con Samiq. Cuando le daban este tipo de crisis que comenzaban en el físico y terminaban haciendo trastabillar su autoconcepto en lo profundo, Argen parecía tan solo una personita perdida que ni siquiera podía luchar contra su propia desesperación. Simut no le sentía menos Amo por sentirle Persona, ni consideraba esta circunstancia suya como una debilidad -al contrario que el propio Argen- sino como una especie de peligro, como la tendencia a pisar en falso y caer en un agujero. No se paraba a pensar si él era más "fuerte" como persona que Argen; sólo le tocaba el corazón ver a éste sufrir, y le nacía el deseo de estar a su lado cuando esto sucedía para darle apoyo incondicional. El Amo ni siquiera tenía que forzarse para explicarle o pedirle cercanía en estos casos; ya no era necesario después de tanto tiempo viviendo la misma tesitura.
—Amo, ¿quiere que me acueste a su lado?
—Sí, por favor.
Era práctico para Simut llevar unos pantalones vaqueros como única prenda en este sentido, porque apenas tardó segundos en quedar completamente desnudo y accesible para el Amo. La ternura que le producía Argen le excitaba, y no osó tratar de disimular que comenzaba a empalmarse cuando se acostó junto a Él. Sabía que al Amo le gustaba ver cómo su cuerpo reaccionaba en aras del deseo, por lo general.
El feliz engrosamiento del miembro del esclavo no le pasó desapercibido al Amo.
—Tócate para mí—dijo mientras se giraba de lado para apoyarse sobre un codo, al tiempo que tomaba la mano de Simut con la que tenía libre para guiarla entre las piernas de éste.
—Gracias, Amo.
Simut cerró los ojos inconscientemente a la vez que cerraba los dedos en torno a su propio miembro bajo el calor de la palma de Argen. Era un gran regalo que el Amo le permitiera darse placer, y sentir la mirada de éste sobre su piel le excitaba. Notó como su miembro comenzaba a engordar y a calentarse contra sus dedos hasta levantarse como una vara rígida y dura en cuestión de segundos y jadeó. Se mordió el labio, contrajo el abdomen y movio las caderas como si tratara de esquivar las oleadas de gusto al empezar a bombearlo; hacía tiempo que no se masturbaba, estaba demasiado sensible.
—Más rápido—siseó Argen, apartando su mano de la de Simut para ver cómo éste se pajeaba él solo.
—Hmm, Amo.
—Más rápido, Simut.
El esclavo gimió tratando de cumplir la orden y de aguantar. Sus músculos estaban rígidos sobre el colchón, casi tanto como su miembro que inevitablemente había comenzado a palpitar.
—Amo, llevo tiempo sin correrme...—jadeó, abriendo los ojos para lanzarle a Argen una mirada suplicante sin dejar de tocarse. No quería perder la compostura ni el control; estaba haciendo lo que podía, pero su cuerpo reaccionaba de forma brusca e independiente a su voluntad.
—Eres un buen esclavo, Simut. El mejor. ¿Quieres correrte?
La espalda del Primer Dorado se arqueó y éste dejó escapar un quejido.
—Gracias, Amo. Sí... quiero, por favor.
Cómo no iba a querer. Con un par de sacudidas ya se sentía al borde.
Argen jadeó bajo la máscara mientras volvía a poner la mano sobre la de Simut para detenerle. Notarle tan caliente le hacía sentirse desagradablemente abierto y vacío. Odiaba tener vagina, especialmente cuando esta pasaba hambre. Y le asqueaba ser penetrado, especialmente cuando más lo necesitaba; le avergonzaba tener que pedirlo, aunque pedírselo a Simut o a Samiq siempre tenía un punto morboso a su pesar.
—Para—le ordenó a su esclavo mientras le soltaba para abrirse sus propios pantalones—hazlo dentro de mi cuerpo.
Simut se humedeció los labios y trató de calmar la acelerada respiración. No le cogió del todo de sorpresa lo que acababa de escuchar, aunque aquellas palabras dispararon el latido de su corazón.
—Amo, ¿de verdad merezco eso?
Argen se lo había pedido alguna vez, Simut creía que con relación a sus ciclos hormonales. Era un gran regalo follarse al Amo y no digamos correrse dentro de su cuerpo, algo que Simut realmente dudaba de merecer, y respecto a lo que le tensaba la posibilidad de no estar a la altura. La pregunta no era por postureo ni por hacerse de rogar.
—Claro que sí, vamos. Ponte encima de mí.
El esclavo tembló mientras rodaba de costado y se erguía sobre las rodillas para cumplir la orden. Aquello sí que era poco habitual. Las pocas veces que Argen le había pedido penetración ambos solían tomar una postura bien distinta para ello, siendo el Amo quien se sentaba sobre él para cabalgarle, a veces atándole las manos incluso. Sólo en una ocasión esto había sido diferente, hacía tiempo, una vez que el Amo estaba muy salido y se había colocado a cuatro patas para que Samiq y él se lo follaran a lo perro. Aquello había sido una especie de ida de olla por parte de Argen que éste lamentó en los días siguientes, llegando incluso a encolerizarse consigo mismo y a pagarlo con sus Dorados, como si ellos hubieran tenido la culpa de que él hubiera reclamado que le dieran por culo y coño.
—Amo, tengo miedo a hacerlo mal...
Argen sonrió tras la máscara. Amaba los ojos azules de Simut, ahora tan abiertos, tan nublados y más sinceros que nunca.
—No digas tonterías—replicó, elevando la mano para acariciarle el costado. Con la otra mano tiró hacia abajo de sus pantalones para deshacerse rápidamente de ellos y de la ropa interior—venga, métemela.
—¿Por dónde prefiere, Amo...?
—¿Por dónde crees?
Argen abrazó los muslos de Simut con ambas piernas y presionó tras ellos con los talones. El esclavo gimió cuando sintió su miembro deslizarse en aquel pasillo húmedo que parecía no tener fondo, que parecía querer engullirle. Al momento las manos del Amo presionaron sobre sus glúteos, haciéndole avanzar con las caderas.
—Oh, sí. Un esclavo bien dotado.
—¡Nnh! Gracias, Amo...
—Fóllame, Simut. Fóllame duro y córrete.
—Amo, dios. Amo... ¡gracias!
Simut apretó los dientes y empezó a moverse sobre Argen. Daría lo máximo de sí para no correrse al segundo o tercer pollazo, aunque siendo realista temía que no fuera a durar mucho más. A las malas sabía que volvería a ponerse erecto rápido, si acaso el Amo no quedaba satisfecho y quería darle una segunda oportunidad. En ese caso sería mucho más sencillo controlarse para mantenerse duro por más tiempo.
—¿De verdad que no te importa mi cuerpo, Simut?
La mano derecha del Amo subía ahora por la espalda del esclavo y se cerraba en torno al collar dorado que éste llevaba al cuello.
—¿Usted no lo ve, Amo?—se atrevió a responder el aludido, reprimiendo las ganas de arrancar a embestir como loco perdiendo el control—míreme, Amo, ¿no lo siente?
Samiq y él se lo habían dicho a Argen muchas veces. Les daba lo mismo lo que éste tuviera entre las piernas, sólo les interesaba saber hacerlo funcionar para darle placer. Era el propio Argen quien no se aceptaba, quien no lo entendía.
—Sí, lo veo... Simut—jadeó. Nunca se corría con la penetración, no necesitaba hacerlo para saciarse—vamos, córrete, caballo de carreras.
Tras descargar hasta la última gota de semen en el cuerpo del Amo, Simut ayudó a éste a alcanzar el orgasmo un par de veces manualmente. Esa era la forma habitual de terminar cuando Argen pedía penetración: dedos de esclavo deslizándose entre esperma de esclavo. De esta forma, arrodillado entre las piernas abiertas del Amo, consiguió arrancarle un grito antes de que éste pudiera ocultar cara y máscara contra la almohada girando la cabeza. Ciertamente, Argen había de ir salido si se comportaba así, y participar de ello era también un regalo para el esclavo, un privilegio que casi se sentía como morder el fruto prohibido del árbol del Bien y el Mal... aunque no pudiera ver su rostro.
—Descarta la ropa sucia y ponte a trabajar—le había ordenado Argen con cierta frialdad una vez logró reponerse. Era otra de las múltiples ventajas de tener un esclavo, poder decirle "desaparece" sin reparos cuando necesitaba soledad—Improvisa un pequeño espectáculo cuando haya audiencia; una atadura estética o una suspensión servirá, con Samiq o con Arisa. Te avisaré para ir llamando uno a uno a los candidatos.
—Claro, Amo—musitó Simut, volviendo a vestirse y recogiendo la sábana manchada de semen y fluidos que Argen le tendía—Gracias, Amo.
—Gracias a ti.
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Gafada estaba con la lluvia, pensó Esther. Gafada no, ¡gafadísima! Últimamente cada vez que salía a la calle le pillaba el diluvio universal... ¿cómo había llegado a suponer que aquella noche sería una excepción? Para colmo, con los nervios había olvidado el paraguas, y ahora contemplaba impotente la cortina de lluvia desde debajo del techado en la estación de metro, pensando que aun tenía que caminar unos diez minutos a través de aquel chaparrón para llegar al Noktem. No había otra manera.
Cuando llegó frente a la puerta metálica que tan bien conocía, estaba hecha una sopa. Afortunadamente, tuvo que pulsar el timbre una sola vez y fue suficiente para que, segundos después, lo que parecía una sombra encapuchada saliera a recibirla.
—¡Qué puntual! Pasa, por favor...
Esther reconoció al momento la voz amable y algo estresada de Samiq y sonrió. Le caía bien el rubito, o al menos le parecía más accesible que el otro esclavo que llevaba el collar dorado. A menudo ocurría que Simut daba una apariencia más distante, tal vez porque era más tímido e introspectivo que su hermano de esclavitud. Lo irónico del asunto era que Samiq era el más reservado de los dos, pero ocultaba este y otros muchos rasgos tras luminosas habilidades sociales.
—Hola. Gracias—musitó Esther, entrando al edificio con las piernas temblando.
La puerta se cerró a su espalda y ella sintió de pronto que acababa de cruzar el umbral de otro mundo. Sus ojos tardaron un poco en acomodarse a la suave y cálida luz de las bujías; sus oídos se relajaron de golpe en el ambiente tranquilo que nada tenía que ver con los ruidos de la calle a aquella hora. Ni siquiera se podía escuchar el repiquetear de la lluvia ahí dentro, probablemente porque el edificio estaba totalmente insonorizado, comprendió Esther. Nunca antes había reparado en ello.
Saludó a Samiq tímidamente cuando apenas veía más que contornos. Junto al rubio que llevaba la capa había dos figuras más, a un par de pasos detrás de él: una más alta y con voluptuosa silueta, otra bastante bajita. Lara y Yinx, claro. Se le habían adelantado.
—¡Qué estupendo que ya estamos todos!—dijo con sorna la silueta voluptuosa. Sí, se trataba de Lara, ya no había duda.
—Ay. Estás empapada, Esther...—murmuró Samiq al darse cuenta del estado en que ella había llegado, sin estar seguro totalmente de que ese fuera su nombre (pero casi)—¿Cómo te pusiste así...?
—Vine andando—respondió la interpelada, enrojeciendo. Qué horrible era atraer tres miradas de golpe sobre su persona cuando lo que más quisiera sería pasar desapercibida, al menos en un primer momento—olvidé el paraguas y...
Samiq cruzó los brazos y la miró con cierta preocupación.
—No puedes trabajar así. Espera un momento—le dijo, y se encaminó hacia el guardarropa a unos metros. Arisa había llegado escasos minutos antes y ya estaba ahí dentro, como mochuelo en su olivo.
—No es problema, seguro que se seca rápido...
Pero la voz de Esther se perdió en un finísimo hilo hasta desvanecerse mientras Samiq se alejaba. Éste ni siquiera la oyó.
—Arisa, ¿estás ahí?—dijo asomándose por la ventanilla abierta que daba al ropero.
—No—respondió de inmediato la aludida al otro lado.
—Qué graciosa. Oye, ¿tienes algo de ropa para dejarle a Esther?
—¿Quién es Esther?
Arisa sabía perfectamente quién era Esther, desde luego. Porque era lista y buena observadora, no porque nadie le hubiera dicho nada. De hecho, nadie le decía nada en aquel maldito lugar y ella consideraba eso como una ofensa; sólo contaban con ella cuando necesitaban algo, "Arisa esto, Arisa aquello", pero nunca la avisaban de una mierda. Eso le hacía sentirse como el jodido último mono.
—Una compañera—aclaró Samiq con paciencia.
—¿Y por qué supones que yo soy un armario andante de mujer?
Arisa se asomó por la ventanita y sonrió a Samiq con sarcasmo. El sarcasmo lo llevaba en la sangre, pero tenía que admitir que el Segundo Dorado de Argen le caía bien... o al menos no parecía tan tonto como el Primero.
—Venga, mujer. Seguro que tienes algo, o vestuario de los espectáculos aunque sea.
—¡Oh! gran idea. Hazla pasar y deja que lo mire...
Samiq se volvió de nuevo hacia los candidatos y le hizo una seña a Esther para que se acercase. Ésta se sentía tan incómoda que ni siquiera sacó fuerzas para decir que no, horrorizada por el giro de acontecimientos a pesar de la amabilidad de Samiq. Aquella mujer del guardarropa no parecía tan agradable, se dijo. Aunque claro estaba que la prefería antes que a Lara.
—Gracias, pero, en serio, no hace falta que...—balbuceó mientras se aproximaba al guardarropa con paso vacilante.
—Hola, Esther. Encantada, supongo—Arisa sonrió mostrando los dientes mientras abría la pequeña portezuela bajo la ventana del guardarropa. En verdad no existía tal ventana, simplemente a la puerta medía aproximadamente un tercio de una normal y terminaba en una repisa ancha a modo de mostrador—¿Cuero? ¿Látex? ¿Plumas de Marabú? ¿qué te gusta más?
Esther miró a Arisa con gesto de "estás de broma, ¿verdad?" mientras se colocaba junto a Samiq en el umbral del guardarropa. Con espanto comprobó que Lara la había seguido hasta ahí, e incluso Yinx venía unos pasos por detrás con gesto de curiosidad.
—A-ah...
—Déjame adivinar, nada ostentoso...—Arisa le guiñó un ojo a Esther, dándose cuenta de que esta estaba pálida como el papel—sigueme, tengo algunas prendas al fondo.
Pisando firme sobre sus tacones, como un vistoso insecto reina mostrando sus dominios, Arisa avanzó contoneándose entre estantes y percheros hasta el fondo de la habitación. Levantó con un movimiento seco una especie de cortina, descubriendo unas barras de acero fijadas a la pared, sobre las cuales se alineaban una serie de perchas con las más variopintas prendas colgadas. No había demasiadas, aunque Esther alcanzó a ver materiales y formas de todo tipo. Una parte de ella se agitó y deseó meter mano allí entre aquellas ropas, si acaso sólo por tocarlas o por verlas más de cerca.
—Cuál será tu talla, me pregunto...—reflexionó Arisa mientras miraba entre las ropas.
Por su parte, Lara ya estaba toqueteando el muestrario y comentando de una y otra cosa que veía.
—Pues...
—Por favor, no me digas que la L.
Esther no supo exactamente qué quería decir Arisa con aquel comentario. Pero cerró la boca, porque eso era exactamente lo que iba a decir: "L". No tenía ninguna gana de ponerse algo tres tallas menos con lo que no pudiera moverse ni respirar; diciendo "L" siempre se aseguraba de no ir embutida, prefería sin duda que le bailaran las prendas si es que se iba a ver forzada a llevar otra ropa. Tal vez Arisa no era de la misma opinión.
—No toques eso, pelirroja—le dijo la abeja reina a Lara, un tanto desabridamente. Le sacaba de quicio que toquetearan por toquetear. Acto seguido se volvió hacia Esther tendiéndole un conjunto negro de cuero que había cogido de entre las perchas—Creo que esto te irá bien. Serás Catwoman por una noche.
Los ojos de Esther se abrieron de par en par mirando el conjunto que Arisa le había puesto en las manos. ¿Catwoman?¿Qué demonios...?
—Ah, bueno. Esther, te dejamos que te cambies—se apresuró a decir Samiq, sin echar mucha cuenta del modelito en cuestión y haciéndole una seña a Lara y a Yinx—Estaremos fuera. Sécate y cámbiate tranquila.
—Estás hecha una pena...—le dijo Arisa con cierta conmiseración cuando por fin quedaron a solas en el ropero. Se daba cuenta de lo nerviosa que estaba Esther, casi igual que había estado ella misma cuando comenzó a trabajar allí. Saltó una pequeña chispa de identificación en su mente, aunque cuando ella empezó su andadura en el club era tan solo una idiota que estaba colada por los huesos de B.O. Ahora se arrepentía y pensaba que de volver atrás nunca hubiera entrado allí, pero, al mismo tiempo, ya metidos en el ajo, era mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer...—Te daré una toalla, ven.
Condujo a Esther a un pequeño aparte en el guardarropa, invisible desde el exterior y protegido por otra cortina. Dentro de este compartimento, semejante a un probador, había un espejo mediano bastante sucio, una banqueta de asiento redondo y una percha solitaria.
Arisa le entregó dos toallas de buen tamaño a Esther, una de ellas para que se secara el pelo. Anduvo revisando en su bolso en busca de maquillaje mientras Esther se cambiaba, pensando que, ya puestos y metidos en harina, un retoque tampoco vendría mal. Sería entretenido maquillar un poco y peinar aquella chica, sí. Sólo lo haría por eso, para pasar el tiempo.
Cuando se puso el conjunto que le había dado Arisa, Esther quedó sobrecogida con su propia imagen en el espejo del probador. Se trataba de dos piezas: la superior un top de cuero, reforzado con tiras anchas que se cruzaban en la espalda y decorado con alguna tachuela aquí y allá, y la inferior unos pantalones ajustadísimos, levemente acampanados, del mismo material y color. El escote del top era un tanto demencial, pero al menos se veía una malla fina de licra que tenía de forro, en lugar de carne. Era ceñido, pero no realmente incómodo, y... bueno, era muy "sexy". Esther ladeó la cabeza y parpadeó como si no se reconociese, ¿realmente su cuerpo podía aparecer o lucir ASÍ? Decididamente, nunca había visto su propio cuerpo ASÍ.
—¿Qué tal?—escuchó la voz de Arisa al otro lado de la cortina—¿Te queda bien?
—Sí... bueno... no sé.
—Me temo que zapatos no puedo dejarte...—Arisa dejó de hablar cuando se giró para ver a Esther, quien acababa en ese momento de traspasar la cortina. Puso cara de asco y ladeó la cabeza—Ah, está muy bien. Te queda muy mono.
—¿Tú crees...?
—Oh, ya lo creo. Deja que te peine un poco y te maquille, es una pena que salgas así.
Esther se preguntó cómo diablos había terminado dejándose liar, sentada en la banqueta del probador mientras Arisa se inclinaba sobre ella para delinearle primero un ojo, luego el otro. Le aplicó base de maquillaje a breves toques, khol negro en la raya de los ojos, máscara de pestañas en su justa medida, y rojo borgoña en los labios.
—Bueno. Menudo cambio. Saliste ganando por calarte bajo la lluvia, ya te digo...—dijo casi para sí, distanciándose un paso de Esther como para contemplarla en perspectiva—ja, le das mil vueltas a esa pelirroja roñosa ahora.
Por supuesto, Arisa sabía que la pelirroja roñosa se llamaba en realidad Lara y que era hija de Kieffer, pero la llamaría como le saliera del moño aunque fuera hija del papa de Roma. Sin conocerla ya le caía mal, y no se detendría a bucear más a fondo para cambiar de idea o reforzarse.
Esther rió algo nerviosa. No sabía qué pensar, pero el caso era que no se sentía nada mal tener puesta aquella ropa. A pesar de llevar sus botas de siempre, caminar no se sentía de la misma manera ahora que se veía tan... ¿exuberante? Uh. Era como un subidón de poderío inesperado por las venas. Y aquella sensación aumentó aun más, henchiéndola por dentro, cuando se giró al espejo para verse la cara. En poco más de cinco minutos, y a pesar de la insuficiente iluminación, Arisa había hecho un precioso trabajo con sus rasgos faciales, resaltando los pómulos y la forma de los ojos. ¿Cuánto tiempo hacía que Esther no se veía con maquillaje? no se había maquillado ni una sola vez desde que estaba en casa de los chicos, que recordara.
Se preguntó qué pensarían ellos si la vieran así, y el escalofrío de estar haciendo algo prohibido fue como un latigazo de luz en la espina dorsal. Por prohibido que estuviera, por muy a espaldas de Ellos que fuera todo esto, difícilmente podrían negar que ella era un cañón si llegasen a verla. A riesgo de pecar de creída, sintió que pondría la mano en el fuego por ello: al fin y al cabo, la mayoría de los hombres eran "simples", ¿no?
—Muchas gracias—le dijo a Arisa—Gracias, de verdad.
—No es nada—replicó esta mirando hacia otro lado con gesto avinagrado—empezará a entrar gente, deberías irte a trabajar y dejarme trabajar a mí.
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Mientras esperaba a Esther junto con el resto de candidatos, Samiq había aprovechado para aislarse un momento, sólo lo justo y necesario para volver a mensajear a Halley. Tsk, se sentía medio acosador haciéndolo... pero su intuición le decía que por algún motivo debía insistir, que escribirle era importante. Tenía una especie de corazonada o mal presentimiento al respecto, como si algo en relación con el sumiso estuviera yendo realmente mal. Aunque tal vez esa era una excusa que inventaba él mismo y nada más, para volver a abordarle sin remordimiento en espera de una contestación. Quién podría saberlo (aparte del lector, claro).
Cuando Esther salió del guardarropa no le quedó más remedio que prestarle atención a ella, sin embargo. No se molestó en disimular la grata impresión que le causó el modelito elegido por Arisa y hasta se permitió bromear al respecto.
—Wow, Esther, ¿dónde tenías escondido ese cuerpo?—le dijo, y ella volvió a desear que la tierra se abriera bajo sus pies para tragarla.
En el fondo, Esther se sentía resplandeciente también, y precisamente eso le causaba aún más azoramiento. Para colmo, Yinx empezó a aplaudir e incluso sonrió durante una milésima de segundo.
—Está genial—comentó el enanito pecoso, quien, por cierto, parecía ir vestido de caperucita negra neo-goth para la ocasión. Llevaba una sudadera oscura calada hasta el cuello, cuya capucha ocultaba solo parcialmente la melenita color ébano que le llegaba un poco por debajo de los hombros y se ondulaba en las puntas. Tal vez por tanto negro la piel lucía pálida bajo la tenue iluminación, y los ojos verdes se veían más grandes, como dos esmeraldas, o incluso dos focos brillantes.
—Gracias...
Esther había observado a Yinx lo suficiente para deducir que era bastante parco en palabras, así que le sorprendió el comentario. Sería muy cool decir que no le dio mayor importancia aun así, pero lo cierto es que, al igual que las palabras de Samiq, lo que dijo Yinx alimentó aquel fuego interno que se había encendido al verse ella hermosa. Las cosas se veían de diferente forma llevando aquellas ropas (y proyectándose desde dentro a través de ellas). "Lo material está sobrevalorado", "el tamaño no importa", "el físico es lo de menos"... en sentencias como aquellas se ocultaba tanta verdad, y tanta mentira... Lo único verdadero era el instante, y en aquel momento Esther se sentía fuerte, bella, fuera por las razones que fueran. Y, como era lógico, ella quería disfrutar aquel sentir mientras durase.
Por primera vez en mucho tiempo su belleza era Suya, sólo suya y de nadie más. Eso también le hacía sentirse poderosa, pero no se paró a pensar en ello. Ni siquiera se dio cuenta.
Los tres siguieron a Samiq escaleras abajo para ir a la sala principal. Lara iba la primera detrás del Dorado, observándolo todo con sus ojos de halcón mientras este daba algunas explicaciones. Esther y Yinx caminaban en paralelo por detrás, sin mirarse entre ellos y sin decir una palabra.
En la planta baja, Samiq les condujo hasta la barra y de camino aprovechó para saludar y acomodar a unos clientes recién llegados. Les habló a los candidatos del protocolo -bastante simple y de sentido común- a la hora de recibir clientes; no que tuvieran que ponerse a lamer botas solo porque un "dominante" lo reclamase, sino más bien se trataba de rozar la esquisitez con todos por igual, en lo que a educación se refería, fueran del rol que fueran.
Les habló de la tarima central para espectáculos, de la ubicación de los recursos materiales, y de las formas de pago. Algunos clientes en el Noktem usaban un cierto tatuaje en el dorso de su antebrazo o mano para pagar los diferentes servicios contratados; otros, una tarjeta con el emblema del club. Tanto la tarjeta como el tatuaje podían ser leídos por una especie de datáfono, y, de ese modo, podía cargarse todo a la cuenta de cada cliente al instante. No se aceptaba pago en metálico ni de ningún otro tipo, salvo que fuera pactado de mutuo acuerdo entre Dóminas o Dominantes que cedieran carne, por ejemplo.
Les habló también sobre las mazmorras, y les indicó que si alguien les pedía las llaves de alguna se limitaran a buscar a Simut. Ese era un tema delicado que exigía conocer un poco a la clientela para no pillarse los dedos, así que Samiq les dio instrucciones precisas de no entregar ninguna llave a nadie.
Entre explicación y explicación, les alentó a ir atendiendo a los clientes que se acercaban a la barra para pedir alguna consumición. Pudieron trabajar a ritmo relativamente suave durante un buen rato, y en realidad el ambiente era agradable, sin estridencias. La sala no estaba demasiado llena, y las luces móviles de colores basculaban tranquilas a ritmo de música tecno con ecos espaciales.
Simut se reunió con ellos cuando la multitud en la sala comenzaba a aglomerarse. Venía algo despeinado y con una expresión de relax en la cara que no era para nada habitual en él.
—Tenemos que ponernos las pilas—le dijo a Samiq, sin embargo—El Amo quiere hablar contigo y con los candidatos, también quiere espectáculo. Y esto se está llenando.
—¿Espectáculo?—Samiq enarcó las cejas como si no pudiera creer aquella parte—¿Pero qué espectáculo vamos a dar, si no hemos preparado nada? Hay que enseñarles todo a ellos...—añadió, refiriéndose a los nuevos, a quienes había dejado por un momento solos tras la barra.
—Bueno, hermano, sólo son candidatos. Ya tendremos tiempo de enseñar al que se quede. Ve a hablar con El Amo; yo voy organizando, no te preocupes.
"Yo voy organizando", Samiq rió en su fuero interno. A Simut le encantaba organizar, era ordenado, no puro caos como él. Sí, probablemente debería aprender de él, y hacerle caso y subir cuanto antes a hablar con el Amo... ¿por qué sentía que quería quitarse aquella conversación de en medio tan pronto como pudiera, como si fuera nada más que un deber o un obstáculo? No dejaba de pensar en Halley... Aún seguía sin recibir respuesta del sumiso, y comenzaba a sentir un pellizco desagradable en el estómago más allá de la pura añoranza.
Una vez Samiq subió a ver a Argen, Simut vio que Lara se había puesto por su cuenta a caminar entre las mesas, acercándose a unas y a otras como quien pica de flor en flor, mientras Esther y Yinx se mantenían tras la barra. Estos últimos parecían estar desenvolviéndose bien a cuatro manos, o al menos sin verse agobiados como para pedir socorro.
Desde luego, en principio no estaba mal que Lara tuviera la iniciativa de atender las mesas y los reservados por si los clientes allí necesitaban algo. Así que Simut la dejó a su aire, aunque con el propósito de vigilarla de cerca. Había ya algunas "personalidades" importantes entre la clientela; gente de rango dentro del rol Dominante incluso, señores y damas que conocían a Argen de Zugaar y de otros lugares, algunos más exhibicionistas que otros con sus propiedades humanas voluntarias. Simut no estaba dispuesto a arriesgarse a que Lara metiera la pata con alguno de ellos por pasarse de expansiva, descarada y "simpática"; no hacía falta ser un lince para darse cuenta de que la tía tenía un morro que se lo pisaba y de que actuaba como si el mundo le perteneciera.
Tras la barra, Esther se dio cuenta de que Yinx debía de estar bastante hasta las pelotas de Lara. Porque cuando esta se marchó a su tour particular entre las mesas, pareció como que al pecoso le quitaban una mochila llena de piedras de la espalda. Fuera del rango de influencia de Lara, Yinx parecía relajado hasta el punto de disfrutar con lo que hacía. Era cierto que no hablaba mucho, pero a su manera era expresivo en cada cosa que hacía, además de mantener respeto por los espacios ajenos. Por ello, Esther comenzó a relajarse también a su lado, tal vez por mero contagio, y a sentirse bastante a gusto.
La cosa no era como agua de rosas, claro que no. Iban lentos, tenían dudas, tardaban un siglo con cada cliente que se acercaba o eso le parecía a Esther al principio. Pero... increíblemente, se lo estaban pasando bien. Junto a Yinx en aquel espacio entre botellas, Esther pudo concentrarse en metas concretas, en objetivos reales que iban surgiendo a cada momento, y por consecuencia olvidarse un poco de todo lo demás. Su mente descansó mientras ponía cubitos de hielo en los vasos, mientras buscaba unas pinzas, mientras cortaba rodajas de limón y naranja o trataba de solucionar algo junto a Yinx. A veces algún cliente pedía un combinado, lo cual era claramente otro nivel de dificultad... pero a Simut se le veía ocupado -con los ojos en todas partes mientras preparaba el pequeño show que tendría lugar-, así que en esos casos no les quedaba más remedio que echar mano de las anotaciones que el Primer Dorado había dejado por allí, una especie de instrucciones/recetas garabateadas a mano. Ni que decir tiene que el "soy nuevo, ji,ji", "disculpe", "perdón, estoy aprendiendo" eran frases y palabras que tanto uno como otra dijeron muchas veces en aquellas primeras interacciones con clientes.
La mayoría de esos clientes eran bastante "normales", o más normales en todo caso de lo que se podría esperar dentro de un local de temática relacionada con el placer y el dolor. Había alguno u otra más estirado/a; otros se quejaron un poco, pero no hubo ninguna situación insalvable.
No se organizaron mal de todo. No era que el trabajo fuera metódico o tipo "A,B,C", sino más bien consistía en improvisar, pero a medida que pasaba el tiempo iban cogiéndole el tranquillo, como suele pasar con cualquier actividad.
Algunas cosas divertidas también pasaron, como cuando una señora se acercó fumando una pipa de carey, con el único propósito de hacerle proposiciones a Yinx. "Me gustan aniñados", le dijo, a lo cuál él reaccionó con aturdimiento hasta que finalmente se las arregló para gruñir "se está equivocando conmigo, señora". O como cuando un pelirrojo con patillas que todo el mundo parecía conocer por allí -una especie de maestro de ceremonias motu propio o algo por el estilo-, se acercó para preguntarle a Esther si era ella quien iba a participar en el espectáculo de la noche. A ella le había sonado el pelirrojo, aunque no sabía bien de qué; probablemente le conocía de haberle visto antes por allí, aunque él no parecía recordarla.
Esther se lo estaba pasando tan bien que tenía miedo. Había esperado muchas cosas de aquella noche de prueba; se había imaginado situaciones e incluso escenas concretas, pero no se le podía pasar por la cabeza que iba a sentirse como se sentía en aquel momento. Bella, libre, capaz. Era agradable sentir que las miradas se posaban en ella de cuando en cuando, era agradable no querer pasar tan desapercibida. Era agradable, mucho, que alguien pensara que ella era "digna" de protagonizar un espectáculo.
Todo marchó bien hasta que Lara apareció contoneándose, salendo de la nada y... deliberadamente, con plena intención, le tiró a Esther por encima la copa que llevaba en la mano.
—¡Uy! Lo siento...—se echó a reír sin ni siquiera disimular. Sus pupilas estaban dilatadas y brillantes bajo los fogonazos de Luz; tal vez en su viaje a los reservados había fumado algo—no te he visto.
—¿Qué haces?—Esther dio un paso atrás e intentó sacudirse el líquido de la ropa con las manos—¡No es mío!
—Ay, es verdad. Es de la encargada amargada. Qué mal.
A Lara le tocaba un pie de quién fuera la ropa. De hecho, tal vez había duchado a Esther con aquella copa simplemente para meterla en problemas, sabiendo que el conjunto era prestado. Esther lo supo, no era tonta... qué mala leche, la puta pelirroja, sabiendo que estaban a prueba.
—Oh, Lara. Has venido—Yinx saludó con aparente desidia y se encaramó a un taburete. Lo había visto todo, y por alguna razón decidió intervenir. Esther observó con los ojos como platos cómo el chico-duende (aquello era lo que Yinx parecía subido allí) agarraba una botella de whyski del estante de espejo, la abría y sin más procedía a regar a Lara con ella, echándole el contenido ambarino por la cabeza.
—¿Qué haces, anormal?—A la bruja no le hizo gracia el chorro etílico que le cayó en plena coronilla desde arriba. Ni se lo esperaba, claro.
Ante el pasmo de Esther, Yinx se rió abiertamente mientras sostenía la botella medio vacía en la mano como si fuera un arma, apuntando a Lara con la boquilla.
—Uy, lo siento. No te he visto, zorra.
—¿A qué viene esto? ¡Me has agredido!
Yinx meneó la cabeza y saltó al suelo desde el taburete, agarrando a secar vasos como si nada hubiera pasado.
—No, qué va. Si te hubiera querido agredir, te habría roto la botella en la cabeza—masculló en voz baja, con tono de estar diciendo algo tan obvio que caía por su propio peso.
No era que Yinx fuera una persona violenta. Del dicho al hecho iba un trecho, pero estaba tan harto de Lara -como bien había deducido Esther- que incluso felizmente lo hubiera podido hacer. Aguantar a Lara unas horas podía ser una tortura, pero tener que vivir con ella en un recinto formado por tres carpas y una caravana era el puto infierno.
Esther prefirió mantenerse al margen del intercambio de borderías entre Yinx y Lara. Ya tenía bastante con preocuparse de arreglar la ropa que le prestó Arisa.
—¿Con qué se quita una mancha de alcohol y refresco?—preguntó desesperadamente al aire, echándose las manos a la cabeza, viendo como Lara salía tarifando hacia los baños.
—Siempre que no le prendas fuego...—aventuró Yinx—Aunque también podríamos hacerlo y fingir que fue un accidente.
Al instante siguiente de decir aquello con la mayor solemnidad, volvió el rostro hacia Esther y soltó una carcajada sin pudor alguno.
—Estás de broma, claro—replicó ella, sin saber realmente si él iba en serio o no.
—Claro, por supuesto.
Esther se vio de pronto a punto de echarse a llorar. Con lo bien que iba todo, con lo que estaba disfrutando... qué rabia que se hubiera manchado la ropa, y qué impotencia le daba no poder -pues sabía que eso sería poco inteligente por su parte- cruzar algo más que palabras con Lara.
—Mierda...—sintió la garganta rígida, tragó saliva y la voz le tembló—estoy en un lío, Yinx.
El chico-duende dejó el vaso sobre la repisa interior de la barra y se giró hacia ella con gesto sorprendido, como si no pudiera creer que Esther estuviera de pronto tan preocupada por algo así.
—No, tranquila. No lo estás.
—¿Cómo que no? ¡Mira!
Yinx entornó los ojos como para enfocar mejor, concentrando la mirada en el top de cuero que ella le mostraba estirándolo como podía con ambas manos.
—No creo que absorba la mancha—concluyó—apenas se nota...
—Quedará cerco—se lamentó Esther. Si fuera suyo el traje, no le importaría tanto. Pero no era suyo, sino que se lo habían prestado amablemente, y ella... ella no había sabido cuidarlo, no lo suficiente. Estaba claro que no podía haber imaginado que Lara se la iba a jugar, pero a fin de cuentas era su responsabilidad que aquella ropa se mantuviera en buenas condiciones, o al menos devolverla tal y como se la habían entregado.
—Bueno, voy a atender a ese tío—resopló Yinx, señalando con la barbilla a un hombre alto que se había acercado a la barra—cuando acabe puedo echarte una mano, si quieres. Yo veo dos soluciones posibles—añadió, sonriendo levemente a Esther—O intentamos quitar la mancha de alguna manera, o subimos a hablar con la mujer del ropero y le decimos lo que ha pasado. Quizá ella sepa cómo arreglarlo.
Esther se mordió el labio inferior.
—Dios, qué vergüenza...—murmuró, refiriéndose a la segunda alternativa.
—Incluso puedo decirle que lo vi todo. O que fui yo el que te tiró la copa, y terminamos antes.
Tras encogerse levemente de hombros según decía esto, el chico dejó escapar otro resoplido-risa y se encaminó al encuentro de aquel sujeto que ya ponía cara de impaciencia frente a la barra. Esther le miró alejarse los pocos pasos que le separaban de ésta, dándose cuenta de que a él le daba absolutamente igual declararse culpable de algo que no había hecho si eso contribuía a que las cosas fueran menos complicadas. Exactamente como si no tuviera nada que perder. Qué detalle tan extraño, pensó, considerando que supuestamente los tres competían allí por un puesto de trabajo.
¿Por qué estaría Yinx allí?, se preguntó entonces sin poder evitarlo. ¿Por qué quería el trabajo? ¿Lo quería, o sólo estaba ahí para acompañar a Lara a modo de extraña comparsa? Esther recordaba que Argen había confundido a Yinx con la hermana de esta... claro, estaba claro que él no era su "hermana", pero tal vez ¿su hermano sí? Y si no era su hermano, ¿por qué iban juntos? Todo se le antojaba de repente demasiado raro.
Se giró hacia una pila de loza un tanto agrietada que había en una esquina, parcialmente oculta tras una columna de cajas detrás de la barra. Se trataba de una especie de "punto muerto" en la semioscuridad; y tanto que lo era, pues Esther comprobó que no funcionaba el grifo tras casi quedarse con la oxidada manivela en la mano. Cuando se dio por vencida y volvió a darse la vuelta, tenía al silencioso Yinx detrás de nuevo... tan cerca que casi dio un brinco del susto.
—Ya está—gruñó él en voz baja. El tipo al que acababa de atender era un snob que pedía con los ojos que le lamieran las botas (cosa que ni por dinero conseguiría de él). Habían echado un pulso de miradas interesante, cuya tensión no había estallado al no decir el tío comentario alguno.
Esther retrocedió un paso y señaló el lavabo descascarillado.
—No hay agua...
—Oh. Espera.
Rápido de reflejos, Yinx abrió la nevera bajo la barra y sacó una botellita de agua.
—Pero... deberíamos pagarla—murmuró Esther, dándose cuenta de lo que él pretendía.
El chico duende sonrió levantando levemente la comisura de la boca, miró hacia uno y otro lado como para comprobar que no eran el centro de atención de ningún par de ojos por allí, y acto seguido abrió la botellita con un movimiento rápido.
—No pasa nada, si nos lo reclaman lo pagaremos—dijo, mientras le hacía una seña a Esther para que estirase la prenda manchada y cogía unas cuantas servilletas de papel.
Ella se acercó más a él y echó la espalda ligeramente hacia atrás para exponer mejor el top de cuero, inquieta por que alguien les pillara haciendo aquella maniobra y poniendo instintivamente el antebrazo sobre su escote. Oh, robar una botella de agua por la cara parecía lo más grave del mundo allí, y, desde luego, no era lo más acertado que uno podía hacer en una prueba de trabajo. Pero, para bien o para mal, Yinx había abierto la botella y tal vez el líquido ayudara con la mancha si frotaban lo bastante... como fuera, había que intentarlo.
—No—masculló el chico para sí, apartando las servilletas a un lado, dándose cuenta de que no habían sido una buena elección porque el papel se desharía y eso sería una guarrada—Espera.
Dejó por un momento la botella sobre la nevera metalizada y estiró la manga de su propia sudadera por encima de su mano izquierda, sujetando la tela a tensión sobre su puño. A continuación volvió a coger la botella y humedeció la tela que sostenía, para frotar con ella sobre la mancha en la ropa de Esther.
Ella se quedó mirando el delgado brazo, la mano angulosa y pequeña, aunque proporcionada con el resto del cuerpo de Yinx. Quedó embobada sin saber muy bien por qué y no se resistió, dejándole hacer a él, permitiendo que frotara el puño forrado de tela empapada contra su estómago. Bajo los focos de colores que ahora bailaban un poco más rápido por encima de sus cabezas, era imposible para ella ver si la mancha salía o no.
—Uh...—se estremeció involuntariamente cuando una gota de agua fría se filtró entre las tiras de cuero para caer en su ombligo.
—Je. Lo siento—Yinx retrocedió un paso y se quitó la sudadera, como si se hubiera acalorado súbitamente por el acto de frotar. Debajo de ella llevaba una camiseta color gris con la cara de un alien de ojos enormes, rasgados y negros—Tal vez deberías ir a los baños. Allí habrá más luz—añadió. Él podía ver con claridad la zona que había estado frotando, no obstante, pero en ese área el cuero aparecía más oscurecido por igual al estar húmedo.
Ella no supo qué decir. Ir a los baños se veía lo más lógico, y aquel parecía el momento apropiado para escaparse allí, porque no había nadie pendiente de ser atendido. Sin embargo, sabía que era muy probable que aquella furcia pelirroja se hallara en los baños aun, y no le apetecía nada encontrársela.
—Déjalo Yinx. No quiero encontrármela—se sinceró tras un resoplido.
Él rió quedamente y dejó la botella de nuevo oculta bajo la barra.
—¿A Lara? ja. Te comprendo.
—Lara es... ¿tu hermana?—preguntó Esther para salir de dudas de una vez.
Yinx arrugó el ceño y negó con la cabeza.
—No, qué va. ¿Por qué pensaste eso?
—No quería ofenderte—se apresuró a responder ella—no es porque os parezcáis ni nada de eso. Sólo que venís juntos y...
El chico duende suspiró y desvió la mirada verde esmeralda.
—Vivo con ella—aclaró en voz baja. Esther tuvo que acercarse más a él para escucharle por encima del sonido de la música, percibiendo por un momento el olor de su piel, olor a... ¿vainilla?—Trabajo para su padre, es una larga historia.
Sí, realmente lo único que Yinx tenía en común con Lara era el padre de esta: Kieffer. Aunque no porque les unieran lazos familiares, eso no.
—Oh. Recuerdo que Argen le preguntó por su padre, es cierto.
Yinx asintió.
—Sí, el padre de Lara y el dueño de esta mierda son grandes amigos, tengo entendido. A Lara le entran crisis de vez en cuando, en fin...—trató de explicar lo que para él era la misma canción de siempre— crisis en las que no soporta a su padre, a pesar de que tiene todas las comodidades del mundo a su lado. Esta vez se le ocurrió venir aquí... supongo que porque pensaba que así le daría una puñalada trapera a su viejo o algo así, por lograr independizarse gracias a su amigo del alma. Aunque luego ni creo que se vaya de su lado, o si se va dará igual, porque siempre vuelve. Es sólo para joderle un poco más.
—¿Tan mal se llevan?
—No, qué va. Se hacen putadas el uno al otro... desde siempre.
Esther soltó una pequeña risa involuntaria.
—¿En serio?
—Sí—replicó Yinx— tienen una relación extraña.
—Ya veo...—Esther se lamió los labios, sintiéndose cada vez más intrigada—¿Y qué pintas tú en todo eso...?
Se dio cuenta demasiado tarde de que no había mencionado la pregunta de la manera más educada que cabría esperar. Aunque Yinx no le dio opcion a excusarse, ni tampoco pareció haberse molestado.
—Buena pregunta. A menudo me lo pregunto, eso. En realidad Lara cree que me convenció para venir aquí con ella, y que eso le jodería más a su padre...—explicó— pero yo no quiero joder al viejo. Él tiene sus peculiaridades, pero no es una mala persona. Sin embargo... un sobresueldo me vendría bien.
Yinx nunca se quejaría del trato recibido por el nómada Kieffer en el Dark Circus. Dejando aparte lo bizarro de las actuaciones, aquel era un trabajo relativamente sencillo que él podía desempeñar sin estresarse demasiado. Realmente el que "trabajaba" allí -o más bien era explotado- era su hermano adoptivo Ulkie, siendo Yinx quien se encargaba de supervisarle. Parecía que ser explotado -sobre todo sexualmente- era el sino del pobre Ulkie, porque ya hacía mucho tiempo había pasado así, en otro lugar de donde les había "rescatado" el mismo Kieffer, donde Yinx había tenido otro nombre.
Ulkie era un ser especial a quien Yinx protegía con su vida. Apenas sabía hablar, y padecía un retraso mental que deformaba su facciones y la expresión de su cara de ángel, pero a pesar de eso era hermoso. Piel blanca surcada de cicatrices por todas partes, grandes ojos oscuros, rasgos dulces como cincelados en fino cristal... lo único que no era delicado en Ulkie era el enorme y pesado armatoste cilíndrico entre sus piernas, y las pelotas permanentemente cargadas más abajo. Por no hablar del despiadado priapismo continuado que sufría este pobre niño-cristal, como un síntoma más de su dotación cromosómica alterada.
Ulkie no podía hacer nada para evitar estar permanentemente erecto, incluso recién corrido. Y tampoco podía acallar su feroz impulso de apareamiento -era casi casi como un animalito salvaje a este respecto-, lo que provocaba que tuvieran que mantenerle encadenado las veinticuatro horas del día por su propio bien, y sobre todo por el bien de quienes estaban alrededor. Sin embargo, tanto sus "Amos" anteriores -Amas, más bien, aunque eso es otra historia- como Kieffer habían visto un filón en esta alteración: algo que se podría exprimir para sacar beneficio, aunque el padre de Lara era mucho más amable y considerado que aquellas "dueñas" anteriores, y promovía unas condiciones de vida de las que ni Yinx ni su hermano adoptivo podían quejarse. Les daba cobijo y techo, comida, cama caliente y hasta algún lujo que otro... a cambio de que Ulkie descargara su impulso de forma relativamente controlada -controlada por Yinx- en las funciones. En algunas ocasiones, el patrón del Dark Circus -tal era el estamento que ostentaba Kieffer, si acaso podía considerarse un rango- también había prostituido a Ulkie, para felicidad de este. Le había enviado a aliviarse a domicilio un par de veces y le había hecho participar en alguna orgía, eventos para los cuales Yinx había tenido que acompañarle y velar por su seguridad (y por la de todos).
No era exactamente una mala vida la que tenían en el Dark Circus, pero Yinx pensaba que Ulkie merecía algo mejor. Tal vez algún médico pudiera tratarle aquellas erecciones horribles; tal vez la respuesta no fuera solamente explotar su enfermedad, ¿era ese el único destino que le esperaba al pobre ángel? Yinx se negaba a aceptarlo. Le daba cierta pena abandonar a Kieffer después de tantos meses, pero llevaba tiempo pensando en organizar su huida con Ulkie, preparándola en secreto, y para ello había de reunir dinero porque de otro modo no tendrían donde caerse muertos. Por eso estaba allí. Pero, desde luego, no iba a contarle todo esto a Esther.
Tampoco iba a decirle que tenía la certeza -no la intuición, sino la plena seguridad- de que Argen les contrataría a los tres. Sabía que eso pasaría; lo sabía por razones, por eso le había importado tres pepinos echarle el whisky a Lara por la cabeza o robar la botella de agua. Pero claro, jamás podría explicar estas razones suyas de forma mínimamente creíble, así que no tenía sentido decirlo ni por darle una alegría a la preocupada Esther.
—Entiendo...—murmuró ésta. A quién no le venía bien un sobresueldo, eso estaba claro. Sentía que sería demasiado entrometido por su parte preguntar más allá.
Yinx trató de disimular un suspiro de alivio y oteó las estelas de colores por detrás de la barra. Simut estaba ahí trasteando en el pequeño escenario, montando unas cadenas sujetas al techo.
—¿Y qué hay de ti?—preguntó a Esther sin mirarla. Recordaba bien que ella se había presentado hacía días como la "sumisa" de alguien... de más de una persona. No le entraba mucho en la cabeza que alguien pudiera asumir tal estamento de forma voluntaria, pero por descontado lo respetaría. Al fin y al cabo, era lo más habitual de ver en el sitio donde estaban.
—Oh. Bueno. Yo... hace mucho tiempo que no trabajo. Necesito el dinero—aclaró ella sucintamente. Tampoco se sentía como para hablarle a Yinx de los pormenores de nada, ni mucho menos sobre los Amos. No tenía necesidad alguna de hacerlo, aunque había de reconocer que había algo en Yinx que la incitaba a "desahogarse" con él. Pero no caería en esa absurda tentación sólo por estar algo nerviosa y tambaleante después de que Lara le hubiera arruinado la ropa.
Él sonrió más largamente que otras veces, comprendiendo que no era el único que se callaba cosas.
—Ya verás como va a ir bien—le dijo alentadoramente, refiriéndose a la prueba—¡lo estamos haciendo todo genial!
Ella sonrió a su vez por reflejo y bajó los ojos. En realidad sentía gratitud hacia Yinx y eso le producía hasta cierto azoramiento. El chico estaba resultando ser un estupendo compañero de trabajo en la barra y hasta un aliado o algo parecido, quién lo iba a decir.
Súbitamente envalentonada, se adelantó un paso hacia la zona de los servicios. De pronto sentía que no quería que pasara un segundo más sin poder ver si la mancha en el top de cuero había salido.
—Oye Yinx. Voy a ir al baño a ...
—Sí, claro. Tranquila, yo te cubro.
—Muchas gracias. No tardaré.
De camino hacia el baño, cogió su bolso para revisar el teléfono móvil que guardaba en él. Tenía un mensaje de Jen, deseándole suerte.
«Suerte, cariño. Lo vas a hacer muy bien. Sólo no te olvides de lo puta que eres... Tk.»
Jen no preguntaba nada en su mensaje. Tal vez no había querido escribir algo que forzosamente tuviera que ser respondido, simplemente por respetar el trabajo de Esther y no interrumpirla. Probablemente pensaría que ella estaría sin dar a basto en el pub irlandés... o quizá ni le importaba, quizá estaba con Paola y tras enviar aquel mensaje se había olvidado de su perra por completo. Quién podría saberlo.
Paola. Puta Paola. Esther entró en el cuarto de baño con cara de mala leche solo por acordarse de ella. Se encontró de frente con Lara, pero sorprendentemente esto ya no le importó demasiado.
Por su parte, la pelirroja sonrió a Esther como si nada hubiera pasado. Acababa de sacar la cabeza de debajo del secador de manos de aire caliente y había comenzado a peinar sus cabellos con los dedos.
—He tenido que lavarme el pelo con jabón de manos por culpa de ese cabrón—rió, como si todo hubiera sido una sucesión de simpáticas jugarretas—Eh, ya no tienes... no te quedó ninguna mancha, ¿cómo lo hiciste?
Esther miró instintivamente hacia abajo para ver su propia ropa, sorprendiéndose por encontrarla totalmente seca e impoluta en su negrura uniforme, como si nunca le hubiera caído nada encima.
—Oh. Es verdad—frunció los ojos y parpadeó; en cierto modo no podía creerlo, pero bajo la luz amarilla en el cuarto de baño se veía con toda claridad.
Lara sonreía y se retocaba el maquillaje frente al espejo, mirando de hito en hito a Esther.
—Oye, lo siento—le dijo mientras rebuscaba algo en su bolso sobre el lavabo frente a ella—no sé por qué hice esa tontería, ¿sabes? Es como... mi puto carácter. Soy una imbécil. Por favor, perdóname.
Esther la contempló a través del espejo sin poder evitar mostrar su desconcierto. ¿Que la perdonase? Vaya, hubiera esperado cualquier cosa antes que oír a Lara diciendo aquello. Incluso una pelea de gatas furiosas, con tirones de pelo, arañazos y mordiscos, le hubiera parecido más coherente.
—Ah, bueno. Ya no... ya no hay mancha—"no quiero problemas contigo", decían sus palabras por la puerta de atrás del verbo. "No sé lo que tramas, sólo no quiero problemas contigo, por favor".
—¿Fumamos la pipa de la paz? O más bien... el pintalabios de la paz—rió Lara, extendiendo la mano para pasarle su barra de labios—sabe a cereza.
—Oh. Bueno...
Tras dudar unos instantes, Esther finalmente se adelantó y aceptó la barra de labios. Por mucho que Lara estuviera loca como una cabra, lo cierto era que llevarse bien con ella parecía lo más inteligente que podía hacer.
—Te queda muy bien...—rió esta con malicia mientras Esther se pintaba los labios de color rojo guinda—realmente bien.
Polvo de bufonegra de rápida absorción transdérmica, eso era lo que Lara había puesto en la punta del pintalabios. Finas limaduras brillantes que se camuflaban perfectamente en el pigmento de la barra, sin olor, sin sabor. Una guarrada procesada, traída de otro mundo, a la cual ella misma era adicta desde hacía años.
La bufonegra era realmente un híbrido de laboratorio entre planta, hongo y algo más. Había sido concebida en las instalaciones científicas del mundo donde Lara creció, diseñada en principio para fines defensivos. Durante mucho tiempo se habían utilizado estos engendros como centinelas de interior, acompañando a otros mecanismos para sellar y guardar cámaras de acceso restringido. Tenían el aspecto de murciélagos negros colgados cabeza abajo en su posición de reposo; se alimentaban de residuo energético, y crecían bien al abrigo de la oscuridad en lugares subterráneos y húmedos, como sótanos, catacumbas y bodegas. Su mecanismo de acción consistía en obedecer una simple orden para la cual estaban programadas: desplegar sus "alas" dentadas y caer sobre cualquier intruso que se presentase, con su pesadez viscosa, cegándole y descargando una toxina que le produciría espasmos de dolor insoportable al desgraciado invasor.
Había otros usos menos legales de las bufonegras, como por ejemplo la obtención de aquel producto que se sacaba de ellas, ese polvo con brillo metálico que se conseguía tras resecarlas y prensarlas, y que se comercializaba de contrabando. Aquello que acababa de meter Esther en su cuerpo a través del lápiz de labios de Lara.
Era una droga potente. Algunos la consideraban alucinógena, pero otros -como Lara- opinaban que simplemente rompía los límites de la percepción, desbloqueándola y permitiendo que el sujeto que consumía recibiera información más allá de sus cinco sentidos.
—Amiga, tengo que dejarte...—Lara le arrebató con elegancia el pintalabios a Esther de la mano y sonrió, viendo como esta quedaba instantáneamente embobada con su propia imagen ante el espejo—Hay unos tipos esperándome ahí fuera; si no salgo, se van a quejar.
La absorción del polvo de bufonegra era inmediato,y sus efectos aparecían bruscamente. Para un neófito que jamás hubiera consumido la droga, la sangre comenzaba a arder en las venas a medida que el latido cardiáco se aceleraba, creando una creciente desazón acompañada de cierta expectación...como si la satisfacción de una necesidad tan vieja como desconocida estuviera de pronto al alcance de la mano. La primera diana de la droga, dejando aparte las áreas sensoriales, era el lóbulo frontal del cerebro, sin embargo, donde se localizaban los mecanismos de la inhibición.
Esther sonrió frente al espejo viendo como Lara desaparecía por la puerta, sin saber que sobre los labios y la lengua tenía una cantidad de polvo de bufonegra que le afectaría durante las próximas cuatro horas aproximadamente.
Se sentía bien, aunque de pronto tenía la sensación de que los pensamientos iban raudos por su mente, pasando ante sus ojos como centellas fulgurantes y provocando terremotos, rizando emociones como olas encrespándose... y ella estaba ahi fuera, contemplativa, sin mover una pestaña. Sin saber muy bien por qué, sacó de nuevo el móvil del bolso y volvió a leer el mensaje de Jen. Una, dos, tres veces, "escuchando" su voz en cada palabra.
«Maldito cabrón» escribió en respuesta. Sonrió al ver aquello en la pantalla; no era la primera vez que articulaba aquellas dos palabras. Cómo deseaba de pronto darle a la tecla de "enviar"... lo deseaba de forma loca, casi como si su vida dependiera de ello.
-Sending...-
Vaya. Acababa de hacerlo.
—Je.
Justo en aquel momento, le vino a la cabeza absurdamente el alien pintado en la camiseta de Yinx y rompió a reír.
La música se ondeaba con demasiada claridad en el aire a través de las paredes del cuarto de baño: olas de arcoíris pardos en movimiento, serpentinas en trance, ritmo y notas vivas al borde de la catatonia. Sintió ganas de bailar, y comenzó a hacerlo, sola allí, sin dejar de reír.
(con
—¿Esther? Esther, ¿estás aquí?—Simut se obligó a alzar la voz desde la puerta entreabierta del baño de mujeres. No quería entrar ahí, pero, si albergaba la más mínima duda de que Esther pudiera no estar bien, desde luego lo haría.
Ella detuvo en seco su danza y se giró torpemente hacia el sonido de aquella voz. Le parecía que su cerebro funcionaba leeeento... (¡y rápido!), leeeento... (¡y rápido!), a golpes de nebulosa y acolchada intensidad. Bruscamente, aterrizó en la "realidad" cuando reconoció el tono de Simut y abrió la boca para responder.
—Sí, señor. Ahora... ahora salgo.
¿Qué le estaba pasando? Se sentía estúpidamente feliz, con ganas de romper a reír sin razón. Escuchó la carcajada perpleja de Simut al otro lado de la puerta.
—No tienes que llamarme señor. ¿Estás bien?
—S-sí. Sí.
Esther se volvió para agarrar su bolso y sus ojos chocaron con el espejo en la pared. Oh, joder. ¿Aquella diosa enfundada en cuero negro era ella? ¿esa MUJER de labios jugosos y ojos centelleantes?
—¿Seguro...?
—Sí, gracias. Ahora mismo voy, lo siento...
Su teléfono móvil comenzó a sonar dentro del bolso. No quería mirarlo; ya sabía lo que encontraría escrito en la pantalla: "Jen llamando", a menos que se tratase de un reclamo comercial. No sintió ningún tipo de remordimiento ni tristeza por ello; más bien al contrario, tuvo que aguantarse para no explotar en carcajadas. En el caso de que Él estuviera de cenita con Paola o algo semejante, le había obligado a levantar el culo de donde fuera para llamarla por teléfono, ja.
Se dio cuenta en ese instante de que se estaba meando, y se movió hacia el cubículo más próximo frente a la hilera de lavabos.
—Ah... date prisa, por favor. Yinx está solo en la barra y Samiq está ocupado aun...—dijo Simut antes de alejarse de nuevo. Tenía prisa por ultimar los detalles de la tarima en la sala; de otro modo, se hubiera quedado a esperar a Esther. No terminaba de creerse del todo que ella estaba bien, por algún tipo de intuición. No sabía si ella estaba ocupada al teléfono, si tenía la regla, o gastroenteritis, o qué diablos podía sucederle para llevar ahí tanto rato, pero, en vista de que ella había contestado, no podía permitirse el lujo de quedarse a averiguarlo.
Tras lo que le pareció una tremendamente larga meada, la perra salió del cubículo, se lavó las manos, cogió su bolso y salió del baño con un destello salvaje y triunfal en la mirada. Tal vez se había equivocado "odiando" a Lara, se dijo, porque ahora, sintiéndose tan bella y "poderosa", le parecía que hasta podía entenderla.
A un paso de la ensoñación, no se dio cuenta de que las sensaciones que había comenzado a experimentar eran extrañas, y de que lo que hasta el momento había considerado una estable "realidad" se tambaleaba ahora a su alrededor.
Mientras se acercaba a la barra pisando fuerte, sintió un chispazo repentino en el coño y un escalofrío al ver la espalda desnuda de Simut a pocos metros, e incluso al ver a Yinx ocupado tras la barra. Se preguntó si se habría secado bien después de mear, porque de pronto sentía los pantalones de cuero empapados de 'algo' que le calaba hasta la zona interna de los muslos, prácticamente encharcando su entrepierna. No llevaba bragas, claro, eso lo recordaba bien ("no te olvides de lo puta que eres").
Se mordió el labio con fuerza cuando llegó a la barra y Yinx le lanzó una sonrisa que ella sintió como una lamida en pleno coño. Ese era otro de los efectos de aquel polvo del diablo: la excitación. Cómo iba a saberlo Esther. Sentir que en secreto llevaba el coño caliente y reactivo al mínimo roce, que nadie sabría lo cerda y lo deseosa de rabo que iba desde que salió del baño, sólo la excitó más.
—¿Sabes dónde se ha metido Lara?—preguntó Yinx sin dejar de poner copas. Parecía que de pronto un aluvión de gente se había congregado allí, y por primera vez se le veía agobiado.
Esther trató de reaccionar con rapidez colocándose en su puesto a pesar de todo. Seguía sintiéndose demasiado lenta e indolente, sin embargo, aunque a la vez tremendamente sensible y con el coño palpitando, preguntándose cosas como qué haría si Inti apareciese de repente, o si Yinx la tendría grande. Había oído que los enanos la tenían grande, y Yinx era muy bajito, aunque no sabía si considerarle enano.
—No tengo ni idea—respondió, sintiendo cómo una oleada de calor subía violentamente por su escote y su cuello.
—Es igual. Esto está hasta arriba—gruñó el chico-duende, asumiendo que con la pelirroja no se podía contar.
En el extremo opuesto de la sala, Samiq bajaba por fin las escaleras para reunirse con Simut. Oculta bajo la hilera de pulseras de cuero que llevaba en torno a la muñeca y el antebrazo, había una nueva herida, la última -¿la definitiva?-, pulcramente sellada con un pequeño apósito.
Se sentía aliviado y a la vez roto a medida que descendía, basculando mentalmente en un extraño y molesto desequilibrio constante ( y ¿qué era eso sino equilibrio en contínuo movimiento para no caer?). No tenía ganas de nada, y menos de hacer el paripé en el escenario para el dichoso espectáculo, pero tampoco quería por nada del mundo que su hermano Simut pudiera vislumbrar ni una esquina de su estado de ánimo, así que se forzó a ocultarlo. Gran trabajo por su parte, porque Simut era observador y rápido traductor de miradas... además de que, para bien o para mal, le conocía demasiado.
No se sentía fuerte ni de lejos para contarle a Simut sobre la conversación que acababa de tener con el Amo. Se rompería en mil pedazos si lo hacía, estaba seguro de ello. Amaba a Simut como a un hermano de sangre (o más), y no, no quería arriesgarse a desplomarse delante de él cuando sentía que tenía todas las papeletas para ello.
Sentía que su alma -indefinida, ya no tan sumisa como siempre creyó- colgaba de un hilo, tal vez inestable pero segura de algún modo que se le escapaba, sin aferrarse a nada ni a nadie, sin peso. Trató de concentrarse en el trabajo, sabiendo que si pensaba en la situación sería como mirar al vacío desde lo más alto... a pesar de que, poco a poco, pacíficamente, lograba entender sin darse cuenta. Entender, por ejemplo, que no necesitaba estar con una persona para amar profundamente a esa persona.
—Llegas en el momento preciso, qué bien—Simut se lanzó a darle un abrazo, algo absolutamente normal entre ellos pero que en aquel fatídico momento le hizo tambalear.
Samiq estrechó a Simut contra su torso por un segundo, con fuerza, escondiendo la cara disimuladamente contra la curva de su hombro y tratando de imaginar cómo sería no sentir sobre las clavículas el peso del aro dorado que llevaba al cuello (el signo de su pertenencia al Amo y de su hermandad con Simut). Le parecía que sencillamente no podía imaginarlo. ¿Era eso lo que realmente quería? No lo sabía. Lo único que sabía era que se moría por estar junto a Halley.
También se moría de ganas de llamarle. No de mensajearle simplemente, sino de llamarle y contárselo. Pero, por muchas ganas que tuviera de hacerlo, eso también habría de ser postergado.
—Lo siento...—musitó contra la piel de su hermano, discretamente sudorosa tras horas de trabajo. Sí, era inevitable sentir que le traicionaba a él también—he tardado más de lo que pensaba.
—No te preocupes—Simut le estrechó de nuevo antes de soltarle suavemente, disimulando también a su vez cierta inquietud. Para él era claro como el agua, cristalino, que a su hermano le ocurría algo.—está todo bajo control.
Amos que desean darse, sumisos que controlan... fácilmente, desde fuera, cualquier experto en la materia, cualquier iluminado entre comillas del BDSM, pensaría que la relación entre Argen, Simut y Samiq era el más puro sinsentido. Una prueba más de cuán sesgados podían estar los apresurados y eruditos razonamientos, y de lo inservible de los raseros para medir y encasillar todo lo humano.
—Ya lo veo...
Samiq se separó de Simut, se armó de valor para mirarle a la cara y le sonrió.
—Yinx y Esther están en la barra—explicó el Primer Dorado, haciendo un gesto con la cabeza para señalar a éstos a su espalda—Se están desenvolviendo bien. Lara está atendiendo mesas y reservados... creo. El único problema es el espectáculo.
—Oh.
—Arisa casi me tira un zapato a la cabeza. No quiere hacerlo, dice que está harta de que la explotemos y más ahora que hay sangre nueva—suspiró—¿Quieres hacerlo conmigo?
A Samiq se le revolvió el estómago. No se encontraba con fuerzas ni siquiera para estarse quieto mientras Simut le colocaba cinchas y cuerda para la típica sesión de vistosas ataduras. Los espectáculos "cotidianos" en el Noktem se limitaban a algo así; escenas puramente morbosas o estéticas, y exhibición sin mayores implicaciones, salvo que algo especial estuviera planeado. Miró a Simut sin querer decir "sí" pero sin saber qué excusa poner para negarse.
—Claro—tragó saliva y se forzó a sonreír de nuevo—han traído cuerda de algodón, cáñamo y yute.
Él mismo había colocado el último pedido en el almacén justo cuando el stock estaba a punto de agotarse.
—¿Tal vez podríamos decírselo a Lara o a Esther?—Era indudable que la mayoría de clientes allí preferirían ver un bondage femenino, pero Simut decía esto en realidad porque no veía convencido a Samiq. Su hermano parecía demasiado cansado y afectado por lo que fuera, lo que le hizo señalar posibles alternativas que también había barajado. Tal vez fuera demasiado pedirle a los "nuevos" formar parte de un espectáculo, pero no sería una gran cosa, y ni siquiera tendrían que mostrarse desnudos ni nada semejante.
—El Amo quiere que los candidatos vayan subiendo a su despacho uno por uno—recordó Samiq. Eso fue lo último que Argen le dijo antes de pedirle que abandonara el estudio—aunque no me ha dicho que tengan que seguir ningún orden concreto.
—Tal vez podría subir primero el chico—aventuró Simut—¿O te parece inadecuado que las chicas colaboren? ¿Es demasiado pedir para una noche en pruebas...?
A Simut le ponía nervioso pensar en tomar decisiones por su cuenta a ese respecto. Pensaba que, fuera de toda duda, lo adecuado sería preguntarle al Amo. Pero, tal y como había visto a Samiq bajar del despacho, y considerando que Argen no estaba del mejor humor y tenía aun entrevistas por delante, no quería molestarle con ello. Sabía que al final acudiría o se comunicaría con él mediante el teléfono que llevaba, porque tampoco estaba en su mano juzgar si sería adecuado molestar al Amo o no... pero la opinión de su hermano también le interesaba.
—Es algo para salir del paso—repuso Samiq, encogiéndose levemente de hombros—no creo que les importe.
Dijo aquello basándose en que a él mismo no le hubiera importado colaborar haciendo de modelo para un bondage bonito, por ejemplo. Se había visto en tesituras mucho más complicadas que esa siendo nuevo en un sitio, aunque, claro, también daba por hecho que las chicas podrían decir que no. Tan simple como eso. Si no querían hacerlo, ya se apañarían entre Simut y él como tantas otras veces.
—Le preguntaré al Amo—concluyó Simut—¿Te importa preparar las cuerdas? es lo único que me falta. Y colocar una fusta en lugar visible para dar ambiente, o algo así. He armado las cadenas y preparado algunos pañuelos.
Samiq asintió. Simut estaba en todo. Observó que hasta había llevado al estrado aquel mueble auxiliar donde guardaban lubricante, juguetes sexuales y otras cosas, aunque no planearan utilizarlo. Dar ambiente era importante, sí, pero tener objetos interesantes a mano no venía mal... porque al fin y al cabo uno nunca sabía cómo los espectáculos podían acabar. Alguna vez les había dado un calentón a uno u otro en el escenario, sobre todo hacía algunos años cuando no eran tan experimentados, cuando no estaban tan acostumbrados quizá a estar juntos. En el caso de que esa contingencia se diera, tenían pactado con el Amo que podían dar salida a su deseo, siempre y cuando no se corrieran (salvo que se les diera orden expresa de hacerlo).
Viendo que Simut ya sacaba el teléfono, Samiq se giró para ir hacia el almacén en el subsótano. Al pasar junto a la barra hizo una señal de saludo a Esther y a Yinx, observando que en aquel momento batallaban con un montón de gente y que, aunque parecían algo alocados, iban sacando el trabajo adelante.
Tras la barra, Esther trataba de concentrarse sin conseguirlo. No daba pie con bola y eso le importaba bastante poco, aunque tenía la vaga sensación de estar sobrecargando a Yinx. Por eso seguía ahí en pie, y porque tampoco era que se hubiera olvidado de dónde estaba y para qué. Sin embargo, le venía a la cabeza que lo que más deseaba en el mundo era simplemente dejarse caer, y entonces pensaba en manos, en pollas, en semen, hasta en escupitajos... y su cuerpo temblaba, y la realidad se nublaba volviéndose asfixiante.
Trataba de focalizar su pensamiento una y otra vez, pero su fantasía parecía tener alas incontrolables. Recordaba el rostro de Álex cuando éste la follaba y estaba a milésimas de correrse, a la vez que revivía el choque de cuerpos con Inti y cómo el rubio la había sujetado por la cintura en el jacuzzy. Se acordaba de Jen y de su polla, de cómo le lamió hasta las pelotas y le mamó en busca de la ansiada corrida: su premio en caliente, su dicha de perra... ¿En serio le había llamado "maldito cabrón"? Ja, ja. Igual hasta podía ser tomado como un halago aquello.
Cerró con fuerza los ojos, tratando de escapar de aquellas memorias que eran pura lujuria sin freno. Los volvió a abrir y... sintió una punzada de deseo al ver a Samiq pasar, como siempre sin camiseta, completamente desnudo de cintura para arriba salvo por aquel collar dorado. Por el rabillo del ojo sentía a Yinx frenético, y su olor le llegaba ahora como un puñetazo a pesar de estar separada de él más de un par de pasos, como si inexplicablemente su percepción se hubiera desplegado. Olor salvaje y delicado al mismo tiempo, a vaina de vainilla sobre cálida piel; un olor extraño para un hombre, no podía evitar pensar, ¿olería él del mismo modo entre las piernas?
—Por favor, ¿Cuál es hoy el cóctel recomendado?
Se dio cuenta de que respiraba rápidamente cuando trató de responder a la clienta que preguntó.
—Un momento, por favor...
Puso una mano sobre su pecho y notó los desaforados latidos bajo la piel, ¿qué le estaba pasando? Por si fuera poco, cuando se giró hacia Yinx para preguntarle si tenía él las anotaciones de Simut sobre los combinados, distinguió algo inexplicable y perturbador: al chico le salía humo de la cabeza. No exactamente humo, sino más bien pequeñas nubecitas de vapor que se elevaban hacia el techo y se deshacían en hilos de plata. Esther se quedó con la boca abierta, incapaz de decir nada; cerró los ojos por un segundo, y, cuando volvió a mirar a Yinx, las nubecitas habían desaparecido. Menos mal.
Se las apañó para preguntarle por la hoja de notas, para leer lo que había en ella y para interpretarlo. Logró darle una respuesta coherente a la clienta, quien, a juzgar por el modo en que iba vestida y la actitud discreta que mantenía, probablemente se trataba de una sumisa enviada por el Amo o la Ama de quien fuera propiedad.
Se las apañó también -ni ella misma supo de qué modo- para seguir trabajando a trancas y barrancas hasta que Simut apareció por allí. Era frustrante sentirse tan lenta para hacer las cosas, pero a la vez se maravillaba de poder enlazar una actividad con otra sin parar. Lejos de cansarse, sentía que le sobraba energía y que no soltarla hacia el exterior quemaría, dolería.
—Esther, ¿tienes un momento?—inquirió Simut educadamente, acercándose a ella desde el otro lado de la barra. Se había cruzado hacía un momento con Lara, quien le había pedido permiso para ser la primera en subir a ver a Argen. Bueno, más bien le había hecho saber que ella sería la primera, sin dar lugar a que el Primer Dorado pudiera poner objeción... así que para el tema del espectáculo femenino, de momento, sólo podía contar con Esther.
Ella asintió mientras pasaba el lector por el tatuaje de otro cliente. Se volvió hacia Simut al terminar, y entonces quedó prendida, atrapada en sus ojos azules como lagos. El corazón le dio un brinco en el pecho cuando se dio cuenta de que, al parecer, volvía a alucinar... pues el color azul de los iris de Simut parecía /agitarse/ bajo las engañosas luces, como auténtica agua viva.
—Esther. ¿Seguro que estás bien?
Escuchó la voz de Simut y pudo "sentirla", casi como una caricia sobre la piel. La sinestesia -sentir el tacto de una voz, saborear una palabra, ver colores en la música- era la primera señal de que los límites de la percepción comenzaban a difuminarse. Asintió obnubilada y sonrió por toda respuesta.
—Oye... ¿te gustaría colaborar como modelo en el espectáculo?
Bajo los efectos de luz como fogonazos en la oscuridad era imposible para Simut darse cuenta de lo dilatadas que estaban las pupilas de Esther. No se le ocurrió pensar que tal vez la muchacha no estaba "feliz" sino drogada, ni siquiera cuando ella se echó a reír al escuchar la propuesta.
—¿De verdad...?
¿En el espectáculo? ¿Ella, como modelo? A Esther le emocionó la idea hasta el punto de no dar crédito. Miro a Simut con genuino entusiasmo, pero a la vez con una suspicacia que no pudo disimular, ¿acaso se estaba quedando con ella?
—Sí, claro. Sólo tendrás que dejarte atar por Samiq o por mí—reseñó el Primer Dorado de Argen, suponiendo que algo de experiencia tenía ella en eso—el que no esté contigo te relevará en la barra.
Simut pensó que quizá Esther rechazase la oferta por no confiar lo suficiente en ellos. Le parecería normal que alguien no se dejase simplemente atar por cualquiera, pero ella asintió al momento.
A Esther, a decir verdad, ni se le pasó por la cabeza que probablemente los Amos jamás permitirían que otras manos la atasen, aunque fuera sólo para una exhibición. La novedad de poder hacerlo enturbiaba todo lo demás, y había algo salvaje en soñar con experimentar cuanto le salía al paso, y en ser -por qué no- el centro de atención de ese modo. La timidez, la vergüenza de antaño y todos aquellos fantasmas habían desaparecido sin dejar rastro, aparentemente, hasta el punto de resultarle tentador hacer una temeridad.
Le dio un escalofrío sólo por imaginarse siendo atada por cualquiera de los dos. En el estado de excitación confusa en que se encontraba, no sabría decir si preferiría a uno o a otro. No se daba cuenta (aunque era evidente) de que todo era una cuestión química; tan sólo se sentía eufórica por momentos, gracias a la sensación de estar saliendo a empujones de un estado de hibernación de alma o algo parecido.
—¿Me tendré que desnudar?—inquirió en voz baja. En realidad quería hacerlo.
Simut negó rápidamente con la cabeza.
—No, no, claro que no.
Sin ser consciente de lo sonrojada que estaba a pesar de sentir el rostro ardiendo, Esther bajó los ojos y sonrió mientras sus hombros caían. Se mordió la lengua para no decir que no tendría ningún problema en quitarse ropa y asintió.
—Está bien.
Minutos después, sin realmente saber cómo, se encontraba ya de pie sobre aquel estrado. Samiq había subido con las cuerdas y Simut había cambiado las luces, suprimiendo los fogonazos de color y dejando sólo una luz en tono magenta cuya intensidad atenuó hasta que todo quedó envuelto en una suave penumbra de seda rojiza.
Los Dorados hablaron brevemente entre ellos y decidieron finalmente que Simut se quedaría con Esther y Samiq marcharía hacia la barra. El Segundo Dorado sintió un alivio que no acertó a disimular.
—Estaré pendiente por si necesitáis ayuda—murmuró antes de marcharse a hacer una ronda rápida por mesas y reservados, aunque sabía perfectamente que Simut se apañaría.
Tras lanzar una última mirada al cuerpo de Esther -le pareció que temblaba, o tal vez sería el efecto de la luz-, se giró y se olvidó completamente de todo: de ella, del espectáculo, del Club, incluso de su condición. Sólo podía volcar su pensamiento en dos frentes: Halley por un lado, y, por otra parte, algunos tramos de la conversación que acababa de mantener con Argen en su despacho.
)continúa en capítulo aparte)